La Última Danza.
Por: DulceMia.
Capítulo XI.
Cuando creí que sólo había descansado sólo una hora, la combinación de la luz del día infiltrándose por las rendijas de la persiana, junto con un ruido demasiado molesto, provocaron la finalización de mi dulce sueño.
Gruñí de frustración al darme cuenta la hora que era: siete de la mañana. Aún podría descansar y sumergirme en los suburbios de los sueños por una hora más; sin embargo, aquel molesto e insistente ruido continuaba llegando a mis oídos.
Giré sobre mi cama para alcanzar el celular, el cual, se encontraba apoyado en mi mesita de luz. Grata confusión me llevé al darme cuenta que el celular no era el causante del sonoro ruido. Y, en ese momento, caí en la cuenta.
Caminé, de forma inconsciente, hacia la ventana al entender que el ruido provenía desde afuera.
- Maldito demonio madrugador.- mascullé para mí misma.
Alice me saludaba desde su Porshe color amarillo con una deslumbrante sonrisa marcada en su rostro. Le hice una seña con la mano, marcándole en número diez. Es decir, en diez minutos estaría abajo. Ella frunció en ceño, claramente insatisfecha y me devolvió la seña marcando en su pequeña mano el numero cinco. Le iba a discutir, y ella lo sabía, por lo que pasó el dedo índice por todo su cuello, con una sonrisa maligna dibujada en su rostro.
Suspiré. Con Alice, era una batalla perdida. Abrí el ropero de mi cuarto y agarré lo primero que encontré, sin darle demasiada importancia a mi look del día de hoy. Me dirigí hacia una esquina para tomar la mochila con mis pertenencias adecuadas a la danza y dirigirme al baño para asearme superficialmente, ya que el diablito que me esperaba fuera me montaría una escena de terror. Luego, ajé la escalera a tropicones, a causa de mi estado inconsciente mañanero, sin detenerme a contemplar el deseo de un desayuno como Dios manda.
- Alice, ¿se puede saber por qué me despiertas tan temprano?- le mascullé, una vez dentro del ostentoso vehículo.
Ella, simplemente, se encogió de hombros, restándole importancia
- Sólo es un gran día, ¿no?- se volvió para sonreírme con un increíble semblante.
- Serán buenos para ti.- repliqué, dirigiendo mi vista hacia la ventana.
- ¿Acaso no estás contenta con el inicio de los ensayos?- cuestionó, llena de curiosidad.
- Sí.- respondí tajantemente, sin querer extender ese tema en particular. Tampoco quería dirigir mis pensamientos hacia lugares inseguros para mi integridad emocional.
Alice no hizo ningún comentario más y sólo se concentró el resto de camino en parlotear y cantar los temas de la radio. De verdad, ella tenía una voz muy bonita. Aún así, no logró levantar mi estado de ánimo. Creo que no habría forma de hacerlo sabiendo lo que me esperaba de ahora en adelante. En realidad, no sabía con exactitud qué era lo que me esperaba y, sinceramente, ese era el problema.
Compartiría con Edward todas las santas tardes hasta fin de año, una vez estrenada la obra en Broadway. Eso me provocaba escalofríos y, a la misma vez, una ansiedad terriblemente insoportable. Tendría toda la mañana para concentrarme y hacerme a la idea.
Las clases durante la mañana trascurrieron en forma muy amena, tranquila. De hecho, a pesar de los alumnos seleccionados para protagonizar la obra, aún sin nombre, las clases no se suspendían para nosotros. Lástima. Así que, nos dedicaríamos a ello plenamente durante las tardes, con la ayuda del plano "secreto".
Ya terminadas la jornada del día, me dirigí rápidamente hacia la cafetería, ya que, al no haber desayunado, mi cuerpo empezaba a pasarme la factura. De allí, tomé un sándwich junto con un jugo de naranja para luego, encaminarme hacia nuestra habitual mesa. Un calor increíblemente acogedor me recorrió todo el cuerpo cuando ese pensamiento inundó mi mente. La palabra "nuestra". Realmente, eran amigos increíbles.
