EPÍLOGO

Sakura dejó los guantes sobre su regazo dando un suspiro.

Era irónico que después de haber pasado la mañana ordenando un bonito ramo de flores para llevarle, hubiese tenido que emplear la tarde en arrancar espinas y malas hierbas del lugar donde él descansaba.

Le había buscado el sitio más puro que había encontrado en todo el pueblo, eso hacia que la maleza creciera veloz, pero también tenía las mejores vistas. Recordaba los fugaces atardeceres con él justo en esas colinas y cómo, aunque la enfermedad había hecho estragos en su mente, ambos podían volver a entenderse mutuamente como en antaño sólo contemplando al mismo tiempo el sol que moría en un ritual precioso de luces y colores. Así se había despedido también él, sin rencores, sonriente y únicamente con paz en el corazón.

—Te echo de menos todos los días. Lo sabes, ¿verdad?

Le relató su rutina diaria, sus conversaciones triviales con las vecinas, el caos constante en las tareas de la cocina ahora que él ya no estaba para aconsejarla, y lo plácida e increíblemente normal y corriente que se había vuelto su vida: y lo mucho que la amaba.

Al cabo de un rato guardó silencio. Sakura se secó los ojos con el dorso de la mano y comenzó a recoger sus cosas apresuradamente. El viento silbaba cálido y no tenía idea de cuánto tiempo habría estado observándola. Con pasos livianos, Tamaki se acercó a ella y se arrodilló a su lado apoyando con sutileza una mano sobre su hombro.

—Hiciste todo lo que pudiste por él —musitó la chica—. Estaba muy grave, pero tú hiciste que tuviera un final feliz. Te quería muchísimo.

—Igual que yo a él.

Tamaki sonrió con dulzura y ella apartó la vista antes de que pudiera volver a ver la emoción golpeando sus facciones.

—Bueno, ¿y qué ha sido esta vez?

—Saki se ha torcido el tobillo…

—¿Qué? No, ¿otra vez?

—Ni siquiera estoy segura si llegó a recuperarse de la primera. Esa niña no puede estarse quieta —refunfuñó la joven dejando los ojos en blanco.

Con extremada delicadeza, la nieta de la Abuela Gato la ayudó a ponerse de pie. De nuevo, Haruno Sakura se detuvo, volviendo la vista atrás y despidiéndose con un susurro cariñoso hasta la próxima visita. La brisa pareció devolverle el beso.

Hasta que no estuvieron de regreso en el pueblo, Tamaki no osó soltarle el brazo, sonriendo ante el mohín tan gracioso que le ofrecía.

—Oh, ya basta —se quejó—. Al menos no hagas esto en público. Eres mi alumna y yo tu maestra, no debería estar dando una imagen tan desvalida, sobre todo, cuando me siento tan fuerte como un toro.

—No puedo descuidarte, eres la única médico en este rincón olvidado del mundo, ¿qué vamos a hacer si no consigo que me enseñes a tiempo a preparar todos los antídotos para las intoxicaciones en este lugar tan lleno de gente aficionada a recolectar hongos?

—¿Cómo que a tiempo?¿Por qué suena como si estuviese en las últimas? —le preguntó deteniéndose.

Iba a responderle cuando la llegada a la plaza de la ciudad vino acompañada de un alboroto de voces y risas infantiles. Tamaki vio a un grupo de niños acercándose alegremente hacia ellas y entornó los ojos con obviedad.

—Oh, como si no lo supieras. Pero, ¿sabes qué? No pienso mover un dedo para ayudarte a dirigir semejante tropa demoníaca.

—No digas tonterías. Te encanta, y ellos te adoran.

—Como sea, no vas a convencerme para que vuelva a sonar una nariz mocosa en toda mi vida...

Sakura abrió la boca impertérrita y la joven echó a reír mientras se alejaba.

