XIV –

[Stormy Weather]

Se apresuró a salir del Dojo con tanta prisa que probablemente hubiera dejado marcas de derrape en la calle. El meterse con esa familia le había acarreado muchísimos más problemas de los que uno merecía en la vida.

Termino esto y me tomo unas largas vacaciones. –juró para sí mismo.


Despertó sudoroso y ebrio de nostalgia.

Lo sabía.

Sabía que eso iba a suceder.

¿Por qué demonios había pensado otra cosa?

Había sido como en una de esas películas de suspenso. Se sentó en su cama, sobresaltado, con un grito atorado en la garganta después de desvanecerse la pesadilla, dejando el amargo gusto de la bilis en la base de la garganta y un pésimo sentimiento hundido en la boca del estómago como para recordarle su presente.

El corazón palpitaba dolorosamente contra su pecho encajándose en las costillas, sentimiento completamente imaginario pero igual de doloroso.

¿Qué esperaba?

Ciertamente no esperaba que todo permaneciera igual que siempre.

Tragándose el orgullo había admitido para sí mismo, y de alguna manera a ella, cuáles eran sus planes de esa noche y ciertamente no era despertar desnudo con un dolor tan grande que nada podría calmarlo en esos instantes.

En su interior la conocida alarma que gritaba "no muestres todas tus cartas" le estuvo sonando desde que la vio esa noche. Decidió acallarla, dejando que la vocecita que era su deseo arrasara con lo demás.

Se lavó la cara, completamente desnudo.

Se observó en el espejo repudiando lo que reflejaba. La sombra de lo que había construido se había caído dejando al asustado muchacho que había sido; aquel que corría al regazo de su madre buscando refugio de las sombras que amenazaban con tragárselo completo.

Miró la sangre que corría de sus nudillos como si no fuera de él. La estudió fríamente mientras que en la pared del baño se escurrían hilos de sangre fresca. Las huellas de un crimen que había cometido contra sí mismo al estrellar el puño cargado de furia mal controlada. Si bien le iba, mañana despertaría con un jodido dolor de los mil diablos y los dedos amoratados e hinchados; si las cosas salían como creía, tendría que ir a que le revisaran los huesos esperando encontrar un par de dedos rotos y una inflamación desastrosa.

Maldita fuera su memoria que se empecinaba en reproducir vívidamente esos instantes pasionales que compartió con la que juró nunca tocar. Una extraña picazón le molestaba en las palmas de las manos al recordar cómo cada centímetro de su piel se erizaba bajo su tacto. Solamente sus manos podrían haberla llevado a la cumbre del éxtasis. Sólo él y nadie más.

Nadie la conocería como él la había visto esa noche. Era verdad que en cierto momento de la noche pensó que era una mala idea pero el roce de esos delicados labios sobre su cuello lo convencieron de que cualquier precio era digno de ser pagado por saciar los instintos que en ese momento se llevaban lo mejor de él.

Observó nuevamente las luces y la sensación de vacío no lo dejó. Podía fácilmente aventar la silla contra el ventanal y dejarse hundir en el reconfortante conocimiento de una pronta muerte. No era tan estúpido como para cometer semejante acto. Afrontaría el futuro de manera decidida y tomaría las cartas de su propio destino y decidiría el final del juego. Sólo él podía crearse su propio camino. Arrancar las espinas del pasado para que no lo arañasen en el futuro.

Descorchó la botella de champagne que había dejado enfriando, esperando brindar con Morinosuke una vez que todo hubiese terminado. Le dio un trago tan grande que se atraganto, sintiendo las burbujitas reventándole en la garganta dolorosamente. Por un nuevo futuro, brindó para sus adentros. Por un jodido nuevo futuro.

Le dio un nuevo sorbo y se quedó mirando las luces artificiales pensando en cómo es que debía de enfrentar el nuevo día que venía anunciándose con colores rosados y morados desde el cielo en cualquier momento. Dar el primer paso después de una caída moral parecía ser siempre el más doloroso e imposible, más no podías quedarte tirado, dado a la tristeza. Uno tenía que andar por los caminos que estuvieran enfrente de nosotros.

Apoyó la frente en el enorme vidrio helado que lo separaba del mundo exterior, con la esperanza de bajar un poco el dolor de cabeza que estaba martilleándole desde hacía un par de horas. Justamente después de despertar y descubrir que las cosas no eran como él quería. Viéndose asfixiado por su propia soledad, tan implacablemente dura que era casi un dolor físico.

Se empinó la botella. No le importaba si se le escurría por la comisura de los labios.

Tosió con violencia, secándose los labios con el dorso de la mano. Al diablo con la decencia y la mesura; quería emborracharse y planeaba hacerlo con estilo. Descorchó una segunda botella y se bebió la mitad en un atragantado y largo trago. Si de todas maneras iban a cobrarle una millonada por el servicio, ¿Por qué no hacer algo que quería con lo que de todos modos le iban a cobrar?


Se acomodó la manga del tuxedo por enésima vez esa noche, quitándole una pelusa que sólo existía en su imaginación. Esa persistente y pequeña molestia invisible le recordaba a Macbeth y las invisibles manchas de sangre que nunca se iban. Repasó su imagen en el espejo, pareciéndole perfecta y adecuada, más sin embargo había una cuestión que le estaba arruinando la noche. Se secó las manos en el pantalón plisado.

Esa noche iba a ser una de las más importantes tanto para él como para Morinosuke Goto. La presentación del libro que parecía ser el mejor en su historial literario iba a ser lanzado en pocas horas y quería que todo fuera absolutamente perfecto. La comida, la música y los invitados habían sido revisados doblemente por ambos por lo que esperaban que las cosas salieran a pedir de boca; más siempre había que estar uno preparado para lo que pudiera pasar, para esa pequeña manchita que empañaría la impecabilidad del evento.

Suspiró antes de salir del apartamento guardándose las llaves en la chaqueta y cargando el abrigo debajo del brazo. El pronóstico dictaba una nevada ligera por lo que había que tomar las precauciones necesarias. Había sido una verdadera buena idea el haberse reservado una habitación en el hotel, ya fuera por la nevada o por su inconveniente estado, o incluso por ambas razones. Caminó arrastrando los pies hasta el automóvil que le estaba esperando; un sobrio automóvil negro de dos puertas con un chofer esperándole con una sonrisa profesionalmente arreglada junto a una de las puertas del auto, abriéndosela para él.

—Buenas noches. –le saludó deslizándose detrás del volante una vez instalado su patrón por esa noche en el asiento trasero.

La luminaria de los múltiples y enormes edificios de Japón se desdibujaba en su rápido andar. Una extraña mezcla de realidad y fantasía parecían desajustar su percepción. Pararon en un semáforo y aprovechó para asomarse por la ventanilla. Habían dicho que la luna se veía más grande que en otras épocas. Una enorme esfera blancuzca pareció guiñarle el ojo de una manera cómplice, prometiéndole mil aventuras inesperadas. Ranma no estaba muy seguro de si quería formar parte de ellas.

Devoraron los kilómetros que los separaban en cuestión de minutos. Afuera esperaban una larga fila de invitados que esperaban desfilar por la elegante alfombra negra que se extendía desde la calle hasta el lobby de hotel que habían reservado. Los flashes de los periodistas enviados a cubrir la nota iluminaban los rostros de los sonrientes convidados. Cualquiera pensaría que se trataba de una gala o la entrega de un premio y no la presentación de una novela histórica; aunque cabía decir que la fama de Goto había crecido exponencialmente en el último par de años.

—Dé la vuelta por favor. –ordenó, sintiéndose demasiado enfermo como afrontar las preguntas de los periodistas y mantener una falsa sonrisa pegada al rostro. Había tenido una jaqueca no hacía mucho y sabía que las luces sólo empeorarían su malestar. Se tragó un par de pastillas con un trago de scotch, esperando que hicieran efecto aún más rápido.

Los empleados del hotel le abrieron las puertas de servicio, dejándole pasar por la cocina hasta los elevadores. Presionó el número 23 del ascensor tocando con la punta de los dedos la tarjeta metálica que era su llave esa noche que permanecía guardada en el bolsillo de su pantalón. Los numeritos se iluminaron mientras avanzaba rápidamente cruzando los pisos del lujoso hotel. Descansaría un momento en su habitación antes de enfrentarse con la jauría de animales que esperaban un pequeño e insignificante desliz que pudiera hacer para devorarlo. Había salido desde abajo para convertirse en el reconocido editor y amigo del genial Morinosuke.

El conocido Ding del ascensor le sacó de sus ensoñaciones depositándolo delicadamente en el piso. La sensación de esos hoteles era como si todo estuviera al alcance de un dedo. Al chasquear uno los dedos, tenía a un par de empleados deseosos de ayudarle a uno, con la idea de recibir una jugosa propina. Claro, ese era el tipo de servicio que uno esperaba cuando pagabas tanto dinero por pasar la noche en ese lugar.

La habitación en la que se hospedaría era diferente a las que había estado y de alguna manera era la misma. La misma sensación de falsa familiaridad con la que lo recibían, los cuadros de paisajes londinenses y parisinos, la enorme ventana que le proporcionaba la mejor vista, como promocionaban. La gigantesca cama de enormes proporciones, el mini–bar en una esquina, la mesita junto a la cama con el teléfono, el televisor que ocupaba un poco menos que toda la pared. En mayor o menor proporción, esa habitación era la misma. Impersonal y fría. Estás en un lugar seguro, parecían susurrar las paredes, abrazándolo tiernamente desde su propia inexistencia.

Se dejó caer en el sillón que había arrastrado hasta la ventana, abriendo las cortinas de par en par. Las luces de neón bailaban abajo como incitándole que saltara y se les uniera. Una felicidad perfecta sin mácula de soledad. ¿Así habrían pensado los que se habían aventado desde la ventana? ¿Se habrían dejado llevar por la fantasía de un perpetuo descanso o simplemente lo tomaron como la salida fácil y, morbosamente, hermosa de olvidarse de los problemas?

Sacudió la cabeza con fuerza, queriendo espantar esos funestos pensamientos que le llenaban la mente desde hacía más o menos una semana. Ranko era un persistente recuerdo, a veces agradable y la mayoría triste, que le rondaba en la mente pero desde que había conocido a esa mujer había ido desapareciendo poco a poco hasta que en su último encuentro la había recordado de golpe. ¿Qué derecho tenía ella para hacerle recordar algo que quería mantener al margen? Ya había sufrido lo suficiente cuando el hecho de que nunca más la volvería a ver había sido asimilado por él.

Echó un vistazo al reloj de la mesita con las manecillas doradas extendidas, marcando las 8:57. Se acomodó la corbata y plasmó una amplia sonrisa en sus labios. Sintió asco de sí mismo y apretó el botón del ascensor en el piso donde estaba el salón. Miró desinteresadamente como poco a poco pasaba los pisos que le dividían. Las brillantes puertas de color dorado le devolvieron su reflejo encontrándose elegante y encantador, la perfecta estampa de un caballero.

Se arregló los gemelos de las muñecas, enderezó la corbata y tiró hacia abajo la chaqueta esperando que quedara perfecta. De nuevo el Ding le anunció que había llegado a su destino. Suspiró y volvió a sonreír mostrando todos los dientes. Era bastante difícil mantener una buena facha cuando a la mitad de los invitados los detestabas y a la otra mitad no los recordabas, pero estabas seguro de que si los recordabas probablemente acabarías detestándolos también.

Se abrieron las puertas y enseguida descubrió la canosa cabeza del autor que se mantenía inmerso en una acalorada discusión con un pequeño y calvo invitado que sostenía la copa tan inclinada que daba a entender que ese no era su primer trago de la noche. ¿Qué cómo sabía que era una acalorada discusión? Fácil, con Morinosuke siempre se terminaba en una discusión, el nivel de temperatura que la discusión alcanzaría sería de acuerdo al tema que estuvieran tratando en ese momento. Se abrió paso rápidamente, esperando llegar antes de que su invitado estrella acabara diciendo algo que no debía, y por la forma en que le palpitaba la vena de la frente sabía que iba a ser en poco tiempo.

—Buenas noches. –saludó brindando con una copa de champagne que había robado de una charola cercana. —Espero que se estén divirtiendo. El clima no podría ser mejor para una velada como esta.

—Una velada magnífica. –dijo el pequeño hombrecito con las luces del techo brillándole en la calva. —Le estaba comentando a Goto–sensei que disfruté enormemente su última obra pero que era una verdadera lástima que no fuera tan popular en América. Las ventas no estuvieron muy bien.

—Las ventas son engañosas, Soshi–san. Aumentamos la publicidad y las ventas han incrementado enormemente. Esperamos un éxito arrasador con "La memoria de los árboles". Si me permite decirlo, creo que es lo mejor que ha escrito nuestro talentoso Morinosuke. –cumplimentó dándole una palmadita en la espalda al susodicho, una acción con doble sentido que servía para decirle que él tampoco estaba a gusto en ese lugar y también que ambos debían de comportarse a la altura del lugar. Era gracias a ese código secreto que habían desarrollado en esos años lo que les permitía decirse tantas cosas con tan pocos sonidos.

—Eso espero. –comentó maliciosamente Soshi–san. En la industria no importaba lo popular que un autor era si éste no reportaba ganancias. Le apretó el brazo a Ranma como para hacer más impersonal el hecho de que prácticamente lo estaba amenazando de sacar su dinero de la compañía.

Ranma escuchó crujir los dientes de Morinosuke en una clara muestra de disgusto. Le volvió a palmear la espalda dándole a entender que él se encargaría de todo. —¿Ha venido sólo Soshi–san? Eso es extraño. –comentó. No era algo extraño ver en ese tipo de fiestas a hombres de edad avanzada con hermosas mujeres, la mayoría de las veces de la mitad de su edad, colgadas de sus brazos; era como una especie de medalla que, según ellos, se habían ganado después de tantos años de trabajar arduamente. ¿Qué importaba la esposa amante y fiel que había estado con ellos en los malos momentos cuando ahora querían disfrutar de su dinero con un modelo más joven?

—Oh, no. –respondió visiblemente orgulloso. —Mizuki–chan debe de estar por aquí. –miró sobre su hombro un par de veces para asegurarse de que ella no se hubiera ido con algún otro hombre.

—Debe de estar encandilada con una cosa brillante. –se mofó Morinosuke con una voz ronca y casi silenciosa.

Al parecer Soshi–san no había escuchado esa despreciativa manera de referirse a su acompañante porque hizo una larga lista de los atributos que poseía la mujer que lo acompañaba, y entre las palabras que uno podía escuchar con más frecuencia eran… Rubia, senos enormes, excelente en la cama, unos labios de no sé qué, las piernas de quién sabe qué diosa y demás sandeces que uno podía encontrar en una película de romance de bajo presupuesto.

—Ah, aquí viene. –comentó igual de alegre. —Mizuki–chan. –canturreó desagradablemente. —Quiero presentarte a unas personas.

