Capítulo 12: El final

Cuando Candy salió de la casa el día anterior, la hermana María estaba desvanecida; por eso no pudo evitar lo que esta última hizo: llamar al doctor Marlowe urgente a Nueva York.

Candy, que comprendía las obligaciones de un director de hospital respecto de sus empleados, jamás lo hubiera permitido; pero la hermana María sólo tenía en mente una cosa: arreglar el error cometido hace casi veinte años.

Por lo tanto, apenas recuperó la conciencia buscó un teléfono, llamó al hospital de Chicago para comunicarse con el doctor Marlowe, y le dijo simplemente que era la hermana de Clementine Parker y que deseaba hablar con él de inmediato. Le dio la dirección del departamento de Candy, y colgó.

Al día siguiente, antes del amanecer, el doctor golpeaba la puerta del lugar.

-¿Quién puede ser a esta hora? Mejor no abra, hermana María, puede ser algo peligroso.

-No se preocupe, señora Collins, se perfectamente quién es.

El doctor Marlowe estaba frente a ellas, con enormes ojeras que denotaban su falta de sueño, y una expresión de ansiedad en el rostro.

-Mary – dijo - ¿en verdad hablarás conmigo? ¿Sabré por fin lo que ocurrió con la hija de Clementine?

-Adelante, Henry, y ponte cómodo, que hablaremos largo rato...

La señora Collins les preparó café, mientras escuchaba atenta a lo que se decía en la sala.

-Te diré todo lo que pasó – comenzó a relatar la hermana María:

"Cuando mi hermana llegó a Chicago, embarazada, se sentía morir de dolor; pensaba que tú la habías abandonado. Al nacer la bebé, la pequeña Anne, recuperó la sonrisa. Pensaba hacer acá una nueva vida, ya había conseguido un trabajo como maestra, y como había dicho que era viuda, nadie trataría mal a su entonces sucedió lo del accidente. Ella iba con su hija, y por protegerla, quedó herida de muerte.

Me llamaron de urgencia al hospital, para asistir a mi hermana en sus últimos momentos. Mis superioras no tuvieron problemas en dejarme ayudar a mi hermana. Clementine estaba agónica cuando llegué. Me pidió que cuidara a su hija. La llevé a la congregación y mientras otras monjas la cuidaban, yo podía estar junto a mi moribunda hermana.

Ella agonizó durante varios días. Un día, en el hospital, mientras la visitaba, sentimos tu voz, Henry. Mi hermana se agitó mucho. Pensamos que no te dejarían pasar, pero como eras médico, conseguiste que te lo permitieran.

-Tú saliste por otra puerta. Nunca te vi.

-Sí, Clementine me rogó para que escapara y no dejara que tú supieras de su hija. Nunca me enteré de su reconciliación. Sólo me avisaron de la muerte de Clementine. Creí que tú habías apresurado su fatal desenlace. Te odié. Y te odié más cuando supe que buscabas a mi sobrina. Creí que habías obligado a mi moribunda hermana a hablar.

-¡Ella me pidió que encontrara a nuestra hija!

-Yo no lo sabía...me enteré cuando recibí el telegrama de Candy.

-¿Qué?

-Espera... ya te aclaro todo. Bien, yo oculté a la hija de Clementine. Primero, no la entregué a ningún orfanato de Chicago, sino a un hogar pequeño, el Hogar de Pony, donde decidí irme de voluntaria. Sabía que ahí jamás la buscarías. Ese lugar está casi fuera del mapa. Pero para asegurarme, tuve que mentirle a la buena señorita Pony, la dueña del hogar, y dejar a mi sobrina a la intemperie por unos instantes, para fingir que recién la encontrábamos y yo no la conocía. Además, le cambié el nombre. Ya no se llama Anne.

-¿Qué más?

-Esa niña creció igual a ti; cada día pensaba en lo feliz que hubiera sido mi hermana de haberla podido criar. Era dulce, tierna, traviesa, valiente, un poco mal genio; pero una excelente niña. Sufrió mucho, eso yo no lo pude evitar. Pero ahora lo ha superado todo, y es una gran mujer.

-¿Quién es?

