Hola! Aquí estoy otra vez con un pequeño fic (no pretendo más de 10 capítulos) de Harry Potter en un AU inspirado en un pequeño desafío que yo misma tuve que hacer en la época en que estudiaba teatro. Les dejo un pequeño Summary para que tengan idea de qué se trata. Espero que sea de su agrado... dejen un review! Mil besos.
Cuatro Paredes: Tres paredes rodean el escenario. La cuarta pared, el 'agujero negro', es el constante desafío de quienes se atreven a poner sus pies sobre las tablas y se permiten hablar con el lenguaje corporal. Hermione y Ron no saben que, mientras trabajan en un nuevo proyecto para el taller del Instituto al que asisten, le dan libre albedrío a la maraña de sentimientos que tienen por el otro. Con la complicidad de sus amigos Harry y Ginny, lograrán mostrar algo más que simple y pura sensualidad.
1. Sensualidad
El Instituto Saint Louis de Arte, Diseño y Comunicaciones es un muy reconocido colegio pupilo del estado de Missouri y está erigido sobre un viejo edificio de diez plantas reconstruido por su fundador y sus predecesores. Allí, jóvenes de todas partes del mundo se reconocen como pares y conviven en un cálido ambiente de igualdad e ideales semejantes. Fácilmente visible a lo lejos, el territorio está rodeado de una gran extensión de césped donde se desarrollan las actividades extracurriculares, aunque el foco donde se concentran los estudiantes se encuentra en el centro mismo de la zona, donde se dictan las clases para todos los niveles de colegio secundario.
Conseguir una plaza en este sitio es una tarea difícil tanto para los padres y tutores como para los alumnos ingresantes. Los primeros deben pagar una buena suma de dinero que asegure la estadía durante los seis años de estudios de sus hijos, y los segundos se encargan de hacer el resto del trabajo. Directivos, profesores y evaluadores comienzan pruebas con dos meses de anticipación para aceptar o rechazar a los estudiantes. Pero no se trata de pruebas comunes y corrientes; porque éste es un instituto particularmente distinto.
Allí las orientaciones para los estudios posteriores, universitarios y terciarios, están específicamente creadas para futuros artistas. Quienes tuvieron el privilegio de graduarse en el colegio St. Louis pasaron el resto de sus vidas dedicados de lleno a las artes en general, o bien al diseño o las comunicaciones en particular. Los corredores, pasillos y habitaciones de dicho edificio hablan por sí solas: los estudiantes se las han arreglado para impregnar con sus creaciones las paredes de todos los sitios que pudieron alcanzar, incluyendo en ocasiones el cielo raso o el suelo de antigua cerámica española. Las únicas paredes que han sido respetadas por los futuros artistas fueron las de las aulas de estudio, aunque se sospechaba que no sería por mucho tiempo. La vigilancia se limitaba a un único viejo celador que vagabundeaba por los pasillos, día y noche, esperando a encontrar a alguien con las manos en la masa; pero el cascarrabias señor Filch comenzaba a perder sus atributos terroríficos, y los educandos, a su vez, iban perdiéndole el miedo.
El señor Filch estaba presente en el mismísimo inicio de los sucesos que tuvieron lugar esa tarde cobriza de febrero en el St. Louis. No es que fuera un viejo chismoso ni que estuviera prestando particular atención a lo que pasaba a su alrededor más allá del trapeador con el que estaba intentando sacar una mancha del suelo, pero era difícil pasar completamente por alto a una cabeza pelirroja corriendo a toda velocidad por el pasillo vacío hacia una de las aulas de los talleres extracurriculares, como también hubiera resultado complicado omitir el chillido que se escuchó en el momento en que un cuerpo colisionó contra una puerta cerrada cuando no fue capaz de reducir a tiempo la velocidad de sus pasos. Argus Filch levantó la mirada de la gran mancha de tinta indeleble que había estado tratando de limpiar para ver a la muchacha causante de aquel alboroto sosteniéndose la cabeza con ambas manos y una mueca de dolor en los labios. Esbozó una maliciosa sonrisa, y estaba a punto de burlarse de ella cuando la oyó mascullar con un marcado acento británico:
-¡Diablos! Estúpida puerta. –se apretó la frente con una sola mano, todavía adolorida, mientras golpeaba salvajemente con el puño a la fuente de su dolor, alzando la voz para hacerse oír. –¡Profesor Lupin! ¡Profesor Lupin, abra la puerta por favor!
El señor Filch carraspeó sonoramente y comenzó a acercarse a ella con paso firme, alzando las cejas. La chica se giró hacia él con sorpresa primero, y con hastío en cuanto lo reconoció. Antes de que el viejo conserje alcanzara siquiera a abrir la boca, ella atacó primero.
