Es el último día de vacaciones. Mañana tengo que madrugar y sin embargo no pude evitar ponerme a escribir este one shot. He de decir que ha venido inspirado a raíz de leer un fic, obra de Neissa. A ella le digo (si está leyéndolo) que ha sido superior a mis fuerzas, comencé a escribir el review y esto vino a mi mente, tenía que escribirlo y ha salido de mis manos en menos de dos horas.
A través de un instante he intentado condensar todos los pecados capitales. Aparece, sobre todo la lujuria y el resto se dejan entrever mezclados con ella. Dramione y Lemmon como jamás lo he escrito.
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Todo comenzó con un juego.
Al principio era un simple roce entre nuestros labios, luego fuimos presionando contra el otro, algo nos llamaba a acercarnos. Mi mano descendió por su cuello desde su mejilla, así su nuca y la empujé contra mí, tenía que asegurarme que jamás rompería ese contacto. Pero ella se resistió y se apartó. Su boca se abrió, hambrienta, necesitada de aire. Por lo que aproveché ese instante de debilidad para volver a cubrirla con la mía, tenía que saborearla. Recorrí con mi lengua las paredes sedosas. Busqué la suya y pronto se entrelazó contra la mía, jugando, peleando por el poder. Su mano asió mi cabello con fuerza y me apartó una vez más, pero sus dientes se apoderaron de mi labio, atravesándome. El dolor sólo consiguió acelerar mi corazón. Quería más. Necesitaba volver a tenerla. Quería domar aquella boca para que hiciese lo que yo deseaba, que se rindiese a mí. La rebelde lengua se paseó por los labios sedosos. Tenía que tenerlos una vez más. Los tomé con furia. Debían ser míos. No me importaba ya la herida que me había causado. Un placer indescriptible me recorrió cuando se entreabrieron una vez más, cediendo ante mí. Su rendición vino acompañada de un gemido.
Ahora mis manos recorrían su cuerpo. El mismo que sentía con cada músculo del mío en tensión. Su mano seguía hundida en mi pelo, pero ya no trataba de apartarme, sino que me empujaba contra ella. Jadeaba y se movía para buscarme, no ponía freno a las manos que pugnaban por introducirse bajo su ropa, buscando la piel que sabía estaba ardiendo. Cuando una de ellas se deslizó bajo su blusa creí desfallecer. Era imposible que existiese algo tan suave, firme y deseable. Me alejé de ella apenas unos centímetros. Tenía que verla. Necesitaba observar su rostro ante lo que estábamos haciendo.
Sus mejillas estaban encendidas, el cabello revuelto. Me miraba con los ojos entrecerrados, adivinando a través de sus tupidas pestañas el color del oro líquido, la boca entreabierta una vez más, con los labios hinchados y palpitantes. Deseaba mantener aquella imagen en mi memoria, grabarla a fuego. Su pecho subiendo y bajando con rapidez, sus piernas temblorosas por la emoción, su cuello erguido para poder respirar mejor. No podía esperar para tener ante mí la visión completa de su cuerpo. Sonreí. Yo también respiraba con dificultad. Alzó una mano con lentitud para tomar mi cuello y atraerme de nuevo. Le permití besarme una vez más, antes de apartarla nuevamente con una mano sobre su cuello, empujándola sin miramientos contra la pared de piedra.
Así su cuello con ambas manos, sentía palpitar su corazón a través de mis dedos. La besé otra vez, sin poder resistir la llamada jadeante de aquellos labios, pero en esta ocasión los abandoné pronto pues quería comprobar que toda ella tenía el mismo sabor. Lentamente descendí con mi lengua por su cuello y tiré con fuerza de la tela. Los botones saltaron. No le importó porque estaba totalmente entregada a mí, a la boca que recorría ahora un camino descendente hasta sus pechos. Algo tan hermoso encerrado en una cárcel de encaje.
No entendía qué era aquello que me estaba dominando, pero mi mente no quería pensar, no era capaz de detenerme a analizar aquello. Sólo podía sentir. Sus pechos me estaban esperando. Primero lamí con cuidado el borde superior, pero no fui capaz de mantener aquel ritmo lento. Necesitaba tenerlos ya. Los mordisqueé, dejando las marcas de mis dientes sobre la suave y blanca piel. Aparté con mis dedos el encaje y parecieron ante mí, vibrando con su respiración, estaban completamente a mi merced. Los cubrí con mis manos. Deseaba comprobar que eran tan perfectos como mis ojos me decían. Descubrí que su tamaño se ajustaba perfectamente a mis palmas y descendí sobre uno de ellos, para abarcarlo con mi boca. Era imposible que entrase por completo en ella, pero succioné con avidez. Se endureció de inmediato y su gemelo hizo lo mismo contra mi mano, pero necesitaba probar también su sabor y repetí la operación.