Le bambolearon los senos de arriba para abajo, amenazando con salírsele del escotadísimo vestido. No parecía muy inteligente pero por la sonrisa que les dio pudieron ver que no era del todo mala, sólo un poco tonta; y por lo que uno podía ver, su acompañante no le daba mucho más crédito. Era el típico estereotipo de rubia boba que uno esperaba encontrarse en Los Ángeles.

—Encantada. –les saludó efusivamente. —Gracias por invitarme.

—Un gusto. –respondió Ranma con su más encantadora sonrisa. —Tenía mucha razón Soshi–san, es una mujer muy atractiva. –cumplimentó sin quitarle los ojos de encima. Si jugaba bien sus cartas, podría pasar la noche con esa muchacha, que por la forma en que lo veía, parecía sentirse igualmente atraída por él.

—¿Qué les dije? –comentó orgulloso, enlazando su brazo por esa diminuta cintura.

La clarísima muestra de disgusto de Morinosuke se presentó con un resoplido molesto que le hizo bailar los bigotes. Era obvio, por lo menos para todos menos Soshi–san, que "Mizuki–chan" parecía más atraída a los lujos del salón que en su acompañante. De vez en cuando se le notaba fijarse en los anillos que las damas de sociedad, de las pocas que habían sido invitadas, usaban en vez de poner atención en lo que Soshi Yakumo le decía.

— ¿Presumo que la señorita habrá leído mi libro? –preguntó de mala fe Morinosuke, esperando ver cómo es que la habían adiestrado. —Sería un placer para mí poder intercambiar puntos de vista con usted. –agregó maliciosamente, deleitándose con antelación para saber qué respuesta era la que se le había grabado a ese pequeño y hermoso recipiente.

Ranma se mordió la lengua, literalmente, para no soltar un improperio ante la inmisericorde estocada que le había propinado a la joven muchacha. No era su culpa que pensara que con un buen par de tetas podría conseguirse un puesto en el mundo; un lugar en la cama de un viejo ricachón, sí, pero un respetable lugar en el mundo empresarial, era algo más que imposible.

—Oh, no. –contestó Mizuki ligeramente apenada. —Ese tipo de libros no son para personas como yo, apenas y abro la cubierta y caigo dormida. –confesó. —Tendré que confiarme de los comentarios de los demás y decir que es un verdadero gusto poder conocer a alguien tan inteligente como usted.

—Me gusta tu honestidad, niña. –respondió Goto. —Ahora déjame darte un poco de luz en unos cuantos asuntos. –dijo tirando de su brazo, alejándola de Soshi, que los miraba perplejos mientras su acompañante inclinaba obedientemente la cabeza, probablemente tratando de entender a qué se debía ese repentino cambio de humor en el autor.

—Pero qué… –balbuceó él, con las luces titilando en la calva de su cabeza.

—Estoy seguro de que regresaran en un instante. –le aseguró Ranma, esperando que fuera así. Presentía que su viejo amigo estaría convenciéndola de abandonar a ese viejo rabo verde para convencerla de que con un poco de práctica y dedicación podría llegar a ser algo más que una "scort".

—Más le vale. –refunfuñó. —¿Cómo van las ventas del último libro? –preguntó de repente, cambiando a su modo de hombre de negocios, aspecto que le desagradaba a Ranma, por el brillo enfermizo que bailaba en los hundidos ojos del accionista.

—Mejor de lo que creímos. Vamos por la doceava edición y los números siguen creciendo. Esperamos llegar a primer lugar en unos cuantos meses; eso si no sale un nuevo libro de vampiros o magos. –bromeó, o por lo menos eso intentó con ese hombre falto de humor. Las nuevas novelas de ese género parecían acaparar la mente de los jóvenes lectores que se enganchaban con los amores imposibles o las constantes amenazas de muerte. —"La memoria de los árboles" ha recibido excelentes críticas por parte de los más importantes autores contemporáneos.

—¿Qué sucedió con el proyecto de hacerlo una película?

—Creo que llamarle proyecto es un poco apresurado, una posibilidad es la palabra que más se ajusta por el momento. Robert Worst está muy interesado en los trabajos de Goto–sensei, nos ha pedido el nuevo libro y parece que quiere convertirlo en su nuevo trabajo fílmico pero es muy pronto para poder saber si es viable.

—Ya veo. –comentó, pensando que si el dinero invertido en la propaganda sería mucho menor en comparación a sus ingresos después de que se lanzara la novela. —Y la dama, ¿quién es? –preguntó mirando detrás del hombro de Ranma.

Sin saber de su presencia, había estado hablando y hablando sin darse cuenta de que había un tercer integrante en su conversación. Sintió un extraño escalofrío recorrerle la espina, al creer saber de quién se trataba. Ni al tener la certeza de saber de quién estaba hablando podría detener el asombro que lo engulló como un mar embravecido que azotaba fuertemente contra su subconsciente. Ahí, en un sobrio vestido blanco, se encontraba la causa de sus ingestas anormales de alcohol y de sus sueños impropios de un hombre que ya arañaba los 30's.

Una maldita fantasía envuelta en delicada tela blanca.

Los labios pálidos y brillantes le sonrieron y sintió la resolución hacérsele añicos a sus pies.

Esa noche era mágica, prometedora y embriagadora. La emoción le recorrió el cuerpo como una droga que le dormía el pensamiento y le despertaba los sentidos al máximo.

Y de repente, todos sus deseos, esos que guardaba muy dentro (de los que se avergonzaba), salieron disparados como cuando en las películas descorchaban las botellas de champagne y la espuma se escurría a borbotones. Fuegos artificiales se encendieron en su cerebro haciendo que todo pareciera salido de una película, demasiado artificial para considerarlo como parte de su realidad. Se olvidó de quienes eran ellos dos y actuó como si no hubiera consecuencias.

—Ésta… –dijo enlazando su brazo detrás de la espalda de Akane, sintiendo la tersa piel que exponía su vestido, una clara contraposición de lo recatado que resultaba su escote amarrado detrás del cuello. —Ésta, es la señorita Akane Tendo.

—Un placer. –les sonrió. Hizo una pequeña reverencia y por la forma en que la cabeza de Soshi–san se giraba, uno juraba que estaba inclinándose para observarle el trasero.

—El placer es mío. –le respondió, dedicándole una sonrisa lasciva. —Muy hermosa su acompañante, mi estimado Sr. Saotome.

—De hecho, soy la acompañante de Goto–sensei. –intervino ella.

—¿De ese anciano? –preguntó incrédulo, sin darse cuenta de la ceja que Ranma elevaba con absoluta sorpresa al ver que él mismo no se daba cuenta de que estaba haciendo lo mismo con Mizuki–chan.

—Ah, Soshi–dono, estaba buscándolo por todas partes. Estaba discutiendo unas cosas con Byun Tae, ¿sí lo conoce, no? El empresario coreano. Quiere saber su opinión sobre un proyecto de vinos y sé que usted es el más indicado. –de la nada, llegó interrumpiendo un hombre pasado de los cincuenta años, que venía acompañado de quien presuntamente debía ser Byun Tae.

Un malicioso brillo iluminó los ojos de Soshi, cosa que sucedía siempre que tocaban los temas favoritos de aquel hombrecillo calvo. Les dirigió unas cuantas palabras más antes de perderse entre un mar de personas que brindaban y sonreían como en una bonita postal navideña. Todos sonriendo y posando para las cámaras, y casi ninguno de ellos sabiendo que la fiesta no era específicamente para que bebieran gratis, sino para festejar un logro que pocos podían hacer.

—Buenas noches, Ranma. –le saludó ella con su más encantadora sonrisa, esa que parecía llegarle desde el corazón a los labios, y que a Ranma le llegaba desde los ojos hasta la entrepierna. —Luces muy apuesto.

—Tú también, si me permites decirlo.

—¿Por qué no habría de permitírtelo? –preguntó Akane, divertida. —Un halago es algo que muchas personas saben apreciar.

—No pareces del tipo de persona que disfruta mucho de los halagos. Parece como si te estuviera apuntando con una pistola. –comentó, haciendo verbal su impresión. Akane parecía avergonzada y ligeramente incómoda.

—No voy a permitir que su cinismo me estropee la noche. Si me disculpa, Sr. Saotome, tengo que ir con mi cita. –le sonrió nuevamente. Se había molestado por ese inapropiado comentario. ¿No se podía callar y decir que no era nada? ¿Tenía, acaso, una necesidad que lo impulsaba a decir lo menos indicado en un momento incorrecto?

Antes de que su cerebro pudiera reaccionar, su cuerpo la alcanzó. La tomó del brazo, reteniéndola en su lugar. —Lo lamento. Sé que no debí de comportarme así. Le ofrezco una copa como muestra de mi sincera disculpa. –y al parecer, un mesero estaba escuchándolo porque pasó llevando una charola sobre el hombro. —Disculpa. –le tomó un par de copas, ofreciéndosela como un tipo de ofrenda de paz.

—Gracias. –le dio unos sorbitos, disfrutando como las burbujas explotaban en sus labios mucho antes de probarla. Era seca y fría, un excelente reconfortante para su volátil estado de ánimo. —Estoy muy nerviosa. –comentó girando el tallo de la copa entre sus dedos.—Desde que terminé con Kyosuke no he estado en lugares tan concurridos. –se excusó por su anterior desplante.

La sola mención de ese hombre le cayó como una piedra en el estómago. Sabía de la previa relación de Akane, pero el primitivo instinto de posesión le pateó la espinilla con fuerza. Esa noche haría que olvidara ese nombre y el de cualquier hombre que le hubiera podido interesar más que un amigo. Sorbió su copa, pensando en la manera de llevarla hasta su trampa.

Usualmente, las palabras Akane y sexo nunca figurarían en su vocabulario; maldición, era casi como si escribiera mal a propósito. Esa noche le parecían la oración más cuerda y verdadera que hubiera podido concebir. En alguna parte de su mente sabía que lo que estaba pensando era un suicidio moral, sin embargo, la razón había salido por la ventana desde el veinteavo piso cuando la vio parada frente a él con ese recatadamente provocador vestido blanco.

Se guardó la mano que no estaba ocupada con la copa de champagne en el bolsillo del pantalón para resistir la urgencia de recorrer la extensión de piel nívea que se le mostraba. Los hombros descubiertos eran más de lo que podía resistir, más la piel que enseñaba en la parte trasera del vestido era suficiente para mandarlo directo en un viaje sin regreso de lujuria desenfrenada. Lo recatado y modoso de la parte frontal del vestido era una la oposición al escote de la espalda, cuyo principio estaba en el comienzo de sus nalgas.

Se saboreó los labios, como si estuviese lamiendo las gotas de licor de la boca, al imaginarse su lengua recorrerle toda la espalda. Delinear cada vértebra hasta que tatuara su nombre en cada célula de su cuerpo. Sus piernas, recatadamente guardadas en el vestido, las podía imaginar abrazándolo mientras con cada movimiento la hacía gritar extasiada. Le dio un sorbo más a su copa, terminándose esa embriagante bebida que le nublaba aún más la razón y relegaba poco a poco su sentido común y autocontrol.

—Déjame llevarte a un lugar un poco más tranquilo. –le susurró al oído, dejando descansar su mano en la parte baja de su espalda un poco más de tiempo del necesario. Sus dedos se maravillaron con la fría piel que se erizaba bajo su tacto. —La vista desde aquí es espléndida. –estuvo tentado de morderle la oreja pero sólo lograría espantarla. Además de que esa sola acción podría poner en peligro sus avances futuros.

—¿No deberías de estar en la fiesta? –preguntó ella inocentemente, sin darse cuenta del hechizo que poseía sobre ese pobre hombre que se guardaba las manos en el pantalón en ciertos momentos para no tomarla de los brazos y devorársela de un solo bocado desesperado.

—El importante aquí es Morinosuke. Yo sólo sirvo para explicar el por qué es una buena inversión el que compren los derechos del libro para hacerla una película. Si desaparezco un par de horas nadie lo va a notar.

Akane estaba tan embebida en la lujosa atmósfera que los rodeaba como un capullo de glamour que no notó la connotación de deseo que se ocultaba detrás de esos labios húmedos. Se dejó llevar del brazo como un ciego hasta las enormes puertas de madera y cristal que cubrían el interior del frío de la noche. Un escalofrío le recorrió la espalda, sin saber precisamente si era el viento o la intensa mirada con la que Ranma la observaba desde una distancia prudente; como una fiera observando cada mínimo movimiento de su presa antes de atacar.

Se había colocado en las sombras estratégicamente para ocultar su rostro y su penetrante mirada oculta de Akane. Podía disfrutar viéndola detenerse el cabello detrás de la oreja con una mano y con la otra sostener su copa ligeramente llena. Las luces e imágenes que se le estrellaban en el subconsciente le impedían razonar con propiedad, logrando que su razón se perdiera y los sentidos dominaran; combinación en extremo peligrosa tomando en cuenta que el objeto de su deseo estaba al alcance de su mano.

Estiró sus helados dedos, largos y delicados, prestos para acariciar cualquier pedazo de piel que pudiera ofrecérsele y que él, tan agradecidamente, tomaría como una pequeña probada de un manjar tentador puesto a su más mínimo alcance. En el último momento, su cordura tomo las riendas haciendo que sus manos reposaran sobre el frío balcón de piedra en vez de ella, como esa había sido su intención.

—Nunca había asistido a una celebración tan importante. –comentó cuando el silencio empezaba a resultar incómodo. —Creo que he visto a un par de celebridades de la TV rondando uno de los bares.

—Donde hay bebida gratis, nadie se queja. –dijo encogiéndose de hombros.

—Es verdad. –le respondió Akane con cierta ansiedad por no saber cómo terminar con ese incómodo momento que estaban viviendo. Ranma parecía una persona completamente diferente.

—Muchacho. En verdad que eras tú. Juraría que estaba viendo mal porque no te reconocí sin la trenza. –dijo un anciano dándole una amistosa palmada en el brazo.

—Sí, creí que ya era hora de un cambio. –contestó pasando sus dedos por su recién cortado cabello. Había sido como una especie de catarsis para él.

—Es verdad. –dijo Akane llevándose la mano a la boca, profundamente sorprendida. —En verdad que te ves mucho mejor.

—Gracias.

—Oye, Ranma, hijo, detesto arruinar tu momento pero Morinosuke se encontró con aquel crítico que dijo que le había faltado vida a una de sus novelas y creo que sabes tan bien como yo que no se va a medir para decirle qué es lo que piensa.

—¿Quién carajos lo invitó? –gruñó molesto.

—Quien haya sido sólo quería que esto pasara.

—Iré de inmediato. Discúlpame. –se dirigió a Akane.

—Adelante, por favor.

Cuando por fin estuvo sola tuvo tiempo para calmar esos nervios que habían estado molestándola desde que había sentido esa tibia palma contra ella. Habían pasado ya varios años desde que el contacto humano no figuraba en su lista de sucesos cotidianos pero hacían muchos más desde que su corazón no golpeaba tan ruidosamente ante la expectativa de un nuevo amante.

Caminó rápidamente hasta uno de los bares, tratando de escapar de su penosa situación. Esa extraña sensación que le era ajena. Aunque era una ilusión, aún podía oler la exótica colonia que Ranma estaba usando. Se aferró fuertemente a la barra y trató de ordenar sus pensamientos que parecían tener vida y libido propio.

