Genio Embotellado

(Bottled Genius)

Por Rozefire

Traducido por Inuhanya

Nota de Inu: Hola a todos!!! Siento mucho haberlos hecho esperar tanto para leer esta nueva historia. Aquí está finalmente así que espero que les guste y se diviertan como siempre. Este fic es mi favorito después de Dead Famous, es una historia llena de ingenio y creatividad como todas las historias de Rozefire. En lo personal me encanta por eso la dejé para el final. Les recuerdo que esta historia NO ES MÍA, SÓLO SOY SU TRADUCTORA. Siéntanse libres de dejarme cualquier comentario si lo desean. Les agradezco de antemano todo el apoyo y el interés que nos han demostrado. Esto es todo por el momento, no les quito más tiempo así que les deseo una feliz lectura!!!

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Capítulo 1

Desenterrando una Maldición

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"¡Kagome!" Souta la golpeó en la cabeza con su morral. "Despierta, estamos aquí."

El ceño de Kagome se frunció mientras tomaba un profundo respiro y se estiraba en el asiento de pasajero del auto. Sintió la fría corriente de aire que se deslizó sobre su cuerpo desde donde Souta ya había salido dejando una raja abierta en la puerta trasera. Parpadeó lentamente y depositó su mirada en la oscura y sombría silueta delineada por la luz de la luna ante ella.

"Así que él vive aquí, ¿huh…?" le dijo Kagome a su madre a su lado.

Aquello era cualquier cosa menos una mansión… vieja y un poco desgastada en los bordes. Pero el lugar era más grande que cualquier otra casa que hubiese visto antes…

La Sra. Higurashi miró al otro lado y debió haber visto la pensativa expresión de Kagome porque la alcanzó y tocó su hombro. "No te preocupes, es sólo hasta que resolvamos esta deuda y los problemas económicos, entonces podemos mudarnos de nuevo a la ciudad."

"Lo sé." Kagome bostezó levemente mientras desabrochaba su cinturón y salía del auto.

En cierta forma esto no parecía completamente justo. Tenían problemas monetarios… así que se mudaron de su Templo a algo parecido a un palacio. No era completamente lo que esperarías, pero por supuesto, había unas cuantas trampas en este arreglo. La primera, ahora tenían que vivir con el abuelo, pero eso no era tan malo. Era tranquilo después de todo (usando ese término en la forma más vaga posible).

La otra trampa por supuesto era que tenían que mudarse fuera de la ciudad, fuera de su distrito y al campo. Nada de tiendas, ni personas, ni puntos de comida rápida ni cines por millas.

Pero fuera de todos los lujos y cosas a las que tuvo que renunciar, extrañaría más a sus amigas… todas vivían en Tokio… mientras que ahora Kagome estaba atascada en la rural Izu con un parlanchín por abuelo.

"Trata de no verte tan deprimida." Le dijo su madre suavemente mientras cargaban sus maletas hacia el arco que se suponía era un pórtico. "Lastimarás sus sentimientos."

"¿Crees que tengan ranas y pececillos en ese río…?" preguntó Souta distraídamente, mirando hacia los árboles cercanos donde el sonido de agua corriendo hacía eco. "Tal vez podamos ir a pescar."

"Tal vez no." Dijo Kagome secamente.

La Sra. Higurashi se movió para golpear la puerta cuando se abrió de repente y encontraron a su radiante abuelo en el umbral. La madre de Kagome sonrió enseguida. "¡Papá! ¿Cómo has estado?"

"Mucho mejor al verlos a los tres otra vez." Él aceptó animado su abrazo y volteó hacia sus nietos. "Souta - ¡has crecido al menos un metro desde la última vez que te vi!"

Souta sonrió orgulloso.

Kagome esperó su turno con solemne aceptación. Su abuelo volteó hacia ella y de una vez hizo la parte del abuelo… pellizcó sus mejillas y palmeó su hombro. "Y la pequeña Kagome, creciendo más linda cada día."

Souta resopló incrédulo mientras Kagome sólo continuaba sonriendo, aunque sentía que sus mejillas ya tenían suficiente tensión ese día.

