Death & Strawberry
Los pitidos de claxon devolvieron a Ichigo a la realidad. Estaba en Karakura. Con Nel. En su coche. Detenido en mitad de la vía.
Arrancó de nuevo con torpeza debido al reciente desconcierto y lo aparcó a un lado de la acera unos metros más adelante.
Se sentía extraño y algo aturdido, pues hacía muchísimo tiempo que no revivía aquel episodio con tanta nitidez y claridad. La imagen de su madre era tan real que por un instante creyó tener nueve años y estar a su lado, llorando desconsolado.
—Joder…
El recuerdo se desvanecía como el humo en la corriente, pero su corazón latía desbocado fruto del sobresalto. Arrastró la mano por su rostro y apoyó la cabeza contra el volante, concentrándose en intentar devolver su respiración a la normalidad.
Mientras las exhalaciones de Ichigo envolvían el silencio del habitáculo, Nel se quitó el cinturón y se deslizó hacia el extremo del asiento, extendiendo sus brazos hasta lograr rodearle por completo con ellos.
Quería decirle que ya había pasado, que estaba allí con él. Su propia oscuridad le había perseguido desde bien pequeña, por lo que conocía a la perfección qué cruzaba por la mente de su hermano y qué significaban esos flashback para él. No obstante, intuyó que las palabras sobrarían. Se mantuvo en silencio y esperó, estrechándole bien fuerte.
Al cabo de un minuto, un resoplo sonoro y firme por parte de Ichigo le informó de que se encontraba mejor. Le soltó y dejó que fuera él quien hablara.
—No sé qué me ha pasado—reconoció terriblemente avergonzado. No estaba acostumbrado a mostrarse frágil, y menos delante de su hermana pequeña.
Nel negó con la cabeza.
—Todo está bien.
Ichigo se alegró de que de todas las personas de su alrededor, fuera ella quien había presenciado su debilidad, porque sabía que era quien mejor podía comprenderle. Aún recordaba las noches en que una pequeña Nel se despertaba entre gritos y sollozos, reclamando su presencia reconfortante.
—Déjame dormir contigo—le pedía ella entre grandes lagrimones.
Él suspiraba con reproche.
—Nel, no pasa nada. Todo está bien.
—Itsygo…—hacía pucheros y tiraba de la manga del chico, reclamando a su compasión.
—Pero qué morro tienes.
La pequeña reía nerviosa, aún con los ojos vidriosos.
Habían pasado muchos años desde aquello, pero cuando miraba a su hermana a veces seguía viendo a la misma niña asustada y herida que reclamaba su ayuda. Ahora era él quien la necesitaba. Tenía que obtener respuestas.
— Cuéntame lo que pasó.
Nel volvió a recostarse en su asiento, mientras abrazaba sus piernas con ambos brazos.
—Estaba con los dibujos de Ishida cuando vio uno que le llamó la atención. Puso una cara muy rara, como de susto. Entonces me acerqué y vi que el retrato era el del hombre que mató a mamá. —Descendió sus cejas con tristeza—. Me preguntó quién era, pero no se lo dije.
—Entonces… ¿ella no sabe quién es? Me has dicho que le conocía.
—Sí, sí. Al no responderle, me dijo que creía saber quién era. Que esos tatuajes eran inconfundibles. Supongo que me preguntó para asegurarse de que hablábamos de la misma persona.
—Pero no se lo dijiste—repitió él.
Nel asintió.
—No quería que supiera lo que pasó. Al menos no por mí—confesó ladeando los labios—. Por eso te lo cuento ahora.
Quería que fuera el propio Ichigo quien decidiera qué hacer. Al fin y al cabo, fue testigo único en el crimen y tan sólo él podría reconocer al asesino.
Ichigo continuó en su estado de ensimismamiento. Aquel hallazgo representaba todo un abanico de posibilidades que se abría ante él.
—Ichigo…Si lo que dice es cierto puede ayudarte. Puedes dar con él.
Precisamente, eso era justo lo que estaba pensando.
