Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, así como Crepúsculo.

Aula de Castigo.

V. Primer asalto.

Aquella noche, como todas las que me esperarían a partir de ahora, Charlie no se quedó en casa a dormir. Puesto que, Sue Clearwater, siempre tenía un hueco libre para él en la suya.

Suspiré con cansancio y me arrastré hacia la cocina, meditando en si hacer algo para cenar o no. Finalmente, ganó el no rotundo y me puse a husmear por el frigorífico en busca de comestibles.

No había gran cosa, naturalmente; pues Charlie, desde que vivía solo, no se molestaba en ir a comprar, pero que quemaba el cable telefónico de tanto llamar para pedir comida rápida.

Iba a rendirme en el intento de encontrar alimento que no fuese queso o bolsitas de ketchup, cuando mis ojos encontraron una caja de color azul claro. La abrí, extrañada, y me encontré con un elaborado pastel cubierto de una capa de chocolate. El pastel de Sue que me había traído Charlie esa misma mañana. Una sonrisa se formó automáticamente en mis labios al descubrir las palabras que estaban impresas en él con crema pastelera.

- Felicidades, Bella—leí.

Y no pude evitar reír suavemente cuando descubrí que entre el "Felicidades" y el "Bella" había una especie de borrón del mismo color de la crema, en el que supuse que antes pondría "Isa". Charlie sabía perfectamente cuánto odiaba que me llamasen por mi nombre completo, así que debió de ser un detalle suyo.

Intentando hacerme la valiente, sorbí por la nariz para no derramar lágrimas innecesarias y me senté en la mesa de la cocina, con la tarta en frente mía. Por un momento quise imaginarme que tenía de nuevo cinco años y que unos jóvenes Charlie y Reneé estaban sentados a mi lado, animándome a que soplase las velas.

De forma un poco tonta –además de que mi cumpleaños ya había pasado-, cerré mis ojos e intenté concentrarme en un deseo, cosa que me costó, pues tenía bastante desentrenado aquello. ¿Qué podría pedir?

¿Un cuerpo de modelo? No, aquello no iba conmigo. ¿Un poni? ¡No! Definitivamente no. Prefería... algo, algo nuevo. Algo nuevo que cambiase mi rutina.

Sí, puede que necesitase eso. Algo que me hiciese romper con el día a día del aburrido Forks. Quería que pasase algo, lo suficientemente gordo, para que me transformase de la Isabella nostálgica a la Bella con una nueva razón para sonreír como una boba y dejar el sarcasmo a un lado.

¡Quería algo inesperado, que hiciese regresar esas ilusiones de la infancia que te hacían creer que todo era color de rosa! Que me hiciese ver que la vida no era tan aburrida y traicionera, después de todo. Que me hiciese creer que todo sigue igual que cuando tenía cinco años... por ejemplo.

Soplé fuerte las invisibles velas y abrí despacio los ojos.

Tonta. ¿Cómo iba a existir algo así? ¿Qué cosa podría cambiar tanto mi mundo de un día para otro? ¿Qué me haría sonreír como cuando Renée y yo íbamos a visitar a Charlie a Forks? ¿Qué podría devolverme la ingenuidad de los cinco años?

Nada, absolutamente nada. Era simplemente imposible. Es que no podía existir algo así. Tan... tan perfecto y maravilloso. Como un antídoto contra la adultez.

Hinqué el tenedor en el pastel con brusquedad y comí despacio. Inevitablemente, los sucesos del día que había tratado de alejar, se agruparon en mi mente y comenzaron a luchar por abrirse paso. Era increíble cómo se habían desarrollado las cosas en tan pocas horas. Mi presentación ante Heidi y los alumnos, el golpe –que, por suerte, cada vez me dolía menos-, los chicos del 6.66 y Edward Cullen, el trato con Heidi...

Solté súbitamente el tenedor como si me quemara y mis ojos se abrieron con horror.

Maldición. El trato.

Tragué de forma pesada y miré el pastel que yacía sobre la mesa, con algunas migas esparcidas debido a mi violenta pausa. Decidí que ya se me había pasado el hambre. Sacudí la cabeza, intentando no pensar más en mi extraño primer día y recogí las cosas.

Subí a mi cuarto, esperanzada con dormirme en seguida y así no pensar más en los sucesos de hoy. Me desvestí y me coloqué uno de esos pijamas simples que solían resultarme los más cómodos. Me metí bajo las sábanas y suspiré de gusto en cuanto mi cabeza tocó la almohada...