—¿Puedo ofrecerle algo? –dijo la persona detrás de la barra.

La perpetua sonrisa en el rostro del joven barman le daba a entender a sus clientes que estaba para servirlos, claro que el servicio mejoraría grandemente si es que caían buenas propinas en sus manos. Había tomado ese cansino trabajo con la esperanza de que en alguno de esos importantes eventos uno de los asistentes tomara interés en su persona y lo invitara esa noche a compartir algo más que una sonrisa y lo tomara como su protegido.

Acepto gustosa la copa de talle extendido para entretener sus manos en algo en vez de temblar nerviosamente. Algo en la colonia de ese hombre parecía despertar sentimientos que, pensaba, habían muerto bastante tiempo atrás. Pareciera que una nueva pubertad empezaba a florecer, cosa que no le molestaba; era con quién despertaba lo que realmente la enfermaba. Un nuevo escalofrío recorrió su cuerpo.

Sintió su presencia mucho antes de que sus ojos lo encontraran mirándola fijamente en el espejo. Una poderosa fuerza casi sobrenatural lo estaba envolviendo haciendo que cada fibra de su cuerpo reaccionara ante su sola persona.

Le sonrió a través del espejo, levantando su copa brindando para ambos. Estaba parado a su lado dominándola con su estatura.

—No lo hagas. –demandó con cierta amenaza tiñendo su voz.

—¿A qué te refieres?

—No te hagas la tonta. –no se había movido ni un milímetro de su lugar pero su presencia parecía haber aumentado increíblemente, abarcándolo todo. Devorándola.

Akane lo miró tratando de mantener su mirada fija en la de él. Se regañaba gravemente al siquiera atreverse a imaginar a qué sabrían esos labios o cómo es que se sentirían esas manos. Se aferró al helado mármol esperando controlar el deseo que sentía comenzar en la parte más baja de su estómago.

—No actúes de esa manera como si desearas seducir al mundo entero con esos inocentes encantos. Estás en un lugar rodeado de hombres cuyo propósito sería, dadas las circunstancias, el acorralarte en un lugar oscuro y corromper esa aura tan falsa de inocencia que desprendes.

—¿Todos los hombres? –le incitó. Había dado un enorme paso en falso; uno que probablemente la llevaría a un precio de frustración sexual del cual estaba segura no saldría ilesa. Su orgullo y amor propio estaban en juego. Ese enorme paso no hubiera sido posible sin el etílico valor que ahora estaba transitándole el torrente sanguíneo, el mismo que muchas veces había causado que más de uno cometiera una estupidez.

Ranma se congeló ante ese inesperado avance de parte de ella. Parecía que una parte de su antiguo yo regresaba para retomar el control de cuerpo y mente. Ese pequeño chispazo de razonamiento se extinguió como una vela en una tormenta. Una maliciosa luz iluminó sus ojos dándole un aspecto metálico y depredador.

—Creo que ya conoces la respuesta. –se colocó detrás de ella, lo suficientemente cerca para acariciarle el cuello con su respiración. La sintió tensarse inmediatamente cuando estuvo detrás de ella. Colocó ambas manos en la barra, aprisionándola entre su cuerpo y el frío mármol. —¿O, quieres averiguarlo? –dijo provocándola.

Akane se miraba al espejo sin verse en realidad, estando demasiado nerviosa y excitada como para poder ver que no estaban en un lugar en el que ambos pudieran expresar sus deseos libremente.

—Ranma. –le llamaron de cerca, sacándolos de ese trance en el que parecían estar atrapados.

La mueca de desagrado le duró un segundo, momento en el que recordó por qué era que odiaba tanto acudir a las fiestas. Resopló, resignándose a tener que pasar varios minutos junto a un inversionista o un compañero editor. Había estado pasando su tiempo tan deliciosamente que ganas no le faltaban de mandar al diablo todo, tomarla de la mano, arrastrarla del salón y llevarla hasta su habitación.

Rechazó esos peligrosos y tentadores pensamientos y se giró para encarar a su invitado, claro, no sin antes decirle al oído a Akane que las cosas distaban mucho de acabar. —Oh, Touhjo–san, no pensé encontrarle aquí ésta noche.

—¿Por qué no habría de venir? –dijo con cierto deje de burla. —Morinosuke es uno de mis mejores amigos.

—Entonces deje que lo lleve con él, a ver si usted puede evitar que se meta en problemas con la persona equivocada cuando no estoy junto a él. Caminó junto a su nuevo acompañante, sorteando todo tipo de obstáculos que el alcohol pudiera crear. No estando muy lejos, miró sobre su hombro el espejo.

No, las cosas apenas empezaban.


Cada molécula del cuerpo de Akane se mantenía en alerta, como preparándose para escapar a toda velocidad. En cuanto dejó de sentir esa poderosa presencia detrás suyo, su cuerpo se relajó casi instantáneamente. Fue tal la magnitud de su alivio que tuvo que sostenerse de la barra para aguantar su propio peso. Un intenso calor e incomodidad empezaban a llenarla.

—¿Te encuentras bien? –le preguntó Morinosuke, que recién se libraba de Touhjo, que a pesar de ser uno de los pocos amigos que tenía también era un necio sin remedio. —Estás muy roja. ¿Segura que te encuentras bien? Puedes subir a la habitación que me reservaron para que descanses

Los pecaminosos pensamientos que la rondaban mentalmente sólo habían servido para acelerar su pulso y enrojecer aún más su rostro. Cualquiera que hubiera sabido que era lo que pensaba seguramente creería que no era nada propio de una dama.

Años de abstinencia embotellada amenazaban con explotar esa misma noche a la menor provocación de cierto hombre.

—Creo que he bebido un poco más de la cuenta. –se excusó avergonzada. —No es nada de qué preocuparse. –acomodándose el vestido se alejó de bar.

—¿Qué sucede aquí? ¿No estás lo suficientemente grande como para ser su bisabuelo? –se burló Ranma, caminando a su encuentro con las manos metidas descuidadamente en los bolsillos.

Morinosuke le reprimió largamente, recordándole que en algunos años él también sería un anciano y que seguramente no le gustaría que un muchacho insolente le faltara al respeto. A lo cual, Ranma le contestó que él no sería un viejo amargado que se molestaba con quien fuera sólo porque las cosas no se hacían como quería.

Akane los miraba discutir en medio de una fiesta tan importante, tratando de unir a ese sensual ser que minutos antes le había hecho sentir tantas cosas que ella no sabía controlar. Aún podía sentir un ligero cosquilleo en la base del cuello, justo en donde su respiración la había acariciado, y él ahora estaba actuando como una persona completamente diferente.

Las horas pasaron y con ellas la idea de que Ranma en algún momento de la velada le había dado falsas esperanzas.

Como acompañante de Morinosuke, era presentada e invitada a las sofisticadas, y mayormente aburridas, conversaciones. De vez en cuando era Morinosuke el que se le recargaba cansadamente del brazo, alegando que no estaba de humor para soportar otra conversación como esa.

—Lamento que tengas que ser la enfermera de éste viejo. –le comentó respirando un poco agitado por haber bailado con ella una pieza especialmente larga. Lo que fuera necesario para que el tiempo no transcurriera tan lento.

—Eso no es verdad, usted aún es joven. Además es un verdadero honor poder compartir un poco de su logro, aunque sólo sea por esta noche.

—Eso dices ahora. Creo que ya no puedo seguir así. La cabeza me está matando.

—¿Quiere que vayamos a descansar?

—Ésta es una fiesta y tú deberías de disfrutarla.

—Preferiría quedarme con usted.

—Tonterías. –buscó con la mirada entre la multitud. —Espera un momento. –le dio una paternal palmadita en la mano antes de dirigirse hasta un amplio grupo de gente.

Confundida e intrigada, Akane lo siguió con la mirada, preguntándose qué era lo que pretendía hacer. Grande fue su sorpresa al tocarle el hombro a uno de los caballeros, quien curiosamente había resultado ser nadie más que Ranma, con quien intercambió un par de palabras. Ambos hombres se excusaron de las demás personas y caminaron hasta donde estaba ella.

—Morinosuke me dice que está un poco cansado; lo llevaré hasta su habitación y regreso enseguida. Confío en que sabrás cuidarte en lo que regreso.

Akane bullía de enojo.

Ella había sido criada en un Dojo, por todos los cielos. No se necesitaba de mucha destreza o fuerza para alejar a uno que otro hombre bebido. Debía guardar su mordaz e igualmente inapropiada respuesta para no hacer perder cara a ese homenajeado autor.

—Ya le he dicho que te trate bien. –comentó Morinosuke. —Si intenta propasarse, grita.

—Créeme que no está en mis planes tener algo que ver con ella.

Embustero y aprovechado.–pensó enfurecida después de esos descarados previos avances de unas cuantas horas atrás.

Les vio desaparecer entre la multitud, confundiéndose sus chaquetas con la de los demás asistentes.

Se refugió en uno de los balcones cercanos con la esperanza de así poder pasar desapercibida, así por lo menos estaría lejos de esa multitud de extraños. Esperaba que con un poco de silencio a su alrededor pudiera entender el porqué de ese comentario, y también por qué es que se había mantenido callada cuando claramente había sido una ofensa.

El tambaleante caminar de alguien que ha bebido muchísimo más después de decir el típico es el último y el reconocible olor acre del alcohol le dijeron en un instante que su deseo de evadir a las personas impertinentes distaba mucho de volverse realidad. La idea de compartir unos momentos con alguien en ese estado no estaba entre sus prioridades.

Intentó escabullirse entre las sombras, procurando pasar desapercibida para poder escapar de ese alcoholizado hombre y regresar a una fiesta llena hasta reventar de personas en el mismo estado, pero por lo menos no estaría sola en un lugar oscuro en el que cosas malas podrían pasar.

Estaba a escasos pasos de su salvación, la puerta divisoria. Podía saborear su victoria, una dulce y burbujeante victoria que había desaparecido con la misma rapidez con la que nació al verse descubierta por él. Sus ojos, ligeramente humedecidos y vidriosos, se fijaron en ella y en sus labios apareció una sonrisa. Caminó hasta ella, guiándose por el alto barandal, excusándose por su comportamiento. Su rostro delicado, y un tanto femenino, era considerado más como bonito y no apuesto, como debería de suceder con los hombres.

—Perdón. Tuve que salir a tomar un poco de aire fresco, allá adentro me mareo.

—Creo que ya somos dos. –comentó Akane, pensando que se vería increíblemente rudo el que regresara a la fiesta justo ahora.

—Si quieres me puedo ir a otro balcón si te molesto. –insinuó él al darse cuenta de que la mirada de Akane vacilaba entre él y la puerta semi cerrada.

—Perdón. Es sólo que creí ver a alguien.

—¿Así que viene acompañada, eh?

—Así es. Goto–sensei fue el que me invitó.

—Vaya. –exclamó verdaderamente asombrado. No era algo común que ese viejo agrio estuviera ligado con alguien que no fuera su joven editor. —Es un excelente autor.

—No he tenido oportunidad de leer nada de él.

—Oh, yo sólo lo hice porque mi manager me dijo que lo hiciera. Ya sabes, no hay que parecer estúpido frente a las cámaras.

Fue en ese preciso momento en que todo tuvo sentido de nuevo. Akane sabía que ese joven hombre le era conocido, sin embargo, no podía ubicarlo en ningún lado.

Era Ray Takeshi, el nuevo actor de televisión que había tomado a Japón por sorpresa con su mezcla asiática–europea. Ojos verdes, cabello oscuro y la sonrisa de un millón de dólares.

—Parece que ya me has reconocido. –comentó ligeramente divertido.

—Perdón, no acostumbro ver la televisión de no ser por el noticiero.

—Entonces es de suponerse que no supieras quien soy. La única manera en que yo pudiera aparecer ahí sería creando un escándalo o muriendo.

—Tu última novela fue muy promocionada. –dijo Akane.

—Sólo porque mi manager les dio una buena suma de dinero y una foto autografiada para la hija del director de la cadena, aunque Dios sólo sabe si es verdad.

—Ya veo.

—¿Pero qué se le va a hacer? Así es el negocio. Un día te acuestas con una directora y al siguiente ya tienes un guión con tu nombre escrito en él.

Fue un pensamiento que le duró un máximo de tres segundos el que Akane tuvo una vez que unió la propuesta de hacer un filme con el libro de Morinosuke con lo que Ray, un actor reconocido, le acababa de decir. Sin embargo, él entendió perfectamente.

—Oh, por Dios, no. –gritó alarmado. —Soy sólo un invitado nada más. Necesito que me vean los periodistas. Los ancianos no son mi tipo. Si hubiera que escoger a uno de los presentes, creo que sería ese empresario coreano que han invitado o sino a ese apuesto y joven editor de Morinosuke–sensei.

Hasta los oídos de Akane habían llegado los, usualmente, mal intencionados rumores que circulaban entre las clientas de su local que comentaban lo que T.V Tokio decía de Ray Takeshi y el nuevo dueño de la creciente compañía telefónica. Aunque pensar que ese atractivo hombre pudiera desear a Ranma sí era una sorpresa.

—Creo que he dicho algo completamente inapropiado y una indiscreción. Te ruego que no le digas a nadie lo que he dicho. Ya puedo imaginarme que diría Ryuichi–san, mi manager, si la prensa se entera de esto.

—No tengo idea de qué es de lo que hablas. –le guiñó el ojo con complicidad. —Será mejor que dejes el champagne y no te quedes con mujeres demasiado tiempo. No tienes idea de las mañas que tenemos para enterarnos de algo que nos llega a interesar.

—Entonces creo que no debo de quedarme mucho tiempo contigo. –bromeó, golpeándose ligeramente la punta de la nariz con el dedo.

—No hay por qué preocuparse; soy la excepción a la regla.

—Es bueno saberlo, señorita…

—Akane. –dijo sin pensar que le estaba dando su nombre y no su apellido como era costumbre.

—Bonito nombre.

—Gracias.

—No quiero sonar grosero pero creo que ya es hora de partir. No quiero ni ver a esos fotógrafos que sólo esperan que haga o diga una estupidez, y por cómo van las cosas, creo que les daré un buen espectáculo.

—En lo absoluto. Fue un placer conocerte.

—El gusto es mío. Mira, si quieres boletos para la premier de la película sólo llama a mi manager y di que yo te las ofrecí. –le tendió un rectangulito de papel con el nombre de la empresa para la que trabajaba escrito con enormes letras negras.

—Te lo agradezco, sin embargo tengo que decir no. No me gustan mucho los lugares muy concurridos. Esto es sólo un favor que me pidió Morinosuke–sensei. –se apresuró a agregar al ver la irónica mirada que éste le dedicaba.

—Ya veo. Entonces, adieu. –hizo una pequeña reverencia que contrastaba enormemente con la sardónica sonrisa en sus labios que parecía dividirle el rostro en dos, mostrando un par de hileras de perlados dientes que sólo las personas que del medio artístico se podían costear.

