Muchas gracias por las reviews, son las que me han decidido a darme más prisa para actualizar. ¡Gracias de corazón!

El ponche al que me refiero es algún tipo de bebida con huevo, ron, etc, no el típico ponche rojo hecho con polvos xD No me los imaginaba bebiendo cerveza o té en una reunión tan distinguida.

Disclaimer: No poseo los personajes de Crepúsculo, sino que son obra de la excepcional Stephenie Meyer, así como la trama de Orgullo y Prejuicio, de la gran Jane Austen.

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BPOV

Mi madre y mis hermanas no habían podido resistir la tentación de ir a visitar Netherfield la mañana después de la fiesta, a pesar de que insistí en que los dejaran descansar. Pero Renee es testaruda como una mula, y no hubo manera de inculcarle un poco de sentido común. Podía imaginar la impresión que les habíamos causado, sobre todo las menores de la casa, únicamente preocupadas por la llegada de los oficiales y por las nuevas cintas que había traído el señor Appricott a la tienda. Los días pasaban sin más divertimento que los cotilleos y noticias que llegaban respecto a los nuevos vecinos... y que a mí no me interesaban lo más mínimo. El señor McCarthy había resultado un joven agradable y parecía demostrar una atención sincera por Rosalie, pero Cullen... menudo vanidoso. Tan estirado que parecía que llevaba un palo de escoba debajo de la ropa. Incapaz, seguramente, de gesto altruista y desinteresado. Un contrapunto extremo a las maneras gratas y cálidas de su amigo.

Pero qué... ¿Qué diantres hago pensando en él?

Cuando aquella mañana bajé a desayunar, el resto de mis hermanas ya estaban sentadas a la mesa. Lauren y Jessica cuchicheaban entre risitas estridentes, Rosalie tomaba su té en silencio, mi padre permanecía absorto en la lectura, y mi madre nos observaba mientras mascullaba algo ininteligible. Crowley, nuestro mayordomo, entró en ese momento con una carta sobre una bandeja, y contrario a lo habitual, dejó de lado a mi padre y le ofreció la misiva a mi hermana mayor.

- Es... de Netherfield - dijo mientras la abría, provocando la algarabía del resto de nosotras.

- ¡Lee, lee! - ordenó mi madre casi más nerviosa que Rosalie.

- Es de Tanya McCarthy. Me pide que vaya... ¡a comer allí! No, espera... Su hermano y el señor Cullen estarán de caza y quiere que vaya a hacerla compañía.

La alegría generalizada se apagó levemente, mientras mis ojos vagaban hasta la ventana y el cielo encapotado del que nos protegía.

- Madre, el coche, para Rosalie - pedí frunciendo el ceño.

Pero Renee no tenía un pelo de tonta. Siguió mi mirada y casi pude ver las pequeñas ruedecitas de su mente maquinando a velocidad del rayo. Posó sus ojos sobre Rosalie, y sus labios se estiraron en una sonrisa contenida.

- Irá a caballo.

- ¡Madre! ¡Está a punto de arreciar!

- He dicho que irá a caballo, y no hay más que hablar - exclamó levantándose de la mesa.

Aquello era un error. Todavía no alcanzaba a ver lo que se proponía no dejándole el carruaje a Rosalie, pero pronto tendría ocasión de verlo.

No habían pasado apenas unos minutos de su partida cuando el cielo se abrió en dos y la lluvia comenzó a caer como si el fin del mundo estuviera cercano. Nada fuera de lo común en Inglaterra, pero sí todo un inconveniente para la salud de mi pobre hermana, que en esos momentos cabalgaba camino de su destino.

Y su destino llegó, aquella misma noche, en forma de carta a nombre de mi padre, que me la tendió a mí en cuanto hubo terminado.

- Al menos, sabremos que Rosalie ha muerto intentando casarse con el señor McCarthy. Será toda una heroína entre sus congéneres... - sentenció con su habitual humor negro.

