III (Saga Dorada) Princesa de Hielo

By: YuukoMidna

Saint Seiya y todos sus personajes no me pertenecen, son obra del maravilloso Masami Kurumada. Yo solo hago uso de mi imaginación para crear Fics a partir de su historia original, así que no están hechas con fines lucrativos.

Esta historia está basada en lo sucedido a lo largo del anime y en el Lost canvas, algunas cosas cambiaran, yo solo me baso en los personajes y en algunos hechos, pero la historia será muy diferente a lo que realmente ocurrió.

Como advertencia les aviso que este fic contendrá algunas escenas fuertes y vocabulario no apto para menores de edad o personas delicadas. Por eso es clasificación "M". Si tienen alguna duda háganmela saber.

¡Disfruten su lectura!


CAPITULO 1

=Una princesa en apuros=

Grecia Atenas…

Era un hermoso día en el santuario Ateniense. Después de la borrachera y el escándalo de los Dioses la dichosa Fiesta Navideña. Muchos de los guerreros que estaban al servicio de los Dioses, por no decir que todos; decidieron no intervenir, ni tomar partido en ninguna de las situaciones que se habían presentado justo antes de dar por terminado el jolgorio. La fiesta acabo en: botellas de toda clase de vino vacías y una jaqueca enorme para el supremo Sacerdote y Gran Patriarca Shion de Aries. Quien ni tardo ni perezoso comenzó a correr gente con "Sutileza", cuando el karaoke estaba a punto de comenzar. Ahora las cosas estaban más "calmadas" por así decirlo; con el tratado de paz como intermediario. Y de nuevo nuestros héroes tenían tiempo de sobra para ordenar sus propias vidas.

Templo de acuario….

-Oye Camus ¿A dónde vas?- El Guardián del Octavo templo venia entrando a la habitación del mencionado con bolsas en las manos, dando claras intenciones de que algo se traía entre manos. Camus elevo una ceja observando a su amigo "No voy a preguntar" pensó el Caballero mientras continuaba con su labor.

-A ningún lado- Contesto secamente. Milo parpadeo curioso y señalo la maletilla que Camus estaba llenando con ropa y objetos personales.

-Y…¿Qué piensas hacer con eso? ¿Vas a regalarlo a la caridad o qué?- El Onceavo Guardián levanto la mirada con indiferencia.

-No-

-¿A dónde vas que no me quieres decir?-

-A Siberia- Termino de guardar sus camisas y se dirigió a su armario buscando más ropa.

-¡¿Por qué?! ¡¿Te asignaron una misión?!-

-No, Milo. Simplemente tengo deseos de visitar mi lugar de entrenamiento- Milo soltó las bolsas y un ruido de cascarones quebrándose hizo a Camus rodar los ojos molesto -¡Ni pienses que te voy a reponer esos huevos!-

-¡Yo quiero ir!- Exclamo entusiasmado el Escorpión, sorprendiendo a Camus.

-¡¿Qué?!-

-¡Que quiero ir contigo!- El Caballero de Acuario observo a su amigo con los ojos entrecerrados buscando alguna broma en eso. Al no percibir nada decidió ignorarlo. Milo a veces podía ser tan infantil.

-Estás loco-

-¡Estoy hablando en serio Camus! Quiero ir a conocer tu tierra natal-

-Mi tierra natal es Francia-

-¡Como sea! quiero ver el lugar donde te entrenaste-

-Milo, no creo que sea prudente. Hace mucho frío y solo vas a encontrar nieve donde quiera que veas- El Escorpión hizo un ademán restándole importancia.

-¡Bah! ¡¿Que es un poco de frío?! Un par de guantes, un gorro, una chamarra abrigadora ¡Y estaré listo para la aventura!-

-No creo que…- Comenzó el caballero pero su amigo lo interrumpió.

-¡Voy a ir y es mi última palabra Camus! No te estoy pidiendo permiso- Se cruzó de brazos como niño chiquito haciendo un berrinche y el Onceavo Guardián frunció el ceño aventando unos pantalones a la maleta.

