Abril 1 de 2009

Hola a todo el mundo- saluda Andrea que viene llegando y toma asiento en un sofá, para luego suspirar. -Este fic es un tanto triste, y me partió el alma el comenzarlo, peor creí que era necesario en medio de toda la comedia con la que estoy inundando mi profile de Fanfiction.- dice al tiempo que sonríe melancólica.

-Y se que hoy es el día de los inocentes, y que aparte debería escribir algo que llene de risas sus habitaciones y les haga recordar los momentos bellos de ellos, pero no puedo. Simplemente no puedo.- comienza a explicar mientras niega con la cabeza. –Este fic no es así, y creo que el otro que estoy preparando en honor a ellos tampoco lo será.-añade mientras se lleva una mano al mentón.

-Esto que ven aquí es el primer capitulo de una historia que no se cuanto dure, y como vaya a terminar, sólo tengo una vaga idea de lo que quiero hacer con ella, pero como llegar allá, aun es un misterio.- dice con sinceridad. –Pero prometo poner todo de mí, para que sea de su agrado.-

-Sin más nada que decir, ustedes saben que hoy es 1 de Abril, y por lo tanto esta historia es en honor de los Gemelos Weasley, que le pertenecen a J.K Rowling… y aquello que no sepan, es de mi propiedad intelectual.- explica, para luego suspirar y colocarse de pie. –No estoy de muchos ánimos, así que en otra ocasión hablamos bien. Cuídense mucho, y adiós.- se despide Andrea, antes de irse caminando a la salida.


Capitulo 1


Llorar no traerá a los difuntos de regreso. Llorar no hará volver a quien ha partido lejos de esta vida a pesar de que se deseé con toda el alma. Llorar no logrará devolver el tiempo para poder llegar al momento justo e impedir que todo eso haya pasado. No. Llorar no arreglará nada, pero el no llorar tampoco lo hará. El no llorar solo lo dejaría todo más frívolo, todo más oscuro, todo más vacío. No llorar es declarar que no queda alma en el interior de este cuerpo, pero es mentira. Aún hay un poco de ella que, a pesar de estar rota, pugna por demostrar que esta allí, deshecha pero al fin y al cabo allí.

Porque lo que me queda de alma esta allí por ellos, por mí y por él. Sobretodo por él. Esta allí para dejarme llorar por su pérdida, para permitirme sacar todo lo que llevo dentro. Para recordarme que aún estoy vivo. Y también para indicarme que su otra mitad ya no es tan tangible, pero que persiste, sólo no es visible ya.

Saber que he perdido algo, entre lágrimas de sangre, y que apenas puedo percatarme de que es real, de que es una certeza. Apenas percatándome de que la vida es más burlona y sardónica de lo que pensé en un principio. En un principio cuando me creía intocable e invencible. Cuando aún estaba junto a mí. Y fue en ese momento en que me percaté de que con cada latido de mi corazón ya no existiría uno que le hiciera eco en otro ser. Ya no existiría otra mente que vaya a mi misma velocidad y que conozca mi línea de pensamiento. No, ya no estaremos juntos para que tú pienses, lo que mis labios articulan.

Y es que la vida es una humorista innata como siempre habíamos creído. Aunque esta vez fuimos nosotros las victimas de ella y del destino, que con su sádico y negro sentido del humor nos jugaron una mala pasada. En ese preciso momento es que noté que el karma había llegado a golpearnos el rostro por ser siempre los bromistas y jamás haber sido las victimas de las bromas. Era el momento de estar al otro lado de la actuación, al otro lado de la broma. Y es que había que tener equilibrio entre ambos lados. El victimario tenía que pasar a ser victima. ¿Y quien mejor que aquel que fue bromista de tiempo completo por 20 años?

Sabíamos que ese día llegaría, como muchos otros días. Como el día en que nos tuviéramos que separar. Sólo que nunca contamos con que fueran uno mismo. Cruel, ¿no es cierto? Y para colmo, ahora quieren que este bien. Quieren que no me sienta solo. Pero es imposible no sentirme solo. Es imposible estar bien. Y es que ya nada esta bien.

Ya no esta el sonido de tu voz sonando junto a la mía, ya no están tus ojos para leerme el pensamiento y ya no esta tu sonrisa para recordarme lo bien que se siente el hacer una travesura.

Ya no estará la confusión entre quien es quien o que le pertenece a quien. Ya no habrá momentos dobles o risas sincronizadas. Ya no existirán burlas parejas o sonrisas en ofertas al dos por uno. No. Ya no hay más Gred y Feorge. No. Ya no hay más Fred, y ahora sólo queda George.

Ahora sólo quedo yo. Y quedé como el recuerdo de una era terminada, de un pasado más oscuro y a la vez, más bromista. Y me pregunto en lo más profundo de mi ser, día a día, noche a noche: ¿Qué será de mí, Fred?

-¿Qué haces, George?- preguntó una voz femenina desde el marco de la puerta. El pelirrojo cerró sus ojos un instante y dejó correr la única lágrima que mojaba su rostro. Estaba sentado de espalda a la puerta, con un viejo diario abierto y la pluma aún en la mano.