Como la rutina de todas las tardes en la cafetería, Emmet y sus payasadas. Al llegar junto a la mesa, un pedazo de comida me alcanzó.
- Ops, lo siento, Bella. En realidad, era para Jasper, pero se me desvió.- sonrió sin arrepentimiento Emmet.
- Oh! Por favor, Emmet. Sólo fue un accidente. Claro que te perdona.- dije sarcásticamente, mientras tomaba un pedazo de lechuga y se lo revoleaba a la cara.- Ops! Lo siento Em. En realidad, iba para Alice, pero se desvió.
Mientras todos soltaban carcajadas, Emmet refunfuñaba cosas como "ya me las pagarás". Hasta que me di cuenta de un pequeño detalle pasado por alto: una silla. Ante esto, mi ceño se frunció.
- ¿Hay alguien más sentado aquí?- pregunté a la mesa. Era extraño ya que nadie más se sentaba con los Cullen.
Mi respuesta, de repente, se materializó frente a mí.
- Buenos tardes.- saludó Edward, de forma educada y tranquila.
- Buenas tardes, Edward.- devolvió Alice, con una enrome sonrisa.- ¿Qué tal tu día?
- Tranquilo.- respondió a su hermana, de forma cordial, mientras todos los demás seguían con sus almuerzos, mientras le dirigían pequeñas sonrisas de cordialidad.
Yo sólo me encontraba en un shock parcial, asombrada. El pedazo de sándwich que estaba masticando se había atascado en mi garganta, produciéndome un ataque de tos. Rosalie me alcanzó el vaso con jugo para que me lo bebiera. Una vez pasado el mal trago y con la voz amortiguada, le agradecí.
- ¿Estás bien?- preguntó Edward, seriamente. Hasta ese momento, no me había mirado ni una sola vez.
No tuve más remedio que asentirle, ya que no me encontraba todavía cuerda para decirle ni siquiera un simple "sí, gracias".
El resto del almuerzo transcurrió de una forma bastante tensa, a mí entender. Se notaba a las mil leguas las miradas curiosas de los estudiantes. Sin embargo, entre Emmet y Alice le proporcionaban cierto alivio y diversión. Y, en tanto en tanto, se me escapaba un carcajada provocando que la mirada de Edward, silencioso, se depositara e mi rostro de forma abrupta. E, inevitablemente, si bien nunca lo observé directamente durante el almuerzo, era consciente de eso y me ruborizaba levemente. Más de una vez, pude distinguir, con miradas fugaces de soslayo, una tenue sonrisita en sus rosados labios.
El timbre sonó y con él, el comienzo de la bendita o maldita tarde.
- ¡A entrenar!- chilló Alice.- Emmet y Rosalie entrenarán con nosotros, mientras que Edward y Bella ensayan sus primeros pasos. Después, lo haremos juntos.
Caminamos todos juntos hacia el ascensor. En el tercer piso, todos empezaron a descender hacia el salón correspondiente. Estaba a punto de bajar, cuando su mano tomó mi brazo enviándome mil descargas eléctricas por todo le cuerpo. Primero observé su mano y luego levanté mi vista hacia Edward.
- Nosotros entrenaremos en otro lugar- susurró de forma casi inaudible.
Soltó mi brazo y marcó el piso siete. Antes de que se cerraran las puertas del ascensor, pude distinguir un guiño proveniente de Alice. Suspiré.
- ¿En qué piensas?- preguntó Edward, de repente, en un tono casi frustrado e irritado.
- ¿Cómo?- le respondí, ya que no entendía ni su pregunta ni su actitud.
- Generalmente, puedo comprender o, de alguna manera, prever lo que está pensando la gente de acuerdo a cómo se sientan en ese momento. En el rostro está todo escrito.- me explicó antes de descender de ascensor.- Pero, en tu caso, se me dificulta.
Mientras caminábamos, me dirigio una mirada cargada de frustración y curiosidad, a la cual, sólo respondí con un sonrojo.
