Claramente este final tiene banda sonora.
Cuando aparezca el simbolo 1.& tienen que poner la canción "The Story" de Brandi Carlile ( www . youtube watch?v=xq-ZmAYLeB8 )
Cuando aparezca el simbolo 2.& tienen que poner la canción "Diagram" de Lisa Hannigan ( www. youtube watch?v=0aPu9Xgg5TY )
Cuando aparezca el simbolo 3.& tienen que poner la canción "Crown of Love" de Arcade Fire ( www. youtube watch?v=C5ZenaNpN4g )
Cuando aparezca el simbolo 4.& tienen que poner la canción "Grey Room" de Damien Rice ( www. tudou programs/view/z-t4b08GWPw/ ) (esta dirección puede sonar extraña, pero no encontré la canción original en youtube, solo en vivo)
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24.- Esta no es una historia fácil.
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A penas el invierno llegó a Londres, el frío se hizo presente con fiereza en cada rincón de la ciudad, y un manto blanco adornó cada centímetro de pavimento, incluidos todos los pórticos de Abbey Road. Por esas calles blancas, tapadas de nieve virgen y algunas hojas secas que aún quedaban del recién vencido otoño, caminaban entre risas dos adultos y una niña.
La pequeña, llamada Anaís, estaba a punto de cumplir sus once años, y avanzaba a brincos adelantando a sus padres, ansiosa de llegar a la casa de sus abuelos para quedarse un último fin de semana con ellos, antes de entrar a Hogwarts y sólo volver a verlos en las festividades. La verdad sea dicha, ella amaba con todo el corazón a todos sus abuelos, pero tenía predilección por los paternos, que ahora mismo se dirigía a visitar.
Y es que los admiraba demasiado, aunque a veces, no los entendía en lo absoluto. Ambos tenían una mansión repleta de lujos, pero sólo la ocupaban para las vacaciones familiares. El resto de los días los pasaban en esa elegante, pero no tan enorme, casa en Abbey Road, sólo porque su abuela tenía predilección por cierto grupo muggle. Así, su abuelo sólo le había dado en el gusto porque la quería, ya que, según le había contado su padre más adelante, él prefería más a otro cantante de esa época, y al parecer, ambos gustos eran incompatibles por principios. Nunca entendería eso tampoco.
De cabellos negros, piel blanca y ojos almendrados, Anaís reclamaba de cuando en cuando la lentitud de sus progenitores, que caminaban, según sus propios dichos, "a paso de tortuga". Pero pronto su suplicio terminó. A los pocos minutos, ya se encontraban al frente de la casa, habían tocado el timbre, y su abuela había aparecido rápidamente del otro lado.
La mujer, de cabellos blancos y suaves ondas, se agachó primero a saludar a su nieta en un efusivo abrazo, que luego repitió con su hijo. A su nuera le dio solo un beso en la mejilla. No es que no la quisiera, sino que simplemente, jamás le perdonaría haberle robado a su hijo. Celos maternos. Grave cosa.
Luego de intercambiar un par de palabras entre adultos, los padres de Anaís se marcharon, dejando a su hija con la abuela a solas, listas para comenzar la tradición. Conversar, comer y reír hasta quedarse dormidas.
–¡Abuela! –chilló Anaís, dándole un segundo abrazo–. ¡Cuánto te voy a extrañar cuando me vaya!
La mujer le levantó el rostro, besó su frente y le dedicó una cálida sonrisa, devolviendo cariñosamente su abrazo. Luego, en silencio, la tomó de la mano y la llevó hasta el sofá de la sala de estar, para poder estar más cómodas. Hizo aparecer zumo de naranja y una cantidad exorbitante de galletas y chocolates. Jamás la mimaría demasiado.
–Abuela, antes de que me preguntes si ya tengo todo listo para el colegio, déjame informarte que mamá ya se encargó de todo, así que no es necesario que me ayudes con eso. Además, ya leí la Historia de Hogwarts como me dijiste, por lo que estoy totalmente preparada para el desafío –la atajó, conociendo la rigurosidad de su abuela.
Ella rió por la sagacidad de su nieta y la dejó continuar.
–Por lo que me gustaría que sólo habláramos de otras cosas, como por ejemplo, y antes que se me olvide, de papá. Necesito hacerte una pregunta de él, ¿Puedo?
La mujer asintió, mientras colocaba un mechón de cabello de la niña tras su oreja. "Todas las que quieras, amor" le respondió, mientras se echaba un chocolate en la boca.
–Hoy le pregunté cómo conoció a mamá. Según él, ella fue su primer y único amor. Pero yo no le creo nada, sería como un cuento de hadas... ¿o es verdad?
Antes de responder, su abuela dejó escapar una suave risa. No podía creer que siendo tan pequeña aún, ya estuviera interesada en la vida amorosa del resto, o que hiciera preguntas para luego refutar las respuestas con incredulidad.
–Cariño, si tu padre lo dice, así ha de ser. Recuerda que es distinto que te guste alguien a amar a esa persona. Son distintos grados de un mismo sentimiento, y amar a alguien es más complicado de lo que crees. Hay gente que ni siquiera puede sentirlo una vez, por más que lo buscan, no son capaces de encontrarlo. Por otro lado, hay personas que no sólo pueden experimentarlo, sino que cuando fracasan, tienen la capacidad de sobreponerse y sentir amor por otra persona.
–Entonces, mi padre tuvo más novias, ¿no? –conjeturó la niña astutamente.
–Por supuesto –corroboró la mujer sin complicaciones.- Tu padre heredó el encanto de tu abuelo, era todo un galán desde pequeñito. Las niñas venían muy a menudo con excusas para verlo, y luego, cuando creció, nunca tuvo problemas para encontrar una cita. Tuvo muchas novias antes de encontrar a tu madre.
Anaís frunció el ceño y sus mejillas se colorearon de indignación.
–¡Entonces es un mentiroso! –reclamó dolida.
Pero su abuela negó con la cabeza seriamente.
–Por el contrario, si algo tiene tu padre es ser terriblemente honesto. Como ya te expliqué, es distinto querer a amar, y tu padre quiso a todas sus novias, pero sólo se enamoró de tu madre y eso me consta. ¡Nunca lo había visto así! Cuando la conoció, no dejaba de hablar de ella, vivía pensando en ella, y como ves, con ella se casó a muy temprana edad, a pesar de que ella no quería. Ni te imaginas todo lo que sufrió para poder engatusarla. Tu madre fue un hueso duro de roer. Todo un desafío.
El ceño de Anaís lentamente se fue soltando, quedando completamente liso cuando suspiró sonoramente. Su abuela podía notar como su expresión había cambiado casi imperceptiblemente a una demostración de orgullo. Seguro, saber que su mamá fue la única que mereció realmente la atención de su padre, la tranquilizaba, aunque también tenía pensado sacarle en cara el haber "omitido" a su tropa de novias anteriores.
–Y tú abuela, ¿Cuántas veces te has enamorado? –soltó de pronto.
La mujer se sorprendió con la pregunta, pero, como si le hubiera nacido del corazón, respondió.
–Tres veces, querida, tres.
La niña parpadeó varios segundos antes de reaccionar a tan inesperada y rápida confesión.
