Nota de Traductora (o sea, yop xD): ¡Hola! Hoy vengo con una novedad. Primero que nada, es una TRADUCCIÓN. No es mía esta historia, en absoluto ^^ Pertenece a Gemini Star01, cuyos fanfics son estupendos. Si saben inglés, se las recomiendo fehacientemente *o*. Además, estoy incursionando en el fandom de Hetalia xD Espero pronto hacer una historia propia ^^

En fin, espero que les guste ;D


Título: Avalon (parte 1/4)

Personaje(s) o Pareja(s): USA, UK, Canadá, Francia, Japón fuera de escena y mención de varios otros. Algo de USA/UK, si lo desean. También US/Canadá en los últimos capítulos, pero en realidad no mucho. Algunas veces es algo difícil de diferenciar entre el amor fraternal y romántico, ¿saben?

Advertencias: Muerte de un personaje, pero con un final feliz. OC en los últimos capítulos… algo. Confíen en mí. Estoy tratando de ser profesional con esto.

Summary: "El viejo mundo está muriendo, Alfred. Arthur es tan sólo el primero." Las personas, los animales, los gobiernos y las naciones mueren, pero la vida y el amor siempre encontrarán el modo de continuar…

Nota de Autora: Y, una vez más, un fandom se me ha metido sin avisar. La historia llegó a mi cabeza antes de que pudiera detenerla, pero ahora que la terminé, podré concentrarme en otras cosas. Gracias y disfruten.


La gente lo llamaba el fin del mundo.

China se había burlado de ello, triste y pensativamente, con un extraño y distante brillo en sus ojos. El mundo, dijo, había llegado a su fin muchas veces antes y al final siempre se reconstruía por si mismo. La historia era un ciclo que continuaría en su propio curso una y otra vez. Las personas, los animales, los gobiernos y las naciones desaparecerían un día, pero la vida siempre encontraría una forma de continuar.

Sus palabras habían sido racionales y cargadas de la sabiduría del Imperio más antiguo del mundo, pero no hacían las cosas más fáciles.

-¿Alfred?

América salió de su ensimismamiento gracias a la voz de Inglaterra. Forzó una sonrisa y la mantuvo mientras se movía hacia la cama de Inglaterra.

-¿Qué pasa, Arthur?

Inglaterra le regresó la sonrisa, a pesar de que estuviera débil y tembloroso. América contuvo una mueca. Le dolía ver a su mentor –a su hermano- así. Se veía tan viejo. Tan cansado. Tan pequeño. Su cuerpo desaparecía con su gente, devastado por las enfermedades que se habían llevado a tantos.

-¿Me harías un favor?- Preguntó Inglaterra suavemente, señalando con la cabeza hacia la ventana que estaba del otro lado del cuarto.- Me gustaría ir allá.

Ahora ni siquiera se podía mover por si solo, pero Alfred sabía cuanta importancia debía tener para Arthur como para pedirle ayuda, así que sonrió y se irguió.

-¡Pero claro!- Y levantó en brazos al mayor. A pesar de los tiempos difíciles, América seguía igual de fuerte que siempre, cargando fácilmente a Inglaterra, una almohada y la cobija favorita de la nación a través del cuarto, hacia la ventana.

América la bajó con cuidado, tratando de no zarandearlo demasiado, y puso la almohada detrás de su espalda. Inglaterra se movió hasta que estuvo cómodo, susurrando un pequeño "Gracias". Jugueteó con el pestillo, con sus manos temblorosas moviéndose sobre el viejo metal, hasta que América por fin cayó en cuenta y abrió la ventana por él.

Una fresca ráfaga de aire salado llegó desde la ventana abierta, llenando el cuarto con el olor a mar. Inglaterra cerró sus ojos y respiró hondo, manteniendo por un segundo el olor del mar.

-Es una hermosa vista desde aquí arriba, ¿no lo crees?

-Claro que sí.- Contestó América, y sonrió. Inglaterra siempre estaba más feliz cuando estaba cerca del océano. Es por eso que se habían movido ahí, a esa casa de verano en la costa oeste de su isla, después de que Londres…

Bueno, en realidad ya no hablaban de Londres. Nadie lo hacía.

-La costa solía estar más lejos, ¿sabes?- Comentó Inglaterra, moviendo su mano hacia los límites de su propiedad.- Antes no podías verla. Olerla sí, pero no verla. Aunque no me quejo.

América metió las manos en sus bolsillos, asintiendo ausentemente aunque no tuviera idea de lo que Inglaterra estuviera hablando. De reojo, miró al otro país. Los ojos verdes de Inglaterra estaban desenfocados y había una sonrisa tonta en sus facciones, como si estuviera recordando una vieja broma.

