I
Pruébalo.

-Aquí tienes el almuerzo –dijo con dificultad tendiéndole un paquete tibio envuelto en papel aluminio. El oncólogo estaba entre incómodo y sorprendido. Cameron, que justamente se encontraba charlando con él, tampoco podía creerlo del todo. ¿Desde cuándo House hablaba con ese tono tan carente de ironía? ¿Desde cuándo traía cosas a alguien sin recibir algo bueno a cambio? ¿Desde cuándo esa actitud servicial o amistosa? Es decir, no es que el mayor fuera un monstruo (en cierto modo si), pero la mujer creía estar en un mundo paralelo del que Wilson sí había sido advertido de ese tipo de acciones, mas no esperaba que de verdad se cumplieran.

Retrocedamos unas cuantas horas antes. Cuando ambos se encontraban en una de esas charlas de bar, de las cuales Wilson nunca está seguro si es charla o serie de insultos, recriminaciones y algún cumplido que no aparenta ser tal. Todos los seres humanos tenemos límites. House, por ejemplo, era poco tolerante, entonces ni siquiera se arriesgaba a saber si algo le llegaba a gustar o no, era el todo o nada. Pero el castaño ya estaba cansado de no decir nada, en parte era un poco culpa suya, pero la idea era que su amigo también se diera cuenta de lo que pasaba por su cabeza.

El tema esta vez era bastante bizarro: su último paciente tenía un cáncer tratable, pero a los ojos del oncólogo ya era bastante tarde y no quedaba otra que esperar. Consecuencia: una demanda por cantidad grande de dinero, resultado: el diagnóstico suyo siempre estuvo bien, solo que la familia del difunto se encontraba endeudada y lo más fácil era extraerle dinero, solución final: Wilson se compadece y entrega una pequeña suma para ayudarlos. House estaba por partirle el bastón en la cabeza.

-Eso ya no es bondad, es ser estúpido. Estaban a punto de arruinarte la carrera y tú… ¡¿Los ayudas?! El que decía que hay que dar la otra mejilla era Jesús… ¡ni siquiera eres católico! ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué no me lo contaste primero a mí? Sabes, podría haberles hecho una visita y no se les habría ocurrido ni mencionar tu nombre. Ahora entiendo qué otras cosas desfavorecen tus mil y un matrimonios… tu idiotez irracionalmente "buena". Buena para los demás. –No paraba de hablar, de reprocharlo como si tuviera cinco años. Como si no ser un egocéntrico irónico fuera un pecado, y lo era en Houseland… pero no tenía que saber que no vivía allí ¿O si? -Por que a ti esto no te está ayudando en nada. Terminarás en la calle y pidiéndome que te deje vivir conmigo o armándote una carpa en el consultorio. Hazlo más fácil y entrégale todas tus posiciones al vagabundo que ronda por aquí en Navidad.

-¡¿Quieres parar ya, por favor?! –Gritó nervioso. -Lo que yo haga con mi dinero tiene que dejarme contento a mí y no a ti. No es mi culpa que tengas otra visión de bondad. Además, si te irrita tanto que sea así, nadie te obliga a seguir siendo amigo mío. Si mis matrimonios fracasan es porque me concentro mucho en este… este intento de amistad. –Se apartó con brusquedad de su lado, yendo directamente a la puerta de salida del bar. House se apresuró, con torpeza, a bloquearle el paso.

-Si te vas en medio de la discusión, será porque no toleras que tenga razón.

-Te encanta tener la razón. Quédatela, lo que no tolero es la forma en la que tienes que probarlo.

-¿Cuál es esa forma? –inquirió con curiosidad muy creíble. Wilson apretó los puños más irritado. Sin darse cuenta, ambos estaba fuera del bar, caminado en una dirección desconocida, o mejor dicho, sin saber que estaban caminando.

-Justamente esa, tomarte todo lo que digo como un chiste. Reprocharme mi forma de ser, reprochármela de manera humillante, como si fuera un chico del montón, y no es así. Creo ser un hombre grande y sé tomar bien mis decisiones. Me gustaría que una vez en la vida me dieras aprobación. Miénteme si quieres, al fin y al cabo… no creo que te importe mucho esta amistad como para que te de remordimiento hacerlo. –Se encaminó a paso más rápido, pasando por el parque. House lo seguía disimulando la dificultad que implicaba aumentar el paso.

-¿Qué te hace pensar que esta amistad no es importante para mí? –Al parecer iba en serio. No estaba seguro, House era tan enigmático, Cameron y los demás miembros de su equipo aseguraban que él era la persona que mejor lo conocía, pero no se daban cuenta de que conocerlo mejor no significa conocerlo totalmente. A veces decía cosas tan sorprendentes (y la mayoría eran dolorosas). La maldad en sus palabras era inimaginable para los ajenos, porque requería de cierta intimidad y confianza… la que casualmente tenía con él. Así como ligaba cumplidos extraños pero de buen corazón, ligaba las peores y más sinceras críticas, incluso sin solicitarlas. ¿A dónde demonios quería llegar con todo eso? Ya no se sentía capaz para averiguarlo.