–Vaya, ¡el abuelo sí que tuvo competencia! –exclamó, emocionada y a la vez interesada con continuar con esa conversación–. ¿Y quienes son los otros dos?
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Una vez que tuvo la suficiente fuerza en sus piernas para levantarse de aquella silla, Hermione Granger fue capaz de reaccionar y tomar una decisión. Se secó las lagrimas con un pañuelo que traía en uno de los bolsillos de su vestido y salió del aeropuerto en dirección a la casa de Luna, pues de seguro, ella sabría en qué lugar de Nueva York había ido a parar el amor de su vida.
Sin embargo, ella no estaba ahí, así que se vio obligada a esperarla, sentándose en las escaleras de la entrada. Sólo después de varias horas, cuando ya tenía las piernas acalambradas y el frío había empezado a calar sus huesos, la vio llegar. No se mostraba sorprendida, al parecer, se esperaba su visita. La invitó a entrar con amabilidad y luego le sirvió una taza de café humeante para que se entibiara, pidiéndole que tomara asiento antes de que comenzaran a hablar. Hermione tuvo un mal presentimiento.
Luna procedió a explicarle, con tristeza marcada en los ojos, lo que había pasado en el Aeropuerto. Él la esperaba, pero ella no llegó, y eso le partió el corazón otra vez, dándose finalmente por rendido respecto a la posible relación que podría existir entre ambos. Hermione tuvo que aguantarse las ganas de llorar al saberlo y mantenerse integra. Pero tenía un propósito; encontrarlo, pedirle perdón y una nueva oportunidad, mas no contaba con lo que la rubia a continuación le informó.
"Sé que piensas buscarlo, y que vienes a pedirme que te diga donde está, pero no puedo ayudarte con eso, Hermione. Ni Pansy sabe dónde va a vivir aún" le dijo, tomando sus manos entre las propias para confortarla. "El Ministerio les dijo que los iban a localizar en algún lado, pero tanto Draco como su madre desconocían dónde. Quedó de enviar una lechuza a penas tuviera un hogar fijo, pero probablemente tardará en hacerlo. Si mudarse dentro de Inglaterra es algo complicado, imagínate como será cambiar de país".
Ella tragó espeso, pero a continuación respondió con firmeza. "No me importa. Si tienes noticias, dímelo por favor, porque no pienso rendirme. Cuando sepa dónde está, iré a buscarlo de inmediato y lograré que me de otra oportunidad". Luna sonrió y le aseguró que lo haría. Pero en ese entonces, ninguna de las dos imaginó que Draco no daría señales de vida sino dos meses después, y que cuando lo hiciera, lo haría sin remitente. Ni siquiera sus amigos más cercanos sabían si aún estaba en Nueva York, y de estarlo, dónde, pues era una ciudad enorme.
Hermione, en su desesperación, optó por contactarse con la Academia de Aurores de allá, mas ellos respondieron escuetamente que Draco Malfoy aún no era oficialmente transferido, por lo que no tenían información de su paradero. Luego, decidió llamar también al Ministerio de Magia Estadounidense, sin embargo, el funcionario se limitó a contestarle que no estaban autorizados para dar esa información. Ni siquiera cuando le pidió a Harry que la ayudara utilizando sus influencias -algo que detestaba hacer- dicho Ministerio cambió su postura.
Después de aquello, Hermione quiso asesinar a cada norteamericano que se le cruzara en el camino, pero a la vez, quiso morirse también. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? ¿Acaso ella era tan mala persona que no merecía encontrarlo nunca más? ¿O era la señal de que ya no había esperanzas para ambos?
1.&.
Y la respuesta llegó del modo más inesperado y doloroso.
Al tercer mes de su partida, mientras ojeaba el tomo de una revista de índole social, vio como sus planes se iban irremediablemente al tacho de basura. "Nueva vida" titulaba el artículo, informando, en dos planas, lo que ella había tratado de averiguar durante todo este tiempo. Y es que la partida de Draco Malfoy no había pasado desapercibida para los medios locales, de hecho, incluso "el profeta" en su oportunidad lo había publicado, por la sencilla razón de su pasado y su participación en la guerra con Voldemort.
Ahora, a través de esas páginas de noticias sensacionalistas, supo que había ingresado hace una semana atrás a la Academia de Aurores de Nueva York, luego de estar gestionando diferentes trámites complicados para asentarse en dicha ciudad. También pudo admirar una foto en la que él aparecía entrando a su nueva alma matter de estudios, y una breve explicación del estado de salud de su madre, Narcissa. Sin embargo, lo que le había quitado el aliento, era un pequeño recuadro que estaba en una de las esquinas, dónde aparecía una foto en movimiento de él, abrazando a una pelinegra despampanante mientras ella le estampaba un provocativo beso en la mejilla. El cuadro aseveraba que en Nueva York, Draco no sólo había encontrado la forma de rehacer su vida, sino que también, el amor.
No quería creerlo, pero al mirar con más detención, se dio cuenta que el movimiento de la foto terminaba cuando él le ofrecía su mano a ella, como toda una pareja.
En ese instante, el corazón de Hermione Granger se congeló.
No lloró. No gimió. No reaccionó.
Simplemente, cerró la revista y decidió hacer la vista gorda de todo lo que había leído y vivido, ya que su posible final feliz, había fracasado estrepitosamente. ¿Para qué iría a buscarlo ahora, si ya había reiniciado su vida por completo? ¿Si la había olvidado? ¿Si efectivamente, desde el momento en que ella no llegó al aeropuerto, él había decidido borrarla completamente de su vida? Respiró hondo y decidió ignorar el dolor que sentía en sus entrañas. También obviar la sensación de estar desangrándose gota a gota.
Hermione, desde ese instante, bloqueó todos sus pensamientos, sus sentimientos, y se decidió a seguir adelante. Tenía que cerrar esa herida, aunque fuera a la fuerza.
Poco tiempo después, como si Merlín la hubiera iluminado de un día para otro, decidió que la Academia de Aurores no era lo suyo, y a pesar de los reclamos e intentos de persuasión de Harry, se salió de la carrera, siguiendo sólo con Leyes Mágicas. Obtuvo espléndidos resultados. Casi inhumanos.
Y es que cuando quieres olvidar el dolor, la forma más fácil de hacerlo es enfocar todos tus esfuerzos en el trabajo...
Al cabo de tres años, terminó la carrera siendo la primera en su generación, por lo que recibió un pase directo al Ministerio de Magia para trabajar en el área de investigación legal, y luego, de litigación penal. Podría decirse que era una profesional exitosa, la mejor en su campo, una máquina del derecho y una contendora de temer. Conocida por su astucia, su capacidad de resolver casos imposibles y su imparable vocación por defender a las víctimas. Una abogada prestigiosa. Pero sola. Completamente sola.
En esa época, supo por Ginny que Ron estaba comprometido con nadie más ni nadie menos que Daphne Greengrass. Aparentemente, ambos se habrían encontrado durante un viaje a China; él acompañando a Charlie en un torneo de dragones, ella por negocios. Nunca más volvieron a Londres. Al poco tiempo se fueron a vivir juntos a Alemania, a pesar de que ambas familias pusieron un grito en el cielo cuando tuvieron noticias. El resto era historia. Se habían enamorado y ahora estaban organizando su boda. Según Ginny, el apuro era porque ella estaba embarazada. Hermione tuvo una punzada de envidia. No podía creer lo irónico que era el destino, pero a la vez, justo. Ellos dos habían sufrido mucho, y ahora, habían encontrado la felicidad juntos. Se lo merecían.
