Vale, no tengo ninguna excusa por haber tardado tanto en poner el último capítulo. Así que simplemente lo siento xP
Espero que os guste! ^^


6. Bella

La cocina estaba hecha un desastre. Había planos expandidos por la mesa y libros y muestras de pintura apilados por cualquier hueco libre. En la radio de la esquina se escuchaba alguna canción indescriptible.
Esme estaba sentada, siguiendo el ritmo de la música con el pie y tarareando mientras tanto. La nieve caía afuera, y su espesor hacía que las ventanas quedasen oscurecidas.

Carlisle se sentaba en otra de las sillas de la cocina, con las piernas estiradas bajo la mesa y con los tobillos cruzados; también seguía la música con los pies. Delante de él había varias revistas de medicina que leía atentamente.

Este era uno de esos días raros en los que ellos podrían pasar por cualquier pareja joven. No eran vampiros, ni padres, ni abuelos, ni inmortales. Simplemente eran dos personas disfrutando de un día tranquilo, contentos de quedarse dentro de casa mientras la nieve cubría los bosques.

Esme dio unos golpecitos con el lápiz en el cuaderno mientras miraba los planos de la nueva casa que compraron hace un año y que ella misma había supervisado su restauración. Era más grande que la casa de Forks, y su decoración era un desafío bienvenido para ella.

Bella y Nessie iban a vivir en la casa con el resto de la familia por primera vez. Esme les iba a hacer su habitación con especial dedicación, como hizo con sus demás hijos tiempo atrás.

También habían construido una casita para Jacob, ya que dondequiera que fueran, él iría con ellos. Esme le permitiría que la decorase alguien que no fuese ella, así el olor no se mantendría en el cuarto.

– ¿Crees que a Bella le gustaría un sitio en su cuarto donde poder relajarse? –Esme quería que todo fuese perfecto para su hija más reciente, para la valiente chica que les había dado una nieta casi imposible de creer, y que había alegrado la vida de Edward.

Carlisle levantó los ojos de la revista y los estrechó.

–Tal vez. Le gustaría un sitio donde pudiese leer, estoy seguro.

Esme se mordió el labio, revisando otra vez los planos.

–Quizá una bonita ventana con asiento… –murmuró.

–Bella no es exigente, cariño. Le gustará cualquier cosa que hagas.

–Sólo quiero acertar en ello –se quitó con impaciencia el pelo que le caía en los ojos y Carlisle la sonrió con los ojos iluminados–. ¿Qué?

Él sacudió la cabeza, todavía sonriendo.

–Me gusta verte así.

Esme sonrió, formándose hoyuelos en la cara y se inclinó sobre el cuaderno.

–Me gusta esta parte, es como un rompecabezas.

–Eres asombrosa en todo eso. ¿Recuerdas la casa en la que vivíamos Edward y yo?

Ella se rió y dibujo un gran ventanal en el papel con trazos seguros.

–Ni siquiera teníais cortinas.

Carlisle sonrió y puso un marcapáginas en la revista. Se inclinó atrás en la silla, observando caer la nieve a través de la ventana.

–Te necesitábamos bastante en nuestras vidas.

Esme volvió a sonreír y se levantó, situándose detrás de Carlisle. Apoyó una mano en su hombro.

–Está nevando muchísimo –dijo

Él asintió y giró la cabeza para mirarla.

–Probablemente los chicos planearán alguna guerra de nieve para esta noche.

–Me gusta este tiempo –murmuró Esme. Se inclinó y se apoyó en la espalda de la silla. Sus manos se movían de forma insinuante por el cuello de Carlisle–. Así parece que estamos aislados –le susurró en el oído.

Carlisle le acarició la mejilla mientras ella le besaba el cuello.

–Realmente estás tentando al destino, mi amor. Estamos en la cocina y ellos están por aquí en algún sitio.

Esme rió contra su lisa piel.

–Se me permite besar a mi marido.

–Eso es verdad –sonrió. Carlisle se giró y puso a Esme en su regazo–. Hola –su voz era baja y suave en cuanto se encontró con su mirada.

–Hola –contestó Esme en respuesta. Su sonrisa se extendió cuando cogió la cara de Carlisle entre sus manos y le miró: sus ojos dorados estaban llenos de diversión y delicadeza; la confianza y el amor eran notables en su mirada.

Ella siempre sentía una emoción y unos nervios indescriptibles cuando le miraba, y veía que los ojos se le enternecían cada vez que la observaban, pues ella sabía que era la persona a la que él más quería.