"Entren, entren, fuera de este frío." Su abuelo los invitó a entrar y cerró la puerta tras ellos. "Dejen sus maletas en el corredor, podemos recoger el resto de cosas del auto más tarde. Supongo que quieren el recorrido ahora, no es así. Les mostraré dónde dormirán."

¿Qué, sin comentarios o preguntas sobre su padre? Bueno… tal vez su madre ya le había dicho al abuelo toda la historia por teléfono… o tal vez eso vendría después. Mientras tanto arrastraba sus pies siguiendo a los otros por el corredor y por unas escaleras que crujían cuando ascendieron.

"¿Estás seguro que esto es seguro para subir?" Preguntó Kagome impulsivamente.

"Por supuesto." Su abuelo desvaneció su preocupación. "Ha estado en pie por dos siglos y medio. No nos ha fallado todavía."

Eso no fue tan confortante como creyó.

"Por dos siglos y medio esta casa ha estado de pie." Comenzó el abuelo. "Fue construida por la familia Yashimoto - sus dos hijos trabajaron con sus cuatro manos desnudas por años para construir este lugar."

Oops, ella lo había hecho hablar con una de sus clases de historia. Suspiró y siguió obediente, especialmente después de esa fuerte mirada que su madre le envió cuando suspiró un poco fuerte.

Pero realmente era muy impresionante… considerando que el lugar había sido construido por sólo dos personas, el lugar era excesivamente grande. Probablemente había habitaciones que el abuelo nunca había visto en esa casa… y que probablemente nunca vería. Si ella ponía su cerebro y lo juntaba con Souta… el mejor refugio con el que saldrían sería dos tablas de madera sostenidos juntos con tal vez una sábana si querían echar al agua el bote…

"¿Crees que si cavamos en el patio encontremos algunos muertos?" le susurró Souta tranquilamente a Kagome mientras el abuelo continuaba divagando, mientras su madre se esforzaba en pretender escuchar.

"¿Cadáveres de quién?" Kagome le frunció. "Hemos estado aquí cinco minutos y ya estás planeando renovar el jardín."

"¿No escuchaste sobre la leyenda de este lugar?" Souta le parpadeó.

"¿Qué leyenda?"

"¿Leyenda?" Los oídos del abuelo se agudizaron ante la palabra. "Te aseguro que la leyenda es sólo un mito… una buena historia que a los locales les gusta pasar por las tabernas cuando no hay nada de qué hablar. Ahora, ¿ven esa ventana de allá? Muy interesante la forma…" y entró en las divagaciones otra vez.

Souta tiró de la manga de Kagome. "¿Ves lo rápido que cambió el tema? Obviamente hay alguna seria actividad paranormal por aquí."

"Actividad paranormal en tu cerebro." Kagome retiró su brazo. "No seas tan infantil."

"Sólo estás gruñona porque dejamos atrás la ciudad y la escuela."

"Oh, ¿debo estar sonriendo en vez?" preguntó ella sarcástica.

"Ustedes dos." Su madre los interrumpió antes de que pudiera desarrollarse una discusión. Ella movió su cabeza, indicándoles que se callaran. Ambos se vieron obligados, a regañadientes y siguieron a los adultos para ver dónde estaban las habitaciones.

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El abuelo y su esposa, también conocida como la abuela, habían vivido en esa casa por los últimos treinta años. Unos años atrás, la abuela había muerto dejando solo al abuelo en la casa. Kagome tenía que respetar que probablemente estaba solo algunas veces… nada sorprendente si vivía en una casa del tamaño de una tienda por departamento con casi sesenta acres de tierra alrededor. De lo que había visto, parecía sólo usar dos o tres habitaciones en toda la casa. El dormitorio, el baño, la cocina y la sala. Todas las otras habitaciones eran frías y húmedas y parecía que nadie había entrado en ellas por muchos, muchos años.

Estaba comprobado por la espesa capa de pegajoso y fijo polvo que cubría los pisos de tales habitaciones, nada perturbadas por años.

