La residencia de Santa Marta era un gran edificio de cinco plantas, de apariencia austera por el aspecto de sus habitaciones, pero los grandes pasillos de dicha residencia poseían suelos de mármol, puertas de madera de roble y no había pared en la que no hubiera imágenes de vírgenes, santos, Cristo, San Pedro y anteriores Pontífices que habían sido elevados al rango de venerable. El teniente Chartrand recorría los pasillos de dicha residencia lo más rápido que podía mientras las monjas y demás guardias suizos que se encontraban allí le miraban, preguntándose interiormente qué haría al joven teniente desplazarse con tanta prisa por el lugar, y esperaban que no fuera una nueva mala noticia: con todo lo que había pasado el día anterior, los guardias suizos aún no habían bajado la guardia ante el ataque Illuminati, y no esperaba que lo hicieran mientras el ex-camarlengo Patrick McKenna se encontrara en la residencia.

Tras recorrer pasillos y subir escaleras, el teniente Chartrand llegó finalmente ante las puertas del apartamento donde se encontraba alojado el nuevo Pontífice bajo los cuidados y atenciones de las monjas de Santa Marta:

- Buona sera, devo vedere il nuovo Pontefice… - dijo el joven suizo a los guardias suizo que estaban dispuestos a cada lado de la puerta de la habitación de Patrick McKenna - Devo informarlo di qualcosa

Sus compañeros empuñaron con fuerza sus alabardas en un gesto de obediencia y se hicieron levemente a un lado para dejar paso a Chartrand: era curioso, el joven teniente sólo tenía veinte años, era muy probable que muchos guardias suizos le superaran en edad, y sin embargo, era su superior, debían de obedecerle. Es más, después de la trágica muerte del comandante Richter, muchos murmuraban que quizás alguien como el joven suizo era el necesario para ocuparse del puesto del comandante, pero era algo que Chartrand no se había parado a estudiar: admiraba demasiado el trabajo de Richter, al menos hasta intentó asesinar a Patrick McKenna…

Chartrand entró finalmente a la austera habitación en la que el nuevo y joven Pontífice estaba siendo vestido con la sotana blanca y la casulla roja con ayuda de dos de las hermanas de la caridad de san Vicente de Paúl. Todo estaba siendo muy distinto en el inicio de su pontificado: normalmente, los cardenales debían acudir al nuevo Papa uno por uno a mostrarle su respeto y obediencia, pero el hecho de que todos y cada uno de los prelados se desplazara a la residencia de Santa Marta llamaría demasiado la atención de los medios, así que en su lugar Patrick McKenna estaba siendo ayudado por dos monjas que se ocupaban de la administración del lugar.

El joven suizo no pudo evitar quedarse paralizado por unos momentos al ver al ex-camarlengo con esa nueva imagen: como casi el 90% de gente que conocía que el joven había sido elegido Papa, no lo podía creer. Siempre lo había admirado mucho, siempre había sido su amigo, pero nunca, jamás de los jamases hubiera imaginado verle así, siendo Pontífice de la Iglesia Católica, como antes lo había sido su padre, al que estaba tan unido. La casulla roja sobre la sotana blanca le daban un aire de majestad que difícilmente podría expresar con palabras, además el verle tan joven, tan magullado y con tanta fuerza interior… Realmente le inspiraba, le hacía saber que mientras él estuviera al mando todo iría bien.

Finalmente, cuando todo estuvo su lugar, incluso el Anillo del Pescador que ahora adornaba la mano de Patrick McKenna, las monjas besaron dicho anillo en señal de obediencia y, tras una leve reverencia, abandonaron la sala, dejando al teniente y al nuevo Pontífice a solas: parecía que ninguno de los dos terminaba de creerlo. Como por instinto, Chartrand hizo una leve reverencia con la cabeza a la vez que se arrodillaba en señal de profundo respeto y máximo honor: ya no debía tratarle más como el camarlengo.

- Su Santidad… - comenzó a decir Chartrand, aún aturdido por el nuevo cargo de su amigo - No va a haber ningún ataque más contra su persona, en nombre de la Guardia Suiza se lo juro.

