Mentiras Piadosas
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Lirit Choiseul
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Final
Un comienzo no desaparece nunca, ni siquiera con un final.
Nunca nadie nos dice lo difícil que resulta vivir. Y descubrirlo por tu cuenta siempre duele.
Mi vida había sido igual a un rompecabezas en los años venideros a la partida de Edward. Los primeros meses fueron los más difíciles; cada día era una tortura el pensar que no estaba más en Forks, que, pese a haber resuelto ese problema y haber ganado su perdón, no lo tenía a mi lado. A veces eso se volvía insoportable, a tal grado que mis deseos de continuar se frustraban y salir de la cama para comenzar un nuevo día era la parte más difícil; pero siempre –siempre me pregunta el donde lo conseguía- reunía las fuerzas suficientes para ponerme de pie al recordar aquella promesa que hice –y me hice- cuando dijimos adiós.
Continuar. De haber sabido lo difícil que sería tal vez jamás la hubiese hecho.
Mis meses cayeron en una cómoda rutina. Desayunar, trabajar, comer, dormir. A veces se compenetraba con una visita a Charlie o la Push, y otras más se veía abruptamente rota con alguna llamada de Jacob Black y sus descabelladas ideas... el salto de acantilado se llevaba las palmas.
Ángela también había sido un apoyo muy fuerte. Ella era la mano amiga que sostenía con fuerza cuando sentía que me derrumbaba. Estaba para mí en el momento que yo la necesitaba –así fueran las tres de la madrugada, o se hallara en una cita- y corría a mi encuentro en cuanto el primer sollozo salía de mis labios aunque lo cubriera con mis manos.
De los Cullen volví a perder rastro. No por ellos debía admitir. Recibí invitaciones cada navidad, cumpleaños, festividad o parrillada que ellos organizaron, pero no asistí a ninguno de sus eventos. La decisión esta vez había caído enteramente en mis manos. Ellos inevitablemente me lo recordaban y, en aquel entonces, recordar era algo que no quería permitirme; lastimaba mucho.
A veces me detenía a pensar, no muy a menudo debía a admitir, sobre lo ridícula que era mi postura, mi comportamiento y mis faltas de atenciones a su amorosa familia, quienes, pese a mis constantes negativas y rechazos, continuaban abriéndome los brazos a cualquier oportunidad que se les presentaba. Como quien le ofrece pan a un testarudo vagabundo, que con una mirada de indignación lo rechazara con un manotazo, arrojándole al suelo.
Una niña en mitad de una rabieta, eso es lo que pareces. Repetía constantemente Ángela cada que yo colgaba el auricular del teléfono, después de declinar cualquier oferta de la familia Cullen. Mi amiga desaprobaba completamente mi comportamiento con validos argumentos que iban desde un simple: "deberías asistir, por mera cortesía", hasta un: "Es muy maleducado de tu parte" pasando por el siempre clásico: "Estoy muy decepcionada de ti, Isabella".
Sí. Yo también lo estaba. Y también sabía que era maleducado y descortés, que ellos realmente deseaban que asistiera y que Edward así lo hubiera querido de igual forma; que le gustaría saber que mi convivencia con su gente era cordial y fraternal. Pero, ¿Dónde quedaba lo que yo quería? ; ¿En qué parte de la historia entraban mis peticiones?
Lo que yo quería ahora mismo era no verlos; no tener contacto alguno con nada relacionado a ellos. No porque les odiara, eso sería imposible partiendo del hecho que son una familia encantadora, sino que verlos evocaría una lluvia de recuerdos que yo no estaba lista para dejar que me empapara. No lo merecía, no quería recordar; recordar llevaría al anhelo, el anhelo a la desesperación, y esta, a su vez, a la desesperanza.
Bien era dicho que recordar es volver a vivir. Yo, tal vez en esta ocasión, no soportaría en mí ya maltrecho corazón volver a vivirlo todo.
Esquive llamadas, mensajes, recados con mi padre, en mi trabajo e incluso con Jake. Escape una vez de Emmett que caminaba por mi rumbo, pero en la acera contraria e incluso logre ocultarme de Esme en el supermercado; hasta llegue a caminar con cautela para evitarme accidentes que me llevara a pisar el hospital y ahí toparme con Carlisle. Sin embargo, y debí haberlo recordado, no pude huir ni esconderme de una persona, la única capaz de hallar hasta la aguja en el pajar.
Alice Cullen.
OoO
La puerta del local donde Isabella trabajaba se abrió. El viento frio y fuerte que había soplado imperturbable durante los dos últimos días logro colarse al cálido recinto, moviendo a su paso el letrero cuyas negras letras formaban las palabras CERRADO y ABIERTO por cada uno de sus lados. El prospecto a cliente echó un vistazo rededor, sin prestarles verdadera atención a las tres personas esparcidas entre los estantes, mirándolos o leyendo las contraportadas. Sus ojos azulados danzaron entre los libros, paseándose por el delicado orden en que se repartían las cosas. Buscando, entro. La puerta se cerró con un ligero ruido que pasó desapercibido para todos.
Unos ligeros pasos se aventuraron en el interior,- una bailarina tal vez, pensó alguno de los clientes que escucho el repiqueteo de las zapatillas-, hurgo entre la multitud de ejemplares hasta llegar a su destino. El mostrador, donde, detrás y en un asiento, una mujer de cabellos castaños se encontraba absorta en el libro que tenía en sus manos; las perfectas cejas se abrieron al contemplar el título. Extrañada –jamás imagino que fuese aficionada a la ciencia ficción- se encamino a su objetivo.
Un carraspeo llamo la atención de la empleada. Suspirando cerro los ojos y el libro a la vez, colocándolo con suavidad sobre el mostrador. Ofreció una acogedora sonrisa al cliente y abrió los ojos lentamente, dejando antes que de su boca se escapara el ya bien aprendido dialogo.
-Bienvenido. Espero su visita fuese amena. ¿Encontró lo que buscaba?
-Sí. En realidad, lo hice. –La suave voz le obligo a congelarse y dirigir la mirada con demasiada rapidez y descortesía a la persona que tenía enfrente y clavarla en esos ojos que le miraban con reproche y enfado.
-Alice… -Susurro, la voz impregnada de temor y sorpresa. Carraspeo, decidiendo no dejarse intimidar, estiro la mano. –E… Espero hayas disfrutado de tu estadía aquí. Si tuv… tuvieras la amabilidad de darme tu libro, podría…
-Bella, por favor. –Exasperación dejo escapar pos sus palabras. –Ahorrémonos estas tonterías. Bien sabemos ambas que no estoy aquí para comprar libros.
Un ceño fruncido fue lo que dio a cambio la mujer de ojos marrones. –Entonces, me temo que quizás te equivocaste de lugar.
Las pálidas manos se posaron sobre el vidrio del mostrador, y se inclinó hacia delante con lentitud, pronunciando calmadamente las próximas palabras que se derramaron de sus labios. –A menos que en otra librería trabaje alguien llamado Isabella Swan, me encuentro en el lugar adecuado. –Sonrió. –Solo quiero charlar.
-Intento trabajar, Alice. –Dijo la morena, bajando los ojos. –Lo lamento, pero ahora mismo no puedo.
Un carraspeo a espaldas de la pálida jovencita corto la respuesta que daría, girando la cabeza miro a una persona con impaciente rostro formada tras de ella con un libro en su mano. Sonriendo dulcemente se movió a un lado, dejándola pasar hacia el mostrador y colocándose a un costado de este. Bella tomo el ejemplar que se le ofrecía, efectuó la transacción y entregándole cambio al cliente junto a la frase "Vuelva pronto" le vio marcharse, dejándola nuevamente sola con la otra chica.
-Entiendo. –Dijo Cullen, cerrando los ojos, sonriendo y asistiendo. –Te dejare trabajar. Pero no te confundas, Bella –Alzo las palmas frente su pecho. –En cuanto ese reloj marque las seis en punto, me pertenecerás. Y, para asegurarme de eso, me quedare aquí.
Alice se dirigió con su peculiar andar de bailarina hacia la esquina opuesta, donde un par de sillas se colocaron estratégicamente para el circulo de lectura que se llevaba a cabo los jueves cada dos semanas –Un mundo Feliz de Aldous Huxley se discutiría en una semana- y cómodamente tomo asiento, dedicándole una gran sonrisa que dejo descubierto sus blancos dientes.
Bella, por su parte la miro con desconfianza antes de ver el reloj de su muñeca. Un hora y serían las seis. Resignada cerro los ojos y sacudió la cabeza; sabiendo bien que ella no se marcharía y que, por mas que protestara, su suerte ya había sido decidida por esa mujer hiperactiva que tanto cariño le guardaba, aunque llegase a odiarla en muchas, varias –la mayoría- de las ocasiones. Borro el ceño fruncido y dejo la ansiedad en su interior, carcomiéndole por dentro y se dedicó a seguir sus labores.
Una hora que corrió, y no evito que aquella famosa frase sobre el tiempo y las diversiones llegara a su cabeza y la empleara irónicamente ante su situación. Lamento el no haber cambiado turno con Jessica ese día y maldijo por primera vez el salir temprano los miércoles. ¿Por qué tenía que venir precisamente en miércoles? ¿Costaba algo aparecerse en sábado, o mejor aún, en jueves? Alguien debía odiarla mucho considerando su suerte. Suspiro mientras se levantaba de la silla, Ángela se aproximó a ella y le sonrió mientras tomaba su lugar.
-¿Segura que no quieres ayuda? –Pregunto, en un último y desesperado intento de librarse de esa charla. –Puedo quedarme, no tengo…
-No. Está bien. Puedo manejarlo, además- Señalo con la mirada hacia el rincón. –Sí que tienes algo que hacer. Vamos Bells, enfréntalo. Tú puedes.
Todo era más fácil desde la perspectiva del espectador. Tomo sus cosas, se despidió de su amiga y, con Alice a su lado –ni siquiera había notado cuando fue que apareció- volvió a las frías calles de Forks; donde camino hacia una pequeña cafetería no muy lejos de la librería.