En su época, el abuelo había sido un hombre de negocios. Él les había dejado el Templo a su hija y familia cambiándose a cosas más grandes involucrando el comercio internacional. Se había vuelto lo rico suficiente para comprar este lugar con su esposa, y luego se había retirado para vivir el resto de sus días.

La casa había estado vacía por mucho tiempo antes de que sus abuelos decidieran adquirirla y a la tierra circundante. No podía entender por qué… el lugar tenía una vista agradable, aire limpio y mucho espacio - algo por lo que la gente mataría esos días.

"Dicen que una joven mujer poseía la casa hace cincuenta años." Le dijo Souta mientras desempacaban sus maletas sobre sus camas. Infortunadamente ambos tenían que compartir una habitación hasta que uno de los otros dormitorios se limpiara. "Ella murió en forma misteriosa… la encontraron muerta en el ático, sin explicación."

"Tal vez su corazón se detuvo." Dijo Kagome con un giro de sus ojos, intentando callar la historia que parecía ser creada por su imaginación. "Eso pasa."

"Tenía dieciocho años, no pudo haber sido un ataque cardíaco. Y no hay una causa de muerte disponible…" de repente adquirió una misteriosa voz. "Excepto que su rostro portaba una feliz sonrisa, debe haber estado sonriendo cuando murió."

"¿Murió de risa?" sugirió Kagome.

Souta la miró. "Pero, ¿no te parece extraño que después de morir, la casa estuvo desocupada por como, veinte años, mientras que por las otras propiedades que eran más costosas que ésta se peleaban en todo el lugar?"

"No realmente." Kagome colocó sus medias en el cajón al lado de su ropa interior. "¿Entonces una chica murió? Gran cosa. Muchas personas mueren en el mundo."

"Dicen que ella se mudó a la casa con su padre que también murió en extrañas circunstancias cortamente antes de que ella muriera." Le dijo Souta. "Este lugar probablemente está embrujado. Al menos dos personas han muerto aquí."

"Y prontamente una tercera si no dejas de ser tan crédulo." Dijo Kagome despreocupada.

Souta se encogió de hombros y continuó desempacando hasta que de repente la miró y sonrió. "Oye - apuesto que el abuelo nunca ha estado en el ático."

"No con sus caderas, probablemente no." Kagome lo miró al otro lado. "¿Por qué?"

"Lo cual significa…" él giró sus ojos hacia arriba. "Nadie ha estado allá arriba por cincuenta años…"

Kagome siguió su mirada lentamente a un hueco cuadrado en el techo que estaba entablado… el camino al ático. "Probablemente tienes razón."

"¿Estás pensando en lo que yo estoy pensando?" él le sonrió y ella se la devolvió.

Cuando se refería a aventura y exploración a lo desconocido, los dos hermanos eran de la misma opinión.

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"¿Qué ves?" le preguntó Souta.

Kagome levantó la tabla a un lado y trepó los últimos escalones de la escalera de mano en el desván. Tosió cuando el polvo invadió sus pulmones, levantado del piso por su pesado caminar. Telarañas se enredaron en su cabello, pero nunca había sido increíblemente delicada y sólo las retiró apresuradamente, rezando porque ninguna araña hubiese estado asentada en ellas.

"¿Y bien?" llamó Souta otra vez.

"Dame un minuto." Ella encendió la vieja linterna que habían sacado de la alacena de la cocina y tuvo que golpearla pocas veces para que iluminara lo suficiente. "Um… veo… paloma muerta… paloma muerta… paloma muerta… y ¡oh! Rata muerta."

"Voy a subir también." Ella lo escuchó decir antes de escuchar la escalera crujir otra vez. Él amarró la parte de arriba para que no cayera accidentalmente sin nadie sosteniéndola abajo. Ella lo subió al ático y sonrió divertida cuando su reacción al polvo y a las telarañas fue un poco más irracional que la suya.

"¿No hay luz por aquí?" preguntó él, aún mirándose por arañas y telarañas.