Y fue entonces que detuvo su vertiginosa vida y se dio cuenta que, después de tres años, ya no pensaba en Draco Malfoy.
Sonrió.
Era el momento de buscar a alguien a quien querer. Ella se lo merecía también. Ya no quería estar sola. Tres años era suficiente.
2.&
Ahora bien, del cómo Oliver Wood llegó a su vida, es cuento aparte.
Cerca de navidad, el Ministro de Magia les ordenó trabajar en conjunto para llevar a cabo el torneo de los tres magos, que esta vez, se realizaría en Francia. Para lograrlo, estuvieron un mes encerrados en un hotel en París, ideando diversas pruebas, escribiendo los reglamentos, avanzando con una eficiencia increíble, propia del espíritu trabajólico de Hermione y la responsabilidad irrestricta de Oliver.
Ese mes, para ambos, fue una especie de oasis. Juntos, sin nadie más que el otro, compartieron conversaciones de toda índole, risas, y más de una inocente siesta juntos. Porque contrario a lo que los dos se imaginaron en un inicio, planificar el dichoso torneo había resultado especialmente tranquilo y todo un agrado. Algo inesperado.
Finalmente, cuando ya estuvo todo preparado, tanto Oliver como Hermione asistieron al torneo en calidad de jueces, y después, al espectacular baile de cierre donde terminaron exhaustos y sin zapatos de tanto bailar.
Volvieron al hotel de madrugada, riéndose sin parar, y cuando llegaron a la habitación de ella, él se despidió rozando lentamente su cintura, presionando sus labios muy cerca del borde de su boca. Hermione, que había tomado más de una copa pero no era tonta, entendió el mensaje de inmediato, y sin razonarlo mucho, le siguió el juego, un juego que no pudieron ni quisieron detener, y que terminó con ambos enredados en sus sábanas.
Después de esa noche, Oliver sacó fuerzas y le pidió oficialmente que salieran. Confesó que llevaba bastante tiempo tratando de dilucidar cuál era la mejor forma de abordarla, porque le gustaba demasiado y desde el primer día que llegaron a París. ¿Cuándo se habría imaginado que durante ese viaje Hermione Granger se dejaría llevar? era un milagro del cual estaba muy agradecido, había sido una noche inolvidable, pero tampoco quería perder la oportunidad de estar con ella por un arrebato pasional.
Oliver quería algo serio, algo más que una noche. Y ella, después de pensárselo un par de días, aceptó salir con él.
Luego de cuatro salidas a cenar, dos al cine, y un picnic bajo las estrellas, Oliver quiso dar un paso más. Así que un día preparó una exquisita cena, la ahogó en rosas rojas, y al postre, le pidió que fuera su novia. Y ella, después de pensárselo segundos interminables, también aceptó.
Llevaban un año de noviazgo cuando Oliver le pidió que se fueran a vivir juntos. Y más tarde, cuando llevaban ya un año viviendo juntos y dos de noviazgo, Oliver se dio cuenta que estaba realmente enamorado, pues quería despertar y ver su rostro todas las mañanas, envejecer con ella y tener muchos niños y nietos. No quería imaginarse un futuro sin Hermione Granger. No quería a otra mujer más que a Hermione Granger.
Así que esa noche, se vistió formalmente, compró un anillo hermoso, y a la luz de las velas le propuso matrimonio. Y ella, que ya estaba acostumbrada a aceptar y a seguirle la corriente, ni siquiera lo pensó. Simplemente dijo "sí".
Cuando el círculo de amigos más cercanos supo la noticia, se mostraron con una felicidad que llegó a molestarla; como si viéndola casada, podían dejar de preocuparse de ella. No obstante nadie, ni siquiera Hermione, adivinaba que eso era un gran error. Que algo la haría cambiar de opinión a último momento. Porque justo un día antes de que enviaran las invitaciones para su boda, el pasado la pilló de improviso.
El pañuelo de Draco, con las iniciales D. M. elegantemente bordadas en una de las puntas, se le apareció entre sus cosas, y le sirvió como bofetada para reaccionar y pensar en qué era lo que ella realmente quería. Se dio cuenta, en ese instante, que lejos de encantarle la idea de casarse, le aterrorizaba, y no quería poner un pie en el altar todavía. Y no es que no quisiera a Oliver, porque lo quería, y mucho, pero no era suficiente para dar ese gran paso.
Porque encontrar aquel pañuelo le recordó cómo se sentía cuando estuvo con Draco, hace cinco años atrás, y una ansiedad horrible la inundó...
No es que aún estuviera enamorada de él; ese episodio de su vida lo había superado a pura fuerza de voluntad y estaba orgullosa de ello. El punto era que si se casaba con alguien, quería que ese alguien la hiciera sentir lo que sentía cuando estaba con Draco. Un amor arrebatador. Unas mariposas revoltosas en el estómago. Unos sonrojos involuntarios y una emoción inclasificable por su presencia. Algo que, Oliver, en los dos años que llevaban juntos, no había logrado. Porque si bien lo quería, porque si bien era un hombre modelo, aún así, no lo había llegado amar. No con esa intensidad que su alma ansiaba.
Y ella no quería conformarse con menos. Quería amar otra vez. No se casaría por otro motivo.
Entonces, pasó lo esperable.
Confesó cómo se sentía y Oliver ese mismo día abandonó el departamento que ambos compartían. Hermione sentía culpabilidad, lo había destrozado por completo. Había tomado su corazón y lo había pateado en el suelo. Pero en el fondo, prefería hacerlo ahora que más adelante. Tenía que ser sincera, con él y consigo misma. Hasta que no encontrara a alguien que la hiciera sentir como se sintió hace cinco años atrás, no volvería a cometer la estupidez de "aceptar" porque te quieren, sino porque uno quiere.
No quería una vida plana, quería una vida tecnicolor.
Todos sus amigos se horrorizaron con su decisión, no la entendían, pero ella tampoco esperaba que lo hicieran. No tenía más tiempo que perder. La vida se le estaba escurriendo entre los dedos, y ella no pensaba quedarse sentada esperando que eso ocurriera. Pero tampoco podía enfocarse completamente en volver a enamorarse, ya que tenía trabajo por hacer. Durante ese año, el Ministerio estuvo más ocupado que nunca, e incluso, la mandaron a viajar por todo el mundo. Última parada, Estados Unidos.
Se trataba de un mago oscuro que había cometido diversos crímenes de lesa humanidad, y respecto del cual, estaban pidiendo su extradición. La mandarían a ella en representación de la delegación Inglesa para negociar; negociación que se llevaría a cabo precisamente en Nueva York.
Una punzada de nerviosismo la embargó cuando lo supo.
¿Sería posible que se volvieran a encontrar por casualidad? Hacia mucho tiempo que no oía de él, sólo sabía que era un auror muy respetado en ese país, sino uno de los mejores. Sin embargo, probablemente a esas alturas, ya debía haber contraído matrimonio, algo que ella no pudo hacer a pesar de tener la oportunidad.