-¡Bien! ¡Como quieras! No digas que no te lo advertí…- Salió de la habitación maldiciendo y Milo cerro los puños en forma victoriosa.

-¡Yes!-

Siberia, dos días después…

Camus observo a Milo, mientras Crystal manejaba la camioneta con la que se trasladaban en la nieve para recorrer largas distancias. Milo estaba en medio de ambos, completamente cubierto de pies a cabeza por varias capas de pieles y ropa, temblando como una gelatina en pleno terremoto. Su amigo lo había decidido ignorar pero pronto comenzó a castañetear los dientes para colmo del Caballero de Acuario.

-¡Para mí sigue sin tener sentido!- Decía Crystal, mientras maniobraba el volante. El Caballero de Plata, era parecido a Camus. Medía cinto centímetros menos y su pelo era completamente blanco. Aunque sólo tenía veintiséis años; además, parecía estar hecho de bloques de hielo macizo. Le parecía una suerte que Camus fuera amigo de Milo porque, dondequiera estaba ese muchacho, las mujeres bonitas iban tras él, cosa que al Caballero de Acuario no le parecía tan bueno.

Camus no se molestó en responderle. Cerró los ojos por un momento y aspiró el aire frío, límpido. Era maravilloso poder alejarse del Santuario, el griterío de sus compañeros y la responsabilidad de los aprendices, responder a las preguntas constantes de Hyoga y...

-¡Si yo fuera un Caballero Dorado como tú!- Insistió Crystal interrumpiendo sus pensamientos -Estaría en la calle principal de Athenas, divirtiéndome como nunca. No comprendo que alguien quiera encerrarse en una cabaña abandonada en pleno Polo- Camus abrió un ojo para mirarlo. Luego giró para contemplar las diferentes montañas y bosques de pinos verdes que los rodeaban. No podía explicar sus sentimientos al Caballero de Plata, que se había criado en una parte diferente del Polo. El, en cambio, provenía de la naturaleza, donde había crecido lejos del ruido y la confusión de gentes. El frío de Siberia, era un bálsamo para su piel -¡Eh!- lo llamó Cristal -¡No abandones todavía este mundo! ¿Estás seguro de que tienes provisiones suficientes? A mí me parece que no hay mucho para comer-

-Alcanzará- Aseguró Camus. Y volvió a cerrar los ojos. La gente de ciudad no es capaz de ver en el bosque y en el agua helada una gran mesa de banquetes. Tenía consigo una red, una caña para pescar, anzuelos, un par de cacerolas, una caja de verduras y sus maletas con ropa, libros para entretenerse y un par de pieles. Pensaba vivir como un Rey por algunos días. Con sólo pensar en el silencio, la soledad y la falta de responsabilidades, se movió de ansiedad en el duro asiento –Entonces ¿Ya no piensas acompañarme en mi aventura Milo?- El susodicho, lo fulmino con la mirada castañeteando los dientes. Crystal arrugó en una carcajada su rostro.

-Locos...- Murmuro el Escorpión, escondiendo la nariz debajo de la bufanda sin encontrarle nada de gracia. Realmente no entendía a su amigo, ese condenado lugar estaba hasta el hartazgo de frío, nadie podría sobrevivir en un lugar tan congelado. Él, en cambio. Era de calor abrazador como todo buen Escorpión, demasiado hielo por todas partes, escarcha y frío. Definitivamente no se quedaría.

-De acuerdo. Acepto tu palabra- Dijo Crystal sonriendo -Pero aun así me parece que estás loco quedándote aquí solo. Claro que es cosa tuya. El Patriarca Shion dice que te quiere de regreso el Lunes próximo, así que vendré a buscarte por la tarde- Resopló al ver la expresión de horror de Milo.