Patrick asintió y se adelantó hasta tomar al joven suizo por los hombros para hacer que se levantara: no era digno de tal honor, y menos de que un chico que había tenido que abatir a su superior cuando creía que era un criminal tuviera que arrodillarse ante él cada vez que lo viera, como mandaba el protocolo.

- Confío profundamente en la Guardia Suiza, es algo que no he dudado en ningún momento- afirmó con convicción el joven Pontífice.

Chartrand asintió y no pudo evitar dirigir su mirada al Anillo del Pescador, que se encontraba en la mano de Patrick McKenna: tenía una imagen de san Pedro pescando en su barca y estaba bordeado por el nombre del Papa que ocupaba la sede en ese momento.

- Pablo VII… Ha elegido el nombre de Pablo - señaló el joven suizo dirigiendo la mirada de nuevo al sumo pontífice.

- Así es… - afirmó Patrick McKenna, mientras observaba con cuidado el grabado del anillo - Creo que Pablo de Tarso es una figura fundamental en la historia del cristianismo, y fue un hombre increíblemente valiente… Espero que me sirva de inspiración para esta nueva tarea que el Señor me encomienda.

El teniente asintió: estaba seguro de que todos los santos, de que todos los ángeles velarían por el nuevo Pontífice ahora que iniciaba pontificado en unos tiempos tan dolorosos y difíciles. Pablo VII saldría adelante con toda la ayuda que necesitara aparte de su propia fuerza interior, pero antes de que esa nueva vida empezara, Chartrand sentía que Patrick McKenna debía cerrar, al menos, un capítulo más.

- He ido a ver a Claire Dilthey - acabó diciendo Chartrand, sintiéndose incapaz de decirlo de otro modo más cuidadoso y, además, no sabía si tenía mucho tiempo para tratar el tema antes de que la periodista iniciara la conexión en directo si no la había comenzado ya.

Patrick parecía sorprendido y a la vez algo confuso ante el hecho de que el teniente suizo hubiera ido a ver a Claire y que, además, se lo dijera. Sabía que el joven había cuidado bien de ella, todo lo que humanamente había podido, pero aún le costaba creer que el chico hiciera por mantener un contacto entre Claire y él: no era lo que esperaba de nadie en el Vaticano.

- ¿Cómo está ella? - dijo el nuevo Pontífice tan pronto como dejó de preguntarse el motivo de Chartrand de ver a la periodista, de repente sentía que necesitaba saber lo que había ocurrido con ella las últimas horas - ¿Sigue en la UCI?

El teniente suizo negó con la cabeza, más rápido de lo que le hubiera gustado:

- No, ella ya no está en el hospital… Sus compañeros la llevaron al hotel, he ido a verla allí, está bien… - comenzó a decir el joven provocando aún más desconcierto en el ex-camarlengo.

- ¿Entonces se encuentra bien? - volvió a preguntar Patrick, desconcertado, mientras Chartrand volvía a asentir rotundamente con la cabeza - Y… ¿No te ha dicho nada?

El nuevo Pontífice quería saber mucho más de lo que era capaz de preguntar en ese momento: quería saber qué pensaba Claire de cómo había resultado todo… Aunque en el fondo ambos sabían que su relación no podía llegar a buen puerto, dado quiénes eran ellos dos (y sobre todo, quién era él), necesitaba saber si la joven estaba decepcionada o se sentía engañada de algún modo. En ese momento, Chartrand echó una leve mirada a la habitación, como buscando algo, y finalmente alcanzó el mando a distancia del televisor que acababan de traer las monjas de Santa Marta, ya que durante el cónclave estaban prohibidos cualquier tipo de aparatos que pudieran establecer contacto con el mundo exterior… Pero el cónclave ya había acabado, el trono de san Pedro ya no estaba vacío.

- ¿Qué haces? - preguntó Patrick McKenna, aún aturdido por las inesperadas noticias de Chartrand y por su extraño comportamiento.

Pero no fue necesario que el teniente suizo dijera nada más, porque tras cambiar rápidamente de cadena, una tras otra, sin mirar apenas lo que estaban emitiendo se detuvo en la BBC, pero Pablo VII no se percató de que se trataba de la cadena británica por el logo en una esquina inferior de la pantalla, sino por la persona que había en la misma.

Resultaba extraño verla allí, en la Plaza de san Pedro, con un micrófono en la mano esperando que llegara a Roma lo que su compañero presentador le estaba diciendo desde los estudios en Londres en un pequeño recuadro de la pantalla. Claire Dilthey. No podía hablar, ¿cómo hacerlo si sentía que apenas llegaban los pensamientos a su mente? Todo estaba sucediendo demasiado rápido. Intercambió una mirada con Chartrand, quien parecía estar prestando toda la atención del mundo a la pantalla de TV, como instando a Patrick McKenna que hiciera lo mismo.

No podía creer que la estuviera viendo de nuevo, y menos aún en el ámbito en el que se movía ella, su vida real, siendo reportera de la BBC. Hacía mucho ya de la rueda de prensa y sólo habló con ella unos segundos, prácticamente ya había olvidado esa faceta de Claire Dilthey. Y sin embargo allí estaba, mientras unos rótulos calificaban la conexión de exclusiva, visiblemente cansada, pero con mejor aspecto que la última vez que la vio en persona, más rubia que nunca debido al impacto del sol italiano en su cabello. Bien era verdad que la reportera de la BBC había vivido tiempos mejores y que no se encontraba en su mejor momento, pero Patrick no recordaba haberla visto tan preciosa nunca.

La voz del presentador de la BBC irrumpió en los pensamientos de Patrick McKenna y en el silencio de Claire Dilthey, sobresaltando levemente a ambos, cada uno en un lugar distinto de Ciudad del Vaticano.

- Volvemos a conectar con Ciudad del Vaticano, Claire Dilthey - afirmó usando la entonación adecuada el trajeado presentador de la BBC - Claire, ¿nos oyes?

Pasados unos cinco segundos, la joven esbozó una leve sonrisa y asintió, mientras sostenía con firmeza el micrófono de su cadena:

- Sí, Leonard, te oigo

- Claire, en nombre de la redacción te digo que estamos muy contentos de verte otra vez al pie del cañón - dijo el tal Leonard, visiblemente aliviado de volver a ver a su compañera retransmitiendo de nuevo, lejos de la amenaza Illuminati.

- Muchas gracias - dijo Claire con una gran sonrisa en el rostro, de nuevo tras una breve pausa - Yo también estaba deseando volver.

- Esto merece como mínimo un ascenso, ¿no? - bromeó Leonard Head, ignorando por un momento el hecho de la conexión en directo.

Tras la pausa habitual, la joven no pudo contener una breve risa, cabeceó y murmuró:

- La BBC no podrá compensar esto, tendrán que mandarme a entrevistar a George Clooney…

Chartrand no pudo contener una breve sonrisa ante el comentario de Claire y se volvió ligeramente hacia Patrick, que no parecía percatarse de nada más que no fuera el televisor en ese momento. El teniente suizo pensó que quizás debería salir fuera, no sólo para no entrometerse en esa despedida televisada, sino por dar alguna excusa a los cardenales que vinieran a buscar a Patrick para llevarle, finalmente al balcón de san Pedro. Salió de la habitación y cerró con cuidado la puerta tras de sí, rezando porque Claire Dilthey fuera lo más breve posible.

Por su parte, Patrick seguía sin poder creer lo que veía: era extraño, era como si hubiera conocido a una persona totalmente distinta, desde luego no a una que era periodista en la BBC… Pero era ella, aunque en las últimas horas hubiera llegado a dudar de su existencia, era Claire Dilthey, tan real como deseaba que fuera.

- ¿Cómo te encuentras, Claire? - inquirió el presentador de la BBC mientras se inclinaba levemente en la mesa del estudio.

Esta vez no sabía si era por la diferencia horaria o porque Claire Dilthey no sabía qué decir: de cualquier modo estaba tardando mucho en contestar. Finalmente la joven se encogió levemente de hombros y murmuró sin perder la sonrisa:

- No te voy a mentir, he estado mucho mejor otras veces… Pero también mucho peor, así que creo que estoy bien - terminó diciendo la reportera.

- Bien, Claire, no te entretengo más - dijo Leonard Head, poniendo en orden unos folios que había sobre la mesa del plató de los informativos en Londres - Puedes comenzar con tu crónica de lo que ocurre en estos momentos en Ciudad del Vaticano.

De nuevo, pasados unos momentos, la joven rubia asintió y tras tomar aire de manera casi imperceptible, Claire se hizo levemente a un lado para que Chinita pudiera mostrar parte de la Plaza de San Pedro, a rebosar de fieles y curiosos en esos precisos instantes; de modo que el nuevo Pontífice no sólo estaba viendo a la mujer por la que creía haber perdido los papeles en algún momento de la tarde anterior, sino también haciéndose una idea de lo que le esperaba fuera, una vez que tuviera que asomarse al balcón papal para impartir la bendición Urbi et Orbi.

- Como puedes ver, Leonard, la gente, lejos de permanecer en sus hogares a la espera de una seguridad mayor, ha acudido en masa a la emblemática plaza del Vaticano - afirmó Claire, poniendo énfasis en determinados y estudiados puntos para mantener la atención de la gente - Todos ansían conocer las nuevas noticias que surgen de primera mano, después de todo, los sucesos vividos la tarde-noche anterior se han convertido, sin duda alguna, en uno de los acontecimientos más importantes de este año…

El presentador parecía prestar atención a lo que la reportera le comunicaba desde Ciudad del Vaticano, pero si Claire hubiera podido verle como le estaba viendo Patrick ahora, hubiera jurado que sólo trataba de mantener las apariencias mientras pensaba qué más podía preguntarle a la joven periodista de los hechos que ella había vivido en primera persona la tarde anterior.

- Claire, perdona que te irrumpa - dijo Leonard Head, llamando la atención de la joven, quien se detuvo en su retransmisión - Desde primera hora de la mañana existen unos rumores que afirman que el cónclave ha sido suspendido y que el nuevo Papa ha sido elegido ya por los cardenales…

La chica escuchó con atención las palabras de su compañero y, pasados los tradicionales cinco segundos, se encogió de hombros, mostrando levemente su brazo en cabestrillo en pantalla.

- No lo sé, Leonard hace poco menos de media hora que estoy aquí, no he oído nada… - contestó la rubia a su compañero mientras entrecerraba los ojos con cuidado ante el impacto del sol romano.

El nuevo Pontífice no pudo evitar esbozar una leve sonrisa ante la respuesta de Claire: sabía perfectamente que un nuevo Pontífice había sido elegido y sabía perfectamente de quién se trataba, pero no lo decía, no pensaba decirlo hasta que las pruebas oficiales lo demostraran por sí mismas… No se había equivocado al pensar que podía confiar en ella.

Poco satisfecho con la respuesta de la joven reportera, el presentador carraspeó levemente y volvió a comunicar:

- Los rumores señalan que el candidato elegido por los cardenales es el camarlengo Patrick McKenna, protagonista absoluto de la resistencia Illuminati…

"La resistencia Illuminati" pensó Claire sin poder disimular una breve sonrisa: estaba visto que se había perdido muchas cosas como periodista el día anterior. Seguro que ése era uno de los muchos términos que tanto la gente como los medios habían creado para referirse a los hechos que iban viviendo hora tras hora, mientras los asesinatos de los preferiti se sucedían en la Ciudad Eterna y el terror por una amenaza desconocida recorría las calles de Roma. No quería ni pensar cómo había sido vista la figura de Patrick entre la gente de a pie, seguro que sentían lo mismo que ella había sentido en un principio: sorpresa, una enorme admiración y una aún más enorme gratitud hacia su persona. Estaba segura de que la noticia de su elección como Papa sería muy bien recibida tanto por los fieles como por los curiosos que se encontraban en la Plaza de San Pedro. Se trataba, sin duda, de un líder perfecto.

- Claire, ¿qué opinas de estas habladurías?

La voz de Leonard Head sorprendió levemente a la periodista, que se había distraído momentáneamente en sus propias divagaciones, pero dado que sabía de lo que habían estado hablando recientemente, Claire tuvo la suficiente agilidad mental como para no quedarse en blanco.

- No me parecería una decisión descabellada… - afirmó finalmente la reportera de la BBC.

¿Que no le parecería una decisión descabellada? Claire se sintió enfadada consigo misma tras decir esas palabras: Patrick se merecía algo más que eso, y se sentía frustrada por no poder decirle en persona lo que pensaba de verdad. Si él la estaba viendo en ese momento, y deseaba de corazón que así fuera, no quería que esa respuesta tan vana y poco precisa fueran las últimas palabras que, probablemente, iba a obtener de ella. La periodista sabía que el tiempo en televisión era oro, que no podía desperdiciarse un instante y ella sabía lo suficiente de periodismo como para no quedarse callada: tenía que hablar, decirlo todo y a la vez no decir nada.

- Desde mi punto de vista, creo que es una de las mejores noticias que podrían recibir los fieles hoy… - continuó diciendo Claire tras esa breve pausa - La mayoría de las personas que se han desplazado a la Plaza de San Pedro lo han hecho por admiración hacia su persona: el día de ayer a esta hora había unas 50.000 personas en la Plaza de San Pedro y, según me han informado mis compañeros, esa cifra se ha doblado en tan sólo veinticuatro horas y sigue llegando gente a este emblemático lugar de Ciudad del Vaticano…

Ella hablaba y el mundo la escuchaba, Patrick McKenna la escuchaba. Desde su habitación en la Residencia de Santa Marta, el nuevo y joven pontífice estudiaba cada detalle que Claire Dilthey decía en pantalla: obteniendo nueva y valiosa información y a la vez reteniendo la imagen de la periodista en su memoria. Quería que el rostro de la joven rubia se guardara en sus recuerdos lo más nítido posible, y su carácter el más cercano a la realidad: sabía que con el paso de los días, meses, incluso años sin verla ni saber de ella, Claire Dilthey se convertiría en algo que no le haría justicia ni por asomo; se convertiría en un ente en su memoria, sólo recordaría vanas cosas sobre ella, una expresión, un sentimiento frustrado, pero poco más… Estaba seguro de que llegaría a olvidarla tanto que cualquier cosa sobre ella, ahora cotidiana y normal le sorprendería sobre manera.

- Y si se me permite no ser imparcial… - siguió la periodista, sacando a Patrick de sus pensamientos.

- Hoy se te permite todo, Claire - contestó Leonard Head amablemente desde Londres.

La joven asintió levemente y parpadeó un par de veces: genial… Como se echara a llorar en directo iba arreglada… Esbozó una sonrisa y dijo:

- Soy reportera, y esta profesión me ha llevado a vivir situaciones y sensaciones muy diferentes, pero ninguna como ésta… Nos ha salvado la vida… - mencionó Claire, visiblemente emocionada - Muchos de los que nos encontramos aquí hoy, en este momento, no lo estaríamos de no ser por el increíble sacrificio que estaba dispuesto a hacer por salvar a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro…

En la residencia de Santa Marta, Patrick McKenna se llevó la mano a la barbilla: Dios santo, Claire no tenía ni idea de lo que estaba hablando… Sí, había salvado la vida de los fieles que se encontraban en la Plaza, pero no podía decir lo mismo de ella… De forma intencionada o no, por su culpa Claire Dilthey había tenido muchas probabilidades de no contar lo que había pasado. Primero se salvó de los disparos del Hassasin, pero no hubiera tenido la misma suerte en las celdas de la Guardia Suiza; Richter había hecho saber al ex-camarlengo cómo todos los planes de salir inmunes del regreso de los Illuminati se fueron desmoronando en el momento en que Claire Dilthey salió con vida del cuartel de la Guardia Suiza.

Lo que importaba era el hecho de que si Claire no se hubiera atrevido a intentar escapar de ese lugar, no habría tenido ninguna posibilidad de vivir: habría salido del cuartel en una camilla bajo una sábana blanca, con todas las pruebas en su contra y juzgada por todo el mundo como cómplice de los Illuminati. Por eso, y por muchas otras cosas que aún atormentaban al nuevo Pontífice, sentía que la periodista sólo tenía que agradecer su supervivencia a su propia persona, no a él, que había estado a punto de tolerar que se acabara con ella.

- En medio de toda la vorágine de atentados Illuminati, el camarlengo McKenna siempre ha permanecido firme en su postura contra los que se hacen llamados hijos de la ciencia sembrando el pánico mediante crímenes contra ancianos cardenales o fieles de la Plaza de San Pedro - siguió diciendo Claire, ajena a todo lo que Patrick pensaba de su intervención - …Creo que debemos estar agradecidos de haber tenido un líder que nunca se ha doblegado al miedo o la duda…

Claire hizo una pausa, intentando pensar qué añadir más, pero se veía incapaz de decir más diciendo menos de lo que le gustaría: maldita conexión, y ni siquiera estaba segura de que Patrick la estuviera viendo… De repente, ese pensamiento la hizo sentirse menos presionada: quizás debía seguir con la retrasmisión pensando que el nuevo Pontífice de la Iglesia Católica no la estaba viendo.

- Si es ése su destino, bienvenido sea. Como podemos ver… - dijo la periodista haciéndose levemente a un lado para que Chinita pudiera hacer un barrido por la Plaza de San Pedro - Los fieles están reaccionando con vítores y aclamaciones a esta posible noticia, incluso los no creyentes. Si esta noticia llegara a confirmarse, todo apunta a que la Iglesia viviría un cambio muy significativo, un cambio que mucha gente ha estado esperando por mucho tiempo. Leonard, creo que estamos viviendo un momento histórico muy importante en este día, aquí en la Plaza de San Pedro.

Al escuchar hablar así a Claire, al ver a toda la gente que había en la Plaza de San Pedro, de repente Patrick se sintió mejor: sabía que no debía ocupar el puesto que ahora se cernía sobre él de forma inexorable hasta el fin de sus días, pero sabía que iba a contar con el apoyo de la gente, de gente que había vivido la amenaza Illuminati de cerca y que ahora contaban con su ayuda para salir adelante.

- Y, en el caso de que el camarlengo McKenna nos esté viendo ahora mismo… - comenzó a decir Claire, captando de nuevo la atención del sacerdote. - Quiero decirle que no tenga miedo, que cuenta con todo el entusiasmo y el amor de los fieles aquí presentes, y que le deseo la mejor suerte del mundo, aunque estoy segura de que no va a necesitarla: Dios está a su lado.

Y una vez más, de repente todo encajaba: iba a dedicar su vida a reparar todo el daño que había hecho. Podía hacer tantas cosas por enmendar su error, por acercar la Iglesia a la gente y al siglo XXI… Sabía lo que la gente pedía a la Iglesia, sabía la razón por la que la Iglesia parecía haberse quedado estancada en la Edad Media, y él iba a cambiar eso, ahora que podía hacerlo, ahora que iban a escucharle…

- Bueno, Claire, te doy las gracias por esta conexión en exclusiva - dijo Leonard Head desde Londres, haciendo especial énfasis en esas dos últimas palabras - Volveremos a conectar cuando los rumores se confirmen o se desmientan… Despedimos la conexión con Roma, la ciudad eterna.

Tras unos segundos, la joven recibió las palabras de su compañero por el pinganillo y se dio cuenta de lo rápido que había terminado todo: ya había hecho la conexión, ya le había dicho a Patrick todo lo que había podido teniendo en cuenta que el mundo estaba pendiente de cada una de sus palabras… Y le sabía a poco. Sabía que no era la despedida que quería, ni tampoco la que probablemente mereciera, pero podría no haber tenido una despedida y sentía que eso era algo por lo que estar agradecida, aunque ahora le costara.

Finalmente asintió y murmuró, lamentando que las palabras que iba a decir podían muy bien ser las últimas que Patrick McKenna oía de sus labios:

- En directo desde Ciudad del Vaticano, Claire Dilthey, para la BBC…

Desde la residencia de Santa Marta, Patrick contemplaba el televisor sin saber muy bien cuál era la sensación que predominaba entre todas las que le estaban invadiendo: la emoción por todo lo que estaba apunto de comenzar, la confusión por cómo había resultado acabar el Plan Illuminati, la vergüenza por haber tenido una parte muy importante en el mismo y un sentimiento aún sin nombre que tenía ahora mismo, cuando miraba la imagen de la reportera de la BBC en la pantalla de la televisión.

Había pasado todo tan rápido, demasiado como para que el ex-camarlengo pudiera discernir aún bien lo que había significado (o significaba) para él el haberse cruzado en su camino esa periodista escocesa tan peculiar. Necesitaba tiempo, pero no lo tenía; necesitaba aclarar cosas, pero no tenía posibilidad de aclararlas… Sólo sabía que Claire había significado lo suficiente como para hacerle ver el mundo de otro modo, y podía jurar que eso era bastante… Pero no estaba seguro de que ésa fuera la sensación que iba a tener siempre sobre lo ocurrido la tarde-noche anterior.

De cualquier manera, lo único que tenía claro en su mente era que renunciar a Claire Dilthey, a que pudiera permanecer en su vida de cualquier modo, era el sacrificio más grande que podía ofrecer a Dios en ese momento para conseguir su perdón… Quizás fuera uno de los grandes sacrificios que había tenido que hacer en su vida… Contuvo la respiración y tragó saliva: era un sacrificio que ahora estaba dispuesto a pagar:

- Adiós, Claire Dilthey - murmuró el nuevo Pontífice de la Iglesia Católica, apagando el televisor.

En el momento en que la imagen de la rubia periodista desapareció de la televisión, Patrick McKenna sintió en su corazón que nunca más iba a volver a verla, que esa etapa de su vida se cerraba ante sus ojos produciéndole un agrio sentimiento… Ojalá no la hubiera conocido nunca, así no tendría que sentirse así al perderla. Pero sabía que si no la hubiera conocido nunca, él no estaría donde estaba ahora. Todo hubiera sido muy distinto sin Claire, todo sería muy distinto sin ella.

Un suave golpeteo en la puerta de la habitación hizo a Patrick McKenna volver a la realidad, a su mundo, a su nueva vida, que aún no había hecho sino comenzar. La puerta de madera se entreabrió y el teniente… Más bien el nuevo comandante Chartrand apareció allí, preguntando con la mirada a su amigo, quien esbozó una leve sonrisa y murmuró:

- Estoy listo para salir ya…

Chartrand respondió con una sonrisa llena de emoción que, debido a su juventud y entusiasmo por lo que estaba apunto de suceder en el balcón papal, no pudo disimular.

- Excelente, lo haré saber de inmediato al cardenal Strauss - dijo exaltado el joven suizo, antes de volver a desaparecer cerrando la puerta tras de sí.

Afuera una columna de humo blanco comenzaba a salir de la emblemática chimenea situada en la Capilla Sixtina, los gritos de júbilo de los congregados en la Plaza de San Pedro iban en aumento y entre todas esas personas había una que no sabía muy bien cómo reaccionar ante lo que estaba ocurriendo, aunque fue algo que nadie notó ya que acabó uniéndose a la alegría popular que la nueva noticia había despertado en los fieles.

Así fue como comenzó la historia de Pablo VII, un joven y carismático Papa que cautivó fácilmente los corazones de creyentes y no-creyentes con su actitud abierta y tolerante con las diferencias culturas y mentalidades del mundo. Alguien que arrancó la Iglesia de la Edad Media y la situó en pleno siglo XXI, acercándola a la gente de a pie como ningún Papa lo había hecho hasta entonces. Un pontificado que sería muy difícil de olvidar. Lo que ocurrió a Patrick McKenna la tarde antes de ser elegido Papa era algo que siempre sería un misterio, algo que sólo sabían de verdad dos personas.