No.
No debía pensar estupideces, no debía esperar encontrarlo, quizás incluso ya se había mudado.
Estados Unidos era un país grande y no tenía idea de dónde vivía. Y de saberlo, tampoco se atrevería a aparecer frente a su puerta. ¿Para qué? ¿Para decirle, "hola" que linda tu señora? ¿Que bellos hijos tienes? ¿Que hermosa tu casa? ¡Hey! ¿Te acuerdas cuando te rompí el corazón? ¿Acaso no sabías que me destrozaste por mucho tiempo también?
¡Claro que no! con lo mucho que le había costado superar ese fracaso emocional, no iba a arriesgarse a lastimarse otra vez. No señor. Ella había madurado, ahora era fuerte y no podía mirar atrás. Debía encontrar su futuro. Su verdadera felicidad. No quería llorar nunca más.
Viajó en traslador a la Embajada de Inglaterra en Nueva York, y se dirigió de inmediato a la reunión que tenía con el Ministro de Magia de allá. Con su gran capacidad de labia, pudo convencer al Gobierno Norteamericano que agilizara los trámites para realizar la extradición, y salió de ese edificio con el pecho inflado de orgullo. Otro éxito en el bolsillo, por lo que podía volver a su país tranquila, pero para su mala fortuna, había sido tan eficiente que aún no podría irse. El traslador se activaría en dos horas más.
Fastidiada, decidió hacer tiempo tomando un café, mientras aprovechaba de avanzar rellenando los informes de la gestión. Ingresó en el primer restaurante que se le atravesó en el camino y se sentó junto a la ventana para aprovechar el sol que quedaba.
"¿Ves? no pasó nada, Hermione" se dijo satisfecha, apretando dentro de su cartera el pañuelo de Draco, que había llevado especialmente a Nueva York para probarse a si misma que todo se había superado. "Una vez que salgas aquí, podrás desecharlo de una buena vez. Ya no vale la pena seguir guardándolo".
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La mujer miraba a su nieta con nostalgia marcada en los ojos, sin decir nada, ya que su mente volaba por otros lados.
Había re-visitado de pronto, sin proponérselo, su juventud y a todo lo que eso implicó. Todas las risas, todas las lágrimas, todo el sufrimiento, las dudas y los tropezones para encontrar la verdadera felicidad. Todo, para llegar hasta donde estaba ahora, con su única nieta al frente y de la cual estaba sumamente orgullosa.
–¿Quién dice que son tres personas, querida? –respondió, dándole unas tiernas palmadas en la cabeza–. Con el tiempo, aprenderás que es posible enamorarse dos veces de la misma persona.
–¿Dos veces de una misma persona? –inquirió Anaís, confundida–. ¿De qué estás hablando, abuela?
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Quedaba una hora para su traslador, y ya había terminado de llenar todos los informes para el Ministerio. Bufó impaciente. Estaba histérica por irse de ahí. Le crispaba los nervios tener que seguir esperando cuando podría haber vuelto a su hogar a descansar. A seguir planificando cómo sería su vida desde ahora en adelante. Pero no, estaba ahí, sola, atascada y bebiendo su cuarto café.
Suspiró derrotada. Tendría que bancarse la hora que quedaba haciendo algo más.
Sacó un pergamino y con su pluma, comenzó a dibujar garabatos, mientras con una mano apoyaba su cabeza desganada. Era como si el pasar de los segundos fuera la cuenta regresiva que necesitaba para creer que estaba cien por ciento en lo correcto. Que nada le había sucedido con ese viaje. Que no tenía esperanzas. Que no sentía nada. Ni siquiera nostalgia. Menos aún melancolía.
Impaciente, luego de unos minutos dejó de lado la pluma y comenzó a chocar los dedos contra la mesa, ganándose un par de miradas reprobatorias de la mesa del frente. No le importaba en lo más mínimo, sólo quería marcharse de ahí. Que se activara el traslador y volver a la comodidad de su departamento. ¿Era tanto pedir?
En eso pensaba con insistencia cuando sintió una mirada sobre sí. ¿Se estaría volviendo paranoica? ¿Su necesidad de marcharse de aquel país la estaba haciendo alucinar? no lo sabía. Lo único que sabía era que no podía dejarse vencer por la antigua Hermione, la débil, la no decidida. Lamentablemente, seguía sintiendo una mirada que la atravesaba. Hastiada, al borde del mal genio, levantó el mentón y comenzó a buscar en el restaurante a la persona que la estaba espiando, pero nadie realmente se había interesado en su existencia. Todos los otros comensales estaban en grupos o en parejas, mientras que los camareros, estaban más preocupados de sus propinas que de mirarla.
Frunció el ceño. No podía estar tan mal.
Inconscientemente, dirigió su mirada a la calle, a los transeúntes que pasaban por fuera de su ventana. De nuevo, absolutamente nada. Nadie la observaba, nadie la notaba, hasta que llevó sus ojos un poco más allá.
3.&
Justo al otro lado de la calle, había otro restaurante.
Justo su ventanal daba al ventanal de ese lugar.
Justo, en ese ventanal del frente, había una figura familiar.
Extrañada, sacó de su cartera las gafas para ver de lejos, y cuando se los puso y enfocó la mirada al mismo sitio, varias cosas le sucedieron.
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Su corazón dejó de palpitar...
Sus pulmones dejaron de recibir aire...
Su garganta se secó...
Y su cerebro dejó de razonar...
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Porque podría reconocer esos ojos donde quiera que fuese. Porque podría reconocer ese cabello con sólo tocarlo. Porque podía reconocer esos movimientos precisos y elegantes con sólo verlos.
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Porque del otro lado de la calle,
En el restaurante del frente,
Estaba Draco.
Draco Malfoy.
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Pero... ¿Su mente podría estar jugándole una mala pasada, no? Podría ser otro hombre muy parecido a él. Una mera casualidad. No era posible tanta coincidencia.
Para comprobarlo, con mucho temor Hermione levantó su mano con intenciones de saludar a aquel hombre, y lo vio sonreír como respuesta. Luego, notó como él sacaba un papel y escribía algo con su pluma. Una vez que la dejó de lado, observó como meticulosamente el hombre doblaba el papel hasta formar un pajarito, hechizándolo con la varita para que volara en su dirección.
Así, el pájaro de papel cruzó la calle, voló sobre la gente esquivándola con habilidad, hasta que entró al local donde se encontraba, posandose sobre su mano. Hermione lo miró nerviosa varios segundos hasta decidirse a abrirlo.
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"El café es mejor de este lado de la calle.
D.M."
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Hermione sintió como una avalancha de emociones se le venía encima, y tuvo que tomar algo de aire para mantenerse lúcida. Sus manos temblaban, se sentía torpe.
Sin pensarlo, tomó sus cosas con rapidez, tiró sus gafas sueltas en la cartera, pagó la cuenta y se levantó a trompicones para salir de ahí. Había cierta desesperación en sus movimientos, pero en ese instante, poco le importó. ¿Qué significaba que él estuviera ahí, tan cerca, después de tanto tiempo sin verlo? ¿Significaría algo, de todas formas? ¿Un último adiós? No lo sabía, pero lo que sí sabía era que necesitaba volver a oír su voz.
