¡Hola!

Éste es el último capítulo...ya sé que el fic es corto, pero es el más largo que he echo hasta ahora...

Bueno, espero que os guste más que los otros capítulos...aunque también es la primera vez que escribo un lemon, así que... :-/

Todos los comentarios y consejos son bienvenidos.

Loituma.

Atención: 1) Death Note pertenece a Ohba Tsugumi y Obata Takeshi. 2) Este capítulo contiene escenas de sexo explícitas.

Modificado el 25.2.2009



CRÓNICAS DE UN SECUESTRO


¡'''¡'''¡

Para ti soy ateo. Para Dios, la oposición.

(Woody Allen)

¡'''¡'''¡

Capítulo tercero: Tokyo, mon amour


)))))8(((((

La mujer llamada Halle no volvió a objetar.

"Ven, vamos, Sayu-san." me dijo pausadamente, y me llevó, una vez más, hasta su coche.

Recuerdo que las calles por las que pasábamos se iban convirtiendo más desérticas y oscuras según nos acercábamos al barrio donde se refugiaba Mello. Las pocas y distanciadas farolas arrojaban charcos de luz en la carretera y la radio emitía una hipnotizante melodía jazzera. Después de un buen rato así, Halle rompió el silencio.

"¿Qué quieres de Mello?"

Su voz triste y protectiva me incomodó ligeramente. Era la voz de una hermana mayor preocupada por el benjamín, la voz de una profesora que tiene que supervisar una salida escolar. A diferencia de lo que me pasó con la Dra Eisenhower, Halle me gustó desde el principio, así que decidí hablarle con franqueza.

"A pesar de lo que le he dicho a Near," empecé a confesar, "sólo quiero ver a Mello por verle una vez más. Tengo un mal presentimiento, como si..."

"...como si le estuviese acabando el tiempo."

Giré mi cabeza para mirarla extrañada. Había dicho exactamente lo que estaba pensando.

"Sí, así es."

"Te enamoraste y Mello te dijo que era mejor que no te acercaras más a él, ¿verdad?" me dijo con una sonrisa triste.

Volví a mirarla con perplejidad.

"...Sí."

"...Mello," volvió a comentar Halle, " a estado quedándose pensativo e irritándose por nada estos últimos tiempos. Sospechaba que había una chica por el medio, pero no pensaba que fueras tú."

Halle me miró con una sonrisa triste.

"Te daré un consejo. Aprovecha el tiempo que queda."

Se me hizo un nudo en la garganta y mis ojos empezaron a picar. Sabía que la mujer tenía razón. Nos faltaba tiempo.

"...Así lo haré."

***

Recuerdo que la tercera vez que vi a Mello, supe que era la última sobre la faz de la Tierra.

Era invierno, acabábamos de entrar en el Año Nuevo, y la nieve de la calle me había empapado los cabellos.

Mello estaba en compañía de un pelirrojo al que llamaba Matt. Me acuerdo de que estaba todo el rato jugando a los videojuegos y fumando un cigarro.

Recuerdo que cuando Mello le pidió que se fuera, se lo pidió mucho más amistosamente que a aquellos mafiosos de Los Ángeles.

Me acuerdo de que Matt y Halle se sonrieron cuando nos dejaron solos, pero que ni a Mello ni a mí nos importó.

Recuerdo que parecía feliz contra su propia voluntad de verme de nuevo.

"Te dije que era mejor que no nos viésemos." me comentó.

"No opinaba lo mismo." le respondí. "Mello, presiento que vas a hacer algo descabellado. Déjame tener, al menos, memorias en las que confortarme."

Recuerdo que me miró como si me hubiera vuelto azul.

"¿Cómo has sabido que...?"

"No sé nada, Mello. Sólo es una intuición. Me gustaría persuadirte de que no hagas nada temerario. Pero supongo que no serviría de nada."

Los azules ojos del joven me miraron con una paz que parecía casi antinatural para él.

"...No." me confirmó, "No serviría de nada. Es demasiado tarde para dar vuelta atrás. Si no hago esto, el caso Kira no se cerrará nunca." sentí que las lágrimas se hacían una pelota en mi garganta. "Y, además," añadió con cierto humor, "Pienso restregarle a Near por la cara el echo de que sin mí no hubiera podido resolver el caso."

Tragué mis lágrimas como pude y murmuré:

"Me hubiera gustado conocerte mejor."

