Nuevo fic. La verdad, no sé cuantas personas lo leerán, pero agradeceré mucho a aquellos que lo sigan. Tenía muchas ganas de escribirlo y pienso seguirlo hasta el final.

Notas:

Título: Amor prohibido

Autora: Chia-chan.

Llevara: amor, angustia, Drama, incesto

Parejas: Hetero.

Avisos 1: Lemon, Au, OOC, aunque intentaré evitarlo.

Avisos 2: Relación entre hermanos de sangre. Si no te gusta, no leas, por favor.

Se actualizará después de: Crossed love, pero puede ser alterado

Aviso: Aunque no guste, lo continuaré. Agradezco los rw que me regalen compartiendo sus opiniones, pero no acepto críticas con las relaciones.

Resumen:

Si no fuéramos hermanos… si no compartiéramos nuestra sangre, seguramente esto no sería pecado. Jamás hubiera sido pecado. Nosotros podríamos haber vivido como cualquier pareja, sin embargo… pese a que es pecado, pese a que nadie nos acepta… yo no puedo hacer nada. Amo a Ryoma desde estaba en el vientre de mi madre… Así que… perdóname, papá… porque llevo pecando desde que tengo existencia.

Dedicado a Jackilyn por su gran apoyo y paciencia.

Prólogo

Unos ojos que ven lo que realmente pasa.

El nacimiento…

La tormenta caía con fuerza. Implacable. El miedo infantil que creaba hacía que sus venas retumbaran con fuerza ante su inquieta sangre. La sentía correr con fuerza gracias a la adrenalina. Un subidón del que no se arrepentía. Era tan… excitante. Pero esa clase de excitación era distinta. No lo estaba haciendo por gusto. Se encontraba conduciendo a toda velocidad hasta el hospital, mientras su mujer gemía de dolor, jadeando totalmente dolorida mientras veía como el hinchado vientre bajaba y descendida una y otra vez en cada uno de sus jadeos.

Las contracciones habían comenzado sin que nadie se lo esperase. Fue Ryoma quien se dio cuenta de lo que sucedía. De que aquello estaba llegando mientras tenía la oreja puesta sobre el hinchado vientre. A continuación, Rinko gimió fuertemente de dolor y lo sujetó del cuello, estrangulándolo. Su hijo, de tres años era quien estaba sufriendo el dolor mientras él conducía, aunque de vez en cuando recibía amenazas sobre su virilidad, claramente en peligro.

Y todo porque esa vez había sin buscarlo. Ryoma sí fue buscado y fue una alegría cuando llegó. Pero ese bulto… era otra historia. Lo recordaba como si fuera ayer porque estaba maldiciendo ese día. Habían ido de viaje a una reunión de antiguos tenistas y él fue encantado. Rinko decidió acompañarle mientras dejaban a su hijo con unos viejos amigos. La mujer decidió recordar tiempos antiguos y de tanto recordar, terminaron haciendo el amor en el mismo almacén donde lo hicieron por primera vez. Sin precaución y con la desgracia de un ovulo pululando por ahí, sus frescos bichos lucharon por ocupar un lugar y comenzar a hinchar el vientre de su mujer, claro que eso tenía que salir algún y ese día, era hoy.

Justamente hoy. Catorce de Enero.

Sería un día cualquiera si no fuera porque Ryoma hacía meses, seis, para ser más exactos, que había creado un feo circulo en ese día. Cuando le preguntaron la razón simplemente se encogió de hombros, haciendo oídos sordos a las preguntas y respondiendo con la mejor palabra que sabía decir: Ponta. Por alguna extraña razón, ese no había sido el más extraño de los comportamientos del mocoso. Le había hecho la vida imposible, en pocas palabras.

Esperó ansiosamente que comenzaran los antojos de Rinko, especialmente porque estos eran claramente una única cosa: Sexo. Y él siempre estaba predispuesto para complacer a su esposa. Pero siempre que terminaban comenzando, no podían terminar. Sí, su mujer llegaba a tener un orgasmo gracias a su boca, pero él se quedaba vivito y coleando- nunca mejor dicho- porque su hijo aparecía en la puerta, miraba a su madre y saltaba a la cama para apoyar su rostro con mucho cuidado sobre el vientre de su madre.

Rinko decía siempre que Ryoma esperaba a ese niño, no como ellos. Pero al menos, gracias al mocoso terminaron esperándolo. Porque aparte de tener las noches truncadas de sexo, que recuperaban mientras el chico estaba en clases, Ryoma solía observar siempre con gran atención los movimientos de su madre. No. Observaba el vientre.

Llegó hasta tenerle miedo. ¿Y si era uno de esos niños malditos que esperaban que otro naciera para corromperlo o adentrarse en él? Fue así como vivió con miedo, observando como el niño llegaba de las clases únicamente para apoyar su mejilla en el vientre de su madre y escuchar. Al principio era posible que escuchara la nana que Rinko solía tararear, pero terminó por darse cuenta que lo único que hacía Ryoma era escuchar a su hermano.

Y ahora iba sentado en la parte de atrás, acariciando el vientre mientras entrecerraba los ojos.

-Lo que yo digo… ese chico da miedo- farfulló.

Pero otro grito por parte de Rinko le hizo acelerar. Sí, su mujer daba más miedo. Mucho más. Especialmente cuando le clavaba las uñas en el hombro. Aparcó ante la entrada del hospital, saliendo y llamando a los enfermeros. Dos celadores salieron con una silla de ruedas y cargaron a Rinko. Eso ya lo había vivido antes y como la primera vez, se olvido a su hijo y la mochila en el coche. Volvió sus pasos, recibiendo una mirada amenazante por parte de Ryoma, quien cargaba la bolsa y corrió detrás de la silla de su madre.

-Vale, no estoy loco. Mi hijo está totalmente cabreado conmigo…

-¡Nanjiro Echizen!

La voz de su mujer le hizo dar un respingo y correr hacia ellos. Los llevaron directamente hasta el paritorio y Ryoma lo miró atentamente mientras ambos tenían la mano en la puerta. ¿Quién entraba?

-Eh, lo lógico es que entre yo- recriminó a su retoño- yo lo hice.

Ryoma chasqueó la lengua, giró sobre sus pies y se subió con ambas manos, empujando su trasero para poder sentarse hasta que terminó acomodado, gruñendo y mirándolo de forma acusadora. Sí. Su hijo no le perdonaría en la vida… y no sabía por qué.