-¡¿Tanto tiempo?! Si yo decidiera pasar unos días en algún lugar, seria así…- Comentó el Escorpión haciendo un cuadro con sus manos enguantadas –En una Isla paradisíaca tendido en una hamaca, con dos... ¡No! ¡Tres bellas damas! ¡Que me alimentaran con lo mejor de lo mejor…y el sol bronceando mi piel!-

-¡Mujeres no!- Protestó Camus, oscureciendo sus ojos azules, más de lo normal -Mujeres no, por favor…- Crystal volvió a reír.

-No entiendo que hay de malo en sentar cabeza con una mujer- Milo le dirigió una mirada escandalizada, en eso si apoyaba a su amigo, no había nada peor que el matrimonio. Esperaba que eso nunca formara parte de su vida.

-¡Allá esta la cabaña!- Indicó el Onceavo Dorado sin prestar atención a los comentarios casamenteros.

-Lo bueno es que, a fuerza de estar solo aquí, te alegrarás de volver al trabajo- Camus oyó aquello con una mueca. Lo único que deseaba era paz. Sólo el ruido del viento y la nieve castigando la madera de cedro. ¡Y la comida! Nada de guisos al estilo bronceado: sólo pescado, liebres, algún venadillo, sardinas asadas y...

-¡Ya vete parando!- Advirtió a Crystal casi gritando -¡Vas a estamparte contra la cabaña!- Crystal se detuvo a unos metros del hogar. Camus abrió la puerta de golpe y bajo de la camioneta aspirando hondo. ¡Qué bien se sentía! De pronto se impacientó; no veía la hora de que los chicos se fuera para poder descansar. Milo ni siquiera se molestó en bajar, ni bien su amigo salió de la camioneta cerró la puerta de golpe y con seguro para no dejar entrar el frío. El Caballero de Plata, bajó las maletas y las cajas del Dorado.

-Es tu última oportunidad- Dijo mientras le alcanzaba el primer cajón -Aún puedes cambiar de idea ¡Si yo estuviera de permiso, me emborracharía hasta el último momento en alguna isla paradisíaca como dijo Milo!- Camus sonrió, mostrando sus dientes blancos y parejos; el gesto borró casi por completo su actitud de hielo.

-Gracias por el ofrecimiento. Dile a Milo que no se preocupe por mí ¡Estaré bien!-Prometió, mientras llevaba el segundo cajón al pequeño porche.

-Cuando vuelvas, sin duda te estará esperando con veinte muchachas bonitas para presentártelas-

-Y pasara lo mismo de siempre, ahora será mejor que te des prisa. Creo que va a caer una tormenta- Camus no podía disimular su impaciencia.

-Sé captar las indirectas. Quieres que me marche. Vendré a buscarte el Domingo-

-Ya me adelantaste la fecha. Que sea por la noche- Pidió el Dorado.

-Está bien, será por la noche. Pero tú no tienes que soportar a Milo ¡Me volverá loco con su preocupación por ti!-

-¡Esa sí es una proposición que me gusta! Ya sabrás como me siento yo todo el tiempo-Reconoció el Dorado dando un paso hacia la cabaña.

-¡Vaya broma!- Protestó Crystal. Había perdido la sonrisa. Camus rió al ver su expresión.

-¡Anda, vete y no te pierdas! O Milo se pondrá histérico y comenzara a molestarme vía cosmos- Crystal subió a la camioneta, puso en marcha el motor y retrocedió, alejándose de la cabaña, Milo hizo un puchero de descontento mientras ondeaba una mano para despedir a Camus. El Onceavo Caballero sonrió de lado ondeando su mano de igual forma, esperó en el porche y los siguió con la vista. Hasta que se perdieron en la nieve. Entonces abrió los brazos y aspiró profundamente. El olor de los pinos, el aire frío y la cercanía del mar le hacían sentir casi como en su casa.

Un minuto después había metido todas sus pertenencias y acomodado todo en su lugar. La cabaña era pequeña, tenía un baño con regadera, una chimenea, una cama, algunas gavetas para guardar las provisiones, una estantería con libros de diferentes tamaños, colores y texturas. Y una mesita con dos sillas. Después de poner todo en orden, salió de la cabaña en dirección al bosque con una sudadera, unas botas para la nieve y un garrafón para agua vacío. Le llevó menos de una hora acceder a una vertiente. Se detuvo un momento y miró a su alrededor.

