Disclaimer: Nada es mío.

OMG, es el último xD

El dueño de casa.

Cuando se arrimaron a la playa, Quil ya estaba allí, tumbado con las piernas bien abiertas y las palmas de las manos apoyadas en la arena, mirando con una sonrisa de esas de provocar, cómo Jared y Paul armaban lo que sería su fogón.

Sam también lo vio, y comenzó a gritar. A Bella le pareció que Sam estaba mucho más alto que la última vez –esos chicos de La Push crecen por kilómetros–. Seth llegó detrás de Bella y Jake, riéndose de un chiste de un ratón en un ascensor, que había escuchado de pasada.

–Cuánto tiempo, Bella –la saludó Sam, acercándose.

–Sí, bastante. ¿Todo va bien?

–Todo en orden –respondió él. –Jake, ¿por qué no ayudas a Seth con eso? –inquirió con amabilidad. Jacob se encogió de hombros y salió trotando hasta Seth. – ¿Cómo va todo con tu hermano?

Bella lo miró un momento, sin saber qué decirle.

–No somos hermanos .

–Ya veo –respondió Sam con cierta precaución. Pero quizás la ambivalencia en las palabras de Sam no eran más que su propia paranoia disfrazada y en voz alta. Quizás no había segundas intenciones en su decir, y se estaba haciendo problema por una frase banal.

Le regaló una media sonrisa, de esas de Edward.

–Jake te extrañaba –comentó Sam, mirando detenidamente al susodicho, cruzado de brazos. –Qué bueno que pudieras venir hoy, últimamente estaba un poco desanimado.

– ¿Cuándo es últimamente? –preguntó Bella, extrañada. No había derecho en que la hicieran sentir culpable.

Sam se encogió de hombros.

–No lo sé, ¿algunos días? ¿una semana?

No, imposible. Una semana era mucho tiempo y ella lo había visto siempre de muy buen humor.
O eso le había parecido.

Se miró los pies, haciendo memoria, y distinguió en su muñeca derecha aquella pulsera de hilo marrón que le había quitado a Jake hacía tanto tiempo. Le colgaba en la muñeca como si amenazara con caerse.
El día que se la había robado, también le había prometido devolvérsela. Quizás ya fuera hora.

Sam seguía mirándola, y ella asintió con la cabeza como para darle a entender que lo estaba escuchando.

Jake volvió junto a ellos antes de que Bella levantara la cabeza; le apretó los hombros, le levantó el mentón con suavidad y le besó la mejilla.

– ¿Sam se portó bien contigo o tendré que matarlo? –bromeó de buena gana. Sam se rió a carcajada limpia y negando con la cabeza se acercó hacia el fogón, que poco a poco iba tomando forma.

–Sí, bien. ¿Les ayudo en algo?

–No, lo tienen todo controlado –aseguró Jake con una sonrisita.

– ¡Pero sería bueno que también ayudaras! –gritó Embry desde el otro lado. Paul gruñó en acuerdo. Era raro que Paul estuviera de acuerdo con alguien.

–Ya cállense los dos, los oigo discutir desde mi casa –gruñó Leah, caminando descalza por la arena. Ella era, fácil, la muchacha más linda de La Push, y no sin razón. Tenía una piel privilegiada.

Sam rió entre dientes y Seth sonrió abiertamente.

–Qué carácter –resopló Paul por lo bajo.

–Te oí, imbécil –respondió ella con una amplia sonrisa. Cargaba unas cuantas cajas (Bella llegó a la conclusión de que había comida en ellas) que dejó a un lado mientras le señalaba a Sam qué había en cada cual. Era lindo verlos juntos, porque a simple vista parecían tan familiares que a Bella le recordaban dos hermanos, o dos mejores amigos. Ellos eran dos compañeros para todo, y era lindo verlos como tales.

Así como Jake y ella, dos compañeros, dos mejores amigos de esos con los que no te aburres nunca y hay una complicidad increíble.

Jake y Paul se disputaban la última salchicha. Habían comido tantas como habían podido, y Bella todavía estaba anonadada. Si ella comiera la mitad de lo que había comido su novio, seguramente engordaría muchísimo, y sin embargo, Jake era demasiado delgado.

Ambos amigos se miraron y se abalanzaron sobre la última salchicha.

–Diez a que Paul la alcanza primero –oyó que decía Leah, sentada cómodamente sobre las piernas de Sam.

Sam sonrió de lado.