Metió un pie. Luego el otro. Una vez dentro, cerró la mampara de la ducha y se sumergió rápidamente bajo la cálida cascada que fluía desde el cabezal.
El agua caía con virulencia sobre Rukia, empapando en un instante todo su cuerpo y proporcionándole el calor que precisaba. Alzó la cabeza con los ojos cerrados hacia el chorro de agua y permaneció allí sin moverse, dejándose llevar por la sensación de relajación. Después de tantas malas noticias y el cúmulo de emociones que había coleccionado en menos de 48 horas, lo que necesitaba era un momento purificador como aquel.
Tras unos minutos de tranquilidad y sosiego, se dispuso a enjuagar su cabello –hecho un desastre tras el aguacero que le cayó encima- y a asearse con un gel de baño con aroma de fresas.
No pudo evitar que se le escapara una sonrisa. ¿De qué iba a ser si no?
Cuando hubo terminado, alcanzó una de las toallas limpias que le había indicado Ichigo y se rodeó entera de arriba abajo, secándose la humedad del cuerpo antes de decidirse a salir del baño.
No quería llevarse una sorpresa desagradable con Ishida, por lo que, para evitar momentos incómodos si se daba el caso de que hubiese despertado, abrió la puerta dejando tan solo un resquicio por el que poder mirar.
— ¿Hola? —preguntó al aire—. ¿Ishida?
Nadie contestó. Vía libre.
Se anudó la toalla con fuerza sobre el pecho y caminó dirección al cuarto de Nel. Ahora tocaba elegir algo que poder ponerse sin acabar pareciendo ridícula.
—Tengo que conseguir algo de ropa—se dijo a sí misma mientras cerraba la puerta de la habitación tras de sí.
En cuanto llegaron a su destino y Nel se bajó del coche, Ichigo condujo rumbo a su casa sin perder un instante. Tenía tantas ganas de obtener respuestas, de verificar si, efectivamente, Rukia conocía al dueño de sus pesadillas, que ni siquiera se molestó en aparcar correctamente o tomar el ascensor. Estaba tan frenético que le costó acertar con la llave en la cerradura.
Parezco Ishida, no me jodas.
Fue a la tercera intentona cuando consiguió abrirla.
— ¿Rukia?—llamó apremiante mientras se quitaba la cazadora—. Rukia.
La respuesta tardó en llegar, tras el sonido de un cajón cerrándose.
—Estoy aquí, espera.
Le pareció que provenía de la habitación de Nel. Se acercó a grandes zancadas atravesando el salón y abrió la puerta sin pararse a llamar antes, lamentándolo en el mismo instante en el que se asomó por el marco.
La morena estaba situada de espaldas a él, ataviada tan sólo con la ropa interior, e intentando ponerse una camiseta por lo menos dos tallas más grande que ella. La curvatura de su espalda resultaba hipnótica, y no digamos ya si descendía con la mirada por aquella línea central que la surcaba.
Al oírle entrar de sopetón, Rukia se dio la vuelta ipso facto, con el rostro azorado y un genio de mil demonios.
— ¡¿Pero qué haces gilipollas?! ¿Tú no sabes llamar?—Enganchó uno de los cojines de la cama y lo arrojó contra Ichigo con todas sus fuerzas.
Él se quedó igual de paralizado, como si no lo hubiera notado.
Terriblemente consternada y abochornada, Rukia agarró el borde inferior de la camiseta y tiró de ella completamente hacia abajo, tapando así la braga brasileña que por poco le provoca un paro cardíaco a Kurosaki. Si le pidieran en ese mismo instante una definición de sexy, le bastaría con señalar lo que tenía frente a él.
Aquella visión era tan atrayente e inesperada que lo único que alcanzó a decir fueron tartamudeos sin sentido que tan sólo le hacían parecer más estúpido de lo que ya de por sí se sentía.
—Y-y…eh…B-…t-…p-…l-…
Nada. No se le ocurría nada. Es que simplemente no podía dejar de mirarla.