Fue la más pequeña de las dos quien ordeno las bebidas, danzando al mostrador. Bella mientras tanto tomo asiento en una de las mesas al fondo. Viendo rededor al conocido y frecuentado lugar, evoco sin proponérselo recuerdos. Fue ahí mismo donde Alice había accedido a ayudarle en su travesía dentro de la vida de… los Cullen. Ella regreso con prontitud, con dos envases en mano, colocándolos frente los cuerpos y sentándose dándole la cara. Sonriendo; mientras que el silencio se volvió un mantra, y Swan jugueteaba con el sorbete, ella dio un trago. Y volvió a sonreír. Fue hasta que la falta de respuesta y dialogo se volvió insufrible, que se decidió a tomar el rumbo de esa charla.
-¿Y bien?
-¿Qué cosa?
-Estoy esperando una respuesta.
-No hubo pregunta a la que responder.
-Oh. ¿Debo hacerla? Bien. –Se inclinó hacia el frente. -¿Qué pasa contigo? ¿Por qué estas evitándonos?
-Yo no estoy evi…
-Y un carajo que no lo estás. –Sorprendida resulto Bella, no era Alice quien se dedicara a las maldiciones; en su momento, siempre fue empresa de Emmett… tal vez las cosas realmente habían cambiado. –No te atrevas a negarlo, Isabella Swan, porque no tienes argumentos a tu favor para sostener esa declaración. –La mirada de la chica se suavizo y torturó a la vez. –Creí que éramos amigas.
-Lo somos. Alice, eres una persona muy importante para mí; tú y toda tu familia son especiales para mí. Por favor, no pienses lo contrario, te lo ruego.
-¿Cómo esperas que lo haga? Solo hemos recibido tu rechazo. No quieres vernos, no respondes llamadas, inclusive ahora intentaste evitar a toda costa hablar conmigo. Eso no son muy buenos referendos, ¿sabes?
-Alice…
-Por favor amiga, por favor. Dime que está mal.-Estiro la mano, para tomar la de Swan.
-Entiéndeme. –Dijo la castaña negando con la cabeza y desviando la vista hacia sus manos. Que aún se mantenían una sobre la otra –Nada de esto ha sido fácil para mí. Hay heridas que no cierran Alice, por más que lo intente no cicatrizan y no estoy lista para dejar que abran y broten como antes, no lo soportaría. –Respiro. –Recorda es algo que aún no puedo permitirme. Todavía duele mucho y no quiero volver a sentir ese dolor, me mataría. No estoy lista para enfrentar algunas cosas y una de ellas son los recuerdos… -la miro con culpa. –Y ustedes, su entorno… evocan inevitablemente memorias que no quiero.
Retiro su mano bruscamente, y la línea que formaron sus ojos azules resulto amenazante. -¿Entonces es todo? ¿Se acabó? ¡Pero claro! Ahora que mi hermano ya no está, no hay razón para soportar a su fastidiosa familia. ¡Entendido!
-Alice por favor, las cosas no son así. No retuerzas mis palabras. Es solo que yo… las cosas no son así.
-Son exactamente como las estás haciendo lucir, de ninguna otra forma. ¡Ha pasado más de un año! Están por cumplirse dos; no entiendo cómo es que…
-¡Tu no lo entiendes! –Hizo un golpe sobre la mesa con ambas manos. -¡Tú no sabes lo mucho que esto lástima! Ni tampoco comprendes lo difícil que me resulta superar su perdida.
-No eres la única que lo extraña.
-Soy quien está herida de esta manera. –Se abrazó. –No quiero seguir hablando de esto, no estoy lista para discutirlo tan abiertamente como tú. Yo no me curo de las perdidas tan rápido como otros.
-¡No está muerto, Bella! Deja de actuar como si lo estuviera.
-¡Y qué sé yo si lo está! Como voy a saberlo, si no he recibido noticias suyas desde que se marchó. ¿Eh, Alice? Dímelo, porque yo no logro entenderlo.
Ante esto, los ánimos se calmaron. -¿No has… sabido de él? Bromeas, ¿verdad?
-No. Me encantaría hacerlo, pero es verdad. No he sabido nada de él desde que se fue –La miro, y sonrió sin alegría. –Y está bien, en serio. Quiero decir, no es como si yo fuera lo suficientemente importante como para tener que recordarme ni nada así que… no hay problema.
Los ojos azulados nuevamente se endurecieron y la miraron con enfado. –Que tonta eres Bella. Si dejases de ser tan testaruda habrías ido a visitarnos y tal vez entonces…–Cerro la boca de golpe y se recargo en el asiento cerrando los parpados. Ante la mirada incrédula de la otra chica solo atino a suspirar. -¿Sabes? Tienes razón. Todavía no estas lista para esto. Lo entiendo y lo respeto. –Alice se puso de pie. –Te dejaremos en paz y, cuando tú estés lista, estaremos aquí para ti, ¿Está bien? Sin presiones de ningún bando.
Se compartió un abrazo. Cullen dijo un te quiero mientras sonreía y se alejó del lugar. Bella quedo ahí, pensando en las palabras de la niña y en su fácil ceder, mientras el café se enfriaba entre sus manos.
OoO
Había tomado varios meses ese momento. Cuando alce el teléfono para llamar a la pequeña chica que tanto yo apreciaba ya cumplían dos años de la partida de quien era dueño de mi corazón hasta ese entonces. Aunque me limite a llamadas, hablar con Alice y Emmett, en alguna rara ocasión con Esme y mandar saludos a Carlisle, Jasper e inclusive a Rosalie, era de lo que consistía mi interacción con tan encantadora familia; una parte de mí se consideraba cobarde por no verlos a la cara, pero sabía que no estaba lista para el enfrentamiento frente a frente y, al menos escuchar sus voces por ahora, era todo un avance a mi parecer.
De él seguí sin recibir noticias. Inconscientemente me levantaba todas las mañanas y seguía mi día completo con la esperanza de un "hoy quizá sí", esperando una llamada, un mensaje, un correo o inclusive una carta; era al llegar la noche que mis esperanzas se apagaban, igual que la flama de una vela al recibir un ventarrón de golpe. Y estos constantes altibajos de mi estado de ánimo provocaban que al paso del tiempo mi fe decayera. Pronto, muy pronto –no quería llegar a eso, pero lo sabía inevitable- llegaría el momento en que simplemente ya no aguardaría, ni esperaría nada.
El día en que su recuerdo moriría.
Era tonto el vivir a base de una esperanza. Lo sabía. Pero no podía evitarlo. Sin quererlo todos vivimos a través de esperanzas. Un señor puede trabajar con la esperanza de obtener remuneración digna de sus servicios, un docente hace su labor con la esperanza de crear en sus alumnos una consciencia que los vuelva mejores personas; la madre vive con la esperanza de un buen futuro para su hijo, el niño crece con la esperanza de cumplir un sueño, algunos más esperan simplemente seguir. La esperanza es como ese pequeño empujoncito que se necesita para continuar a la vez que se vuelve la meta a alcanzar.
Yo vivía ahora mismo bajo la esperanza de recuperar la felicidad y el amor. Y la perdía con cada minuto que pasaba.
¿Cuándo sucedería? Me preguntaba al alba, cuando el crepúsculo se dibujaba hermoso e inigualable en el cielo, mientras cerraba las cortinas de mi habitación. ¿Has cuando continuaría esperando? Si hablase con sinceridad, diría que no deseo conocer esa respuesta.
Pero paso, poco a poco y sin darme cuenta. Un día fue pensar sin parar en él y al siguiente no tener un segundo para recordarlo; distracciones, imprevistos. Comprobar eso que la gente dice sobre mantener la mente ocupada en otros asuntos ciertamente funciona. Dejo de ser mi prioridad en un momento en que otra cosa considerada más importante –no para mí, tal vez- llego sin dar aviso a la vida de mi familia. Algo que involucraba a alguien cercano y requería mi total apoyo.
Charlie. Me necesitaba tal como yo lo hice en su momento. Hora de devolver favores.
Sabía que esa solo sería una racha. Que el no pensar ni detenerme a recordar seria pasajero; lo agradecía de igual forma. Aunque sabía que el golpe de las memorias azotaría sin miramientos una vez vuelta la calma –la cual realmente deseaba que volviera, aunque consigo trajera fantasmas del pasado-.
Pero, visto en mi presente, la esperanza se perdió en el momento más inoportuno.
OoO
Jessica Stanley no gustaba del cotilleo. Tampoco de trabajar en una librería; odiaba pasar sus tardes sentada tras un mostrador, atendiendo a uno o dos clientes que se decidían a comprar algún libro. Ella no era fanática de la lectura -la practicaba, si, como cualquiera, pero no era devota como sus compañeras- era por esto que ella no pasaría su tiempo libre leyendo algún libro mientras esperaba la hora para irse de ahí. Ella prefería sentarse y mirar hacia las calles, ver a la gente pasear, en pareja, solitarios o con mascotas; algunas señoras con niños y doquier de variedad de personas desfilaban a diario frente a la librería.
Jessica sabía que detrás de cualquiera se escondía una historia, por eso, en sus ratos de ocio, optaba por, en lugar de leer historias ficticias, inventar las propias, cuyos protagonistas eran personas reales, gente que inclusive convivía con ella en su día a día. La señora de frente, por ejemplo, llamaba desesperada por el móvil a un amante secreto, que reclamaba más atención de la que estaba dispuesta a dar. O el hombre de maletín y rostro cansado pasaba su mano por su frente por preocupación; en su oficina habían comenzado los recortes de personal y temía perder su puesto. O el niño aquel que corría riendo, después de en mitad de un juego de beisbol improvisado en alguna esquina de las calles, la pelota diera a dar a la ventana de una no muy amable señora.
Sí. Cosas comunes podían dar pauta a historias asombrosas. Su imaginación era vivida y su tiempo libre extenso. ¿Por qué no, se había preguntado un día, hacer buen uso de ambos? Su madre solía decirle cuando niña que vivía en la luna; sus constantes distracciones le traerían problemas, repetía; contrariamente también comentaba que debía dejar de meterse en asuntos que no le correspondían.
