Prefacio: Memory last
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POV Bella
Alguien me dijo alguna vez que la mitad de nuestra vidas la pasamos felices y que la otra mitad es tristeza, que el amor era algo que debía encontrarse por sí solo, que siempre debemos sacrificarnos por los demás. La verdad era que, desde hace seis meses atrás, mi vida no tenía sentido alguno, desde aquel día de abril en el que me encontraron en mi habitación y descubrieron que alguien había drenado casi toda la sangre que había en mi cuerpo, dejándome al borde de la muerte. Pero mis ganas de vivir fueron más grandes, ya que sobreviví… aun cuando los doctores daban por seguro que moriría.
Pero si creía que mi vida iba a ser tan tranquila después de ese incidente, estaba muy equivocada. El día en que desperté —después de que logré ganarle a la muerte— mi doctor me dijo que estaba embarazada… embaraza y no sabía de quién, porque, hasta esa noche, yo nunca había tenido novio alguno, ni siquiera había besado a nadie; y, de repente, de la nada, me dijeron que estaba embarazada. Fue un golpe muy duro para mí.
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Mi nombre es Isabella Marie Swan, odiaba mi nombre, así que todos me decían Bella. Mis padres se divorciaron cuando yo apenas tenía algunos meses de nacida, mi madre, Renée, como yo la llamaba, me llevó a vivir con ella a Phoenix, pues decía que Forks —el lugar en donde había vivido antes— la asfixiaba. Viví durante quince años con ella, pero iba de vez en cuando a visitar a mi papá, en Forks.
Todo cambió cuando, hacía un año atrás, mis padres decidieron darse una segunda oportunidad. Mi padre volvió a vivir con nosotras a Phoenix. No iba a negar que estaba feliz, pues mi familia al fin volvía a unirse. El día de mi cumpleaños, por primera vez en 16 años, estaba celebrándolo con Renée y Charlie juntos, como una familia. La navidad y el año nuevo fueron lo mejor de todo, estaba feliz por tener a mi familia nuevamente reunida, pero no todo fue felicidad.
El seis de abril de 2008, mis padres habían salido en una cita y yo me había quedado en casa, casualmente, ese día percibía que alguien me estaba vigilando, pero no me sentía incómoda en lo más mínimo, ni siquiera asustada; simplemente intrigada, quería saber quién era la persona que me estaba observando y por qué lo estaba haciendo. A las diez de la noche, subí a mi recámara a descansar, mis padres no iban a llegar hasta más tarde y no pensaba esperarlos despierta.
Ese fue mi primer error, pues en cuanto crucé la puerta de mi cuarto, sentí unos brazos fríos rodear mi cintura y atraerme hacia un pared dura y fría. Quería saber quién era aquella persona que me tenía sujeta, si es que era una persona. Lo próximo que sentí fue como algo filoso penetraba mi cuello, traté de luchar, pero no podía.
Fuera lo que fuera que me tenía sujeta, era mucho más fuerte que yo, perdí la conciencia lentamente; pero antes de hacerlo, sentí que algo me levantaba y me dejaba en mi cama.
—Perdóname… —Esa fue la última palabra que escuché antes de dejarme caer en la profunda oscuridad.
No sabía cuánto tiempo estuve en aquella oscuridad, lo único que podía sentir era mi cuerpo en llamas, un dolor insoportable, quería que alguien apagara aquel fuego, pero nadie lo hacía. Aquel suplicio fue disminuyendo, hasta el punto en que se extinguió por completo.
Abrí los ojos lentamente y noté que me encontraba en una habitación de color blanca, con cortinas color crema, el olor a fármacos y desinfectante llegó a mí. Sabía dónde estaba, un hospital, mi segundo hogar. Desde que tenía conocimiento, pisaba ese lugar varias veces a la semana. Suspiré resignada, siempre, sin importar lo que pasara, terminaba en un hospital.
—Bella, ya despertaste. —Miré a mi derecha y vi a mis padres que estaban a mi lado, tenían grande ojeras y en sus rostros se mostraba el cansancio.
—¿Qué me pasó? —Mi voz sonaba apenas en un susurro.
—Cariño, te encontramos en tu cama… —empezó a hablar mi padre con tristeza y furia reflejada en sus ojos—. Estabas al borde de la muerte, alguien entró en la casa y no sé cómo demonios te drenó toda la sangre y te... te…
—¿Me qué? —pregunté preocupada, entonces mi madre empezó a llorar, sólo una palabra me vino a la mente, ese ser me había violado—. ¿Acaso fui… violada?
—Lo siento, cariño, pero es lo que creemos —respondió ella aún llorando.
Sabía que debía llorar, que debía estar histérica, querer atentar contra mi vida, pero simplemente no me sentía de esa manera, sólo me sentía vacía.
Mis padres me contaron todo, había estado en coma durante tres semanas, en las que tuvieron que hacer constantes trasfusiones de sangre; pues, al parecer, aquel ser me había drenado casi toda la sangre. Si fuera posible pensaría que fue un vampiro. Me estaban informando sobre todo lo que me había pasado, cuando el doctor Thompson entró.