—Pero mira que eres idiota. ¡Di algo!—cogió otro de los cojines y se lo lanzó de nuevo a la cabeza, dándole de lleno, y como no estaba segura de si acabaría reaccionando, le lanzó seguidamente uno de sus zapatos de tacón.
El chico no supo discernir si fue a causa del almohadazo doble, del impacto a mala saña del zapato que por poco le deja tuerto, o de la lucha encarnizada que mantenían su orgullo y dignidad por salir a flote, pero el caso es que consiguió articular algo con sentido.
— ¡Joder! ¿Quieres parar? ¡Deja de tirarme cosas, chiflada!
— ¡Pues deja de poner esa cara de idiota y reacciona, mameluco!
Rukia frunció el ceño aún molesta y se cruzó de brazos. Tenía ganas de pegarle una patada en sus nobles partes, pero decidió aguantarse el impulso. Ya le había golpeado ahí la noche antes, por lo que hacerlo de nuevo y tan seguido podría provocarle esterilidad permanente.
Ahora que había recuperado la facultad del habla, Ichigo se animó a responder.
—Lo siento, ¿vale? No sabía que estabas…—se restregó la mano por la nuca—cambiándote.
Ichigo no quería ni pensar qué pinta tendría en esos momentos. Daba gracias a que la luz de la lamparilla de la cómoda era lo suficientemente tenue como para ocultarse entre las sombras que dibujaba en la habitación y el color de su tez no era tan apreciable.
—Tranquila, no he visto nada—mintió descaradamente.
Rukia alzó la ceja, dirigiéndole una mirada de incredulidad.
—De verdad—insistió. Estaba intentando tragar saliva pero era como si tuviera un tapón de corcho en el esófago—. Es sólo que… me ha sorprendido verte así.
— ¿Así?—bajó la vista hacia la camiseta que llevaba. Ahora que estaba puesta sobre ella se dio cuenta de que era mucho más grande de lo que le pareció cuando la vio en la cajonera del armario.
—Es que…es mía—reconoció Ichigo, esforzándose por esconder su sonrojo y el tartamudeo asociado a éste. Le dieron ganas de darse de hostias allí mismo. Parecía tontito.
— ¡Vaya! No lo sabía—se excusó entonces ella—. La he cogido del armario de Nel, pensaba que todo lo que había era suyo.
—Y lo es. Se la di hace tiempo para que se la pusiera para estar por casa. Yo no la utilizaba.
Pero tampoco pensó en la posibilidad de que pudieran darle ese uso. A lo mejor se habría pensado dos veces deshacerse de ella.
Joder. Joder. Joder.
Se dio cuenta de que en menos de una hora, esa palabra había sido su pensamiento y su respuesta más recurrentes. Mas no podía evitarlo. Era la primera vez, excluyendo a sus hermanas, que una chica se ponía algo suyo. Y le gustaba, vaya si le gustaba. Pero nunca lo reconocería. Jamás. Y menos ante ella. Prefería estar muerto.
—Bueno, ¿vas a decirme qué querías con tanta urgencia?—inquirió Rukia con cierto deje de impaciencia. Frunció el labio y tamborileó los dedos sobre la mesilla, exigiendo razones.
Ichigo se alegró enormemente de que aquella incomodidad suprema acabara de una vez por todas. Había recordado por qué estaba allí, qué es lo que buscaba. Y exigía mayor seriedad por parte de los dos.
—Rukia, ven. —Le indicó que le siguiera hasta el salón—. Siéntate.
La morena obedeció sin ocultar su expectación, pues el semblante del chico se había vuelto taciturno y sombrío. Una vez sentados, Ichigo manoseaba sus nudillos en busca de un comienzo adecuado, con la cabeza gacha y sin mirar a Rukia directamente.
—Nel me ha contado lo que ha ocurrido esta mañana.
Rukia asintió, sabiendo de buena tinta a lo que se refería. El comportamiento de Neliel había sido de lo más esquivo y extraño respecto a ese tema.
— ¿Es cierto que conoces a ese hombre? El del dibujo.