Entró dentro del paritorio y al instante fue cubierto por las telas de protección desechables. Rinko le apretó la mano que logró poner a tiempo en sus partes y lo fulminó con la mirada, sí, la misma que Ryoma. Oh, cielos, eran madre e hijo. Esperó por todos los santos que su segundo hijo fuera totalmente diferente. Nada de extraño como su hijo mayor y ni tan intimidante como su mujer cuando paría o se enfadaba. Cruzó los dedos y los besó, deseoso de que nada malo ocurriera con ese nuevo hijo.

Rinko gritó, amenazó y apretó y no cuando el médico le decía, porque la mano siempre le dolía cuando y después de empujar. Finalmente, un llanto se alzó por encima de los jadeos de su mujer y el doctor los felicitó. Rinko le miró, preocupada y movió los labios. No le hizo falta comprenderla. Se volvió hacia el hombre con el ceño fruncido.

-¿cómo se encuentra mi hijo?

-¿Hijo?- Cuestionó el médico entre risas- señor, usted ha tenido una hija. Una niña. Una mujer. Rajita. Nada de palo, tiene raja.

Rinko y él se miraron sorprendidos.

-Nos dijeron que era un varón- explicó- la ecografía.

-No son al cien por cien seguras. Una mancha puede parecer un sexo varonil en lugar de un sexo femenino. Debió de sucederles eso.

Una de las auxiliares les entregó a la recién nacida. Tenía leves mechoncitos rojizos que demostraban heredados de Rinko, la piel algo oscurilla como él y los ojos… los ojos no eran de ninguno de ellos. Claro que solo era una recién nacida. Rinko la tomó entre sus brazos y le besó la frente, acariciándole la mejilla. Lo miró en espera de su reacción y cuando la niña lo miró, sintió un fuerte sentimiento de ansiedad. Quería proteger a aquella cosa diminuta que tenía rajita en lugar de palito, según el médico.

-¿Qué nombre van a ponerle?- Preguntó la enfermera con las pulseras preparadas.

Ambos se miraron. Habían estado pensando en nombres de niño, ni uno solo de niña. Una idea le cruzó la mente.

-¿Pueden esperar un segundo?- Preguntó- enseguida vuelvo.

Abrió la puerta del quirófano, encontrándose con la mirada dorada de su mayor retoño. Ryoma se mostraba inquieto, observándole con cierta ansiedad. Le sonrió, moviendo la mano para que se acercara para hablar.

-Es una niña- le explicó. Ryoma le miró como si nada. Ya lo sabía, el muy…- ¿Tienes pensado algún nombre?

El niño pareció algo sorprendido, moviendo los labios como si estuviera rumiando la respuesta, hasta que lo miró con firmeza.

-Sakuno.

Lo dijo tan serio que no logró preguntar ni por qué. Aunque pensando en su extraño comportamiento, sopesó la idea de obedecerle sin rechistar y así lo hizo.

-¿Qué sucede?- Preguntó su mujer, cansada y más hermosa que nunca.

-Sakuno Echizen- le respondió finalmente a la enfermera antes de volverse hacia ella- Ryoma ha elegido el nombre.

Rinko afirmó.

-Ryoma parecía saber qué sería desde el principio. Es… es como si amara a esta niña desde el primer día. Estoy segura de que serán unos buenos hermanos.

-Como igual se lleva de perros como con Ryoga- farfulló mirando a otro lado.

Rinko no pareció escucharle, probablemente porque el efecto del relajante muscular y el cansancio la estaban adormeciendo. Vio como llevaban a la nueva integrante para limpiarla con un trapo, limpiarle los oídos, las fosas nasales y la boca, además de cuidarle con su debido tino el ombligo, mientras a la madre la cosían. No prestó demasiada atención, rumiando sobre Ryoma. Había algo extraño.

Le hicieron salir fuera mientras terminaban de preparar a la madre y al niño y cuando Ryoma lo vio lo miraba con el mismo gesto de preocupación en sus ojos. Ambos, cruzados de brazos, tuvieron que esperar hasta que ambas salieron. Primero llevaron a la madre hasta la habitación. Un matrimonio al lado de ellos se mostraba joviales. Habían tenido otra niña para su primer hijo y aunque era frecuente celebrar más el nacer de un varón, ellos parecían felices con una mujer. Se encogió de hombros sin darle importancia y dejó que Ryoma se sentara en la silla junto a su madre, aunque por la impaciente mirada que tenía puesta en la puerta, dedujo que estaba más interesado en Sakuno que en su madre.

Finalmente, tras un tiempo, la cuna con la niña apareció. La revisó por encima. Sí. Era la misma niña que había visto en los brazos de su esposa. Dejaron la cuna junto a la madre y se la entregaron con mucho cuidado. Ryoma se alzó sobre sus pies, usando sus pequeñas manos para asomarse y verla. Cuando sus ojos se posicionaron sobre la recién nacida brillaron y su boquita se curvó ligeramente en una sonrisa imperceptible. Sakuno abrió los ojos, girándolos en su nuevo mundo hasta que los posó sobre su hermano.

Una sonrisa que llenaba por completo su cara e hinchaba sus mofletes fue lo que correspondió y sus manos se alargaron con deseos de tocar a su hermano mayor. Ryoma parpadeó y retrocedió ligeramente, como si tuviera miedo de hacerle daño. Rinko sonrió y le acarició la cabeza a su hijo menor.

-¿Quieres cogerla, Ryoma?- Le preguntó.

El chico miró a su madre de forma dudosa, para después mirarle a él. Se encogió de hombros. Ni él mismo se atrevía a coger a un niño pequeño por miedo a hacerle daño. Eran tan frustrantemente delicados. A Ryoma no lo cogió en brazos hasta que no tuvo su cuerpo algo menos de gelatina y Rinko siempre lo regañó por ello, pero es que realmente tenía miedo de herirle. Seguramente, como ya lo sabía, por eso mismo Rinko no le había dicho que se acercara para cogerla.

Volvió su atención hacia sus dos hijos. Ryoma se había sentado en el sillón, el cual había arrastrado hasta llegar a la altura de la cama para que Rinko no tuviera que hacer malabarismos. Extendió sus manitas hacia ella y le demando el bebe. Sakuno no se movió. Continuó observando todo con sus grandes ojos, con gran curiosidad y cuando estuvo en los brazos de su hermano mayor de tres años, sonrió más ampliamente y movió los bracitos contra la cara de su mayor. Ryoma cerró los ojos para no recibir golpe alguno, pero los abrió cuando un sonido, parecido al de una risa, escapó de la bebe.