Esme levantó la mano y con la yema del dedo pulgar le acarició el carnoso labio inferior. Sonrió cuando él se inclinó y le cogió el dedo, con cuidado, entre sus afilados dientes. La cara de Carlisle cambió, su sonrisa dolorosamente hermosa se convirtió en una juguetona; entonces se inclinó hacia delante y deslizó sus labios suavemente contra los de Esme en un lento y excitante beso. Ella se acercó más a él, jugando mientras con su pelo. Mantuvo los ojos abiertos durante el beso, viéndole disfrutar en ese simple momento.

Carlisle suspiró feliz y abrazó a Esme, acercándola más a él, y tocó sus labios con la punta de la lengua.

Esme sonrió.

– ¿Quién está tentando ahora al destino? –susurró.

–Se me permite besar a mi mujer –contesó Carlisle mientras se retiraba un poco y le ponía el pelo detrás de la oreja. Se inclinó adelante otra vez para besarla la mandíbula.

Esme cerró los ojos ante aquella sensación, y suspiró mientras los labios de Carlisle se dirigieron hasta el lóbulo de su oreja y lo mordió delicadamente antes de deslizar su lengua detrás de la oreja.

–No es justo –susurró Esme.

Sintió a Carlisle sonreír otra vez cuando su dulce aliento le acarició la piel.

–No he dicho que me importase tentar al destino. Que pase lo que tenga que pasar –sus labios volvieron a su tarea, acariciando con la punta de la lengua un punto familiar detrás de la oreja de Esme.

Las manos de ambos comenzaron a moverse coordinadamente. Esme llevó una mano hacia el pelo de Carlisle, enredando los dedos en su rubio cabello, y otra la metió por debajo del jersey de lana, acariciándole los músculos del pecho y del estómago.

Un jadeo ahogado detrás de ellos les hizo girar levemente las cabezas.

– ¡Lo siento! –chilló Bella. Los ojos se le abrieron como platos antes de girar e irse.

Esme miró a Carlisle con una ceja levantada, y él sonrió con un poco de vergüenza.

–Tuviste que decir "que pase lo que tenga que pasar", ¿eh?

–Bueno, al menos ya lo han hecho todos.

–Eso dijiste la última vez –contestó Esme mientras le acariciaba la cara desde el pelo hasta la mejilla.

–Prefiero tener a Bella en la familia antes que haber tenido razón.

Esme entrecerró los ojos, riendo suavemente.

–Pues creo que yo preferiría tener ambas cosas.

Carlisle se echó a reír inclinando ligeramente la cabeza atrás.

–Dentro de poco será nuestro aniversario. Tal vez deberíamos irnos a algún sitio donde nadie pueda interrumpirnos.

–Uf, casi no puedo imaginarme eso.

–Pero merece la pena que nos sacrifiquemos, ¿no crees? –sonrió.

Esme sacudió la cabeza con incredulidad y le acarició la cara con dedos suaves, tocándole solo con las yemas de los dedos.

–No hay sacrificios en esta vida. Yo no cambiaría nada.

Carlisle giró la cabeza para besar sus dedos.

– ¿Ni siquiera las interrupciones?

Esme pensó en cada uno de sus hijos, en las décadas que tendrían juntos y en las interrupciones embarazosas, graciosas, dolorosas y las bromas que continuarían.

Inclinó la cabeza, recordando cómo Emmett les había tomado el pelo y cómo Jasper se disculpó. Recordó que Alice nunca les había contado por qué les interrumpió y que Rosalie posiblemente ni se dio cuenta de que les había interrumpido. Recordó la fiereza y el cuidado de Edward, actuando al mismo tiempo, y dejándoles intimidad y protegiendo su relación. Todo eso importaba.

Cada momento, por pequeño que fuese, importaba en sus vidas juntos y en sus vínculos familiares irrompibles.

–Sí –contestó Esme, sonriendo–. Ni siquiera las interrupciones.

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Bella encontró a su marido y a sus hermanos en el garaje. Sabía que si pudiese ruborizarse, sus mejillas estarían rojas como un tomate.

–Conozco esa mirada –dijo Emmett. Tenía el brazo alrededor de Rosalie, que descansaba la cabeza sobre su hombro. Sonrió.

–Es la mirada de "acabo de interrumpir a Carlisle y Esme" –confirmó Rosalie.

Los ojos de Bella se estrecharon cuando vio la cara de diversión de Alice. Estaba tumbada sobre su Porsche, con los talones descansando en el parachoques delantero. Jasper estaba al lado de ella, también con el brazo a su alrededor.

–No te alarmes tanto, Bella –dijo Alice en voz alta. Jasper sonrió y Bella se sintió tranquila, ya sin vergüenza.

Bella sacudió la cabeza.

–Podrías haberme parado –contestó con voz frustrada.

Edward le paso el brazo alrededor de la cintura.

–Ese fue un buen modo de darte la bienvenida a la familia –la diversión se extendía por su rostro y Bella volvió a sentirse molesta.