¿Cómo escuchar aquel regaño y consejo, si no recibía el ejemplo de quien lo profesaba?
Dejo salir un suspiro y dibujo en la esquina de una libreta que tenía justo en frente un pequeño camaleón –o al menos intento, jamás fue buena en arte- mientras permitía a su rostro adquirir una expresión de hartazgo. Daria cualquier cosa por salir de ahí.
Estupida Bella y estúpidos permisos para ausentarse. Estupidos reemplazos.
Regreso los ojos hacia afuera cuando renuncio a intentar dibujar ahora un gato. Y enderezo un poco su postura, retirando su rostro de la mano que sostenía aburrida la barbilla, para poder mirar con más atención el automóvil que se estacionaba justo en la calle de enfrente.
Jessica no olvidaba detalles, ni rostros. Sabía que Forks no era precisamente una población en que sus habitantes pudiesen permitirse caros lujos; tal y como aquel automóvil plateado. Sabía que solo una familia tenía el prestigio suficiente para poder hacerlo –familia del doctor con quien tenía cita en tres días, recordó- y también sabía que aquel plateado auto no se había visto recorrer la ciudad desde hacía más de un año. Se enderezo más al asiento, estirando el cuello lo más posible, interesada.
Vio la puerta abrirse, y a alguien descender de ella. Unos cabellos cobrizos quedaban a su vista, siendo el resto del cuerpo cubierto por el vehículo. Una anormal calma cubría la calle, permitiéndole escuchar incluso la portezuela al cerrarse. Sus ojos escudriñaron con interés al sujeto y lo miraron rodear el auto para atravesar la calle. Unos lentes oscuros le impidieron un vistazo de sus ojos, pero pudo observar claramente el porte gallardo, la seguridad con que daba cada paso y la piel blancuzca extraña inclusive en un lugar como esa península donde pocas veces salía el sol. Se sonrojo un poco al pensar lo guapo que era.
El rubor se acentuó aún más al mirarle dirigirse directamente hacia su trabajo. Vio en lentos movimientos –que estaba segura solo ocurrían en su cabeza- como el apuesto sujeto alzaba el brazo y tomaba la perilla, como empujaba la puerta y escucho la campanilla repiquetear mientras daba un paso dentro. Aliso sin quererlo realmente las arrugas de su pantalón, pasando desapercibida gracias al mostrador hacia el que ahora ese extraño se dirigía y contuvo con esfuerzos las ganas de pasar las manos también por su cabello, acomodando un poco su apariencia que, apostaba, era de alguien recién levantado.
-Buenas tardes- Saludo aquel extraño al llegar a su encuentro, retirándose por cortesía esos lentes oscuros. Jessica sintió sus piernas temblar al sonido de su voz. –Disculpe señorita, ¿Podría decirme si Isabella Swan trabaja en este lugar?
-¿Bella?- Pregunto con sorpresa. Maldijo un poco y sin verdadera malicia a la nombrada, suerte tenia ella de que un hombre tan apuesto como aquel viniera preguntando por ella.
-Bella, sí. ¿Todavía trabaja aquí?
Jessica no olvidaba detalles, ni rostros. Tampoco acontecimientos. De entre su mar de memorias, atrajo de repente, la vista hacia fuera sobre el automóvil del que descendió el extraño, varios donde ese plateado vehículo aparecía; junto con Bella. Despidiéndose de ellas, saliendo a toda prisa y montando en el carro con suma confianza y familiaridad.
-Señorita.
-¿Ah? –Regreso su vista al frente, sobre los ojos verdes que le miraban expectantes. -¡Oh! Si… claro. Bella trabaja aquí, sí. –Al verlo abrir la boca, interrumpió enseguida. –Pero hoy no vino.
-Bueno… es una desafortunada noticia. –Acompaño la frase con un sonido de descontento.
-¿Deseas dejarle algún recado? Cuando la vea, puedo dárselo con gusto.
-No, gracias. –Sonrió de medio lado y ella contuvo el aliento. –Mañana pasare de nuevo por aquí y entonces…
Stanley bajo los ojos avergonzada. –Mañana tampoco vendrá.
-¿No lo hará?- Pregunto descolocado. -¿Estas segura que aun trabaja aquí?
-Sí, aun lo hace… solo… digamos que está de vacaciones. No volverá hasta dentro de tres días.
Miro sus ojos volverse fríos de un segundo a otro y, sin pensárselo, hablo. -¿Seguro no quiere dejarle algún recado? Podría con gusto…
-No- Negó de inmediato. –Esto era… alguna clase de sorpresa; soy… un amigo suyo que salió del país y deseaba sorprenderla. No considere los imprevistos. –Se colocó nuevamente aquellos lentes oscuros. –No le menciones nada de mí, por favor.
-Bi…Bien. –Contesto confundida. –No diré nada.
Él sonrió. –Muchas gracias. –Se enderezo y con un movimiento de cabeza se despidió. –Hasta luego, señorita.
Dio la media vuelta y salió de ahí con paso tranquilo. Atravesó la calle, subió a su vehículo y arranco. La mujer dentro del local no pudo evitar crear también una historia ahí, imaginándoselo conducir hasta la casa de Bella, donde aguardaría paciente la llegada de aquella mujer amiga suya a la cual amaba loca y secretamente.
Jessica Stanley no olvidaba detalles, ni rostros, situaciones ni gustaba del cotilleo. Eran razones por las cuales no olvidaría ese día, ni olvidaría el auto que se estaciono frente a la librería y que en el pasado montaba Isabella al salir de trabajar, mucho menos al hombre que venía a buscarla y que, no estaba de más decirlo, era lo más bello en lo que ella había puesto sus ojos. Y por supuesto, al no gustar del compartir información no rompería la promesa de decirle algo a su compañera. Bella jamás se enteraría del hombre que había venido en su busca.
Escucho la puerta de atrás abrirse y vio a su otra compañera salir de la bodega con algunas cajas en mano. Se acercó a ella rápidamente y tomando algunas de las cajas de la cima, recibiendo una mirada agradecida por la ayuda. Juntas caminaron hacia los estantes del centro. Y fue Stanley quien rompió ese silencio con una frase por demás incitante para la curiosidad de cualquiera
-Eh, Ángela. A que no adivinas que acaba de pasar…
Sí. Bella no lo sabría. Al menos, no de su boca.
-o-
Había vuelto a la ciudad. Otra vez regresaban a su vista aquellos locales tan familiares, los rostros de la gente conocida y las inusualmente tranquilas calles de Forks quedaban detrás de él al conducir su amado –y reconstruido gracias a Rosalie- Volvo plateado. Sobre el parabrisas unas ligeras gotas de agua caían sin orden ni ritmo, dejando una advertencia de una lluvia que quizás caería.
Edward giro hacia la derecha. Sobre esa calle que le llevaría a su destino. El recuerdo de la anterior conversación con esa amable señorita regreso a su mente mientras conducía. No era una mentira ni un secreto decir que se había desilusionado al no encontrar a su razón para estar ahí en el lugar donde laboraba; y mayor fue aun la decepción al escuchar que no volvería hasta dentro de tres días a aquella librería. Siguió conduciendo aumentando un poco la velocidad con la convicción que esa sentencia trajo consigo.
Estaba ahí para verla, y no se marcharía sin hacerlo.
La lluvia aumento. El ligero chipi-chipi con que comenzó dejo paso a una abundante llovizna que empapo la carrocería plateada. Edward activo los limpiaparabrisas para poder ver con claridad el camino y no tener accidentes ni imprevistos que retrasaran su misión. Hacía ya más de dos años que había, inconscientemente, creado la costumbre de ser un conductor precavido, creo también una aversión a conducir con el suelo mojado y la lluvia a todo lo que daba por las noches; quiso creer, engañarse, que aquello era simple coincidencia, aunque bien sabía que aquello se dio a raíz de ese acontecimiento que dio un radical giro a su vida.
Viéndolo ahora, con las heridas ya no sangrando pero tampoco borradas, tal vez ese giro no fuera tan malo.
Él no era perfecto. Ella tampoco lo era. ¿Quién si? El error de Bella había sido mentir, el suyo no saber perdonar ¿Quién, se preguntaba, había cometido un pecado peor? ¿Qué persona podía tener el verdadero criterio y la conciencia lo suficientemente limpia para arrojar la primera piedra? No sabía quién podía, pero tenía la certeza de quienes no. Ni él, ni su familia; tampoco ella, ni su padre. Nadie, quizás.
-Es de sabios cambiar de opinión-Solía decir la gente. Y estaba justo ahí para rendirle honor a ese popular dicho.
Dos años. Tiempo que uso para reflexionar y ahogarse en su ausencia, en sus recuerdos que cual fuego ardían en su cabeza y sobretodo en su corazón. A veces, en la soledad de la noche podía sentir su aroma en su nariz; esa fragancia dulce de fresas y lavanda que le enloquecía los sentidos. También ocurría en varias ocasiones que, al tocar el piano, podía sentirla sentada a su lado, mirándole con la admiración y adoración que siempre dibujaban sus ojos al posarse en su persona y que jamás llego a comprender. Y otras más, en que, preso del agotamiento extremo y la fatiga, escuchaba su voz susurrándole al oído que lo amaba.
Más al dormir, solo podía soñar su rostro cubierto de lágrimas, borroso y distante, y su voz dulce que susurraba palabras de amor solo repetía una y otra vez "perdón", llegando lejana a sus oídos.
No cumplió su promesa. Los primeros meses sabía que no estaba listo para mantener cualquier contacto con ella, por menor que fuera. Temía que, al hacerlo, el enojo y rencor que todavía tenía muy presente fuese quien hablara y le pidiera, de la manera más cordial y fría que pudiera imaginarse, que no esperara por él, pues no volvería a ella. Era una mentira, lo tenía claro, pero temía que pasara. El tiempo que siguió fue la cobardía quien le impidió comunicarse. ¿Qué si era ella quien ahora no quería saber nada? Dejo pasar varios meses sin darle noticias suyas, ¿Por qué debería esperarle?