Era obvio que uno culparía más al alcohol que a la propia torpeza por el humillante tropiezo que había tenido al dar un paso hacia adelante con la intención que reincorporarse a la fiesta para mandar llamar a su chofer y que éste estuviera preparado en la entrada de servicio para llevarlo directo al hotel que le había reservado la compañía.

Lo que debió de haber sido una segura y sonora caída fue amortiguada por los brazos de Akane, que por mero instinto los había extendido, cargando de golpe con todo el peso de ese hombre.

—Lo lamento mucho, ¿te encuentras bien? –preguntó al tiempo en que se reincorporaba, sonriendo débilmente.

—Eres más pesado de lo que pareces. –comentó sin pensar en lo que decía.

—Eso he escuchado.

—Será mejor que te acompañe a tu carro; no queremos que otro accidente así suceda.

—Eres sumamente amable, querida. –le respondió Ray Takeshi, con esa mirada de medio lado con la que siempre conquistaba a la protagonista, haciendo amague de besarle la mejilla. —Pero creo que sería mejor que no lo hicieras. Hay personas que dan mucho miedo. –se burló. Caminó hasta la puerta dejándole una ligera sonrisa como despedida.

Akane, sin saber a qué era a lo que se refería con ese tipo de comentarios, lo siguió con la mirada.

Atónita, comprendió a lo que se refería.

—Buenas noches. –saludó. —Fue un excelente lanzamiento y espero que tengan el éxito que se merecen. Por favor, dale mis felicitaciones a Goto–sensei.

—Gracias por venir. Yo le diré que lo has mandado felicitar.

—Akane, considera mi petición como un favor también, si fueras tan amable. –le guiñó el ojo.

—Vaya, ¿pero de qué favores es merecedor, Takeshi-san? –preguntó con fingida inocencia. —Habrá de perdonarme pero soy terriblemente curioso.

—Ninguno en especial. Solamente le decía a Akane que si quería asistir a la premier de mi nueva película.

—No sé si podamos. Si hay la mínima posibilidad de acudir, yo le llamaré. –su sonrisa parecía que podía llegar a ser la que una víbora le haría a su inocente presa al tenerla ya acorralada. Claro, si es que las víboras tuvieran labios y pensaran en satisfacer su humor antes que su apetito.

—Eso espero. Adiós.

Fueron poquísimos los segundos que tuvieron para poder verlo como se adentraba a ese glamoroso mundo en el que las marcas como Gucci, Fendi, Ferrari, Rolex, Armani y Chanel eran cosas corrientes.

—Nunca pensé que fueras de las que se derretían por una cara bonita y un papel protagónico. Yo que pensaba que eras un poco más seria. –dio un silbido bajo a modo de burla.

—No te he dado ningún derecho a que pienses en mí de ninguna forma, y agradecería que guardaras tus desagradables comentarios para alguien que quiera oírlos. Si me disculpas. –caminó un par de metros con paso firme hasta que un fuerte agarre la mantuvo en su lugar.

—No creas que será tan fácil. –apretó un poco más su brazo, indicándole que sus palabras no serían tomadas a broma.

—Suéltame o grito. –amenazó manteniendo la mirada fija en la pared de enfrente.

—No hasta que esté satisfecho con su respuesta… –se colocó detrás de ella, doblándole el brazo dolorosamente. —y créeme que te conviene complacerme con una respuesta convincente. –le susurró al oído.—¿Qué es lo que tienes con ese actorsucho?

Su cuerpo, instintivamente, se erizó al escuchar su voz mandando vibraciones por toda su piel.

—Es cosa que no te importa. –siseó enfurecida. Los movimientos que trataba para liberarse eran en vano. ¿Quién hubiera pensado que él, que parecía tan delgado, poseyera semejante fuerza?

—Pórtate como una buena niña. –le besó la base del cuello y apretó un poco más. —¿Qué es lo que te traes?

Las acciones entre sí no tenían nada de coherencia. Por un lado la besaba delicadamente, casi de manera imperceptible, y por el otro lado le doblaba el brazo a manera de evitar que escapara mientras que con el dedo pulgar jugaba dibujando trazos en su muñeca. Akane quería abofetearlo y besarlo al mismo tiempo. Oh, que complicado resultaba el ser humano.

—Es la primera vez que lo veo. Ray y yo no tenemos absolutamente nada que ver. –cedió, esperando zafarse de ese agarre de acero y entonces tomar una decisión, si asaltar esos presuntuosos labios o golpear ese atractivo rostro hasta dejarlo morado.

—¿Ray, huh? –repitió. Su fuerza no disminuyó pero sus caricias pararon. —Ya lo llamas sin honoríficos y para llamarme por mí nombre te tardaste tanto tiempo. –bromeó disgustado. —Parece que te gusta.

—Ya te dije que eso no te importa.

—Al contrario. –ronroneó, hablando tan cerca que sus labios sentían el frío metal de los aretes de Akane. —Me importa, y mucho.

—¿Qué significa eso? –preguntó ella indignada. Dio un fuerte tirón de su brazo pero Ranma la mantuvo en su lugar, ahora sosteniéndola de ambos brazos.

Parecía que en el interior de Ranma se estaba llevando una épica batalla entre lo que quería hacer y lo que debía hacer. Hubo un momento de incertidumbre en el que la duda casi podía verse brillar en sus ojos que tomaban el frío color de la niebla matutina. Tomada la decisión, la guió del brazo hasta el salón donde estaban todos los demás, como una forma de verse obligado a mantener las manos donde debía.

—Te hice una pregunta. –siseó con ira dejando que la llevara de la mano como a una niña.

Se detuvo dando un profundo suspiro manteniendo una sonrisa en los labios el tiempo suficiente para que los que se dieron cuenta de su regreso no sospecharan. —La cual será respondida a su debido tiempo. –respondió con calma a pesar de que la frialdad que envolvía esas palabras era más que palpable.

—¿Y cuándo será eso? –sorprendida se daba cuenta de que su enojo desaparecía poco a poco dando lugar a una nueva y para nada desagradable sensación de nerviosismo y expectativa de ver nuevamente el lugar en donde había sentido su aliento en el cuello.

—Créeme, lo vas a saber. Ahora quita esa mueca de desagrado y disfruta la fiesta, o por lo menos finge porque la gente puede estar viéndonos y no hay razón para darles de qué hablar. –le dio un tirón a su brazo haciendo que ella diera un traspiés quedando su corazón a poco centímetros del de él.

Akane deseaba que su ira regresara para que entonces él no sintiera los golpes dolorosos que su corazón estaba haciendo en ese momento. Quería que sus puños se crisparan, que sus labios tiraran hacia abajo en una mueca, que su corazón latiera lleno de furia pero no era así; había caído nuevamente en la trampa.

La banda empezó a tocar la delicada melodía de "The Way we Were" de Barbra Streisand. La voz aterciopelada y melosa de la cantante era bonita más no podía compararse con esa potencia y poder que Barbra le ponía, sin embargo, lo hacía bastante bien. Ranma la apretó contra él, tomando su mano entre la suya y abrazándola con la otra iniciando ese lento baile que parecía querer encender una llama dentro de ellos.

—Mucho mejor. –dijo inclinándose ligeramente para que sus labios quedaran cerca de su oído. —Ahora dime qué es lo que ha pasado entre ustedes dos, y no quiero que me mientas porque créeme, lo sabré.

—No ha habido nada.

—Tsk, tsk… –chasqueó la lengua negando al mismo tiempo con la cabeza. Akane giró cuando Ranma le indicó la mano. —Lo que yo vi fue un beso, y no podrás decirme que es un comportamiento normal, por lo menos no aquí en Japón.

—Él es mitad europeo por todos los cielos.

—Es un hombre mitad europeo. –le respondió con énfasis en la palabra hombre cómo si por alguna estúpida razón Akane no lo supiera.

—Es gay. –dijo en voz baja para que nadie más la escuchara.

—Y yo soy la reina de Inglaterra.

Ignoró ese comentario y continuó bailando. —No sé porque tengo que darte explicaciones.

—Ambos sabemos que no quieres que malinterprete. –susurró en su oído olvidando que momentos antes había estado casi furioso con ella.

—Yo… yo no sé de qué hablas. –si antes no había sentido ese apresurado golpeteo contra él, ahora sí no había forma en que no lo sintiera.

—Dije que no quería que me mintieras. –con una maniobra logró que ella descansara su cabeza en su hombro mientras aún bailaban.

—No debería de importarte. –se quejó.

—Así es, no debería pero por alguna razón no es así. Eres la culpable de mis desvelos y disgustos. ¿Vienes con ese vestido para provocarme y esperas que no reaccione? Soy un hombre, Akane, uno que podía hacerte aprovecharse de la ocasión si es que así lo deseo.

—Yo no lo escogí por eso. –podía sentir el calor que Ranma producía aún a través de su smoking que se mezclaba con el suyo.

—Sabes que eso no es verdad. O, ¿quieres decirme que escogiste uno y coincidentemente era uno del tipo provocador?

—No tengo por qué responder a semejante acusación.

—Si no me deseas responder, adelante. Después de todo sé que tengo toda la razón.

—Idiota.

—Provocadora.

—Ya dije que no fue así. –contestó ásperamente, perdiendo la poca paciencia que poseía.

—Sabes, eres el peor tipo de mujer que existe. Las que incitan a los hombres y después fingen ser muy inocentes.

—¿Y qué si lo soy? –espetó sin meditar las palabras antes de que salieran de su boca.

—Que un día te vas a encontrar a un hombre que decida aprovecharse de la oportunidad.

—Tal vez eso es lo que busco. –y de nueva cuenta, su volátil temperamento se llevó lo mejor de su sentido común, dejándola en una situación extremadamente peligrosa, como si viera dentro la garganta de un tigre.

—Entonces ésta es tu noche de suerte. –le respondió al devorársela con la mirada.

Akane quiso preguntar a qué era a lo que se refería pero en una vuelta se vio súbitamente besada por un par de labios ansiosos que mordían, lamían, empujaban y tiraban sin tregua.

Sus pequeños puños le golpearon el pecho con toda la fuerza que los años de intenso entrenamiento de artes marciales le había dado, desafortunadamente esa pared de huesos y músculos parecía no sentir sus embates.

Todo hombre tiene cierto grado de paciencia en el que puede soportar ciertas cosas y a Ranma parecía que se le había acabado ni bien había llegado a la fiesta; así que era más que obvio que los constantes golpeteos de ella no iban a ser soportados por mucho más tiempo. La rodeó con los brazos, apretando los de ella contra su pecho y continuó bailando como si nada de lo que estaba pasando fuera inapropiado.

Dando por terminados los juegos de niños, decidió madurar un poco más su encuentro con ella. Las manos vagaron un poco más hacia el sur donde geográficamente hacía más calor; los besos se volvieron más exigentes y los pensamientos se fueron distorsionando. Corrió el riesgo de que si ella quería, podía arrancarle la lengua de un mordisco cuando le cambió de nacionalidad al beso volviéndolo en un habitante más de la hermosa Francia.

El único lugar en donde lo mordió fue en el labio inferior.

Pudo haberlo lastimado.

No lo hizo.

Esa certeza servía de bálsamo para su herido orgullo que se había fracturado tantas veces en toda su vida. Aunque también, esa certeza era el aliciente que precisaba para que su libido incrementara, aunque en realidad no se necesitaba demasiado estímulo externo cuando sus manos estaban rozando la piel de una mujer que solamente en sus sueños había podido tocar.

Los puños que lo empujaban con firmeza, ahora lo atraían, tomándolo de las solapas de su smoking.

—Atrevido. –atinó a decir Akane respirando entrecortadamente delineándose los labios con el dedo índice, esperando que el labial no se le hubiera corrido por toda la boca.

—Tranquila, no se te ha arruinado el maquillaje. Supongo que habrás tenido la precaución de haber comprado del indeleble. –comentó con cierta arrogancia. —Es una verdadera suerte porque esta noche tengo planeado hacer muchas cosas más además de besarte. –dijo con un sensual susurro.

La respiración agitada y caliente de Ranma mandó corrientes eléctricas por todo su cuerpo pero en especial a su centro, en donde poco a poco sentía que se estaba preparando para esa noche.

—Cómo… cómo si fuera a permitírselo.

—Querida, –le dijo Ranma con un tono amenazante. —no es cuestión de permisos. Voy a hacerlo y te va a gustar. —un malicioso brillo en sus ojos parecía invitarla a que se resistiera, que lo obligara a tomar una decisión, que tan sólo diera un paso hacia atrás para dar por comenzada la caza.

—Gritaré. –amenazó Akane.

—Adelante. –le retó.

—Juro que me iré si sigues así.

—Quiero verte intentándolo. –se burló sin una pizca de vergüenza. —Ambos sabemos que no harás nada parecido.

—¿Entonces qué se supone que tengo hacer? –preguntó cuándo no tuvo una respuesta convincente para esa acusación y conteniendo esa curiosidad que ya rallaba en la locura.

—Así me gusta. –sonrió lleno de confianza. —Primero me vas a acompañar a despedirme de todos los amables invitados y sonreirás encantadoramente. Aprovecha ese encanto. Después… bueno, ya veremos qué pasa.

Y tal como Ranma lo había previsto, ella lo acompañó de grupo en grupo contestando con monosílabos las preguntas que se le hacían por pura cortesía. Excusándose él por tener que dejarlos pero su acompañante estaba un poco indispuesta.

—Espero que se encuentre mejor señorita. –le dijo la esposa, la única sorpresivamente, de uno de los productores cinematográfico. Señor Saotome, esperamos poder verle antes de regresar a Miami. –era casi imperceptible el ligero acento texano que llevaba su impecable japonés.

—Sería mi placer. Ahora si nos disculpan. –se despidió entre corteses sonrisas, reverencias y promesas de nuevos encuentros sin fecha definida.

Akane le seguía guiada por una especie de ciega devoción por saber qué era lo que escondía esos ojos tan fríos como el acero que parecían calentarle el alma, irónicamente.

El corazón le dio un violento vuelco cuando se vio delante de las puertas doradas del elevador que los conduciría a una habitación previamente reservada, a pesar de que ese no había sido su propósito cuando lo hizo. Se abrieron con el característico ding.

—Lo lamento, está lleno. –mintió Ranma a uno de los pocos invitados que quedaban.

—Eso no fue muy educado. —le riño Akane tratando de mantener una conversación con la esperanza de retrasar un poco lo inevitable.

—¿En verdad crees que se va a acordar? –preguntó con verdadera incredulidad.

—Tienes razón. –aceptó al ver que dicho invitado se encogía de hombros y regresaba, escaneando la habitación para poder encontrar a uno de esos serviciales meseros que llevaban copas llenas de burbujeante alcohol.

—Y… ¿en qué nos quedamos? –una diabólica sonrisa le dividió el pétreo rostro.

Las heladas paredes de metal la golpearon con una fuerza suficiente para que sus labios pronunciaran un doloroso quejido. Lo único que escapó de su entreabierta boca no fue más que un gemido ardoroso que fue devorado con ansias por una boca hambrienta que la exploraba.