Mello me ofreció la sonrisa más sincera que le hubiese visto nunca. Después de un tiempo en silencio, me dijo:

"...me alegra que hayas venido a verme."

No pude evitar una lágrima.

"...me das hambre." musité con una húmeda sonrisa.

Fue la primera y última vez que le oí reír en terreno mortal.

"Tú también." me respondió. "Tú también."

Lentamente, Mello se acercó hasta donde estaba yo. Nos quedamos a escasos centímetros sin mover ni un sólo músculo.

Y entonces me azotó el fuerte deseo de acariciar a aquel joven hombre, de besarle, de complacerle hasta hacerle gemir y jadear y rogar clemencia.

Era un deseo que nunca antes había tenido con tanta fuerza; me daba ganas de inmovilizarlo y acariciarlo hasta al límite de las sensaciones, como si un deseo primitivo y ancestral tomase las riendas de mi mente; un deseo de poder, de control, que no tuve nunca y que desde entonces no he tenido.

Mis mejillas se tornaron escarlata con estos pensamientos. Mello no era uno de los que se dejarían dominar fácilmente, y eso, en vez de disuadirme, me daba aún más ganas de intentarlo.

Me maldije mentalmente. Estaba algo disgustada conmigo misma.

Mello notó mi rubor y sonrió sensualmente.

"¿Qué?" tanteó. "¿Pensamientos pervertidos?"

Mis mejillas parecían tomates fritos.

Decidí ceder a mis deseos.

Con una rapidez inusual, agarré los brazos del rubio y lo empujé hasta hacerlo sentar en el sofá. Al pillarle desprevenido, Mello no me opuso resistencia y yo aproveché aquello para inmovilizarlo bajo mi peso.

Recuerdo que sus ojos y parte de su cara quedaron escondidos tras su flequillo, y que me pareció la cosa más sensual del mundo.

Vi cómo sus labios se torcían en una sonrisa.

"¿Sabes?" me dijo con una voz oscurecida por el deseo, "Es la primera vez que es mi pareja la que intenta dominarme." Y acto seguido, me miró intensamente por debajo de su cabello.

Recuerdo que me sentí como si estuviera digiriendo hierro al rojo vivo.

Hambrienta, agaché mi cabeza y empecé a besar y lamer la piel de su cuello. Al principio, evitaba las zonas quemadas pero, cuanto más crecía mi ardor, más cosas me atrevía a hacerle.

Oí un suspiro húmedo y mi corazón se aceleró.

Recorriendo un camino desde su mandíbula derecha hasta su oído, empecé a mordisquearle la parte inferior de la oreja.

"¿...sueles ser siempre tan agresiva?" me preguntó Mello con una voz grave que procedía de sus entrañas.

Acerqué mis labios a la entrada de su oído y le susurré con un aliento caliente:

"Sólo contigo."

Y acto seguido, deslicé mi lengua por aquel orificio.

Mello profirió un gruñido que acabó en gemido. Sentí bajo mi entrepierna que aquello le había gustado bastante, y una sonrisa de victoria apareció en mi cara.

Estaba disfrutando como un chiquillo el día de Navidad. Noté que sus ásperas manos habían empezado a deslizarse bajo mi camisa y sobre mis costados. La sensación era tan placentera que me arqueé bajo su tacto.

Sellé mi boca contra la suya con renovado fervor. Con la respiración agitada, mordí ligeramente su labio inferior y pasé mi lengua por sus dientes para pedirle entrada.

El contacto con su lengua fue como una descarga eléctrica. Tenía un dulce sabor a chocolate que yo me empeñé en lamer y, en cuanto pude, atraje su lengua hacia mi boca y succioné. Fui premiada con un gruñido y un empujón de sus caderas.

Le había gustado.

Separamos nuestras bocas para recuperar el aliento. Me vi reflejada en sus ardientes ojos azules y casi me asusté de lo que vi.

Lamí sus labios sin permitirle el beso, en el mismo instante, me aseguré de que sus brazos estaban bien sujetos. Aunque sabía perfectamente que si él quisiera, podría librarse en cualquier momento, así que preferí asegurarme.

"Esta vez, tú seras el que se somete y yo la que manda. ¿De acuerdo?" le dije con una parodia de tono autoritario.

"¿Te dije que soy rebelde hacia todo?" me respondió con una sonrisa juguetona.