—¡Es broma! ¡Te quiero! —le gritó, y se dejó arrastrar por las pequeñas manitas que tiraron con fuerza impensable de sus brazos.

Saki llegó cojeando con una expresión sonrosada y culpable, uniendo los deditos de las manos. Kaori, a su lado, parecía a punto de echar a correr. Durante unos segundos, Sakura las observó ceñuda y con los brazos en jarras, hasta que no pudo seguir aguantando una sonrisa entrañable.

—No te preocupes, ¿vale? Seguro que es sólo un rasguño, no te va a doler. Mañana podrás volver a subirte a los árboles, saltar en los charcos de barro o lo que sea que hacéis ahora cuando estáis en clase.

—¡Pero es genial!

—¡Sí, genial! —apoyó Kaori.

—Hoy hemos ido a las afueras del bosque y… ¡ah! Esta vez me tocaba a mí ser la encargada de llevar la brújula.

—Se confundió muchas veces…

—No tantas veces —gruñó la niña molesta, luego sus afilados ojos lucieron repletos de ilusión—. Entramos a una cueva…

—Espera, ¿a una cueva? —preguntó Sakura mientras terminaba de vendarle el tobillo.

—¡Creíamos que había un oso gigante! Una vez lo oímos rugir y Kaori salió corriendo, asustada —se rió la cría.

—¡No estaba asustada! ¡Sabía que era el profe escondido detrás de esa piedra! ¡Tú te asustaste!

—¿El profe?

—¡Dijo que íbamos a ver estalactitas y estalacla…, no, estalag…! —La chica herida frunció los labios, contrariada, y se miró a los dedos como si allí estuviese la respuesta—. ¡Dijo que era un rollo estudiarlo en los libros!

—¿Así que dijo que era un rollo estudiarlo en los libros y os llevó a todos a una cueva a las afueras donde se puso a imitar a un oso?

—¡Estábamos jugando!

—¡Era divertido! —se defendió también—. Después intenté trepar ese risco y la piedra se movió y me resbalé y el profe dijo que era mejor no contar que… ¡Auch, Kaori!

La niña observó el gesto conspiratorio de su amiga y se tapó inmediatamente la boca con las manos. Sakura enarcó las cejas con una nube de sospecha, y ya fue del todo tarde para guardar el secreto.

Sonrojada y vencida, Saki se mordió el labio inferior.

—¡Gracias por atenderme, me voy a jugar!

—¡Uchiha Sakiko! —reclamó la ninja médico en un tono dulce y terrorífico por partes iguales, la aludida se encogió de hombros antes de girarse lentamente—. ¿Dónde demonios está tu padre?

Sakura llegó impacientemente al parque minutos después. Junto a los columpios, Tamaki impulsaba entusiasmada a unos cuantos niños, y sobre la piscina de arena, un montón de ellos reían mientras se apilaban el uno sobre el otro hasta casi formar una pequeña montaña humana.

Sakura se cruzó de brazos y enarcó una ceja.

—A veces no sé quién es más infantil, si el profesor o sus pupilos.

De entre la marea de cabecitas, Uchiha Itachi escapó reptando y adolorido. Los niños volvieron a colgarse de él cual moluscos, entre carcajadas y gritos que pedían más juegos, y a duras penas logró incorporarse.

La escena que acababa de presenciar no era nada insólita para Sakura. Desde que se habían asentado allí, Itachi se había enamorado de aquel modesto pueblo y de sus ciudadanos. Sakura recordaba bien la expresión del alcalde cuando había tratado de explicarle quienes eran y los peligros que podían atraer, la sonrisa con la que el hombre les había respondido le hizo experimentar de verdad una hospitalidad que no habían encontrado en ningún otro sitio: «Yo sólo veo a un chico y a una chica, si alguien quiere hacer daño a alguno de mis habitantes tendrá que vérselas con el resto de nosotros. Aquí todos somos una familia, y aquí todos tenemos un pasado. Vais a quedaros, ¿verdad que sí?» Participar en la escuela fue una propuesta que Itachi no pudo rechazar. Sakura sabía que cada minuto que pasaba junto a aquellos chiquillos era para él como un nuevo soplo de vida y veía en sus ojos brillantes que a través de sus sonrisas había recuperado la infancia que él jamás había tenido.