Cuando Hermione Granger logró llegar a la salida, cegada por la anticipación, no fue capaz de esquivar el cuerpo que se le vino en encima, así que se dio de frentón contra su pecho, dejando escapar un quejido. El dueño de dicho cuerpo no pidió disculpas. Por el contrario, la tomó por el antebrazo para correrla del tráfico y la apoyó contra la pared del lado del restaurante.
Ella levantó la cabeza algo mareada por la velocidad de los movimientos de su captor, y antes de que pudiera reprocharle su falta de delicadeza, se vio impedida de hacerlo.
Por que su captor no era nadie más que él.
Y porque él la estaba mirando con tal intensidad que sus palabras le fueron arrebatadas.
Draco la había tomado por las mejillas con ambas manos, y había cortado tanto la distancia que sus respiraciones se confundían entre sí. Hermione estaba petrificada, y a la vez, expectante. ¿Estaría soñando despierta? su respiración estaba entrecortada, y la de él, no estaba mucho mejor. Sus ojos grises se veían claros, profundos e inescrutables. ¿Qué estaría pensando?
Pero poco se demoró en percatarse que Draco no estaba precisamente pensando, sino sintiendo, pues de un momento a otro, sin previo aviso, sin pedirle permiso, la había besado intempestivamente y con fiereza. Con desesperación. Con locura.
Sus labios empezaron a ser acariciados por la boca de Draco, que presionaba a la vez su cuerpo contra la pared, sin soltar su rostro. Hermione, que aún no podía reaccionar con ese huracán de cabellos dorados asfixiándola, se dejó hacer, sin quejarse, pero tampoco podía responderle con tanta intensidad como hubiera querido.
... por lo que prontamente la locura de él, encontró su racionalidad.
Como si se diera cuenta de que estaba cometiendo un error, que se estaba sobrepasando, Draco se separó de ella y retrocedió con expresión perturbada. Se pasó una mano por los cabellos y lanzó un gruñido de exasperación.
–Lo siento –murmuró, desviando la mirada–. Te demoraste tanto en salir, que no pude aguantarme y tuve que venir a buscarte. No quería perder el control así, Granger, pero es que verte aquí fue demasiado inesperado y yo...
Ella negó con la cabeza y lo calló con un dedo en la boca.
Escucharlo, sentirlo, tocarlo, era la prueba irrefutable de que lo que estaba viviendo, era realidad, y de que ella no debía seguir esperando otra señal. Él dio el primer paso, y ahora le tocaba a ella tomar la iniciativa. Hermione rodeó su cuello con ambos brazos, y colocándose de puntillas para alcanzar su boca, lo besó, tierna y lentamente, sin importarle estar en plena vía pública y que mucha gente los estaba observando con un gesto de reprobación en sus rostros. Eso le daba igual. Y a él no le importaba en lo absoluto.
Suspiró complacida cuando sintió los brazos de Draco estrecharla nuevamente contra su cuerpo, y entreabrió su boca para permitirle el paso. Creyó que desfallecería al sentir su lengua invadir cada recoveco de su boca, en un baile sensual, acompasado, profundo. Sus hormonas estallaron en un espectáculo similar a los fuegos artificiales en pleno año nuevo, y lo apretó con la mayor fuerza que le fue posible, temiendo que en cualquier momento se fuera a desvanecer tan rápido como volvió a su vida.
Sin embargo, con un último roce, él separó su boca de la de ella lo suficiente como para poder hablar.
-Quiero suponer que estás sola –susurró, aún con los ojos cerrados–. Quiero suponer que no estás casada, ni te has comprometido con nadie, ni tienes novio. Quiero suponer que, por último, estás divorciada. Lo único que me interesa es saber si aún estás disponible y no hay terceros en el camino, ¿lo estás, Granger?
Ella dejó escapar un suspiro, entendiendo de inmediato la pregunta y su sentido. Draco quería asegurarse de no volver a tropezar con la misma piedra. No quería formar parte de otro triángulo amoroso. No podía ser más explicito al respecto.
–No hay nadie, Draco. Y quiero suponer lo mismo –respondió, abriendo los ojos para observar su rostro después de tanto tiempo sin hacerlo–. Quiero suponer que no te has casado, ni estás comprometido, ni tienes novia. Me da lo mismo que tengas hijos, con tal de que seas padre soltero o divorciado. ¿Estás disponible también, Draco?
Él sonrió ampliamente, dejando entrever su perfecta dentadura.
–Supones bien. No cónyuge, no prometida, no novia y mucho menos hijos.
Hermione lo miró con los ojos brillosos y recorrió su rostro con los dedos. Era un sueño hecho realidad.
–Increíble –musitó–. Después de tanto tiempo...
Él interceptó su mano y enlazó sus dedos con los propios.
–¿Acaso importa el tiempo? –preguntó enarcando una ceja–. Para mí sólo es una forma de medición. Uno le da la importancia que quiere.
–Lo sé –contestó ella, mientras sentía como sus labios cosquilleaban por otro beso–. Pero han pasado cinco años, Draco, no puedes negarlo. Cinco años desde que me rendí. ¿Sabes? yo estuve dispuesta a todo, a darte aún lo que no tengo. Quería atravesar el continente para encontrarte, para recuperarte, pero antes de poder lograrlo, vi esa foto y no pude soportarlo más.
Draco arrugó la nariz, sabiendo a la perfección de qué estaba hablando.
–No puedes culparme por eso –se defendió, pero sin alzar la voz–. Estaba despechado, pensaba que no habías ido a despedirme porque en realidad, no te interesaba para nada.
–Fui –aclaró Hermione, sintiendo una punzada en el pecho al recordarlo–. Pero llegué tarde por el estúpido cambio de horario.
El rubio la miró con tristeza y exhaló profundo antes de volver a hablar.
–No lo sabía. No tenía cómo saberlo –murmuró, apesadumbrado–. Por eso, a penas se me presentó la oportunidad de demostrarte que estaba bien a pesar de tu desprecio, la tomé, y ahora no tienes idea cuánto me arrepiento por haberlo hecho. Dejé que me tomaran esa foto sólo para herirte.
–Y lo lograste, Draco. Me desangré por dentro.
Ambos guardaron silencio, pero no se separaron ningún milímetro.
–¿Por qué todo tuvo que ser así? –volvió a retomar la palabra Hermione, en un hilo de voz–. ¿Por qué tenía que pasar tanto tiempo? ¿Tantas cosas?
–No lo sé –respondió Draco con honestidad–. Aunque ahora que lo pienso, quizás todo ocurrió así por la sencilla razón de que no estábamos listos, de que no era el momento. Íbamos a distintos ritmos, distintos tiempos, y por un momento, parecía como si jamás podríamos coordinarnos. Siempre ocurría algo. Siempre había un obstáculo, como si estuviéramos destinados sólo a conocernos, y que fue un error pensar que podíamos aspirar a algo más.
Hermione tuvo miedo, porque sabía que esas palabras contenían una verdad escalofriante y dolorosa.
–¿Y ahora? –indagó, sin respiración–. ¿Qué es ésto? ¿Otro error más?
Él dejó escapar una dulce risa, y negó suavemente con la cabeza.