"Si la hay, dudo que funcione." Le dijo ella e iluminó su luz por el desván y entrecerró sus ojos entre las nubes de polvo que se habían levantado como humo, o fina niebla. Aparte de las palomas muertas y varios viejos y aislados materiales que yacían alrededor, olvidados, había varios cajones de madera y cajas. "¿Qué crees que hay en ellas?"

"¿Cuerpos?"

"No son lo grande suficientes."

"¿Cuerpos descuartizados?"

Kagome lo ignoró y se agachó bajo un contrafuerte para arrodillarse junto al más cercano conjunto de cajas. Colocó la linterna sobre una y comenzó a abrir otra. Souta estaba detrás de ella, observando sobre su hombro mientras hacía a un lado la tapa y miraba dentro.

"Eso es…" comenzó ella.

"Moho." Souta terminó con un suspiro. "¿Quién empacaría moho en una caja?"

"No lo hicieron." Kagome movió su cabeza y miró hacia arriba. "Debe haber habido una gotera en el techo… el agua debe haberse filtrado en las cajas."

"No en todas, ¿verdad?" Souta la observó mientras se levantaba otra vez.

"Bueno, tal vez no las cajas sobre las que están en el piso." Ella levantó la linterna y se la alcanzó. "Sostén esto por mí." Ella bajó una de las cajas de arriba y la colocó sobre la que había abierto previamente. Agitó sus manos por un momento, tratando de retirar el polvo antes de clavar sus dedos bajo el borde de la caja y abrirla con un tirón.

"Bien. No hay moho." Souta se asomó a su lado.

"No… sólo libros… libros viejos y olorosos…" Kagome levantó uno y lo hojeó. Las páginas cayeron en un instante y se esparcieron sobre su regazo y el piso. "Oops."

"Nadie va a extrañarlo." Souta se encogió y tiró de su blusa. "Intenta las de aquí - están marcadas."

Pero quienquiera que las había marcado tenía una caligrafía muy ilegible. Eso o el tiempo la había borrado a sólo garabatos. Kagome bajó la caja de arriba del montón y la abrió. Los contenidos eran levemente más interesantes esta vez.

"¿Qué demonios son estas cosas?" Souta sacó un artículo de la caja.

"Un cepillo." Kagome suspiró impacientemente. "No has cepillado tu cabello con un - espera, no respondas eso. ¿Qué más tenemos aquí…?"

Unos cuantos vestidos carcomidos, un espejo de mano, algunas botellas de perfume y una brillante caja de cuero negro. Kagome la levantó cuidadosamente mientras Souta se ocupaba con los vestidos. Ella abrió la caja lentamente y frunció ante los contenidos. No otro libro…

Esperen… no era otro libro. Era un diario.

Kagome lo sacó con más cuidado del que tuvo con el libro anterior y abrió la dura cubierta en la primera página.

"Kikyo…" Kagome frunció pensativa. "¿Esta era la joven mujer?"

"Una joven mujer con un gusto en ropa de una anciana de setenta años." Souta arrugó su nariz mientras colocaba de nuevo la ropa y comenzaba a oler alrededor de las botellas de perfume. "¿Cuánto supones que valen estas cosas? Digo, si las vendemos a un museo tendríamos dinero, ¿verdad? Entonces tal vez podamos regresar a nuestro Templo."

"No lo creo. Sólo son cincuenta años… no es realmente tan antiguo." Kagome hojeó las primeras páginas. "Quieres vender algo antiguo, vende al abuelo, él es más viejo que todas estas cosas juntas."

"¿Crees que encontraremos un arma asesina?" preguntó Souta, mirando alrededor del ático. "Ella murió aquí, ¿verdad?"

"Si la policía no encontró una hace cincuenta años, ¿crees que encontrarás una hoy?" Kagome le disparó una divertida mirada.

"Tal vez." Él volteó hacia otro lado y olvidó agacharse bajo el par. Casi se noquea. "OW! Cielos…" él gruño y frotó su golpeada cabeza. "Tal vez ella murió así."

Kagome rió a su expensa.

"Me alegra que encuentres divertido mi dolor, Kagome." Espetó él.

"No divertido del todo. Hilarante." Kagome sonrió levemente. Luego notó las botellas de perfumes que Souta había estado mirando. "Estas son bonitas… vidrio de color… ¿tal vez valgan algo?"