- En nada en particular.- respondí a su pregunta de manera evasiva.
- "En nada en particular", significa algo.- insistió de forma obstinada.
- No sé, exactamente, lo que es, Edward.- le corté, liberando un fuerte suspiro.
Él pareció notar mi supuesta irritación, ya que no volvió a dirigirme la palabra hasta llegar a nuestro destino, el cual, por cierto, desconocía. En realidad, no eran sus preguntas la causa de mi irritación, sino, la incertidumbre a lo que vendría. No sabía qué pensar ni cómo actuar frente a todo… especialmente frente a él.
No sabía a dónde nos dirigíamos hasta que frené en el umbral de la puerta, dándome cuenta dónde íbamos a entrenar. Aquel salón fue el sitio donde por primera vez había visto a Edward en toda su gloria. O, bueno, casi ya que su frialdad aún no se disipaba al bailar. Eso significaba que había ciertos muros que le impedían disfrutar por completo lo que amaba.
Por supuesto, yo estaba lejos de averiguarlos.
Edward fue el primero en pasar al salón de los espejos y ambientar el lugar para poder comenzar nuestros primeros pasos en la obra. Mientras tanto, me permití el lujo de observar las estanterías repletas de CDS que poseía en aquel lugar. No me había dado cuenta de su presencia a mi lado, demasiada embelesada con su historial de música, hasta que decidió interrumpir mi análisis.
- ¿Te gusta alguno en particular?- cuestionó Edward, con su habitual voz de terciopelo.
Lo miré fijamente, analizando su peculiar amabilidad. A juzgar por la expresión de su rostro, con su mandíbula tensa y sus increíbles ojos verdes, supuse que estaba haciendo un enorme esfuerzo para ser amable conmigo y hacer más ligero el ambiente a nuestro alrededor, ya de por sí tenso. Por el momento, no iba a ponerle las cosas difíciles.
- Tienes una gran variedad de música. Sin embargo, si mis ojos no me engañan, creo que tienes una inclinación por clásica. ¿Estoy en lo cierto?- arriesgué
- Sí, exacto. Ayuda a relajar tu cuerpo y, sobretodo, la mente.
Habiendo procesado esa información y, recordando nuestro episodio aquella vez en este mismo lugar, decidí escoger el CD con los mejores temas de Debussy. ¿La razón? Aquella vez había funcionado.
- ¿Qué te parece este?- le propuse con una sonrisa cálida.
Observó atentamente el CD que le alcanzaba para luego, devolverme, a medias, la sonrisa.
- Me parece bien.- concordó.
Me encaminé hacia el centro del salón, estirando mis músculos tratando de conseguir una relajación y mantener mi cabeza fría.
La melodiosa y suave música de Debussy comenzó a sonar en el lugar, llenando todos mis sentidos. Edward tenía razón: la música clásica te relaja. Con una suave sonrisa, me volví hacia Edward para saber cómo empezaríamos esto. Sin embargo, su concentración se centraba en otra cosa. Mantenía la mirada fija en algún objeto que poseía en su mano, el cual, no lograba distinguir con aquella distancia.
Luego de unos segundos de dudas, cuestionándome a mi misma qué debía decir o hacer exactamente, Edward elevó su mirada para clavarla en la mía, fría como un témpano. Este cambio de actitud tan drástica me sobresaltó. Y, si aquello me tomo desprevenida, su tono de voz inexpresivo y bajo me sorprendió aún más, dejándome en blanco.
- Lo tiraste.-pronunció más para sí mismo que para mí.- Supongo que es lo mas sensato que pudieses haber hecho.
- ¿Qué… que… cosa… tiré?- cuestioné, sin entender a dónde quería llegar.
Al haber que no me respondía, me acerqué lentamente hacia a él, temiendo su reacción. Me posicioné frente a él y visualice lo que él tenia en la palma de la mano. Al principio no lo reconocí, pero lentamente, la memoria vino hacia mí: el mensaje hecho pedacitos que él me había dejado luego de nuestro primer encuentro. Sinceramente, ya me había olvidado por completo de eso.