Una risilla escapó de entre mis labios, y le besé con más dulzura.

Aunque la dulzura no tardó en desaparecer. Acabado el beso, cogí unos instantes para apreciar la vista que tenía ante mis ojos y se me olvidó respirar.

Mello se encontraba medio sentado medio tumbado bajo mi peso, los labios rojos y las mejillas encendidas, el pelo algo alborotado, con un chaleco de cuero que parecía serle demasiado pequeño y un pantalón negro que reprimía sus partes nobles en una estrechez que humedecía las mías.

Sentí que unas manos me agarraban las nalgas y el deseo me golpeó como un puñetazo al abdomen. Decidí que aquellos pantalones me eran tan dolorosos como para él.

En un arrebato de valor, empecé a hacerme un camino en su cuello a base de succiones y mordisqueos. Cuando llegué a la cremallera de su chaleco, lo cogí entre mis dientes y me levanté de su regazo. Separé sus piernas con mis rodillas y me arrodillé entre las suyas, apretando mi estómago contra su entrepierna y escuchando el resultado con placer.

Empecé a quitarle el chaleco y descubrí que no llevaba nada más que un rosario debajo. Abrí la prenda en dos pero, en vez de quitárselo directamente, empecé a acariciar, besar y lamer su piel detenidamente. Tenía un gusto salado debido al sudor, y su pecho subía y bajaba más rápidamente que antes. De repente, sus manos agarraron mi cabeza y su boca empezó a abrirse paso desde mi cuello hasta mis labios, lamiendo, besando y mordisqueando en un húmedo y caliente frenesí. Un gemido escapó mi boca y él sonrió contra mi piel. Apreté mi estómago contra su erección reprimida y él me respondió con un movimiento de caderas que aumentó mi calor corporal de 40 grados. Sentí que mi ropa interior se había ruinado con toda la humedad que me provocaba aquella situación, y decidí que estaba harta de esperar.

De echo, Mello también lo estaba.

Me apresuré a quitarle el chaleco pero me retrasé con sus pantalones. Anclé mi mirada en sus ojos empañados por el placer y le sonreí con toda la malicia que sentía en aquel momento. Poco a poco, acerqué mis boca a las cuerdas entrecruzadas que adornaban la parte anterior de sus pantalones, humedecí mis labios y volví a mirar arriba.

Mello contuvo la respiración y se le agrandaron los ojos al entender lo que quería hacerle. Sin dejar de mirarle, agarré una de las cuerdas y empecé a desatarlo todo. Al instante, sentí contra mi rostro el reprimido entusiasmo de su miembro y una nueva oleada humedeció mi entrepierna. Con un renovado ardor, me deshice de la cremallera que era el verdadero obstáculo, y le dejé aquellos estrechos pantalones en su sitio.

No pude evitar una traviesa sonrisa.

"¿Y la ropa interior?"

Mello me miró con lasciva picardía.

"Nunca los llevo. Me dan escozores."

Yo solté una risita, pero en cuanto volví a bajar mi vista, me quedé sin aliento. Ver a su miembro erguido orgullosamente me produjo casi un placer físico. Hipnotizado por él, me acerqué despacio y soplé un aire frío en la cima.

Sentí que Mello se agarraba al sofá hasta poner blancos los nudillos, y cuando le miré, unos pozos de deseo nublado me rogaban desde su cara.

Actué sin reflexionar.

Abrí la boca sobre su miembro y arrojé un cálido aliento sobre él. Su virilidad vibró al mismo tiempo que su garganta, y yo, hipnotizada, saqué mi lengua y lamí tentativamente el líquido de su parte superior mientras acariciaba sus testículos.

Sus gemidos subieron un par de decibelios, y yo maullé de incrédulo placer. Nunca, en mi vida, hubiera pensado que lo que estaba haciendo pudiera ser tan increíblemente erótico.

Sacando mi lengua una vez más, empecé a lamer la parte inferior de su miembro al modo de un helado que se derritiese. Mello se puso a gemir en cadena, y cuando empecé a succionar su virilidad, profirió un grito ahogado y lanzó sus manos a mis cabellos. Aquello me excitó tanto que gemí gravemente contra su miembro, lo que provocó otro jadeo y un empujón de caderas contra mi cara.

