En la mayoría de los dramiones Draco sufre por su condición de mortífago y Hermione termina convirtiéndose en su tabla de naúfrago. Me apetecía escribir una historia en la que se le diera la vuelta a esa situación y se esto fue lo mejor que se ocurrió. De modo que ya sabéis lo que podréis encontrar aquí, un Draco que ha superado sus demonios mientras que Hermione continúa atormentándose por lo que pasó en guerra. Pero que nadie se asuste, no todo es drama... ya lo vereis.

ooOOoo

EL REENCUENTRO 1: Hermione

El cielo encapotado amenazaba lluvia y el viento de otoño soplaba excepcionalmente frío en aquella mañana de finales de Septiembre. Hermione cruzó los brazos tratando de protegerse mientras pensaba que de haber sabido que tendría que pasarse la mañana en el puerto habría salido de casa más abrigada, por lo menos con unas medias, o mejor todavía, un pantalón, y así no tendría que estar cuidándose que el viento no le levantara la falda.

Aquel día se presentaba realmente malo, y no solo por el tiempo. Lo sabía desde el instante en el que al poco rato de llegar a la oficina Pete entró en su despacho con cara de cachorrito abandonado.

- ¿Qué es lo que quieres pedirme, Pete? – preguntó Hermione desviando la mirada de él y volviendo a concentrarse en el pergamino que tenía sobre su escritorio, tratando de hacerle entender que debía ser algo realmente importante para interrumpirla, pues estaba muy ocupada.

- No te lo vas a creer, acabo de recibir una lechuza del ministro de magia. – Informó Pete dejándose caer en una silla frente a ella.

- Claro que lo puedo creer, - le contestó Hermione sin levantar la vista - recibimos lechuzas de ministros constantemente. ¿De cual de ellos?, ¿el nuestro?

- Sí, - respondió Pete con aspecto cansado – quien más podría pedirnos algo semejante, y con tan poca antelación.

- ¿Qué es lo que ocurre? – preguntó Hermione levantado la mirada del pergamino, interesada por primera vez en el asunto.

- Parece ser que un hoy llega un joven acomodado, ya sabes, uno de esos chicos de apellido importante, con influencias en el Ministerio. Es la primera vez que visita el país y el ministro nos pide como favor personal que nos hagamos cargo de él.

- ¡Noooo! - exclamó Hermione empezando a sospechar lo que Pete pretendía.

- Por favor, Hermione.

- Pete, tenemos mucho trabajo aquí, no voy a pasarme todo el día haciendo de niñera de un rico malcriado.

- Me lo ha pedido el ministro en persona… - suplicó Pete.

- El ministro haría mejor ocupándose de otros asuntos más importantes. – Le cortó ella tajantemente. – Hace meses que el embajador dimitió y todavía no ha enviado a nadie para sustituirle. Ese puesto debería ser tuyo, eres el que saca adelante todo este embrollo de locos y nadie te lo agradece como debiera, nombra a un incompetente detrás de otro. Inútiles influyentes que solo buscan un retiro dorado en Nueva York sin dar palo al agua y que vuelven a Londres en cuanto se aburren de la ciudad.

Hermione creía que tal vez hubiera sido mejor idea instalar la embajada inglesa de magia en Washington, como las embajadas muggles. Pensaba que una ciudad administrativa, sin el carisma de Nueva York, atraería menos a los vividores que le solicitaban el puesto al ministro.

- Sabes que no puedo enviar a nadie más… - insistía Pete.

- Hay mucha gente en la embajada.

- Patanes sin educación que no saben relacionarse.

Hermione miró al viejo sonriendo, había cometido un desliz y ella lo aprovecharía.

- Yo tampoco sé relacionarme, sabes que mi vida social es un completo desastre.

- Porque tú te empeñas en que sea así – le llevó él la contraria – pero eres guapa, inteligente y encantadora, y tu educación es exquisita. Los hombres caerían rendidos a tus pies si quisieras.