-Ella vino a Nueva York, y no sé por qué giros del destino decidió volver por un día a Chicago, a hablar contigo.

-Entonces ella es...

-Sí, ella.

-¡Candy! ¡Mi hija!

-Ella es tu hija, la hija de mi querida Clementine. –La hermana María se puso de pie y nerviosamente se retorció las manos - ¡Lo siento tanto, Henry! ¡Nunca fue mi intención hacerles daño! Honestamente, creía que estaba cumpliendo los últimos deseos de mi hermana. ¿Podrías alguna vez perdonarme?

-Mary, tú lo hiciste por tu hermana. Ambos la amábamos. No tengo derecho a reprocharte nada. Ahora, me gustaría ver a mi hija...

Ambos callaron al ver a la señora Collins.

-Lo escuché todo, no vale la pena que se callen ahora – dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas -. ¡Doctor, es maravilloso! ¡Al fin ha encontrado a su hija!

-Bueno – respondió el doctor algo azorado -, sí, pero aún no puedo creerlo, al menos hasta que la vea. ¿Dónde está ella?

-Anoche dijo que tenía turno nocturno.

-Pues vamos al hospital, estoy ansioso.

-No vale la pena, debe estar por llegar. Tomemos del delicioso café que acabo de preparar, usted sabe que soy una experta, doctor.

En ese momento tocaron a la puerta. El doctor saltó, creyendo que era Candy. Se precipitó a abrir, encontrándose con Terry, quien lo miró asombrado.

-¿Sí? – preguntó con frialdad el doctor.

-Vengo a... – por primera vez en su vida, Terry se sintió confundido y sin saber qué decir.

-Diga, pues.

-¡Terry Grandchester!- dijo, sorprendida, la señora Collins.

-¿Terry? ¿El marido de mi hija Susana?

-¿Usted es el padre de Susana?

-¿Qué haces tan temprano en el departamento de Candy? – preguntó el doctor arqueando una ceja.

-Candy me pidió que avisara que está en el hospital viendo a Susana.

-¿Qué le sucedió a Susana? – el doctor sonaba alarmado.

-Tuvo un problema. Está internada.

-Vamos de inmediato – dijo el doctor.

-Yo voy con ustedes – dijo la hermana María.

Poco rato después el doctor y sus acompañantes buscaban la habitación de Susana. Estaba cerrada. El doctor llamó:

-¿Susana? ¿Candy? – como no respondían, abrió la puerta.

Y se encontró con Susana en el suelo, sujetando a Candy, que se debatía tratando inútilmente de escapar.

Susana, al ver a su padre, se sobresaltó ligeramente, pero no soltó a Candy.

-¡Padre! – dijo ella, enrojeciendo.

-¡Susana, déjala ir! ¡Es tu hermana!

-¿Qué? – dijeron Susana, Candy y Terry.

-Hija, Candy es tu hermana... sea lo que sea que haya pasado entre ustedes, déjala ir, no la dañes... Susana...

Susana se quedó en silencio, pero apretó fuerte el cuello de Candy, provocando u gemido de dolor.

-Primero me quitas a mi amor, después a mi padre – susurró Susana al oído de Candy -. No me queda otra que matarte.

Los tres vieron como Susana sacaba de la ropa de cama una jeringa, e intentaba inyectar a Candy. El padre se lanzó rápidamente y detuvo su brazo. Susana lo miró extática por unos segundos, y se dejó caer al suelo.

-Papá... estás acá, por fin. Gracias por detenerme.

Terry ayudó a Candy a ponerse de pie, y la pecosa se acercó tímidamente al doctor Marlowe, que levantaba a su hija Susana y la trasladaba a la cama.

-Lo que usted dijo recién, sólo fue para confundir a Susana, ¿ no es cierto? – le preguntó temblorosa. El doctor la miró.

-Tenemos mucho tiempo para hablar, hija. Dejemos descansar a tu hermana, afuera te lo explicaré todo.

-Yo me quedaré con Susana – pidió la hermana María.

Una vez afuera, Candy se sentó con el doctor en un banco fuera del cuarto de Susana, mientras Terry se paseaba por los patios del hospital. Él le contó la historia que sabía gracias a la hermana María.