—¿Cómo te sientes, Isabella? —me preguntó, odiaba que me llamaran por mi nombre completo.
—Me siento cansada y con mucha, mucha, hambre. —Mi estómago empezó a gruñir en afirmación a eso, solté una pequeña risa—. ¿Lo ve?
—Sí, ya veo… Esto… Isabella, me llegaron unos exámenes que pedí ayer y… bueno… —El hombre se veía tenso y serio, eso no me agradó.
—¿Le sucede algo a mi hija, Alexander? —preguntó mi madre preocupada.
—Bella, lo que te voy a decir no sé cómo lo vas a tomar —me explicó con seriedad y tristeza—. Tengo una hija de tu edad y sé que esto no va a ser nada fácil para ti.
—Ya, dígame qué pasa. —Quería que me dijera qué era lo que tenía ahora.
—Estás embarazada.
Esas dos palabras me dolieron bastante, más que enterarme que fui violada y casi asesinada. Sólo tenía 16 años y ya estaba embarazada, no sabía qué pensar ni qué hacer.
El doctor Thompson me dio dos soluciones: el aborto, ya que aún no tenía mucho tiempo de embarazo, o darlo en adopción. Rechacé la primera en el instante en que me la dijo, yo no era nadie para matar a un ser vivo y menos un bebé que no tenía la culpa de lo que ese ser me hizo. Así que sólo me quedaba una sola opción: la adopción. Decidí que eso era lo mejor, yo era prácticamente una niña, no sabría cuidar a un bebé, aunque mis padres me ayudarían, lo mejor sería darlo en adopción para que tuviera una verdadera familia.
Los primeros meses fueron horribles, debía decir que las náuseas matutinas no me mataban de pura casualidad. Los antojos eran lo peor, despertaba a mi padre a las dos o tres de la mañana para que me trajera algún aperitivo, lo que más lo mandaba a comprar era pepinillos con chocolate, aunque a él le causaba asco, a mí me encantaban. Hubo noches en la que mi padre recorrió todo Phoenix, buscando lo que le pedía, nunca se quejaba, yo sabía que no le agradaba mucho que lo enviáramos a comprar comida. Mi madre me dijo que, cuando yo estaba en su vientre, también fue lo mismo; así que siempre le decía a mi padre que ya debía estar acostumbrado.
Cuando tenía cinco meses ya no podía ver mis pies, tenía la panza enorme y no iba a negar que lloraba bastante al verme al espejo. Antes no era amante de nada que tuviera que ver con mi figura, pero con el embarazo apenas me podía mover de la cama. Mi madre, al ver eso, me empezó a dar clases de bordado para pasar el tiempo, aunque me picaba muchas veces con la aguja… Cuando le agarre la técnica no volví a lastimarme, me la pasaba bordando una manta.
Al principio, hacía la manta para mí, pero luego empecé a hacerlo para la cosita que tenía en mi vientre. No podía negar que me empezaba a encariñar con aquel ser que se encontraba en mi cuerpo. Cuando estaba triste y lloraba, sentía las pataditas de aquel pequeño ser que parecían estar diciéndome que siempre estaba ahí. Lo que odiaba era las transfusiones que me tenía que hacer cada dos semanas, pues mi cuerpo no producía la sangre suficiente, algo que los doctores no entendían.
Me levanté aquel viernes diez de septiembre un poco tarde, pues la noche anterior me había quedado a terminar de tejer la pequeña manta que le estaba haciendo a mi bebé…
¿Mi bebé?, vamos, Bella, recuerda que lo darás en adopción, no te encariñes, me dijo mi conciencia. Ella tenía razón, ya estaba sintiendo cosas por el bebé y eso no podía ser posible, yo ya había tomado una decisión, así que no podía dar marcha a atrás. Quité las sábanas que cubrían mi cuerpo y, al hacerlo, vi que mis mantas estaban de color rojo.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Ayuda! —grité con todas mis fuerzas, algo iba mal… ¿Acaso estaba perdiendo a mi bebé?
Mis padres llegaron en menos de un minuto a mi cuarto, yo estaba llorando y, cuando vieron que estaba sangrando, él corrió a mi lado y me ayudó a levantarme, para llevarme al hospital. Estaba aterrada y asustada; no quería que nada le pasara a mi bebé. No quería perderlo. No quería quedarme sin la única cosa que le daba sentido a mi vida.
Y ahí estaba, tratando de traer al mundo una nueva vida. Pero había un pequeño problema, estaba aterrada de perder a mi bebé o que naciera enfermo, eso me asustaba; pero igual hacía lo que el doctor me pedía.
Mi padre estaba desmayado en el suelo de la habitación desde hace unos cinco minutos, pero mi madre me tomaba de la mano para que pujara con fuerza, pero sentía que se me acababan.
—Vamos, Bella, una vez más —me dijo el doctor Thompson entre mis piernas—, puedo ver la cabeza y vaya que tiene cabello.
—No es tiempo de bromas, doctor Thompson, ¡duele! —grité con lágrimas en los ojos.