—No puedo asegurarlo cien por cien, pero creo que sí. Cuando vi el retrato pensé casi instantáneamente que era igual que mi vecino de al lado. Tiene el mismo tatuaje, de hecho.
Ichigo no dijo nada. Abatido, hundió aún más la cabeza entre sus hombros y suspiró sonoramente.
Tan cerca…
Esa misma noche, durante el incendio, le tuvo a menos de veinte metros sin siquiera saberlo. Qué estúpido se sentía.
A Rukia su reacción comenzó a inquietarle.
— ¿Por qué es tan importante? —preguntó cautelosa.
No entendía a qué venía tanto secretismo. Tras diez segundos de silencio inquebrantable, Ichigo se decidió a hablar.
—Cuando tenía nueve años, mi madre fue asesinada.
Rukia abrió los ojos con asombro y desmesura. En ningún momento se le ocurrió que la desaparición de Masaki se debiera a un hecho tan espantoso.
—Estaba conmigo cuando pasó. Íbamos de camino a casa cuando vi a un hombre tirado en el suelo y pidiendo ayuda en la orilla del río. Pensé que podría tener problemas, así que me acerqué hasta donde se encontraba. Lo cierto es que no quería nada de mí. Lo único que hizo fue engañarme, a sabiendas de que mi madre iría en mi busca y podría entonces pillarla desprevenida. —Su voz estaba teñida de angustia, pero también de odio y culpabilidad—. Se resistió todo lo que pudo, pero no fue suficiente…Yo logré escapar—dijo, como si fuera lo peor que podría haberle pasado—. Pero oí como moría.
La imagen de un Ichigo inocente, enfrentándose a aquella cruenta y aterradora realidad, le puso los pelos de punta. Ningún niño debería presenciar nunca algo así.
Ichigo siguió con su discurso sin descanso, consciente de que si paraba no iba a ser capaz de seguir.
—Salí corriendo de allí y fui a buscar ayuda, pero cuando llegó la policía no había nadie. Sólo mi madre. Por si fuera poco, nadie sabía quién era él. Ni nombre, ni amigos, ni familia. Era un fantasma. Como buscar una aguja en un pajar.
— ¿Y nadie oyó nada?—preguntó Rukia, inmersa totalmente en la angustia que desprendía cada poro de la piel del chico.
Él negó repetidamente.
—Llovía mucho, ya era de noche…Joder, no había nadie en la calle que pudiera ayudarnos—sus hombros comenzaron a temblar, víctimas del recuerdo.
—Ichigo…
—Pero yo sí pude verle. Vi a ese hijo de puta y aún me acuerdo de cada detalle de su cara—sentenció, como si aquella fuera su gran baza contra aquel hombre que había despedazado su mundo—. Al principio hubo un gran despliegue para buscarle y capturarle, pero no lograron dar con él. Probablemente, al saber que yo había escapado, no podía permitirse el lujo de seguir por Karakura ni los alrededores, así que huyó. —Ichigo recordaba aquellas semanas como si fuera ayer. La familia destrozada, él con la gran losa de la culpabilidad sobre sus hombros, y la justicia brillando por su ausencia—. O eso supongo. Ni siquiera sé si era de aquí. Ya te digo que nadie de los alrededores le había visto nunca.
Rukia ató cabos enseguida.
—Entonces, el hombre del dibujo es…
No se atrevió a acabar a frase. ¿Su propio vecino? ¿De verdad él…?
—Cuando pasó el tiempo y dejó de haber pistas o indicios, dejaron de buscar —prosiguió—. Pensé que podría ser bueno tener su retrato en otro lugar que no fuera tan sólo mi memoria. Han pasado muchos años desde que ocurrió, y es probable que el recuerdo acabara difuminándose. Así que, hace bastante tiempo, le pedí a Ishida que le dibujara lo más fielmente posible, por si algún día, cualquiera de nosotros lograra localizarle o descubrirle. Yo nunca he dejado de buscarle. —Por primera vez durante el relato, Ichigo alzó la vista y se encontró directamente con los grandes ojos de Rukia. Inquietos, sobrecogidos, pero también resueltos y vivaces—. Jamás habría imaginado que de todas las personas que están al tanto de esta historia, que no son muchas, tú serías la que daría con la respuesta.