Ella suspiró con desgana.

- No es necesario que me hagas la pelota, Pete – cedió Hermione con una mueca de disgusto – sabes que iría al fin del mundo si tú me lo pidieses, maldito manipulador.

- Eres maravillosa – contestó él mirándola satisfecho, tratando de contagiarle un poco de su optimismo. – Anímate un poco, no creo que sea para tanto, vas a recibirle al puerto, le acompañas a su hotel y le enseñas un poco la ciudad. Eso es todo.

- ¿Eso es todo? – preguntó Hermione irónicamente – menos mal, creía que tendría que arroparle por la noche. ¿Y tendré que ir a recibirle al puerto?, eso sí que es extraño, ¿porque no habrá utilizado un traslador?

- Tal vez le gusten los transportes muggles. – Opinó Pete.

- Pero podría haber cogido un avión.

- Si viene en barco el ministro ha tenido tiempo de sobra de avisarnos de su visita, - reflexionó Pete, cayendo en la cuenta de repente - no comprendo porque tiene que hacerlo todo en el último momento.

- A estas alturas deberías saber que esa es su costumbre. – Contestó Hermione sonriendo a su jefe.

Pero ahora no tenía absolutamente ningunas ganas de sonreír, a quien se le ocurre llegar en barco pudiendo usar un traslador, o un avión. Seguro que era un capricho de rico excéntrico, acostumbrado a abusar de su posición, ¿a que otra clase de persona se le podía ocurrir que era buena idea tener a alguien todo el día a su disposición? ¡Por Merlín!, ella era una diplomática, el trabajo estaría acumulándose en su oficina mientras se dedicaba a pasear con él por la ciudad, ¡qué manera de perder el tiempo! Miró al cielo, cubierto de nubarrones. Hacía mucho frío en el puerto, solo faltaba que se pusiera a llover.

Por suerte el barco que esperaba ya estaba atracando. Todos los viajeros se dirigían lentamente a la cubierta en la que se instalaría la pasarela para desembarcar, todos menos uno, un joven rubio vestido de negro que apoyado en la barandilla de la cubierta más alta fumaba un cigarrillo con gesto despreocupado.

Una ráfaga inesperada levantó la falda de Hermione que se apresuró a colocarla de nuevo de en su sitio maldiciendo su mala fortuna.

Poco después el barco había atracado y los pasajeros comenzaban a desembarcar, Hermione empezó a escudriñar la multitud cuando reparó en que ni siquiera sabía el nombre de la persona a la iba a recoger, tendría que pasar mucho tiempo esperando hasta localizar a algún desconocido con aspecto perdido. Buscaba entre las caras de la gente algún hombre joven que viajara solo, quizás con un poco de suerte no conocía bien las costumbres muggles y vestía de forma extraña, pero eso sería pedir demasiado, no veía a nadie que cumpliera con esas características. Era imposible que sucediera nada que pudiera empeorar más ese día, pero como para responder a ese pensamiento una voz que arrastraba elegantemente la palabras la sacó de su ensimismamiento.

- Que sorpresa, pero si es la sangre sucia.

Hermione cerró los ojos un momento mientras tomaba aire lentamente. No puede ser, pensó. No. No era cierto. No podía ser él, era imposible tener tan mala suerte en un solo día.

Deseó que solo fuera su imaginación jugándole una mala pasada, pero sin embargo se giró hacia la voz lo más despacio que pudo, sabedora de a quien iba a encontrarse y consciente de que una vez que le viera con sus propios ojos ya no le quedaría ni el consuelo de que se tratara de una mala alucinación.

- Deberías tener más cuidado con tu forma de expresarte, Malfoy, - le dijo retadora. Si sus insultos no la intimidaban en el colegio menos lo harían ahora, - o podrías acabar en Azkaban por hacer apología de tus ideas racistas. Tengo entendido que no es un lugar muy acogedor, aunque deberías saberlo, ahora que lo recuerdo ya has estado allí.

