XXVII. Inicios.
Helga observaba desde su ventana hacia la calle, pensativa. A ratos le costaba creer todo lo que había cambiado su vida en tan sólo unos cuantos meses. Vamos, había que reconocerlo; de estar en una familia con serios problemas de comunicación, que prácticamente no la tomaban en cuenta, a tenerlos a todos alrededor de ella, tal como siempre había ocurrido con su hermana, había que aceptarlo.
Durante los peores momentos, cuando se podría decir que no podía pensar bien las cosas, pensaba que nada de lo que estaba pasándole tenía solución. Primero los problemas de seguridad que tenía con Arnold (que quizás aún persistían un poco), también, enterarse en un primer momento que Mike y Emily querían que se quedara con ellos, después saber que eran sus verdaderos padres, el rechazo de Bob, el poco actuar de Miriam, y la insistencia de Olga por acercarse a ella… pensaba que en cualquier momento terminaría por explotar, de alguna manera.
Pero en esos momentos cuando, casi sin darse cuenta, todo se fue solucionando poco a poco. Después de haber pasado unos meses que bien se podían definir como una porquería, ahora estaba contenta de estar ahí sentada, tranquila, pensando en lo que había ganado en todo ese tiempo. A ratos le costaba pensar que, después de todas las cosas malas que le habían ocurrido, podía volver a estar así.
En momentos como esos recordaba que, cuando peor estaba, unas pocas palabras de un desconocido la ayudó a tranquilizarse un poco. Ella estaba sentada en la banca de la plaza, llorando. No sabía cuánto tiempo había estado ahí, sentada y mirando hacia un punto fijo. Sabía que la gente a su alrededor la miraba con curiosidad, tristeza e incluso con preocupación, pero la mayoría de ella pasaba por su lado sin decirle palabra. A ratos le daba deseos de gritarles que la dejaran en paz, pero no lo hacía, ni siquiera mostraba intenciones de irse de ahí.
Fue una persona, un hombre, que de pronto tocó su hombro. Helga levantó la vista, y antes que dijera cualquier palabra, él le habló…
"No te preocupes, ya pasará…"
Dijo, y ella, entre todo lo que podía hacer, sólo sonrió, con cierto agradecimiento. Antes que alcanzara a decir cualquier cosa, el hombre había continuado su camino. Helga lo vio alejarse, y aunque todo lo veía igual de negro que antes, el pensar en la posibilidad que él tuviera razón, la hacía sentirse algo más tranquila.
Y finalmente, después de un tiempo, se dio cuenta que él tenía razón. Quizás no todo había salido como ella deseaba, ya que por sus decisiones algunos de sus seres queridos habían salido heridos… pero a pesar de todo, era verdad, pasó.
-Helga- después de unos pequeños golpecitos en la puerta, Miriam se asomó –tienes teléfono, es Gastón.
-Gracias, mamá.
Atendió del teléfono de su propio cuarto.
-Helga, Martina te invita a la casa- dijo la voz de su amigo, más animada de lo normal –está haciendo galletas.
-Genial- contestó Helga, poniéndose de pie –dile que ya voy.
En menos de cinco minutos estuvo ahí, en casa de su amigo. Resultó que ambos estaban solos, ya que la madre de Gastón estaba trabajando.
-Martina está en la cocina- dijo Gastón, una vez que abrió la puerta –puedes ir con ella, o quedarte conmigo viendo tele.
-¿Y qué estás viendo?- le preguntó Helga.
-Fútbol- contestó Gastón, como si fuera lo más normal del mundo.
Helga no tuvo que pensarlo demasiado para tomar la decisión. Después de ver a su amigo, decidió ir con Martina a la cocina, con la idea que ella pudiera enseñarle a hacer galletas.
-Hola Helga- la saludó la joven, sonriente –gracias por venir, ya me estaba sintiendo sola con Gastón viendo fútbol.
-Entiendo lo que es- contestó Helga –mi papá es igual, sólo que con el fútbol americano.
-Ah… ese nunca lo he entendido.
-Oye, ¿me enseñas a hacer galletas?
Mientras Martina le enseñaba a Helga, por la cabeza de la rubia pasaba una pregunta que hacía un tiempo había estado en su cabeza. Para elegir a quien hacérsela, tuvo varias opciones, aunque fue descartándolas una a una. Primero, fue Miriam u Olga, de su familia, también estuvo Emily y luego Phoebe. Pero con todas ellas (menos con Miriam, en realidad) ya había hablado sobre Arnold, y no había salido del todo bien… aunque tenía que reconocer que era más que nada por culpa de ella, pero bueno. Estaba la posibilidad que con Martina, que no conocía a Arnold, resultara mejor.