Había pasado un año. Y jamás intento nada. Se concentró en sus estudios, en superarse y en olvidar y perdonar por completo todo lo malo de su vida. A ella, a él, a sus amigos y familia. Cada pequeño rencor que guardaba tuvo su intento por ser desechado de su interior; limpiando su alma y sanando su corazón fue como llego a componer las mejores piezas de su haber, capturando en ellas todo lo que sentía cautivo a docentes, compañeros y público en general que asistía a los eventos.
El contacto con su familia fue lo único que perduro. Una llamada semanal para contar los pormenores de su nueva vida y enterarse de los suyos. Muchas fueron las veces que Alice, su pequeña hermanita, intentaba sacar a tema a Bella y él, como fuera, desviaba la conversación, no sintiéndose preparado para hablar tan abiertamente de aquello que aún era un remolino en su interior.
Y cuando obtuvo el valor de volver a saber de ella, cuando alzo el auricular dispuesto a llamarle, se acobardo. Supo con certeza en su corazón que en cuanto escuchara su voz lo abandonaría todo y regresaría; que flaquearía y dejaría aquello por lo que luchaba. La amaba. ¡Maldita sea, claro que lo hacía! Pero eso no significaba que quería renunciar a sus metas, deseos y aspiraciones. Colgó sin siquiera teclear un número.
Su otra opción era mandarle cartas. Tardo dos días en lograr una que le gustase, convenciese y expresase todo lo que sentía, evitándose así la tentación de volver a ella y saciando a la vez su curiosidad de saber sobre su vida. Era larga, tres hojas y media, escrita por mano propia y con el corazón en la mano. Recuerda que, mientras la cerraba, le daba la vuelta y escribía los datos necesarios para mandarla, se sintió el ser más estúpido en el mundo.
No conocía su dirección.
Sabia como llegar a su hogar, que casa era, pero no el número, y jamás se molestó en mirar el nombre de la calle.
Vaya que era idiota.
Una vez superado el enfado y la rabia con la que se autocastigaba por su falta de atención, opto por la que considero la opción más factible y la mejor. Mandaría el correo a su propia casa, imaginando que Bella continuaría el contacto con su familia y que de esa manera, recibiría las cartas en sus propias manos sanas y salvas.
Un mes tras otro. Nunca recibió respuesta. Siguió mandando semana tras semana las cartas, sin desanimarse, pero sin quererlo las esperanzas morían día tras día. Solo rogaba una respuesta, la que fuera, inclusive un "no me busques más" habría sido mejor que aquella incertidumbre. Espero, y siguió esperando durante un año entero. Ya pasaban dos sin saber nada de ella, sin tener noticias y en los que intentaba a base de nada continuar la espera con paciencia mientras continuaba su vida como si nada pasara. Hasta que llego aquel día en que no pudo más.
Siguiendo sus impulsos había tomado el primer vuelo que le llevara a Norteamérica, de regreso a su hogar. Ansioso atravesó el océano solo para llegar a ella. No soportando más aquella separación que él mismo había propiciado. Pensó sin quererlo reamente en como habrían sido las cosas si la verdad no hubiese salido a la luz. Y sonrió. Aquellas fantasías le gustaban y ya casi no lastimaban; sin embargo, agradecía que no sucedieran y que las cosas tomaran el rumbo que tomaron ya que ello trajo madurez y confirmación a sus sentimientos.
Fue de esa manera en que llego a Forks. Y así fue como llego a la situación en que se encontraba justo ahora.
Estaciono su auto frente una casa que no le traía muchos buenos recuerdos. La lluvia aumento su intensidad mientras el apagaba el motor y abría la puerta dispuesto a salir. Mentalmente se maldijo por ni traer un paraguas e, ignorando las gotas que golpeaban con fiereza contra su gabardina y su rostro, camino hacia la entrada. Se extrañó al llegar y ver toda luz apagada desde las ventanas, sin embargo, decidió dar una oportunidad en lugar de darlo todo por perdido.
Llamo con suavidad a la puerta y aguardo. Volvió a hacerlo cuando no recibió respuesta y espero. La lluvia provoco que sus cabellos se pegaran sobre su rostro y Edward inclino su cuerpo un poco hacia un lado, intentando así mirar por alguna ventana hacia el interior, pero sin conseguir realmente nada. Suspiro a la vez que alejaba los cabellos mojados de su frente. Toco con los nudillos esta vez, con la suficiente fuerza para provocar que la vecina de la casa a la izquierda alzara con sutil intento de discreción una cortina y mirara con sospecha en su dirección. Espero un rato, pero no sucedió nada.
Con desilusión regreso sus pasos al automóvil de donde salió; acomodo su gabardina alzando el cuello y guardando las manos en los bolsillos cuando sintió un escalofrió en su espalda, la temperatura, sintió en su piel, comenzaba a descender. Pronto caería la noche y el frio aumentaría. Subió al auto, pero no arranco. Continúo sobre el asiento del piloto, observando al frente, a la acera donde un hombre descendía de su propio transporte y caminaba hacia una de las casas un poco alejada de donde él actualmente estaba. El reloj de su muñeca marcaban las seis en punto, hora en que usualmente la gente abandonaba sus labores por ese día.
Tomo la decisión entonces de aguardar, así fuera necesario hacerlo toda la noche. Bella –o en su defecto Charlie, aunque rogaba porque fuese la primera- tendrían que llegar tarde o temprano a aquella casa, ¿Verdad? No podían permanecer fuera tan tarde y menos aún con el clima que hacía. Se recostó un poco contra el respaldo y cerró los ojos para descansar un poco, aguardando.
Cuando los orbes esmeralda volvieron a abrirse ya era de noche. La temperatura había descendido todavía más y las casas lucían iluminadas desde el interior, dejando ver las sombras de sus habitantes por las ventanas; sin embargo hubo una que seguía sin iluminación alguna y para su desgracia era justo la que le interesaba. Froto su rostro para despejar los restos del sueño y un quejido abandono sus labios. Un tanto desorientado miro el reloj de su muñeca otra vez, marcando ahora las once quince. Era tarde, quizás ya estuvieran dormidos.
Volvió a repetir aquella rutina que hiciese horas atrás a su recién arribo. El frio le dio de golpe sobre el rostro, helándole la nariz y sus mejillas, Edward, en un intento por mantener calor en su cuerpo, froto sus brazos con vigor al tiempo que llegaba a la entrada donde, una vez más, llamo. L a respuesta fue exactamente la misma que en la ocasión anterior e igual que en ese intento se abstuvo de desistir por un buen rato hasta que dio consciencia de que aún no había nadie en casa.
Decir que estaba extrañado, era quedarse corto. Sin mencionar preocupado. ¿Dónde podría estar Bella? ¿Acaso había pasado algo en esos dos años de ausencia, que volvió aquella casa deshabitada e hizo que la hija de su dueño no se acercaba más ahí? Muchas fatídicas posibilidades llegaron a ocurrírsele y otras un poco más comunes.
Concluyendo que especular no le llevaría a nada regreso a su refugio, donde se disponía a pasar la noche entera frente a aquella casa. Su vuelo de regreso a Italia salía a las doce del día y desafortunadamente no podía aplazarlo –hablando con sinceridad no tendría siquiera que estar en Forks, efectuarían una presentación aquel sábado y ya era jueves… lo matarían cuando regresara- pero antes de marcharse, necesitaba hablar con ella y, fuera de su propio hogar, la librería y la casa de Charlie, no tenía más idea de dónde buscar.
Fue así como lo abordo el amanecer, los rayos del sol que nacía en el horizonte –un sol por demás extraño en Forks- dieron de lleno sobre un rostro cansado y unos ojos agotados al ni haberse cerrado durante toda la noche. Edward, como muchas veces aquella noche, salió del automóvil para estirar las piernas. Movió el cuello de un lado al otro y gimió cuando escucho el tronar de su espalda. Los ojos esmeralda se quedaron fijos otra vez en la construcción, juraba que de tanto mirarla todos los detalles quedaron grabados en su cabeza con demasiada claridad y precisión –si fuese pintor, aquello sería su cuerpo contra el capo del coche, no queriendo entrar de nuevo. El reloj de su muñeca ahora dictaba las ocho menos diez; quedaba tiempo antes de tener que marcharse y él esperaría hasta el último segundo. La misma señora que la tarde anterior le dedico una mala mirada desde su ventana ahora salía con una bolsa de plástico en la mano y volvió a dedicarle sospecha con sus ojos cuando estos se posaron sobre él y no evito reírse un poco.
Y no fue sino hasta las once y media en que supo que no podía seguir aguardando. Un suspiro de tristeza dejo sus labios a la vez que bajaba la mirada decepcionada y lastimera.
No había podido verla. ¡Había atravesado el maldito océano y no pudo encontrarla! Se sintió tan impotente y vacío, tan imbécil. Se maldijo. ¡Buena idea quedarse parado frente a una casa sabiendo bien que no aparecería! Abrió la puerta de su auto con amargura y un poco de resignación se traspasó por su mirada. Tal vez así tenía que ser las cosas; tal vez no debía encontrarla, y quizá no era el momento de verla. Pero no tendría más oportunidades, ya que no contaba con más valor para volver a hacerlo.
Mientras subía, miro una última vez la construcción. Sonrió y dedico un beso a la ventana del cuarto de su amada, susurrando tres últimas palabras antes de marcharse para el que, sabia, sería un viaje sin retorno en una buena temporada.
-Feliz cumpleaños, Bella.
-o-
"Ironía. ¡Oh, la ironía!"-No pudo detenerse de pensar Isabella Swan, mirando la escena en rededor. Y no era apropiado en una situación así. Una de las primeras lecciones que todos los padres inculcan a sus hijos es que, en esos lugares, uno debe permanecer callado y quieto, mostrando el dolor o la pena en el semblante al afrontar duros momentos como aquellos.
Miro su reflejo en el líquido negro que el vaso blanco de plástico que minutos atrás Emily Young le habría ofrecido con amabilidad, cuyos pasos despacio Bella no pudo detenerse de mirar; seguramente no era más fácil para la prometida de Sam Uley todo aquello, menos aun con un estómago ligeramente redondeado que dejaba en evidencia un embarazo de no más de seis meses; claro que ella solo estaba especulando, no lo sabía por experiencia y deseaba nunca descubrirlo.