-Todo tú lo comprueba, House. Los opuestos se atraen, pero nosotros -suspiró- somos demasiado opuestos como para poder seguir así. Olvídalo ¿quieres? –Se sentó en una banca. Los árboles apenas dejaban filtrar pequeños rayos de sol. Aparte de ellos dos no había ni una sola persona. El mayor lo imitó sin despegar sus penetrantes ojos azules. Algo quería decir pero no sabía cómo empezar.

«Parece que va enserio…» Pensó inquieto. Perder a la persona que más quería era un lujo que no se podía dar, no al menos sin haberlo intentado. Realmente no le importaba lo que los demás pensaran de lo que estaba por hacer a continuación, pero James era la excepción a la regla. Bien, si no lo perdía ahora sería luego, pero al menos con lo otro tenía argumentos para seguir reteniéndolo, y con suerte someterlo un poco más, como tanto le gustaba.

-No, no lo voy a olvidar, James. Siempre va en serio cuando se trata de nosotros…

-¿"Nosotros"? –Rió forzosamente. -¿Ahora existe un nosotros? Deja de decirlo así, como si fuéramos pareja.

-¿Qué lo impide? –preguntó con picardía, posando con cautela una mano en su muslo. Un escalofrío le recorrió toda la espalda. Era un contacto físico muy inusual en House. -¿Si este intento de amistad no funciona, no puede ser porque tendríamos que dar un paso hacia adelante y no hacia atrás? –La otra mano lo tomó del mentón, acercándolo a su rostro. Tenía sus ojos tan cerca, que no podía ver a ninguna otra cosa a su alrededor. No podía moverse, estaba paralizado de la sorpresa. -James… quiero poseerte de todas las formas posibles. –Con el dedo pulgar recorrió todo el contorno de sus labios.

-Estás demente –susurró débil. La mirada del mayor no amagaba a bromas, iba en serio, increíble, pero cierto. Y no sabía si era buena o mala señal.

-Creo saber que no. Y estoy seguro de que la idea no te desagrada del todo ¿o si? –No podía responderle, no estaba seguro de absolutamente nada y eso lo enfurecía porque nuevamente tenía razón y ya no era cuestión de cómo la tuviera, si no de que estaba siendo tratado como un niño mimado, que era peor que despreciado. Si House era dañino como amigo, lo sería mil veces peor como amante. No podría… no podría soportarlo.

-Ya te lo dije, somos tan opuestos que apenas podemos ser amigos, mucho menos… otra cosa más comprometedora. –Intentó desviar la mirada a otra parte, pero solo podía enfocarla al rostro del nefrólogo. Pocas veces se había sentido así. Los hombres toman así a las mujeres, pero esta vez era otro hombre tomándolo a él como si fuera una chica (y ese no era el problema, si no que se debatía entre placer e incomodidad). Ganó la incomodidad. -No podemos ser nada, House, y eso lo sabes aún mejor que yo. Solo que tu egoísmo no te permite perder a alguien que se deja manipular y tu soberbia no tolera que me fuera y no seas tú el que lo ordenó.

-¿Es eso, James? ¿Te sientes humillado? -Lo acercó aun más. El castaño estaba a punto de colapsar de nervios.

-No tienes idea de cuantas veces. El amor y tú no van juntos en la misma oración, no durará nada.

-¿Y si te lo demostrara? ¿Ahí serías mío? –La palabra "mío" de por sí insinuaba un gran compromiso.

-No imagino cómo podrías hacerlo. –La voz le salía suave y baja, no porque quisiera, pero daba la impresión de que lo disfrutaba y se negaba a aceptarlo. -No eres capaz… lo digo porque algo te conozco, bastante, me atrevo a decir.

-No me conocías lo suficiente como para darte cuenta de que te… quiero… más de lo que imaginas. Si es que creías que te quise alguna vez. –Sonrió seductor, un sonrojo apareció en las mejillas del oncólogo. -Ahora responde, James: ¿Si yo te demostrara lo que puedo llegar a hacer por ti, serías mío? –Hete aquí el gran dilema: si aceptaba y lo lograba no le quedaría otra que convertirse en objeto de quien sabe que manías. Si se negaba perdía la oportunidad de ver su demostración (si, lo intrigaba mucho). Caía, como de costumbre, en su juego, sabía que iba a decir que sí y entonces debería demostrarlo. Garantía absoluta.

-Pruébamelo –ordenó.

-Tus deseos… serán orden… y los míos, pronto… –Apoyó con brusquedad sus labios sobre los suyos, en un roce leve, cítrico, hasta despiadado quizá. -… serán placer.