Una vez más, su enfado se esfumó con un suspiro.

Se acercó hacía él y estiró una mano para sacudirle con los dedos la arenilla que le había quedado adherida en la barbilla, absolutamente embriagada de ternura.

—Parece que mi cielo está hoy de buen humor —le susurró acercándose tentadoramente a sus labios.

—No te hagas ilusiones, aún estoy enfadada.

—No te lo decía a ti.

Itachi compuso una malvada mueca de diversión y ella le golpeó un hombro con fingido enfado. Luego, apoyó una rodilla frente a ella, le acarició el abultado vientre con las manos, escuchó la vida que se movía en su interior, y sonrió poco a poco, depositándole un beso por encima de la ropa.

—Sí que está con ánimos. Buenas noches, mi vida.

Sakura le tocó el largo cabello negro. No sabía si era a causa de su estado, o si no terminaba de acostumbrarse a que ella fuese el centro de su atención, pero cada vez que le veía agasajarla con la mínima cosa una incontrolable calidez se expandía desde el centro de su pecho y sentía unas ganas desenfrenadas de echarse a llorar de pura fantasía.

Él aún sonreía cuando se incorporó para girarle el rostro poniendo una mano en su mejilla y recibiendo un beso afectuoso en los labios.

—¿Les dijiste que los libros son un rollo? ¿En serio? ¿Qué clase de maestro dirá el alcalde que eres? Sabes que Kaori es su nieta, ¿verdad? ¿Piensas que no le cuenta a su abuelo qué hace en clase?

—Oh, vamos, sólo son niños. Déjales que disfruten. Esto es lo que quieren.

—¿Ellos… o tú? —se mofó con una ceja suspicaz, él estiró una sonrisa culpable.

—Tú también haces cosas a hurtadillas.

Sakura entreabrió los labios, rápidamente giró la cabeza hacia lo lejos y, Tamaki, quien seguía columpiando a media docena de niños impacientes, le apartó la vista de inmediato.

—Traidora…

—No te enfades con ella —dijo interponiéndose en su campo de visión—. Te dije que quería acompañarte.

—Quería hablar a solas con él.

—Goro también era amigo mío.

—Iremos juntos la próxima vez.

—Por supuesto. Ya es un poco peligroso que sigas subiendo y bajando esa ladera tú sola.

—¿Tú también? ¡No me fastidies! No estoy convaleciente, sólo… un poco embarazada, ¿está bien?

—¿Un poco? Es el octavo mes y…

—Bah, cállate, ni que fuese la primera vez.

Él la miró muy serio.

—Eres encantadora. —Itachi se mordió los labios—. No tienes idea de las cosas que se me ocurren cuando te enfadas.

El susurro en el oído hizo que la joven se estremeciera, él soltó una risa traviesa y antes de que pudiera darle un nuevo beso en los labios, Itachi miró hacia abajo al sentir el repentino tirón en los pantalones.

—Papá, papá, papá, papá —dijo la niña muy entusiasmada—. ¿Es verdad que soy una princesa? ¿Es verdad? ¿Ah? ¿Sí? ¿Lo soy acaso?

Los ojos oscuros de Saki pestañearon una y otra vez mientras lo miraba alzar las cejas. Luego se inclinó, la levantó por debajo de los brazos como si en verdad fuese la preciosa muñequita que parecía y la sentó en su hombro derecho.

—Pues claro que lo eres.

—¡Bien, lo sabía!