... Sin embargo, todos los intentos por dormirme fueron inútiles, puesto que cada vez que cerraba los ojos, las imágenes de antes asaltaban mi mente sin piedad. Las ofensas hacia los Cullen por parte de Jessica Stanley y el resto de la clase, la seria advertencia de Angela, las palabras de Heidi en su despacho, la expresión de leve preocupación en el rostro de Edward Cullen al ponerme hielo en el lugar del golpe... y, de nuevo, el trato. Argh.

Srta. Vulture. — llamé con voz firme. Edward, que antes estaba agachado a mi altura, también se incorporó. —Quiero hacer un trato.

Ella me miró con una ceja alzada, sin comprender.

¿Un trato? ¿sobre qué?

Edward parecía tan –o más- confundido que la directora, así que reuní fuerzas e intenté explicarme lo mejor que pude —con una voz un poco más temblorosa de lo que me habría gustado.

Sobre Edward.

El aludido frunció las cejas e hizo una mueca.

¿Qué? —preguntó.

Silencio. —le ordenó Heidi. — ¿Qué? —volvió a repetir ella, mirándome.

Edward rodó los ojos. Tragué saliva e intenté seleccionar bien mis palabras.

Creo que sería mejor para todos si llegásemos a un acuerdo. Es decir, no veo necesario que por este pequeño incidente el Sr. Cullen tenga que quedarse castigado.

Probablemente, Heidi pensaría que me había vuelto loca por meterme en asuntos de su trabajo, pero sólo contrajo el rostro en una mueca pensativa.

¿Qué propones?

¿Por qué no... darle otra oportunidad? —susurré, mirándole de reojo, y descubrí que él me miraba de vuelta, fijamente. Aparté rápidamente mis ojos de los suyos, e intenté evitar el sonrojo que comenzaba a invadir mis mejillas.

—¡Ugh!farfullé mientras me tapaba hasta arriba con las sábanas, como si así pudiese alejar de mi cabeza aquella conversación. —¡Vete, vete! —grité a la escena que volvía a hacerse paso en mi mente.

¿Otra oportunidad, eh? —nos quedamos un rato en silencio, escuchando sólo nuestras respiraciones –la de Heidi casi inexistente- hasta que, por fin, ella habló. —No creo que eso sea posible, Isabella. —habló calmadamente. —Verás, conozco a los Cullen y a los Hale desde hace ya un tiempo y no han cambiado por muchas oportunidades que les hemos dado. Y Edward no es la excepción. No creo que cambie de buenas a primeras.

Fruncí los labios, sintiendo el sabor de la derrota en la punta de la lengua, pero decidí alejarlo y usar mi cabezonería —esa que le ponía tan nervioso a Charlie.

Yo creo que no se pierde nada por intentarlo. Si no funciona, siempre puede inculparle el castigo. Sólo... déjeme intentarlo.

Y esas fueron las palabras que prácticamente me habían condenado. Los ojos de Heidi brillaron con malicia, con una malicia retorcida de verdad. De esa que te grita en toda la cara "¡Estás justo donde te quería!".

De acuerdo, hagamos ese trato. —dijo resuelta. —A partir de ahora, te encargarás de Cullen después de las clases, en el Aula de castigo. Te asegurarás de que no se salte ninguna asignatura, de que haga toda su tarea y de que llegue lo más puntual posible. —realmente sonó como si lo tuviese ensayado desde mucho antes.

El nerviosismo comenzó a extenderse por todo mi cuerpo como la pólvora, provocándome un pequeño espasmo en la pierna derecha. Quise gritar un "¡¿Qué?!" de los fuertes, pero decidí que era mejor tragarme mis palabras, pues la que había propuesto la idea al fin y al cabo, había sido yo. Aunque nunca creí que fuese a acabar de esta forma.

A mi lado, Edward gruñó casi inaudiblemente. Seguramente no le hacía mucha gracia las palabras de Heidi, que le habían definido casi como una mascota de la que hay que cuidar.

E-Está bien. —carraspeé. —me parece justo. —mentí.

Pero... Isabella. Ten en cuenta que, ahora, Edward es tu responsabilidad. Si infringe alguna falta... tú también tendrás algo de culpa. Lo sabes, ¿no?

Asentí como pude, y Heidi siguió hablando:

Quizás sería conveniente que te reunieses con el Sr. y Sra. Cullen, sólo para que se enterasen de "esto".