-Es gracioso, si te pones a pensar sobre ello: las personas siempre actúan como si la tierra fuera permanente, mientras que el océano siempre está cambiando. Es sólo cuando vives tanto como nosotros que te das cuenta de qué tan equivocados están. La tierra siempre está cambiando. Las costas. Las montañas. Los bordes y los límites. Todos están cambiando. Pero el mar… se mantiene igual, siempre.

América frotó torpemente la parte trasera de su cuello.

-Si tú lo dices…

Inglaterra no dijo nada, pero en realidad no estaba escuchando. Estaba sonriendo, sentado erguido y propio, observando en mar como si estuviera saludando a un viejo amigo. Su cara brillaba con la luz del atardecer y, por un momento, Alfred vio como se debió haber visto cientos de años antes, cuando el Capitán Pirata Arthur Kirkland guió a los rufianes de la flota inglesa victoria tras victoria en los poderosos mares.

Alejó esa fantasía con un pequeño movimiento de cabeza, alejándose de la ventana y regresando a la mesita de noche en la que estaba trabajando antes. En ella había un set para té, con dos tazas y una tetera que todavía humeaba.

-¡Ah, casi lo olvido! ¿Cómo quieres tu té? ¿Con dos de azúcar?

Inglaterra gruñó, sin despegar sus ojos del océano. América tomó eso como un sí y comenzó a prepararlo.

-Por cierto, tengo que decirte… Francis llegó en la tarde para visitar a Mathew e insistió en quedarse para hacer la cena. Sé que te vas a quejar sobre su comida y todo, pero no hay forma de que Mattie te deje irte sin cenar esta vez. Sigue diciendo que necesitas comer bien para recuperarte.

De nuevo, Inglaterra no dijo nada. América asumió que estaba pensando y se quedó callado, dejando que el silencio reinara entre ellos a pesar de que él lo rompía al dejar los cubos de azúcar en la taza de porcelana china. Una vez que añadió el té, chocó la cucharita con la taza tan fuerte como pudo, esperando reprimendas que nunca vinieron.

En vez de eso, Inglaterra suspiró hondamente y habló de nuevo en ese cansado e incluso resignado tono de antes.

-¿Alfred?

-¿Sí?

-Te quiero, ¿sabes?

América se detuvo y volteó rápidamente. Inglaterra seguía sin mirarlo, observando el océano, hipnotizado por las olas, así que América se rió tontamente. Regresó su atención al té y dijo.

-Es bueno que lo digas ahora, después de todas esas veces que me llamaste "inútil peso en mi espalda".

-Je… eso supongo.- Masculló Inglaterra y suspiró con resignación.- Y Alfred…

-¿Sí?

-Gracias. Por todo.

América sonrió honestamente con eso, golpeando la cucharita contra el borde de la taza de té, sacudiendo las últimas gotas en la taza.

-Oh, vamos, Iggy, sabes que no me tienes que agradecer. Después de todo, ¿para qué están los…?

Algo –no pudo explicar qué, pero era un extraño sentimiento que le golpeó por detrás con la fuerza de una bala de cañón- calló la última palabra de esa frase tan cliché en boca de América. Una ráfaga de aire entró, moviendo las cortinas, las tazas y las cobijas de la cama. Con una creciente sensación de pavor royendo sus entrañas, América volteó hacia la ventana.

La taza de té cayó de sus manos y salpicó la alfombra.

Inglaterra había desaparecido.

-¿Arthur?- Llamó, moviendo la ventana. La almohada había caído al suelo, pero la cobija hecha a mano seguía en el asiento. Todavía estaba tibia.

Un temor frío oprimió el corazón de América. Apresó el marco de la ventana tan fuerte que éste comenzó a salirse de la pared, asomándose para buscar en el piso. No había señal alguna de Inglaterra.

-¿Arthur? ¡Arthur! Arthur, ¿dónde estás? ¡Contesta! ¡Arthur!

El viento continuó soplando alrededor de él, con la fuerte esencia del mar, pero no había señal de la nación perdida. Entrando en pánico, América salió corriendo de la habitación y chocó contra Canadá, que había subido las escaleras para investigar la conmoción.

-¡Ah! Alfred, ¿qué rayos…?- Preguntó Canadá, sosteniéndose del barandal con ambas manos. Lo único que le impidió rodar por las escaleras por donde había venido, fue que era tan fuerte como su hermano.- ¿Qué pasa? ¿Cómo rayos quieres que Arthur…?

-¡Desapareció!

Canadá parpadeó.

-¿Qué?

-¡Desapareció, Mattie, Arthur desapareció!- América zarandeó por los hombros, tratando de hacerle entender la importancia de sus palabras.- ¡Le quité los ojos de encima por dos minutos y desapareció! Debió haberse caído por la ventana, pero no responde… ¡Tiene que estar herido, o inconsciente o…!