-Entonces, usted es, es mi padre.

-Sí. Y tú eres mi pequeña, la que busqué por tantos años.

-No sé qué decir – dijo Candy, con los ojos llorosos.

-Yo tampoco. Tantas veces ensayé lo que diría al encontrarte, pero ahora no se me viene nada a la mente. ¿Qué tal un abrazo?

Se dieron primero un tímido, luego caluroso abrazo. Así los encontró la madre de Susana, que venía a ayudar a su hija para deshacerse del cadáver de Candy.

-¿Qué es lo que pasa acá? – preguntó la mujer, asustada - ¿Qué le hicieron a Susana?

-No te preocupes por ella – dijo el padre -, ahora yo me ocuparé de su bienestar. Nunca debí dejarla contigo. Eso no podré perdonármelo, pero ahora he decidido volver a ganarme su confianza y ayudarla en sus problemas.

-¿Problemas? Susana no tiene problemas. Ella es perfecta. La crié perfecta, y no necesita ayuda de nadie. Vamos a ver qué dice tu hermano al respecto. Le pediré que los eche a los dos. Y tú, enfermerilla – dijo dirigiéndose a Candy - ¿Qué haces con mi esposo? ¿Acaso planeas seducirlo, tal como lo hiciste con el marido de mi hija?

-Deja de hablar así sobre ella. Tú no lo sabes, pero esta jovencita es mi hija y no tienes derecho a insultarla.

-¿Tu hija? ¡Claro! Pues tu hija anda quitándole el amor de su vida a la mía...

-¡Basta, señora! – se indignó Candy – Usted debería contar las cosas tal cual pasaron. Sabe perfectamente que Terry cayó en el engaño que ustedes le hicieron. No acepto que se dirija a mí en esos términos.

La madre de Susana no supo qué decir.

-Se las arreglarán con mi cuñado – balbuceó finalmente, antes de retirarse.

-Sólo son amenazas – dijo el padre de Candy.

-Pobre mujer... siento lástima por ella. Y por Susana, que se crió con una madre como esa. Yo tuve suerte, dos magníficas mujeres fueron mis madres. Nunca estuve sola.

-Veo que fue así. Ellas hicieron un gran trabajo. Me gustaría estar a tu lado ahora, ayudándolas.

En ese momento, Terry se asomó para ver en qué iba la conversación. El doctor Marlowe se había dado cuenta del interés que sentía por la chica. Frunció el ceño.

-¿Qué pasa entre tú y el marido de Susana?

-¿Terry? Pues... – Candy le contó su historia con Terry, la separación por causa de Susana y el reencuentro. El doctor asentía, pero cada vez se veía más molesto.

-Entonces, mientras él estaba casado, se reunían a conversar, en otras palabras, mantenían una relación.

-Bueno, no era relación, es que Susana me había pedido...

-Sí, pero él, sabiendo que estaba casado, se relacionaba contigo. No me parece muy correcto.

-Pero él...

-No se puede confiar en una persona así. Creo que debemos irnos, me molesta que esté tan cerca de nosotros.

-¡No podemos hacer eso! Terry me ayudó a desenmascarar a Susana, ya te conté todo lo que ella hizo.

-Puede ser, pero seguía siendo su esposa. Y aún lo es. Claro que yo me aseguraré de su divorcio. A Susana no le hace bien una relación así.

-¡No sabes de lo que hablas! – estalló Candy - ¡Terry es maravilloso!

-Tal vez lo sea, pero no es confiable. Vámonos, hija. Visitemos a tu hermana antes de ir a tu departamento.

Candy se dejó llevar; la hermana María velaba el sueño de Susana. Al padre le llamó la atención el fuerte olor que la joven despedía, y antes de salir del hospital, visitó al hermano. No hablaron mucho tiempo; pero antes de que se fueran, el hermano salió avergonzado de su oficina y ordenó a una enfermera que hicieran exámenes a Susana.

El día pasó rápido, igual que los siguientes, por lo menos para el doctor Marlowe, la hermana María y Susana. Para Candy fueron un infierno, ya que le había prometido a su padre no comunicarse con el chico. Terry estaba desolado, ya que no adivinaba la causa del silencio de la pecosa, y se imaginaba lo peor.

