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Para Pumpkin. Digamos, pensé, tienes que recordar la última cosa horrible que hiciste (?) Yo lo hago. Hm. A veces. Matar cuenta, ¿no?
Die, darling
«Tranquila, puedes morir en mis brazos,
volveré a mentirte sobre el amor»
Primero la besas.
Vas a matarla, después de todo. Se merece un poco de felicidad antes de cerrar los ojos para siempre (tú te encargarás de que no te mire, ¿no es así? Prométemelo). Jadea, te toca, te siente y te desea, y lo sabes porque saboreas su pulso frenético bajo la lengua. Sabe a alcohol, a felicidad etérea y escurridiza, a azúcar de los caramelos que comía cuando la viste por primera vez. No sabes por qué haces esto. Deberías parar, pero no lo haces.
Crees que la culpa es de ella por pronunciar tu nombre. «Jasper», así, ahogado, roto, tembloroso. Tiene miedo y no sabe por qué, tú eres tan perfecto, un caballero y te sabes que fantasea con que seas su salvación, que se convence de que besarse en un callejón oscuro es lo más romántico del mundo y que piensa que en realidad podría quererte de darse la oportunidad. No lo imaginas. Lo sientes. Igual que ella te siente por todas partes, frío pero quemándola.
—Di mi nombre —pide ella, asfixiada, mientras intenta deshacerse de su camiseta—. Vamos, Jasper, dilo. Holly. Di Holly.
—Holly —la complaces—, Holly, Holly. Eres tan bonita, Holly.
Tan caliente, tan suave, tan frágil. Tan deliciosa. Quizá no es por los caramelos que huele así, te dices, quizás es que ella es naturalmente suave y dulce y agradable. Y sola, la soledad le vuelve los ojos oscuros y le trepa en la espalda, que lleva siempre un poco encorvada. Un poco más, Jasper, un poco más. Acompáñala, hazla feliz.
Luego mátala.
Porque eso harás, Jasper. Y ella te amará mientras lo haces, y lo sabes. Vamos. Muérdela. Su corazón va tan rápido, y es tan... embriagante. Cumpliste tu misión, Jasper, no tienes que preocuparte por el jadeo. Por la sorpresa. Por el miedo.
Ella te toca las mejillas mientras la asesinas con toda la suavidad posible. Suelta un suspiro tranquilo y calmado. Sabe lo que está sucediendo. Y Jasper, no le importa. Es tu culpa. No me digas que no sabes por qué. La sonrisa, «hola, soy Jasper», «yo Holly», la invitación, la risa baja y vibrante, el callejón, los besos, y la promesa en tus ojos. La promesa —de mentira— en tu rostro, Jasper. Mírate las manos, los labios.
Incluso te mancha. Y sabes, Jasper, es roja. Sé que prefieres llamarla culpa.