Sus manos rodearon mi cuello, atrayéndome. Me miraba furiosa, sus dientes mordiendo su labio con la misma fuerza con la que había mordido el mío, antes de volver a besarme. Sus manos descendieron también por mi cuello y mi ropa. No sé de dónde sacó la fuerza, pero mi camisa se abrió también. Los botones cayeron a mis pies, uniéndose a los de su blusa. Me empujó contra la pared. Ahora fue su lengua la que descendió por mi cuello, sus manos las que se apoderaron de mi pecho. Era su turno de hacerme jadear. Aquella mujer no podía tolerar que tuviese el control absoluto sobre ella y deseaba demostrarme que podía jugar a mi mismo juego.
La así por la cintura y la atraje hacia mí. Sus senos se apretaron contra mi pecho y, sentí el contraste de temperatura en los lugares que mi lengua y mi boca habían recorrido. El frío despareció pronto ante el calor que nos invadía. Sus piernas volvieron a flaquear y se apoyó en mis hombros para sostenerse. La alcé en brazos, sintiendo por primera vez la dureza de sus nalgas. La apreté contra mí y sus piernas se abrieron de inmediato para rodearme. En aquel momento, al percibir la humedad entre sus piernas, incluso a través de nuestras ropas, la deseé todavía más.
Su espalda volvía a apoyarse contra la fría roca, pero no daba muestras de que le importase. Todo lo contrario. Sus manos buscaban ávidas la hebilla de mi cinturón que cedió con rapidez ante sus dedos y pronto se hicieron cargo del botón y la cremallera. Deseé sentirlos contra mi piel. Gemí de impaciencia cuando tuve que separarme medio centímetro para que los pantalones bajasen, pero de inmediato la tuve otra vez contra mí. Sin otro estorbo que la ropa interior. Ahora percibía mucho mejor el calor que había provocado con mis caricias. Su boca me buscó una vez más. Ya no nos importaba nada más que calmar esa urgencia que nos dominaba. Me daba igual lo que cualquiera pudiera llegar a pensar. Y a ella también.
Mis manos abandonaron sus glúteos, sosteniéndola con la presión de mi cuerpo. Subí por sus piernas, me deslicé bajo su falda y me sorprendió encontrar sólo un delgado hilo. Tiré de él con fuerza y de inmediato se quedó sin aliento al sentir la presión de la tela contra su carne. Su mirada se clavó en la mía un segundo. Estaba furiosa por lo que acababa de hacerle. Se aferró a mí con un brazo rodeando mis hombros y su mano descendió una vez más por mi torso desnudo. Se introdujo en mis calzoncillos, entre nuestros cuerpos apretados. Una mano pequeña que pronto rodeó mi sensible piel. Jadeé ante el contacto de esos dedos que se deslizaban sobre mí. No era capaz de soportarlo. Necesitaba tenerla por completo. De inmediato. Ya. Aún no sé cómo, pero aparté el diminuto triángulo de tela, lo único que se interponía entre nosotros.
Y entré en ella. Al principio, con lentitud, para poder disfrutar de cada centímetro deslizándose en aquella gruta caliente y húmeda, pero no fui capaz de esperar más. Cuando creí que había esperado una eternidad, sintiendo la suavidad de su cuerpo envolverme, su calor consumiéndome, la penetré por completo de un fuerte empujón. Me miró con verdadero odio y no me importó. Sus labios estaban abiertos una vez más y los poseí otra vez. Mi lengua volvió a recorrerla. Pasé las manos bajo sus piernas y las alcé para entrar mejor en ella. Me moví con rudeza en su interior. Únicamente deseaba sentir el roce de su carne. Ella también subía y bajaba, uniéndose al exigente ritmo que le marcaba.
Cabalgó sobre mí como una amazona salvaje. No quiso esperarme y no me importó. Tuve que cubrir su boca con mi mano. No queríamos que sus gritos nos delatasen. No ahora. Me apretaba con los temblores de su placer y, sin embargo, no quise abandonarla todavía. Necesitaba más. No podía soportar que aquello terminase y seguí enterrándome en ella como si estuviese poseído. Ella mordía mi cuello, feroz, consciente de que debía acallar sus gritos, sus uñas desgarraban mi piel. Era como estar con una bestia salvaje que me atacaba sin darme oportunidad a defenderme, mas no me importaba. Sus piernas rodeaban mi cintura, mis manos apretaban su cuerpo contra el mío sabiendo que le quedarían las marcas de mis dedos en la cadera y las nalgas. Mordía y succionaba su cuello también, igual que sus pechos, cuando podía alcanzarlos en medio de la vorágine que dominaba.