El señor Marlowe y Candy descubrieron que se parecían mucho. Él decía que Candy tenía ademanes que eran propios de él a la edad de ella. Además, pensaban lo mismo sobre varios temas, y a ambos les gustaban los animales.

Por su parte, la hermana María visitaba mucho a Susana, ya que había descubierto en la joven un gran deseo espiritual, y hablaban mucho sobre el tema. Además, los exámenes arrojaron que Susana estaba enferma por lo menos desde hace tres años del riñón, sufría de gota en una extraña variedad que provocaba ataques repentinos de irrealidad, y además, exacerbaba su naturaleza rabiosa.

Susana quería cambiar. Pidió perdón a Candy y a Terry – por separado – , pidió ella misma la anulación del matrimonio, alegando la no consumación de éste, y se negó a ver a su madre. Estaba pensando en entrar a un convento, ya que la idea de dedicarse a Dios le parecía maravillosa, además de las palabras de la hermana María sobre el amor a Dios y al prójimo, que habían calado hondo en su corazón necesitado de guía. También de mostró ansiosa de comenzar el tratamiento al riñón que la ayudaría a controlar mejor su genio y sus bajas pasiones.

_____________________________________________________________

Tres semanas después

El doctor Marlowe debía regresar a Chicago. Quería llevarse a Candy, la que no podía encontrar ninguna razón, que fuera del agrado de su padre, para quedarse en la misma ciudad de Terry. La última vez que había visto al actor fue aquella mañana en el hospital, cuando supo de quiénes era hija. Desde entonces, su padre no le había permitido verlo. Sólo una vez aceptó que se comunicara con él para decirle adiós, y las razones de su alejamiento.

Candy lloró mucho, pero no quiso decir nada, ya que deseaba complacer a su padre y hacerlo feliz.

Por unos instantes creyó que la hermana María aceptaría su amor por Terry y la ayudaría a convencer a su padre, pero en cuanto le contó de la falsa boda religiosa que Terry había inventado, la monja se opuso tenazmente a esta relación.

Así que Candy sentía que estaba atrapada; aunque había librado a Terry de Susana, no podría estar con él. Era deprimente. Y peor aún, no quería demostrar su tristeza para no hacer sentir mal a su padre y a la hermana María.

Lo único bueno es Jeff había conseguido trabajo en un teatro de San Francisco, gracias a una recomendación de Robert Hathaway, y estaba apunto de casarse para emigrar a ese lugar. Lily y él estaban felices. Como eran muy cercanos, se irían juntos, ya que ella también tenía un trabajo allá, conseguido con la ayuda del padre de Candy. Lily estaba muy complacida de no seguir trabajando para el tío de Susana.

Al día siguiente Candy y los otros habitantes del departamento viajarían a Chicago. El doctor viviría junto a Candy, mientras que la hermana María y la señora Collins lo harían en el Hogar de Pony. Todos estaban felices, excepto Candy, que sentía que el corazón se le rompería en pedazos.

-Es peor que esa vez cuando me fui un día de nieve, después de salvar a Susana de un suicidio – decía Candy, sola en su dormitorio, la noche antes de partir -. Es peor, porque la felicidad está tan cerca... y dañaré a mis seres queridos si consiento en quedarme aquí y buscar a Terry. ¡No, no puedo! ¡No puedo fallarle a mi padre! ¡Sufrió tanto por encontrarme!

En ese momento sintió un rasguño en el vidrio de la ventana.

______________________________________________________________

Al día siguiente el doctor se levantó temprano y llamó a la puerta de su hija. Nadie contestó. Él sabía del dolor que Candy sentía al dejar Nueva York, ya que amaba a ese hombre inconveniente, y al no escuchar ruido de la habitación de Candy, pensó en lo peor: un suicidio pasional. Entró precipitadamente, y encontró la cama de Candy vacía.

Tampoco estaba su ropa.

La hermana María y la señora Collins, que despertaron alarmadas al oír el ruido, se unieron con el en la habitación de la pecosa. Todos quedaron asombrados, sin saber qué decir.