La letra de mi hermana era temblorosa, y no tuve que leer demasiado para darme cuenta de que se encontraba enferma.

"Querido padre,

Me temo que el desabrido clima de estas tierras me ha pillado por sorpresa, causándome un constipado. Nuestros amables amigos han insistido en que me quede reposando como invitada en su hogar, hasta que me encuentre mejor y pueda regresar al mío. Siento que seré una molestia para ellos, pero no me han dejado alternativa. El señor McCarthy insistió personalmente en que olvidara todo cuidado y quedara bajo su responsabilidad.

Volveré en cuanto esté en condiciones de cabalgar.

Tu obediente hija,

Rosalie."

Las piezas encajaron en mi mente mientras doblaba la carta, fulminando a mi madre con la mirada. Sabedora de que la tormenta alcanzaría a su hija a mitad de camino, Renee no había tenido ningún pudor a la hora de denegarle el cobijo necesario para realizar el viaje a salvo, sentenciándola a un resfriado o a algo peor, si no curaba apropiadamente. En ocasiones, sentía ganas de zarandearla para ver si entraba en razón, pero había sido así toda su vida. No entendía como mi hermana mayor y yo éramos tan responsables, y desde luego, no había que buscar otro culpable en la más que reprobable actitud de mis hermanas pequeñas.

- Debo ir a verla sin falta. Tiene que estar muriendo de vergüenza... - murmuré, entre apenada e irritada por la poca consideración de nuestra madre.

Después de pasar el día y gran parte de la noche pensando en ella y en la situación tan incómoda en que se encontraba, partí a pie hacia Netherfield.

EPOV

La desfachatez de la señora Swan era mayor de lo que había imaginado en un primer momento. Seguro que tras sus intrigas y politiqueos matrimoniales estaba la razón por la que la pobre Rosalie había caído enferma en nuestra casa. Por supuesto que Emmett no la dejaría partir hasta que no se hubiera recuperado... aunque tras la enfermedad, dudaba sobre su capacidad para permitirle salir de la casa. Pobre tonto enamorado. Había caído a los pies de aquella belleza rubia como un oso al ver un buen panal de miel.

Se encontraba en la cocina, supervisando los detalles del desayuno del objeto de sus atenciones, mientras su hermana Tanya y yo desayunábamos en silencio, una cualidad que aquella mujer de mirada fría rara vez respetaba. Mientras terminaba mi té, uno de los sirvientes entró en el salón para anunciar una visita.

- La señorita Isabella Swan.

Instintivamente, me puse de pie justo a la vez que aquella joven de cabello oscuro entraba en la sala. El borde de su vestido estaba lleno de barro, y casi se podía distinguir alguna brizna de hierba adherida al tejido. Tanya formuló la pregunta que rondaba mi mente, pero que no abandonaba mis labios por respeto.

- ¿Ha... venido andando?

- Sí. Me gusta pasear - y, sorprendido, pude ver cierto rubor en sus mejillas que no se debía a la caminata -. Me gustaría ver a mi hermana...

- Por supuesto - contesté inmediatamente -. Está arriba. Embry, por favor...

El sirviente que había anunciado su llegada, aguardó a que la joven le prestara atención para guiarla hasta el dormitorio donde reposaba la enferma. Me quedé un instante más de lo necesario de pie, antes de volver a sentarme lentamente frente a mi desayuno. Repentinamente, mi apetito había desaparecido.

BPOV

Fue extraño cómo mi corazón saltó en el pecho cuando vi aquella figura alta y esbelta, impecablemente vestida, que se incorporaba para saludarme. Su rapidez al contestar mi pregunta hizo que mis mejillas traicionaran mi determinación, enrojeciéndose como una manzana madura. No había duda de que le causaba el mismo desagrado que él a mí, y su presteza a la hora de informarme se debía a su necesidad de hacer mi visita lo más breve posible.