Por tres lados estaba completamente cercado de follaje lustroso, pero hacia adelante estaba la vertiente y un pequeño claro de tierra y rocas donde el agua golpeaba al caer por una pequeña cascadita. El agua fluía ante él, oculta su fuente bajo los árboles. Era cuanto necesitaba. Llenó su garrafón de agua y pudo observar peces moverse hacia el agua que caía de la cascada. Mojo su rostro con el agua helada, sintiéndose refrescado y limpio. Se quitó la sudadera y la camisa junto con los pantalones y las botas quedando solo en boxer, con un cuchillo a la cintura y una red en mano se adentró al agua fría.

-Hay muchas ventajas en este lugar- Dijo para sí mismo. Tiro la red cuando el agua le llegó al pecho. Se sumergió para nadar con facilidad bajo el agua y salir a la superficie tirando de la red con seis pescados atrapados en ella. Momentos más tarde tenía el fuego encendido en la chimenea y una cacerola con agua puesta a hervir. Con destreza y movimientos prácticos, perforó la espina dorsal de cada pescado antes de dejarlo caer en el agua con algunas especias para darle sabor. Una hora después la cacerola estaba casi vacía y se acomodó en la cama tendida. El aire era tibio por la chimenea; apenas había viento en el exterior. Saciado su apetito, se sentía en paz por primera vez desde que abandonara el Santuario.

Cuando salió el sol, Camus siguió durmiendo. En el fondo, su mente se regocijaba de que no hubiera un Escorpión, a las siete de la mañana, con la consabida pregunta: "¿Que hay para desayunar?" Sonrió en sueños y soñó con una liebre asándose en el fuego. Cuando sonaron los disparos estaba tan dormido que no los oyó. Se sabía a salvo; de algún modo supo que esos disparos no estaban destinados a él. Pero cuando despertó fue con un respingo. Se incorporó bruscamente. Tenía la sensación de que algo estaba mal, sin saber de qué se trataba. Saltó de la cama. Se calzó las botas con tanta celeridad como le fue posible. Cuando llegó al exterior sin haber visto ni oído nada, comenzó a reír para sus adentros por estar tan nervioso.

-Ha sido un sueño- Murmuró. Y echó a andar hacia el sendero que llevaba a la cascada. Antes de poder dar un paso más se oyeron otros disparos. Agazapado en el límite del bosque, echó a correr hacia esos ruidos. No tuvo que andar mucho para verlos. Eran dos hombres a caballo; uno apuntaba su fusil hacia algo. El dorado parpadeó varias veces antes de ver la forma oscura y larga que andaba a todo galope un poco más adelante de ellos. Era una persona sobre un caballo blanco. No pensó en lo que estaba haciendo. Después de todo, la guerra repercutía en él; la persona a galope bien podía ser algún traidor. Pero él sólo pensó: dos contra uno, no es justo. Corrió lo más rapido que sus piernas podían andar entre la capa gruesa de nieve que se había acumulado por la noche. Cuando uno de los disparos llego hasta la pata del caballo blanco y la persona montada en el cayó en el agua helada del lago. Camus se sumergió en el agua y nadó tan silenciosamente como pudo, tratando de vigilar a un tiempo aquella cabeza que se sumergía, y a los hombres. Cuando aquella persona se hundió sin volver a aparecer, él buceó hacia las profundidades.