-Nada.- contestó George luego de un rato en silencio. -Ahora mismo nada.- repitió como explicándose un poco más. Se giró un poco y miró a su hermana de pie en la entrada de su habitación. La vio deshecha, con los ojos hinchados y las mejillas sonrojadas por el llanto, pero aún así permanecía más tranquila de lo que su madre podría estar. Cerró el diario con una mano y lo alejó de si, ocultándolo de los ojos de cualquiera. Aun no era tiempo para compartir aquello que lo aquejaba. Quería ser egoísta y lo sería. Porqué para él, aún no era momento de vender sus pensamientos ni con su familia. Pensamientos que sólo le pertenecían a él, y al recuerdo de Fred. Pensamientos que de alguna u otra forma, le daban la paz que le faltaba cuando quería conciliar el sueño en su apartamento, y se daba cuenta que ya no había un cuerpo en la cama junto a la suya. Cuando recordaba que vivía solo, y también tendría que aprender a reír solo.


El tiempo había transcurrido antes de que se diera cuenta. Las horas se convirtieron en días, estos en semanas y pronto dieron paso a los meses. Casi diez meses desde entonces. Casi diez meses desde la última risa compartida, y que pronto pasaría a cumplir un aniversario, a la que le harían una pomposa ceremonia con mucho protocolo y tal vez, nada de sentimiento.

Porque sus recuerdos estaban siendo apilados con los de otros cientos de personas más, con el dolor de otras familias. Y aunque todos compartían un pasado doloroso, no se sentía cómodo al tener que asistir a una ceremonia donde su difunto será un nombre más en una lista. Aún no tenía el valor para ello, y quien sabe si alguna vez lo tendría.

Se removió de donde estaba sentado y observó a través de la ventana. El sol había salido y como tal, un nuevo día había empezado. Un día más, un miércoles más.

Había pasado la noche despierto, sentado en ese mismo sofá. Mirando lejos. Pensando, o tal vez simplemente recordando. No tenía claro en realidad lo que había hecho para que las horas se escaparan tan rápido de sus manos. Pero no importaba mucho. Miró el reloj de pared cuando comenzó a sonar, dictaminando que eran las nueve en punto. Era hora de abrir la tienda. Con pereza, se movió de su sofá y camino a paso tranquilo hasta su cuarto. El cual en realidad era un cuarto que había pasado desocupado por mucho tiempo, y ahora lo había adaptado para dormir allí.

¿Y que había sucedido con el anterior? Pues, ese cuarto seguía intacto a pesar del paso del tiempo. Seguía igual a la última vez que lo habitaron, y se quedaría así por tiempo indefinido, ya que aún no estaba preparado para volver a dormir allí sabiendo que en la cama de al lado, ya no yace un cuerpo roncante.


Bajo a la tienda, una vez se hubo bañado y cambiado. Miro su reloj de muñeca, y había pasado media hora. Bueno, media hora más, media hora menos, ¿Qué importaba?

Suspiró profunda y sonoramente, antes de lanzar un hechizo a la puerta, y hacer oficial el inicio de otra jornada laboral. Tratando de recomponer su expresión aburrida, por al menos, una más acorde a la tienda comenzó a recorrer las vitrinas, limpiando todo con un hechizo, y revisando que hubiera suficiente suministros. Una vez todo en su lugar, tomó asiento y notó que ningún cliente había aparecido.

No lo tomó muy en cuenta, ya que no tenía ánimos como para tratar niños hiperactivos o adolescentes hiperhormonados. Ese día no estaba de ánimos para nada más que estar en su apartamento, tomando café y viendo las horas pasar. Pero sabía que no podía hacerlo. No podía hacerle eso a Fred. Así que, dispuesto a distraerse un poco, tomó un pergamino y comenzó a hacer inventario de lo que estaba a la vista, y de lo que estaba acabando para así comprar suministros y volver a surtir la tienda.

Llevaba bastante rato en eso cuando escuchó su estomago rugir de hambre. Miró su reloj, al tiempo que dejaba el pergamino sobre el mostrador y vio con asombro que era casi el medio día y ningún cliente había aparecido ese día. Se preguntó extrañado que había sucedido, ya que esperaba un día bastante movido. Al fin y al cabo, ese día era sagrado para su tienda y su clientela.

Aburrido de no ver movimiento, y con el estomago pidiendo alimento, se dispuso a cerrar la tienda mientras comía algo, y luego regresaba a trabajar. Esperaba que en la tarde se viera un poco más de movimiento, aunque eso no fuera realmente lo que quisiera en realidad.

Y caminando con lentitud, se dirigió a la puerta donde para colocar el cartel de cerrado y poder irse a almorzar, cuando esta se abre, dando paso al primer cliente del día. Suspiró y levantó la mirada, para encontrarse con un par de ojos que podría reconocer en cualquier parte, y con una pequeña y muy melancólica sonrisa.

-Hola George.- saludó la recién llegada. Sintió un corrientaza al escuchar esa voz, y vio cientos de imágenes pasar rápidamente ante sus ojos. Imágenes de un pasado compartido. De un pasado conocido para él, y desconocido para ella. Sintió su piel erizarse y se obligó a responder más por educación, que por ganas.

-Hola, Angelina.-