Akane apretó sus palmas contra la espalda de Ranma atrayéndolo más a su ansiosa boca que respondía con igual avidez. Ambos respiraban con rapidez sin querer pararse a recuperar la respiración, demasiado ocupados en tocar cualquier pedazo de piel que pudiera estar a su disposición. Ranma tenía mucho mayor acceso a la tibia piel de Akane, rodeando sus caderas con las manos justo donde comenzaban las redondeces de su cuerpo. Akane prácticamente le arrancó la camisa de dentro de los pantalones y deslizó las manos por debajo sintiendo los crespos vellos de su estómago que trazaban una irregular línea hacia sus partes más delicadas.

—Ranma, detente. –logró articular entrecortadamente cuando en momento de claridad se dio cuenta de que esas inquietas manos ya no descansaban en sus caderas sino que apretaban, no tan delicadamente, sus nalgas.

—Dije que yo no iba a pedir permiso. –respondió robándole otro beso más, mucho más casto y delicado de los que le había estado propinando. —Ahora cállate.

Se apretó con fuerza contra ella, dejando ningún lugar a dudas sobre cuáles eran sus intenciones y qué planes tenía para con ella cuando dejó sentir su creciente erección contra los apretados muslos de Akane.

Cualquier vestigio de razón en los dos fue borrado de un plumazo cuando sus labios se encontraron por enésima vez esa noche. Las manos, los labios, los murmullos incoherentes, los pensamientos, los roces, las incontables veces en las que sus ojos entreabiertos se encontraron; todo evidenciaba que ambos estaban dispuestos a abandonar cualquier pudor o decencia que pudiera detenerlos en su constante búsqueda del éxtasis.

—Espero no te arrepientas de nada. –musitó cerca de su oído alternando sus palabras con agitadas y profundas respiraciones

Un beso en el pequeño pedazo de piel detrás de su oreja, un mordisco delicado y juguetón en el comienzo del cuello, la punta de la lengua retozando perezosamente en algún punto indefinido. Miles de pequeños gestos y delicadas caricias que amenazaban con mandar a ambos en un viaje de fantasioso placer.

—Las cámaras. –intervino ella, tratando de juntar la suficiente fuerza de voluntad para alejarlo de sus brazos y de sus labios.

—No te preocupes, que ya hemos llegado. –bajo sus pies el suelo vibró ligerísimamente. Las puertas del elevador se abrieron, ambos recompusieron sus ropas por si algún huésped salía de sus habitaciones y veía las evidentes muestras de sus previos actos, como sus cabellos desordenados y sus sonrosadas mejillas.

A paso rápido se dirigieron hasta su habitación entre risas mal escondidas y vistazos sobre sus hombros esperando encontrar a algún curioso que presintiera de sus próximos movimientos. La emoción y curiosidad jugaban un papel muy importante en sus acciones de esa noche.

La puerta se cerró detrás de ellos con un sonoro golpe que poco importaba cuando lo que sucedía detrás de ella era muchísimo más importante y divertido que el silencioso pasillo que dividía ese piso. La alfombra purpúrea había escuchado y sentido los pies de millones de huéspedes pero para esos dos, parecía que la habían hecho con el solo propósito de que sus pasos fueran silenciados.

Las caricias se volvieron más bruscas conforme se acercaban a la mitad de la habitación, logrando no tropezar milagrosamente con ninguno de los muebles que parecían querer darle a la estancia un toque más hogareño o práctico, según el ojo que lo viera.

Teniéndola entre sus brazos podía notar lo agitado que su corazón estaba, más no tanto como el propio que parecía correr una maratón. Le apretó el trasero y se ganó un ligero gemido de inconformidad al encontrar ese toque demasiado brusco para lo que ella esperaba después de una época de sequía sexual y amorosa. A decir verdad, ni ella misma sabía qué era lo que quería, o tan siquiera esperaba, de un encuentro de una noche con alguien que, si fuera por ella, no volvería a ver nunca más.

—Espero que no te estés arrepintiendo ahora –le comentó con cierta pesadumbre en la voz. Dejó que su boca reposara inquieta en la base de su cuello respirando tan profundamente que los cabellos que se habían escapado de su peinado revoloteaban con cierta violencia.

—Sí… No… No lo sé. –se deshizo de su abrazo y rodeó su cuerpo con sus brazos, como si se estuviese resguardando de un frío imaginario que parecía acogerla desde dentro encogiendo su corazón y despertando abruptamente sus sentimientos que habían permanecido adormecidos desde ese fatídico día en que supo que Kyosuke no era un hombre libre.

Ranma decidió que la mejor manera en la que podía actuar era asegurarle que esa noche sería especial a pesar de que sólo fuera por unas cuantas horas. La rodeó con delicadeza para no asustarla y dejó que su cabeza descansara en la coronilla de Akane. Permaneció en esa posición el tiempo que le tomó a Akane descansar su cabeza en su pecho con cierto nerviosismo.

La sintió relajarse minutos después.

Las ganas de poseerla no desaparecieron ni disminuyeron así que pronto se encontró besando delicadamente su cabello bajando hasta tocar su cuello mordisqueando el nudo que evitaba que el vestido cayera a sus pies. Sintió como Akane trataba de contener, pobremente, un escalofrío y supo que esa era su señal para continuar con sus atenciones.

Le dio un tiró a una de las dos tiras que mantenía el vestido en su lugar y éste cayó con un silencioso golpe, dejando a Akane más vulnerable que nunca. Un nuevo temblor en su cuerpo le dio la pausa que ella necesitaba para ajustarse a su nuevo estado de desnudez.

—No pensé que fueras de las que usaba encaje. –dijo Ranma seriamente al ver la tanga que llevaba de color marfil.

Akane se llevó las manos protectoramente sobre el pecho, cubriéndolos con asombrosa facilidad. Cuando no se tenía demasiado no era muy necesario el usar un sujetador, además de que el escote abierto de la espalda no se lo permitía.

—No te burles. –bufó con cierta dignidad aún dentro de su mar de vergüenza en la que sentía se estaba ahogando.

—Nunca me burlaría de algo tan bonito y que ha sido escogido con tanto cariño. –dijo dándole un tironcito a la tira de su única prenda íntima dejándola regresar a su lugar dándole un golpe ligeramente doloroso y punzante en la cadera. —Aunque me hubiera gustado más que vinieras sin nada. –le mordió la oreja mientras terminaba esa oración.

Un estremecimiento completamente diferente a los demás le bajó desde la cabeza hasta los pies. La sensación de esa boca que mordía con fuerza y después le aliviaba el dolor sobándola con una imperiosa lengua que parecía querer probar cuanto estuviera a su alcance.

No hubo intermedios ni preguntas en su corto trayecto a la cama de proporciones gigantescas, como era de esperarse en una habitación de tan prestigioso hotel. La pasión los fue consumiendo de a poco con tal sutileza que no se dieron cuenta hasta que sus manos rondaban por sus cuerpos por debajo de la ropa. La boca de uno mordiendo el cuello del otro, mordidas en los labios, un abrazo en el que sus medios se unían formando una fricción que los invitaba a continuar haciéndolo.

El helado cobertor la recibió dejándola que se hundiera ligeramente en las plumas.

Ranma se despojó de la chaqueta, el chaleco y la camisa con sorprendente rapidez teniendo en cuenta de que todos los botones estaban abrochados ya que las caricias habían sido por debajo de cada una de sus capas. Se desabrochó el pantalón y bajó el cierre dejando ver un pequeño pedazo de tela negra que eran sus bóxers. Aventó el traje y esperaba que Hugo no se sintiera ofendido por no haberlo colgado de la percha complementaria que le ofrecía el hotel.

Gateó hasta que su rostro quedó a poca distancia de los pies de Akane. Un par de besos en cada dedo y subió por sus pantorrillas mordiendo la piel de la rodilla derecha. Alzó la mirada y vio que Akane cerraba los ojos y apretaba la boca. Se veía que estaba disfrutando a pesar de no vocalizar sus emociones. Se sonrió y continuó su ascenso hasta llegar al triángulo blanco que custodiaba uno de los tesoros de los que se apoderaría… a su debido tiempo. Se deshizo de los pantalones quedando solamente en slip.

Dio un resoplido en la tierna carne de sus muslos y hasta sus oídos llegó el delicioso sonido de un gemido mal disfrazado. Ascendió aún más hasta que sus labios se cerraron sobre el ombligo de Akane que apenas y era visible. Describió un círculo de besos a su alrededor antes de mordisquear la piel que estaba por encima de la tira de la tanga.

—Es hermosa, he de admitir, pero estoy seguro que te verás mucho mejor sin ella. –le dio un tirón y la prenda quedó colgando inservible entre sus dedos después de haberla roto. La tiró al mismo conjunto de ropa en la que se mezclaban sus atuendos.

—Idiota. Eso me costó 170 dólares. –se quejó sin abrir los ojos, demasiado avergonzada. Lo único que le quedaba era disfrutar y evitar que lo último de su pudor saliera por la ventana.

—La repondré. –fue lo único que ella escuchó antes de sentir los rugosos labios de Ranma cerrarse sobre su pecho.

Akane se aferró del mullido cobertor para que sus manos no vagaran por la espalda de Ranma, enterrándole las uñas como era su deseo. Akane sintió que el mundo se le venía encima cuando el dedo índice de Ranma llegó hasta donde sólo ella se había permitido tocar en esos años. Nada se comparaba con la tibia caricia de una mano amante que le abría los pétalos con delicadeza inesperada.

—No… –murmuró.

La duda se instaló en Ranma al escuchar esa negativa. Paró unos instantes en sus movimientos, esperando a que ella le dijera qué era lo que debía de hacer. Akane lo tomó de la nuca y se llenó su boca con la suya. Le mordió los labios incitándolo a que continuara a pesar de que segundos antes ella le había pedido que se detuviera.

Aceptó la invitación y continuó explorando esa preciosa flor que ella estaba entregándole modestamente. Llegó hasta el segundo par de guardianes y adentró sus dedos, regocijándose con el gemido de placer que provenía de ella. Sintió la vibración en sus propios labios que mandó una señal hasta su miembro que permanecía guarecido dentro de sus bóxers, pidiendo a gritos salir.

Akane enterró las uñas en el cuero cabelludo de Ranma al sentir esa intromisión en lo más profundo de su cuerpo. Eran verdaderos los colores que veía detrás de sus ojos cerrados. Pequeños puntos de luz que explotaban convirtiéndose en diminutos átomos brillantes.

Se sintió con valentía suficiente para adentrar la mano derecha dentro de los ajustados calzoncillos de Ranma, sintiendo ese cálido miembro pulsar contra la palma de su mano. Él siseó deleitado y sorprendido, alejándose de los labios de Akane para ver las tonalidades de rojo que su rostro adquiría ante ese audaz movimiento. Empujó las caderas hacia adelante sintiendo nuevamente la tibieza y suavidad de los dedos de Akane que se envolvían en él apretándolo con ligereza.

—Continua. –la incitó al mismo tiempo en que el movimiento de sus dedos la acercaba a un lugar parecido al cielo.

Cada vez que él la tocaba en un lugar en específico, ella aumentaba la presión y la rapidez de sus movimientos. Ambos podían sentir el calor que irradiaban sus cuerpos bajo la constante amenaza de un inminente orgasmo. Las oleadas de placer le llegaron primero a ella desde la boca del estómago hasta la punta de los dedos. La estática que reinaba en esa habitación retumbó con fiereza en sus oídos dejándolos desconcertados por un buen par de minutos cuando el irremediable final les llegaba a ambos como una especie de explosión sensorial, dejándolos exhaustos y sudorosos.

—¿Lista para lo mejor? –le preguntó Ranma, jadeando dificultosamente. Toda la energía que había escapado por la punta de sus dedos parecía haberle drenado por completo. Pero no lo suficiente como para saltarse el plato principal. Le dio un sonoro beso en los labios y la penetró sin más miramientos.

Akane gimió sorprendida y ligeramente excitada por ese nuevo e inesperado movimiento. Las paredes de su cuerpo se tensaron inmediatamente cuando recibieron al intruso que invadía ese lugar al que nadie había entrado con anterioridad para llenar un espacio mucho mayor que un par de dedos exploradores. Atrapó las sábanas en sus dedos, esperando y disimulando la molestia que sus músculos estaban expresando.

Ranma, ajeno a todo lo que Akane no le expresaba, comenzó con un ritmo lento e hipnótico que jugaba con sus sentidos de manera maliciosamente encantadora. La sensible piel de su miembro estaba siendo prácticamente engullido por una fuerza que hacía que los dedos de sus pies se retorcieran. Apretó las nalgas y la embistió nuevamente enterrándose mucho más profundo en esa erótica cueva.

Akane dejó escapar de sus entreabiertos labios quejidos de puro éxtasis al saber que no era su propia mano la que estaba inundándola, sino un hombre apuesto e inteligente que parecía desearla por la forma en que se movía contra y dentro de ella.

El pellizco en su pecho la trajo de nueva cuenta a la realidad cuando su mente, empañada por el placer, empezó a olvidar que ella también tenía que tomar partido en las artes amatorias y no sólo ser un espectador. Ella lo miró con el ceño fruncido, cosa que habría sido significativo de no ser por el maullido estrangulado que escapó de sus labios.

Ranma sonrió satisfecho de sí mismo al tomarla de las caderas y quedar él recargado en el mullido colchón y ella a horcajadas sobre él. Le golpeó el trasero con fuerza suficiente para dejarle una marca roja en el glúteo derecho. Ella, a regañadientes, aceptó la pecaminosa invitación que le estaba haciendo ya que por la forma en que él la miraba, no tenía la menor intención de seguir haciendo un mayor esfuerzo físico que no fuera quedarse recostado y disfrutar.

Le besó en los labios lentamente, regocijándose de la suave textura y lo tibio de su boca. Movió las caderas circularmente subiendo y bajando rítmica y lentamente sintiendo como la carne henchida y pulsante se habría paso entre sus paredes internas llenando el vacío del que se había visto privado durante bastantes años. Esa sensación que era prácticamente una desconocida para ella se convirtió en una entrañable amiga.

Ranma le mordió el labio inferior dándole un pequeño tirón cuando la sintió moverse. La forma en que su peso estaba sobre él le oprimía el estómago haciéndole difícil respirar. Esa tenía que ser la razón por la que sentía un ardor en el corazón y no por que viera su sueño convertido en realidad. Era verdad que no había paisajes paradisiacos, olores dulces y envolventes, o la parte superior de su pijama sino solamente ella y él en la más completa desnudez.

La miró como entre sueños envolverse en él. Ella le dejó de besar para erguirse y mantener un mejor equilibrio. Cerró los ojos y entreabrió la boca cuando el sólo hecho de respirar se volvía demasiado difícil de hacer. Cuando la mera razón de existir parecía demasiado pesada y aburrida bajo esas abrumadoras sensaciones con las que ambos disfrutaban.

Se sentó en la cama, con las piernas de ella firmemente puestas a su lado apresándolo. Su boca quedó en el pequeño espacio que dividía sus pechos, la carne tierna y tibia lo recibió gustosamente. Akane sintió como el ángulo, justo como ahora estaban, era mucho más agradable por qué lo podía sentir mucho más dentro de ella de lo que antes hubiera experimentado.