-No me digas que darme un porrazo en la frente merece un castigo, Filch, porque no estoy de buenas hoy.
-No me hables de esa manera, niña insolente. –escupió el conserje, alzando una mano arrugada de uñas muy sucias contraída en un puño, como si fuese a golpearla. Ella no se dejó intimidar y le lanzó una mirada furiosa antes de volverse otra vez hacia la puerta para continuar aporreándola. -¡Eh, niña, hay otros alumnos en clase, por si no te has percatado!
La joven pelirroja no le hizo caso. Por el contrario, sólo consiguió hacerlo rabiar más cuando llamó de nuevo, esta vez con ambos puños, al tiempo que gritaba:
-¡Profesor Lupin! ¡Por favor! ¡Abra la…! –antes de que pudiera siquiera terminar la frase, la enorme y antigua puerta de madera de roble se había abierto con un sonoro chirrido. Un hombre delgado y alto de no más de cuarenta años estaba de pie en el umbral, mirándola con una expresión insondable en el rictus. –…puerta.
-Señorita Weasley. –saludó con un tono monocorde el adulto, pasando la vista entre ella y el celador, que se quedó de pie esperando ser espectador de una reprimenda que jamás llegaría.
-Profesor Lupin, lo siento mucho. No quería llegar tan tarde, pero la profesora Trelawney insistió con que… –comenzó a barbotar ella, pero el hombre la interrumpió con un asomo de sonrisa traviesa en los labios.
-Me lo va a tener que explicar adentro. –abrió la puerta un poco más para darle paso, y la joven no dudó en adentrarse en el oscuro salón que había detrás. Mientras se internaba en el aula escuchó a su profesor dirigirse a Filch. –Señor Filch, me haría usted un gran favor si me acercara el equipo de música de la planta alta. El nuestro se ha descompuesto y no he encontrado un momento para arreglarlo. –el anciano abrió la boca, indignado, para protestar, pero en el momento en que iba a soltar la primera palabrota el otro hombre le cerró la puerta en las narices. Momentos después se estaba encaminando a las escaleras farfullando incoherencias, todavía con el trapeador en la mano.
Dentro del aula 6 de talleres, un grupo de alumnos que acababan de ser interrumpidos en medio de su avanzada clase miraban con curiosidad a la joven que acababa de aparecer. Estaban sentados en el suelo, casi todos con las piernas cruzadas y sin zapatillas, repartidos en distintos almohadones desvencijados y con olor a polvo. La pelirroja se quitó el calzado con dos puntapiés y se dejó caer con un suspiro al lado de un chico de espeso cabello negro desordenado y lentes, que la miraba entre confundido y divertido.
-¿Otra vez las partituras de Trelawney? –preguntó con el mismo acento británico, aunque su tono era casi una afirmación divertida. Ella se giró hacia él con el ceño fruncido.
-No te burles, Harry. Estoy harta de perderme el inicio de esta clase por culpa de esa libélula chiflada.
-Deberías dejar esa materia, como hicimos nosotros. –se entrometió otro joven sentado al otro lado del chico moreno. A simple vista el parentesco entre ellos era obvio: el color zanahoria del cabello, las pecas esparcidas por la nariz y las mejillas, la tez pálida, las largas pestañas.
-A mamá no le va a gustar mucho si la dejo. –replicó ella con enojo en el momento en que el profesor que acababa de abrirle la puerta del aula se acercaba hasta ellos y se dejaba caer en uno de los almohadones sin dueño, con aspecto algo cansado. –Profesor Lupin…
-Ya sé, Ginny, no tienes que decirme nada. –la cortó, alzando una mano y esbozando una tranquilizadora sonrisa. –Conozco a Sybill desde hace muchos años y sé de buena fuente que este año se la ha tomado contigo. –la chica asintió en acuerdo y se tranquilizó. –Debes tocar muy bien para que te haya retenido tanto… ¡Te has perdido la mitad de la clase! En fin, volvamos a donde nos habíamos quedado.
La clase optativa del taller de teatro y expresión artística continuó de manera fluida, como si nadie la hubiera interrumpido, durante otros diez minutos. Ese día no había mucho para hacer, puesto que todavía no tenían programado el nuevo proyecto. El profesor Remus Lupin estaba haciendo una larga introducción al tema que iban a tratar esta vez antes de presentarles la idea principal, haciendo tiempo a que llegara el grabador que le había encargado al conserje. Cuando por fin apareció Filch con un pequeño equipo de música, todavía mascullando entre dientes, el profesor se puso de pie y tomó un disco de entre sus pertenencias, echadas sin decoro en un rincón, para acercarse nuevamente al lugar donde el aparato había sido enchufado. Lo colocó con cuidado, pero no lo encendió.