-Suficiente.

Francia pareció aparecer de ningún lado, subiendo las escaleras hasta tomar las manos de Alfred y alejar a un pasmado Canadá de su agarre. La expresión del Francés era extrañamente seria, manteniendo al asustado América en su lugar a pesar de que la mano en su muñeca, por si sola, nunca lo hubiera detenido.

-Ahora tranquilízate, Alfred, y dinos con calma.- Dijo lentamente cada palabra, resaltando su importancia.- ¿Qué le pasó a Arthur?

-¡No lo !- Insistió América, tomando una gran bocanada de aire antes de continuar.- En un minuto estaba ahí, en su cuarto, hablando del océano y al siguiente… ¡simplemente desapareció!

La expresión de Francia se ensombreció. Su agarre, uno en Canadá y otro en América, se laflojó hasta que los gemelos estuvieron parados por si solos. Mordió su labio y bajó su cabeza, escondiendo su cara detrás de su cabello por un momento.

-Tu stupid Anglaterre…

-¡Francis!- Espetó América, que en realidad no entendía el francés, pero reconocía un insulto cuando lo escuchaba.- ¡No es tiempo de una de sus estúpidas peleas! Tenemos que encontrar a Arthur, podría estar herido…

-Non, mon frère.- Murmuró Francia.- Inglaterra no está herido. No hay nada que lo pueda herir ahora.

Estas palabras cayeron como una bomba, dejando tensión a su paso. Canadá se quedó sin aliento y puso una mano sobre su boca.

-Francis, no te refieres a…

-¿Qué rayos intentas decir con eso?- Alfred se soltó del agarre de Francia, quedando a dos pasos del filo de las escaleras, sin fijarse.- ¡Claro que todavía se puede herir! ¡Por Dios, tan solo porque esté enfermo no significa que caerse desde la ventana no lo va a herir!

-Alfred…- Dijo Francia lentamente, escogiendo las palabras con cuidado.- No puedo decir que estoy sorprendido de que no lo sepas. Eres joven y has sido muy protegido, aislado en tu continente de promesas y nueva vida. Nunca antes habías visto a una nación –una verdadera nación- desaparecer de este mundo.

Canadá cerró sus ojos ante esto, mordiendo el nudillo de su pulgar. América se quedó rígido, agarrando el barandal con manos temblorosas. Lenta y amablemente, Francia alcanzó al gemelo mayor, posando una de sus manos en su hombro para tranquilizarlo.

-Debes entender -ambos deben- que nuestra especie no crece y muere como los humanos lo hacen. No está en nuestra naturaleza dejar un cuerpo detrás para que se pudra. Cuando nuestro tiempo llega, nos vamos, y no dejamos nada más que la historia de lo que fuimos alguna vez. Creo que fue uno de tus hombres, Alfred, el que lo dijo mejor: "Los grandes soldados nunca mueren. Sólo se desvanecen."

-No…- América dio un paso atrás, cada vez más errático.- No, estás equivocado. Estás mal. Tienes que estar mal. Arthur no está… no puede estar…

-Era inevitable.- Dijo Francia, y Alfred de pronto se dio cuenta de lo viejo que parecía ahora. Tan viejo como Inglaterra se había visto, aunque no tan cansado… no todavía. Todavía había fuerza en sus músculos, pero no la suficiente… nunca la suficiente…- El viejo mundo está muriendo, Alfred. Arthur es tan solo el primero. Debes aceptar esto.

-No…

-Arthur está muerto. Inglaterra está muerta.

-¡No! ¡No, no, no!

-¡Se fue, Alfred…!

NO!

América tropezó en el filo de la escalera y perdió el equilibrio. Canadá gritó "¡Alfred!".

Francia se movió justo a tiempo para atrapar a América mientras caía, pandeándose en su agarre con un sollozo. Sus lentes rodaron por las escaleras, pero Alfred no les puso atención, escondiendo sus ojos en los hombros de Francis. Se aferró al francés como un niño, llorando y llorando.

Entonces, miró hacia arriba y vio las lágrimas en los ojos de Francia y eso le hizo llorar más fuerte. Y entonces Canadá, que estaba sollozando y frotando sus ojos, fue hacia ellos y puso sus brazos alrededor de ambos.

Y las tres naciones aguantaron la perdida del mundo, juntos, por primera y última vez.


Hasta aquí el primer capítulo, espero pronto tener el próximo, pero tengo una semana bastante ocupada, así que tal vez nos veamos hasta la siguiente ;D

Ya saben, los reviews y comentarios serán un gran apoyo a su autora y traductora (: