Disclaimer: Sakura Card Captor junto con todos sus personajes es propiedad de las de CLAMP. Yo sólo cree una trama diferente con los del animé por diversión y gusto. ¿Comprenden? Gracias. (:


¿Secuestrada?

I: Nocturno y detestable.

Suspiré mientras me dejaba caer rendida sobre aquella dura e incómoda silla, dejando que mis brazos cayeran a mis costados; balanceándose lentamente, trazando un trayecto corto. Mis muslos estaban pegados al asiento, así como todo mi cuerpo. Mis pies se movieron levemente, ajustándose a la posición.

Mis ojos vagaron, dilatados de algún que otro sentimiento por toda la sala, marcando un recorrido por esta. Un resoplido —o algo parecido— salió por mis labios entreabiertos, recargados de cansancio.

—Sakura, me preocupas —susurró mi compañera, que se encontraba sentada en el pupitre consecutivo al mío. Tenía las manos apoyadas en su banco, mirándome de manera maternal.

Hice un esfuerzo por que los músculos de mis labios reaccionaran, intentando de formar una sonrisa, las comisuras se elevaron levemente, creando una dulce sonrisa cansada. La mire con cariño, con mis esmeraldas llameando en un conjunto de disculpa y reproche.

—Lo siento mucho, Rika —Logré titubear, y no sin esfuerzo—. No era mi intención preocuparte. Pero no hay motivo de aquello. Me siento perfectamente —Y el intento de sonrisa reapareció en mi rostro.

Me miró con inseguridad, para luego suspirar con resignación. Pestañó unas cuantas veces, intentando, notablemente, de convencerse de que no le estaba mintiendo. Sonrió.

Empezó a juguetear con su corto cabello castaño, mientras sus tibios ojos color miel se paseaban distraídamente por el suelo, en su esfuerzo de no reprocharme el hecho de no haber dormido —que aunque no lo había comentado, resultaba obvio.

—Queda una hora y… saldremos, sólo espera un poco más —Volvió a sonreír sin fijar su mirada en mí—, pero ahora hazme el favor de no quedarte toda la noche estudiando ¿Quieres? —Me reprochó agradando su sonrisa.

Asentí, sonriendo débilmente. Rika siempre me había ayudado, no se merecía que la preocupará.

El profesor Taikaishi, un bajo y regordete hombre, ya tenía sus cincuenta bien cumplidos. Se enfurecía y sabía darte una reprimenda, pero aún así, era muy amable y sabía contestar tus dudas. Cuando entró al salón, sonrió, haciendo que se arrugara la piel de sus mejillas y comenzó a explicar lo que quedaba del día de hoy.

Estaba tan agotada, y poco pudo quedar en mi mente esa clase. Lo único que podía hacer era suspirar e intentar acordarme que debía prestar atención en la clase, y no dormirme.

Cuando el reloj apuntó que ya era la hora de salida (21:45), los alumnos comenzaron a levantarse; el profesor Taikaishi se despidió de los Universitarios con un simple y amable 'Hasta el lunes, ¡Cuídense!' para abandonar la sala con su seco caminar.

Estaba tan abatida. Por un momento creí que ya no podría levantarme, me faltaban las fuerzas. Por eso mismo fui una de las últimas en salir, junto con Rika, quién se había ofrecido a ordenar un poco el pequeño y descuidado salón.

Caminamos por los amplios pasillos; suspiré otra vez, intentando de crear rápidamente una buena excusa para no pasar la noche en la casa de Rika, ya que sabría que era capaz de ponerme un revólver en la cabeza, amenazándome con que sí no dormía, jalaría el gatillo.

Desde que habíamos empezado psicología, yo casi no dormía. Pasaba todas las noches estudiando. Rika siempre me miraba con compasión y reproche. Aunque le irritaba verme tan agotada, sabía que yo era así, perseverante. Y también sabía que cada vez esta materia se ponía más difícil.

Rika era mi amiga desde la secundaria, por eso mismo era que me conocía tan bien. Al llegar a la puerta de la Universidad, me sonrió y volvió a hacer un vano intento de convencerme de ir con ella.

Cuando nos despedimos, ella inició su viaje hacia su casa, al lado contrario del que comencé yo. Resoplé por segunda vez en el día, mi departamento quedaba a unos cuantos kilómetros, y ya se estaba poniendo el sol. Apuré mi caminar.

Oscurecería más y más; aquello nunca terminaba de asustarme. Pero no era la primera ni la última vez que haría esta distancia a pie, así que tendría que acostumbrarme.

Vamos a pensar, me dije mientras andaba. El día siguiente, sería un hermoso día: jueves. No tendría que concurrir mañana ni el fin de semana a la facultad. Pero como era ya cotidiano, empezaría a estudiar esta noche. Tenía algunas dudas sobre la nueva parte del Ámbito Científico que había explicado hoy, lo que significaba que mañana sacaría una pequeña porción de mis ahorros para instalarme una hora en el Cyber, donde averiguaría con más amplitud y renovaría mis apuntes.

También podía llamar mañana a Naoko, la que más mostraba tener un buen futuro en psicología, para rogarle una explicación sobre Condicionamiento Operante, en la Psicología del aprendizaje, tema cual no parecía irme bien.

Podía, sí es que me sentía lo suficiente sinvergüenza, pedirle alguno de sus maravillosos libros. Y si no me sentía lo suficiente descarada como para pedírselo, me iría a la tarde a la Biblioteca.

Me encontraba sumergida en mis pensamientos, cuando una gota de agua mojo mi mejilla. Extrañada, la sequé con el dedo, para sentir que en mi palma caía otra. Y otra en mi cabello. Y otra, y otra, y otra.

La lluvia a los pocos segundos me tenía casi empapaba, por lo que empecé a correr, con cuidado de no resbalarme, en busca de algún techo, refugio, o lo que fuese.

A los cuantos minutos, me encontraba pegada a un muro, abrazando mi bolso. La lluvia se había vuelto torrencial, y no creía que fuese a parar demasiado pronto.

Suspiré, debía llegar a mi departamento antes de que oscureciera demasiado, estar sola en la calle a esas altas horas de la noche me atormentaba; pero no creía que fuese a lograrlo sin pescar un resfriado. Y cuando yo me enfermaba, pasaba por lo menos una semana en reposo. ¡No podría ir a la facultad!

Cerré mis párpados, si me sosegaba se me ocurriría una solución.

Resoplé. No quedaba otra opción, aunque lo odiara. Aunque me hiciera malgastar unos cuantos dólares, era lo único que quedaba.

Dólares que me hubieran servido para investigar más en un Cyber. ¡Maldición!

En fin, cuando me decidí no regañarme más a mi misma por el hecho, me dedique a caminar con cuidado, pegada a los lugares con un poco de techo; a esperar uno de esos malditos taxis enviados por Satanás, quién deseaba que yo enloqueciera para arrastrarme hacía el infierno, de eso estaba segura.

Mis ojos estaban atentos, fijos en las calles.

Levanté uno de mis brazos, haciendo una seña con los dedos cuando vi a ese pequeño auto, amarillo y negro, que pasaba a una lentitud irremediable. Aquél vehículo de a poco fue parando, para quedarse frente a mí.

Intentando de ocultar mi desagrado, lleve una de mis manos hacía la puerta trasera, enredando con mis dedos la manija, de la cual tire para abrir el auto, y adentrarme en él. Cuando logré acomodarme en el duro asiento. Posicioné mi cartera al lado mío y mirar al anciano regordete que se encontraba al volante.

—Tomoeda; algunas cuadras al noroeste del Parque Pingüino —Le indiqué rápidamente, con nerviosismo, intentando sonar lo más amable posible.

Pude verlo asentir. Comenzó a conducir con una velocidad repentina, que me hizo clavar las uñas en el asiento y respirar entrecortadamente por unos segundos.

Bien, quizá a esa velocidad llegáramos en unos cuantos minutos y acabaría esta tortura incómoda e insufrible.

Comencé a juguetear con mi corto y castaño cabello, abrochando y desabrochando unas cuantas veces las hebillas, acomodándolo lo innecesario.

Luego de terminar de toquetear mi cabello, centré mi vista en la ventanilla borrosa por las gotas que la estaban azotado. El cielo estaba ya oscuro y no dejaba de llorar, con la misma intensidad que al principio.

De pronto, y cuando menos lo esperaba, el auto paró. Tan repentinamente que me hizo balancearme hacia delante, casi chocando mi cabeza con el asiento que se encontraba frente mío, pero ágilmente había posicionado mis manos en este, parando el impacto y haciendo que todos mis cabellos se dispersaran.

Me encontraba a punto de insultar a aquél anciano. Cuando abrió la puerta y su voz ronca y fastidiosa se escuchó.

—Iré a comprar algunos cigarrillos, muchacha. No hay apuro para tu destino ¿Cierto? Entonces puedes esperar —Dijo antes de salir del auto y cerrar la puerta. Pude ver que su figura desaparecía en la oscuridad y entre las gotas de lluvia.

Me quedé inmóvil de la ira y la sorpresa ¡Que desconsiderado! ¿Es que no podía esperar hasta dejarme en mi apartamento? ¿Y frenar así? ¿Qué sabía si yo no tenía apuro?

Creo que mis rosadas mejillas pasaron al bordo de la furia. Y estuve a punto de salir del auto, de todas formas, no le había pagado, y ya estaba a unas pocas cuadras del Parque Pingüino; pero no me pareció correcto ni maduro.

Suspiré, molesta.

Siempre me habían molestado increíblemente los taxis, pero ese día, había aprendido a aborrecerlos con el alma.

Me recosté sobre el asiento, y cerré los ojos. Intenté relajarme y que el odio que se había posicionado de mí, se alejara rápido… antes de que los vidrios del auto se encontraran rotos por obra del enojo.

Estos malditos horarios… ¿Es qué no me los podían haber puesto a la mañana? ¡No! ¡A el horario más tarde! ¡Él que finalizaba en el momento que el cielo oscurecía!

Por lo menos si terminara al medio día, podría tomar un autobús a casa. Tampoco los adoraba, pero se llevaban mis alabanzas si se los ponía a comparar con los taxis.

Suspiré ¿Por quinta vez? No lo sabía, no había hecho la cuenta. Quizá ya era la décima vez, o más.

Tic, tac, tic, tac. El relojito de mi mente se activó, para variar. Apreté con más fuerte mis párpados, ocultando a mis ojos del sombreado interior de aquel coche, llevándolos a una oscuridad mayor dentro de mí.

Pude privar a mi sentido de la vista de todo, pero no a los demás. El auditivo, por ejemplo.

El hombre volvió, ya que la puerta del piloto se abrió, y se cerró apresuradamente. Pude apreciar los sonidos que causó sus rápidos y desesperados movimientos, ajustando algunas cosas, el motor gruñó.

No abrí los ojos, pero sólo suspire. El anciano parecía bastante apurado ¿Es qué se había dado cuenta de su descortesía y quería remediarlo?

La velocidad con la cual comenzó a andar el auto hizo que una brisa fría chocara contra mí con brutalidad, haciendo que algunos quejidos salieran despedidos por mis labios.

—Maldición —Musitó… ¿La voz del anciano?

No, aquella voz era diferente… Era musical, demasiado varonil… y embriagadora. Una voz con la cual se podría quedar horas oyéndola, sin decepcionarse.

¿Es que… estos taxistas eran tan modernos que cambiaban los turnos?

Abrí los ojos lentamente, la oscuridad que invadía aquél vehículo me privaba de la capacidad de poder ver la figura del nuevo taxista. Sólo podía distinguir unos brazos delgados, cuales hacían llegar a sus manos a enredar el volante.

La velocidad a la cual se conducía el auto, hacía que mi corazón llegará a la boca; haciéndome sentir una opresión en el pecho; parecía que mis latidos me herían, al punto de querer romper mis costillas.

Derecha, derecha, izquierda. Las cuadras pasaban a los pocos segundos de que comenzaban. Izquierda, derecha. Un minuto… ¡Esa no era la dirección hacía donde yo deseaba ir! ¿Es qué el anciano no le había informado que debía llegar hasta el Parque Pingüino, y de ahí seguir hacía el noroeste?

Abrí levemente la boca, separando una lejanía minima los labios, intentando pronunciar algo, aunque nada saliera.

—Ah-ah —Logré tartamudear torpemente— D-disculpe… —Intenté llamar la atención del hombre que ejercía en ese momento, la tarea de llevarme hasta mi apartamento.

Él hombre no respondió.

Pasamos por un farol con luz tenue y cegadora al mismo tiempo. Mis ojos ya acostumbrados a la oscuridad, quisieron esconderse de aquella luz, haciendo de mis párpados el encargado de la tarea de ocultarlos.

Pero antes de cerrarse, mis ojos captaron el espejo retrovisor, cual estaba alumbrado por la luz del farol. Fue rápido, pero lo logre.

Logre ver esos hermosos ojos color ámbar, concentrados en una tarea específica, eso pude notar. El ceño fruncido, y también pude ver un poco de su recta y perfecta nariz.

Era un ser tan... extraño. Nunca había visto una sensación reflejada así, de aquella forma. Esos ojos, ese color… no encontré forma de describirlo, sólo pude quedarme petrificada por unos largos segundos.

Era tan hermoso.

Las cuadras siguieron pasando, y pasando. Oh, no. Me desperté a mí misma para poder explicarle al hombre donde era mi destino.

—L-lo siento… —Balbuceé—, pero… ¿No le aviso el anciano hacía… donde d-deseaba ir?

Sólo pude reírme de mí misma en mis interiores ¡Me notaba tan nerviosa!

El sólo largo un gemido, y después de unos instantes, se aclaró la garganta.

—No —Contestó con un pizca de gracia… ¿Qué era lo que le causaba gracia?

Mi rostro, ocultado —afortunadamente— por la oscuridad, sólo fue un signo de confusión. ¿No le había avisado? ¡Mi pregunta había sido obviamente para un sí! No esperaba aquella respuesta.

Sentí una opresión en el pecho ¿Hacía donde conducía si no sabía mi destino?

Comencé a respirar entrecortadamente, asustada por locas y confusas ideas que empezaron a asaltar mi mente, dejándome mareada.

Me presione contra el asiento, y sentí como una sensación extraña inundaba mi cuerpo, ahogando a mis neuronas, sin dejarlas pensar algo coherente. Cerré mis párpados unos segundos, para volver a abrirlos. Y intentar sonar lo más amable posible cuando intenté preguntarle algo. Claro, me costó que me salgan las palabras.

—Oh, bueno ¿Quiere que le indique hacía donde debe ir? —Pregunté con una voz ahogada, haciendo una mueca e intentando mostrarme simpática.

Lo escuché resoplar. Como tratándome por intentar omitir algo que era muy obvio, o como si fuera muy ignorante o ingenua para no darme cuenta…

Intenté concentrarme en pensar, dejando alerta a mis oídos, por si exclamaba algo.

Cerré mis ojos, una vez más. Me servía para apaciguarme. Me concentraba más cuando estaba en la oscuridad.

—No será necesario, encanto —Volvió a decir con su tono divertido.

Miré hacia donde se encontraba, aunque no lo pudiera ver.

Hice extraños sonidos, intentando mormurar algo como "¿Qué?", pero sólo salieron pronunciaciones indescifrables de mis labios.

Mi pecho subía y bajaba, mi respiración era profunda. Intenté que el oxígeno llegara a todas las partes de mi cuerpo, antes de que me desmayara.

Pero aún así me sentí débil, como si estuviera a punto de caer.

Pero lo suficiente lúcida, como para no hacerlo.

—No nos dirigimos a tu destino —Aclaró en un murmullo, aunque pude oírlo perfectamente.

Cerrar los párpados no me tranquilizaría, pero tampoco lo haría gritar por ayuda.

Sólo deje de hacer fuerza, para dejar completamente mi peso sobre el respaldo. Miré el techo del vehículo con ojos vacilantes.

Era tan obvio; y lo había tratado de omitir desde que el hombre había entrado al auto.

Nada salió por nuestras bocas, sólo el silencio, las gotas de lluvia que todavía golpeaban la ventanilla y el leve ruido de las ruedas contra el suelo, contra el camino.

El camino que era desconocido para mí.

Y aún así, aunque fuera una afirmación, no dejaba de resonar como pregunta dentro de mí.

Acaso… yo estaba…

¿Secuestrada?


Ah, gente, ¡Que emoción! :) Mañana se cumple un mes desde que tengo la cuenta de FanFic, ¡Y ya tengo subido el primer cap. de mi short-fic! :) Ojala que les guste... Espero sus opiniones, es muy importante para mí :).

Muchísimas gracias por todo, ya saben... (L). No hay palabras.

También gracias a Angie-Senpai (SweetLand), a Rebecca-Chan (FreakLand) y a mi Rachel (Unknow_Woman) por ayudarme tanto (creo que demasiado, se podría decir) en todo. Sin ellas no habría ni FanFic ni Short-Fic, ni nada, siempre estan apoyándome. Gracias, chicas. Saben que se las quiere mucho :).

Por favor, ¡Dejen sus reviews! Me es necesario saber que es lo que piensan de este Short-Fic. Sus consejos, lo que cambiarían, sus opiniones, ¡todo! Por favor *-*

Si todo se da como se espera, en una semana el cap. II ya va a estar publicándose :). ¡Un beso enorme!