Pero no fue Paul quien la tomó primero. Aunque tampoco fue Jake. Embry se reía de ambos con la salchicha en la mano y esa mirada socarrona de eh, yo gané. Quil se rió de buena gana y Paul, refunfuñando por lo bajo, le arrojo a Embry un vasito de plástico, que le golpeó en un brazo.

–Uh, se me hinchó –bromeó, señalándose el brazo y mostrando sus músculos.

Bella sonrió. Era bueno estar en casa.

– ¡Te reto a ganarme en una carrera! –saltó Jake, antes de que Embry se comiera la salchicha –Si gano, como sucederá, yo me como esa salchicha.

Bella le golpeó el pecho, pero Jake seguramente no lo sintió. Ese chico era de acero.

–Sólo es una salchicha –lo reprendió con una sonrisita.

–Lo sé –respondió apaciblemente, con una sonrisa descarada. – ¿Qué dices?

–Que no tengo nada que ganar.

Jake puso los ojos en blanco.

–Veinte dólares, pero tranquilo, que no vas a ganar.

–Siempre dije que Jacob era un chaval muy avispado. Por eso apuesta veinte dólares contra una salchicha –bromeó Leah.

Jared, Quil y Seth parecían haber estado pensando lo mismo, porque echaron a reír.

–Vale –respondió Embry, poniéndose de pie de un salto. –Quil, la cuidas con tu vida. –le dijo, cediéndole la salchicha. Quil arqueó una ceja pero no dijo nada.

– ¿Hasta las rocas de allá? –preguntó Jake, significativamente.

–Hasta las rocas.

–Yo controlaré –se ofreció Jared, poniéndose de pie de un salto.

Bella lo vio llegar hasta las rocas, y también lo oyó gritar cuando dijo ¡ya! y tanto Embry como Jake echaron a correr. Jake era el chico más rápido de su curso; Charlie siempre decía que eso tenía que ver bastante en que tuviera piernas tan largas y fuera tan delgado, vaya uno a saber…

–Quil, dame eso –dijo Paul, con una sonrisa maliciosa.

–Olvídalo, chaval.

–Oh, vamos –dijo Paul, con claras intenciones de abalanzarse sobre el pobre Quil.

– ¡Atrápala Seth! –gritó Quil, lanzando la salchicha y arrojándose él sobre Paul. Bella se apartó hasta quedar junto a Leah y Sam, para evitar que la golpearan en un descuido. Seth sonrió.

–Con gusto –dijo, y se comió la salchicha en un santiamén, así, sin más.

Leah sonrió.

–Ahora te van a golpear –le dijo.

–No, no se atreverán. Les das miedo –bromeó su hermano.

Sam le acarició las piernas a Leah.

–Iré a detenerlos antes de que se maten –le dijo, besándole la mejilla y poniéndose de pie.

Leah asintió, restándole importancia al asunto. Bella no supo si interpretar su gesto como que no le importaba lo que hiciera su novio, o por el contrario, como si no le importaba si todos terminaban matándose por una salchicha.

–Los años pasan y ellos siguen siendo los mismos idiotas de hace siete años –comentó.

Bella sonrió.

–Ya lo creo.

– ¿Y tus cosas? ¿Todo va bien?

Bella se encogió de hombros.

–Como en un cuento de hadas –bromeó.

Leah arqueó una ceja y miró a Jake un momento.

–No creo que sea el príncipe –comentó con una sonrisita burlona. Con Leah uno nunca sabía, ella podía estar burlándose de Jake o siendo ambigua. Como Sam.

–No creo que yo sea una princesa –respondió Bella automáticamente. Leah la miró un momento.

–Ya.

De pronto Seth pasó corriendo entre ambas, seguido de cerca por Jake, y luego por Embry, Paul y Quil.

– ¡Hey, Jake, déjalo! –gritó Bella. Jake extendió la mano, sujetando el cuello de la remera que Seth vestía, y jaló de él, haciéndolo caer. Hubo una diferencia de veinte segundos hasta que llegaron los demás y se arrojaron todos sobre Seth.

–Ya estuvo, muchachos, déjenlo en paz –dijo Sam, sentándose en la arena junto a su novia. La de Sam era una indiferencia rara, como fingida; porque Bella sabía que él se preocupaba por su manada más que nadie.

– ¿Puedo hablar contigo un minuto, Bella? –preguntó Leah, con las manos enfundadas en los bolsillos. Bella creyó saber sobre qué quería hablar, pero no podía decirle "preferiría que no"; así que se limitó a asentir con la cabeza.