Subí las escaleras mordiéndome los labios tras el paso demasiado lento del valet, pero cuando abrió la puerta, irrumpí corriendo hasta la cama de Rosalie, que yacía, pálida y con aspecto febril, entre sábanas y almohadas de plumas blancas.

- Oh, Bella... me alegro tanto de verte...

- ¿Qué tal estás, Rose?

- No puedo quejarme, me están tratando exquisitamente... Son todos tan atentos... Sobre todo el señor McCarthy... - dijo con un atisbo de sonrisa en sus labios delgados.

- Estoy segura de que tendrá problemas dejándote marchar. Sólo él y mamá podrían alegrarse de tu enfermedad - guiñé un ojo haciéndola sonrojarse más profundamente.

Y como invocado por sus palabras, entró en la habitación el señor de la casa. Había que reconocer que tenía un porte apuesto, de complexión atlética apenas oculta bajo el elegante traje de color gris oscuro. Sus ojos vagaron un instante por los míos antes de posarse rápidamente en el rostro de mi hermana, y pude ver la sincera preocupación dibujada en sus facciones. Sus rizos castaños caían sobre su frente, dándole un aire de dulzura. Hacían una pareja perfecta.

- Espero no interrumpirlas, señoritas, pero acababa de llegar y quería interesarme por el estado de la señorita Rosalie... - explicó ligeramente azorado.

- No interrumpe nada, señor McCarthy. Me encuentro mucho mejor, pronto podré dejar de ser una molestia...

- No es una molestia en absoluto. Es todo un placer tener... tenerla aquí... - y sus mejillas se encendieron un momento -, quiero decir, no me alegro de que esté enferma, pero sí de que... de que pueda estar aquí unos días.

Tuve que morderme los labios para no sonreir, divertida por su romántica diatriba. Miré a Rosalie, cuyos ojos estaban engarzados en los de él. Me sorprendí de la intensidad con que ambos parecían perderse en las pupilas del otro, y tras un momento de silencio demasiado largo para mantener las formas, me aclaré la garganta y me levanté del borde de la cama.

- Bien, Rosalie, les diré a nuestros padres que estás siendo perfectamente atendida, y que no podemos hacer otra cosa que esperar tu pronta recuperación; algo que no dudo con los cuidados que estás recibiendo - dije acercándome al señor McCarthy -. Le agradezco en nombre de mi familia la atención que está proporcionándole a mi hermana. Estamos en deuda con usted.

- No hay de qué, señorita Swan - contestó haciendo una breve reverencia, y escoltándome hacia la puerta de la casa -. Permítame que le ofrezca mi coche para regresar. No podría permitir que usted también cayera enferma...

- No, no deberías, Emmett - dijo una voz profunda, rica en matices, a mis espaldas. Me giré para descubrir al señor Cullen, que miraba más allá de mí, a su amigo -. Permíteme acompañarla hasta el coche.

Me despedí con una reverencia, y caminé en silencio hasta el carruaje. Pero al ir a subir y no encontrar sujección donde agarrarme, sentí una mano contra mi palma, impulsándome hacia arriba para poder subir los escalones sin perder el equilibrio, algo bastante habitual en mí. El calor que fluyó de aquella mano suave y fuerte no fue nada comparado con el que mis mejillas repentinamente desprendieron mientras miraba al propietario de aquella mano que me asía con firmeza, pero delicadamente a la vez. Su mirada, intensa en mis ojos, abrasaba.

Apenas fue un segundo, y cuando me hallé segura en el carruaje, el contacto desapareció y él regresó sin mediar palabra a la mansión.

Durante todo el camino a casa, pude sentir el calor de aquella mano en la mía, y el desconcierto nublando todas y cada una de mis ideas.

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De nuevo, muchísimas gracias por los comentarios. Si seguís así, ¡tendré que seguir actualizando tan rápido! ¡Espero que os guste!