Epílogo
Diciembre (Víspera de navidad)
Luna había tejido tanta ropa rosa que Helen parecía un algodón de azúcar entre los brazos de Ginny. La pelirroja bromeaba sobre las facultades de su amiga para las artes manuales, viendo que una de las calcetas tejidas era casi el tamaño de la bebé. "¿Piensas introducirla en un calcetín?", preguntó divertida pero Luna no se desmotivó, cogiendo los palillos otra vez. Ron, por otro lado, seguía decorando el interior de la mansión junto con George y Hagrid mientras que su madre cocinaba el pavo navideño en la cocina. El aroma de la cena llenó el lugar despertando el apetito voraz de todos.
Helen había llegado ese mismo día a su nuevo hogar. La pequeña había estado internada todo noviembre y gran parte de ese nuevo mes para que madurara los pulmones que eran la preocupación de los medimagos. Ahora, más repuesta y hambrienta, Helen iluminaba la mansión dando vida y activando la alegría. Sus padres casi ni la veían entre los abrazos de sus seres queridos, quienes se deshacían en mimos cariñosos como los buenos tíos que eran. Hagrid no quiso tomarla, tenía pavor de romperla ya que cabía en la mitad de su mano enorme. Hermione lo agradeció porque al verlo destrozar varios adornos de cristal, su confianza se extinguió al instante. Harry ayudaba a Molly en la cocina. Había adoptado mucho talento en lo culinario e hizo varias salsas que derramaba sobre las ensaladas. La señora Weasley lo miraba con asombro. Notó en el muchacho una madurez diferente, se había convertido en todo un hombre, un jefe de hogar y pronto a casarse. No pudo odiar a esa pareja, después de lo ocurrido en el banco y la hermosura de niña que habían traído al mundo, su rencor se esfumó transformándose en una celosa abuela postiza.
-Espero que sean muy felices, querido- le dijo al ojiverde, tomándolo por las mejillas- Feliz navidad.
-Feliz navidad, Molly… y muchas gracias- respondió Harry, reuniéndose después con los demás en la sala principal.
El mes que Helen pasó en la incubadora, sus detalles físicos se habían acentuado un poco más. Sus ojos seguían de un color indefinido pero el poco cabello que coronaba su cabeza, se pronosticaba castaño como el de su madre y su piel de porcelana. La forma de la boca tenía mucha similitud a la de su padre aunque el señor Granger insistía en que no, su nieta era un vivo retrato de él según su opinión. Jane reía al escuchar a su esposo y besó a su futuro yerno en la mejilla. "Eres lo mejor que le ha pasado a mi hija", le dijo con total determinación, consiguiendo que Hermione se sonrojara al oírla desde el otro extremo. Luna recibió a Helen entre sus brazos, mirándola como si fuese un juguete interesante. Acarició su breve rostro escuchándola ronronear como un gatito y sonrió. La rubia parecía una niña jugando con una muñeca.
-¿Y para cuándo será el hermanito?- preguntó de repente y todos rieron. Harry se tornó rojo sin saber qué decir. Esa mujer siempre conseguía descolocarlo con sus ocurrencias.
-Ya veremos- respondió la castaña, saliendo en rescate de su amado en apuros- Gracias a ti, tenemos ropa tejida como para un regimiento.
-Tendré que comprar más estambre- reflexionó- Helen se verá preciosa con un vestido que estoy tejiendo.
-Espero que no mida el doble de su estatura- bromeó Ginny.
-Así le servirá por mucho tiempo más- respondió Luna, besando a la niña en medio de la frente.
Después de ese terrible día en St. Mungo, Mafalda se enteró que había perdido el caso. Tal fue su decepción que abandonó el Departamento de Aplicación de la Ley Mágica en Londres para ejercer en otra ciudad de Europa, lejos de todo lo que conocía. Aquella mujer de corazón frío, se había ganado el desprecio de muchos al saberse que no hizo nada por Hermione al momento de encontrarla en el banco. Harry se encargó personalmente de que no tuviese contacto alguno con la castaña, no quiso que la importunara ni dijera frases deshonestas como lo contenta que la hacía verla bien. Mucho menos acercarse a Helen. Eso lo hubiese descontrolado. Ella era muy capaz de ser una cínica de proporciones, fingiendo rostro angelical frente a los demás. Hermione no volvió a verla desde ese instante en que estaba tumbada a sus pies dentro de la caverna, supo que Ian había sido liberado y con eso le bastó. Argumentar con esa arrogante colega ya no la motivaba, tenía cosas mucho más importantes por las cuales velar. Aquella pariente de los Weasley, se había encargado de perderse en el mapa con la carga de su crueldad sobre la espalda… quién diría que era un pariente directo de sus pelirrojos amigos.
Sentados a la mesa con el pavo humeante acostado en el centro, todos brindaban por ese año inquieto. Muchos podrían considerarlo como el peor en mucho tiempo, pero en realidad, habían sido meses de descubrimientos y de consolidaciones. La amistad había soportado la tormenta aunque se haya visto flaquear en algunos momentos, el amor nació de una manera inesperada y el número de integrantes en la familia había incrementado. Nada podía ser tan perfecto. Hagrid, con lágrimas en los ojos, cogió la botella de vino para servir en las copas cuando en ese minuto, Ian cruzó el umbral de la puerta, lleno de nieve en su cabello. Hermione al verlo se incorporó de su silla para abrazarlo estrechamente.
-¿Cómo supiste que vivo aquí?
-Digamos que… tengo mis contactos- puntualizó el chico, agradeciendo a Harry con la mirada.
-Ven, siéntate con nosotros.
Ian tomó lugar a un lado de su abogada, informándoles a todos los presentes lo en deuda que se sentía con Hermione. No podía pensar en una mejor persona que ella, comprometida y talentosa. Se había convertido en una amiga para él teniendo muy claro el riesgo que tomó por defenderlo. Nada podría pagar lo que había logrado. De no haber sido por ella, estaría encerrado en Azkaban celebrando la navidad como un delincuente. Hermione tenía la mirada pegada en el plato. Nunca le gustó que la elogiaran, siempre fue modesta en sus logros y escuchar a ese muchacho hablar con tanta convicción, logró que la sangre subiera hasta sus mejillas. Harry, al verla tan conmovida, la cogió de la mano escarchada por el anillo de compromiso. Ian sonrió ampliamente.
-Es un hombre afortunado, señor Potter- le dijo alzando su copa- No hay otra mujer como la señorita Granger.
-Lo sé, por eso me casaré con ella- respondió el moreno, besando a su castaña y escuchando llorar a Helen en su cuna. La pequeña ya tenía hambre.