-Que foto más preciosa- susurró Rinko completamente feliz- Nanjiro, creo que nunca me arrepentiré de tener a Sakuno.

Le sonrió como correspondencia. Ryoma no les prestó atención. Estaba más interesado en su pequeño hallazgo. Su pequeña hermana Sakuno, bautizada así precisamente por él. La que él sabía que iba a nacer un catorce de Enero. La que escuchaba desde el vientre de su madre. El nuevo miembro de su familia.

El móvil sonó en su bolsillo, sorprendiéndolo. Rinko casi lo fulminó con la mirada mientras corría al balcón para poder contestar.

-¡Oyaji! ¿Qué ha sido? ¿Niño o niña?

-¿Ryoga?- Exclamó- ha sido niña. Una niña.

-Oh- farfulló el menor y a la vez el mayor de los hermanos Echizen- ¿qué nombre ha recibido?

-Bueno, Ryoma decidió que se llamara Sakuno- explicó, rascándose los cabellos.

-¿Qué mi hermano a elegido el nombre?- Interrogó Ryoga casi en grito- ¿Y por qué Sakuno? Existen muchos otros nombres más bonitos, como Sayuri, Mai, Rumiko… no sé…

-Sakuno- sentencio, frotándose la cara con la mano todavía dolorido- Chico, Ryoma está comportándose de forma extraña así que prefiero no contradecirle. Por cierto- frunció las cejas y la vena de la frente se le hinchó- ¿Cómo demonios sabes que Rinko estaba embarazada y donde huevos estás que ni llamas?

La línea se cortó nada más que terminó de preguntar. Si su hijo pequeño era extraño, el mayor no se quedaba en pañales. Desapareció un buen día y todavía no lo ha vuelto a ver. Apagó el móvil y rezó interiormente porque no estuviera metido en problemas y regresó al interior de la caldeada estancia, donde Rinko se encargaba de amamantar a la pequeña. Ryoma observaba curiosamente, aunque desviaba la mirada cuando el rosado pezón de su madre era liberado de la boca de la niña y Rinko sonreía, divertida por la vergüenza de su hijo menor.

Se dejó descansar de nuevo en la pared ante ellos. Su familia acababa de crecer en un catorce de enero. Su hijo era un demonio extraño que parecía embelesado con su hermana y Rinko, no parecía la madre más feliz del mundo: Lo era. Y Sakuno… cielos, era la cosa más pequeña que se había echado nunca a la cara y con solo mirarle una vez ya lo había enamorado. Esperaba que aquella niña fuera inocente y que jamás creciera, casara o viviera amoríos que perturbaran su salud. Aunque, algo le decía que Sakuno no tendría esa suerte.

Miró fijamente a Ryoma y sonrió. Sí. Ryoma era fácil de comprar. Y aunque no lo fuera, su instinto le delató: Ryoma no permitiría que ningún indeseado se acercara a su adorable hermana menor…

A los seis años…

Sakuno había lanzado el juguete. Karupin, el cachorro de gato que le trajeron a Ryoma por su sexto cumpleaños, se lo trajo. Lo dejó al borde de la cuna y la miró en espera de un nuevo lanzamiento. Ryoma los observaba, sentado ante la televisión simplemente para ocupar pantalla y no dejarle ver el partido de televisión, mientras sujetaba una ponta entre sus manos y mordisqueaba un trozo de jamón cocido. El juguete volvió a salir disparado y Karupin hizo el mismo gesto, solo que esta vez lo tuvo que arrancar de su cabeza. ¿Quién dijo que los niños pequeños no tenían puntería?

Bufó y se levantó, lanzándole una mirada de advertencia a su retoño, que estaba a punto de desternillarse de risa cuando el juguete le golpeó de nuevo. Se volvió hacia Sakuno al instante, rascando el lugar dolorido y haciendo un puchero. Los rojizos ojos de la niña se posaron sobre él, mirándole completamente asustada.

-Papá… pupa- farfulló en su media lengua. Él sonrió.

-Sí, Sakuno- reconoció- le hiciste daño a papá. Además, yo creía que eras un gato, Karupin- opinó, mirando al felino- pero te comportas como un perro.

El gato maulló, mirándole de reojo y posando la pata sobre su pie. Oh, no. Las uñas salieron de los dedos del felino y su piel quedó rasguñada. Sakuno lanzó un gemido de sorpresa y se llevó las manos hasta la boca, mientras Ryoma volvía a esconder una carcajada dentro de la ponta, mirándoles con seriedad. Esa era su forma de marcar terreno. Siempre que alguien se acercaba a su hermana, no apartaba la mirada.

Se inclinó hacia la pequeña y la alzó en brazos. Sakuno era ligera, pequeñita y por alguna casualidad, siempre olía bien. Rinko solía ducharla mucho y siempre se pasaba largo rato en la bañera con Ryoma, jugando, o con él. Aquella no era una mala idea para engatusar a los niños durante un rato hasta que llegara la madre.

-Oí, shonen, vamos a ducharnos- invitó.

Ryoma perfiló la situación en su mente. Le observó a él, observó a Sakuno y después, a su ponta, para regresar hasta su hermana. Dejó la lata a un lado y caminó hasta el baño en silencio, comenzando a desnudarse. No dijo nada. Se encogió de hombros y mientras dejaba a Sakuno sobre su tacataca, comenzó a llenar la bañera. No corría riesgos necesarios en un baño y se preocupó por estar los tres desnudos y listos para poder gozar de un baño. Ryoma se metió primero y él después, con la pequeña Sakuno entre sus manos, riéndose por las cosquillas de sus dedos en su piel.

Oh, aquella risa era maravillosa. Comenzó a besarla, a soplar en su piel cuando sus labios vibraban, a morderle suavemente las puntas de los deditos, cosquillear bajo sus axilas y barriga. Sakuno era un mar de risas. Una alegría viviente. Ryoma se dedicó a mordisquear una de las muchas pelotas de tenis que tenía la manía de meter en el baño y los observó de reojo. No lo decía, pero ver a Sakuno reírse de esa forma le hacía feliz.

-Venga, vamos a lavarte- canturreo- sujétala, Ryoma.

Ryoma afirmó, dejó las pelotas y puso a Sakuno entre sus piernas, sujetándola de la cintura. Sakuno rio, tocándole la cara a su hermano, gesto que aprovechó para cubrirle el pelo castaño con champú. Le había crecido ya por los hombros y Rinko siempre estaba cortándole las puntas, quejándose por lo rápido que le crecía, además de lo vicioso que lo tenía. El cabello había optado por perfectas ondulaciones y terminó por decidir que ese sería su camino.