En cuanto a ella, dicen que el tiempo lo curaba todo, pero Claire Dilthey había vivido lo suficiente para saber que esa afirmación no siempre era verdadera, pero esperaba que esta vez lo fuera. Al principio dolió, lloró por él a pesar de los meses pasados y los kilómetros de distancia entre ellos, pero sabía que no debía hacerlo, que hacerlo era egoísta porque Patrick hacía mucho bien por el mundo en el cargo en el que se encontraba, y él era feliz así, como también sabía que ella y él realmente nunca tuvieron una oportunidad. Sólo le quedaba admirarle y apoyarle en la distancia, esperando que él se acordara de ella de vez en cuando para asegurarse de que todo lo que había vivido el día anterior realmente había pasado alguna vez.

Claire sabía que ése sería un secreto que se llevaría con ella a la tumba, nunca diría nada a nadie de lo que había pasado, eso era algo que guardaría sólo para ella en sus recuerdos. En ese rincón de su mente, el mismo que podría llegar a olvidar pasado un tiempo, es donde siempre le encontraría, y desde donde siempre, pasara lo que pasara, de una manera u otra, le querría.


Notas finales de la autora:

*se seca las lágrimas con un pañuelo* Creí que este momento nunca llegaría, cuando empecé a escribir el fic hace ya casi nueve meses nunca me imaginé escribiendo el final... Y hoy, a la 01:44 lo he terminado =). Dios, parece que vaya a recibir un Oscar, pero es que no se me ocurre qué decir :P.

Que espero que hayan disfrutado de este fic tanto o más como yo he disfrutado escribiéndolo, que me encariñado muchísimo con los personajes de Dan Brown y le he cogido un cariño que no es normal a mi Clarita del alma XD. Sé que este final no es el más apropiado para un fic canon/oc, pero creo que según las circustancias que han rodeado este romance no podia acabar de otro modo que no sea este, y si pudiera haber acabado de otro modo... No sería de un día para otro *maldice a Dan Brown por el hecho de que "Ángeles y Demonios" se desarrolle en un único día*. He pensado mucho en una posible secuela, ya que he cogido mucho cariño a este ship, pero no me gustaría que fuera una trama insulsa y carente total de sentido... Hablando en plata, de una leve excusa para que los caminos de Patrick McKenna y Claire Dilthey vuelvan a cruzarse. Tiene que ser una trama bien pensada donde lo principal no sea el romance Patrick/Claire, y pensaré mucho en ella, I promise.

Quiero agradecer de corazón a La muse venale, Invader-Criss, Isa Luna, AleaSlayer, lobitaderemus, GreenBlackDice, Amanda Beicker y a todas esas personas que han leído/puesto en favoritos mi fic sin haber hecho nunca acto de presencia, que hayan seguido mi historia desde el principio animándome con sus cariñosos reviews, me subía tanto la moral ver que la gente se involucraba tanto en el primer fic que escribía en serio... Es algo que siempre, siempre agradeceré de corazón, este fic ya es tanto mío como vuestro *se inclina ante los lectores*

Me toca agradecer también al señor Ewan McGregor (a quien el señor Brown debería agradecer que yo me comprara y leyera "Ángeles y Demonios") su participación en el film y hacer el personaje de Patrick tan creíble dentro del guión (en serio, en el libro el camarlengo es muchísimo mejor de lo que se muestra en la peli, y a esa faceta es a la que he procurado ser fiel), a Diane Kruger (Abigail Chase en "La Búsqueda") por ser mi Clarita e inspirarme con sólo verla en pantalla unos minutos y al resto de mi Dreamcast... Aunque ninguno de ellos tiene constancia de la existencia de esta historia, anyway...

A mi hermana, por ser mi lectora beta y aguantar que le diera la vara durante horas con dudas sobre los capis mientras los iba escribiendo.

A mi amiga Tani, de la que aprendí un montón a la hora de escribir fan-fictions.

Y a tí, siempre (o como diría Taylor Swift: forever and always).

*se cierra el telón*

¿Aplausos o tomatazos? Para eso están los reviews =)