Los dedos de Itachi se cerraron sobre sus rodillas y la niña estalló en una contagiosa carcajada. Cuando estaba a punto de regresar, Sakura se fijó en la extraña diadema que coronaba el pelo extremadamente liso y largo de su hija. Había algo familiar en ella, no sabía qué, pero la impresión en el pecho la dejó sin aliento.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Itachi deshaciendo su sonrisa con una expresión preocupada, ella asintió apenas.

—Cielo, ¿quién te ha dado esa corona?

La niña la miró intensamente por unos segundos como si no entendiera el idioma en el que le hablaba. Luego, se quitó el adorno despacio y sonrió nuevamente al ver el intenso fulgor plateado de las flores que se enredaban formando una corona.

—Me la ha dado el señor.

—¿Qué señor, Saki? —inquirió inquieta.

—El que me ha dicho que era una princesa, mamá —respondió cansada, como si le molestara que no le estuviese prestando atención—. Me dijo que yo era la única de un linaje muy antiguo, que algún día tendría que asumir ese destino, y entonces me dio esto.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no hables con desconocidos? Y ni mucho menso que aceptes obsequios.

—¡No era un desconocido! Además, yo también quiero un pendiente alto y guapo como papá…

—¡Si dice pretendiente! ¿Y cómo que…? ¡Sakiko! —gruñó, furiosa— No escuches a extraños. Podrían lastimarte.

—¡Te digo que no lo era! ¡Ya lo he visto más veces! ¡Y no me hará daño! —refutó—. ¡Me lo dijo!

Sakura giró la cabeza hacia Itachi absolutamente indignada y sorprendida por el comportamiento de la pequeña.

—Díselo tú.

—Cariño, no hables con desconocidos…

—¡Estoy hablando en serio!

Itachi resopló.

Tras bajarse a la niña del hombro, le quitó con delicadeza la corona de las manos y le revolvió el largo cabello oscuro antes de despedirla con un pellizco cariñoso en la mejilla, susurrándole alguna cosa sobre dulces de fresa y hablar al respecto más tarde. Saki olvidó su pataleta y corrió feliz hacia Tamaki y Kaori, quien hacía cola en los columpios. Ambos se fijaron en que tanto la nieta del alcalde como algunas otras niñas tenían collares y pulseras similares con flores de colores.

Torciendo los labios, Itachi ladeó el cuello con una mirada reveladora.

—No piensas que estoy paranoica, ¿verdad?

—No lo pienso. —Él le pasó un brazo por los hombros y la apretó hacia él—. Es nuestra pequeña, traviesa y exageradamente curiosa niña, y quieres protegerla, eso me encanta.

Sakura movió un poco la cabeza hacia arriba y se apoyó en su hombro, mirándole con fijeza.

—Pero yo también estoy aquí, y no permitiría que se crearan situaciones que pudiera preocuparte. A ninguno de los tres —musitó, haciendo un gesto hacia su tripa, ella le devolvió una expresión de verdadero alivio—. De modo que no le des importancia, seguro que se las habrá hecho Tamaki, y ya hemos hablado de ese amigo imaginario suyo, siempre está llenándole la cabeza de cuentos, pero se le pasará con el tiempo. Llevamos años aquí y nunca han existido razones para inquietarnos. Sabes que estamos bien, ¿no es así?

—Estamos bien —repitió ella, con una sonrisa tan deslumbrante que él infló repentinamente el pecho mirando hacia el frente.

—De verdad, estoy deseando que llegue esta noche.

Sakura rió con ganas dándole una animada palmada en el pecho.

—Así que, discúlpame, pero tengo que agotar a ese diminuto manojo de nervios para que no se le ocurre abrir los ojos hasta el día siguiente.

Con un beso en la frente y entregándole la corona, se alejó de ella en dirección a Tamaki. Probablemente, temiera también que fuesen a sepultarla igual que a él.