–Por el contrario –susurró, acariciando su rostro con los pulgares–. Ahora es el momento. Lo supe desde que te vi a través del ventanal de ese café. Puede que suene como una locura, pero siento que ni el tiempo ni las circunstancias están conspirando en nuestra contra. Que si quisiéramos, podríamos darnos una oportunidad para estar juntos de verdad y sin otros involucrados. ¿Extraño, no?
Ella sonrió y respondió.
–Ahora que lo mencionas, para nada. En este momento, los años que han pasado parecen insignificantes si sólo eran la prueba que necesitábamos para lograr estar juntos. No me arrepiento de nada, porque ¿sabes? Cuando te vi del otro lado de la calle, y leí el papel que me enviaste, me volví a enamorar irrevocablemente de ti, como si no hubiera pasado ningún día desde la última vez que nos vimos.
Draco parecía aliviado con su declaración y besó su frente. Estaba dichoso. Tanto que cualquier persona, incluso un ciego, podría notarlo.
–¿Y ahora? ¿Qué hacemos? –inquirió ella, tratando de solucionar todo de una buena vez y dedicarse sólo a besarlo hasta desgastarse los labios.
Él sabía que Hermione se refería a cómo lograrían estar juntos si ambos vivían en distintos países, separados por mar, sus respectivas profesiones y miles de kilómetros. No obstante ello, simplemente respondió con picardia.
–Disfrutar el momento, y por supuesto, recuperar el tiempo perdido.
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Anaís seguía mirando a su abuela con incredulidad, cruzándose de brazos. A veces la irritaba no saber si le estaba diciendo la verdad o estaba jugando con ella, pues no sería la primera vez que le inventaba alguna historia para tratar de enseñarle una moraleja. El problema era, ¿qué trataba de decirle esta vez?
–A veces no te entiendo –confesó finalmente, con aire derrotado–. La verdad, siempre me cuesta seguirte.
Hermione Granger no pudo evitar soltar una risotada, pero no se ríe de su nieta. Sino de sí misma.
–Entonces, ¿por qué no vas dónde tu abuelo y le preguntas cómo nos conocimos? –propuso–. Sería una versión de la historia muy interesante para escuchar. Te acompaño.
Anaís asintió entusiasmada y subió los peldaños de la escalera que llevaban al segundo piso de dos en dos, seguida de cerca por su abuela. Una vez que llegaron al frente de la puerta que buscaban, justo al final del pasillo, ambas entraron al despacho donde un hombre de pelo blanco y reflejos dorados trabajaba sentado en un sofá al frente de su chimenea.
Al sentir el ruido que hicieron las dos, él bajó los papeles que tapaban su cara y dejó al descubierto sus increíbles ojos grises.
–Mi pequeña, llegaste –soltó con una gran sonrisa.
Anaís lanzó un grito de emoción al verlo y corrió hasta él, sentándose en su regazo con posesividad. No lo iba a negar jamás. Era su ídolo personal y mientras ella estaba presente, no lo compartía con nadie.
–Abuelo Draco –soltó, tomando un aire serio–. Antes de que digas nada, quiero que me cuentes cómo conociste a mi abuela con lujo de detalles. ¿Qué fue lo que te hizo enamorarte de ella? ¿Cómo la conquistaste? ¿Fue fácil vencer a la competencia? ¿Ah? ¿Ah? ¿Ah? ¡Confiesa!
Hermione pudo notar como Draco se ponía tenso con la pregunta, absolutamente incómodo, algo comprensible teniendo en consideración la historia de los dos. Sin embargo, le bastó la mirada pacífica de ella para que se tranquilizara. Suspiró hondo antes de hablar.
–¿Estarás en edad de saberlo?
Anaís asintió enérgicamente. "¡Claro que lo estoy! ¡Ya no queda nada para que entre a Hogwarts!" afirmó como si aquello fuera suficiente. Sus dos abuelos rieron.
–Te advierto que esta no es una historia fácil, mi pequeña, ni tampoco fue todo color rosa –soltó Draco, apoyando su espalda en el respaldo del sofá, mientras su nieta se le acomodaba en el pecho–. Sin embargo, y aunque esto suene impropio de mí, es una verdadera historia de amor. No de la clase que te tratan de vender en los cuentos de hadas, claro que no. Esta es real y larga. ¿Estás dispuesta a escucharla?
Anaís contestó con un enérgico sí, pero no sabía que la pregunta no estaba destinada a ella, sino a la mujer que tenían al frente, su abuela. Hermione sonrió y se aproximó hasta ambos, dejándose caer al lado. Luego, apoyó la cabeza en el hombro del que era su marido hace décadas. El hombre de su vida, y del cual se había enamorado dos veces.
–Lo estoy –susurró bajito, cerrando los ojos–. Comienza, por favor.
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Los dos habían iniciado una caminata por la ciudad, tomados de la mano y hablando hasta por los codos. No dejaban de mirarse a los ojos en ningún momento, pues a pesar de toda la vorágine que significaba transitar por Nueva York, en sus respectivos mundos sólo existía el otro. Nadie más. Ni los bocinazos, ni la gente, ni los árboles. Tampoco el aire, el piso, ni el tiempo. Sólo ellos dos y todo un camino por delante. Repleto de posibilidades. Incierto pero esperanzador.
–Mira –dijo ella de pronto, deteniendo su andar.
Separó su mano momentáneamente de la de él para extraer su pañuelo de la cartera y enseñárselo. Draco abrió los ojos sorprendido y tomó el trozo de tela entre sus manos.
–Aún lo tienes –murmuró conmovido.
–Claro, siempre lo guardé. Fue lo único que me quedó de ti.
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Mientras escuchaba la historia, Hermione elevó la mirada y vio el pañuelo que él había insistido en enmarcar, ya que gracias a ese pedazo de tela, ella no había cometido "el peor error de su vida" según las propias palabras de Draco.
"Gracias, bendito pañuelo" dijo él cuando supo de su intento de matrimonio fracasado.
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–¿Cómo que lo único? –reclamó Draco, ceñudo–. ¿Quieres decir que en todos estos años no has seguido tocando el cello que te regalé?
Hermione carraspeó incómoda.
–La verdad, no. Creo que mi mente bloqueó su existencia para no torturarme. ¿Por qué? ¿Quieres una competencia de concentración como en los viejos tiempos? porque ahora no podría hacerte competencia, Draco, tengo los dedos oxidados.
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Los dos cellos enfundados en una esquina, uno apoyado al lado del otro, donde siempre habían estado desde entonces. Incluso a esa edad, seguían practicando juntos, jugando al juego de la "concentración" que siempre ganaba Draco, ya fuera por talento, ya fuera por trampa.
Aunque a veces, sólo a veces, Hermione perdía a propósito para cumplir con sus penitencias.
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–Quizás más adelante, ahora tengo cosas más importantes que hacer –contestó Draco, mirándola con seriedad.
–¿Qué cosas? –indagó ella, con cierta decepción en su tono de voz.
¿Tendría que ir a trabajar? ¿Habría quedado con alguien? un retortijón se hizo presente en su estómago. Ahora que lo había recuperado, separarse de él parecía imposible. Sin embargo, no sabía que él no tenía intenciones de marcharse de ahí. No sabía que para él, también separarse era imposible.