Desde luego. —murmuré.

Pero, al parecer, no todos estábamos de acuerdo con "esto". Edward rugió un "¡No!" tan autoritario, que me erizó los pelos de la nuca.

Lo veo totalmente innecesario. —declaró con tensión en la voz. —Mis padres confían al ciento por ciento en el Instituto, no hará falta informarles.

Afortunadamente, Sr. Cullen, nadie le ha preguntado. La Srta. Swan hará lo que tenga que hacer.

Asentí de nuevo y, tras recibir de lleno la mirada colérica de Edward Cullen que me hizo temblar de pies a cabeza, salí de forma torpe del despacho.

Bufé. Había cometido una estupidez sólo por querer proteger a un desconocido y que me intimidaba lo justo como para no poder mirarle más de dos segundos seguidos a los ojos. Y, además, ahora parecía odiarme más que nunca por la supuesta charla que tendría que mantener con sus padres.

Aplasté mi rostro fuertemente contra la almohada queriendo desaparecer y, después de dar un par de vueltas, finalmente caí rendida.

·

·

Me duché, vestí y desayuné en un estado ausente. No podía quitarme la mirada colérica de Edward Cullen, que hacía que mis nervios se incrementasen por tener que enfrentarle hoy de nuevo.

Conduje hacia el Instituto despacio, intentando concentrarme en la carretera e inspiré una gran bocanada de aire cuando me detuve frente a la puerta de mi primera clase del día. La misma clase donde se encontraba el motivo de inquietud.

Por suerte, a diferencia de ayer, cuando entré todos estaban hablando entre ellos y distraídos, por lo que no se dieron cuenta de mi entrada. Intenté no buscar con la mirada a Edward, pero fracasé estrepitosamente. Allí se encontraba, con su impecable y juvenil rostro hablando con la tal Rosalie de algún tema calmado. A parte de ellos dos, también se encontraban el gemelo de ésta, y el grandote de pelo rizado.

Pude darme cuenta de que él sí se había dado cuenta de mi silenciosa aparición por el grito que salió de sus labios a un tono lo suficientemente elevado para que las dos clases siguientes también lo escuchasen.

—¡Hey, tíos! ¡Es la de los pies izquierdos!

Me quedé congelada en mi lugar ante eso, y todos los chicos pararon de hablar. Edward Cullen por fin reparó en mi presencia y me escrutó con sus ojos esmeraldas. Lucían precavidos, pero no con la furia del día anterior. No parecía nada impresionado, así que seguramente cuando me fui, Heidi debía de haberle informado que era su profesora. Sin embargo, sus compañeros rubios estaban levemente impactados.

Mi cara comenzó a arder y mis mejillas se encendieron como lucecitas de navidad por toda la atención repentina que estaba recibiendo.

Se oyeron algunas risas ante mi reacción, lo que me hizo avanzar más torpe de lo normal hacia mi mesa. Para mi alivio, la mayoría se lo tomó como si no hubiese pasado nada.

—Buenos días. —saludé. —Hoy empezaremos con el teatro del siglo XVIII.

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La clase se me hizo bastante corta, pero intensa. Corta porque yo me sentía en mi salsa, y no paraba de expresar mis opiniones referentes a las obras que iba mencionando. Intensa porque Mike Newton no se perdía ningún movimiento de los que hacía, y porque Edward Cullen estaba en las mismas, lo que me hacía ponerme mil veces más nerviosa y trabarme en las palabras. Y, para colmo, cada vez que esto ocurría, el grandote –Emmett Cullen- dejaba escapar alguna risotada.

Cuando sonó la campana, una oleada de adolescentes sobrehormonados vinieron a asaltarme con preguntas –claramente forzadas- sobre lo que yo había estado explicando. Parecía como si hubiesen estado toda la hora en la Luna y quisiesen sacar conversación conmigo justo ahora que tenía que marchar a mi siguiente clase.

Les despaché hábilmente ya que quería hablar con Edward sobre la hora que les vendría bien a sus padres para citarme con ellos. Sin embargo, los Cullen y los Hale ya no se encontraban en el aula. Bufé con resignación. Ya se lo preguntaría después.

Afortunadamente, el resto de mis clases fueron normales y las horas libres las pasé o en la cafetería o en la sala de profesores. Cuando la campana anunció el final del horario estudiantil, las mariposas comenzaron a hacer de las suyas en mi estómago, pues sabía perfectamente lo que vendría a continuación. Toda una hora a solas con el voluble Edward Cullen, quien ya se encontraba en el Aula de castigo cuando llegué.