-… ¿Te puedo hacer una pregunta, Martina?- preguntó Helga, tratando de envalentonarse lo suficiente como para poder hablar con ella.
-Claro, dime- contestó la otra, sonriendo.
-Pero… primero, prométeme que no le dirás nada a Gastón- le pidió Helga, y Martina la quedó mirando intrigada –no es nada sobre él, de verdad, pero no quisiera que… bueno… se enterase… o que se diera cuenta que sus sospechas son verdad… tú me entiendes, ¿cierto?
-Sí, pero… ¿no es nada del equipo, cierto?- preguntó Martina -¿no tiene nada que ver con la final del torneo? Es que si es así, estoy segura que mi hermano se muere…
-No, no, no. Nada de eso… de hecho… es sobre… chicos…- dijo Helga, aunque lo último más bien lo murmuró. Y se arrepintió al instante cuando vio que Martina sonreía ampliamente.
-Ah… es eso… por supuesto. Gastón no se enterará, te lo garantizo.
Helga suspiró hondo antes de empezar a hablar.
-Hay un chico en la escuela, se llama Arnold- comenzó Helga, tratando de encontrar las palabras adecuadas para contar más o menos de qué se trataba su relación –y bueno, él me gusta desde hace mucho tiempo.
-¿De verdad?- preguntó Martina -¿con sólo diez años?... ¿Eso es sano?
-La psicóloga dijo que sí- contestó Helga, encogiéndose de hombros. Martina asintió, y la otra continuó hablando –en fin… desde que empezó a gustarme, no he podido… tratarlo bien… digamos que mi manera de demostrar lo que lo quiero, es a través de diferentes agresiones.
-Oh… ya veo…
-No tienes que decirme que estoy loca, porque ya me lo han dicho y ya lo tengo claro… es sólo que… no puedo evitarlo. Y ahora es peor, porque bueno… él sabe lo que siento por él…
-Si él ya lo sabe, en ese caso no deberías seguir tratándolo mal. Esconder lo que sientes ya no vale la pena- le dijo Martina, que continuaba haciendo las galletas.
-¿Y qué pasa con los demás?- preguntó Helga -¿qué pasa si ellos se dan cuenta?
-¿Qué más da? Si este Arnold ya lo sabe no debería importarte que los demás también… no podrán chantajearte con contárselo.
-Ah… sí, es verdad- Helga sonrió –no había pensado en eso.
-Oye, ¿y cómo se enteró?- preguntó Martina, interesada -¿tú se lo contaste?
-… Sí… pero eso no es importante ahora- al notar que Martina iba a interrumpirla, Helga la detuvo –de verdad que te lo contaré, pero ahora necesito que me ayudes. ¿Qué hago ahora?
-Actúa normal- dijo Martina, encogiéndose de hombros -¿ha mostrado algún tipo de interés hacia ti? ¿Algo que te llame la atención?
-Es muy amable conmigo- contestó Helga –aunque es así con todos, así que no sé si pueda tomarlo como algún tipo de señal. Suele ser el "buen samaritano" de la escuela, siempre dispuesto a ayudar a todos los que estén cerca de él y todo eso.
-Ah, quizás por eso te gusta tanto- Martina le entregó un vaso con bebida a Helga, y se sentó junto a ella –escucha, Helga, y quizás pienses que después que te diga esto, ya lo has escuchado anteriormente… sólo necesitas que él te conozca, nada más… acércate, pero en buena onda, no sólo con ese plan de ser su novia, o algo así.
-¿No?
-Claro que no- sonrió Martina -considera que quizás él no está en ese plan ahora… además, tiene diez años… si a Gastón se le ocurriera tener una novi…
-Pero él ya ha tenido novias antes.
-¿Ah si? ¿Y cuánto han durado, si se puede saber?
-Ehh… con suerte una semana…
-¿Ves? A eso mismo me refiero- contestó Martina –Además, supongo que él no te correspondió cuando le dijiste que le gustabas, ¿cierto?- Helga asintió –quizás lo que él necesita no es una novia, sino una amiga.
-Pero yo…
-Sé que tú quieres ser su novia, pero si él no siente lo mismo por ti, no puedes obligarlo- replicó Martina, calmadamente –además, te aconsejo que si quieres durar más de una semana, sería mejor que él te conociera bien.
-Entiendo…
-Vamos, no te desanimes- Martina le sonrió, y Helga pensó que ella no entendía los profundos sentimientos que tenía por Arnold –puede que ahora no te guste lo que te dije, pero por mucho que quieras que él sienta lo mismo por ti, si no lo ayudas a conocerte, nunca lo hará.