Su cabello lucia recogido en una alta coleta, y algunos rebeldes mechones con los cuales batallaba al ser más pequeños que el resto y que aquella gomina no alcanzaba a cubrir, cayeron sobre su rostro cuando se inclinó hacia el frente. Esos días había sido cansados, estresantes, agotadores y, sobretodo, tristes. La atmosfera en ese cuarto de colores claros, pesada y asfixiante, le hicieron sentirse sofocada a ratos, contribuyendo así al pésimo humor que desde días atrás portaba.
Solo deseaba ir a casa y dormir por dos días enteros. Cuando sus ojos se cerraban al parpadear era cuando más sentía ese peso en sus hombros del que no podía deshacerse por más que probara mil y un cosas. Los parpados también los sentía de una tonelada; la rigidez en su cuello y las punzadas en las sienes eran solo otra parte de las repercusiones ante sus malos días y sus noches escasas de descanso. Apostaba que de un momento a otro simplemente se caería de bruces sobre el suelo, con un ruido similar al de un costal lleno de cal o algún material similar al ser arrojado contra el pavimento, y ahí quedaría por una semana, dormida.
-Todo es por Charlie- Susurro hacia su café. –Recuerda Bella, Charlie te necesita.
A su alrededor las personas se abrazaban o lloraban. Solemnidad y tristeza pintaban el ambiente de un invisible velo de amargura. Todos con ropas negras, con palabras de apoyo y condolencias en los labios, y que en sus oídos guardaban los susurros de las que, en vida, fueron las hazañas y semblanzas de aquel a quien hoy se honraba antes del descanso eterno.
Familiares, amigos y conocidos que se unían para despedir a un querido compañero.
Billy Black había muerto de un ataque fulminante al corazón una tarde días atrás. Nadie lo vio venir. Era un hombre sano a pesar de ser algo mayor y aún era vital. Gustaba de salir a pescar con Charlie y de pasar las noches en las fogatas que los Quileutes organizaban. Era, decían los niños, el mejor para contar historias y solo competía contra Harry Clearwater, otro de sus entrañables camaradas que había muerto años atrás. Claro que nadie se lo esperaba, mucho menos Jacob, su hijo, ni sus hermanas Rachel y Rebecca
Pero, ¿Quien realmente vive esperando la muerte? Todos sabemos que llegara algún día. Es, dicen muchos, lo único seguro que tenemos en esta vida –Jacob Black solía agregarle a aquella frase, para deshacerse de la seriedad con que la gente la mencionaba, que el pagar impuestos también era seguro- y todos somos conscientes que no podremos escaparle. Sin embargo, no se vive imaginando que podría ser el último día, ni se disfruta cual si fuese lo último que hagamos.
Miro a Rebecca, la anfitriona de aquello, con un pañuelo en mano que limpiaba suavemente sus mejillas, lucia pálida y tan cansada como Bella se sentía. Las personas se acercaban a ella para ofrecer sus condolencias y apoyo, y la mujer solo asentía e intentaba ofrecer una débil sonrisa. Algunos palmeaban su espalda, otros más le abrazaban, y muy pocos simplemente le dedicaban algunas palabras y se marchaban.
No muy lejos se hallaban el par de hermanos sobrantes que para Swan eran por completo polos opuestos. El pequeño de ellos, Jacob era uno de los seres más bellos y alegres que Bella había conocido en toda su vida. Y, la más grande era todo lo contrario, Rachel, al igual que Rebecca era reservada e inclusive malhumorada, un tanto malcriada si se lo preguntaban a ella. Sus amigos, aquella manada de adolescentes que ella tanto apreciaba, se acercaron a ellos, y algunos consolaron al chico. Jacob busco a Leah y, no sin librar una batalla con la orgullosa muchacha, logro abrazarla, desahogándose en su hombro. Rachel solo se hizo a un lado
No tuvo necesidad de buscarlo, pues hacia ella Charle Swan caminaba, vestido también de negro, pasando una mano por su frente. No pudo detenerse de observarlo con detenimiento. Las arrugas que comenzaban a salir alrededor de sus ojos, los cabellos que empezaban a caerse a los costados de su frente; las manos que evidenciaban una vida de trabajo duro, los ojos nublados y agotados, reflejando ese cansancio que se acumula a lo largo de la vida; su andar despacio y torpe. Por primera vez pudo mirar claramente lo que el tiempo había hecho con él. Charlie dejo de ser, solo de imagen, aquel hombre que siempre vio grande y fuerte, un protector implacable e indestructible. Frente a ella, un hombre pequeño, cansado y viejo era lo que se escondía. Su padre, no había más para ella.
-Papá… -Le llamo cuando Charlie se dejó caer en la silla a su lado. Mordió su labio con inseguridad ante la pregunta que pensaba formularle.
-Estoy bien, pequeña –Contesto el hombre, conociendo las inseguridades de su hija. –Agotado, y triste. Pero estaré bien, no te preocupes por mí.
Era fácil pedirlo, inapropiado considerando que ella estaba ahí por él y ambos lo sabían. Llevaba dos días sin ir a trabajar a petición de Charlie, Jacob y el mismísimo Seth Clearwater, quienes solicitaron su ayuda para organizar todo aquello. Por ello había hablado con su jefa y, explicándole la situación, logro negociar un cambio en sus vacaciones. Claro que tendría que trabajar en navidad, pero por ahora no importaba.
-Toma- Le ofreció el vaso con la bebida aún caliente que no había probado. – Lo siento mucho, papá.
Charlie dio un trago. –Yo también lo siento mucho, hija. –La miro con culpa. –Sé que esta no es la mejor manera de celebrar un cumpleaños.
-No te preocupes por eso. –Le sonrió. –Está bien, en serio. No me molesta.
No lo hacía. Sus cumpleaños dejaron de tener importancia -y sentido- a los once años; cuando lo había pasado rodeado de pacientes, batas blancas, estetoscopios y doctores al acompañar a su madre que había fracturado su pierna cayendo de la escalerilla con que se disponía a colgar un letrero con la leyenda "Feliz cumpleaños" para ella.
-Te recompensare, cariño. –Dijo cuándo se levantaba para regresar con los Quileutes
Ella sonrió hasta que le vio marcharse, después dejo caer la espalda contra la silla y suspiro. A su mente llegaron las sabias palabras de la acida y difunta abuela Swan, lecciones importantes de vida para momentos como aquellos en que se sentía realmente mal y solitaria.
"El día que en verdad necesites compañía, ven conmigo… y yo te llevo a comprar un perro".
Sonrió. Sí. Implacable.
OoO
Un año siguió a ese. Y otro también paso. Cada que la fecha en que Billy había dejado este mundo volvía a llegar, en la Push se organizaba una reunión para recordarlo y honrar su memoria. Charlie había cumplido su promesa, al pasar el entierro y un día después de volver a casa habíamos ido a comer a su restaurante favorito donde, a mi parecer, preparaban las mejores hamburguesas con queso –no eran mis favoritas, pero no me desagradaba comerlas-. Ahí celebramos con atraso mi cumpleaños, entre comidas, malteadas y cerveza para él.
Recuerdo que, al volver a casa de mi padre con los estómagos llenos de comida chatarra, la vecina había salido con ese aire de intriga que siempre traía encima, y con la colada en un brazo, sosteniéndole con la cadera; mencionando que debíamos estar atentos a los mirones, y que las once de la noche no era hora para recibir visitas. Aquello me había confundido.
Jacob y Leah había comenzado una relación meses después de aquello. Muchos miramos extrañados el hecho, no era un secreto las constantes peleas y el choque de carácteres que ocurría cada que ese par se encontraba. Me sentí feliz pese a todo por mi amigo, conocía a Jake lo suficiente para saber que o habría dado el paso sin estar seguro de que resultaría exitoso el andar. Nunca, a diferencia de la mayoría de las chicas, sentí celos por la relación de mi mejor amigo, tenia, dentro de mí, la certeza de que nuestra amistad no se vería afectada.
Éramos Jacob y Bella. Éramos equipo. Y no había Leah, ni Ed… ni nadie, que pudiera cambiar eso.
Yo, por mi parte, me había resignado. Cuatro años era tiempo suficiente para entender por completo que él no quería volver a saber de mí. No lo culpaba, ni buscaba comprenderlo, solo me había conformado con hacerme a la idea que la felicidad y un futuro a su lado nunca seria para mí. Habia dolido, si, horrores, era igual a enterarse de golpe de una noticia desagradable o ver el castillo construido a base de tus sueños derrumbarse frente de ti sin tu poder hacer nada. Pero tampoco podía detenerme a llorar por aquello. La verdad, es que ya estaba harta de ello, ya las lágrimas me molestaban.
Continué con mi vida, sin fingir que jamás paso. Eso no serviría de nada; porque lo hizo. Pasó y fue maravilloso. Pero ya se acabó, y vivir del pasado no me llevaría a nada, yo no quería seguir aguardando, ni sufriendo por ese asunto que debí cerrar hace años. Seguí al pie de la letra mi rutina, turnándome ahora también a visitas los sábados por las tardes a la reserva Quileute, a visitar al pequeño bebe que Emily había tenido y a veces, también quedaba con Alice o Emmett, salvando la amistad invaluable que me unía a ellos y que no estaba dispuesta a perder.
Seguí. No fue fácil, no era sencillo hacer algo sin esperanza alguna. Vivir por vivir, por tener que hacerlo, pero lo hice. Y cuando estaba por acostumbrarme por completo a esto, sucedió el evento que cambiaría mi vida para siempre por segunda ocasión.
OoO
-¿Quieres ayuda?
Bella sonrió a su compañera desde el piso, arrodillada. Habían recibido el día anterior el último libro de una saga popular entre adolescentes. La verdad es que no comprendía porque el alboroto que causaba un libro como aquel de una historia de amor entre un vampiro y una humana, no le veía chiste alguno. Sería también que no era imparcial en aquello, para ella, los vampiros tenían colmillos y no brillaban como diamantina al sol.