Sakura se quedó un rato embelesada, observando al hombre que amaba haciendo girar en el aire a la preciosa criatura que habían concebido juntos, y meditando en lo impensable y descabellado que le habría parecido tener una familia hace unos años. Aun si su pecho se hinchara de gozo, siempre temería por él, siempre le preocuparía cuál sería la gravedad de su estado aunque no se lo dijese, igual que él también se lo ocultaría.

«Deja de mirarlo con esa cara, niña —recordó decir a la Abuela Gato una vez—. Puede que no vuelvas a ser capaz de confeccionar un fármaco que le salve la vida, pero esto que habéis creado los dos aquí… Créeme, querida, esto ha sido la mejor medicina.»

Sakura sonrió. Miró a su familia de soslayo y pensó que, en realidad, no podía ser más feliz de lo que ahora lo era.

Una repentina patada en el bajo vientre le recordó que quizá sí.

Ya empezaba a anochecer cuando Sakura salió del centro donde trabajaba. Había terminado de reorganizar las cosas en su despacho para que Tamaki pudiera encontrarlas con facilidad durante el tiempo que fuese a hacerse cargo de sus deberes, y se dirigió a casa por el camino del río donde siempre recogía las moras que Sakiko se zampaba como si no hubiese probado bocado en meses.

El pensamiento de su hija le arrancó una sonrisa risueña. Se acordó de lo frustrada que había estado cuando se empeñó en que Itachi la enseñara a leer, y en lo contenta que se había puesto cuando finalmente consiguió entender la carta que le había hecho llegar su abuelo desde Konoha, contándole lo mucho que iba a gustarle el trineo que le había tallado para cuando volvieran a visitarles.

Estaba sumergida en su entusiasmo, arrancó un par de moras que luego se llevó a la boca dándose una ligera caricia en el costado, y al volver a meter la mano en la bolsa se tropezó con aquel adorno.

Sakura extrajo con cuidado la extraña corona. Tenía algo familiar. La luz de la luna emitía un resplandor tenue, pero suficiente para que se fijara en los pequeños detalles.

Veía el peculiar brillo de aquellas hojas trenzadas que casi habían perdido su forma original y la sedosa sensación que creaba en las yemas de sus dedos al friccionarlas. Se acercó temerosa la diadema al rostro y el sutil y característico aroma de aquellos lirios de plata la transportó en sus recuerdos dejándola dolorosamente estática.

Aquello no podía ser.

Tras los primeros meses de búsqueda incesante e infructífera de aquellas insólitas flores con las que Sakura había conseguido confeccionar su fármaco, le había prometido a Itachi que renunciaría a su búsqueda, como así él lo deseaba, para vivir juntos el tiempo que el destino estimara oportuno. No podía volver a ilusionarse ni remover otra vez todo ese dolor en él, esos lirios de plata no iban a caerle del cielo, y desde luego, lo más probable es que se tratasen de una variedad ordinaria. Sólo ella sabía de su existencia. Sólo ella sabía qué había usado para confeccionar el preparado, y por supuesto, también… Sasuke.

Se ordenó arrojar la diadema al suelo, pero su curiosidad fue mucho más poderosa. Deshizo el enjambre de tallos y alzó a la luz de la noche uno de esos lirios delicados que, por disparatado que pareciera, no podría confundir aunque pasasen cien años.

—Dios mío…

Un golpe contra el agua llamó su atención y Sakura vio sobre la superficie del río la piedra dando vueltas sobre sí misma. Su contemplación la dejó sin respiración. La piedra giraba y giraba como ella le había visto hacer a él mil veces en el estanque de Konoha, cuando sólo eran unos niños, pero con tal fuerza que podía permanecer en ese estado durante días completos.

La chica apartó una rama y salió al descubierto. Su cuerpo entero temblaba de incredulidad e incertidumbre, ni siquiera pestañeó mientras clavaba su mirada en la danzante piedra del río, aunque, en cuanto estuvo un poco más cerca, la piedra se hundió.

