Inuyasha
—Mi…erda. —escuché como susurraba y luego me empujó al otro lado de la cama.
Estaba totalmente atontado antes de eso. El rostro de Kagome estaba rosado y un ligero rubor se extendía por sus mejillas. Su cabello estaba desordenado y tenía los labios entreabiertos. Maldición, no fue el mejor momento para que ella se separara de mi, no para hacerme desearla más. No obstante, su rostro se veía turbado. Si tan solo esa mujer no tuviera poderes más fuertes que los míos—como la habilidad de su mente para mantenerme lejos de esta—podría saber que cosa la está perturbando tanto. Tal vez si me concentro lo suficiente como para poder entrar en ella… ¡Arg! Todo su poder está concentrado en su mente. Maldita, hermosa mujer.
— ¿Qué pasa?—preguntó aún un poco aturdido y olfateo el aire cuando siento un olor extraño y lleno de perfume de margaritas. Asco, solamente una de las doncellas de este maldito palacio podría usar esa colonia. —Carajo, ahorita me encargo de ella. —digo frunciendo el ceño.
—Ni pensarlo—dice mientras se levanta y abre las cortinas y ventanas. Se acerca y me besa lentamente en la comisura, haciéndome querer más—Será mejor que te vayas.
Oh, genial. Gruño levemente y totalmente disgustado salgo de su habitación. Siento como me observa mientras salgo del reino hasta llegar a la frontera. Luego desaparezco en la neblina. Corrí hasta llegar al escondite de Naraku, donde Kikyo me estaba esperando—felizmente—con comida. Cogí y tragué el pedazo de pan con tal desenfreno frente a sus pequeños y negros ojos. Kikyo me miró con desaprobación, como si realmente me importara.
—Cuidado, que vas a pecar de gula—me advirtió camino a palacio.
—Y a mí ¿Cuándo me ha importado pecar o no pecar?
Kikyo no rió como yo esperaba, se mantuvo firme y seria durante todo el trayecto. ¡Que mujer más aburrida! Sonará cruel, pero ahora entendía por qué terminó su último noviazgo. Miroku fue el último novio oficial de Kikyo, mi mejor amigo. Jamás entendí la razón por la que se juntaron, él era vivaz, divertido, alegre y sencillo. Kikyo era todo lo contrario, siempre lo mandaba de acá para allá; él era su juguete. Y me daba pena por él, por ser tan ciego. Miroku es una buena persona, él jamás admitiría que Kikyo fue mala con él. Es un caballero. Pero finalmente la dejó y se terminó casando con Sango, la hermana mayor de Kagome. Cosa que a Kikyo no le hizo mucha gracia. Quizás por eso no le gusta que yo ande enamorado de Kagome.
Naraku estaba sentado en la sala de estar, fingiendo que leía el periódico. Al entrar en ella, alzó la mirada y sonrió. Levante una ceja y mandé a que me trajeran el desayuno. Me senté frente a él y bostecé, me estiré y me pasé una mano por el cabello. Naraku puso una cara de reproche.
— ¿Acaso nadie te ha dicho que estirarse es de mala educación?—me dijo.
—Ajá.
¿Qué tenía hoy todo el mundo? ¿Acaso era el día de los modales o algo parecido?
Naraku guardó el periódico y se acercó a mí. Me jaló de los cabellos y me llevó hasta su despacho.
—Escúchame bien, muchacho mal educado. —comenzó—Hoy día llegarán personas muy importantes a visitarnos, estamos a punto de cerrar el tratado de armas con la gente del sur y quiero que te comportes. Nada puede salir mal hoy. —dio unas cuantas vueltas en su sitio y luego tomó una copa de ron—Además, hay alguien a quien quiero que conozcas. Estoy completamente seguro de que será de tu agrado y si no…bueno, tengo mis métodos.
— ¿De qué demonios hablas?—le pregunté enfadado.
¿Conocer a una persona? ¿Para qué? ¿Y cómo que tenía sus métodos?
—Mi querido amigo, —comenzó—yo te advertí sobre tus romances; lastimosamente, te gusta el descontrol y preferiste desobedecer mis órdenes. —me temí lo peor al escucharlo decir aquello—No le haré daño a tu amada, puedes quedarte tranquilo. Pero, me has obligado a tomar medidas drásticas. Hoy llegará el aquelarre del sur y con ellos, tu nueva prometida.