Abrió el agua en el teléfono de ducha y la aclaró con cuidado. Sakuno gimoteo algo cuando el jabón le entró en los ojos, pero lo olvidó cuandito que Ryoma comenzó a mordisquearle los dedos de las manos, haciéndola reír. Terminó por lavarle el pequeño cuerpo y continuó con Ryoma, sentándola sobre un pequeño resorte que habían comprado para ella. Ryoma no era de los niños que se dejaban duchar por otros y siempre terminaba lidiando una batalla con él, pero lo bueno de aquello es que la risa de Sakuno se alzaba en cualquier momento.

Rinko llegó justo cuando él se estaba lavando el cuerpo y les dedicó una mirada de sorpresa y a la vez, relajación. Seguramente vendría con la mente puesta en tener que bañar a los niños. La mujer continuaba trabajando como abogada y su trabajo la mantenía siempre agotada o lejos de casa. La semana que Rinko no estaba en casa, era una pesadilla para él. ¿Qué hija no querría a su madre en vez de a su padre cuando tenía una pesadilla a media noche?

-Me llevo a los niños, ¿Vale? Para que cenen y se acuesten. Ya he traído el folleto para la nueva cama de Sakuno, ¿irás mañana a comprarla?

-Claro- respondió, guiñándole un ojo.

Rinko, o estaba muy cansada, o tenía pensado una buena noche de sexo entre ellos, aprovechando que Ryoma y no interrumpiría más y que Sakuno tenía muros que le impedía correr hasta su cama, aunque gozaba de buenos pulmones.

Al día siguiente, la cama estaba ya completamente montada y su única tranquilidad de no ser molestados se fue al garete. Sakuno se mostró encantada con la nueva cama y la libertad que le daban. Pero bueno, Ryoma tenía esa edad y ya tenía cama. Quizás Sakuno iba un poco más lenta que Ryoma. El chico se procuró en observar desde lejos, como si pensara que su hermana pequeña estaba creciendo demasiado de prisa y no le gustara aquella decisión de sus padres.

Sin embargo, esa noche cambio radicalmente de pensamientos. Ryoma no estaba preocupado porque su hermana mayor hubiera crecido, sino por cómo haría para colarse en la cama de su hermana para poder dormir con ella. Era la primera vez que eso sucedía y cuando los vio, no supo cómo tomárselo. Aunque eso impidió que Sakuno se cayera.

-Ryoma la cuida incluso cuando duerme- le susurró Rinko desde la puerta al haberle pillado espiando a su hija- cuando compramos la cuna la primera vez, durmió en el suelo.

-No lo sabía- murmuró pensativo.

-No te lo conté, porque ya sabes cómo eres. Aprovechas cualquier oportunidad para meterte con tu hijo.

-Es divertido hacerlo- se defendió- oye, Rinko…. Eh, nada, nada. Olvídalo. Creo que le doy demasiadas vueltas a algo que es imposible. Volvamos a la cama mejor. Estoy cansado.

Por la mañana, cuando Ryoma se despertó traía a Sakuno de la mano, bajando las escaleras con mucho cuidado. Rinko lo felicitó por ello y él esperó su turno. Ryoma lo miró receloso, como si esperase que se burlara de él y lo hizo.

-¿Qué? ¿Se duerme bien en la cama de una chica? Si la quieres, te la puedo comprar también de color rosa.

Y sí, él correspondió con una mirada fulminante mientras bebía un poco de chocolate con leche y Sakuno tomaba leche con miel. La niña no tardó en seguir a su hermano hasta la televisión y hacerse dueña del mando, cambiando de canal repetidas veces hasta que finalmente, Ryoma se cansó y la apagó, sentándose para admirar los cerezos y por supuesto, Sakuno le siguió sin rechistar.

Frunció el ceño.

-¿De verdad no lo ves?- Le preguntó a Rinko frotándose los cabellos.

-Ver, ¿qué?- Preguntó la mujer cansada, observando a sus hijos.

-Sakuno lo persigue como un perrito.

-Es su hermano mayor, cariño- le recordó Rinko-. ¿Qué hacía Ryoma con Ryoga cuando vivía aquí y apenas gateaba? Lo seguía a todas partes.

-Vale, pero Ryoga nunca fue a la cama de Ryoma a cuidarlo por las noches- protestó entre dientes.

Rinko le rodeó los hombros con ternura, besándole la mejilla.

-A ti lo que te ocurre es que ya empiezas a ver cosas donde no las hay. Espera a que Sakuno tenga los doce años y verás como cambias de parecer. Le pedirás a Ryoma que siga a Sakuno a todas partes. Que sea su fiel sombra que nunca la abandona.

-Bobadas- se defendió algo aturdido.

-Sí, sí, bobadas- repitió Rinko entre carcajadas- pero cuando eso ocurra, procura que yo no me entere o te repetiré mis palabras. Tienes lo que todo padre llega a tener una vez en su vida: Amor demasiado intenso por su hija. La quieres acaparar tanto para que ningún otro varón te la arrebate. ¿O es que ya no recuerdas como te llevas con mi padre?

-No es lo mismo, Rinko. Tu padre es un tío que no acepta que yo te puedo hacer feliz y que soy el mejor amante que nunca tendrás.

-Ahí va, he de memorizar bien esas frases para repetírtelas algún día, Nanjiro- puntualizó besándole- cuando Sakuno crezca, nos veremos las caras. Y ahora, deja de pensar en tu hijo como un macho dominante y termina de desayunar. Hay que llevar a Ryoma a clases y a Sakuno al pediatra.

Se puso en pie al instante, mirándola desconcertado.

-¿Qué le pasa a mi hija, Rinko? ¡No me habías dicho nada de eso!

Rinko parpadeó, rompiendo en carcajadas mientras él se devanaba los sesos en busca de algún problema que hubiera visto en su hija pequeña, sin encontrar nada. Igual es que no le prestaba demasiada atención y se le había pasado algo por alto. Rinko ladeó la cabeza.

-Cariño, es la revisión anual. Sakuno tiene que hacerse chequeos muy a menudo mientras sea tan pequeña. Hicimos exactamente lo mismo con Ryoma. Creo que deberías de ir al psicólogo antes de que sea demasiado tarde. Es totalmente recomendable.

-¿Quién la va a llevar?- Cuestionó, ignorando la picardía de su esposa- ¿Tú o yo?

