Fue muy extraño despertarme aquella mañana con la sensación de inseguridad que no había sentido desde mi llegada al instituto
Fue muy extraño despertarme aquella mañana con la sensación de inseguridad que no había sentido desde mi llegada al instituto.
Sabía que Edward me esperaba abajo, y eso era precisamente lo que estaba haciendo que mi mente trabajara a un ritmo incesante y agotador. No había nada malo con Edward, por supuesto que no. De hecho, las últimas semanas habían sido las mejores de mi vida. Pudimos ir a Port Angeles y finalmente realicé mi viaje a Seattle junto a él en mi monovolumen. Era increíble todo lo que habíamos pasado juntos, no podía quejarme.
Sabía que Edward podría aparecer en mi habitación si eso quisiera, pero imaginé que no lo haría: el ruido incesante de cacerolas y sartenes golpeando la mesada de la cocina me indicaba que Charlie seguía en casa, luchando con su desayuno.
Respiré hondo, cerré los ojos y giré mi cuello varias veces a la derecha y a la izquierda, cual boxeadora antes de un torneo. Espié a través de las traslúcidas cortinas blancas de mis ventanas. Un descapotable estaba estacionado allí. ¿Qué demonios hace Rosalie en mi casa?
Salté de la cama a mi closet y me puse unos viejos pantalones de abuelita y una remera azul, esa que tanto le gustaba a Edward. El contraste entre la remera y los pantalones era evidente, pero no me importó parecer una lunática, me cepillé los dientes, bajé, di un mordisco a una tostada y recordé que no podía ir al instituto sin mochila, de modo que subí las tediosas escaleras a mi habitación, la busqué y me dirigí afuera.
Rosalie estaba de espaldas a mi, apoyada sobre la puerta del conductor de su asombroso auto. Su pelo se movía con el viento, me hizo recordar a una escena de una película western que había visto en el autocine con Edward la semana anterior. Al escuchar la puerta de mi casa cerrarse, Rosalie se dio vuelta. Ahora parecía la cara de una propaganda de champú.
-¿Qué tal, Rosalie? -pregunté, no muy segura de sonar amigable, pero estaba desconcertada.
-Edward me ha dicho que venga a recogerte. Tiene cosas que hacer. –respondió, con frialdad.
No quise preguntarle que tipo de cosas, la expresión en el rostro de Rosalie me hizo pensar que era mejor no hacerlo. Ella se dio media vuelta y subió al auto. La seguí. Era la primera vez que experimentaba el lujo del automóvil. Tenía un elegante tapizado de cuero beige, parecía el auto de una Barbie californiana.
Rosalie arrancó el auto, y no fue hasta mitad de camino que habló por primera vez:
-De hecho –hizo una pausa- Edward fue de cacería.
El solo pensarlo me puso los pelos de punta. Sin embargo, supuse que era algo que debía aceptar siendo novia de un vampiro.
-Está en las afueras de Forks.
¿Habrá predicho Rosalie que estaba por preguntarle sobre el paradero de Edward?
Llegamos al instituto y me bajé del auto, sonreí a Rosalie sin esperar gesto alguno por parte de ella y me dirigí a Trigonometría.
El día fue relativamente tranquilo. Lauren estuvo todo el día acosando a Tyler y Jessica y Angela hablaron toda la mañana sobre el nuevo episodio de no se qué serie que solo a ellas se les habría ocurrido mirar.
Estaba hambrienta, y se me antojaba una gran hamburguesa con patatas fritas. Levantaba mi bandeja del mostrador de la cafetería cuando sentí una brisa helada en mi cuello.
-¿Me extrañaste? –Edward me miraba a través de mi hombro, me pareció lo más dulce del planeta, y estuve a punto de hiperventilar cuando ví sus ojos de miel que parecían sonreírme.
-Mucho. Rosalie me ha dicho que estuviste de caza.
Me dio un rápido beso en los labios. Mantuve mis ojos cerrados durante cinco segundos más. No me había dado cuenta de lo mucho que extrañaba sus labios. Me dí cuenta de que era la primera vez que nos besábamos en público, pero probablemente nadie lo había visto. Todos parecían muy ocupados hablando sin cesar de temas que no comprendía.
-¿Podría escoltarla a su mesa, madame? –preguntó y yo reí. Me extrañó que me llevara a sentarme a la mesa en la que estaban Rosalie, Alice, Jasper y Emmett.
-¡Hola, Bella! –Alice se puso de pie y me abrazó, Jasper me sonrió, al igual que Emmett y Rosalie pareció indiferente a mi llegada.
Comimos, mejor dicho, comí y le pedí a los hermanos de Edward si podría llevármelo por un minuto.
Asintieron, por lo que lo tomé de la mano, lo que nos llevaba a la muestra de afecto pública número dos, y nos dirigimos al pasillo de los salones de clase de segundo piso, que estaban vacíos.
-Edward –mi voz sonaba seria y molesta. -Necesitamos hablar.