Pasaron los minutos en un errático vaivén de caderas y piernas, brazos que la tomaban, manos que estrujaban y exploraban, labios y dientes que mordían y respiraciones tan cercanas que se mezclaban no dejando saber quién inhalaba y quién exhalaba.

Pareciera que las animosidades y las continuas peleas alimentaban ahora sus pasiones llevándolos con el mismo brío que cuando empezaban unas de sus constantes, y mayormente, infantiles peleas. ¿Quién hubiera pensado que el par de personas que mentalmente había jurado no volverse a ver después de haber terminado su "terapia" ahora estaba pensando que cómo es que alguien podía acoplarse a sus cuerpos de esa manera tan perfecta?

Akane se sujetó a los hombros de Ranma, haciendo que él tuviera que recostarse bajo el significativo peso que suponía ella sobre él. Le arañó los hombros con las uñas cuando sentía su culminación tan pronta. La mente de Akane, la misma que se avergonzaba de la sola idea de verlo desnudo, ahora pensaba en las maneras en las que lo provocaría.

Ranma, como si de alguna manera supiera lo que ella tramaba, la tomó de las muñecas con una mano mientras que con la otra lograba de una manera casi contorsionista lograr que él estuviera sobre ella con sus piernas rodeándole el cuello.

Completamente expuesta y vulnerable.

Akane sabía que lo que estaban haciendo no habría cruzado sus mentes si no hubiera sido por ese inocente coqueteo inducido por el alcohol. Sabía que si le dejaba que tomara todo lo que ella era, entonces tendría que pensar qué era lo que habría de pasar por la mañana, y era por esa misma razón que a pesar de gozar y disfrutar, mantenía sus reservas. Conservaría esa noche como un placentero recuerdo, más nada.

La penetró nuevamente hasta que ella arqueó la espalda tocando sus pechos contra su torso de una manera que seguramente haría que le dolieran las muñecas el día siguiente. Se movió dentro de ella un par de veces más hasta que sintió como una bola de pura energía parecía explotar en su interior llenándolos de un placer extraterrenal.

Akane bufaba y jalaba todo el aire que sus cansados pulmones podían darle. Ranma cayó encima de ella, revolviéndole el cabello con su agitada respiración.

—Ojalá no pienses que ese ha sido el gran final. –le dijo confiado entre jadeos. —Aún hay más. –la tomó de las caderas haciendo que ella le diera la espalda, sin salirse de ella.


Encontró sus pantaletas, o lo que quedaban de ellas, junto a la pata de una silla, las guardó en su pequeño bolso y se deslizó el vestido por encima de la cabeza. Se arregló con sumo cuidado el pelo en el reflejo del espejo y dejó un billete en el buró al lado de la cama.

Con eso esperaba quedara saldado el precio de la noche de terapia que le había dado.

La cansada recepcionista que la recibió en el lobby del hotel parecía saber qué era lo que había hecho. Agachó el rostro y pidió que le llamaran un taxi.

El trayecto a casa había sido silencioso y lleno de nerviosismo y vergüenza. ¿Qué sucedería cuando sacara el cambio para pagar el taxi si en ese momento sus bragas se caían al suelo? Sacó el dinero con el mayor cuidado y cerró su bolso, apresándolo bajo el brazo.

Subió de dos en dos las escaleras a su apartamento y encendió la regadera quedándose bajo el agua fría hasta que la culpa se le fuera por el drenaje.


Dejó la taza sobre la mesa con cierta inseguridad por no ver dónde es que la dejaba. Su dedo índice funcionaba como un rústico separador de hojas mientras buscaba con la mirada algún pedazo de papel que tomara esa función para así poder levantarse e ir a la cocina para llenar su resentido estómago con algo más que café.

Encendió el televisor y lo programó para el canal de las noticias. Poco importaba ya que con la poca atención que le ponía, bien pudo haber podido poner el canal para niños. Abrió un par de huevos y se sirvió lo que debía de ser su tercera taza de café de la mañana, cosa bastante inusual e insana teniendo en cuenta que apenas eran las 8:15. El chisporroteo del aceite en contacto con el agua del huevo ahogó el sonido de las voces de los presentadores que en ese preciso momento anunciaban un derrame petrolero en las costas del Golfo.

Se sirvió los huevos en un plato junto a un par de tostadas untadas de mantequilla tibia, se llevó la taza de café a medio tomar y se sentó frente al televisor esperando terminar de desayunar para ducharse e ir a su trabajo, cosa que por lo menos llenaba las horas en las que estaba demasiado ocupado tratando de ver qué era lo que había hecho mal en sus vidas pasadas como para que ahora le estuvieran jodiendo esta . Él no había tenido la intención de hacer lo que había hecho esa noche, por lo menos no conscientemente, y sin embargo, ahora estaba sufriendo las consecuencias de un capricho de su cerebro que esa noche había decidido tomarse unas vacaciones.

—…y cambiando de tema, Japón se viste de luto por la muerte de uno de los mejores escritores de los últimos veinte años, que no solamente puso el nombre de Japón en alto sino que además hizo renacer la literatura de época de tal manera que sus libros han llegado a estar en uno de los primeros puesto de popularidad en Europa y América.

Se llevó el tenedor a la boca. Tragó. Otro bocado. Volvió a tragar. Un sorbo al café. Sus movimientos eran automáticos y su atención estaba ligeramente enfocada en lo que decían los presentadores pero no lo suficiente para captar las pistas antes de que dijeran la horrible verdad.

—Goto Morinosuke falleció en su casa el día de ayer, 15 de Noviembre.

El último bocado que había dado se le atoró en la garganta provocándole un acceso de tos que le puso el rostro violeta. Eso no podía ser verdad. Él había hablado con Morinosuke a las 10:30 de la noche de ayer y sonaba bien. La gente no podía estar bien en un momento y muerta al siguiente. No podía ser verdad.

—La policía cree que la hora de su deceso fue entre las 10 u 11 de la noche; la causa de la muerte parece ser un ataque al corazón pero los forenses darán su parte en una conferencia de prensa. Hemos tratado de hablar con su editor y amigo, Saotome Ranma, pero no hemos podido localizarlo por teléfono y en su compañía no nos quieren decir absolutamente nada.

—Un verdadero erudito. –añadió Yoko, la otra presentadora, aunque por la forma en que dudó al decir esa palabra uno llegaba a pensar en que realmente no sabía bien qué significaba.

—Pasando a cosas más agradables, el zoológico de China recibió al primer panda nacido en cautiverio desde hace… –siguieron hablando con un tono desinteresado pero Ranma ya no puso atención a lo que decían.

El tenedor cayó ruidosamente sobre su plato. Corrió hasta su recámara, en donde había dejado cargando su teléfono celular. Al encenderlo vio más de 40 llamadas perdidas sólo de la oficina y unas 20 más de números desconocidos. El teléfono vibró en su palma y en la pantalla apareció el nombre de Mousse, que lo llamaba ya desde su teléfono propio.

—¿Dónde demonios estabas? –gritó su alterado empleado. —He estado llamándote sin cesar desde hace más de 1 hora.

—Apagué mi teléfono. ¿Dime qué es eso de que Morinosuke ha muerto? Ayer hablé con él y…

—Ranma… - le interrumpió con voz afligida. —Goto–sensei sí falleció. Te llamé cuando me enteré por las noticias.

—Espera, espera. ¿Entonces es verdad? No, no puede ser posible. –se agarró de los cabellos con tal desesperación que entre sus dedos quedaron pequeños hilos negros.

—Es verdad. Los de la prensa me han llamado cuando no pudieron ponerse en contacto contigo. No sé quién ha sido el que les dijo o cómo es que se enteraron pero yo mismo he ido a su casa y he visto a la policía rodeándola, no me han dejado pasar. Te recomiendo que no vayas ahora, los noticieros están afuera y harán lo que sea para poder obtener una primicia. –en el fondo se podía escuchar el murmulló embravecido de varias voces que gritaban su nombre y también las voces imponentes de los policías que trataban de hacerse oír por encima del griterío.

—Entonces es verdad. –lo aceptó finalmente.

Cayó encima de la cama y reposo su cabeza entre las manos, dejando caer el teléfono encima de su cama deshecha. La estridente voz de Mousse llegaba hasta sus oídos como un susurro y aun así notaba la insistencia y urgencia en su tono. —Ran… escu… no ven… oís… no vengas. –apretó el botón para finalizar la llamada y se quedó en su habitación con el corazón zumbándole en los oídos.

—Morinosuke. –susurró desesperanzado antes de romper en un llanto silencioso que parecía dolerle más que si hubiera gritado con todo el poder que el dolor le otorgaba a su voz.


Cerró su casa de un portazo sin echar la llave de tan apurada que estaba. Corrió escaleras abajo y olvidó cerrar la verja que daba paso a su departamento. Se enjuagó las lágrimas con fuerza y emprendió la carrera a paso rápido.

Se detuvo abruptamente cuando se dio cuenta de qué no sabía a dónde ir.

No conocía la dirección de ese venerable anciano y dudaba mucho que en información pudieran proporcionársela. Podría haber llamado a Ranma, para ver si es que ella podía hacer algo, lo que fuera. Había destruido la tarjeta que había llegado hasta sus manos de manera misteriosa hacía ya muchos meses. No había manera alguna de volver a ponerse en contacto con él.

El corto camino de regreso a su casa se le hizo eterno mientras que pensaba que nunca se había sentido tan inútil que como cuando su madre había muerto. Ahí estaba ella de nuevo, con su pequeña coneja en brazos, mirando sin entender el por qué su madre no despertaba y por qué las personas se reunían alrededor de ella.

Se dejó caer sin fuerzas para sostenerse en el silloncito que estaba frente al televisor.

¿Qué se supone que he de hacer? ¿He de sentarme a esperar como cuando era niña? Si tan solo hubiera alguna forma de hablar con él y poder saber en dónde es que vivía Goto–sensei. –tales eran sus pensamientos mientras sacudía la cabeza de un lado al otro de manera negativa negándose a creer que esa persona que tanto había influido en su vida ahora desapareciera.

—Akane. –los fuertes golpes en la puerta la sacaron de su melancólica postración. —Sé que estás ahí. Te he visto en la calle. Ábreme por favor.

—¿Qué es lo que quieres Ryoga? –gritó sin tener la menor intención de levantarse para abrir la puerta que seguía sufriendo los embates de una nueva lluvia de golpes. —No estoy de humor.

—¿Crees que eres la única? Vine en cuanto lo supe. Abre, te lo suplico. –sus puños golpearon nuevamente la puerta de madera y continuó gritando sin esperar una respuesta.

La puerta se abrió y ella se dejó caer en esos queridos brazos que siempre estaban ahí para sostenerla. Una luz diminuta que partía la oscuridad que amenazaba en engullirla cuando dejaba que sus recuerdos más dolorosos gobernaran su vida.

Él había estado ese día en que había regresado a casa con la conciencia humillantemente adolorida y la había ayudado a entender que esa había sido la decisión que ella misma había tomado y como tal tenía que vivir con ella. Había sido un duro consejo, sin embargo era lo que de alguna manera había limpiado su alma y mente de esos nefastos pensamientos que parecían querer atormentarla en esas noches insomnes que habían seguido después de ese encuentro.

—Se ha ido. –sollozó desconsolada aferrándose a él como si su cordura dependiera de ello. —Se ha ido.

—Lo sé. Era viejo, Akane, sabíamos que no iba a durar mucho.

—Y aunque hubiera durado cien años más, aún me dolería.

—Akane… –su voz vaciló por unos instantes, quebrándose. —no sé si debería de decirte esto pero… –le acarició los cabellos tratando de calmarle y de calmarse.

—¿Qué sucede? –levantó la mirada pero Ryoga la evadía. —¿Ryoga?

—¿Quieres ir a su casa?

—¿Sabes dónde está? Dímelo por favor. Quiero ir a despedirme.

—No sé si sería prudente. Lo último que deseo es lastimarte.

—No lo harás, lo prometo. Quiero ir a darle un último adiós. Dímelo.

—Entonces espero que entiendas que habrás de ser fuerte. –la estrechó por última vez y se apartó como si ella misma quemara.

Extrajo su celular. Habló por un par de minutos y regresó al saloncito donde ella le esperaba.

—Toma tu abrigo. Nos vamos.


Entró por la puerta trasera haciéndose camino a empellones contra los fotógrafos y reporteros que gritaban a viva voz que cuál era su opinión sobre el asunto. Por todos los cielos, ¿Cuál podría ser su opinión? ¿Esperaban que dijera que estaba saltando de alegría? Malditos fueran. No era posible que ninguno de ellos nunca hubiera experimentado la muerte de un ser querido, por lo que era lógico que todos sabían lo desgarrador que era.

—Por aquí. –de un jalón en la manga de su abrigo entró al saloncito donde habían tomado té incontables veces.

—Hijos de puta. –bufó Ranma quitándose la pesada prenda que lo resguardaba del frío. Incluso había en sus hombros pequeños copos de nieve que se derretían lentamente manchándolo de humedad.

—Han estado así desde que se enteraron de la noticia. Habrase visto el trabajo que me ha costado quitármelos de encima para poder entrar. –Kou, otro de sus empleados, le dijo mientras lo ayudaba a quitarse el sobretodo.

—Por eso digo que son unos hijos de puta. –volvió a maldecir.

—Guarda respeto, Ranma. –le amonestó Mousse arreglándose el saco. —Sabes que Goto–sensei no permitía ese tipo de expresiones.

—¿Y tú que carajos sabes si nunca estuviste adentro? –vociferó furioso.

Estaba enojado con todos los reporteros, consigo mismo, con el mismo Morinosuke, con sus empleados por no haberle dicho nada (a pesar de ser su culpa por haber dejado el celular apagado), con su maldita suerte por no notar lo decaído que se encontraba el autor y por las manchas oscuras debajo de sus ojos.

—Lo lamento. –le dijo, reconociendo su error. —Estoy… mal. –finalizó dejándose caer en una silla.

—Toma, parece que lo necesitas. –Kou le ofreció una taza de té, dándole un sorbo a la propia.

—Gracias.

El teléfono le sonó con fuerza, rompiendo la calma que reinaba en esa tradicional casa. Lo sacó de su pantalón con el sólo propósito de apagarlo y/o estrellarlo contra el suelo, según estuviera de humor. Incrédulo miró el identificador, respiró hondo y aceptó la llamada con cierto grado de nerviosismo.

—¿Qué quieres? –aulló manteniendo un tono mesurado, más por respeto al fallecido que por otra cosa en realidad. —Debes de estar loco. No, no lo haré. Maldita sea, si no hubiera sido por esa vez, juro que no te ayudaría.

Kou y Mousse lo miraron extrañados mientras gritaba paseándose por la habitación.

—Está bien, está bien, deja de repetírmelo. ¿Tienes con que anotar?

Le dictó la dirección y estrujó el celular para no tirarlo a la jauría de reporteros que estaban apostados afuera.

—Márcame cuando estés afuera. Mandaré a alguien para que los escolte adentro.