Leah comenzó a caminar. Era bastante ágil, como si la arena hubiera estado allí para que ella la pisara en el lugar preciso; como si sus pies fueran de arena. Leah le recordó un poquito a Alice sobre el asfalto: la mejor bailarina. Pero había algo en ella como casual, como muy humilde, que a Bella le gustaba. La de Leah era una belleza muy simple.

Ella la miró de reojo, parecía querer decirle algo y no sonar borde (algo que se le daba bastante mal, por cierto).

–A Seth, que es un maricón –comenzó, con una sonrisa burlona en el rostro –le gustaba un cuento bastante particular. Empezaba con Había una vez y todo eso, pero el héroe del cuento no era el príncipe, era la princesa, que tenía que pasar por una prueba espiritual, o algo así. Debía escoger entre el príncipe, que era el chaval que se parte, que le ofrecía un castillo y toda esa mierda, o escoger al Caballero, que era un riesgo, porque era un idiota increíble. –acabó, frunciendo ligeramente los labios. Bella arqueó una ceja y Leah se encogió de hombros –Nunca fui buena contando cuentos –se excusó. –no sé por qué le gustaba tanto.

Bella sonrió.

–El caso es –continuó ella sin dejarla opinar –que es un cuento interesante.

– ¿Cómo acaba?

–No sé, eso después me lo dices tú. –le guiñó un ojo.

Y es tan fácil dejarse llevar, acabar sentada sobre ese árbol que entre todos los árboles ha sido escogido por ellos, para ser su árbol, el privilegiado.

Él le sujeta las manos todavía y le sonríe como si fuera la primera vez. Se lo piensa un poquito, qué mal, pobre, qué mal se le dan a Jake esas cosas. Y ojo, que a ella también.

Siente arder las mejillas cuando él se arrodilla frente a ella, con el ceño fruncido, debatiéndose sobre Bella no sabe qué. La mira un momento, y ella se echa a reír, porque el mar, la arena, el atardecer y su novio arrodillado frente a ella es tan cliché. Qué cosas...

Él la mira un momento y se echa a reír también. Y todo se deshace en nada, porque ahora son dos chicos que se ríen. Jake se ríe tan bien… Bella no se lo piensa ni un poquito, y se echa entre sus brazos. Él pierde el equilibrio y se cae hacia atrás, apretándola contra sí, contra su cuerpo, contra todo eso que es él.

–Te voy a extrañar –le dice él. Oh, Dios.

Ella aprovecha y aprieta su rostro contra su pecho. Cuánto va a extrañarlo. Cuánto, cuánto, cuánto. Pero Jake es su mejor amigo, Edward puede ser su pareja.

–Yo también te echaré de menos…

– Entonces no te vayas.

–Jake no…es decir…olvídalo.

Lo siente reír debajo del peso de su cuerpo, y cuando levanta un poquito la cabeza, él recarga el peso de su cabeza contra sus brazos y mira el cielo, o los árboles, o lo que sea que haya arriba.

–Pero estás aquí, Bella.

–Tenía que despedirme.

–Claro –sonrió Jake. –Me imagino, no podías irte sin verme, ¿eh?

Bella frunció el ceño. Eso era tan…exacto, que le daba bronca.

Jake la miró con franqueza, se levantó un poquito, con ella encima y todo, le tomó el rostro entre las manos y le besó la frente.

–Que te vaya bien, novia.

Bella apartó la mirada y él le robó un beso. Uno de esos besos furiosos que tienen gusto a último beso, a ese drama absurdo.

–Nos vemos, Jake.

Él asintió. Ella se puso de pie y Jake la siguió de cerca sin ningún esfuerzo, guardando sus manos llenas de arena en los bolsillos de sus jeans.

Sortearon el camino hasta la casa de Jake, donde estaba el monovolumen de Bella, y cuando ella estuvo a punto de abrir la puerta y largarse, Jake la atrajo una vez más y la abrazó.

–Claro, Bella, nos vemos –sonrió él, extendiendo la mano a forma de saludo. –Hazme un favor, si la ves a mi novia dile que la amo, y que la espero en casa para cuando quiera regresar. –le regaló su sonrisa más amarga y se dio vuelta, dispuesto a marcharse sin esperar a que ella se alejara primero.

