Lucidez. Era la palabra que en aquel momento identificaba a la dragona. Agitó con fuerza la cabeza y resopló. Unas inmensas volutas de humo danzaron frente a la dama negra, obligando a sus ojos dorados a seguir el recorrido de la humareda negra. Suspiró y se arrojó contra la las paredes de la estancia principal, cerrando sus ojos bajo el amparo de su fuego. Agradeció aquel instante de lucidez en el que su mente aceptaba la locura de la estirpe negra.

"¿Cómo hemos podido acabar así?" se preguntó, suspirando. "¿Cuándo se acabó la gloria del Vuelo Negro?". Sabía las respuestas, pero su mente se negó a aceptar que aquello era verdad, que Ala de Muerte ansiaba el poder de los aspectos. Quizá en algún lugar recóndito de su ser todavía el rey de la estirpe negra se arrepentía de todo.

Porque Onyxia había estado allí. Con escasos años de vida, se había encaminado a la batalla contra la Legión Ardiente, había sido testigo del horror que causaron los suyos, consciente del poder de Neltharion.

Volvió a suspirar, exhalando fuego sobre el aire, levantando las toneladas de gruesas escamas y carne que componían su titánico cuerpo y comenzó a caminar por los pasillos de su guarida.

"Hay algo que me gustaría saber" reflexionó evitando pisar a dos dragones menores "¿Nefarian y padre tendrán también estos momentos de lucidez?". No obtendría respuesta por temor, ambos reptiles eran mucho más grandes que ella y podrían, en un arranque de ira, acabar con su existencia. No era lo más adecuado, pero tampoco le haría bien seguir con aquel mal aferrándose a su ser, corrompiendo su alma. Se quedó en las puertas de su guarida, observando como la Gran Dama Blanca iluminaba los pantanos y parajes que llegaban a su vista.

Tal vez hubiera alguna esperanza que pudiera salvar a la toda la estirpe de los dragones. Pero nunca lo sabría. ¿Por qué? Porque el fuego y los gritos le indicaban que el peligro andaba cerca. Su pensamiento se grabó con desesperación en las mentes de sus compañeros, tenían que esconderse. Una oleada de preguntas y bramidos de batalla irrumpieron en su cabeza. Todos sus hijos y hermanos sabían que la batalla se acercaba, habían notado el miedo en lo más profundo del alma de la dragona y sabían que algo se acercaba.

Los pasillos de su guarida quedaron en silencio y el aire dejó de conducir la vida que imprimaba la guarida. El rumor de millares de alas batirse contra el aire se alejaba rápidamente. La noche se hizo silencio y la luna desapareció entre las inmensas nubes negras, augurando una poderosa tormenta.

En cuanto la primera antorcha apareció entre la espesura, la lluvia comenzó a caer, apagando todas las llamas, quedando la sorprendente escena de una colosal bestia negra contra unos bravos guerreros, mirándose fijamente.

La ira pobló el corazón de la dragona, alzando el vuelo para acabar con sus atacantes. El momento de lucidez de la bestia desapareció cuando la primera gota de sangre se derramó. La titán como espíritu había muerto, ya no existía el espíritu compasivo de la tierra. No quedaba más que recuerdos de una vieja gloria que en aquel momento estaba desquiciada por los actos de su padre.