— ¿Qué respuesta?
—La respuesta a la pregunta que los dos nos estamos haciendo ahora mismo. ¿Quién es?
La conversación estaba llegando a un punto realmente vertiginoso, puesto que Ichigo esperaba de ella una confirmación que no pensaba proporcionarle. Era demasiado arriesgado, y no quería colocarle en un aprieto del que luego pudiera arrepentirse.
—Ichigo, escúchame. Quiero ayudarte, y lo haré—le miró con firmeza, una promesa implícita en sus ojos—. Pero has de saber que existe la posibilidad de que me esté equivocando. No puedes crear falsas esperanzas y precipitarte en lanzar acusaciones a partir de un dibujo y una suposición mía, ¿me entiendes? —Se inclinó hacia él y, esta vez, le miró con la mayor severidad que fue capaz de transmitir—. No es una foto, Ichigo. Ni siquiera es actual. No nos precipitemos—repitió.
Aquel sermón no era precisamente lo que esperaba, pero no tuvo otra opción, muy a su pesar, que aceptar que Rukia tenía razón. Debía asegurarse antes de emitir cualquier veredicto. Pero, ¿qué podía hacer? Llevaba tanto tiempo buscándole, intentando dar con alguna pista que le llevase hasta aquel hombre, que la revelación de Rukia había sido un resquicio de esperanza al que aferrarse.
— ¿Quién es?—volvió a preguntar. Necesitaba algo. Un nombre.
Rukia dudó si sería buena idea decírselo, pero sin saber por qué, confió en que sería lo suficientemente habilidosa como para mantener la impulsividad e irreflexión de Ichigo a raya.
—Creo que podría ser el señor Fisher. Como te he dicho, mi vecino de al lado. Los rasgos son muy parecidos. Lo único diferente en él es la expresión que muestra en el retrato de Ishida. Parecía un…
Un demonio, fue lo que cruzó por su mente.
—Esa es la cara que puso mientras intentaba violarla.
Ichigo lo escupió sin más, con el mayor odio y repudio que Rukia había escuchado nunca en alguien. Sus ojos emanaban hostilidad, pero ella supo leer el trasfondo que escondían: dolor y desolación.
Consciente de que el sufrimiento de Ichigo estaba desbordándose y sería capaz de hacer cualquier insensatez, decidió tomar las riendas.
—Está bien. Escucha. —Suspiró torciendo el gesto. No sabía si iba a lamentar lo que estaba a punto de hacer, pero sentía la necesidad imperiosa de ayudarle. Sí. Iba a hacerlo—. Te llevaré hasta él para que puedas reconocerle. Si de verdad es quien tú crees que es, creo que puedo ayudarte a llevarle ante la policía y la justicia.
—La policía no hará nada—repuso él con resentimiento.
—Sí si se lo digo yo. Tengo contactos importantes.
— ¿Tu hermano?—preguntó escéptico. No le conocía de nada, pero no le parecía que fuera el tipo de hombre que se involucraba en los problemas de los demás altruistamente.
Rukia se recogió el pelo tras la oreja, con las mejillas levemente azoradas.
—Creo que…creo que no he sido totalmente franca contigo.
Ichigo la miró con curiosidad.
—Tú me has contado lo de tu madre, creo que es justo que sea sincera. Realmente no estoy aquí por lo que te dije. Fue todo una excusa.
—Lo sé.
— ¿Lo sabes? ¿Cómo?
Su actuación había sido maravillosa, de las más creíbles que había hecho nunca. ¿De verdad sabía que había mentido?
—Rukia…—Ichigo le mostró una media sonrisa—. Tu historia hacía aguas por todas partes.
— ¿E-en serio?
—Renji ni siquiera tiene madre. Y si la tuviera, pedirías un préstamo con tal de ir con él a Osaka. Bueno, y no me hagas hablar de tu descripción del accidente, propia de una película de James Bond.