La sangre se me heló cuando pronunció las últimas palabras. 'Prometida'. Esa palabra no va bien comigo, a menos que la palabra que le siga sea "Kagome".
Era obvio darse cuenta de cómo disfrutaba mi cara llena de espanto. Él no podía obligarme a casarme con alguien más, más aún cuando mi corazón ya tenía dueño.
—Estás loco si crees que lo haré. —le contesté.
No me importaba lo que hiciera, si me quería botar del palacio, viviría en otro lado. Si me botaba del reino, vagaría. Me daba igual.
—Te creo lo suficientemente loco como para saber que arriesgarías todo por tu pequeña Kagome, incluso si está en peligro de muerte. —Dijo tranquilo—En cualquier momento el aquelarre del sur vendrá para la negociación en contra del reinado de Higurashi III, ya sabes, el padre de tu querida. Y no me costará nada decir unas palabritas en contra de la hija del rey. —mis ojos se abrieron de horror. Nadie tocaría ni un solo cabello de mi Kagome—Estamos hartos de su reinado. Ellos también quieren derrocar a la familia real, ellos también quieren tener el poder. Hoy, en el baile de bienvenida de Los Puros, tomará acción nuestro plan y se secuestrará a la familia real. Pero al ser Kagome uno de los nuestros…yo podría decir que no la toquen, eso siempre y cuando tú hagas todo lo que yo te ordene. —sonrió mientras tomaba más ron—Sino…bueno, creo que se unirá al club de los decapitados.
La sangre me hervía, la cabeza me daba vueltas, el aire me faltaba…obviamente no estaba bien. Y claro, Naraku disfrutaba de eso.
No podía articular una oración coherente, solo balbuceaba. Aparte, ¿qué se suponía que debía de decir uno en un momento así? Ya había dicho que no lo haría, no funcionó. Me amenazó y, lastimosamente, iba a funcionar.
Amo a Kagome, y su vida vale mucho más que mi felicidad.
No me di cuenta de que me había sentado cuando llegó la sirvienta con el té. Me paré para recibirlo y me lo tomé de un solo sorbo sin importarme si me quemaba o no. Naraku me miró radiando en dicha. Son de esa clase de personas que consiguen la felicidad quitándosela a los demás, y recién me daba cuenta. Kikyo me advirtió que esto pasaría yo pensé que ella era el enemigo. Justo ahora, cuando las decisiones ya estaban tomadas, me doy cuenta que el verdadero enemigo siempre estuvo frente a mí, emborrachándome y llenándome de lujos.
— ¿No tienes nada que decir?—me preguntó mientras leía el periódico—Ya te dije las opciones que tienes, queda en tus manos si la escoges o no.
Podría escapar, podía ser una buena idea, sin contar que Naraku era un genio ideando planes y que seguramente ya tenía previsto mi reacción y los posibles medios que podía tomar para evitar hacer lo que él quiere, entonces sería una buena idea. Pero no lo era. Por que Naraku había calculado todos mis futuros pasos. Yo no podía escapar por que estaba aquí, con él. Él me estaba vigilando, él me ha estado vigilando. No puedo escapar.
Entonces… ¿aquí terminaba mi determinación y perseverancia? Accediendo a las órdenes de alguien más, de alguien que estaba condenando la vida de la persona que más amaba en toda esta inmortalidad. O de la semi-inmortalidad, por que sí podíamos morir y no de maneras muy dignas que digamos. A fin de cuentas, ¿había algo digno en morir?
Naraku se había acercado a mí cuando vio mi cara llena de horror. Y su sonrisa burlona desapareció.
—Lo siento, hermano. Son Ganges del oficio.
Y salió del cuarto dejándome solo. Solo con el licor.
Tomé una copa y la llené de licor hasta el tope. Me la tomé de un solo sorbo y la volvía a llenar. Y otra vez. Y otra vez. Cuando me acabé toda la botella la arrojé contra en mueble. Un ruido fuerte se expandió por toda la habitación, un gritito agudo vino de la cocina y un rostro chismoso se asomó por la puerta y luego se fue.