Y fue ahí que Helga entendió que Martina tenía razón.
-¿Están listas las galletas?- Gastón entró de pronto a la cocina, y las dos lo quedaron mirando feo -¿qué? ¿Qué hice?
-Estamos hablando algo privado, Gastón- gruñó Helga, esperando que no hubiera escuchado nada.
-No me interesa lo que hablen, sólo quiero saber si las galletas están listas, tengo hambre- al volver a recibir feas miradas de las otras dos, se rindió –como quieran, igual no me interesa saber lo que hablan de Arnold- y las dejó solas. Las dos se quedaron mirando, sorprendidas.
-Ah… Si alguna vez llego a matar a tu hermano, tú…
-Te entendería perfectamente…- suspiró Martina.
-¡Todavía puedo escucharlas!
Faltaban pocos días para la final del torneo, y dentro de la escuela no se hablaba de otra cosa. Las niñas habían avanzado tanto que hasta el director las había felicitado, y también les deseó mucho éxito en el último partido.
-Tenemos que elegir el destino de las vacaciones- decía Sid, durante el receso.
-Que sea a una playa- sonreía Rhonda –será un viaje espectacular, se los aseguro.
-Primero hay que ganar el partido- dijo Arnold, sonriendo levemente –después podemos ver todo eso.
-Como sea, Arnold, sólo son propuestas- replicó Rhonda, dejándole bien en claro que no quería más de ese tipo de intervenciones –además, tú falta de fe sólo nos trae mala suerte.
-No se trata de…- el rubio recibió unas cuantas malas caras de sus compañeros, y decidió callarse –oh, está bien, hablen lo que quieran.
Se alejó de ellos y fue hacia Gastón, Phoebe y Helga, que conversaban alejados de los demás. Los escuchó reír.
-¿Por qué estás aquí?- le preguntó Helga, cuando lo vio acercarse.
-Digamos que en la otra conversación no era bienvenido- contestó Arnold, sentándose a un lado de Gastón –prácticamente querían golpearme.
-¿Y qué les dijiste?- preguntó Phoebe.
-Nada importante- Arnold se encogió de hombros –pero mis aportes no fueron valorados.
-Pasa de vez en cuando- solidarizó Gastón con él -¿y, cómo estás para mañana, Arnold?
-No deberías preguntarle a él- se adelantó Helga –no va a jugar, se va a quedar sentado al lado tuyo en la banca, haciéndoselas los dos de entrenadores.
-Pero lo hacemos bien- replicó Gastón.
-Es verdad- asintió Arnold –además, estando ahí tenemos una vista privilegiada, lo que hace que valga la pena aguantar sus quejas en el entretiempo.
Antes que Helga pudiera responder (y Arnold estaba seguro que tenía algo que decirle), sonó el timbre que les indicaba volver a clases. Ahí el rubio aprovechó la oportunidad y casi se acercó corriendo a Gerald, que lo llamaba desde donde estaban casi todos sus compañeros.
-No puedo creer que todavía sigas espantando de esa manera a Arnold- dijo Gastón, con bastante buen humor.
-Yo no lo estoy espantando- replicó Helga, iniciando su camino hacia la sala de clases –ni siquiera iba a atacarlo, no se por qué huyó de esa manera.
-Quizás porque sí lo has atacado antes- dijo Phoebe, sonriendo.
-Eso me convence- dijo Gastón, y él y Phoebe rieron por la cara que puso Helga.
La clase estuvo tranquila, y las últimas horas el profesor Simmons se dedicó más que nada a darle una charla a las niñas, que al día siguiente tendrían la final del torneo. Aunque algunas no escucharon todo el discurso que el profesor les dio, sí se sintieron más tranquilas con algunas de sus palabras, sobre todo cuando les dijo que ganaran o perdieran, se sentía igual de orgulloso por ellas. Definitivamente eso era mucho mejor que los demás les decían, llegando al punto que Harold indicó que si llegaban a perder, no se lo perdonarían.
La única respuesta que recibió fue un golpe por parte de Helga, que ni siquiera se molestó en voltear a mirarlo.
Una vez que los niños salieron de clases, se dirigieron al campo Gerald, con toda la intención de distraerse. Por decisión del mismo Gastón, jugarían cualquier cosa, menos fútbol. Finalmente eligieron beisbol, y estuvieron ahí jugando durante toda la tarde.