El monovolumen le resultó tosco y frío, y el estéreo era una tristeza en comparación con el de Edward; pero se sentía extrañamente bien eso de estar en su auto y conducir, esa certeza en el volante de que si se quiere, se puede llegar hasta China (a Canadá, al menos, o al aeropuerto…).

Regresar a casa le resultó raro, hasta que lo vio a Edward, esperándola recargado en el umbral de la puerta, y todo estuvo claro de nuevo. Todo en orden.

Él la dejó entrar sin preguntas y cerró la puerta tras de sí.

–Te extrañé hoy, ¿la pasaste bien?

–Sí, fue divertido.

Edward asintió y la miró significativamente. La casa estaba impecable.

–Oh, ya sé qué hiciste tú toda la tarde –bromeó Bella. Edward sonrió de lado y luego se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.

Sus brazos le rodearon la cintura, atrayéndola contra sí. Bella cerró los ojos y se escondió un momento en el hueco entre su hombro y su cuello. Podía dormirse tranquilamente así, aspirando su perfume suave a jabón, agua tibia y a suavizante para ropa.

La pulsera de Jake le hizo cosquillas al deslizarse por su brazo, y Bella, sorprendida, ahogó una exclamación. Edward se separó un poco y la miró confundido. Ella balbuceó unas cuantas incoherencias y luego le regaló una sonrisa torpe.

–Lo siento, es solo que…me olvidé de dejarle esto a Jake –se explicó, mirando la pulsera de hilo flojita en su muñeca. No era la gran cosa, pero si Bella creyera en esas cosas –que no cree– esa sería una pulsera de la suerte.

Edward se sentó en el sillón y la atrajo contra sí, sentándola sobre su regazo y abrazándola. Inspiró. Expiró. Y luego habló pausadamente:

–Bella, ¿estás segura de que quieres venir conmigo?

–Por supuesto. –respondió de inmediato. Edward la miró significativamente y le besó la frente. –Voy a hacer el equipaje –le dijo, deshaciendo con cuidado ese abrazo que hacía las veces de consuelo y de refugio.

Edward la vio subir las escaleras, la oyó cruzar el corredor, prender la luz de su habitación y cerrar la puerta.

Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldar del sillón. Sonreía.
Oyó un montón de cosas cayendo al suelo y frunció el ceño. Quizás debería ir a investigar si esa chica torpe seguía con vida.

– ¡Estoy bien! –gritó Bella desde su habitación.

Edward se rió entre dientes. Inspiró, y sonó el teléfono. Expiró, abrió los ojos y contempló durante un momento la nada transparente entre él, y el televisor, los ventanales y las cortinas. El teléfono volvió a sonar.

¿Dónde lo habría dejado?

Se dirigió hacia la cocina en un segundo, y repasó el plano general con la mirada. A simple vista no se hallaba el teléfono, que exigía cada vez más atención. Revisó los cajones uno por uno, por si había ido a parar allí en una extraña circunstancia. Pero no. El cuarto timbrazo se hizo escuchar.

Bella lo había utilizado durante la mañana para hablar con Jake...En la sala. Ella había estado tumbada en el sillón. Luego había ordenado varias cosas en la mesa. Debía estar por allí.

Edward comenzó a revolver los sillones, entre los almohadones y el sonido del nuevo mensaje en el contestador, le dijo que era tonto seguir buscando, que ya no era menester.

–Al diablo, Bella, lo siento. No quiero que te vayas, no lo hagas de hecho.

Edward frunció el ceño, estático ante el aparatito oscuro junto a la base del teléfono. Ese Jacob… Sólo lograría que Bella se sintiera culpable por no quedarse. Ella debía escoger pensando únicamente en ella.

–Bella, te amo. Y también me amas, y lo sabes. Si te vas, un día te vas a despertar, él te va a abrazar y te vas a dar cuenta de lo mucho que me has echado de menos; no te vayas. ¿Recuerdas cuando él llegó? ¿Recuerdas cómo te hacía sentir? Eso no va a cambiar. Él no te conoce, y por eso te invita a cenar a sitios caros, y hace todas esas cosas…porque él no sabe nada de ti.

Edward volvió a acomodarse en el sillón, como antes.

–No sé si yo soy lo mejor para ti, pero él definitivamente no lo es. Él te va a dar una casa ostentosa y genial, yo te puedo ofrecer un hogar, y eso lo sabes. Él te obsequiará algo grandioso para tu cumpleaños sin saber que no te gustan esas cosas. Él no sabe, Bella. No te vayas.