-Yo, por supuesto- respondió ofendida la joven madre- tú te encargarás de llevar a Ryoma a las clases, como buen padre que eres y se preocupa por la educación de su hijo.

-Ryoma no quiere ir hoy a clases- espetó- ¿A qué no?- preguntó mirando de reojo al niño y sin esperar, continúo:- podemos ir toda la familia. Como si fuera un picnic.

-Sí, claro. Yo llevaré la cesta- habló sarcásticamente-. Nanjiro Echizen, lleva a tu hijo a su colegio y después, hablaremos.

Murmuró entre dientes y se echó la maleta de Ryoma al hombro, llamándolo a regañadientes. Rinko carraspeó detrás de él, cruzada de brazos. Alzó un dedo.

-Primero: mi hijo no está vestido. Segundo: son las siete de la mañana y entra a las ocho y tercero: La visita de Sakuno al médico es a las tres de la tarde. Creo que sí que podremos ir toda la familia.

Casi gritó y pataleó. Seguramente lo hubiera hecho de no ser adulto y el cabeza de familia. Su mujer se había reído de él como quería y era humillante. Sakuno caminó hasta él, sujetándose de su pierna. La alzó en brazos, le besó la frente y le echó los cabellos hacia atrás.

-Papá te protegerá de ese horrible médico. Ya sé- exclamó señalando a Ryoma- se lo dejaremos en tu lugar.

Sakuno puso los ojos tan grandes como platos y comenzó a llorar, moviendo sus manos hacia Ryoma. Rinko casi le arrancó a la niña de los brazos, dejando que fuera con Ryoma.

-Por favor, Nanjiro, no amenaces así a la niña. ¿Cómo puedes creer que le dará igual si dejas a Ryoma con el médico?

-Creo que se lo ha tomado muy a pecho- protestó cruzándose de brazos- no lo iba a hacer, Sakuno.

Le acaricio los cabellos castaños, suaves y brillantes, pero Sakuno estaba agarrada a la cintura de Ryoma y frotaba sus ojos llorosos contra él, viéndolo como un ogro devorador de mujeres. Horror. Aquello era más doloroso que temer que un hombre le quitara a su hija: Que ella le odiara profundamente.

Se agachó a su lado y la observó con detenimiento. Ryoma permanecía con las manos empuñadas y la mirada clavada en él, igual que un perro que advierte con la mirada.

-Sakuno- llamó, estirando de la falda de la niña- que no lo haré. Háblame.

-Tonto- espetó infantilmente la chiquilla.

-Bueno… algo es algo- farfulló, frotándose los cabellos- anda, Ryoma, ves a vestirte para que podamos ir al colegio.

-Wiz.

Ryoma intentó moverse. De nuevo. Una vez más. Lo miró arqueando una ceja y desvió la mirada hacia Sakuno. La niña había agarrado y no soltaba. Mal asunto. Cuando decía que no a algo es que era no. Cabezona como la madre. Frunció el ceño y llamó a Rinko.

-Creo que no podremos ir al cole- canturreó.

Rinko frunció el ceño y miró severamente a sus hijos, cruzándose de brazos. Sakuno tragó saliva y Ryoma por igual.

-Ryoma, a vestirte- anunció- Sakuno, deja ir a tu hermano o te quitaré la miel del desayuno.

Sakuno empalideció y dejó marchar a su hermano. Él sonrió y Rinko lo fulminó con la mirada.

-Eso podías haberlo hecho tú también- le recordó.

-Ya- sopesó, pensativo- pero entonces Sakuno me odiaría ahora a mí.

A los seis años…

Ryoma gimió de nuevo. Y una vez más, pero continuaba ahí, de pie, sin moverse ni un ápice. Los había escuchado en el patio haciendo alguna de las suyas, pero como siempre, no le prestó demasiada atención, puesto que Sakuno era experta en meterse en líos y Ryoma en sacarla sin que ninguno se enterase después- que ellos supieran, claro- y así pues, hacer oídos sordos era lo mejor. Sin embargo, esa vez era diferente. Sakuno se mantenía callada, casi ni respiraba y eso sí que era malo.

Se asomó y puso los ojos en blanco, saltando y corriendo hasta la altura de su hijo. Alejó a Sakuno con una mano y logró salvar a su hijo, dándole una patada al causante de la destrozas en la piel de su hijo segundo. Ryoma lo ignoró y observó con detenimiento a la niña, que lo miraba con los ojos desorbitados de miedo. Hasta que le alzó el pulgar como victoria. No pudo evitarlo: le dio un capón. Ryoma casi lo fulminó con la mirada.

-¿¡Se puede saber qué hacías peleándote con un perro!?- Gritó, sin poder evitar y eso que era raro que él perdiera los papeles con sus hijos- ¿¡Y si te hubiera mordido!? ¿¡O a tu hermana!?

Ryoma cerró los ojos y se tapó los oídos. Casi sintió deseos de darle un buen azote, pero Sakuno se había inclinado y tiraba de algo que estaba bajo su pie. Una muñeca. No. La muñeca que Ryoma le había tenido que hacer por fuerza para una clase de manualidades y había traído escondida sin que nadie viera y la dejó en uno de los cajones de su hermana, con el resto de las muñecas para que no se diera cuenta de ello nadie, aunque viniera reflejado en las notas, claro está.

Sakuno había cogido esa muñeca con mucho afecto y nadie podía quitársela. Era suya. Se la había regalado su hermano y listo. Eso era suficiente para amarla. Los llevó al interior de la casa, sentando a Ryoma para curarles las heridas. Por suerte, el perro solo quería el juguete, no ninguna parte de la anatomía de su hijo. No habría que ir a urgencias. Ryoma castañeó los dientes ligeramente, pero aguantó como un hombre. A sus nueve años ya comenzaba a darle más importancia a su orgullo que a las lágrimas infantiles que pudieran demostrar su infantilidad.

Sakuno, sin embargo, se había vuelto algo más llorona y abrazaba a la muñeca llena de babas, de barro y rota entre sus manitas mientras gimoteaba, intentando imitar a su hermano sin lograrlo. Observó la muñeca de reojo y sopesó la idea.

-Oí, Sakuno, ¿por qué no me dejas la muñeca? Estoy seguro de que mañana el hada de las muñecas te la habrá arreglado.

Ryoma lo miró como si acabara de decir una mentira tan grande como un castillo, pero, ¿qué quería que le dijera a una niña de seis años que todavía creía en papá Noel y los reyes magos? Sakuno aceptó, no muy convencida, pero es que era la muñeca de su hermano y la amaba. Quería repararla como fuera, así que estaba bien.