Alice puso los ojos en blanco.

–Deja de poner esa cara. Ellos solo estaban besándose. No te horrorizaste tanto cuando nos interrumpiste a Jasper y a mí.

Emmett gimió y Jasper rió suavemente.

–Mala apuesta, Em. Mi esposa ve el futuro.

Bella ignoró a Emmett y Jasper.

–Eres mi amiga, Alice, y ellos son como padres para mí –entonces, Bella se dio cuenta de un detalle y arrugó la frente–. ¿Qué queréis decir con que es una forma de bienvenida?

Edward se encogió de hombros.

–Es una especie de tradición. Yo les interrumpí en su habitación en cuanto se casaron. Ellos... eh… no sólo se estaban besando.

Rosalie levantó la cabeza.

–Estaban en la bañera cuando les interrumpí.

–En el estudio –dijo Emmett con una sonrisa.

–Contra la pared –siguió Alice, abrazando sus rodillas y sonriendo levemente.

Jasper taladró a Emmett con la mirada.

–En el bosque.

Emmett se rió de su hermano y luego miró a Bella, extendiendo los brazos.

–Y ahora tú puedes decir "en la cocina".

Bella sacudió la cabeza otra vez, sonriendo un poco cuando comprendió que, realmente, de aquella extraña forma le estaban dando la bienvenida. Era como si estuviesen diciendo "ahora eres una Cullen".

Emmett comenzó la historia de su interrupción y Bella escuchó con atención. Era muy fácil olvidar que Carlisle y Esme eran físicamente como unos veinteañeros, que sus cuerpos llevaban los impulsos y acciones que acompañan a sus veintitrés y veintiséis años.

Pensó en el momento en el que les vio en la cocina. Pensó en Esme, en la coleta que llevaba y en su semblante feliz en aquel día tranquilo. Pensó en el aspecto que tenía Carlisle con el pelo despeinado, con el jersey innecesariamente caliente y con los modernos vaqueros que llevaba.

Ambos formaban una pareja feliz, demasiado jóvenes para tener la responsabilidad de tener que guiar a seis vampiros por un buen camino, un camino moral.

Bella comprendió que ellos descubrían su eterna juventud en la intimidad. Era en aquellos momentos cuando eran capaces de olvidar los años que llevaban sobre la Tierra. Eran libres de ser simplemente Carlisle y Esme, de ser jóvenes eternamente, de estar enamorados siempre y confiando el uno en el otro.

Bella suspiró y se acercó más a Edward.

–Es agradable verles juntos, ¿verdad? –dijo Edward, como si realmente pudiese leer sus pensamientos.

–Ya sabes –contestó Rosalie mientras Emmett cogía su mano–, va a ser su 90 aniversario.

–Van a ir a una isla para su aniversario 87 –dijo Alice con seguridad.

–Noventa años… –suspiró Bella, con sorpresa.

Todos se quedaron callados, como si contemplasen sus relaciones y lo que pasaría cuando ellos mismos llevasen 90 años juntos.

Bella sonrió, imaginando que ella y Edward podrían parecerse a Esme y Carlisle cuando cumpliesen nueve décadas de vida juntos.

Que Carlisle y Esme se sintiesen jóvenes, despreocupados y juguetones era algo bonito de ver.

Bella observó a Alice y Jasper. Acababan de cumplir sesenta años juntos. Ellos tenían un modo distinto de estar juntos, más privado, íntimo. Vio a Jasper sonreír a Alice, buscando su mirada. Alice le devolvió la sonrisa y le pasó la mano por el pelo, contestando a alguna pregunta no formulada que sólo ella podía entender con una sonrisa y una sacudida de cabeza.

Vio a Emmett y Rosalie, con sus seis décadas y media juntos. Rose miró a su marido mientras él le susurraba algo al oído. Rosalie se rió y se le acercó más, enroscando sus dedos con los de él en un apretón suave.

Pensó otra vez en Esme y Carlisle; sus padres estarían así también. Esme y Carlisle le darían lo que necesitase; la mantendrían a salvo y escucharían sus problemas. Ellos la levantarían si se cayese y la ayudarían en momentos difíciles. Le darían cariño y velarían por su relación con Edward.

Edward la apretó la mano otra vez y le miró sonriente; su mirada era interrogadora.

– ¿Es difícil de imaginar? –preguntó Edward.

– ¿Noventa años? –Bella miró a su alrededor, viendo cómo eran los sesenta años de Alice y Jasper y los setenta y cinco de Rosalie y Emmett. Recordó con una sonrisa cómo eran los casi noventa años de Carlisle y Esme–. No –contestó sin pensárselo–. No es difícil de imaginar en absoluto.


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