Fin del mensaje. Listo. Ya está. Y Bella no sabía que existía, y Edward podía ahorrarle el sentimiento de culpa que seguramente –estaba dispuesto a poner las manos en el fuego– le ocasionaría. Ella podía ser tan predecible a veces.

Sonrió con amargura.

Edward bajó el equipaje de ambos sin mucho esfuerzo, preparó el desayuno y también lavó los platos. Bella se dedicó a pasearse por la casa y repasar el contorno del mobiliario con la punta de los dedos. Eso de abandonar y ser abandonado por algo era una nostalgia explícita.

Se sentó en el sillón, derechita y mirando el suelo. Fue entonces que oyó el ruido característico del motor del auto de Charlie. Se mordió el labio inferior y abrió la puerta. Edward se recargó contra el umbral de la puerta que dividía la sala de la cocina, y se cruzó de brazos con expresión relajada y tranquila.

Bella consultó la hora. El auto se estacionó como si aquel fuera su lugar natural y cuando el motor se apagó, Renée salió a las apuradas. Bella sonrió. Ahora la abrazaría y querría estar así por siempre, pero tendría ganas de ir al baño.

Su madre, todo sonrisas, la abrazó con fuerza, al tiempo que decía mil cosas que Bella no escuchaba. Oyó a Edward reír entre dientes a sus espaldas, y su madre se despegó de ella únicamente para abrazar a Edward.

–Ya, ya vengo –les dijo con gesto de urgencia; –necesito ir al baño.

Bella sonrió. Claro.

Charlie cerró la puerta del auto con algo de fuerza y luego suspiró.

– ¿Fue largo el viaje, papá? –preguntó Bella, apoyándose contra el umbral de la puerta.

–Ya lo creo, larguísimo. Nunca más.

Bella y Edward cruzaron miradas divertidas.

– ¿Me echan una mano con esto? –preguntó, señalando el baúl del auto.

Renée regresó en seguida, para hablarles mientras ellos llevaban el equipaje dentro de la casa. Luego, ni bien cerraron la puerta, empezó a revolver entre las valijas en busca de los recuerdos que había comprado.

– ¿Ustedes están muy apurados? –les preguntó entonces Charlie, casi con suspicacia.

–Tengo que estar allá para el atardecer –respondió Edward con gentileza. Charlie asintió.

–Qué cosas…hubiera jurado que se desagradaban mutuamente.

–Cosas que pasan, papá –sonrió Bella.

Renné sonrió. A Bella le daba la impresión de que esa mujer inteligente que era su madre –inteligente y práctica– escondía tantas verdades detrás de las sonrisas. Y callaba tanto…

–Es una picardía que se pierdan el almuerzo, pero bueno. Bella llámanos cuando lleguen donde la madre de Edward, ¿de acuerdo?

–Sí, mamá.

–Bien. Suerte, entonces, y saludos a tu madre.

Edward asintió, sujetando el equipaje de Bella en una mano y el suyo en la otra.

–Qué fuertes vienen los niños últimamente –protestó Charlie. Edward se rió entre dientes.

– ¿Te gustó el pantalón, Bella? –preguntó su madre. Charlie y Edward se habían adelantado y rodeaban ahora el Volvo. Bella asintió.

–Sí, gracias.

–Había pensado en comprarte una pulsera, pero luego recordé que nunca las usas. –se fijó un momento en la pulsera de Jake y sonrió. Bella siguió el camino de su mirada y apartó la mano, con un nudo en la garganta. Otra vez se ha olvidado de quitársela.

Charlie le hizo una seña y Bella se acercó.

–Voy por un vaso de agua –se excusó Charlie, adentrándose en la casa. Se le notaba el cansancio por todos lados. Renée lo siguió hasta la cocina. Lo de su madre eran segundas intenciones, lo de Charlie era sed.

– ¿Lista? –preguntó Edward. –La ciudad te va a gustar, ya verás.

–Echaré de menos Forks, pero estaré bien.

– ¿Y a Jake?

Y de pronto lo ve, como luz de faro desde el océano. Edward no va a preguntarle a cuál de los dos quiere más, porque eso no le corresponde. Eso es algo que tiene que preguntarse ella misma, y porque puede preguntárselo –aunque le da miedo– se sabe conocedora de la respuesta.

Edward sonríe.

–Te has ahorrado un error. –le dice, y le besa la frente.

Ahora los separa el Volvo gris.