Una indescriptible punzada de desilusión le atravesó el pecho. Pese a todo, Sakura volvió a mirar los lirios plateados y sonrió.

Puede que sólo se tratase de una coincidencia. De un milagro, como la primera vez que el fármaco había sido diseñado. Y como aquella primera vez, la casualidad había querido que ella volviese a asegurarse junto a Itachi la vida larga y plácida que deseaba.

O, simplemente, puede que no fuera eso.

Allí también estaba él.

La vio sonreír desde el otro lado del río. La vio dudar por un momento, y estaba seguro de que ella estaba pensando en él. Ella miró desconcertada a un lado y al otro, y luego se apretó la corona de flores contra el pecho antes de alejarse despacio.

Recordó esas mismas manos sujetándole el rostro cuando creía que agonizaba, esas lágrimas cayendo sobre él cuando la sangre la había empapado de culpa, y únicamente su amor, junto al dolor que la desbordaba al ver cómo la vida de su amigo se le escapaba, fue lo único verdadero la noche en la que le mostró su propia muerte apenas con un ligero toque con los dedos en la frente de la chica, en mitad de su reyerta.

—Sabía que seguirías curioseando por aquí cerca.

Pese a lo sigiloso que podía llegar a ser, Uzumaki Naruto se aproximó hacia él sin ningún reparo y él tenía claro que con la intención de crisparle los nervios. Se arrancó de la espalda un kunai que había quedado clavado en su chaleco y alzó la vista con despreocupación, como si no acabase de llegar de derrotar a un puñado de resurgentes de la casi extinta Akatsuki.

—¿Cuántos años llevas haciendo esto? ¿Ocho? ¿Once? ¿Qué es eso que veo ahí, una cana?

Con una sonrisa socarrona, el chico rubio se inclinó para arrancarle un pelo de la cabeza.

Antes de que pudiera rozarle, Uchiha Sasuke le apartó la mano con desdén, volviendo la mirada al objeto de su atención, y logrando que su revoltoso amigo diera un suspiro nostálgico.

—Tiene los ojos de mi hermano. El pelo de mi hermano, la nariz de mi hermano, hasta el dichoso lunar en el cuello de mi hermano…

—Sí, la peculiar genética de los Uchiha siempre se impone… —añadió con fanfarronería, recalcando el desaire con el que el chico mencionaba aquello—. Pero cuando te mira a los ojos y se ríe tan fácilmente…

—Es exactamente como ella cuando tenía cinco años. La recuerdo.

Ambos se miraron fijamente. La evocación de su antigua compañera de equipo siempre despertaba en los dos emociones demasiado intensas.

Se levantó un viento más fuerte y Naruto le miró de soslayo. Siempre lo había visto sosegado e indiferente, pero era consciente de que escudarse tras una muerte ficticia no le había dado a Sasuke la libertad que a él sí. Sasuke necesitaba contarles la verdad; regresar a aquella noche en la que con genjutsu le había hecho creer a ella y al mundo que ya no existía, porque sabía que era la única forma de arreglar lo que él mismo había destrozado. La única manera de romper a su vez la ilusión creada por su hermano mayor, Sasuke nunca aceptó su muerte. Y una parte de Naruto, tampoco asumió la suya. Sasuke era su amigo y su némesis a la vez, le quería y compartía con él un lazo que no podía ser destruido. A veces había caminado sobre límites de los que no podía defenderle, y pese a eso, cuando lo vio aparecer en pleno hundimiento de la mazmorra ardiente donde perecía, supo que cada segundo que había confiado en él había merecido la pena.