Ya no podía más; mi feminidad me dolía de lo intensa que era mi impaciencia. Sin preocuparme por mi minifalda, me quité la ropa interior y la camisa con febril impaciencia. Tomé apoyo en los hombros de Mello y me coloqué sobre su orgullosa virilidad. Con deliberada lentitud, me hundí en aquella estaca muscular y gemí.

Era mejor que otras veces. Empecé a subir y bajar tomándome mi tiempo para degustar lo que tanto había estado esperando.

Sin previo aviso, sentí que una ardiente y húmeda boca se ponía a lamer y succionar mis pezones, arrancándome jadeos y gemidos. Mi espalda se arqueó en un ángulo de gimnasta y mi cabeza cayó hacia atrás.

"Sayu..."

No le hice caso.

"¡Sayu!"

El tono imperativo de Mello me sacó de mis nubes.

"Sayu, para. Me toca a mí" me dijo con una voz ronca.

Al principio no tenía ni idea de lo que hablaba.

"¿Qué?"

"Me toca ser el que manda." me repitió con una sonrisa oscura. Y con un ágil movimiento, me elevó de mi posición y me desplazó a un lado.

"¿Eh?"

Para cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, Mello me había tumbado contra el sofá. Sus manos empezaron acariciando mis costados en un camino que dejaba mi piel en fuego. Sus palmas, ásperas y suaves a la vez, viajaron hasta mi cintura y se toparon con la única prenda que llevaba puesta.

Sentí su sonrisa contra la piel de mi cuello.

"¿Sabes que chicas obedientes en minifaldas son mis fantasías preferidas?"

"Machista", le acusé con una sonrisa en mis labios.

Mello chascó su lengua dos veces para negar mi acusación.

"Si fuera machista no hubiera disfrutado tanto con la manera en que me has toreado antes."

El sofá ahogó mi bufido burlón.

"Decidiré si eres machista o no el día en que te vea fregar los platos mientras una mujer esté a tu lado mirando la televisión."

Adiviné más que noté la arrogante sonrisa en su cara.

"Acepto el reto."

Su mano se deslizó de mi cintura a la parte inferior de mis pechos desnudos. Acariciando casi con desgana, acercó su cálido aliento a mi oreja.

"Vamos, date la vuelta."

Obedecí con electricidad estática en mi piel. Sin perder tiempo, Mello se sentó sobre mis muslos y me lanzó una mirada más oscura y sensual que endureció mis pezones.

Aquellos pantalones eran mi perdición. Aquel cuerpo divino me mandaría al infierno.

Qué estoy diciendo, Mello fue mi perdición desde que lo vi por primera vez.

Sonriendo como un duende, bajó su cara hasta que su desordenado pelo atractivo rodeó mi rostro y, poco a poco, acercó sus labios a los míos. Sentí que una descarga eléctrica me recorría la espalda al volver a estar en contacto con sus suaves labios. Sus manos agarraron mis muñecas con una sonrisa maliciosa y empezó a besarme y lamer mi piel desde mi mandíbula hasta mi cuello, donde un húmedo beso a boca abierta me hizo soltar un suspiro. Tenía el cuerpo en fuego por el placer negado; mi feminidad ansiaba por volver a llenarse y así se lo hice saber a Mello con un gemido y un movimiento de caderas.

Sin embargo, parecía que el rubio quería tomarse su tiempo para torturarme. Su mano derecha dejó mi muñeca y se deslizó por mi brazo hasta mi pecho. Gemí al notar la áspera palma que masajeaba de nuevo una de mis partes más sensibles del cuerpo. Su lengua se deslizó de mi cuello a mi oreja y empezó a explorar mi oído con ardiente humedad.

Mi espalda se arqueó y mis piernas se separaron inconscientemente.

Mello, complacido con mis respuestas, se apoderó de mi otro pecho con su mano izquierda y empezó a juguetear con la rosadas cimas. Un gemido cruzó mis labios y el rubio aprovechó para conquistar mi boca con su lengua. Una vez más, una sensación de incandescencia recorrió mi cuerpo.

Mello, con un gruñido, apretó sus caderas contra las mías y yo, al notar su excitación, le respondí con el mismo movimiento.

Sentí que mi feminidad estaba arruinando los (¡benditos!) pantalones de Mello, que se estaba tornando más agresivo con cada segundo que pasaba.

"Sayu", me dijo con un gruñido, "Vuelve a dar la vuelta."

Tardé en registrar sus palabras en mi mente.

"¿...Eh?"