"Siento como si estuviéramos saqueando un cadáver." Murmuró Souta, todavía frotando su cabeza.

"Tonterías. El abuelo compró todas estas cosas cuando compró la casa. Posee todo en este desván así que no estamos saqueando ningún muerto hoy." Le dijo Kagome mientras cuidadosamente cerraba el diario y lo regresaba a su caja negra. No quería dañarlo.

"¿Dónde crees que encontraron el cuerpo…?" Souta continuó preguntando mientras se movía por el desván cuidadoso, mirando el piso atento por alguna vieja mancha de sangre.

En algún lugar en la casa bajo ellos escucharon la voz de su madre. "¡¿Souta?! ¡¿Kagome?! ¡La cena!"

"¡Vamos!" ambos corearon, esperando que su madre los escuchara desde arriba.

"Huelo espaguetis, ¡hurra!" Prácticamente Souta se deslizó por la escalera en su apuro para llegar a la cocina antes de que el abuelo se los comiera todos. Ambos eran notorios fanáticos de los espaguetis en salsa de tomate. Kagome comenzó a seguirlo, antes de dudar y mirar la caja abierta. Ese diario se veía interesante - ¿tal vez debería llevarlo con ella?

Recogió la caja negra y las botellas de perfume mientras estaba en eso. Las acunó en su blusa como un bolsillo y con cuidado bajó la escalera.

****

Ella estaba sentada tarde esa noche leyendo las desvanecidas anotaciones en el viejo diario. Mantuvo encendida la luz al lado de su cama mientras Souta dormía sonoramente en la cama opuesta a la suya.

Kikyo era… descubrió ella… un tipo de chica muy sumisa. Había tenido diecisiete años cuando escribió esas entradas, aunque parecía mucho mayor. Kagome conocía a las de diecisiete… probablemente eran más tontas que Souta en los casos extremos. Y mientras a Kagome le gustaba pensar en ella como una chica algo madura, sabía que nunca sería madura como la joven de la que estaba leyendo.

Las entradas eran directas, eficientes. Un párrafo largo usualmente, recontando eventos interesantes de ciertos días con una pequeña fecha en la parte superior para probarlo. Kagome leyó la entrada ligeramente más larga que había hecho en su cumpleaños dieciocho. Kagome ya podía imaginar a la joven por el tono de su escritura… básicamente una joven que nunca esbozaba una sonrisa, hablaba en una monótona voz y era muy, muy, muy aburrida.

Kagome decidió saltar unas páginas hasta que una entrada captó su ojo. Era de dos páginas de largo. Sobre su mudanza a la casa con su padre… y por el sonido de eso, resentía la idea de mudarse a tan vieja casa, justo como parecía resentir su padre.

"Parece que tenemos algo en común…" susurró Kagome para sí.

Después de eso había un largo espacio de fechas. Tres meses, de hecho. Y su próxima entrada sorprendió a Kagome de alguna forma.

Deseé un humilde palacio. Recibí lo que pedí. Qué tonta soy…

Kagome pasó a la siguiente página.

Deseé cantar con la voz de un ángel. Obtuve lo que pedí. No puedo cantar más.

Kagome re-leyó la entrada, no segura de que estuviera viendo las palabras correctamente. No tenían ningún sentido… ¿por qué estaba pasando esta joven?

Deseé poder tocar el piano. Recibí lo que pedí. Puedo tocar, pero no puedo leer música, y no puedo aprender las piezas de corazón. Tampoco puedo inventar música… no puedo tocar el piano.

"Bueno…" Dijo Kagome lentamente, preguntándose qué demonios estaba pasando en la mente de esta joven a este punto.

Deseé que mi padre me dejara en paz para bien. Encontraron su cuerpo en el río. Mi padre está muerto.

Ahora eso estremeció a Kagome. Miraba la palabras mientras una fría sensación caía sobre ella, haciendo que su cabello se parara de punta como si alguien hubiera restregado sus uñas por un pizarrón.

Deseé encontrar el amor. Lo encontré. Pero no puedo conservarlo.