Ese sería un día pesado, recibir a muchas jovencitas –y otras no tanto- ansiosas por comprar el libro aquel provocaría escándalo y un verdadero desastre al final del día…. Algo bueno para los ingresos a la librería, algo malo para sus nervios y su espalda.
Coloco el último de los libros sobre la punta de la torre que formo y los pocos que quedaban los llevo cargado en esa caja de cartón a los estantes donde un pequeño espacio se guardaba para ellos. Uno a uno los saco y les coloco ahí.
-Ya termine, gracias Ángela.
Estiro su espalda con las manos en la cadera, Ángela rio mientras caminaba a voltear aquel letrero en la entrada y Jessica despego la vista de la revista con la que pasaba el rato –como escoger el mejor maquillaje para el verano, era el artículo que leía – y negó con la cabeza mientras rodaba los ojos. Bella camino hacia la bodega donde dejo la caja de cartón encima de un montón y cerro esa puerta. Para cuando dio la vuelta, el "Cerrado" de hacía unos minutos daba paso al "abierto".
Tal y como había predijo, aunque bien sabían que no se necesitaba ser genio ni vidente para ver venir aquello, los jóvenes clientes no se hicieron esperar. Jovencitas que iban en grupos con más de tres integrantes, algunas enfundadas en los uniformes escolares; otras nerviosas que entraban solas, avergonzadas dirigiéndose a alguna de las dependientas para preguntar por el libro. Algunas mujeres más grandes que con seguridad ellas mismas tomaban el libro del montonal que horas antes Bella hubiese construido con calma y meticulosidad. Sin mencionar a aquellas que argumentaban ir ahí a comprárselo para sus hijas y uno o dos chicos que entraban con excusas de querer aquel libro para su hermana o su novia.
Encontrabas de todo en esos lugares. Especialmente con ventas de ejemplares tan esperados como aquel. Bella y Ángela pensaban que no podía crear ningún mal que la gente leyera libros así, eran entretenimiento y, mientras inculcara e incitara al público joven a leer no podía causar mucho problema. Jessica no prestaba atención al asunto, no le interesaba. Mientras más vendieran, más les pagarían. Eso era suficiente para ella.
Daban ya las dos menos diez de la tarde cuando Ángela daba las gracias a una señora con una niña pequeña que en mano llevaba enfundado en una bolsa, un ejemplar de ese popular cuento infantil que fue parte de sus favoritos en su niñez. Sabia, por experiencia, que esa pequeña sin duda disfrutaría de "Buenas Noches, Luna" y sonrió, despidiendo a la chiquilla que agitaba el bracito vigorosa en su dirección. Un poco cansada se recargo contra uno de los estantes, rogando que esa hora restante se pasara con prontitud; moría de hambre y no podía salir sino hacia las tres, envidio a su amiga castaña, ella tendría descanso en solo diez minutos.
-Buenas tardes. –Dijo una voz de terciopelo dirigiéndose a ella, volteo el rostro hacia ese hombre que le hablaba, abriendo los ojos con desmesura cuando lo enfoco con claridad.
-No puede… -Ahogo el grito que saldría de su garganta, cuando el masculino dedo blanco se colocó contra sus labios. Trago saliva. –Bi.. Bienvenido, ¿En qué puedo ayudarle?
Una sonrisa con agradecimiento. –Estoy en busca de un libro, Cumbres Borrascosas, ¿Lo tendrán? –
La muchacha asintió, dubitativa. –Estoy…. Segura que sí, pero… no lo sé con total certeza, tendría que… uhm…
Los ojos verdes le miraron cándidos por un instante, no evito que eso la tranquilizara. Había algo, indescriptible, que provocaba confianza. Tal vez era la combinación de una amable mirada y una blanca sonrisa perfecta.
-Bien. –Acepto. –Espero no sea molestia pero, de encontrarlo, ¿Podría aquella señorita traérmelo? Por favor.
Ángela lo miro. Y miro a sus espaldas, donde una Bella se encontraba sobre una escalerilla, inspeccionando la contraportada de un libro sin verdadero interés. De reojo miro a Jessica, que observaba interesada al cliente que le pedía aquel libro clásico, un brillo de reconocimiento en sus ojos que la llevo al pasado, un día en que un sujeto extraño había sido el tema de conversación para la chica tras el mostrador.
Ella no era tonta. Sabía quién era aquel extraño. Lo supo cuando Stanley le conto con detalles y emoción su encuentro con él y lo sabía ahora que lo tenía enfrente. Lo que dudaba, y como amiga que había visto de primera mano todo el sufrimiento de la morena, era si cumplir aquella petición era buena idea. Isabella había sido su amiga durante toda la vida, vivía con ella y la consideraba uno de los seres más cercanos que tenía, no quería volver a verla en ese estado tan lamentable en que había caído por causa de ese sujeto.
Por otro lado, también tenía la certeza de que, si se rehusaba, si dejaba pasar la oportunidad de que se reunieran, ni Bella, ni ella misma, se lo perdonarían.
-Por supuesto. Por favor, aguarde.
Él agradeció con un movimiento de cabeza y volteo hacia otro lado, perdiéndose mirado algunos libros al azar. Ángela camino hacia la escalerilla donde estaba su amiga.
-Bella –Le llamo. La aludida dejo de mirar el libro. -¿Podrías hacerme un favor, antes que vayas a comer?
-Claro. –Contesto aquella dejando el texto en su lugar. -¿De qué se trata?
-Hay un cliente que busca el libro "Cumbres Borrascosas". Sé que los clásicos son tu especialidad así que pensé que no te molestaría encargarte de esto… ¿Podrías?
Bella se encogió de hombros. –Claro.
No descendió de la escalerilla, simplemente se empujó con las ruedas que esta tenia hacia su izquierda y de ahí, con maestría, encontró el título que se solicitaba. Bajo con mucha calma y cuidado por los escalones para evitar cualquier accidente y busco con la mirada al dichoso cliente. Jessica la miro detrás de la revista cuya lectura al fin pudo continuar y señalo hacia el frente, articulando con los labios un seco "está ahí" que agradeció con la mirada.
Se encamino hacia la figura que le daba la espalda. La altura del hombre aumentaba mientras se acercaba, así como el latir desbocado de su corazón que no comprendía. ¿Por qué se ponía de esa manera por un extraño? La respiración se le acelero y las manos le temblaron un poco, aumentando su desconcierto.
-Disculpe, señor. –Llamo a aquel que tenía enfrente, la figura se irguió. –Tengo el libro que buscaba. Es Cumbres Borrascosas, ¿Verdad? –Un asentimiento. – ¿Podría, por favor llevárselo a la señorita en el mostrador? Ella se encargara de cobrarlo. –Se lo estiro.
Una cámara lenta fue la única analogía que Isabella pudo encontrarle al momento en que aquel sujeto se daba la vuelta. Una serie de características que aposto jamás volver a apreciar bañaron sus sentidos. El olor a miel de su piel dio de golpe en su nariz cuando estiro la mano; el porte grácil y elegante que daban muestra de un caballero, la ropa fina y cara a simple vista a pesar de ser casual. Y, entonces, subiendo por aquellos anchos hombros y el pálido cuello llego a su rostro. Encontró unos labios cuyos bordes y líneas conocía a la perfección, una perfecta nariz, un cabello cobrizo alborotado y unos verdes ojos que reflejaban calidez, alegría y afecto.
Fueron los ojos los que le confirmaron que aquello no era un sueño, atrapándola bajo su hechizo encantador y al mismo tiempo sacándola del shock que mirarlo provoco. Un nombre que hacía mucho no pronunciaba se escapó sin poder evitarlo.
-Edward…
Este, solo sonrió. El libro en las temblorosas manos de la mujer se deslizo, Edward con agilidad logro atraparlo antes de llegar al suelo.
–Muchas gracias, Bella. –Dijo mirándola intensamente –Veo que no has cambiado. –Movió el libro un poco, para hacerse entender a lo que se refería. –No, eso es una mentira. Estas más hermosa de lo que recuerdo.
La mano del hombre se levantó dirigiéndose a su rostro, Bella cerro los ojos, anhelado la caricia y al mismo tiempo rogando porque se detuviera. El reloj de su muñeca dio un pitido cuando la yema de uno de sus dedos rozo su pómulo y abrió los ojos sorprendida, dando un paso atrás. La mano cayó a un costado. Ella alzo la muñeca para mirar la hora. Las dos.
-Parece ser que es tiempo de tu descanso. –Dijo el chico con simpatía. -¿Te molestaría si comiésemos juntos? Creo que tenemos que hablar.
También lo sabía, por lo cual acepto. Aun aletargada camino hacia la bodega, donde en una de las esquinas se ocultaba un perchero; tomo su campera café, se la puso con lentitud pues sus dedos temblaban todavía, acomodo su cabello, sacándolo de entre las prendas y lo sacudió en el aire; aquello era un simple desastre. Reviso en sus bolsillos que su cartera continuara ahí y, no sin antes tomar un poco de aire, salió.
Edward le esperaba ya en la puerta. Dio un último vistazo a sus amigas. Ángela le sonrió para darle ánimos, sin embargo, pudo ver claramente la preocupación que reflejaban sus ojos. Jessica también le sonrió, aunque su sonrisa fue más grande y su pulgar de alzo. Agradeció con una propia mueca en la boca al apoyo que le infundía y alcanzo al hombre en la entrada, quien le permitió salir primero, sosteniendo la puerta para ella.
Sus cuerpos se mantenían separados por escasos centímetros, un sutil movimiento hacia sus brazos tocarse levemente, y este provocaba un temblor de anhelo en cada uno de ellos. Edward le siguió a la cafetería cerca de su trabajo, sabiendo que su tiempo era limitado y tendría que regresar a sus ocupaciones; no quería interferir en su ritmo normal de vida, solo esperaba volver a formar parte de ella.