—¿Te encuentras bien? –le preguntó Kou, que parecía ser inmune al conocido mal humor de su jefe.

—Jodidamente bien. –se bebió lo que quedaba de su té y deseó que por un milagro se convirtiera en alcohol.


—Llegamos. –dijo Ryoga aparcando a unas cuantas calles de distancia, y a pesar de eso le había costado trabajo encontrar lugar para estacionar. —Sujeta tu bolso bien fuerte y abróchate el abrigo.

—¿Esto es necesario? –le preguntó confundida.

—Sí. –marcó con su celular y solamente dijo: Ya estamos aquí. Cerró el aparato y espero una señal o lo que fuera para entonces acercarse a la casa infestada de periodistas.

La cabeza de Kou se asomó por una pequeña abertura del pesado portón de madera que resguardaba la casa, mirando a ambos lados de la calle. Ranma le había pedido de favor que saliera a buscar a una persona, más la descripción que le había dado no le servía de nada.

Un imbécil de cabello negro acompañado de una mujer.

La naturaleza bien intencionada de Kou le había impedido buscar a alguien con dicha característica por lo que solamente se guió porque era un hombre de cabello oscuro acompañado de una mujer. Los vio acercarse por el extremo izquierdo de la calle y los saludó con la mano.

—Gracias. –dijo Ryoga mientras se quitaba los zapatos manchados de aguanieve. —¿Por qué no salió ese cobarde?

—Gracias. –Akane se calzó las pantuflas para invitados y siguió a quien los había salvado de esa marea de entrevistadores y camarógrafos.

—No debiste de haber venido si es que vas a estar quejándote.

Akane se detuvo instintivamente al reconocer esa voz, que a pesar del tiempo transcurrido aún podía recordar.

Si bien era cierto que había pensado en llamarle para preguntar en donde iban a estar los restos de Morinosuke, no había habido una preparación previa para enfrentarlo.

—¿Cómo has estado? –le preguntó al verla, con la misma familiaridad de quien se dejó de ver la semana pasada.

—Hasta ayer, bastante bien, gracias.

—Me alegro. –se levantó y entró a la cocina sin decir más.

—Es un idiota. –se quejó Ryoga tomando asiento junto a Akane frente a la cajita que contenía las cenizas del fallecido.

Hizo sonar la campana, encendió un incienso y rezó por el alma inmortal del autor. Ranma se le unió en la silenciosa plegaria arrodillándose junto a ella. Estaban lo suficientemente cerca como para sentir el reconfortante calor corporal.

Abrió los ojos una vez terminada su oración y lo observó a sus anchas. La sombra debajo de su nariz y la barba mal afeitada, un par de bolsas debajo de los ojos y unas delicadas ojeras mostraban lo mal que había dormido. Tenía un poco más de músculo, se había cortado más el cabello y parecía más viejo. De alguna manera era una persona diferente a la que había conocido.

—¿Té? –le preguntó manteniendo los ojos cerrados.

—¿Qué? –dijo Akane sobresaltada.

—¿Quieres té? Afuera está nevando y sólo Dios sabe por qué te empeñas en usar abrigos delgados cuando sabes que te enfermas con facilidad.

Las mejillas de Akane se encendieron al ver que aún recordaba esas cosas tan insignificantes. Agradeció que el frío cubriera esas marcas de su vergüenza.

—Gracias. –aceptó.

Después de su llegada solo hubo tres personas más, entre ellas el único amigo de Morinosuke Goto, Touhjo, que venía con una pesadez de espíritu demasiado palpable.

—Viejo embustero. ¿Tenías que ser siempre el primero en todo, no es así? –proclamó con ira y amargura, soltándose a llorar segundos después. —Incluso para morirte.

La nieta de Touhjo lo tomó de los hombros y lo guió hasta una silla en donde su esposo lo esperaba con una copita de sake tibio.

—Vejete idiota. Charlatán. Impostor. Falto de imaginación. Nunca me gustó tu estilo literario. –vociferó por largo rato más hasta que guardó silencio y dejó caer su cabeza. El espasmódico movimiento de sus hombros sólo confirmaba su tristeza.

Eran ya las ocho de la noche cuando Ryoga se excusó para retirarse por que el padre de Akari tenía que irse a su casa y no había quien se quedara a cuidarla.

—Me gustaría quedarme un rato más. –explicó Akane.

—¿Cómo vas a regresar? Ya es demasiado tarde como para que andes en la calle sola.

—Yo la llevaré. –intervino Ranma. —¿Si es que no tienes ningún inconveniente? –dijo dirigiéndose a Akane.

—Ves Ryoga, iré a casa con Ranma. Salúdame a Akari y dale un beso al bebé.

—¿Eres padre? –preguntó verdaderamente sorprendido.

—En 5 meses lo seré.

—Felicidades. –le dio un apretón de manos y un abrazo, borrando así cualquier rencor contra Ryoga.

—Te lo agradezco. Akane, llámame cuando llegues a casa, no importa la hora. –se despidió y salió para encontrar la calle ya vacía.

El reloj ya marcaba las diez y Akane luchaba por no bostezar. Apretó los ojos, se pellizcó discretamente la pierna, sacudió la cabeza, abrió desmesuradamente los ojos, intentó cualquier cosa para poder parecer despierta.

—Muchachos, –interrumpió Ranma rompiendo el silencio de la habitación. —Nos vamos. Mousse, te encargo que mañana atiendas todas mis llamadas, porque no tengo la menor intención de ir. Me quedaré en casa así que no me llamen. –el aludido bufó, se subió los lentes con el dedo medio y asintió con la cabeza. —Pudiste haber dicho sí en vez de hacer todo eso.

—Pero entonces no estaría satisfecho.

—Como quieras. Kou, por favor cuida de que las cosas no se salgan de proporción. –se giró para hablar entonces con Akane. —Ponte el abrigo que está haciendo más frío afuera. Espérame en la casa y cuando esté afuera con el coche, te marco.


Se despidió de su viejo amigo que ahora descansaba en un lugar mucho más confortable y seguramente junto a su amante esposa a la que había dejado de ver hacía ya varios años. Le dio una palmadita a la caja con el mismo gesto paternal que le había aprendido y mentalmente le prometió regresar.

Un par de minutos pasaron cuando sintió que el celular le vibraba. Las palabritas número privado le parpadeaban en la pantalla. Se despidió de los empleados de Ranma, los únicos que se quedarían en casa del escritor, para salir a encontrarse con que él, ya estaba esperándola con la puerta abierta mientras se restregaba las manos para hacerlas entrar en calor.

—No debiste de haberte molestado. –dijo Akane, trataba de llenar ese incómodo silencio con pequeñas frases ya que desde su pequeño rendezvous no habían vuelto a tener ningún tipo de contacto.

—Recuerda que se lo he prometido a Ryoga. –se metió en una avenida pesadamente transitada y ambos guardaron silencio.

Ranma sentía el silencio más pesado que un par de zapatos de plomo. Los intentos de hacer algo parecido hacer una conversación no pasaban mucho más de un pensamiento ya que cada vez que quería decir lo que pensaba era lo adecuado, reflexionaba y creía que eran puras estupideces.

El pequeño reloj digital de su auto le indicaba que eran las 10:37 pm. Encendió el estéreo con la esperanza de que las notas llenaran el espacio que sus silencios estaban dejando.

Track 4 parpadeó en la pantallita y recordó qué disco estaba escuchando y más precisamente qué canción era…

—…it up and spit it out. I faced it all and I stood tall and did it my way.

—¿Sinatra? –le dijo Akane con fascinación. —Mi madre siempre lo ponía cuando era su cumpleaños.

—Morinosuke es el que me pegó el gusto. Solía ponerlo cuando íbamos en el auto. Luego cuando le acompañaba a sus retiros por sus bloqueos mentales. Después me regaló un disco de acetato y pues… así es como empecé mi colección.

—Vaya. –¿qué más podría decir? ¿"Me encantaría escucharlos." ó "Quisiera oírlos." "No tengo un tocadiscos, así que ¿podríamos escucharlos en tu casa?" Esas eran cosas que uno pensaría que diría una mujer que quiere ir a casa de un hombre en plena noche. Prácticamente era como decir: "¿Nos acostamos?" por decirlo de una manera decente.

—Sí, vaya. –¿por qué no le decía algo como que quería escucharlos con él con una copa de vino en su casa? ¿Sería muy descarado de su parte o demasiado arrogante por creer que aún tenía el mismo carisma que como cuando tenía 19?

Frank Sinatra seguía cantando, completamente ajeno a lo que sucedía dentro de ese automóvil en el que ambas mentes se preguntaban lo mismo: ¿Qué sucederá cuando lleguemos?

To say the things he truly feels and not the words of one who kneels. The record shows I took the blows and did it my way!

—Excelente canción.

—Así es. De cierta forma me recuerda a Morinosuke. –fue pisando el freno hasta llegar al semáforo que en ese instante se estaba poniendo de rojo. Pasaron múltiples carros enfrente de ellos antes de ponerse en marcha.

La tan conocida puerta de metal morada con un panque dibujada les era demasiado familiar a ambos como para pretender que no sabían que en ese momento habían llegado ya a su destino. Aparcó enfrente. ¿Se tenía que bajar a abrirle? ¿Habría una plática en el auto antes de bajarse? ¿Habría un beso de despedida?

—Gracias por traerme. –dijo con contenido nerviosismo. —Lamento que no te hayas podido quedar en casa de Morinosuke–sensei, sé que no estaba en tus planes venir a dejarme hasta acá cuando estamos tan retirados.

—¿Y dejarte pasear por las calles cuando es de noche?

—No me pasará nada.

—No lo digo por ti; lo digo por los que pudieran hacerte enfadar. Además, regresaré después de dejarte.

Una risa nerviosa brotó de ambos antes de sumirse nuevamente en el silencio.

La siguiente canción parecía ser un recuerdo de una noche que ambos deseaban recordar y olvidar. Por no decir que de repente querían revivir.

Softly, I will leave you softly; For my heart would break, If you should wake and see me go.

—Creo… creo que debería de cambiarle. –comentó Ranma.

—No. –le interrumpió Akane mientras él se disponía a apagar su estéreo. —Me gustaría escucharla. –dijo más relajada.

So I leave you softly. Long before you miss me, long before your arms can beg me stay, for one more hour or one more day.

Las delicadas melodías y la melancólica letra los llevaban de regreso a esa noche como muchas cosas más que los hacían recordar.

—¿Suficiente? –Ranma estaba harto de la maldita canción, quería terminar con eso de una vez por todas. Sin desearlo había sonado más fastidiado de lo que estaba. —Lo lamento, es sólo que no he dormido bien y con todo esto…

—Debió de haber sido muy duro para ti. Él me dijo que era como un padre para ti.

—Ese vejete decía muchas cosas. Aunque he de decir que él era un mejor padre que el mío. ¿Sabías que un día estuvo a punto de venderme con una persona por que éste le dijo que tenía un frasco con un agua especial que podía convertirlo en un panda? Semejante estupidez se habrá escuchado.

—No pero me dijo de la vez que descubriste a tus tres prometidas. –contuvo la risa a duras penas.

—Mi padre es un idiota que no aprende… nunca. –bostezó con tal amplitud que las palabras salieron ligeramente distorsionadas de su boca.

—¿Quieres un café? No es nada seguro que andes por las calles manejando cuando no has dormido bien y además de haber pasado por semejante episodio el día de hoy.

—Te lo agradecería. Sólo promete que no te propasarás conmigo.

—Oh, lo intentaré.

A Akane le sorprendía el hecho que después de la muerte de un ser tan querido por él, aún pudiera bromear de esa manera. Algo debía de tener ese hombre como para enfrentar ese suceso como lo estaba haciendo ahora.

Sentados el uno frente al otro, viendo ambos sus tazas de café como si la historia más interesante fuera a ser revelada en los giros del humo. El tictac del reloj perturbaba con un estruendo, a pesar de que apenas era audible para los que no estaban demasiado ocupados ignorándose.

—Y… ¿Cómo has estado?

—¿Creí que ya habíamos resuelto ese tema?

—Es verdad. Supongo que ahora es mi turno de hacerte una pregunta.

—Adelante.

—¿Sigues con tu trabajo alterno?

—Vaya, eso sí no me lo esperaba. –le dio un sorbo a su taza, aprovechando esos segundos para meditar cómo es que contestaría.

—¿Y bien? –Akane realmente no sabía por qué quería saber eso.

—No. Desde el pasado Junio no he atendido a nadie. Digamos que mi última experiencia no fue muy alentadora.

Habían dado el paso necesario para dejar de tener esas noches insomnes. Era algo que ninguno sabía cómo hacerlo y de alguna manera se había dado de la manera más naturalmente forzada. Las cartas ya estaban sobre la mesa y cada uno tendría que hacer la jugada que creyeran más ventajosa.

—Oh.

—Sí.

—Me alegra.

—Sabes, no sé si yo pienso lo mismo. Es verdad que no fue la mejor manera de terminar algo pero creo que me ha servido de algo. Ya no bebo y he dejado ese trabajo. Creo que mi deber con las mujeres será suspendido indefinidamente.

—Lo lamento.

—¿El qué? ¿Marcharte sin decir una palabra? ¿Dejarme borracho y solo? ¿No volverme a llamar después de esa noche?

—Basta. –gritó azotando las palmas contra la mesa.

—No, en verdad quiero saber qué es lo que lamentas. –las palabras sonaban sosegadas y meditadas. Había estado pensando qué era lo que había pasado para que ella se fuera así, sin decir nada.

—¿Querías que me quedara para que me dieras la patada al día siguiente?

—¿Y cómo supones que yo haría eso? ¿Quién crees que soy?

—No lo sé, maldición, pero no tenía la intención de quedarme a averiguarlo.

—¿Y supones que para mí sí fue fácil?

—No lo sé. Actuabas tan distinto que no sabía cómo ibas a reaccionar.

—Eso lo acepto, no era el mismo de siempre. Habrás de reconocer que tú tampoco te opusiste a mis avances.

—¿Y bienes a echármelo en cara?

—En lo absoluto, solo quería que vieras que yo no fui el que se aprovechó de una inocente dama.

—Jamás dije que así fuera.

—Me alegra que pensemos igual.

Ambos estaban agitados e iracundos. El no decir las cosas cuando era el momento, ocultar los sentimientos más básicos que podrían ayudarles en semejante situación, el creer que ambos tenían la razón del por qué su enojo era mucho más válido; todo eso envenenaba sus mentes y enmohecía sus corazones llenándolos de sospecha sobre qué era lo que el otro pensaba.

Tan sencillo como era hablar y decir que ambos estaban equivocados, que ni habían dejado de pensar en ellos, extender las manos para que vieran que ambos temblaban por la cercanía. Era obvio que ninguno de los dos pensaba en tomar el primer paso y con eso terminar esa guerra silenciosa que se habían declarado.

—Yo… Lo lamento pero debo de marcharme ya.

—Me parece perfecto. –levantándose de su sitio, esperó que él se fuera de su apartamento, de su vida y de su mente.