Finalmente, y después de pasar un muy buen rato de relajo con sus compañeros, decidieron que cada uno se iría a su casa, cada uno sintiéndose más emocionado por el día siguiente, que finalmente sería el resultado de todo el esfuerzo que habían hecho durante el año, como la competencia para elegir el modelo de camiseta, la fiesta organizada para juntar recursos, el tiempo utilizado en clases y las horas de entrenamientos que todos tuvieron que soportar, incluyendo los niños.
Pero finalmente estaba llegando a su fin. Si ganaban, seguramente tendrían un viaje de ensueño, si perdían, les serviría de experiencia y quizás participarían el próximo año. Helga pensaba que seguramente si ganaban sus compañeros también las obligarían a participar al año siguiente, pero seguramente no se quedarían con las ganas de haber ganado ni nada por el estilo.
Helga notó que cada uno de sus amigos tomaba diferentes caminos para irse a sus casas, pero ella no hizo lo mismo, simplemente se sentó en las pequeñas gradas que tenían apoyadas en una pared, y se quedó ahí, observando. Casi no se dio cuenta que Arnold se despedía de los demás también, y que de pronto se sentó a su lado, quedándose en silencio unos minutos.
-¿Cómo ha estado todo?- le preguntó, como si nada.
-Muy bien- contestó Helga, sonriendo levemente –extrañamente, todo ha estado muy bien.
-Eso es bueno…- Arnold permaneció unos momentos más en silencio, observando perdidamente hacia la calle. A su lado, Helga tampoco mostró intenciones de querer acabar con ese momento, por lo que sólo esperó que él continuara hablando -¿sabes? Tengo que admitir una cosa.
-¿Qué cosa?- preguntó la rubia, con curiosidad.
-Hubo algunos momentos durante el año pasado que… bueno, pensé que sería imposible que volviéramos estar así los dos.
-¿De qué hablas?- le preguntó Helga, enarcando una ceja.
-Hubo algunos momentos, cuando creo que todo iba peor, que pensé que nunca volverías a ser la misma- Helga frunció el ceño –quiero decir… te veías tan mal, que por algunos momentos temí que no volverías a bromear con nosotros… me entiendes, ¿cierto?
-Claro que sí- contestó Helga, momentos después y sin mirarlo a la cara –yo también sentí lo mismo en los peores momentos.
-Me alegra que ya estés mejor- sonrió Arnold, y Helga pudo ver en ese gesto que era completamente sincero –me tenías muy preocupado…
-Ya vez, Cabeza de Balón, todo ha mejorado- dijo Helga, sonriendo también –uno lo quiera o no, en cierta manera es verdad eso que el tiempo lo soluciona todo, sea o no a nuestro favor.
Arnold simplemente asintió, pensando que hasta cierto punto tenía razón. El silencio volvió a caer sobre ellos, aunque a diferencia de otros momentos, para ninguno de ellos era incómodo; al contrario, se sentían bastante tranquilos, acompañados por el otro.
Ninguno de ellos se dio cuenta que, desde la distancia, fueron observados por algunos minutos con cierta curiosidad. Tanto Stella como Miles, que pasaban por casualidad por ahí, sonrieron al verlos.
-¿Qué crees?- preguntó ella, una vez que habían reanudado la marcha.
-¿Por qué debo creer algo?- preguntó Miles, encogiéndose de hombros. Stella simplemente hizo ojos al cielo -¿qué, dije algo malo?
-No, pero estoy completamente de acuerdo con tu padre: eres un distraído de primera- replicó Stella.
-No creo que estés pensando que se van a casar sólo porque están conversando- dijo Miles, en un tono completamente escéptico. Stella sonrió.
-Por supuesto que no- dijo ella –pero el que estén ahí, es buena señal. Es bueno que sean amigos, y ya el tiempo dirá si es que deciden ser algo más o no…
Helga Pataki se despertó temprano esa mañana, se vistió rápidamente y bajó al primer piso, casi corriendo. Sus padres, que la vieron pasar como si estuviera en una carrera, se asomaron a verla.
-¿Dónde vas, Helga?- le preguntó Miriam, cuando ella abría la puerta de la calle.
-Ya vuelvo, necesito comprar algo.
Sin más, salió de la casa y se dirigió al negocio más cercano, dispuesta a comprar el periódico. No demoró demasiado, pero las ganas de tenerlo en sus manos le hizo parecer una eternidad. Mientras caminaba hacia su casa, iba leyendo un artículo que hablaba sobre un torneo de fútbol femenino escolar, el cual la final se había jugado el día anterior. Señalaba cuáles eran los equipos que habían participado, nombraban algunos, y había toda una sección para los dos finalistas.