La guardó con mucho cuidado en un cesto y pensó en algo para distraerlos, pero Ryoma ya había vuelto a salir, raqueta en mano y Sakuno lo perseguía de nuevo tras coger otra de sus muñecas. Mientras Ryoma jugaba contra la pared del campanario, Sakuno lo observaba o comentaba en su rara lengua cómo lo hacía su hermano, siempre en halagos.

Se rascó el cabello y bostezó. Debería de haberse habituado ya a eso y no ver cosas donde no las había. Sakuno admiraba a su hermano simplemente porque era el mayor y en cuanto a Ryoma, cuidaba de su hermana pequeña porque como todo hermano mayor había terminado encandilado con su hermanita. Nada más.

Regresó al salón para tomarse una cerveza y observar de reojo la dichosa muñequita. Estaba seguro que no podría tirarla sin sufrir el odio por parte de Sakuno. Pese a tener seis años recordaba perfectamente todo y no olvidaba nada. Aunque su carácter dulce hacía que olvidara la venganza en seguida, cuando se trataba de cosas de su hermano era impredecible.

-Ya estoy en casa- anunció la voz cansada de su mujer- ¿No hay nadie?

-Los niños están en el jardín- contestó, rascándose el vientre.

Rinko se acercó hasta la puerta del patio para asegurarse y después, se acercó hasta él para besarlo.

-Tenemos un gran problema- presentó. Rinko agrandó los ojos, asustada- no, no, los niños están bien. Ryoma algo rasguñado tras pelearse con un perro, pero nada grave. Quien ha sufrido más daños ha sido la muñeca de Sakuno.

-¿La que trajo Ryoma sin que nadie se diera cuenta?- Cuestionó incrédula.

-Sí. Un perro entró, no sé por dónde, pero el caso es que Ryoma se entrometió entre el animal y Sakuno. El perro quería la muñeca, pero Sakuno no cedía y al final, la muñeca ha quedado para el arrastre.

Su esposa se giró para coger con cautela la destartalada muñeca, observándola con atención y dirigiéndose a la habitación cerrada de la costura. Solían tenerla por mera precaución.

-¿Podrás arreglársela?

-Claro que sí- respondió la antigua Takeuchi encogiéndose de hombros- es sencillo. Si Ryoma pudo hacerlo en las clases de manualidades, yo también puedo. No comprendo por qué a los varones les hicieron hacer una muñeca en vez de otras cosas. No me extraña que Ryoma recibiera advertencias por parte de la profesora para sus padres.

-¿Las recibimos?- Cuestionó, perplejo- no sabía nada de eso.

-Sí que las recibimos- suspiró Rinko enlazando una aguja- pero no te dije nada para que no te burlaras de él. Sakuno fue quien terminó por convencer a su hermano. Ryoma lo hizo por ella.

Gruñó.

-Después dices que no tengo pensamientos raros- protestó. Rinko rio.

-Sakuno le pidió esta porque le gustó. Traía un folleto y ella eligió la que le gustó más. No hay nada raro, Nanjiro- le regañó.

Se cruzó de brazos y encogió los hombros. ¿Qué importaba si él pensara cosas raras cuando su mujer ni nadie por el estilo lo veía? Igual sí se estaba comenzando a volver loco y tenía una fuerte dosis de paternalismo que hasta su hijo le parecía un grave caso de peligro.

-Buehg, de todas formas- murmuró rascándose el cogote- tienen solo nueve y seis años. Ryoma es muy mayor para Sakuno.

Rinko puso los ojos en blanco.

-Ni Ryoma es muy grande para Sakuno ni nada de los líos que tienes en la cabeza va a suceder. ¡Son hermanos, por Dios! Deja de pensar en cosas extrañas. No es lo que parece.

Rinko meneó la cabeza repetidas veces, como si estuviera loco y se sintió terriblemente perdido. ¿Es que era el único que veía que aquel amor entre hermanos era raro? Salió del cuarto y se giró sobre sus talones para poder a sus pequeños. Ryoma había cesado de jugar y estaba estirado sobre el banco de madera, con la cabeza sobre las rodillas de Sakuno. La niña tenía las mejillas encendidas y acariciaba los cabellos del chico mientras parecía tararear algo.

Cerró los ojos por un momento, tomó aire y se frotó el rostro con las manos.

-Sí, veo visiones. Son hermanos. Mis hijos- se convenció a sí mismo- nada que temer.

-Ya está lista la muñeca- informó Rinko entregándosela- anda, llévasela mientras preparo la cena.

-Claro- agarró la muñeca y la observó atentamente- Solo son imaginaciones mías.

Corrió hasta ellos y le lanzó la muñeca a Sakuno, pero esta cayó sobre el vientre de Ryoma, el cual protestó, mirándole amenazadoramente. ¿Cuántos años llevaba recibiendo miradas así de su hijo? Había perdido la cuenta. Solo sabía que resultaba divertido.

-La muñeca ya está arreglada, Saku-chan- canturreó, tomándola en brazos- y mamá está haciendo la cena, ¿no quieres ir con ella mientras Ryoma y yo jugamos un partido?

A Sakuno le encantaba la cocina. Le gustaba observar a su madre mientras cocinaba y disfrutaba cuando era la primera en probar la comida, dando su punto bueno en cada plato, o señalando que era salado. Era una chibi-cheff. Así pues, la niña ser marchó y Ryoma centró su atención en el partido que le esperaba, forófofo del tenis.

-Ey, Ryoma, si me ganas, te dejo bañarte primero y no entraré- prometió.

Ryoma aceptó en seguida, pero perdió. Desde hacía un año que se entrometía en sus duchas para fastidiarlo, mientras que Sakuno había abandonado las duchas de tres, con dos chicos, para ducharse con Rinko. La mamá no aceptaba que a los seis años ya se duchara con su padre, obviando la depresión que él cogió, Ryoma pareció totalmente feliz de hacer que la niña estuviera fuera de sus garras. En pocas palabras: El padre era quien salía perdiendo.

Aunque había momentos en que Sakuno era totalmente suya.

-Papá- llamaba con su mejillitas sonrojadas y sus manos enrolladas en un cuento-. ¿Me lo lees?

-Ahora mismo.