-¡Allí!- Oyó gritar arriba, en el momento de sumergirse. Momentos después las balas zumbaban en el agua. Una le rozó el hombro. El Dorado siguió buceando, cada vez más abajo, con los ojos bien abiertos, buscando. Cuando sentía ya la necesidad de emerger para tomar aire vio un cuerpo laxo, doblado en dos, que caía hacia el fondo. Pataleó con más energías para alcanzarlo. Lo sujetó por la cintura y comenzó a dar manotazos hacia arriba. Vio en la superficie un trozo de hielo delgado a su derecha y trató de alcanzarlo para quebrarlo con el puño. Sus pulmones ardían y su corazón latía en los oídos. Cuando asomó la cabeza en la superficie, su único interés era respirar; no prestó atención a los hombres. Sujetó con movimientos torpes el pelo de la persona a la que sostenía y sacó su cabeza del agua. Mientras trataba de determinar su situación, notó que aquella persona no respiraba. Los hombres estaban a pocos metros de distancia, pero de espaldas a él. El Guardián de Acuario nadó en silencio entre las pequeñas montañas de nieve que se formaban a las orillas del lago. Un trozo de hielo afilado le arrancó una involuntaria exclamación, al hacerle un corte en el costado rasgando la ropa. Apretó los dientes y siguió retrocediendo. Los hombres estaban maniobrando los caballos.

-¡Ya la mataste!- Aseguró uno –¡Vámonos, que se me congelan los dedos!-

-¡Prefiero asegurarme!- Dijo el del fusil. Camus al oír ese pronombre femenino, giró para mirar la cabeza que se bamboleaba sobre su hombro. Eran las delicadas facciones de una joven, bastante bonita... que parecía muerta. Por primera vez, el Dorado se sintió encolerizado. Habría querido atacar a esos dos hombres, capaces de disparar contra una mujer, pero no podía con ella entre sus brazos, inconsciente y a punto de morir congelada. Impulsivamente la estrechó contra sí, protegiendo su cuerpo esbelto y se encontró con la curva de un pecho femenino. Eso aumentó su sentimiento protector, obligándose a abrazarla de una manera amorosa muy inusual en él; mientras fulminaba con la vista a los dos hombres que seguían escrutando el lago.

-¡Oigo algo!- Dijo el que estaba armado.

-¡Está muerta, hombre! ¡Salgamos de aquí, viene una tormenta!- El otro levantó el fusil con un gesto afirmativo y se alejaron del lugar a todo galope. Camus esperó hasta que se perdieron de vista. Entonces, protegiendo el cuerpo de la mujer con el suyo hasta donde le era posible, salió de entre las montañas de nieve. Braceó con la mano libre, sujetando a la joven, hasta llegar a la orilla.

-No te mueras, mujer- Le dijo, en tanto la llevaba a la costa -Por favor, no te mueras-

Con toda la suavidad posible, la puso boca arriba en la nieve, se quitó la sudadera sintiendo que le quemaba y trató de hacerle expulsar el agua de los pulmones. Ella llevaba un vestido de mangas largas, falda muy amplia y cuello alto; tenía la cabellera suelta de un color azul platinado. El vestido se adhería al cuerpo, dejando adivinar una bonita figura: buena estatura, caderas estrechas, una cintura que cabía entre las manos varoniles y pechos grandes, henchidos contra la tela. Tenía el rostro vuelto hacia un lado, con los ojos cerrados; las pestañas, gruesas y claras, rozaban una mejilla tan pura y clara como la porcelana. Parecía una flor rara y preciosa, nunca expuesta al sol. El Dorado, furioso, se preguntó cómo era posible que alguien hubiera tratado de matar a esa delicada criatura. Todos sus instintos protectores se pusieron en funcionamiento. Realmente él no era de esos que se la pasaban salvando a damiselas en peligro, pero no podía hacer la vista gorda cuando dos hombres perseguían a una dama dándole de tiros. El Caballero Francés en su interior salió a relucir.