Naruto siguió observándole con una sonrisa inapreciable pero cargada de afecto y de amargura. Sabía que sufría, pero no podía hacer nada por él. Le había jurado por su vida no traicionarle y lo cumpliría hasta el día de su muerte, únicamente aferrándose a la esperanza de que el momento adecuado llegaría. Puede que no hoy, ni mañana, y que volviera a pasar otro año más sin que la gente que le lloraba y le amaba supiera de su existencia, pero Sasuke les hablaría con sinceridad llegado el momento; sobre cómo le ayudó a salir del refugio a tiempo para que su hermano Itachi le encontrase y salvar la vida de la amiga que siempre había luchado por proteger la suya; sobre cómo siempre había permanecido entre ellos, oculto en las sombras, eliminando a cualquier enemigo que pretendiera importunarles como justo esa misma noche; sobre cómo había ido hasta los confines de la tierra para recuperar esos lirios plateados que le devolverían la salud a su hermano y la felicidad plena a la chica que ahora apretaba contra su pecho esa corona: y sobre todo, aunque no hubiese sido fácil, Sasuke les hablaría de cómo su amor por ambos había sido siempre más fuerte que el rencor y los daños del pasado.

Naruto estaba feliz y orgulloso por ello, y le seguiría en su aventura por siempre, ya que ése era el destino de ambos.

—De modo que, le has regalado a tu sobrina una corona, ¿eh? —dijo socarrón—. ¿Ahora funciona eso de ir de amigo imaginario? Nunca cambiarás. Rompiendo corazones desde los tres años. Eres un degenerado, ¿lo sabes?

—¿De qué te sorprendes, idiota? Todo el mundo sabe que el clan Uchiha es endogámico. Es la única forma de mantener la línea de sangre.

Intentó mantenerse serio, pero Naruto estaba tan perplejo, que sólo él podía sacarle una carcajada atronadora de algo tan sumamente natural y evidente.

—Madre mía, será mejor que no le cuentes eso a ella. Esta vez sí que va a matarte cuando regreses.

La figura de Sakura terminó de perderse entre la maleza y Naruto se fijó en que la sonrisa de Sasuke se había vuelto contradictoria también.

—Porque vas a regresar, ¿verdad?

El aludido no le miró a los ojos.

—No —le respondió y apretó los dientes—. Aún no he hecho sufrir a mi hermano lo suficiente. Yo también lo pasé mal por muchos años al perderle. Es una cuestión de justicia…

Naruto enarcó una ceja, aunque no le sorprendió su respuesta.

—Vale, está bien.

Soltó un gruñido de impaciencia y escupió el tallo de flor que estaba mordisqueando.

—Escucha, reverendo imbécil, deberías dejar de hacerte el duro, tragarte tu orgullo y bajar de una puta vez ahí como estás deseando desde hace años. —Naruto se aproximó, cerrando los dedos con fuerza en su hombro y levantándolo de un tirón del suelo—. Sólo haces esto para lastimarte a ti, ¿crees que soy tonto? Estás llevando esta penitencia demasiado lejos y no pienso permitirlo. Sé que te prometí que te ayudaría a barrer hasta el último rastro de Akatsuki y soy el primer interesado en arrancarle el corazón del pecho a su líder, porque sólo hasta entonces Sakura y todos estarán a salvo, y ésa es nuestra voluntad como ninjas. Pero, aunque todos piensen que estamos muertos, seguimos siendo de carne y hueso, Sasuke. Puede que en alguna de nuestras cruzadas no estemos de vuelta, y no quiero que mueras sin que os sentéis a hablar y hagáis las paces. Eso, Sasuke, sí que no sería justo para ninguno de vosotros.

El hombre frente a él le miró con intensidad. Naruto notaba su propia respiración furiosa, se dio cuenta de que aún tenía parte de la ropa del Uchiha cerrada en un puño y lo aflojó lentamente.

Sasuke iba a partirle la cara, lo presentía aunque le viera calmado. Cuando profundizaban sus conversaciones y los sentimientos salían a la luz, lo habían zanjado a puñetazos desde que eran unos críos, y desde entonces, no había existido otro modo mejor de disipar la tensión. No obstante, en lugar de golpearle, el Uchiha le apartó la mano con suavidad, se cargó en el hombro la pesada bolsa que había dejado apartada a un lado y le clavó su peculiar y penetrante mirada ónice.