Se levantaba corriendo, la cogía entre sus brazos y comenzaba a hacerle perrerías con la boca hasta que la linda niña terminaba destornillada de risa entre sus brazos y caía en la cama cansada, agotada de tantas risas y con los ojos a punto de cerrársele. Entonces, él le leía una frase del cuento que hubiera seleccionado y Sakuno daba su primer suspiro nocturno.

Enredaba los dedos en sus cabellos y sonreía mientras la veía dormir, hasta que Rinko decidía que era hora de prestarle atención a la madre y no a la hija. Claro que tenía que reconocer que solía tener unos modos muy atrayentes de hacer que se olvidara del dulce encanto de Sakuno por una noche.

A los nueve años…

Se había armado la vereda. Aquello no era el típico panorama que siempre había visto. Sakuno lloraba a lágrima viva, la garganta hasta debía de dolerle y todo porque Ryoma se había ido a jugar con sus amigos en lugar de estar con ella como hacía en antaño. Y es que desde que Ryoma cumplió los doce años obvio por completo que tenía una casa y comenzó a vivir su propia juventud. El instituto, los entrenamientos, los partidos, las chicas… era un mundo nuevo en el cual estaba claro que su hermana de nueve años no podía entrar.

Y eso estaba desgarrando a Sakuno. No comprendía por qué su siempre atento y precavido hermano estaba ignorándola, alejándose cada vez que quería algo de él y hasta cerrándole la puerta cuando lo perseguía como un perrito abandonado. Ryoma ya no la dejaba entrar cuando se estaba duchando, ni le traía regalos.

-Ya no me quiere…- suspiró la niña apretando entre sus brazos la sobreviviente muñeca- Ryoma-kun… no baka….

-Uy, Sakuno está teniendo la típica crisis de hermana abandonada- susurró detrás de Rinko- peligro.

Rinko le dio un codazo, mirándole en advertencia para socorrer a la desconsolada de su hija. La estrechó entre sus brazos y la zarandeó, excusando a su hijo mayor por crecer. Era lógico que tarde o temprano sucediera eso. Ryoma crecía y como todo hombre y hermano mayor, necesitaba su espacio para poder buscarse la vida como un adolescente. Era divertido verles patalear para poder salir de las aguas profundas.

Sakuno no hizo caso de su madre. Era realmente terrible cuando una joven mujer se sentía frustrada y daba… terror. Se escondió tras el pilar más y susurró un silencio al gato para que no maullara. Sakuno era quien estaba a punto de sacar las garras. La niña se liberó del agarre de su madre y subió corriendo las escaleras hasta encerrarse en su dormitorio.

-Genial, Ryoma más arisco que nunca y mi hija repleta de frustración.

Justo cuando iba a darle la razón a su esposa un fuerte golpe llegó desde el piso superior. Ambos se miraron y echaron a correr. Provino del dormitorio de Ryoma y si Karupin estaba con ellos solo había alguien que pudiera hacerlo. Sakuno.

La niña se encontraba dando botes en la cama de su hermano y había tirado uno de sus trofeos contra el suelo, dispuesta a pisotearlo con sus pies desnudos. Logró atraparla en el aire. La pequeña se echó a llorar en sus brazos y le rogó que él tampoco la abandonara. Casi se le inundaron los ojos de lágrimas.

-No te abandonaré, Sakuno- prometió- así que venga, olvida a Ryoma y vamos a dar un paseo juntos. Deja el trofeo ahí- le ordenó a Rinko antes de salir- Ryoma tiene que aprender también una lección.

-Ya estamos otra vez- suspiró Rinko moviendo la cabeza- Aunque Sakuno supo escoger. A Ryoma le gustaba mucho ese trofeo.

Claro que su hija sabía que ese era el preferido de Ryoma, porque fue el primero que ganó y fue a partir de ahí que cambió. Vistió a su hija con cuidado de que no pescara un resfriado y la llevó al parque. Había hecho migas con una joven niña que no cesaba de gritar de vez en cuando, pero Sakuno parecía distraerse con ella durante esos días, así que, ¿qué importaba? Él se quedaba esperando en un rincón mientras observaba a las preciosas jovencitas.

Y quizás fue por eso que sucedió el accidente. Sakuno se había perdido repentinamente de su visión.

Busca a una niña de los largas trenzas, Nanjiro, que esa es tu hija.

Demonios…

-¡Sakuno! ¡Sakuno!- Llamó, girando a todos lados pero sin ver nada- ¡Joder!

-¿Le ocurre algo?- Preguntó un alertado guardia- ¿Ha perdido algo?

-¡Sí!- Espetó sin detenerse- ¡A mi hija!

Sin que dijera nada más, el policía comenzó a buscar, aunque no sabía quién ni cómo era Sakuno. Se detuvo de golpeó. Un chirrido detrás de él y un grito femenino de alarma. Casi sintió los huesos crujir al girarse y como el aire quemaba sus pulmones mientras se ahogaba al respirar. Abrió los ojos de par en par. Reconocería aquel vestido en cualquier lugar, así como aquella maleta. Corrió hacia ellos con el alma en los pies.

-¡Shonen, Sakuno!- gritó.

Ryoma jadeaba, manteniendo entre sus brazos el cuerpo pequeño de Sakuno. Sus raquetas se habían desparramado por el suelo y varias pelotas de tenis. Sakuno abrazaba con fuerza su muñeca y escondía su rostro en el pecho de su hermano, gimiendo asustada. Ryoma la alejó con suavidad, recogiendo sus cosas mientras ignoraba los arañazos creados por el asfalto ante el roce. El conductor del coche descendió, gruñendo y amenazándoles. Una mirada asesina por parte de ambos bastó para hacerle retroceder. Sakuno se agarró a su pierna, escondiéndose mientras miraba a Ryoma temerosa.

-¿Qué ha sucedido?- preguntó una voz a su espalda.

-Esa niña había corrido tras la muñeca que tiene entre sus manos y se había expuesto al tráfico. Ese muchacho, el de las raquetas, ha saltado sin dudarlo para salvarla. Espero que el padre sea generoso con él cuando ha estado tan despistado con su propia hija. Como para dejarle a cuidado de alguno de nuestros hijos.

Sonrió para no estrangular a la mujer. Sacudió las ropas de Sakuno y la alzó en brazos hasta ponerla sobre sus hombros. Sakuno se agarró a él, sorprendida.

-Así no te contaminarás con las tonterías de los demás- espetó- Ryoma, vamos a casa- ordenó.