-Dulce mujer- Dijo, apretándole las costillas de un modo que era casi una caricia. Le levantó los brazos -Respira, pequeña, respira ¡Vamos!- La sangre manaba de su hombro. Una herida en su costado provocada por un trozo de hielo filoso sangraba también. El no prestaba atención. Su único interés era la vida de esa hermosa joven. Rezó a Zeus, pidiéndole que la salvara -¡Vamos! Mujer esfuérzate, por favor- Rogó -¡No puedes rendirte! Ahora estás a salvo. Yo te protegeré. Por favor, Cherri- Algo en su interior le hizo sentirse como el degenerado de Milo, pero no presto atención. Tuvo la sensación de que pasaban horas, pero al fin percibió un estremecimiento en el cuerpo laxo ¡Estaba viva! Besó su mano, aquella piel fría, y volvió a apretarle las costillas con renovado vigor -¡Eso es! Un poco más. Respira hondo, muy hondo... ¡Respira maldita sea!- Otro estremecimiento recorrió el cuerpo de la muchacha, que tuvo una arcada. Camus experimentaba tanta empatía por ella que también a él se le tensaron los músculos. De la boca de la muchacha surgió gran cantidad de agua; empezó a toser, mientras intentaba incorporarse. El Caballero sonrió a medias; un inmenso júbilo fluía por sus venas. Dando gracias a Zeus, la sentó en su regazo -Eso es, expúlsala toda- Le acarició el pelo húmedo y la espalda, pequeña y frágil. Se sentía como el Señor después de crear al hombre. No recordaba haber tenido en su vida una alegría mayor que al rescatar a esa mujer. Le rozó la mejilla con el dorso de los dedos, acunándola como a un niño para consolarla.

-Usted...- Tosió ella.

-No hables, descansa. Expulsa toda el agua y te llevaré a casa- Aconsejó, mientras la mecía.

-¡Usted...!- La joven tosió y volvió a toser -¡...no puede...!-

-Después me darás las gracias. Por el momento lo importante es ponerte ropa seca. ¿Un poco de sopa de pescado caliente? ¿Sí?- La voz de Camus sonaba grave y un tanto extraña, hasta el mismo se sorprendía. La muchacha parecía desesperada por decir algo. Él le permitió retirarse un poquito para que pudiera mirarlo. Después volvió a estrecharla y a acunarla como si fuera el objeto más precioso de la tierra -Todo está bien. Nadie tratará de hacerte daño otra vez- Como ella se debatiera, volvió a soltarla con una sonrisa indulgente. Una vez más lo sorprendió su belleza. Pero no se trataba de una belleza moderna, sino de una anticuada perfección. Sus facciones menudas y la forma escultórica de su cabeza le daban el aspecto de una fotografía antigua. Se parecía a las damas de los cuentos de hadas que la madre de Hyoga solía contarle a su aprendiz. Era una damisela en apuros y él, su caballero. Se sintió inundado de calor -Bueno- Dijo, apoyándole las manos en la espalda con ademán protector -¿Qué es lo que quieres decirme?- El intento de hablar la hizo toser otra vez, pero el Dorado aguardó con paciencia.

-¡Usted no puede..!.– Toses -¡..tocarme...!- Más toses por parte de la joven -¡...porque soy... de la realeza!- Cuando hubo terminado, su espalda tenía ya la rigidez de un mástil. Camus tardó un momento en comprender lo que acababa de oír. La miraba estúpidamente -¡Soy una Princesa Real!- Ella bajó la vista hacia el pecho desnudo del hombre, con un gesto altanero -¡Usted no puede tocarme!- El Guardián de Acuario dejó caer las manos. Nunca en su vida se había sentido tan traicionado. En cuestión de segundos estuvo de pie, dejándola sentada en el suelo.

-¡Grandísima desagradeci...!- Pero se interrumpió. Apretó los dientes. En sus ojos chisporroteó un fuego azul. Un momento después le volvía la espalda para alejarse -¡Puedes buscar el desayuno por tu cuenta, Alteza!- Murmuró. Y se fue sigilosamente. Dejando desconcertada a la joven.

Continuara...


Espero que les este gustado. Cualquier duda, haganmela saber con un MP y las responderé con mucho gusto ^^

Faltas de ortografía y gramática no son intencionales, pero si ven alguna avísenme, se aceptan consejos, sugerencias y criticas mientras no sean destructivas.

Mil Gracias por leer el capítulo y no olviden dejar su reviw a la pasada ^^.

YuukoM. (\./)