"Date la vuelta."

Su voz autoritaria mandó un escalofrío por mi espalda y obedecí como pude. El echo de que Mello tomase las riendas con tanta naturalidad provocó una involuntaria contracción en mi entrepierna.

"Quédate sobre tus codos y tus rodillas." escuché que decía.

Con otra descarga eléctrica recorriendo mi cuerpo, volví a obedecerle.

Sus ardientes manos ásperas agarraron los costados de mi espalda y empezaron a descender por mi cintura hasta mis nalgas, pausándose en aquella última parte el tiempo suficiente para que mi espalda volviese a arquearse.

Sus manos se colocaron bajo mi minifalda, en la parte inferior de mis caderas, de modo que me tenía bien sujeta. No pude soportarlo y un quejido escapó mis labios. La pose, el ambiente, todo aquello ponía mi piel en llamas y mi feminidad estaba tan impaciente que pulsaba dolorosamente.

Y entonces, sentí un aire frío y luego cálido que acarició mis labios más privados.

Al instante, gemí y ofrecí mi entrepierna a la cara que sabía que se encontraba ahí. Cumpliendo mis deseos, una lengua caprichosa empezó a explorar y lamer la humedad de la zona.

Mis gemidos subieron de tono al instante. Su lengua empezó a revolcarse y aventurarse por la entrada a mi feminidad, imitando el movimiento que su orgulloso miembro ejecutaría más adelante. Mi mente se empañó con un vaho de placer y mi lengua empezó a humedecer mis labios frenéticamente.

Y entonces vino el comienzo del fin.

La misma mano áspera que agarraba mi cadera derecha se deslizó por mi muslo hasta colocar el dedo corazón en mi centro nervioso.

Empezó a friccionar con insistencia y mi cabeza cayó hacia atrás.

"¡Mello!"

Me imaginé que el rubio sonreía con orgullo.

"M...Mello..."

Mi voz se había vuelto rogador. Como única respuesta, Mello retiró su mano y continuó con la fricción usando su erguida virilidad.

El contacto con el ardiente músculo me arrancó un gemido de placer y me hizo arquear mi espalda aún más.

"¡Dios...!" exclamé al sentir que estaba cerca de la cima.

"Sí, así me llaman algunos." me respondió Mello con una sonrisa pícara que se notaba en la voz. Y, justo cuando a Sayu le parecía que había llegado a la meta, Mello paró sus caricias.

"Agárrate al posabrazos del sofá." me ordenó antes de que pudiera protestar. Intuyendo lo que quería, hice lo pedido.

Al instante, sentí como su erecto miembro me penetraba como un arpón incandescente y solté un largo gemido.

"Dios mío..." exclamé.

Mello, excitado, gruñó de placer y su lengua se puso a lamer mi cuello frenéticamente. Con el brazo izquierdo rodeando mis caderas, su mano derecha se deslizó por mi vientre hasta encontrar la perla de mis placeres. Cuando lo encontró, empezó a embestir contra mis nalgas al mismo tiempo en que frotaba mi clítoris con su dedo.

"Ya te había prevenido," me gruñó contra mi cuello, " que chicas obedientes en minifalda me ponen a cien."

Yo sonreí y gemí de placer; la virilidad de Mello había encontrado mi zona sensible y la atacaba con cada ir y venir haciéndome gritar de gozo. A medida que nuestra pasión aumentaba, nuestros movimientos se tornaron más entusiastas provocando una corriente de aire allá donde mi falda chocaba contra mis muslos.

La fricción de su mano derecha se volvió más insistente y jadeos remplazaron mi respiración.

"M...Mello...necesito...más..."

No sabía cómo expresarlo pero Mello me entendió perfectamente. Sus embestidas se convirtieron más intensas y veloces.

"Ah...¡Aah!"

Fue como una erupción volcánica, como una ola de bienestar gigante que arrasaba mis sentidos y por un momento mi visión se tornó roja.

Con un grito similar al mío, sentí cómo el miembro del rubio se contraía en espasmos un líquido ardiente salpicaba mi interior.

Me caí sobre el sofá y Mello cayó sobre mí. Permanecimos así tumbados durante un buen tiempo hasta que Mello volvió a hablar.

"Sinceramente," empezó a decir con una voz ligeramente ronca, "me alegro de que hayas venido."

Yo sonreí contra el sofá para mostrar mi acuerdo.