La próxima entrada era la última, fechada el 14 de enero, 1954.

Deseé morir como una mujer feliz al final. Temo por mi vida.

Kagome cerró de golpe el diario y lo miró perturbada. Eso era horripilante… ¿morir como una mujer feliz? La sonriente mujer muerta en el ático fue encontrada en enero de 1954.

Tal vez sólo estaba soñando… uno un tanto sediento, o tal vez no. Bajó el diario otra vez y deslizó sus piernas fuera de la cama. Su mirada cayó en las tres botellas que estaban en la mesa al lado de su cama. Vidrio coloreado de azul con visos púrpura que brillaban en la luz, el aceite brillaba coloridamente en el agua algunas veces. La tapa en cada una era tan azul como cada botella, pero dos estaban rotas y obviamente habían sido pegadas, mientras la tercera permanecía intacta. Kagome había decidido que las dos tapas rotas probablemente bajarían un poco el valor de las botellas… ¿pero la tercera?

Ella la recogió y la volteó boca abajo. Retiró la tapa y olió el interior. Olía a sándalo. No muy fuerte… pero colocó la tapa y la regresó a la mesa. Le hablaría a su abuelo mañana y averiguaría si realmente valían algo, o si sólo eran baratijas que se venderían en ventas de portaequipajes.

Esa sed estaba comenzando a molestarla y salió de la cama tranquilamente, para no molestar a Souta mientras caminaba por el frío piso hacia la puerta. Debió haber vagado sin rumbo fijo por al menos cinco minutos antes de que eventualmente encontrara la cocina. Era la única parte moderna de la casa, completa con estufa actualizada y un horno microondas. Obviamente el abuelo no planeaba vivir en la edad de piedra en lo que a comida se refiere.

Kagome tomó uno de los vasos limpios de la alacena y lo llenó con el agua del grifo. Fastidiosamente, el grifo se rehusó a funcionar apropiadamente y la salpicó con una pequeña llovizna de agua… y justo cuando había colocado su mano para ver cuál era el problema, disparó un chorro de agua tan fuerte que podía jurar perforó su palma. "Hijo de…"

"Burbujas de aire."

Ella giró tan rápido que el vaso voló de su agarre y se quebró contra el espaldar de una de las sillas de la cocina. El joven sentado en el borde de la mesa parpadeó con poca sorpresa cuando los pedazos de vidrio se esparcieron por el suelo. "Supongo que la tubería no ha cambiado mucho… aunque eso es nuevo." Él torció una mirada al horno.

La boca de Kagome trabajó furiosamente. Un millón de preguntas se desencadenaron a la vez dentro de ella. ¿Quién demonios era él? ¿Cómo diablos entró en la casa sin activar la alarma de seguridad? ¿Por qué tenía cabello blanco? ¿Por qué estaba hablándole de plomería? Y sobre todo - ¡¿Por qué demonios estaba en la cocina con ella?!

"¡G-gritaré!" amenazó ella con una voz temblorosa. "Y mi familia llamará a la policía."

Él se encogió de hombros con un giro de sus ojos. "Estoy seguro que lo harán. Tú fuiste quien quitó la tapa, ¿verdad?"

"¿Qué?" Kagome lo miró.

"Sí." Suspiró y se bajó de la mesa. "Una nueva. Diré esto sólo una vez, así que tienes que escuchar."

"Tú escúchame - ¡fuera de esta casa!" demandó Kagome, buscando alrededor por algún tipo de arma defensiva. Su mano aterrizó en el rodillo… bien, muy bien. "¡Te lo advierto!"

"Y yo te lo advierto." Él cruzó sus brazos y le frunció el entrecejo. "Sólo voy a decir esto una vez así que tienes que escuchar."

Furiosamente, Kagome trató de reñir con él, pero la interrumpió.