Elevé mi mirada hacia la de Edward, llena de confusión, tratando de entender el mensaje oculto tras sus palabras.
- ¿Por qué lo tiraste?- preguntó en un susurro mezclado de tristeza.
Eso me sorprendió y me confundió aun más de lo que ya me encontraba.
- Edward… yo… no
Cómo explicarle que en aquellos momentos me había sentido enojada, impotente y fascinada con él desde la primera vez que lo había visto y que, por esa razón, había roto el papel. Pero, era un simple papel. Era totalmente absurda la situación. Era un simple y maldito papel que él me había dejado con su interrogatorio.
- Esta bien.- pronuncio Edward.- Ya no tiene importancia.
Tiro de vuelta los restos de papeles en el cesto y, luego, se dirigió hacia el equipo de música para volver a colocar el tema ya finalizado.
- Pero, Edward… no
Comencemos de una vez antes de que se nos haga tarde.- dijo Edward de manera tajante.
Me costo unos minutos para regresar a la Tierra, al tiempo presente. Internamente le pedí a los santos, a alguien que por favor me explicara qué fue lo me perdí. Es como si leyeras el principio de un libro y saltaras, de improviso, la final. Y, para agregar algo mas a la ecuación, observar a Edward estirar sus músculos era un espectáculo demasiado hermoso como para perdérselo.
- Bien. Empecemos con entendernos el uno al otro.- su voz autoritaria me saco de mi ensonacion.
Suspiré. Allá vamos. Que alguien rece por mi, por favor.
Nos posicionamos uno frente al otro. Todo rastro de emoción, si en algún momento lo tuvo, había desaparecido por completo. Su postura actual era rígida y monótona, profesional. Eso me descordinaba por completo, sabiendo que uno debería mantener una posición corporal bastante relaja y sumisa. De esta forma, permitirías a tu cuerpo y a tu mente una penetración de la música mas placentera hacia tu ser.
Sinceramente, en esos momentos me sentía un pichón dentro de una jaula para lobos, de la cual, no había escapatoria. De hecho, Edward no me despegaba la vista ni un minuto provocándome cierta timidez que me hacia desviar la vista para recuperarme, y así, continuar mi análisis sobre él.
Edward comenzó a moverse hacia la izquierda con cautela, siguiendo el ritmo de la música. Mi respuesta fue automática, moviéndome en el sentido contrario. Continuo así hasta que él decidió acercarse a mí y realizar el primer contacto de pieles. De manera fugaz se posicionó detrás de mí, ubicando sus dos fuertes manos sobre mi cintura. Este contacto tan cercano me envió demasiadas cargar eléctricas por todo mi cuerpo.
Ubique mis manos en las muñecas de él, de forma instintiva, y de manera brusca pero certera me giró. De esta manera, quedamos los dos enfrentados. A pocos centímetros tenía los rosados y carnosos labios de Edward, los cuales, me moría de ganas de besar. Pude distinguir, a esta distancia, que no era la única persona del salón que poseía, en esos momentos, la respiración algo agitada y, eso, me fundió cierto coraje irracional para dejar un lado la timidez y moverme con mayor soltura.
Edward tomo de mi mano, dándome un giro completo, para volver a tomar mi cintura y alzarme hacia arriba. En ese momento, mi musa inspiradora corrió en mi ayuda y realice la posición del cisne por unos segundos. Luego, Edward volvió a bajarme y sentí, de forma muy sutil, sus labios rozarme el cuello. Aquel roce tan invisible provocó que perdiera el equilibrio. Por suerte, Edward me tomó para que no terminara en el piso.
- Tendrás que tener un poco más de cuidado con los aterrizajes.- aconsejó, de forma algo dura.
Eso envió ciertas olas caloricas por mi cuerpo, ya que habían sido sus labios la razón de mi desequilibrio. Además, nunca había tenido problemas con los aterrizajes.