El sonrojo de Rukia se tornó más visible. Si sabía que todo era una patraña, entonces…
— ¿Por qué dejaste que me quedara?
—Me diste bastante pena.
Rukia le asestó un capón en todo el cogote, provocando un lamento por en el chico y un posterior retroceso instintivo al sentir que podía venir otro golpe detrás. Esa chica tendría que dar miedo como karateka. Por suerte, no hubo más de uno.
—No me importa que me mintieses—le dijo más relajado al comprobar que Rukia descendía su brazo—. Supongo que tendrías tus razones.
Aunque la respuesta le había sorprendido, Rukia no podía tener queja alguna al respecto, pues a ella le ocurría algo similar. Confiaba en él, aunque no encontrara la manera de explicarlo y careciera de argumentos lógicos. Lo hacía y punto. Por eso determinó que lo correcto era que conociera la verdad.
—Es cierto. Las tengo.
—No tienes por qué sentirte obligada a contármelas.
Ella hizo un gesto con las manos, restándole importancia.
—Quiero hacerlo.
—Está bien—aceptó él no sin una pizca de curiosidad—. Te escucho.
—Yo…estoy en un programa de protección de testigos. —Ichigo no pudo disimular su desconcierto, pero Rukia siguió hablando—. No puedo precisar demasiado. De hecho, es mejor que te mantengas al margen. Por tu seguridad. Simplemente, quiero que comprendas el por qué necesito tu ayuda. —Cogió aire y relató lo más resumidamente posible el comienzo de aquella historia—. Hace unos cuantos años, se cometieron una serie de delitos bastante graves. Cuando hablo de delitos, me refiero a cualquier acto criminal que pueda rondarte por la cabeza. Cualquiera—remarcó ésta última palabra—. Algunos incluso contra gente que yo conocía. Amigos míos. Fue entonces cuando una persona muy cercana a mí, comenzó a investigar a estas personas y a reunir por su cuenta y riesgo diferentes pruebas inculpatorias. Yo me ocupé de la segunda parte: denunciarlos y enjuiciarlos.
—Me dijiste que no eras japonesa—recordó Ichigo de repente—. Algo no debió salir bien si estás aquí ahora.
—Tienes razón. Antes de venir aquí vivía en Nueva York. Ni siquiera era Kuchiki Rukia. Una vez comenzaron las acusaciones, me convertí en el blanco de esta gente, por eso entré en el programa de protección de testigos. Estas personas son demasiado importantes. Tienen dinero y tienen poder, por lo que resultan todo un peligro.
— ¿Te han hecho algo?
Ichigo empezaba a sentir que todo cobraba sentido en su cabeza. La extraña conversación con su hermano, el halo de misterio que rodeaba a aquella chica…Había toda una trama de sangre y muerte más allá de su serena apariencia.
—Afortunadamente nunca me ha ocurrido nada. Siempre ha existido esa incertidumbre, y puedo garantizarte que he sido la persona más cautelosa y cuidadosa del mundo a cada paso que he dado. Cuando vine aquí hace unos meses, pensé que todo sería más sencillo. Pero entonces, ocurrió lo de ayer.
— ¿Te refieres al incendio?
Rukia asintió pesarosa.
—Para serte sincera no le di demasiada importancia, pero Renji y mi hermano piensan que no fue un accidente. Y yo empiezo a creerlo también.
Ahora comprendía la actitud tan desconfiada y arisca por parte de Rukia. Si a él le persiguiesen una panda de asesinos por medio mundo, también iría así por la vida.
—Por eso te mentí. Renji insistió en que debía quedarme en un lugar seguro mientras confirmaban las causas del incendio, y teniendo en cuenta que aquí no conozco a nadie más, el sitio más seguro era éste. Ahora que conoces la verdad y los riesgos a los que podría conllevar relacionarte conmigo, entendería que no quisieras que me quedara.