-Quiero que escuchen atentamente estas dos canciones que les voy a pasar. –indicó girándose hacia sus alumnos, que asintieron enérgicamente con la cabeza. –Presten atención al ritmo, los instrumentos, la música en conjunto; pero sobre todo tengan muy en cuenta la voz de la cantante. La voz es lo más importante.
Apretó un botón que hizo un ligero clic y volvió silenciosamente a su sitio para escuchar junto con sus jóvenes estudiantes. Algunos de ellos habían cerrado los ojos para dejarse llevar más libremente por la música, otros simplemente tenían la mirada perdida en el suelo o la pared que tenían enfrente, prestando atención a los puntos básicos que Lupin les había señalado. El primer tema era una melodía tranquila y romántica que comenzaba en un tono casi sedante, como una nana. La voz de la cantante no tardó en hacerse oír por encima de los instrumentos con una fuerza inusual, haciendo eco entre las paredes del enorme aula semivacía y penetrando con fuerza en los oídos de los chicos. Ginny Weasley seguía el ritmo con una mano, dando suaves palmaditas sobre su propia rodilla, con los ojos cerrados en concentración. A su lado, una joven alta de cabello rubio y grandes ojos azules perdidos en la loza del suelo trazaba líneas invisibles con la yema de un dedo sobre uno de sus pies descalzos. Cada tanto alzaba la mirada y buscaba al pelirrojo hermano de la chica Weasley, pero lanzaba un suspiro frustrado al ver que él tenía los ojos cubiertos por una de sus grandes manos mientras el resto de su cuerpo parecía reaccionar con tranquilidad a la música. Cuando las últimas notas resonaron por todo el lugar y se oyó un pequeño silencio entre una canción y la siguiente, casi todos abrieron los ojos y se miraron unos a otros con curiosidad y simpatía. La única que permaneció con la cabeza gacha fue una joven castaña sentada junto al hermano Weasley. Tenía una de sus manos enredada en el cabello y, aunque nadie lo notó, parecía muy conmocionada.
El silencio fue en seguida opacado por la música de la siguiente melodía y la situación fue muy similar. Nadie había dicho nada y lo único que se oía ahora eran los suaves suspiros de algunas de las mujeres, entregadas por completo a las sensaciones que les transmitían la música y la voz de la soprano. Los minutos que duró la canción parecieron pasar deliciosamente lentos para todos los presentes, hasta que al final el silencio se hizo definitivo y el profesor Lupin se puso de pie otra vez para quitar el CD. Cuando volvió a sentarse se tomó un momento para reparar en las caras de algunos de sus alumnos, y cuando llegó al último esbozó una ligera sonrisa.
-¿Y bien? –inquirió en general –¿Qué les pareció?
-Es brillante. –dijo en un susurro apenas audible la joven castaña, que por fin había levantado la vista. Tenía los ojos oscuros empañados por la emoción y miraba a los ojos a su profesor con una expresión casi agradecida.
-¿Qué les transmitió esta música?
Hubo un momento de silencio en el que los alumnos pensaron en lo que se les había preguntado hasta que la voz profunda de un chico de tez morena sentado junto al profesor se hizo oír con claridad:
-Transmite una tranquilidad extraña… una sensación de paz…
-Cariño también, creo. –agregó la joven rubia de ojos azules. –Había amor en el tono en el que cantaba.
-No era una canción romántica, Lavender. –le contestó con escepticismo un muchacho de cabello color arena sentado a su lado. –La letra no hablaba de amor.
-Yo no dije nada de la letra. –replicó la joven, y le sacó la lengua de manera muy infantil. El chico rodó los ojos.
-¿Algo más? –preguntó el profesor, mirando a los que no habían hablado.
-A mi me dieron ganas de… um, bueno, de cantar. De cantar como ella. –dijo Ginny Weasley, pensativa, y tras un momento de silencio agregó: –De poder expresar mis sentimientos tan libremente como ella lo hizo, sólo con música.
-Era como si estuviese expresando un deseo, un anhelo escondido tras las palabras y el tono de su voz. –suspiró dramáticamente la rubia que había hablado antes. Algunos de los otros asintieron con la cabeza, y cuando nadie tuvo nada más para agregar, todos miraron al profesor, que sonrió afablemente.