Ella todavía está en ese proceso, en esa explosión de sinceridad que grita que ama lo cotidiano de Jake y le dice despacito –para que entienda– que con Edward le quedan muchas noches de cenar en restaurantes caros, de lucir ropa de marca, de pasearse en el Volvo, que es algo que nunca va a alcanzar con Jake. Con Edward le quedan tantos sillones vacíos.

Lo mejor de la vida es gratis. Es esa sonrisa fugaz, esa lata de gaseosa caliente en una tarde de taller, es caminar de la mano de Jake hasta su árbol y mirar el mar. Es quererse bien.

Está mareada por tanto descubrimiento repentino. Lo mira a Edward, qué mal se siente.

Si hubiera sabido que el próximo día y medio acabaría siendo como sería, entonces quizás hubiera preferido pasar por enferma y quedarse en casa.

Una vez Renée le habló de uno de sus novios y le dijo con la mirada dura y una sonrisa de añorar, que él (el susodicho, el ex novio) cuando la había dejado (porque sí, la dejó él) le había dicho "Todo el tiempo estás esperando que grandes cosas invadan tu vida. Deberías fijarte más a menudo en los días de sol y en los boletos capicúas, en que hay un chico de tu clase que te mira mucho; darle más importancia a las pequeñas cosas, porque son las que más reconfortan."

Y ahora llegaba Edward y sacudía su vida como si fuera un mantel sucio.

No había nada de pequeño en él, en lo que había provocado en ella. Y todo era un lío porque su vida era un desorden universal y no creía ser capaz de reordenarlo de forma satisfactoria.

Qué cosas…

Bueno, al final del día seguro se sentiría perdida, porque al final del día, cuando uno apoya la cabeza en la almohada luego de una decisión difícil, siempre se siente perdido. Es la hora más azul del día. Ella, el edredón y ese vacío negro que es la oscuridad.
Al final del día seguro se trenzará el cabello para no pensar.

Lo peor de tomar decisiones es que si las cosas salen mal, no puedes culpar a nadie más.

Mira una última vez su valija cerrada e impecable, la toma por la manija y echa a andar. Y cuando uno elije, todo las demás opciones se desvanecen. Ya está.

Al otro lado del auto, Edward le sonríe.

–Siempre nos quedará Paris –le dice con una de esas sonrisas torcidas suyas que a Bella siempre le han gustado tanto. Y los dos saben que sí.

Él regresará la próxima vez, como regresa siempre. Se mirarán como personas despiertas y tristes, como personas de metro. Él le regalará una sonrisa torcida de las suyas; es increíble cómo siempre siguen el mismo orden. Quizás llueva y ella quizás lo ignore.

Se mirarán, sabiendo que ya se han besado, que existió una vez que rompieron el círculo, pero temiendo que suceda otra vez.
Como siempre sólo se mirarán, lejos y azules. Ella seguirá con lo suyo, él después se marchará.

Y los dos pensarán luego que un día él va a regresar otra vez, como lo hace siempre, que se van a mirar como personas despiertas y tristes, como personas de metro. Él le regalará una sonrisa torcida, como hacen siempre, pero que distinto de todas las otras veces, tal vez, se besen.

Algún día él va a volver y la va a besar, algún día quizás Jake ya no esté en su vida, algún día quizás deba volver a elegir, y elija distinto, algún día quizás ella enrede sus brazos alrededor del cuello de él y cuando diga de irse con él, quizás hable en serio. Algún día quizás sea algún día.
Algún día quizás.

Y mientras tanto, Bella se mira los pies y sonríe, todavía le quedan por hacer los deberes de Matemática... Y no estaría mal telefonear a Jake.

Fin.

Bueno, hay algo que no me termina de gustar, pero no sé qué es. Ahora es cuando todas me van a querer matar porque Edward y Bella deberían haber terminado juntos, ¿no? :)

Capítulo dedicado a evy de Cullen ^^, porque adivinó el final.

Nota. ¿Alguien se dio cuenta de dónde está el quiebre en todos? Sobre todo en Edward y Bella, porque en Jake, el quiebre fue más que obvio.
[Por quiebre me refiero a cuando cambian de parecer, donde surge el cambio].

Bueno, eso es todo, fue genial compartir esto con ustedes, y muchísimas gracias a todas las que me acompañaron a lo largo de todo el fic, y a quienes se sumaron al final. Lamento si no era lo que esperaban.

[Este es mi primer long fic completo, qué emoción xD]

Un besote enorme y nos veremos la próxima :)