La botella se había roto al igual que mis oportunidades.
Vi mi futuro soñado desvanecerse frente a mis ojos como los pequeños cristales de la botella que antes contenía el líquido que me sacó de mis casillas. Me odiaba, odiaba a Naraku, odiaba esta maldita guerra.
¿Qué hacer cuando se te ha echado la marea encima? Era imposible nadar contra la corriente, era arriesgado, era estúpido. Pero dejarse arrastrar por ella lo era todavía más.
Apreté mis puños y solté un suspiro. Naraku había vuelto a entrar y traía consigo un traje de gala negro. Asco. Odiaba las formalidades. Y no había nada más elegante que un traje. Me lo arrojó y las doncellas comenzaron a medirme. No dije nada y lo fulminé con la mirada. Naraku sonreía hipócritamente mientras daba indicaciones a las doncellas. Cuando estas se retiraron se sentó en su gran silla y apagó el cigarro.
—Entonces, —dijo— ¿Tenemos un trato?
Los ojos me dieron escozor, las manos me sudaban, tenía ganas de partirle la cara. Debía pensar en algo rápido.
Yo también podía hacer un trato con él ¿no?, yo también podía poner mis propias cláusulas a su contrato. No le mentiría a Kagome, ella sabría toda la verdad y con su habilidad mental y mis planes podríamos salir adelante. O eso esperaba.
—No le harás ningún daño a Kagome—demandé.
—Claro que no.
—Ella vendrá a vivir con nosotros—continué.
—Por supuesto—accedió.
—Y sabrá toda la verdad.
—Absolutamente—sonrió.
—Júralo.
Naraku cerró los puños y frunció el ceño. Jurar era un peligro, ya que era un trato de sangre, eran inquebrantable. Y mis demandas eran específicas y a la vez ambiguas. Naraku no podía hacer absolutamente nada contra eso. Estaba atrapado.
—De acuerdo…—murmuró.
Sonreí victorioso y me acerqué a él. Naraku me mostró su cuello y tragó saliva. Puse mis manos en su cabeza y clavé mis colmillos en su cuello. Naraku chilló y su sangre se derramó en mi boca. Solté la ponzoña dentro de él y me separé, me limpié el rostro y escupí un poco de su sangre.
—Tenemos un trato—le dije y salí de la habitación.
Sentí como la rabia de Naraku iba aumentando conforme me alejaba y sonreí. Me dirigí a mi habitación y me puse a escribir una carta, una carta que le diría toda la verdad a Kagome, alertándola, protegiéndola y preparándola para lo que venía. Rocié la carta con un perfume especial para que no detectaran de dónde venía y lo mismo hice conmigo. Me puse una capa y salí del palacio.
A medio camino del reino de Los Puros Kikyo estaba paseando. Me miró culpable y me sonrió.
—Sales nuevamente—afirmó.
Asentí y ella me entregó una bolsa con dinero y un arma.
—Debes regresar antes del ocaso, la fiesta comienza a las siete.
Se alejó con su criada moviendo las caderas de un lado a otro, dejándome ver intencionalmente sus blancas piernas y el tatuaje que no llegaba a tapar su corta minifalda. Sentí pena por ella, era una mujer hermosa, pero su interior estaba podrido.
Llegué a la frontera y me escabullí como la noche anterior. Nadie se dio cuenta cuando entré por la ventana de Kagome y me escondí detrás de sus cortinas. Las doncellas no estaban y Kagome tampoco, supuse que estaría preparándose para la falta fiesta con el pueblo del Sur. Me acerqué a su escritorio para dejarle a carta cuando la puerta se abrió y entró una Kagome bastante fastidiada. Se quedó quieta cuando me vio y sonrió melancólicamente. Sus mejillas se tiñeron de rojo y sus latidos aumentaron al doble. Me acerqué a ella rápidamente y le di un beso profundo, apasionado y desesperado. Kagome se puso nerviosa y comenzó a buscar alguna señal de peligro que explicara mis acciones desesperadas. Le di un suave beso en la frente y la abracé con fuerza. A Kagome le comenzaron a temblar las manos.