"Soy una décima generación así que tienes diez deseos. Las reglas son simples. No desear por más deseos de los diez que te son dados. No puedes revertir un deseo, la única forma de hacer eso es hacer otro deseo revirtiendo el anterior. No puedes hacerme traer la muerte de nuevo a la vida. No puedes hacerme conjurar, aún cuando pueda doblar las reglas de la física, no puedo romperlas todavía. No desear que yo sea tu esclavo sexual, de lo contrario estoy obligado a lanzarte en medio del océano y a encontrarme un nuevo amo. Y por último, pero no en importancia, no puedes expulsarme de lo que hago al usar tu último deseo para liberarme, aunque por qué demonios querrías hacerlo está más allá de mí. ¿Entiendes?"

Kagome lo miró. Debe estar loco…

"Y una petición personal. Trata de no romper mi botella, ya pasó once veces y apreciaría si ustedes las personas tienen algo de cuidado alguna vez." Él le dio una sonrisa sin gracia. "Diez deseos. No estoy de humor esta noche, así que llámame cuando pienses en algo que te gustaría."

"¿Llamarte…?" repitió Kagome confundida. Ella quería saber más, de qué estaba hablando, quién era él. ¿Por qué su cabello era tan perfectamente blanco y sus ojos tan brillantes e inhumanamente dorados? ¿Por qué sus dedos terminaban en esas uñas que eran más como garras para ser uñas reales? ¿Por qué estaba usando ropa que nadie había visto por al menos cuarenta años? Mejor comenzar con preguntar su nombre. "Quién-"

"¡Ahora no!" espetó él, obviamente malhumorado. "Te dije que no estoy de humor. Llámame mañana o cuando sea."

Con eso volteó, como si fuera a salir por la puerta. Pero a la mitad del camino pareció derretirse en humo rojo y se desvaneció de vista. El humo que dejó atrás hizo toser a Kagome y ella sacudió su mano ante su rostro para aclarar su visión.

Olía a sándalo.

Cuando la cocina estuvo limpia del espeso humo, lo cual fue rápidamente porque esa cosa parecía volverse aire, Kagome miró el punto donde él había desaparecido y parpadeó, tratando de comprender lo que había presenciado.

La gente no desaparecía en el aire. Era tan simple como eso.

Tal vez fue algo en esa salsa…

Finalmente se sacudió y se dijo que sólo estaba cansada y bajo mucho estrés últimamente. Ser echada del Templo porque no podían pagar las cuentas no fue fácil. Tener que dejar la ciudad y a todos sus amigos no fue fácil. Tener a su padre huyendo con una rubia sueca y dejando a su familia sin dinero había sido lo que comenzó todo. Eso tampoco había sido fácil. Y ahora estaba siendo obligada a vivir en una espeluznante y vieja casa encantada. Nada fácil.

Sí, sólo era estrés, decidió ella mientras se arrodillaba a barrer los pedazos de vidrio en una cacerola para que nadie entrara en la cocina mañana descalzo y tuviera una desagradable sorpresa.

Sirvió otra bebida y encontró el regreso a la cama, mayormente al seguir el sonido de los ronquidos de Souta por los corredores. Se metió en la cama, apagó la luz y trató de dormir.

Sin suerte.

Después de girar y dar vueltas por dios sabe cuánto, finalmente se sentó y encendió la luz. Miró las tres botellas en la mesita de noche y supuso que la tercera con la tapa intacta debía haber sido la botella del muchacho…

¿Un genio o algo?

No, esa era una noción estúpida. Los genios vivían en lámparas - ¡además del hecho que no existían! Ella había alucinado, eso era todo. Sólo estaba cansada… aunque no sentía como si necesitara dormir.

Tomó el diario de Kikyo y releyó las últimas entradas. Todo esto habla de deseos…

Hojeó las últimas páginas vacías del diario - pero se detuvo cuando ubicó más escritura cerca del final del libro. Su garganta se secó y su voz era un simple y frágil susurro cuando repitió las palabras escritas. "Cuidado con la maldición de la Décima Generación de Cumplidores de Deseos… Inuyasha…"

Kagome lo cerró de golpe y casi lanza el libro sobre la mesa, apagó la luz y se dejó caer con todo su cuerpo escondido bajo las cobijas.

Notó que pudo haber tropezado con algo allá arriba…

****

Continuará…