-Bien… -se acomodó un poco en el almohadón en el que estaba sentado y, tras aclararse la garganta, siguió: -Les voy a poner un desafío esta vez. Quiero algo distinto. Hemos trabajado mucho con la comedia y el drama durante este año, pero necesitamos explorar otras cosas.
-No nos va a hacer cantar esto, ¿verdad? –exclamó, casi horrorizado, el joven pelirrojo. Remus Lupin negó con la cabeza y rió suavemente.
-No, Ron, no los voy a obligar a cantar. Aquí trabajamos con el cuerpo más que con la voz, tú bien lo sabes. Lo que vamos a buscar esta vez está ligado a estas canciones. Quiero que se pongan en parejas, un hombre y una mujer, y tomen una copia de mi CD para escuchar con más atención las dos canciones y escojan una. Para elegir, tienen que tener en cuenta lo siguiente: cuando se suban a ese escenario deberán dar lo mejor de sí para transmitir al público una única sensación: sensualidad. –hizo una pausa para ver, en las expresiones de todos, una incredulidad casi palpable. –No me miren así. No les estoy pidiendo una escena de erotismo. Tienen que encontrar la manera de transmitir, con algo cotidiano y en el tiempo que dura la canción que hayan escogido, el mismo mensaje que nos deja la cantante de esta banda con su música y su voz. Para eso les recomiendo que observen con detenimiento a las parejas que se crucen en los siguientes días. –se puso de pie, haciéndoles un gesto a los jóvenes para que lo imitaran, y tendiéndole la mano a una chica de rasgos hindúes con una larga trenza negra cayéndole por uno de los hombros. La joven tomó su mano, confundida, y se dejó arrastrar hasta quedar completamente erguida. Lupin, que no le había soltado la mano, la levantó junto con la suya y la besó sutilmente sin dejar de mirarla fijamente a los ojos, logrando que se ruborizara notablemente. –Un gesto, una palabra… e incluso, un tono determinado de voz –siguió explicando, utilizando un tono más ronco y suave que hasta entonces, mientras alzaba la otra mano y le acariciaba la mejilla sonrosada con el pulgar. –pueden transmitir muchas más cosas de las que ustedes se imaginan. Estudien el comportamiento de los enamorados. Encuentren la manera de transmitir sensualidad sin cruzar la línea del erotismo. Sean sutiles, pero den lo mejor de sí. Parvati. –inclinó la cabeza hacia la joven, que sonrió, algo atontada, y se giró hacia el enorme reloj de pie junto a la puerta para echar una mirada. –Recuerden, por parejas, y para dentro de dos semanas. Los veo la próxima clase. ¡Adiós!
Y sin decir nada más, recogió sus zapatos del suelo junto al almohadón que había utilizado y subió las escaleras del escenario para marcharse por detrás de las bambalinas con intenciones de preparar su siguiente clase. Los alumnos se tomaron un momento para volver a calzarse las zapatillas y salieron desordenadamente por la puerta de roble, comentando la clase en voz alta. Los últimos en salir, encargados de cerrar la puerta de la sala de teatro, eran los hermanos pelirrojos y sus dos amigos: el moreno de anteojos y la joven castaña de cabello crespo.
-Esto va a ser interesante. –aseguró el más alto de todos, Ron, con una sonrisa en los labios.
-Es diferente a lo que hemos trabajado hasta ahora. Me parece que será un verdadero desafío. –comentó la joven castaña que caminaba a su lado.
-A Lupin le gustan los desafíos, ¿eh? –comentó Harry, divertido, rodeando casualmente por la cintura a Ginny mientras iban caminando por el pasillo.
-No puede ser un desafío para nosotros, amor. –contestó ella, batiendo las pestañas como parodiando a una melosa enamorada. –Tenemos que actuar como una pareja cuando ya somos una pareja.
-¡Momento! –se hizo escuchar Ron, que iba un paso por detrás de ellos, haciendo que se detuvieran en seco y se giraran para mirarlo sin siquiera haberse soltado el uno al otro. –Ustedes dos no van a estar juntos en esto, no esta vez.
-¿Qué? ¿Por qué? –preguntó, confundido, su mejor amigo.
-¿Acaso estás loco? ¡Suficiente tengo con verlos besuquearse todos los días! No voy a permitir que te… frotes con mi hermanita, en un escenario delante de todos nuestros compañeros mirando... –la otra chica lanzó una carcajada sin poder contenerse. –¿Qué te causa tanta gracia, Hermione?
-Eres… eres ridículo, Ron. –respondió ella entre risas, mirando alternativamente a sus tres amigos. –Lupin acaba de decirlo, no estamos buscando una escena de erotismo. No hace falta que se… ¿qué fue lo que dijiste? Que se froten en el escenario.