Pero su exigencia y todo lo que esa mujer estaba haciéndome pronto me obligaron a perder el control. Sentí mi cuerpo temblar en el momento en que no pude soportar por más tiempo la intensidad del placer que sentía. Busqué su boca una vez más y apreté con fuerza para acallar nuestros gritos. La sensación de que iba a estallar no esperó mucho más. Hundiéndome en ella lo máximo que nuestros cuerpos nos permitían, me vacié en medio de sacudidas involuntarias, acompañadas de las contracciones del último de sus orgasmos.
Descansé mi frente en su hombro, necesitaba respirar. Ninguno de los dos dijo nada. Era imposible que las palabras surgiesen en aquel momento. Ni siquiera ella podía encontrar en su mente, algo apropiado que decir. Me deslicé fuera de ella con lentitud, permitiéndole posar los pies en el suelo. Sus ojos eran dos brasas encendidas de ira. Recogió su varita del suelo y, con un gesto rápido, arregló nuestras camisas. La miré sin moverme unos segundos. No podía creer que fuese capaz de ponerse a hacer aquello con tanta soltura, como si no le diese importancia a que acabásemos de hacerlo como dos posesos. La observé mientras se movía con metódica delicadeza. Alzó su falda y se colocó mejor el tanga, que hacía juego con el sujetador que ya volvía a ocultar aquellas bellezas que mis labios aún saboreaban. Vislumbré a través del encaje, aquello que antes sólo pude percibir con el tacto, un diminuto triángulo de vello perfectamente rasurado. Había dejado sólo lo imprescindible para que fuese una locura el acariciarlo. Sus piernas estaban marcadas por mis manos, al igual que sus brazos, y alcancé a ver las marcas de mis dientes en la blanca piel de sus pechos, asomando por el encaje. Cuando se puso la blusa y la abotonó con paciencia me miró nuevamente y me lanzó la camisa para que la imitase.
Me dolía todo el cuerpo por el esfuerzo de sostenerla en brazos, por haber bombeado contra ella como un poseso. Mi espalda ardía por sus arañazos y sabía que en cuanto me diese una ducha iba a sentir cada uno de ellos. No me importaba. Alcanzaba a ver la oscura muestra que me decía que había sido el primero en tenerla así. En llevarla al límite. El único que había visto la fiera que escondía en su interior. Me moví lentamente y arreglé mis ropas. Pasé las manos por mi pelo y recuperé el peinado perfecto con el que había entrado. Seguía mirándome furiosa pero sabía que en cualquier momento la puerta se abriría y tendríamos que salir. Yo continuaba mirándola hambriento. Deseaba sus labios una vez más, sentir su cuerpo contra el mío de nuevo y sí, también sus dientes y sus uñas clavándose en mi piel al no ser capaz de soportar lo que le hacía.
Pero no sería posible. Nunca más podré tenerla. Lo que acababa de ocurrir en ese escobero, había sido un hecho completamente aislado, no volvería a repetirse. En cuanto saliésemos volvería con sus amigos, lo que acababa de ocurrir no habría existido y otro tomaría lo que ahora deseaba para mí. Porque una parte de mí estaba dándose de cabezazos contra la pared. Ella estaría con otro y no conmigo. Supe entonces que haría lo que estuviese en mi mano porque no fuese así. Tenía que hacer lo posible porque aquello pudiese repetirse.
Nuestro aspecto era el mismo que al entrar. Nada delataba lo que habíamos estado haciendo. Creí que me daba un vuelco el corazón al abrirse la puerta
- Ya podéis salir. – Escuché la voz de Blaise al otro lado.
Ella salió con la cabeza alta, igual que yo. Vi sus caras de decepción: esperaban que ella saliese llorando, yo también había creído que ocurriría eso al meternos en el escobero. Lo único que pasó por mi cabeza, nada más tener una copa en mi mano, fue qué demonios hacía besando a la maldita comadreja. Si no fuese porque ella había robado todas mis fuerzas, el vaso probablemente se habría hecho añicos.
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Espero que os haya gustado. Yo me he quedado sin palabras y ahora… sin más tiempo.
Besos.
Madie.