Cuando volvió a su casa se encontró con que su familia estaba preparando el desayuno.
-Helga, ya vamos a desayunar- le dijo Olga, al verla entrar –ven a sentarte.
-Ya vengo, denme cinco minutos- anunció la niña, subiendo rápidamente hacia su cuarto.
Aún con el periódico en sus manos, se dirigió hacia su escritorio. En una de las paredes, se podía ver que tenía un panel en donde habían diferentes fotografías. Olga la había ayudado a hacerlo, y a pesar que lo había puesto hacía dos días, ya se podían ver algunas fotografías y notas ahí.
Una de ellas eran de Mike y Emily, en la que ambos salían bastante jóvenes, ella embarazada; también había otra de ellos, que había sido tomada cuando se fue de vacaciones a su casa. Había también una de los Pataki, ella incluida, durante la cena de Acción de Gracias. Había una de Phoebe, de ella misma y otra en donde estaban Arnold, Gerald y Gastón (regalo del último, por supuesto).
Sonriendo, y teniendo que subirse a su escritorio para poder ponerla, Helga puso en el panel la fotografía que salía en la hoja de periódico, en donde estaba el flamante equipo ganador del torneo, junto con sus entrenadores, profesor y demás compañeros.
Entre todas las caras, Helga notaba la de ella misma, feliz por lo logrado con sus amigas, abrazada por un lado a Phoebe y por el otro por Gastón e, hincado delante de ella, Arnold, junto con Gerald.
Bajándose del escritorio, lo observó a la distancia, sonriendo satisfecha. Pudo notar que su propia fotografía estaba toda rodeada por las demás, justo como ella en esos momentos, sintiéndose querida y aceptada tanto como por su familia, como por sus propios amigos. Más cercana a Phoebe, después del problema que tuvieron, y más cercana a Arnold, que al final no era lo mismo que ser su novia, pero de momento se sentía contenta así. Sabía que podía ser su amiga.
En pocas palabras, y como pocas veces, se sentía realmente feliz.
The End
Sí, los entendería perfectamente si es que decidieran mandarme alguna carta con ántrax o algo así, por todo lo que me he demorado en escribir el final. Pero bueno, ¿qué puedo decir? Uno quiere sentarse a hacerlo, pero los imprevistos ocurren (como el tener que ir a quedarte donde tu hermana para hacer de niñera de medio tiempo, que se enferma el sobrino y que hay que partir de madrugada al hospital, el enfermarse uno, el paro estudiantil, las marchas, las charlas, las clases en la universidad, las clases de pintura, la familia, los amigos…) y sé que ustedes me entienden. A veces uno quiere, pero no puede. Están completamente en su derecho a mandarme lo que quieran, pero si llega a pasar, no tendrán quien les termine el fic "Las cartas que te escribí", así que tienen que pensar bien en los pro y contra.
Ahora, hablando en serio y yendo al punto… sé que todos se preguntarán ¿Por qué Arnold y Helga no terminaron juntos?", les tengo una respuesta, que al menos para mí, es convincente: tienen diez años. Sólo eso. Helga puede estar enamorada de Arnold, pero todos sabemos cómo es él respecto a las niñas… le gustan-gustan y sería. Sé que más de alguno me entenderá… yo misma a los diez años tenía una lista de preferencia de los niños que me gustaban, diferenciados entre los que eran mis amigos de la casa y los del colegio. Quizás no es el mejor ejemplo, pero…
Otra cosilla. En este capítulo puse una experiencia más bien personal. No lo iba a hacer, pero después de tener dos intentos fallidos de capítulos y borrarlos enteros, me decidí. Estaba yo sentada en el metro llorando a mares, debido a una crisis vocacional que me tuvo a punto de mandar mi carrera, la práctica, el trabajo y toda mi vida a la punta del cerro, cuando un caballero se me acercó y me dijo eso, "no te preocupes, ya pasará". Fueron pocas palabras y le estoy agradecida por decírmelo. En ese momento obvio que pensé que tendría que pasar mucho antes que todo se solucionara, pero ahora, dos meses después de prácticamente querer tirarme a la línea del metro, veo que tiene toda la razón.
No sé ustedes, son percepciones personales. Y yo personalmente las considero señales, o algo así. No es la primera vez que me encuentro en situaciones difíciles, y normalmente son comentarios de personas que nunca he visto (y que nunca volveré a ver, lo más seguro) lo que empiezan a iluminarme el camino poco a poco.
Como sea. ¡Millones de gracias por seguir el fic!, espero haber cumplido sus expectativas con el final. Lo que es yo, me despido… ¡hasta el próximo fic!