—Tengo algo que contarte—dije por fin, sin mirarla a la cara.
Comencé a hablar, comencé a contarle todo lo que me había pasado desde que dejé su habitación esta mañana. El rostro de Kagome cambiaba regularmente, ideando cosas en su cabeza, atando cabos sueltos, dejándome ver su ira con cada palabra que pronunciaba y, finalmente, su comprensión. Le mostré mi propia ira, mi propio dolor. Le mostré que necesitaba de ella, ahora más que nunca.
—Inuyasha, —susurró—yo también tengo problemas matrimoniales.
Y me dejó helado.
Su pequeño cuerpo comenzó a temblar bajo mis brazos.
—Hoy me presentarán nuevamente como soltera frente al pueblo—dijo—y estoy segura que me van a comprometer.
— ¿Cómo sabes?—dije incrédulo.
Kagome sonrió y me acarició el rostro.
—Por que ya lo conocí.
Fruncí el ceño. Estaba iracundo. Apreté su pequeño cuerpo al mío y comencé a temblar, a convulsionar. Lo sentía venir, toda la ponzoña mezclada con la ira y los genes mutantes, todo reventando dentro de mi cuerpo. Me iba a transformar.
El olor de Kagome cambio y se alejó de mí a una velocidad impresionante. Buscó una jeringa llena de un líquido amarillo y se acercó lentamente a mí. Le gruñí, la asusté. Ya no podía controlarme. Mi autocontrol se había quedado en una recóndita parte de mi cerebro que se debatía en dejarlo salir o no. Kagome intentaba tranquilizarme, pero nada parecía funcionar. Sentí como las uñas se convertían en garras, como los colmillos crecían el doble, como las venas se me hinchaban. Era un espectáculo horrible.
Inuyasha, cálmate. Escuché como Kagome pensaba. Cálmate, esto es peligroso.
Esto era peligroso, pero a mi cuerpo poco el importaba.
Gruñí e intenté alejarla de mí. No quería hacerle daño. Pero ella seguía acercándose y yo era el único responsable de sus heridas. Kagome me golpeó en la nuca y—aprovechando mi desorientación—me inyectó el líquido amarillento. La sangre se me heló, mis puños se endurecieron, la cabeza me daba vueltas. Pero luego vino la calma, la ira se iba. Y con ella las ganas de transformarme. Caí rendido en su piso y ella vino a abrazarme. Cogí su mano y la miré con ojos llorosos. Kagome había derramado algunas lágrimas. Y su dolor era mi culpa.
—Lo lamento, —susurró en mi oreja—pero tenías que saber lo que me espera.
Me levanté y la volví a abrazar.
—Saldremos de esta. —le prometí—Tenemos un plan.
—Llévame contigo—me pidió. Era la primera vez que lo hacía y mi corazón se achicó sabiendo que era para poner sobrevivir.
—Evacua a tu gente. Hay personas que merecen ser salvadas.
Y con esto Kagome pensó en sus hermanos, en sus amigos, en las personas que más amaba.
Koga, Sango, Miroku, Rebecca y el pequeño Shippo. Corrieron por su mente sin parar, una y otra vez. Y sintió miedo.
Escondido su rostro en mi pecho y trago saliva lentamente. Sabíamos que el fin llegaría en cualquier momento, solo que—a pesar de todo—no estábamos preparados. Y menos para luchar juntos. Pero era una realidad de la cual no podíamos escapar, a la cual teníamos que enfrentar quisiéramos o no.
Kagome me besó de una manera tan desesperada y me temí lo peor. Era hora de volver y tomar acciones. Aún debía reunir refuerzos, y luego volvería por mi mujer.
—No tardes—me dijo cuando estaba punto de salir por su ventana.
Asentí y pude ver el miedo en sus ojos por primera vez y no fue nada agradable. No sabía que al estar con ella mis miedos desaparecían. Ahora me encontraba a punto de enfrentarme con la muerte y me moría de miedo.
Holaaaa !!!!! Bueno aqui esta el cuarto capitulo. Sorry por la demora n.n. Quiero agradecerles a todos por sus lindos comentarios, realmente de dan muchas ganas de seguir xD.
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