—Si volviera ahora, cuando aún no hemos acabado nuestro trabajo, sólo conseguiría que intentaran acompañarnos, poniéndoles en peligro.

Naruto compuso una mueca de dolor y sólo entonces comprendió lo mucho que en realidad Sasuke había madurado. Él no estaba huyendo, solo asegurándoles el bienestar.

El menor de los Uchiha llevaba años en las sombras procurando que su hermano y su amiga desconociesen los peligros que aún les reservaba el mundo. Akatsuki nunca olvida, y desde luego, los dos se habían ganado muchos enemigos. No podía tirar todo ese esfuerzo a la basura haciendo precisamente lo que más deseaba en el mundo: formar parte de sus vidas.

—Así que espero que no se te ocurra volver a hablarme de esto —le soltó brusco, Naruto tragó grueso—. Porque ahora que sé que tengo una familia y un lugar al que llamar hogar es cuando estoy seguro que seguiré vivo, pedazo de bocazas idiota.

Su fría mirada oscura siguió estudiándolo, y de pronto, le sonrió. Era la sonrisa más auténtica y radiante que Uchiha Sasuke había mostrado nunca, y Naruto se dio cuenta de lo que eso significaba.

No se trataba de una simple promesa. Las palabras de Sasuke eran un hecho consolidado, y por supuesto, él también estaría allí para presenciarlo.

Volverían a reencontrarse. Volverían a estar juntos. Algún día se reunirían para no volver a separarse.

Al fin y al cabo, eran un equipo. Eran una familia.

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Notas finales


¡Pues eso es todo! Espero no haber descubierto todas mis cartas hasta el final.

Como sea, no es que vaya a soltar un discurso (¡pero no prometo nada!), pero siento que hay algunas cosas que me muero por compartir. En primer lugar, que realmente escribir algo que en principio haces para ti misma y que luego se convierte en una cosa que a su vez divierte a los demás, es una de las experiencias más maravillosas que he tenido en la vida. Así que, de verdad (pero de verdad de verdad de la buena) muchas, pero que muchas gracias a todas las personas que entraron para darle una oportunidad, a las que se quedaron y a las que se marcharon también, ¿por qué no? De todo se aprende. Y sobre todo, aunque sea una pesada, le agradezco de todo corazón a la gente que además dedicó su tiempo en escribirme unas palabras, no hay ni un solo comentario que no atesore, porque con ellos reí, reflexioné, calmé esa inseguridad que una siempre siente cuando sube un nuevo capítulo, me inspiré y aprendí más de lo que nunca habría imaginado.

Por otro lado, no sé si éste es el final que ustedes deseaban, pero éste es el final que estaba en mi guión desde que escribí la primera línea y, a pesar del olor a muerte por doquier, no podía imaginarme no dándole otro desenlace a estos personajes a los que estimo tanto.

Siento los parones repentinos, las pausas prolongadas. Lamento de verdad si mi constancia no siempre fue perfecta y eso disgustó, pero con el tiempo también aumentaron mis responsabilidades y a veces no he podido física o cognitivamente mantener el ritmo que me hubiese gustado. Por eso, y a pesar de todo, gracias por la paciencia.

Espero no haber dejado muchos cabos sueltos, si es así, trataré de ayudarles en lo que pueda, y si no es posible, pido disculpas y prometo esforzarme para mejorar. Después de todo, creo que casi todos estamos aquí para aprender y entretenernos juntos. Así que, muchas gracias a ti, sí, sí, a ti que me estás leyendo incluso ahora. ¡Ha sido un placer sentirme acompañada por ti! Y quien sabe, quizá nos reencontramos en otro lugar de este enorme mundo que es fanfiction.

¡Un abrazo enorme!

Shizenai