Abrió la puerta y una ligera ráfaga fría le dio en el rostro a pesar de estar en un pasillo que conducía a las escaleras. El sonido de la calle llegó hasta sus oídos en una cacofonía de voces, frenos y bocinazos. ¿Así es como terminaría? Pues bien, que así fuera.

—Adiós.

—Adiós y procure que la puerta no le dé por detrás.

Escuchó el portazo detrás de él. Sabía, más que presentía, que ella estaba ahí detrás de la puerta recargada y respirando con la misma fuerza con la que había golpeado la puerta. Lo sabía porque él estaba justamente en la misma posición. ¿Quién hubiera pensado que él, el que se jactaba de ser el soltero perpetuo, se había enamorado de la mujer que en ese instante le había dicho de una manera bastante decente que le dieran?

Bajó de dos en dos las escaleras esperando poder subirse a su auto, apretar el acelerador y desaparecer por unos días para poder entender y olvidarse de lo que en ese momento lo estaba molestando.

El motor vibró silencioso bajo sus pies. Sólo faltaba apretar el acelerador para largarse de ese lugar. El volante recibió los múltiples golpes de sus puños y uno que otro cabezazo haciendo sonar la bocina. Maldita sea, no podía terminar así; no cuando él tenía tantas cosas que decir y qué hacer. No cuando ella se había ido de su lado. Ahora él sería el que la dejara con el corazón pesado y deprimido.

Pero, ¿qué razón podía usar como para subir nuevamente y que ella lo dejara pasar?

Track 13 parpadeaba una y otra vez como tratando de llamar su atención. Sorry seems to be the hardest Word, la canción de Elton John magistralmente interpretada por "La Voz". Apretó el botoncito de play y dejo que la melodía llenara el espacio que ella había dejado en su carro.

What have I got to do to make you love me? What have I got to do to make you care?

Golpeó nuevamente el volante antes de extraer el disco y subir corriendo las escaleras y golpear violentamente hasta que ella llegó a decirle que qué era lo que quería sin atreverse a abrir la puerta.

—Abre por favor.

Akane lo espió por la mirilla de la puerta viendo como trataba de recuperar el aliento. No parecía tener intenciones asesinas pero aún así no abrió por completo dejando la cadena puesta.

—Completo si eres tan amable.

—¿Después de cómo ha acabado nuestra última entrevista hace 10 segundos y cuando vienes a golpear de esa manera a mi puerta a las 11 de la noche? No lo creo.

—Por favor, me estoy congelando y no creo que quieras tener eso en tu conciencia, ¿o sí?

—Correré el riesgo, si no te molesta. Ahora, ¿a qué has regresado?

—Venía a darte esto. –le extendió el disco por el pequeño espacio que se hacía entre la puerta y la pared. —Pero sólo si me dejas pasar y me permites usar tu baño.

Le tomó el disco de la mano y cerró la puerta. Ranma estaba a punto de darse la media vuelta, defraudado por que su intento de hacer las paces había acabado en un horripilante fracaso. El sonido metálico de los cerrojos lo mantuvo en su lugar.

—Pasa.

Akane miró el disco que obviamente había sido grabado por él ya que no había ningún sello en él. La sensación de tener una especie de recuerdo musical de su madre era algo inexplicable. Al poner la primera canción se sintió como una niña nuevamente, a punto de soplarle al pastel de chocolate de su madre.

What is this thing called love? This funny thing called love? –What is this thing called love sonaba mejor de lo que ella podia recordar.

—¿Quieres bailar? –le preguntó Ranma parándose detrás de ella.

En cuestión de segundos ella tenía sus brazos alrededor del cuello de Ranma, teniendo la cabeza recargada en su pecho dando pequeñitos pasos conforme al ritmo de la canción. La estancia iluminada solamente por la luz de la farola que se metía por la ventana aumentaba el encanto de la canción transportándolos a un lugar paradisíaco en donde el olor a café reinaba.

Sus manos descansaban en las caderas de Akane sin ningún otro propósito más que sentir la tibieza de su piel. En verdad, ¿quién podía saber qué era el amor? La época en la que Sinatra reinaba era la mejor para enamorarse porque en ese mundo tan diferente al de ahora el amor era algo normal y fácil de encontrar.

La canción iba terminando y ella alzó los ojos para encontrarse con que Ranma había estado mirándola con un fulgor que distaba mucho del deseo. Era una cosa más profunda, más delicada. Era casi como si le estuviera diciendo que la quería, Akane negándose a creerle. Ella solamente había sido otro hoyo en su cinturón por lo que hacerse ilusiones era algo que no volvería a hacer.

—¿Puedo besarte? –preguntó él de repente al mismo momento en que la apretaba delicadamente contra él con la intención de que ella no escapara. —Está bien si dices que no. –agregó cuando vio la incertidumbre pintada en su rostro.

Se paró de puntitas y aplastó sus labios contra los de él. Sus ojos se encontraron en ese beso mirándose con algo parecido a la confusión. Ella preguntándose el por qué había aceptado y él si realmente estaba pasando eso.

Cerraron los ojos y dejaron que pasara lo que tenía que pasar.

Hubieron más besos delicados compartidos, tan livianos que parecían roces. Él tomó la delantera y la besó dejando que su lengua rozara sus labios invitándola a unírsele. Le respondió primero con timidez, dando pequeños besos con la boca abierta dejando que su lengua saliera apenas.

Acabaron respirando dificultosamente en el sillón de la sala justo frente al televisor que les regresaba un reflejo ennegrecido de sus personas. La cortina a medio correr iluminaba sus cuerpos a medio vestir dando una espectacular vista de ellos dos para quien quisiera tomarse la molestia de ver por la ventana.

Akane se movía sobre las piernas de Ranma con movimientos circulares sintiendo a través de la gruesa tela de sus pantalones vaqueros la perceptible erección que palpitaba dentro. La fina tela de sus pantalones no era barrera suficiente para que no disfrutara del delicado roce de sus pantaletas contra la excitación de Ranma. Empujaba las caderas contra las de él, disfrutando de una sensación mucho más indirecta pero igualmente satisfactoria.

Lo besó con intensidad cuando el pequeño montículo de nervios fue rozado con fuerza. Tiró del labio inferior de su terapeuta tirando de él con cierta fuerza; Ranma gruñó silenciosamente, encantado. Akane le levantó la camisa sin terminar de quitársela, dejando sus pezones expuestos para que sus uñas trazaran figuras sin ningún patrón. Él la tomó de las caderas y se dejó arañar.

Cuando las caricias se tornaron insoportables al estar por encima de la ropa, la dejaron a un lado en un montoncito cerca de la pata de la mesa. Ambos, sudorosos y excitados, pensaron que los segundos que le tomó a Ranma rodar el condón por su miembro habían sido los más largos de su vida. Cuando todo estuvo listo para el encuentro, ambos dudaron.

¿Lo que estaban a punto de hacer estaba bien? ¿Lo hacían por que habían perdido a alguien importante en sus vidas o simplemente porque sus cuerpos parecían llamarse entre ellos? La última vez que habían pasado la noche juntos, por así decirlo, terminaron en un estado de ensoñación y culpa que, de ser posible, no querían volver a pasar.

—Esto debe de sonar como una mala película pero, ¿estás segura de que esto es lo que quieres?

—Sí. –le respondió ella con voz baja y segura. —Que pase lo que tenga que pasar.

Ranma tomó la iniciativa y deslizó su mano hasta donde estaban los pliegues de su femineidad. La encontró preparada y deslizó su henchido miembro por esas paredes tan deliciosamente conocidas que parecía haber añorado desde su último encuentro.

Akane, acostumbrada al grosor de Ranma, se sujetó a sus hombros y se dejó llenar a plenitud. Un nudo en el estómago se formó cuando la penetró con fiereza, dominándola en un plano físico y mental. La voz de Ranma, sus manos, sus pensamientos, parecían llenarle la mente confundiéndola.

—Sujétate bien. –le anunció tomándola de las caderas parándose repentinamente sobresaltándola.

—Nhhgg. –dijo incoherentemente al sentir como los músculos de sus piernas y estómago recibían ese golpe de electricidad que suponía el verse tomada prácticamente en el aire. —¿Qué… haces? –preguntó entre agitadas respiraciones que parecían costarle la vida realizarlas.

—Llevando las cosas a otro nivel. –respondió, acomodándose nuevamente dentro de ella. Se mordió los labios con fuerza para no gemir, considerando eso como algo que no haría un hombre. Un hombre gruñía y bufaba. Ellos no gemían como mujeres.

Sintió las uñas encarnándose en su espalda al instante en que la dejó caer pesadamente sobre él. Sus músculos gritaban adoloridos al no estar acostumbrados a cargar con un peso extra. Nunca habría dejado de fortalecer sus piernas en los entrenamientos que su padre lo hacía tener si hubiera sabido que se vería inmerso en ese ejercicio en particular.

La recargó en la pared para poder crear una especie de fuerza en la cual apoyarse para poder realizar sus estocadas sin tener la preocupación de que sus piernas pudieran fallarle y dejarla caer en un muy vergonzoso estado de desnudez y excitación. Las piernas, fuertemente afianzadas a sus caderas, fueron prueba más que suficiente de que esa nueva posición era verdaderamente apreciada.

La embestía con cierto grado de voracidad en sus movimientos. Su lengua tibia y húmeda dejaba rastros por toda su quijada cuando no estaba poseyendo la tierna boca de Akane. Le besó la parte trasera de la oreja, dando un tironcito a la piel antes de hablarle tan roncamente que parecía que era otra persona.

—¿Qué te parece el siguiente nivel? –le preguntó seductoramente.

Akane lo tomó fuertemente de los cabellos y guió su boca hasta la suya que en ese momento rogaba por poder hacer otra cosa que dejar de gemir y quejarse. No eran gritos de excitación desesperada como se esperaba que sucediera en una película pornográfica, no, eran más los gemidos de un amante que desea mantenerse oculto en las sombras.

Ambos cayeron exhaustos en la cama, entrelazados, pegando sus cuerpos resplandecientes de gotas de sudor. Akane sentía el agitado palpitar del corazón de Ranma bajo su palma; su propio corazón no debía de estar en mejores condiciones. El ritmo acelerado que habían llevado por fin los había cansado, teniendo que dejar esa nueva posición para otro momento.

Ranma le acariciaba la espalda mientras permanecían tendidos sobre las frías sábanas. Sus cuerpos estaban lo suficientemente calientes como para que no sintieran inmediatamente el viento frío que se colaba por la rendija de la puerta. Le apartó los cabellos ligeramente humedecidos de la frente y la vio descansar sobre su pecho, luchando por recuperar un poco de cordura.

Sinatra seguía cantando en la sala, con una melodía que sus aturdidos oídos no acababan de captar. ¿Cuándo había sido la última vez que había disfrutado tanto un encuentro en que el que no solamente el deseo estaba presente? ¿Cuántos años habían tenido que pasar hasta que su mente por fin pudiera saber qué era lo que se sentía tener un ser que apreciabas entre tus brazos?

Los tímidos labios de Akane lo sacaron de su trance cuando los sintió dar delicados besos en la base de su cuello, justo en donde estaba su pulso que volvía a volverse errático por la creencia de que probablemente sus actividades sexuales se reanudarían.

—No empieces nada que no estés dispuesta a terminar. –le indicó Ranma sin dejar de acariciarla.

Akane rió silenciosamente y depositó otro beso húmedo en su cuello, dando un mordisco.

—No digas que no te lo advertí. –la riñó jugando. Su miembro volvió a tomar fuerza y se alzó orgulloso entre sus piernas.

La tomó de las caderas y la penetró con fuerza suficiente para levantarla unos cuantos centímetros de la cama. Akane gritó de sorpresa y pasión entremezclada.

Esa noche sería una muy interesante.

Se quedó atrapada entre sus brazos, sintiendo la relajada respiración abanicarle los vellos del cuello dándole cosquillas. La presión que el brazo de Ranma hacía sobre su cuerpo le reafirmaba los hechos anteriores. Había sucumbido a los encantos de ese hombre por segunda vez. Aunque esa vez había sido completamente diferente. No había habido esa necesidad de satisfacción instantánea que los había embriagado el día del lanzamiento.

El reloj de su mesita de noche indicaba que llevaba más de dos horas despierta desde que habían terminado su romántica sesión. Él había caído rendido rodeándola sobreprotectoramente con el brazo cruzado sobre su cadera aún desnuda. Respiraba con más calma, notándose también ligeramente agitada por obvias razones.

Se deshizo de su ancla de carne y hueso, arropándose con la bata que había dejado en el respaldo de la silla la noche pasada. Lo vio estirándose en la cama con comodidad sin preocuparse si es que las sábanas cubrían su desnudez. Sonrió de medio lado antes de ir hasta la cocina en donde se bebió una taza de té.

—¿Y ahora en donde me esconderé? –bromeó.

Regresó a la alcoba en donde él permanecía dormido aunque su semblante era ligeramente lúgubre. Lo vio extender la mano al lugar donde estaba ella moviéndola por todos lados como para asegurarse de que ella debía estar ahí. Abrió los ojos agrandándolos desmesuradamente.

—¿Dónde…? –la vio parada frente a la puerta viéndolo. —¿A dónde has ido?

—Por una taza de té. ¿Te encuentras bien?

—Sí, es sólo que… –se enderezó dejando al descubierto su pecho y estómago. Se alborotó el cabello y la miró tratando de aparentar una calma que en ese momento no poseía. —… solamente que no me gusta despertar en la mitad de la noche y estar solo.

—Lo lamento. –se metió entre las sábanas, acurrucándose junto a él sintiendo que el calor corporal de él eliminaba el frío que pasaba por su fina bata.

—Prométeme que no te irás.

—No puedo hacerlo, pero sí te puedo decir que por hoy soy toda tuya.

—¿Sólo por hoy?

—Si así lo deseas, sí.

—¿Qué hay de mañana?

—Mañana aún no llega.

—¿Y cuando llegue?

—Entonces veremos. –le dio un delicado beso en la frente acariciándole el cabello antes de volver a dormir.

Sería suya por esa noche y todas las que él quisiera. Ella no le diría eso, no; él nunca sabría que esas noches juntos podrían durar para siempre. Dejaría que las cosas tomaran el curso que debían de tomar y si su destino era no volverse a ver que así fuera, más no por eso ellos dejarían de luchar para quedarse juntos.

FIN.


Perdón por la tardanza! Han pasado tantas cosas que no he podido darle el seguimiento adecuado al fanfiction, pero me alegra poder darle el final que se merece. Quiero agredecer a todas las personas que han seguido el fanfic desde el principio y a las/los que dejaron review dejándo sus opiniones. Este proyecto ha sido el más satisfactorio en mi corta carrera de "ficker" no sólo por las cosas que tuve el placer de conatr sino por las personas que llegaron a mi vida con él. Espero poder verlos nuevamente en otra historia. Queda de ustedes, Mussainu ^^.

Otra cosa, las personas que no tienen cuenta en por favor dejen su mail en un review para que pueda contestarles!

Muchas gracias a mi beta-reader Sibo (gracias hermosa) por que sin ella, este capítulo no habría visto la luz en muuucho tiempo más =S

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