Se sentaron en una de las mesas cercanas a las ventanas. Bella se quitó la campera y Edward el abrigo, ambos los colocaron a sus costados. Él se levantó y se acercó a la cajera para pedir –y pagar- sus alimentos, Bella aprovecho el momento a solas y jugaba con el salero moviéndolo a lado y al otro, su cabeza al mismo tiempo se había perdido en medio del nerviosismo y la negación ante lo que estaba pasando y sus recuerdos le ahogaban.
¿Por qué, después de cuatro años sin interesarse en ella, volvía? ¿Para qué? Eso solo podía nombrarse como crueldad, y no quería pensar en ninguna circunstancia, que el Edward que ella había conocido se había transformado en alguien tan mezquino. Quizá era venganza, un retorcido juego para cobrarse lo que había hecho años atrás. En ese caso, no le cabía la menor duda, lo merecía.
Edward volvió con un plato en cada mano y los coloco uno frente al otro, Bella sonrió con gratitud antes de que él desapareciera de nuevo, regresando en esta ocasión con dos tazas que también dejo al lado de cada plato. Ella tomo la campera y busco la cartera para poder pagarle por aquello, él levanto una mano y negó con la cabeza.
-Nada de eso. –Dijo haciéndola detener en seco. –Yo invito, por favor. –Bella sonrió y dio las gracias. –Por nada. Es de pavo, espero todavía te guste y el otro es café con crema… no sabía si aún…
-Gracias.- Dijo interrumpiendo. –Todavía me gustan ambos… que detalle que lo recuerdes.
-¿Por qué olvidaría algo referente a ti? –Fue una pregunta al aire que no tuvo intento por ser respondida.
Había perdido el apetito, pero prefirió entretenerse mordiendo el sándwich que enfrentarse a quien tenía enfrente y pensó con ironía como tan solo minutos atrás había rogado por que el reloj marcaran las dos de la tarde para poder salir y comer un buffet entero por el hambre que sentía.
-¿Cómo has estado?- Pregunto Edward cuando le vio bajar el sándwich.
Casi se ahoga con el bocado. ¿Aquello iba en serio? Trago, y sin poder evitar dejar salir su enojo, hablo con voz contenida.
-¿Es en serio? –Pregunto. –Realmente…. Déjame ver si entiendo. No he sabido nada de ti, por cuatro años no recibí ni una sola noticia tuya. Ni un solo intento de comunicarte conmigo, jamás. Absolutamente nada. Y hoy, te apareces sin más en donde trabajo, como si nunca hubiese ocurrido nada, invitándome a comer y ahora me preguntas como estoy, ¡y fingimos que nunca paso lo que paso!
Edward bajo los ojos para evitar la acusadora mirada que se clavaba en el como una daga en su pecho. Quedo, murmuro. –Tu tampoco intentaste hablar conmigo.
-¡¿Cómo diablos esperabas que lo hiciera? –Grito perdiendo los estribos. –No tenía una dirección, ni un teléfono, ¿Cómo iba a buscarte? Y entonces me dije, que en cuanto tú te comunicaras conmigo yo obtendría, además de la certeza de que querías continuar con el contacto, un vínculo con el cual conservarte… pero jamás lo hiciste. –Ahora ella bajo la mirada. -¿Por qué, Edward? ¿Por qué no me buscaste?
Edward dio un trago a su bebida y pasó la mano por sus cabellos. –No estaba listo.
Rio con sarcasmo. –Ya. No lo estabas. Claro que no.
-Pero lo estoy ahora, Bella. Me propuse ser alguien mejor, alguien sin rencores ni miedos que impidieran continuar mi vida antes de volver a ti. Ya he cumplido. Soy alguien completo ahora, Bella, y soy alguien que te ama como el primer día. He vuelto por ti, Isabella…
-Y ya. Te crees que es tan fácil como solo regresar y que yo me arrojare a tus brazos sin rechistar y de inmediato ¡¿Eso crees?. –Apretó el sándwich. -¡Maldita sea, si lo haría! Pero no puedo, no puedo ¡Con un demonio!
-Escúchame, por favor.
-¡No, escúchame tu a mí! Estoy cansada de esperar, Edward. Me duele, y me lastima más que aunque estoy harta sigo haciéndolo. Todavía espero por ti, y lo que me hiciste no fue justo.- Limpio su rostro con su mano. –Yo me equivoque antes, y las disculpas no bastaron, lo entiendo y acepto que es una hipocresía de mi parte decirte que ya no quiero sufrir por ti, ya estoy harta de eso; yo sé que lo vales, que esperar por ti y vivir para verte volver ¡Dios, yo sé que todo eso vale la pena! Tal vez sea yo quien no lo vale, que está cansada. … Si esto es algún tipo de venganza, por favor detenla. No podré soportarlo.
-No es una venganza, yo…
-Te sigo amando. Aún más que el primer día y mucho más que el último. Sin embargo, me duele… ¿Por qué, Edward? ¿Por qué juegas así conmigo? Piensas que las cosas son tan fáciles, te olvidaste de mi por cuatro años, y llegas pidiendo normalidad y regresar… Yo me muero por ti, tú lo sabes más que nadie, tanto como sabes que terminare dándote lo que tu pidas aunque me destroce. No es justo lo que me haces.
-Yo no quiero lastimarte.
-¿Por qué no supe nada de ti? ¿Por qué no me buscaste?
-Pero si lo hice. –La mirada chocolate se clavó en él con rapidez, y continúo hablando. –Volví a Forks hace dos años, para buscarte. Fui a tu empleo, pero no estabas ahí, así que fui a tu casa… la de Charlie. Espere toda la tarde, pase la noche en mi auto fuera de tu casa y la mañana siguiente también te espere. Tu nunca llegaste y yo tenía que regresar ese mismo día… no pude quedarme.
-¿Cuándo fue eso?
-En tu cumpleaños.
Las palabras que su vecina dijo al verle llegar con Charlie ahora cobraran sentido. Aunque quiso hacerlo bien tenía claro que no podía culpar a nadie por ese inconveniente. Edward no la tenía por ir a Forks en su cumpleaños, ni Charlie por pedirle su apoyo y ayuda, mucho menos –y era una tontería considerarlo, debía guardar más respeto- Billy Black. Ni siquiera ella la tenía. Las cosas se habían dado así, y no buscaba ni explicaciones ni culpables. Solo sentía desilusión y enojo al enterarse lo cerca que lo tuvo y que no estuvo ahí.
-Yo…-Carraspeo. –No estuve en casa ese día.
-Pude darme cuenta de ello.
-Estuve… en La Push. –Sus dedos arrancaron un borde de la servilleta y formo una pequeña con ella que rodo por sus yemas. –con mi padre… y Jake.
-Oh. –sus ojos se ensombrecieron. –Bien. No quiero explicaciones, Bella. Solo… si ya es muy tarde y… es decir, yo lo entenderé.
-El padre de Jake murió días antes. Velamos su cuerpo la noche de mi cumpleaños.
-Es una pena, deberé bajar a la reserva para dar personalmente mis condolencias a Jacob, aunque seguramente mi presencia no le resultara grata y Carlisle debió haberlas dado ya en nombre de toda la familia.
-Lamento no haber estado ese día. –Ahora esa bolita recorría la longitud completa de su dedo. –Pero ¿Por qué no intentar nada más? ¿Solo una visita a casa fue suficiente para ti, aun sabiendo que yo jamás me enteraría?
-Quise llamarte. Lo intente, pero no tuve el valor. Sabía que, en cuanto escuchara tu voz, yo volvería a Forks, a ti. No quería dejar un sueño en Volterra, deseaba terminarlo, y aunque te extrañaba como no te lo imaginas… te pido que lo entiendas.
No hacía falta pedirlo. Lo entendía. Después de todo fue ella misma quien le pidió fuera a realizarlo. Él temía flaquear al oírla, y nada garantizaba que Bella no le rogara que volviera en cuanto escuchara su voz.
-¿Y escribir? ¿Eso también te asustaba?
-Lo hice. –Ahora la sorpresa fue compartida, junto con la confusión. –Cada semana te escribí una carta; no lo hice desde el principio, cierto…pero las envié. Y, cuando no respondiste ninguna, no pude vivir más en la incertidumbre; fue una de las razones por las que volví. –Edward suspiro. –Cuando no te encontré y regrese a Italia seguí mandándote una carta semanal.
-Es mentira.
-Es verdad. Tu jamás me respondiste.
-Porque no es cierto. Nunca mandaste una sola carta, así que deja de mentir.
-Las mande y los sabes. Mírame a la cara y dime si te miento.
-Jamás recibí nada.
-¿Qué? No es posible eso, yo las envié. No sabía tu dirección, por eso las mande a la mía, así me evitaba inconvenientes; se suponía que te las entregarían.
-No lo hicieron.
Edward negó con la cabeza. –Te las daré yo mismo, todas ellas. –Estiró sus manos y tomo las de la chica –Bella, escúchame por favor. Si es en verdad muy tarde ya, o si tu no deseas saber más nada de mí, está bien. Pero yo no quería que esto terminara con malos entendidos entre nosotros. Te lo he dicho ya, y lo repetiré cuantas veces sea necesario. Te amo. Y si estoy aquí hoy es por ti. Quería ser una mejor persona para ti, alguien que si te mereciera o que pudiera intentar hacerlo. Si tú no lo quieres, yo lo entenderé. Tu y yo, nosotros, estamos en tus manos. Tus deseos serán las órdenes.
-Para mí tampoco ha sido fácil. He vivido cuatro años pensando que ya no te importaba que fueras tú quien no deseaba saber más nada. Me es difícil asimilar el que estés frente de mí, tomándome la mano, diciendo que me amas y pidiéndome retomar las cosas. No es fácil, y no podría revivir el nosotros en el punto en que quedo y fingir que no pasó nada, es imposible.
-No busco retomar nada contigo. –Sintió el temblor de las manos ante sus palabras y las apretó más fuerte. –Lo que deseo es comenzar algo nuevo. No quiero a Isabella Swan, la chica que me mintió por desesperación, deseo a Bella Swan, la hermosa mujer de la que yo me enamore. Quiero conocer su verdadero ser, saberlo todo de ella; y a la vez quiero que ella me redescubra, que pueda enamorarse del Edward que soy ahora. Y que juntos creemos algo nuevo y maravilloso que dure la eternidad.