- Sólo coloqué mal el pie, eso es todo.- me excusé, patéticamente.
- La próxima vez, asegúrate de ubicar primero la punta del pie- me informo, para luego, regresar al equipo de música y colocar otro tema.
- Sí, ya lo sé.- repliqué, obstinadamente.
Edward se volvió para clavarme la mirada dentro de mis ojos marrones y, si mi cordura no me abandona, pude distinguir el atisbo de una sonrisa, surcándose en sus labios.
El resto de la particular velada transcurrió de la misma manera, basándose en la improvisación de movimientos y buscando la manera de conocer al otro para poder ajustarse al ritmo de cada uno. Continuamos, también, realizando diferentes tipos de elevaciones en los cuales, cada vez que Edward rozaba sutilmente sus labios en mi cuello, perdía el equilibrio y su postura profesional emergía. En un momento dado, estuve tentada de decirle que mantuviera sus labios para él mismo y que si tenía tantas ganas de usarlo, podría darle un par de consejos, pero, me mordí la lengua. Lamentablemente.
Por otra parte, tenía que admitir que para ser la primera vez, no estuvo tan mal o tan desastroso como creí en una primera estancia. Resulta que, de manera extraña, aunque Edward seguía manteniendo su postura fría, descubrí que hay en ocasiones donde esa frialdad era reemplazada por otro tipo de emoción, como si en esos momentos bajase los muros montados por él. Era un momento, por más mínimo que sea, de vulnerabilidad donde el verdadero Edward aparecía. Definitivamente, tendría que reflexionar sobre eso.
Estábamos terminando de realizar un movimiento, cuando la identidad diabólica de Alice Cullen hizo acto de presencia.
- ¡Con este tipo de música van a envejecer antes de tiempo!- chilló Alice, con su habitual andar de bailarina.
Su pequeño cuerpecito de dirigió hacia el aparato de música cambiando el CD por otro que tenía en mano y, en lugar de Debussy y su música clásica, apareció la música latina. Tan pronto como empezó a sonar, el semejante cuerpo de Emmet no tardó de aparecer por el umbral de la puerta.
- ¿Buscaban el Daddy Yankee* de Forks?- bromeó, señalándose el pecho con el dedo.- Pues, sus deseos son ordenes.
Y, con eso, inició sus movimientos de pelvis al estilo Emmet. Alice y yo nos encontrábamos en el piso revolcándonos de la risa, incluso Edward no pudo evitar una sonrisa. Mientras, los gemelos Hale entraban al salón y animaban a Emmet a continuar. De hecho, el roce de la mano de Rosalie sobre el trasero de Emmet provocó, aún más, la excitación del grandullon en ese momento.
Así, la tarde se pasó volando, entre bromas, bailes y risas con los Cullen y los Hale. De vez en cuando, me desafiaban a bailar y no tenía otra alternativa que aceptar.
- ¡Hey, Bella! Si no estuviera con Rose, podría tirarme a tus pies, rogándote que vuelvas a moverte como lo acabas de hacer. ¡Fiuuu!- comentó Emmet.
Por supuesto, el sonrojo y la risotada de Emmet no se hicieron rogar. Todo por culpa de Alice, por cierto, ya que ella me había desafiado a que si bajaba más que ella, me libraría de la compras en el shopping por toda una semana. Obviamente, acepté y, gracias a Dios, gané.
Los últimos rayos de sol empezaban a desaparecer por un horizonte ya anaranjado. Era hora de regresar a casa y comenzar a preparar la cena para Charlie. Alice se había ofrecido a alcanzarme a mi casa, mientras los demás se despedían con la mano desde el Volvo de Edward. Aquella vez fue la primera oportunidad de ver a todos lo Cullen retirarse todos juntos de la Academia. Eso significaba algo positivo y me encontré sonriendo como una tonta dentro del Porsche amarillo.
- Las cosas no están tan mal, ¿no?- preguntó una perpiscaz Alice.