Rukia no parecía la clase de persona que andaba disculpándose o pidiendo permiso, más bien todo lo contrario, pero en esa ocasión Ichigo supo que era distinto. Realmente no quería involucrarle. Podría haberse callado y haber aceptado quedarse en su casa sin dar más explicaciones que una sarta de mentiras. Podría haberse aprovechado de él, puesto que no le conocía y probablemente no fuera a verle nunca más. Pero no lo hizo. Confió lo suficiente como para relatarle la verdad. Una verdad peligrosa, sí, pero también increíblemente comprometedora. Confesar que formaba parte de un programa de protección de testigos también colocaba a Rukia en una posición vulnerable. Literalmente, había puesto su vida en sus manos. Y no pensaba soltarla.
Mientras Ichigo dialogaba internamente, Rukia había permanecido cabizbaja recordándose que el miedo era la emoción más humana de todas. Si Ichigo reculaba, no podía culparle. No obstante, la respuesta que obtuvo obligó a la morena a alzar la vista, pues había desmontado por completo sus esquemas.
—No me importa que te quedes.
— ¿Estás de coña?
—Pues claro que no, tonta. Puedes quedarte lo que necesites. No voy a enviarte camino a una muerte segura a manos de una cuadrilla de gángsters.
Rukia sonrió ante su comentario. ¡Ese chaval estaba completamente loco!
—Sabes que no puedes contar lo que acabo de decirte, ¿verdad? Ni siquiera a tu familia. O a Renji. ¡Y menos a mi hermano! —Le entró un escalofrío al imaginarlo—. Te mataría.
Hubo algo en el tono de voz de Rukia que le hizo pensar que eso último no era ninguna broma. Pero ¿con qué tipo de gente se relacionaba?
—Ichigo. Tengo una idea—dijo de pronto. Se levantó de un salto con entusiasmo y sonrió resuelta y decidida—. Déjame que te ayude con el asesinato de tu madre. Si el señor Fisher es el hombre que la mató, te prometo que te ayudaré a que se haga justicia con todos mis recursos. Y a cambio, solo te pido que me permitas quedarme en tu casa hasta que pueda ir a otro lugar más seguro. ¿Qué te parece?
Ichigo no necesitó más que un par de segundos para meditarlo. Llevaba más de media vida intentando cerrar una herida que no dejaba de sangrar. Sellar aquella puerta que siempre estaba abierta. Rukia era la clave. Y estaba dispuesto a aceptar todas las consecuencias.
Se incorporó poniéndose frente a ella y extendió el brazo con la palma de la mano abierta.
—Trato hecho, enana chiflada.
Intentó golpearle de nuevo, pero Ichigo fue más rápido esta vez y consiguió sortearlo.
—No soy una enana chiflada, soy Kuchiki Rukia, imbécil.
Ichigo elevó la comisura de sus labios.
—Kurosaki Ichigo, si no te importa.
Rukia le lanzó una mirada maliciosa pero divertida.
Entonces, estrecharon sus manos con firmeza, sin ser conscientes de que aquel constituía el comienzo de algo mucho más grande de lo que podrían haber imaginado.
A pesar de la dificultad que desentrañaba, he disfrutado especialmente escribiendo este capítulo, pues siempre me ha fascinado el equipo que forman Ichigo y Rukia para ayudarse mutuamente con completa confianza el uno en el otro. Espero que a vosotros también os haya gustado y que apreciéis la escena tórrida (al menos para la mente calenturrienta de Ichigo) que nos han regalado XDD De hecho, os animo a que visualicéis la estampa de Ichigo y Rukia estrechando sus manos y ésta última ataviada con una simple camiseta...Algunos tienen suerte y no lo saben xD
En fin, os digo lo mismo de siempre. Que muchísimas gracias por leer esta historia y dejarme vuestras impresiones, y que espero no tardar con el próximo (aunque hasta que no lleguen las navidades me tendrán sobreexplotada). Pero haré todo lo que esté en mi mano.
Os animo a que comentéis y a que dejeis vuestros pensamientos acerca de lo que puede ocurrir. Son toda una inyección de energía.
¡Nos leemos! ;)