Extrañamente, Ryoma aceptó sin rechistar, siguiéndoles mientras ocultaba la mirada debajo de la gorra. Sakuno no decía nada, se mantenía quieta y sin rechistar o reír. Al parecer, el susto había sido más grave de lo que pensaba. Nada más llegar a su casa, dejó a Sakuno en el suelo, mientras que Ryoma descargaba la maleta y volvía mirarlo de reojo. Su rostro había cambiado. No estaba enrojecido por la carrera y tampoco tan pálido como cuando habían llegado con Sakuno cargado.

-¿Qué ha pasado?- Preguntó Rinko asustada al verle el rostro. Al parecer no había conseguido recuperar el color del miedo- ¿Están los dos bien? ¡Cielos, Ryoma! ¿Te has caído?

Hubo un largo silencio. Finalmente, Sakuno abrió los labios y para comenzar a relatar lo que había sucedido, siendo interrumpida por la mano de su hermano.

-Me caí- respondió imperturbable- nada más.

Le lanzó una mirada de advertencia a Sakuno antes de quitarle la mano de la boca y se marchó detrás de Rinko, empeñada en poder curarle. Sakuno cayó de rodillas y comenzó a gimotear de nuevo. Le acaricio la cabeza.

-Oí, Sakuno, ya pasó- le susurró- no estuve pendiente….

-Ryoma-kun…- farfulló- me salvó y rompí… su objeto preferido- se frotó los ojos rojizos y le miró preocupada- ¿Qué haré papá? Seguro que me odiará.

-Oí, Sakuno- se escuchó de decir- Ryoma nunca te odiará. ¿Sabes?- La abrazó con cuidado, siempre temeroso de hacerle daño- por mucho que te diga, que no te hable o mire, para Ryoma siempre estás ahí, porque es tu hermano mayor y los hermanos mayores siempre nacen antes que los pequeños, para amarlos y protegerlos.

Sakuno hipó, enroscándose entre sus brazos. Y entonces lo comprendió. Aquella vez, sería la última vez que Sakuno sería si niña pequeña sin rechistar, buscando cobijo en él.

A los doce años…

-¡Llegaré tarde!

El grito casi le hizo escupir parte del café que estaba tomando. Los pasos se escuchaban de un lado para otro en el piso superior y Rinko sonrió frente a él, moviendo la cabeza repetidas veces.

-¡Mou! ¡Ryoma-kun! ¡Despierta!- De nuevo. Otra vez. Una vez más. Ambos se quedaban fritos- ¡Ryoma-kun!

-Iré a despertarle- se ofreció- o realmente llegarán tarde.

-Esa es buena idea. Parece mentira, su primer día en clases y tiene que llegar tarde.

-Ya- reconoció y sonrió divertido- Pero Ryoma está disfrutando torturándola, aunque… veremos a ver cómo se comporta el adolescente cuando ve a su hermanita ligando a dispares.

-Bueno, seguro que el papá de la niña querrá recibir el parte, ¿Verdad? Ah, asegúrate de decirle a Ryoma que no golpee demasiado fuerte, ¿vale?

Casi se cayó al suelo. ¿Cómo había podido descubrir que iba a pedirle a Ryoma que la protegiera? Aunque cuando subió y vio a Ryoma siendo tirado de la oreja por Sakuno para que despertara, comenzó si no sería mejor pedirle a Sakuno que cuidara de Ryoma.

-¿Ya estáis despiertos?- preguntó apoyándose en el quicio de la puerta con la espalda y cruzándose de brazos- a este paso despertareis a las cucarachas… como siempre.

-¡Ah!- Sakuno soltó un dulce gemido y corrió hasta su dormitorio- Ryoma-kun, yo me voy.

Pero antes de que la castaña tuviera tiempo de salir por la puerta, Ryoma la alzó fácilmente con un brazo y la sentó ante el desayuno. Rinko también se encargó de regañarla y él frunció el ceño en afirmación.

A los doce años, los jóvenes eran demasiado problemáticos. Aunque él desconocía completamente la realidad.

A los treinta y cinco años….

Le dolía por completo el cuerpo. Sabía que no le quedaba demasiado tiempo y casi le pesaban los párpados como pesas. Alguien colocó una taza de té junto a su mesilla y se inclinó para limpiarle el sudor de la cara. El olor a flores le golpeó suavemente el olfato y al instante la reconoció.

-Sakuno…

-Sí, soy yo, papá- susurró- descansa. Ya sé… ya sé que no querías que viniera a tu lado nunca más… pero… eres mi padre y no quiero que mueras en soledad.

Gruñó sin ganas.

-¿Dónde está él?

-…. No ha venido- respondió dudosa- aunque… creo que lo hará. Hace tiempo que no le veo.

No dijo nada. No se atrevía. No quería. Era demasiado. Había vivido demasiadas cosas y no aceptaba nada de eso. Era suficiente.

-Oye… papá- susurró la dulce voz- yo… he estado pensando en algo durante éste tiempo. Estoy segura de que no me equivoco. ¿Podrías escucharme ahora que sí soy lo suficientemente adulta como para comprender mi corazón o ya es demasiado tarde para que mi padre me comprenda?

Sintió un nudo en el corazón. No le gustaba nada aquello. Lo odiaba. Era su hija. La persona que llegó a sus brazos con gran amor y ternura. La que se ganó su corazón.

-Habla… Dime lo que no supe comprender.

Ella guardó silencio, se humedeció los labios y se inclinó hasta cubrirse el rostro con las manos.

-Si no fuéramos hermanos… si no compartiéramos nuestra sangre, seguramente esto no sería pecado. Jamás hubiera sido pecado. Nosotros podríamos haber vivido como cualquier pareja, sin embargo… pese a que es pecado, pese a que nadie nos acepta… yo no puedo hacer nada. Amo a Ryoma desde estaba en el vientre de mi madre… Así que… perdóname, papá… porque llevo pecando desde que tengo existencia.

Continuará….

n/a

Bueno supongo que ya se hacen una idea de que va. Ya les advertí que lleva incesto, así que por favor, absténganse de molestarse, porque hice mis avisos como era debido y mis gustos siempre han sido extraños.

Como han visto, es un prólogo o un cortito resumen de muchas de las cosas que vendrán, visto desde la perspectiva de Nanjiro.

Explicaré más cosas en el lj, así que vayan ahí siempre que tengan dudas. Si no lo encuentran, ahí pueden dejarme un mensaje para que les conteste.

Siento ser tan dura o fría, pero es que últimamente nada más que recibo amenazas… por los fics, o quejas por mis parejas elegidas.

En fin… cuídense y esto comienza…