Sabía que su amabilidad tenía un precio. Linda amiga.
- ¿A qué te refieres, Alice?- por supuesto, me hice la tonta.
- Sabes a la perfección de que te estoy hablando.
- No, la verdad que no.- no iba a dar el brazo a torcer.
- De mi hermano te estoy hablando, Bella.- suspiro Alice.
- ¿Por qué dices que las cosas no están tan mal?¿Qué quieres decir con eso?- gracias inteligencia a corto plazo, pensé.
Alice pareció pensar claramente su respuesta antes de contestar. Noté, a través de su segundo suspiro, que una explicación venía en camino. Mis sentidos se pusieron, automáticamente, en alerta.
- Sabes observar, Bella, por lo que te habrás dado cuenta que… hay ciertos… comportamientos extraños por lo que se refiere a Edward.- hizo una pausa, antes de continuar.- Mi hermano es una persona difícil, lo sé, tuvo que pasar por muchas cosas. Pero no es una mala persona, tiene sus motivos los cuales, yo misma tardé de comprenderlos; pero lo hice. Sólo dale tiempo.
Para ese entonces, ya había aparcado en la entrada de mi casa y un silencio profundo, pero no tenso, se había formado alrededor nuestro. No quería romperlo temiendo que si Alice no había terminado, deseaba que lo hiciera.
- Hacía ya mucho tiempo que una sonrisa no aparecía en su rostro.- continuó, ya más para si misma que para mí.
En eso, sus ojos se dilataron un poco. No supe exactamente por qué, pero pareció una reacción típica cuando uno cae en la cuenta de haber hablado más de lo normal. Volteó su rostro ya repuesto hacia mí y me dirigió una sonrisa calida.
- ¿Tienes ganas de venir a mi casa mañana?- propuso Alice.
- Claro, me encantaría.
- Bien, después de los entrenamientos, te vienes con nosotros. Adiós, Bella.
- Nos vemos, Alice.
Pero, antes de que pudiese alejarme sólo dos pasos, el sonido de la ventanilla del auto bajándose provocó que me volteara.
- ¡Bella! ¡Hasta a Edward se le descolocó con mandíbula con ese meneo de caderas!- gritó Alice desde su asiento. Mis mejillas ardieron, haciendo que mi amiga se riera.-¡Por supuesto, te pediré la revancha, pero con jurados que sepan evaluar!- y con eso, se marchó.
Por su sonrisa maligna, supe que algo estaba tramando. Muy pero que muy mal augurio. Algo extremadamente peligroso se avecinaba. Suspiré. Alice Cullen no te tenía remedio.
No se por qué pero antes de irme a acostar, esa noche, supe que algo estaba cambiando. Era una sensación extraña, pero a la vez, repleta de calidez. Sé, también, por las palabras de Alice aquella tarde, que en el pasado de Edward "algo" había ocurrido para que hoy fuese como fuese.
Pero, algo había cambiado. De eso, no tenía dudas.
* Daddy Yankee es un cantante famoso de reguetteon. Si, lo admito, la sangre latina corre por mis venas :P. Pero, aunque no lo crean, escucho mas musica extranjera. Sin embargo, la sangre latina siempre está para caldear las cosas :p.. ajajja
¡Buenas, buenas a todo el mundo!
Acabo de regresar de la facultad.. y dije: hoy lo subo o lo subo, ya que la idea para el proximo ya esta. Reitero para que se entienda: por ai, las actualizaciones se retracen un poco ahora, porque antes, tenia varios capitulos hechos, pero con la rutina de ahora, me quede sin capitulos y los voy haciendo a la par de lo que actualizo, se entiende?
Gente hermosa, gracias nuevamente, por sus comentarios. Es lo que nos inspira a seguir. Espero ansiosamente sus opiniones.
Gracias, otra vez, a las chicas de siempre :P... ajajaj
Y, a ustedes, que se detieenen un momento a opinar, recontra super gracias.
¡QUÉ tengan un lindo fin de semana!! los quiero
DulceMia.