–Besarte –respondió tranquilamente el rubio, encogiéndose de hombros–. Hay mucho tiempo que recuperar, ¿no crees Hermione? ya me cansé de hablar, prefiero ocupar mi lengua en otras cosas.
El rostro de Hermione se coloreó hasta las orejas, y sin planificarlo, desvió la mirada al piso como toda una adolescente.
–Me llamaste por mi nombre –musitó bajito.
–¿Y por eso te sonrojas? –soltó él sorprendido–. Creí que era porque habías entendido mi indirecta.
Ella se colocó aún más roja, aunque era casi físicamente imposible.
–También por eso –confesó, mordiéndose el labio inferior con nerviosismo–. Pero es agradable escucharte decir "Hermione" y no "Granger".
Draco tomó su mentón con la mano izquierda, obligándola a mirarlo.
–Hace años te dije que en mis pensamientos siempre fuiste Hermione, pero me negaba a llamarte así en voz alta para no enamorarme más de tu nombre de lo que ya estaba –susurró, escudriñandola con los ojos–. Y también te dije que no serías oficialmente "Hermione" hasta que fueras mía, sólo para mí, como lo serás de hoy en adelante. Así que, ¿alguna objeción, Hermione?
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Posesivo. Siempre había sido posesivo. Nunca cambiaría. Y bueno... para qué mentir, ella tampoco lo hacía nada de mal.
Y es que ambos habían pasado por tantas cosas que habían quedado marcados por siempre a causa del temor de perderse el uno al otro.
Por ello, cada día se demostraban cuánto se querían, ya fuera con palabras, gestos o miradas. Y aunque en los hechos habían recuperado el tiempo perdido hace rato, aún sentían que nada era suficiente para compensar esos cinco años separados.
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–Ninguna –respondió firme, decidida–. No me atrevería a contradecir al auror más respetado del país.
Draco esbozó una media sonrisa conforme, comenzando a acortar el espacio entre los dos. Con movimientos felinos, colocó sus manos en las caderas de ella, provocándole un escalofrío que le quitó toda la valentía que había tratado de reunir para estar a su nivel de coquetería. Aunque siendo sincera, sabía a la perfección que jamás estaría a su nivel. Con sus caricias, su cuerpo en cualquier momento explotaría. Su interior hervía, y la lentitud, la parsimonia de Draco para abordarla, estaba resultado deliciosamente perturbadora.
–Entonces –dijo con voz sensual contra su oreja– Tampoco te atreverías a contradecirme en esto...
Hermione parecía un conejillo enfrentando las luces altas de un vehículo. Sus piernas comenzaron a fallar cuando él comenzó a darle pequeños besos desde su lóbulo hasta su cuello, soplando el trozo de piel mojado para erizarla por completo. Incapaz de pedirle que se detuviera -pues claramente estaba faltando a la moral y a las buenas costumbres con esas exhibiciones en público- Hermione optó por empuñar las manos y resistir el calor que la embargaba, tratando de no morir en el intento.
Con los ojos cerrados, rogaba a Merlín que se detuviera...
Corrección.
Con los ojos cerrados, rogaba a Merlín que continuara, pero esta vez, en una habitación, a solas. Porque en plena vía pública, no podía quitarse esas prendas que la estaban asfixiando. Ni podía recorrer su piel, ni...
–¡Hey! ¡Están puro dando envidia! –les gritaron unos escolares que iban pasando por ahí, cortando bruscamente sus fantasías–. ¡Busquen una habitación!
Hermione abrió los ojos avergonzada y escondió el rostro instintivamente en el pecho de Draco, quien como todo un caballero, procedió a proteger su identidad con su túnica, aunque después les respondería a esos mocosos con descaro.
–¡No te preocupes! ¡Eso haremos!
Fue entonces que Hermione sintió como sus pies se despegaban del suelo y aparecía junto con Draco en un lugar desconocido. No quiso mirar lo que la rodeaba, pues estaba segura de que el departamento, y todo lo que tenía adentro, debía ser realmente maravilloso.
No, eso no le importaba. Ella sólo deseaba tener privacidad con él. Quería besarlo, tocarlo, sentirlo respirar en su cuello, oír como su corazón palpitaba, y entregarse a él por primera vez en cuerpo y alma, como debió hacerlo desde hace mucho tiempo. Estaba expectante, demasiado, pues si Draco se comportó con tal desvergüenza en público, ¿Cómo la trataría en privado? ¿Era posible sentir aún más placer?
No obstante ello, la pasión desbordada que esperaba por parte de Draco, no llegó.
4.&
En vez de sentir como su boca le era arrebatada, en vez de sentir como su cuerpo era recorrido por sus expertas manos, se vio apresada en un asfixiante abrazo, cargado de sentimientos por largo tiempo reprimidos.
Se trataba de Draco. El Draco real, que la estrujaba contra sí, con anhelo, con dulzura, con amor.
Cuando Hermione logró salir de su estupefacción, correspondió su abrazo con toda la fuerza que pudo, enterrando sus dedos en su espalda, escondiendo el rostro en su cuello. Sin presupuestarlo, comenzó a llorar temblando como una pequeña, incapaz de creer que, al fin, estaban juntos.
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Dentro de ella, todo un carnaval de emociones estaban en su máximo esplendor. Porque estaba segura que lo suyo era definitivo. Estaba segura de su felicidad.
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Él también se estremecía, apretándola con tanto recelo como si creyera que era un sueño, y que en cualquier momento podía despertar.
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Y él, como buen Malfoy que era, se negaba a hacerlo. Él quería vivir en ese sueño para siempre.
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–No sabes cuánto te extrañé –susurró con tanta honestidad, que Hermione sólo pudo responder con un hipido–. Pero ya no dejaré que te separes de mí. Nunca más.
Ella asintió y despegó la cara de su cuello, buscando sus labios para sellar sus palabras en un juramento tácito.
Se besaron mezclando el sabor de sus bocas con la sal de las lágrimas de Hermione, acariciándose con suavidad, sin lujuria, sólo con la desesperación del verdadero amor.
Sin dejar de prodigarse caricias, Draco guió sus cuerpos hasta su habitación, recostándola sobre su cama con suavidad, como si se tratara de un objeto muy valioso, que se podría romper entre sus manos si no lo manejaba con cuidado. Así, una vez que la dejó sobre el colchón, se acomodó al lado y comenzó a peinar sus cabellos castaños con los dedos, mientras Hermione le sonreía y se dejaba querer.
Ambos comenzaron, entonces, a ponerse al día sobre lo que había sido de sus vidas hasta su reencuentro, encima de la cama, tapados por una frazada que él invocó, besándose entre medio, charlando toda la noche, hasta rendirse al cansancio de sus propias emociones, quedándose completamente dormidos.
Ella sobre su pecho.
Él apresando su cintura.
Hasta que el primer rayo de sol los despertó.
Los dos se quedaron embelesados, mirando al otro, tranquilos, llenos. Mas pronto entendieron que ya no podían seguir reteniéndolo, pues ambos deseaban fundirse en uno por primera vez. Los dos querían explorar cada centímetro de su ser, demostrarse cuánto se amaban, y tratar de compensar con calidad el tiempo perdido.