—Tienes razón, vamos, una vez más —me animó el doctor.
—¡Duele! —repetí.
—Lo sé, hija, pero tú puedes, una vez más —me alentó mi madre, pero no era ella la que estaba trayendo a un hijo al mundo.
Pujé con fuerza, con el último aliento que me quedaba, y entonces escuché el sonido más bello de todos, un fuerte llanto, que podía dejar a cualquiera sordo, pero a mí me llenó de felicidad. Me levanté como puede y vi a una enfermera que tenía a mi bebé en brazos. Quería cargarlo, tenerlo conmigo, pero justo en ese momento entró la mujer del orfanato para niños. Me asusté. ¿Acaso se pensaba llevar a mi bebé? No, no, eso no se lo iba a permitir.
—Démelo, lo quiero cargar —rogué.
—Bella, ya se lo van a llevar —me dijo mi madre con tristeza.
—No, no, mamá, por favor, no dejes que se lo lleven, por favor. —La miré con desesperación, no quería que me quitaran a mi bebé.
—Pero, Bella… tú…
—Yo nada, quiero a mi bebé, no lo daré en adopción, lo quiero ahora —exigí. Estiré mis brazos hacia la enfermera, la cual me vio y luego miró a mi madre.
—Ella es su madre. —Renée elevó los hombros y miró a la mujer de servicios sociales—. Entréguele a su bebé. —Si antes amaba a mi madre en ese momento comencé a idolatrarla.
La enfermera se acercó con mi bebé, que estaba envuelto con la misma manta de color crema que yo le había tejido. Al tomarlo por primera vez, lo acurruqué en mi regazo. Mi pequeña era hermosa, realmente hermosa, una pequeña cabeza redonda cubierta con rizos de color cobrizo, a mi parecer; su piel era de color pálida similar a la de mi familia y sus mejillas estaban sonrojadas. Era tan hermosa, tan bella, tan mía… Justo cuando pensaba que no podía ser más perfecta, sus ojos se abrieron, revelando unos hermosos ojos color chocolate. Ella era mía, era mi niña, mi bebé.
A mí me llevaron a mi habitación y a mi bebita a revisar, pues como había nacida prematura temían que algunos de sus órganos no se hubieran desarrollado a la perfección; pero yo tenía la plena confianza de que ella estaba sana, que todo en ella era perfecto.
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Casi al mediodía, mi padre al fin reaccionó, aunque al pobre casi le da un infarto cuando le dije que no pensaba dar a su nieta en adopción, que se quedaría conmigo. A él no le agradaba mucho la idea, pero no iba a permitir que me quitaran a mi niña, que, por cierto, aún no decidía su nombre.
—Mamá, ¿qué nombre crees que sea el adecuado para mi bebé? —le consulté, mientras ella me daba de comer, pues sentía mi cuerpo agotado.
—No lo sé… ¿Qué tal María o Eugenia? —propuso, pero ninguno me agradó.
—¿Qué tal Elizabeth? —preguntó mi padre entrando al cuarto con unos globos que decían Para la nueva madre.
—No, son muy comunes —dije yo pensativa, quería que mi hija tuviera un nombre único, ya que sentía que ella era única.
Estuvimos discutiendo nombres durante media hora y aún no habíamos llegado a ningún acuerdo, pero justo en ese momento entró una enfermera con mi bebé en brazos. Quise levantarme y correr a tomarla, pero sabía que eso no era conveniente. La mujer se acercó y me la dio, yo la abracé y la atraje a mi pecho; ella pareció reconocerme, pues se acurrucó mucho más contra mi pecho.
—¿Cómo está mi nieta? —le preguntó mi madre al doctor Thompson que había entrado detrás de la enfermera.
—La verdad… es que esa pequeñita es especial —dijo el hombre sonriendo, aunque yo ya sabía que mi bebé lo era.
—¿A qué se refiere con especial? —interrogó esa vez mi padre.
—Pues está más sana que un caballo, sus órganos están desarrollados a la perfección, no tiene ningún rastro de ser prematura… Es más, si no fuera porque yo mismo leí los análisis de cuánto tiempo tenía Bella, juraría que en vez de cinco meses tenía los nueve meses cumplidos al momento de dar a luz —explicó el doctor
Ellos siguieron hablando, pero yo centré toda mi atención en mi pequeño ángel que estaba mirándome a los ojos. Era extraño, pero me sentía conectada a ella y no era como una madre e hija, sino algo mucho más fuerte; algo en ella me hacía pensar en el ser que me cambió la vida. No lo odiaba, eso sería imposible por dos razones: la primera, me dio a mi pequeña niña, y la segunda, algo, en lo más profundo de mi corazón, me decía que no lo odiara, que jamás debía de hacerlo. Por eso no existía en mí ese sentimiento, además… ¿cómo podría odiar a alguien que me dio un regalo tan bello y maravilloso como lo era mi hija?
—Renesmee —hablé en voz alta llamando la atención de todos—, así se llamará, Renesmee Carlie Swan.