En una repisa había una carta sellada dirigida a Henry Marlowe. El doctor la abrió, y leyó lo siguiente:

Queridos papá, hermana María, señora Marlowe.

Cuando lean esto, Terry y yo estaremos camino a la frontera. ¿A cuál? No se los diré. Por fin he decidido buscar mi camino, que está donde mi corazón esté. Es decir, donde se encuentre Terry. Hemos sufrido demasiado para estar juntos, y no me separaré de él. Lamento si mi disposición les molesta, pero si no me decidía a hacer esto, viviríamos infelices por siempre.

Anoche Terry vino a verme. Hablamos largo y tendido. Me hizo ver que el sentido de la vida no debe ser complacer al resto, sino buscar la felicidad. Dice que está en la Constitución de este país. Y yo le creo.

Papá, pronto descubrirás que Terry es un gran hombre, y se harán amigos. Algún día recordarán estos momentos y ambos reirán, sin rencor entre ustedes, ¿verdad?

Hermana María, créame que Terry no es malo, sólo algo malcriado. Déjeme que le enseñe lo que usted nos enseñó en el Hogar de Pony, y verá como se convierte en una buena persona, digna de su aprecio y amistad.

No sé cuándo iremos a Chicago. Antes de un año, seguramente. Espero que para entonces ya no estén enojados conmigo.

Se despide con amor,

Candy White Marlowe

(próximamente Candy Grandchester)

La hermana María sollozaba suavemente, besó la carta de Candy y salió de la habitación. Henry Marlowe miraba la ventana.

-Doctor – dijo después de un rato la señora Collins -, lamento que haya perdido nuevamente a su hija...

-¿Perder? No la he perdido – dijo el doctor con una sonrisa -. Sé perfectamente dónde está: con el amor de su vida. No la he perdido, señora Collins. La encontré para dejarla libre. Eso es.

Fin

Comentario de la autora: Ehhh... no tengo nada que decir. Me siento triste. Terminar un fanfic al que le tenía tanto aprecio me hace sentir como cuando se acaba una teleserie entretenida. ¿Qué voy a hacer ahora? No lo sé...

Muchas gracias a la gente que leyó, y muchisisisisimas gracias a quienes dejaron un review. Creo que eso es lo que más voy a extrañar al dejar esta historia.

Pero antes, un extra:

Un trozo del viaje de Terry y Candy por la carretera.

Los chicos van en el auto de Terry, uno sin techo. Van camino a Canadá.

-Terry, tengo muchísima hambre. Salimos de Nueva York a las dos de la mañana y ya son las doce del día. No hemos comido nada.

-Tú no quisiste parar a desayunar en Boston. Ahora nos aguantamos.

-¿Por qué no vamos a una de esas hostales que están a orillas de la carretera?

-Porque llevamos un muy buen tiempo, y romperemos el récord de velocidad.

-¡Qué malcriado eres! ¿Nunca piensas en los demás?

-Vamos, pecosa, aguanta un poco, que a las seis de la tarde caerá la noche y me dará sueño. En ese momento nos buscaremos una hostal.

-¿Aguantar seis horas? No puedo.

-Creí que viajaba con una adulta, no con una cría de mono – se burló él.

-¡Terry, no seas grosero!

-Tienes razón, es un insulto a los monos.

En ese momento cayó un aguacero.

-¡Entra en esa hostal, rápido!

Los chicos, empapados, dejaron el auto y, riendo, entraron al recibidor del hostal.

-¡Bienvenidos! – dijo la señora que atendía - ¿Una habitación?

-Dos – dijo Candy.

-Una – dijo Terry.

-Con dos camas – dijo Candy.

-Con una – dijo Terry.

La señora los miró entornando los ojos.

-Este lugar es decente – dijo ella.

-Nosotros también – repuso Terry -, es que ella no se acostumbra a la idea del matrimonio.

-Muy bien, entonces una habitación matrimonial – sonrió la señora, pasándole una llave a Terry -. Está en el primer piso, al final del pasillo. ¿Desean algo para comer?

-Llévelo a la habitación – pidió Candy, mientras ambos se retiraban tomados de la mano.