Se miraron a los ojos, ninguno dijo nada. Las mejillas de la chica se tornaron rosáceas y los toques en su mano esperanzadores.
-¿Me darías la oportunidad de crear ese algo nuevo juntos, Bella?
No respondió. Miro por todos lados; las paredes, las esquinas, los sofás, la gente. El panque que caía al suelo y la niña que reía. Cualquier cosa que diera tiempo para pensar en la respuesta que, de antemano, ya conocía. Luego de un par de minutos con negación silenciosa, Edward comenzó a soltarla con desilusión. Bella confirmo su decisión cuando la desesperación de perderlo la abrumo como en antaño al sentir sus dedos deslizarse de los suyos. Los tomo con rudeza cuando solo las yemas se tocaban e impidió que le alejara.
-Tú ya eres maravilloso. Y yo ya te amo. ¿Esperas que enloquezca y muera de amor, al redescubrirte?
Edward solo rio con ganas.
OoO
Ese día volvimos de la mano a la librería y me beso antes de entrar. Yo tenía sentimientos contradictorios por la situación que provocaron distracción en lo que resto de mi día. Aún estaba molesta ante nuestro nulo contacto–aunque mi enojo se había dirigido ahora a cierta chica enana de cabellos negros que asesinaría por no comentarme del correo- frustración por no haber estado en el momento de su visita, confusión por los hechos recientes, al parecer mi cabeza no acababa de procesar que había ocurrido; euforia por volver a verlo, angustia y miedo por el futuro. Pero sobretodo alegría.
Edward había vuelto a mí. Y aun me amaba.
Mi confortable rutina se había roto aquel día para dejar que mi vida se convirtiera en un maravilloso caos del que no me arrepentía. La luz había vuelto a mi existir con su alegría y confort que solo el calor del amor ofrecía. Volví a sonreír y a reír con ganas. Regrese a disfrutar y aprender de aquello que me rodeaba.
Isabella Swan había vuelto por completo a la vida. Y se la había devuelto la misma persona que tiempo atrás se la llevó consigo.
Sobre las cartas, al preguntarle a Alice porque jamás me las había dado, esta se limitó a mirarme con confusión y musitar un suave "Tu nunca me las pediste Bella" antes de soltarse a reír.
-¡Pero Bella! –Había gimoteado con un puchero en los labios cuando yo reclame en serio ante su broma. –Te las pensaba dar cuando fueras a casa. Nunca lo hiciste. No las merecías por ser mala con nosotros. Si nos hubieses visitado, habrían sido tuyas.
Aquellas cartas, una vez en mi poder fueron leídas con detenimiento y, luego de eso y la mayoría de las ocasiones con lágrimas en los ojos, releídas una y otra vez. Las palabras escritas en la pulcra y bella caligrafía de Edward eran tan hermosas. Podía sentir en ellas todo lo que intentaba trasmitirme. La tristeza y la vergüenza de la primera donde me explicaba porque no había hablado conmigo, la alegría cuando me contaba a detalle sus presentaciones y las piezas que escribía, la añoranza cuando mencionaba cuanto me extrañaba; la decisión cuando decidió regresar a Forks y la desesperanza en las ultimas.
Supe lo que fue su vida en nuestra separación de su boca y por aquellas cartas. Y él supo de la mía por mis palabras. Le conté todo lo que valía la pena contar primero y después, al acabárseme los temas, de las nimiedades cuando él las preguntaba.
No todo había sido miel sobre hojuelas. Habíamos tenido altibajos como cualquier pareja común, porque eso era lo que éramos ahora, una común pareja, que se amaba y necesitaba con fervor y locura. Pero todo pudimos sacarlo adelante gracias a las ganas y perseverancia que teníamos de sacar esto adelante.
No más engaños, ni mentiras. Yo y él éramos quien éramos y así nos amábamos. Nuestros pensamientos y sentimientos los conocía el otro a la perfección y sin tapujos. No había cosa más que él no supiera ya, ni yo secreto suyo que no fuera ya mío. Ahora éramos un solo ser en todos los sentidos. La mitad que se me había arrancado ya estaba de vuelta conmigo.
Y lo agradecía.
-¿Amor? –Escucho su voz a mis espaldas y giro para verlo. –Esme tiene la cena ya lista, ¿vamos?
Le sonreí. Habían sido ya tres años desde que había vuelto a mí. Ya no lo amaba como el primer día, lo hacía mucho más. Y el cariño que traspiraba su piel al tocarse con la mía junto con la cálida mirada idéntica a la que ahora mismo se acercaba, me confirmaron que él me quería del mismo modo que yo. Desesperado, hermoso. Necesitado, fervoroso.
-Enseguida bajo. –Dije sonriéndole.
-¿Qué miras?
-El paisaje.
-Yo diría que no miras nada. –Sus brazos rodearon mi cintura.
-Solo recuerdo, es todo. –Acaricie con cariño sus antebrazos y el beso mis cabellos.
-¿Otra vez perdida recordando, Bella? –Asentí. –Insisto en que tú vives en un mundo muy distinto a este. Deberías invitarme. –Rio cuando di un manotazo a su brazo. –Bromeo, ya lo sabes.
Ambos callamos y perdimos las miradas en el paisaje que el ventanal de su cuarto regalaba. Yo no evite recordar la primera vez que lo vi y lo impresionada que estuve en ese momento. Hasta la fecha, me seguía asombrando lo bello que puede ser las creaciones de la naturaleza. Deje de ver el bosque para ver nuestro reflejo. Éramos felices. Eso era lo que me decía. Éramos felices y estábamos enamorados.
Así seria toda la vida.
-Mira. –Edward señalo dos gotas de agua que resbalaban por la ventana. –Cuando éramos niños solíamos jugar haciendo carreras con gotas de lluvia porque Esme nos prohibía salir al jardín –Reímos. –Siempre ganaba Alice. Esa chiquilla tiene una clase de poder mental, lo juro. Te apuesto que puede ver el futuro. –Reí con más ganas por sus ocurrencias.
Las gotas siguieron su recorrido. Casi al llegar al final del vidrio, se juntaron, volviéndose una sola gota más grande y resistente que las anteriores.
-Esas gotas son como nosotros, ¿No crees? –Lo mire por el reflejo del cristal.- Estuvieron separados, esquivaron obstáculos y, cuando casi llegaban al final para desaparecer por completo, encontraron a su otra mitad, uniéndose con ella para siempre.
Sus brazos se apretaron a mí alrededor antes de girarme. –Tu eres mi otra mitad, Bells. Eres el amor de mi existencia. –Volvió a besar mi frente. –Te amo, Isabella Swan, y lo voy a hacer por el resto de mi vida y con todo mi ser, que de eso no te quepa duda nunca. –Rasco su nuca. –Esta no es la forma en que pensaba hacerlo, pero que me parta un rayo si no es el momento.
Me soltó. Y se dejó caer en una rodilla frente de mí. Extrajo un pequeño estuche del bolsillo de su pantalón y me lo mostro. Era el mismo delicado anillo perteneciente a su madre, que tiempo atrás me había ofrecido y yo, en uno de los actos más valientes y cobardes a la vez de toda mi vida, había rechazado.
Lleve una mano a mi garganta, para deshacer con mis dedos el nudo que dentro de ella se formó.
-Isabella, ¿Me harías el hombre más feliz del mundo, convirtiéndote en mi esposa?
Me arroje sobre él, sonriendo. Caímos hacia atrás por la fuerza de mi movimientos. Reímos.
-Por supuesto que acepto. –Respondí.
Una de las sonrisas más hermosas que le he visto se plasmó en su rostro y sus ojos brillaron con alegría. El anillo fue deslizado en mi dedo, antes de que tomara mi rostro con sus manos y me acercara al suyo, uniendo nuestras bocas en un beso con el cual también uníamos nuestras almas. Yo ya le pertenecía, esa boda solo sería la confirmación de ese hecho.
Odiaba las bodas, pero, si Edward lo quería, ¿Por qué no dárselo?
Había aprendido muchas cosas cuando comencé con esa aventura causa de mi torpeza, y cada lección, por dolorosa que resultase, la apreciaba y atesoraba con sabiduría, pues habían contribuido a crear el camino hasta donde me encontraba el día de hoy. Camino, al cual, aún faltaba mucho por recorrer y lo cual haría de mano de ese ser maravilloso que bien podría decir con orgullo, era mío.
Bien dicen por ahí, Edward.
Amar puede ser un amargo sabor de boca, pero vale la pena si al final lo dulce de tus labios recompensa la amargura.
Casi medio año para terminar esto. Caray… Si bueno, se supone que este último y definitivo cap. lo debieron tener ustedes hace una semana, pero soy demasiado vaga para ponerme a trabajar, así que agradezcamos el tenerlo, que en mí ya es ganancia.
Lo prometido es deuda. Eso que acaban de leer es el epilogo y completo final de esta historia. Que vale, sé que los epílogos deben ser más pequeños, pero ¿Realmente nos quejamos?
Este, soy sincera, no era el final que yo quería darle. El final que yo planee está en el capítulo anterior. La promesa de un futuro que es incierta, un presente que debe afrontarse y un pasado que debe curarse y perdonarse. Si, originalmente no era un final feliz y no quedaban juntos. Era algo semi-amargo, pero quise hacerlo un poco realista.
En fin. Le di a esta historia un final alternativo –léase epilogo- al que creo las lectoras tiene derecho si lo piden tanto como lo han hecho ustedes. Ahí está. Ojala lo hayan disfrutado y cumpliera sus expectativas. De no hacerlo, mil perdones, pero no habrá más.
Es con esto con lo que yo me despido de ustedes, pues no creo vuelvan a recibir algo mío referente a Twilight en mucho, mucho tiempo. Las agradezco por haber leído, sentido y comentado esta historia en los… ahm… dos años, creo, que llevo acabarla. Son sensacionales, debo decirlo.
Hasta luego, señoritas!