La sonrisa desapareció del rostro del joven, que la miró con gesto hosco.

- Hace mucho tiempo de eso… y mi nombre quedó completamente limpio. Parece que tu excelente memoria se ha vuelto selectiva y solo recuerda lo que le interesa. – Contestó él en tono poco amistoso.

Hermione estuvo tentada de replicar que había marcas difíciles de borrar pero se contuvo, aunque instintivamente sus ojos se desviaron al antebrazo izquierdo de Draco, oculto por una camisa de seda negra, donde ella sabía que una vez estuvo la marca de Lord Voldemort. Pero lo cierto era que todo el mundo evitaba hablar de la guerra, ella incluida, y recordó que él era una especie de invitado y que debía ser lo más amable posible.

Le miró sin decir palabra. Llevaba el pelo un poco más largo que en el colegio, casi podría decirse que era una melena corta, y estaba un poco más alto y musculado que entonces pero por lo demás apenas había cambiado. Entre los dos se produjo un silencio tenso.

- El tiempo te ha tratado bien, Granger. – Dijo él escudriñándola con la mirada. – Has cambiado desde que estábamos en Hogwarts.

¿Pero qué se creía mirándola así?, si pensaba que podía tratarla como si fuera ganado estaba muy equivocado.

- Tú en cambio sigues siendo tan insoportable como entonces. – Respondió secamente, sin reprimirse esta vez.

- Para ser una diplomática mantienes una actitud muy hostil. – Le reprochó él.

- Quizás sea porque no estoy acostumbrada a ser insultada al comenzar las conversaciones.

Draco no tuvo tiempo de replicar porque fue interrumpido por una morena espectacular que apareció con varios mozos que cargaban seis baúles enormes repartidos en sendos carritos. La morena se pegó a él y Draco pasó una mano por su cintura. A Hermione no le sorprendió en absoluto. Para satisfacer su enorme vanidad Malfoy se había buscado una nueva Pansy Parkinson que besara el suelo que él pisara.

- Draco, cariño, así que estabas aquí.

- Sí, Vivian. Esta es Granger, la envía la embajada.

- Encantada – murmuró Vivian sin apenas mirarla y pegándose más al rubio.

- Igualmente – contestó Hermione fríamente sin lograr ocultar su desagrado. -¿Ese es vuestro equipaje? – preguntó asombrada – será imposible meterlo en un solo coche.

Draco despidió a los mozos con una suculenta propina y echando un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie los veía redujo el tamaño de los baúles a menos de la mitad con un sencillo y rápido movimiento de varita.

- Solucionado, ¿adonde vamos ahora, Granger?

- ¿Cómo que adonde vamos? ¿Ni siquiera tenéis un hotel?

- Pues lo cierto es que no. Tendrás que llevarnos a uno.

- Ya. – Contestó Hermione sin disimular su contrariedad. – ¿Tienes alguno en mente?

- No, pero quiero el mejor. – Contestó con arrogancia.

- Por supuesto, - Hermione le dedicó una falsa sonrisa, - puedo llevaros al Night, está bien situado y creo que te gustará. Es caro pero supongo que el dinero no será problema.

- Pues claro que no es un problema ¿con quien crees que estás hablando, Granger?... – Draco se interrumpió bruscamente sin terminar la frase pero no hizo falta. Hermione supo perfectamente como pensaba terminarla: "¿Con Weasley?". El único motivo por el que no lo hizo fue porque seguramente no soportaba que Ron ya no fuera el chico de familia humilde que conociera en Hogwarts. Ahora era una estrella del Quiddich que se disputaban los mejores equipos de Inglaterra. En ese momento una enorme gota de lluvia calló sobre una de sus mejillas.

- Está empezando a llover. Por suerte la embajada ha enviado un coche, vayámonos de aquí cuanto antes – dijo Hermione apremiándoles.