"Vámonos a la cama, aquí nos vamos a enfriar."

Y acurrucados en el viejo colchón del suelo, dormimos bajo la protección de una vieja manta áspera.

***

Recuerdo que la despedida había sido larga y dolorosa. Yo no conseguía deshacerme de la sensación de que no volvería a verle nunca más, de que se me iría de entre las manos.

Pero, tragándome mis lágrimas, salí de la puerta por el que Matt entraba y Halle me esperaba.

Pasó una semana sin noticias y entonces sucedió.

Cuando vi por la televisión el cuerpo fusilado de Matt, supe que Mello correría el mismo destino.

En aquél mismo instante me llamó Halle desde su teléfono móvil: Mello se hallaba calcinado bajo tonas de madera y piedra. Me quedé sorda, muda, ciega e insensible durante las próximas horas. Ninguna lágrima cruzó mis ojos.

Como un autómata, empecé a rehacer mi vida normal y a recuperar el tiempo perdido en la universidad. Entre mis pechos llevaba, escondido, un rosario que no me pertenecía.

Continué con aquella parodia de rutina durante varios meses. Empecé a adelgazar y a estar fatigada a todas horas.

Me diagnosticaron anemia. Al cabo de unas semanas, una fiebre de 38º y una pneumonía me volvieron a mandar a la cama.

Pasé mes y medio sin que pudieran quitarme la infección. Cuando la diarrea se sumó a todo esto, los médicos me lo dijeron sin rodeos. Infectada por el SIDA, varios meses de vida. ¿Antecedentes en la familia? No, ninguno. ¿Uso de jeringuillas contaminadas? No soy adicta a la heroína, gracias. ¿Relaciones sexuales sin protección?

Como ya lo he dicho, Mello fue mi perdición desde el primer momento en que lo vi.

Pero no me importaba.

Me propusieron hacer la quimioterapia, yo me negué. ¿Para qué andar tomando diez medicamentos cada comida para morir igualmente? Decidí aceptar mi destino.

Comprendo, sin embargo, que para mi madre fue la gota que colmó el vaso. Después de la defunción de mi padre, y de la muerte y culpabilidad de mi hermano, mi cáncer destrozó los pocos nervios que tenía. Sin embargo, a diferencia de los otros miembros de su familia, mi madre decidió luchar y continuar viviendo.

Yo no pude, y por eso, la admiro.

Meses después de que me pronosticaran la SIDA, morí.

Morir no fue tan difícil como pensaba. Al principio, a pesar de toda mi resignación, estaba algo inquieta, pero pronto se me pasó.

Empecé a entrar y salir de mi cuerpo y, aunque los ojos de mi cuerpo estuviesen cerrados, pude ver la triste pero serena cara de mi madre.

Es una visión que guardaré para la eternidad.

Al cabo de un momento, sentí que me hacía ligera y que un hilo de luz me tiraba hacia el techo. Volé fuera del hospital y me adentré entre las nubes siguiendo a mi hilo de luz.

A mi alrededor, miles y miles de otras personas, animales y plantas eran guiadas a un mismo arco de dimensiones descomunales, de la cual venía una suave luz turquesa, moviéndose como la luz que se filtra por los mares tropicales.

Y entonces, entre la multitud de almas, le vi. Sin poder creer mis ojos, me acerqué hasta donde estaba y le sonreí.

"Parece que nos volvemos a encontrar."

Mello le pegó un mordisco a su tableta de chocolate (¿Cómo se las arregla para tener siempre uno al lado?) y agitó perezosamente un par de alas de urraca, mudo y sonriente.

"No pensaba que te volviese a ver en el cielo, Mello."

El rubio bufó y me sonrió sarcásticamente.

"¿Y quién dice que esto sea el cielo? Espera a que te metan en la administración, o de portero, como yo. Ya veremos luego."

Yo me puse a reír a carcajadas. ¿Puesto de portero?¿Administración?¿Qué clase de muerte me ha tocado?

Pero ésa, amigos, es otra historia.


Nota de la Autora: Al principio quería que acabase con la muerte de Sayu, pero...no pude evitar escribir un final feliz. ¿Queda raro así?

25.1.2009: Gracias a Axia por señalarme que era raro lo del cáncer de Sayu... Normal, la forma de transmisión y los síntomas son...del SIDA. Fallo tonto. Mea culpa, lo siento :-/