Para ser sincera, no me lo esperaba tan puntual.

—Lo lamento mucho si te hice esperar. me disculpé un poco avergonzada.

—Apenas llevo aquí unos minutos.contestó simplemente, sin mirarme.

Suspiré y me encaminé hacia la mesa para sentarme.

—¿Cómo te fue el día?pregunté cuidadosamente.

Él se acomodó mejor en su asiento, esta vez dirigiéndome la mirada.

—No he robado, no he atropellado ningún gato, he llegado puntual, hice la tarea y acudí a todas las clases incluído Historia. Puedes estar tranquila.

Fruncí el ceño. No me gustó la rudeza con la que me contestó. Yo sólo estaba intentando ser amable, preocuparme por él. Se supone que esa era mi nueva obligación.

—Maleducado.siseé.

Si me escuchó, lo disimuló perfectamente, pues apoyó su rostro en sus brazos, los cruzó sobre la mesa y cerró los ojos. Se quedó en esa postura el resto de la hora y yo, como una inútil, quedé hipnotizada por la manera en que su cabello de un extraño color broncíneo caía sobre su frente de forma despreocupada y la serenidad que proyectaba su rostro.

No sentí que el tiempo pasase, pero cuando sonó la camapana, él abrió los ojos y me pilló mirándole fijamente. Parpadeó un par de veces y esbozó una sonrisa pícara. Eso provocó mi segundo sonrojo intenso del día.

—Hasta mañana.se despidió, y se encaminó hacia la puerta tras recoger sus cosas.

Inmediatamente, corrí detrás de él y le sujeté por su fuerte y musculoso brazo.

—¡Espera!exclamé un poco más desesperada de lo que me habría gustado.—¿A qué... a qué hora les vendrá bien a tus padres?

Él lo entendió a la perfección. Se tensó, y giró lentamente hasta encararme. Tuve que alzar un poco el rostro para mirarle a los ojos, ahora que estábamos tan cerca. Estos lucían severos.

—Creo que no podrá ser. Están muy ocupados los dos con el trabajo.

Arrugué la nariz.

—¿Y cuándo les vendría bien, entonces?

Él se encogió de hombros.

—No lo sé con certeza.

—Edward, ¿por qué no quieres que vaya a ver a tus padres? —dije, yendo directamente al grano. Él mantuvo la mirada clavada en la mano que tenía agarrando su brazo todavía. Sabía que no iba a contestarme. —Está bien. Ya conseguiré hablar con ellos en otra ocasión, entonces.

—¡Maldita sea, no! —siseó.

—¡No me dejas otra opción, Edward!

Realmente comenzaba a parecerme a mi madre, lo que me produjo serios escalofríos.

Entonces, levantó su mirada y la clavó en la mía, casi taladrándome con una expresión persuasiva.

—Está bien. Dime un número.

—¿Qué? —pregunté, totalmente desorientada.

—Un número, Bella. Esa cosa con cifras que sirve pa—

—Sí, sí, ya sé que es un número. —dije brusca. No sabía qué se proponía ahora con los números, pero fue otra cosa la que llamó más mi atención. —¿Y cómo me llamaste?

Edward rodó los ojos y me miró con exasperación, instándome a responder.

—Uhm... de acuerdo, el... el dos.

Me miró con una ceja alzada y luego se echó a reír a mandíbula batiente. Me quedé un poco embobada con su musical risa, pero cuando abrió la boca, mi enfado reapareció.

—Eres tan inocente. —se mofó. — Me refería a un número con ceros, srta. Swan.

Entonces fue cuando lo comprendí. ¡Él... él... estaba intentando sobornarme!

—¡¿Pero quién te crees que soy?! —chillé.

Él se sorprendió por mi estado de alteración y se giró hacia la puerta cuando escuchamos voces en el pasillo. Sin embargo, yo sólo en ese momento podía concentrarme en asesinar a Edward Cullen.

—¡¿No voy a acep— su mano cubrió toda mi boca y me llevó hasta la pared, donde me apoyé de espaldas. En frente mía, con el ceño levemente fruncido, se encontraba su juvenil y glorioso cuerpo.

—Sh. No armes un escándalo, ¿quieres? —susurró.