Por ello, tranquilamente se fueron amando. Tranquilamente se fueron desvistiendo. Tranquilamente se fueron reconociendo. Tranquilamente sus cuerpos danzaron enlazados entre sí, alcanzando el cenit del placer potenciado por su amor, tocando el paraíso con los dedos, manteniéndose allí por largos minutos, embriagándose con los gemidos del otro, maravillándose con los cortocircuitos que el otro le provocaba.
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Hermione olvidando el traslador que la llevaría de vuelta a Inglaterra.
Draco olvidando que tenía una misión importante a la cual partir.
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Sin embargo, de haberlo recordado, poco les hubiera importado. Porque lo que les importaba era que estaban ahí, juntos, dispuestos a luchar por permanecer así hasta que la muerte les arrebatara el último hálito de vida. Porque ambos habían determinado en sus cabezas, sin preguntarle al otro, que estarían juntos desde ese instante hasta la eternidad.
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... y poco sabían ellos, que su propósito se cumpliría más fácilmente de lo que pensaban.
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–No te dejaré ir otra vez –soltó Hermione entre jadeos, cuando él se le derrumbó encima después de alcanzar la gloria juntos.
Desnudos, acurrucados bajo las sábanas, con un bello sol del otro lado de la ventana, sintiendo como el sudor corría libremente por sus cuerpos.
–No pretendo irme a jamás, Hermione Granger. Estás condenada a mi lado.
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El fuego crepitaba mientras Draco Malfoy contaba -omitiendo detalles prohibidos para menores- la historia de ambos. Anaís lo escuchaba con un brillo emocionado en los ojos, enfureciéndose cuando su abuelo llegó a la parte del triángulo amoroso con Ron y la decisión equivocada de Hermione al verlo con otra. En ese instante, su abuela se ganó un gesto reprobatorio. Que vendría a ser como el tercero que llevaba en la noche.
Hermione suspiró.
Quizás, no había sido buena idea dejar que su nieta conociera su pasado. Más aún a sabiendas de su predilección por Draco. Sin embargo, Draco, adivinando su incomodidad, atrapó su mano, enlazando sus dedos con los propios para confortarla, sin dejar de narrar con la habilidad de un trovador.
Ella sonrió.
Como si estuvieran sincronizados, ambos volvieron nuevamente a aquella época, donde sufrieron como idiotas, fueron víctimas de las consecuencias, y tropezaron una y otra vez en errores propios de la edad. Pero por sobretodo, recordaron el día de su reencuentro, donde por primera vez, y en un tiempo adecuado, sin que nadie que se interpusiera entre los dos, decidieron darse una oportunidad de ser felices.
Esta vez, de verdad.
–Es tarde, mi pequeña –sentenció de pronto–. Es mejor que paremos ahora, mañana seguimos.
–¡Pero abuelo! –reclamó Anaís–. ¡Aún no terminas! ¡No me puedes dejar en esta parte! ¿Cómo es eso de que te fuiste a otro país? ¿Y tú, abuela? ¿No lo seguiste? ¡Pero si ustedes se querían! Además, ¿Ronald Weasley? ¡y tú abuelo, con la tía Daphne! ¡que horror! ¡pero si vienen casi todos los veranos a visitarnos! ¿el tío Hugo sabe que casi fue hermano de mi papá? ¡Pero en qué lío se mentían ustedes dos!
Draco rió de buena gana, y con unas palmadas en la cabeza, volvió a repetirle que mañana seguirían con la historia. Anaís, que no solía contradecir a su abuelo, exhaló todo el aire que quedaba en sus pulmones y se fue enfurruñada a la habitación que le habían preparado, mascullando por debajo lo injusto que era irse a dormir con tamaña curiosidad.
–Quizás debiste omitir un par de detalles, Draco –opinó Hermione, mientras tomaba el lugar de su nieta en el regazo de su cónyuge, apoyando la cabeza en su pecho.
–No te preocupes, podrá tomarlo con la madurez necesaria. Es una copia exacta de nuestro hijo a su edad. Salvo por su cabello –contestó él, encogiéndose de hombros.
–Tienes razón. Y ahora que lo mencionas, él es una copia exacta a ti, salvo por sus ojos. Es una lástima que no los haya heredado.
Él besó su frente y dejó escapar un suspiro.
–Eso es lo de menos. Tus ojos y mi cabello hacen de nuestro hijo un hombre perfecto –soltó con orgullo–. Pero dejemos de hablar de ellos, ahora quiero saber algo importante.
–¿Y qué sería eso? –preguntó intrigada.
–¿Cómo ha sido tu condena hasta ahora? ¿Muy difícil?
Ella acarició su mejilla con la nariz, entendiendo a la perfección a qué iba.
–Sí te refieres a que es difícil tener que vivir así de feliz y plena contigo todos estos años. Sí, ha sido verdaderamente terrible. Toda una tortura.
Draco esbozó una mueca de satisfacción y la apretó más contra sí.
–¿Entonces, se podría decir que cumplí con mi promesa?.
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–Te voy a hacer feliz –dijo de pronto, mientras la abrazaba bajo las sábanas y jugaba con su cabello despreocupadamente.
Ella se incorporó sobre su codo y lo miró enarcando una ceja.
–¿Me lo estás prometiendo o afirmando?
–Prometiendo –aclaró serio–. Me gustaría afirmarlo categóricamente, pero tengo muchos defectos como para asegurarte que no te haré pasar rabias, ni que no me comportaré como un idiota en ocasiones. Pero trataré de no hacerte llorar. Y de hacerlo, sólo será de felicidad.
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Hermione sintió como una enorme satisfacción la embargaba, porque no sólo Draco la había hecho la persona más afortunada del planeta, sino que también, había cumplido a cabalidad con su promesa. En toda su vida juntos, sólo la había hecho llorar de felicidad.
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Cuando le pidió matrimonio.
Cuando dio el sí ante todos sus seres queridos.
Cuando supo que estaba embarazada y él la tomó entre sus brazos emocionado.
Cuando nació su único hijo, y supo que no habría otro niño tan perfecto como él.
Cuando celebraron sus bodas de plata.
Cuando él le pidió que renovaran los votos.
Cuando...
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–Más allá –esbozó, dándole un pequeño beso en el mentón–. Hiciste mucho más de lo que prometiste, Draco Malfoy, y nunca me arrepentiré de haber pasado toda una vida contigo. Te amo hurón canoso.
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Draco se había acomodado sobre su pecho y se había dormido ahí, dejándose atrapar por los brazos de la mujer que, secretamente, había elegido para ser su compañera por siempre.
Hermione, por su parte, estaba demasiado sobrecargada de sentimientos como para poder dormir, por lo que se quedó estática, acariciando quedamente la pálida espalda de Draco, planificando desde ya lo que sería el futuro de ambos y cómo podrían conciliar sus vidas en una.
Fue entonces que, de tanto pensar, Morfeo la atacó sin piedad, cayendo en un estado de sopor insoportable, que terminó por doblegarla.
–Siempre te amaré, mi enemigo favorito –le susurró, antes de quedarse dormida.
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Lo que ella no alcanzó a notar, fue que al decir esas palabras, inconscientemente, entre sueños,
El que fue su enemigo,
El que ahora era su amante,
El que sería su novio,
Luego su cónyuge,
Y el padre de su único hijo.
Tuvo una reacción.
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Draco Malfoy, sonrió.
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Fin