Ella se rió de nuevo, todavía más fuerte, y Harry la acompañó con una mueca divertida. Ginny, en cambio, se había llevado ambas manos a la cintura y había puesto una expresión de enfado que, incluso en la oscuridad del corredor en el que estaban, daba algo de miedo.
-Ronald Weasley. –espetó, frunciendo el ceño. –Si no quieres que lo haga con Harry, que es tu mejor amigo, ¿con quién pretendes que yo…?
-No hay punto de discusión. –interrumpió el moreno, repentinamente serio. Habían empezado a caminar otra vez y se estaban acercando al pasillo en el que estaba la habitación que compartían las chicas –No vas a seducir a nadie que no sea yo.
Esta vez fue el turno de los hermanos de soltar una carcajada, aunque el mayor de los dos se recompuso en seguida, mirando seriamente a sus amigos.
-En serio, de verdad que no quiero ver eso. –se quedó callado un momento, con la mirada perdida en un punto fijo en la pared de enfrente, y de repente tronó los dedos. –Tengo una idea.
-Vaya, no lo puedo creer. Hasta que por fin pones en funcionamiento ese cerebro. –se burló Ginny con ironía. Él no le hizo caso.
-Haremos esto: tú vas a hacerlo conmigo y…
-¿Te volviste loco? ¡Yo no puedo seducir a mi propio hermano! –se escandalizó ella, echándole una mirada furibunda.
-No me interrumpas, escucha. Tú lo haces conmigo, pero seré yo quien te seduzca. –al ver que ella iba a interrumpirlo otra vez, la acalló alzando una mano y agregó: -Y para que te quedes con la tranquilidad de que ninguna de tus compañeras lo va a intentar siquiera con Harry, él lo hará con Hermione. Será casi lo mismo que tú y yo, puesto que ellos también son como hermanos.
-¡Espera! –se entrometió Hermione, repentinamente azorada y molesta. -¿Por qué estás eligiendo por mí a mi pareja?
-¿Con quién ibas a hacerlo? –inquirió el pelirrojo, alzando un poco una ceja. A ella se le tiñeron las mejillas de rubor y bajó la mirada al suelo un momento, pero cuando iba a enfrentarse a su azulina mirada de nuevo, él se adelantó a hablar. –No se lo habías pedido a nadie y estoy seguro de que no vas a negarte a hacerle un favor a Ginny, y también a mí. –echó una mirada a su hermana y a su amigo, que se miraban como si se lo estuvieran pensando. –Ugh, definitivamente no quiero ver eso.
-Está bien. –aceptó Harry, derrotado. Le dirigió una mirada de disculpa a Ginny, que echaba chispas por los ojos, pero no tuvo otra alternativa que acceder. –Yo no tengo problemas así. Lo haremos de esa forma.
-Excelente. –festejó Ron, dándole una palmada en el hombro.
-¿Hermione? –llamó Ginny, como en un intento desesperado de encontrar a alguien que le diera la razón. La joven castaña paseó la mirada por los rostros de sus tres mejores amigos dos veces, y finalmente agachó la cabeza.
-Será mejor que lo hagamos a la manera de Ron. –murmuró, todavía avergonzada. Ron ensanchó su sonrisa y le pasó un brazo por encima de los hombros a Ginny.
-¿Lo ves, hermanita? Hemos llegado a un acuerdo, tres contra uno.
-Vete a la mierda. –masculló la joven, y le dio un golpe en la nuca con la palma de la mano, apartándolo. Por pura malicia, se acercó a Harry, le echó los brazos al cuello, y ante la atónita y furiosa mirada de su hermano celoso le dio un apasionado beso en la boca en forma de despedida. Cuando se separaron él la miraba algo aturdido y avergonzado. –Hasta mañana, amor. Te veo en el almuerzo. ¿Vamos, Mione?
Las dos chicas se metieron en la habitación saludando a Ron y Harry con la mano. Éste último alzó las manos con inocencia.
-No me mires a mí, hermano, yo estaba tan sorprendido como tú. –se apresuró a justificar cuando vio la mirada calculadora que su amigo le estaba dando. Ron pareció meditar por un momento la idea y finalmente esbozó una media sonrisa, aunque tenía el entrecejo levemente fruncido.
-Voy a tener que corregir las actitudes de esa enana. –masculló, pasando por su lado a grandes zancadas. Harry casi tuvo que correr tras él para alcanzarlo mientras se dirigían a su propio cuarto.
Espero que les haya gustado hasta aquí. Si tienen algun comentario por hacer o simplemente les interesó y esperan seguir leyendo... ¡denle al GO y dejen un review!