Fue inevitable que ante su cercanía, automáticamente mis mejillas se tiñesen de rojo. No fue hasta que las voces desaparecieron, que él apartó finalmente su mano de mis labios. Noté que quemaban por su tacto.

—Vamos, Srta. Swan, es una mujer joven y bonita. Con muchos ceros podría hacer muchas cosas como viajar, mudarse a París... y sólo por decir una mentirijilla a Heidi y no llevar a cabo esa reunión con mis padres. Yo lo veo justo.

—Quiero quedarme en Forks. —dije, no muy convencida.

—¿De verdad? —sonaba impresionado—No creo que este sea un sitio muy divertido para una chica joven.

—Tú también eres joven y estás aquí. Además, ¿qué te importa?

Soltó una pequeña carcajada amarga. —Buena pregunta.

—Escucha, Edward. —titubeé. —... voy a hablar con tus padres de todas formas. Es mi obligación.

Apretó la mandíbula y se quedó un rato en silencio, finalmente, emitió un bufido.

—Increíble pero cierto. Eres la primera persona que se resiste al truco de los ceros. —rió de nuevo.

Sus distintas personalidades comenzaban a marearme.

—Está bien. —prosiguió. —Tendré que seguir encargándome de que eso no pase.

Y con esa sutil amenaza, Edward Cullen se marchó con aires de grandeza del aula, dejándome sola y con la cabeza aún más confundida si era posible.

·

·

Cuando llegué a casa, Charlie se encontraba tirado en el sofá, esperándome para preguntarme cómo había ido mi segundo día. Mantuve una agradable pero corta charla con él y me encaminé rápidamente hacia el teléfono.

Rebusqué en mi bolsillo trasero del pantalón y saqué un pequeño papel arrugado. Contenía el número de la casa de los Cullen que había adquirido —o robado— al colarme dentro del despacho de Heidi Vulture y revisar el historial de Edward. Si él no quería que yo me citase con sus padres por las buenas, lo haría por las malas.

Dieron tres tonos hasta que se escuchó una dulce voz de niña al otro lado.

Residencia Cullen. —cantó alegre.

Se escucharon risitas y una conversación de varias personas de fondo.

—Sí, eh... el Sr. Carlisle Cullen, ¿por favor? —ahora, de repente, ya no me sentía tan valiente.

Oh, disculpe pero no se enc

Lo que se escuchó a continuación, fueron pequeños golpes en el auricular, como si este estuviese pasando de receptor. Y, efectivamente, la siguiente voz que se escuchó no era la de la chica de antes.

Buen intento, Bella. —me arrulló una terriblemente familiar y masculina voz. —Pero he de decir que me has decepcionado un poco, creí que tenías más imaginación.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasarme a mí?

—Srta. Swan para ti, mocoso. —repliqué mordaz. Realmente no sé por qué dije aquello tan impropio de mí, pero mis palabras sólo le provocaron una carcajada aún mayor.

De verdad siento desilusionarte pero... me temo que ni siquiera están en casa. Lamento que te hayas tomado tantas molestias.

Si no hubiese estado tan furiosa, habría jurado que sonaba hasta un poco culpable por aquello. Pero no, en lo único que podía pensar en aquel momento era que Edward Cullen era mi enemigo, y debía hacer lo posible para llegar a sus padres. No quería recurrir a Heidi para ello, pues me parecía tan rastrero como ser un chivato.

—Me las pagarás, Cullen. —refunfuñé, y colgué inmediatamente el teléfono.

Un carraspeo llamó mi atención, y me encontré con Charlie apoyado en el marco de la puerta, con una ceja alzada.

—¿Problemas, nena?

—No, eh... sólo son los de la compañía de teléfonos. Realmente me exasperan. —mentí.

—Bueno, entonces... ¡vamos a cenar! —declaró un feliz Charlie.

En fin, la venganza podría esperar.


Lol. 69 reviews! xD Qué hot, por dios (?).

Bueno, aquí se empieza a crear el extraño 'pues yo te odio más' entre Edward y Bella. :) eeuh, y nada más que decir. Estoy realmente agotada.

Gracias, como siempre, a: nonblondes, alle-cullen4, LadyCornamenta, , Dayen Mindfreak, Rosary Blacu, PknaPcosa, Diony Black Potter, christti, Holy Girl Iron Maiden Jeanne, Julie Pye, OriiCullen, Vamii Valmont, Marinilla14.

Y perdonad mi problema de puntualidad al actualizar, soy consciente de ser un desastre -x-.