1.- Prólogo.
Veamos.
Estás sentado, callado, observando como tu abogado se mueve de un lado a otro, tratando de convencer al resto de tu inocencia, especialmente a aquel jurado que hace unos días no tuvo mayores consideraciones en enviar a tu padre por cinco años a azkaban, y a tu madre por uno.
Madre...
El recuerdo de tu madre te produce un escalofrío que recorre toda tu columna. ¿Cómo algo tan delicado y bello puede encontrarse en ese asqueroso lugar?. Sin embargo estás resignado, y probablemente te encuentras a escasos segundos de hacerle compañía. "Una familia unida en el deshonor social", sonríes ante la idea, ante lo irónico de la situación. Solías jactarte de que pertenecías a la estirpe de sangre pura más antigua del mundo mágico, y te regodeabas en tus millones de galeones, enrostrándole al resto su miseria. Pero esos millones no podrán salvarte. No esta vez. Y la riqueza comienza a parecerte tan absurda como absurdo es el prejuicio a los sangre sucia. ¿Qué importancia tiene el origen de la sangre?, la sangre es solo eso, sangre. Un tejido fluido de color rojo. Gran cosa.
¡Que absurda resultó ser toda tu vida al final de cuentas! Viviste creyendo mentiras y creciste escudándote en espaldas ajenas. Tardaste tanto en madurar que cuando lo hiciste ya estabas podrido. Sientes cadenas invisibles que laceran todo tu cuerpo y te despides de las experiencias que nunca tuviste. Que perdiste en el camino.
Pero eso no lo sabrá el resto. Primero muerto ¿No, querido Draco? Si algo no ha cambiado es tu orgullo, que por cierto, es lo único que te queda.
Vistes tu mejor túnica tratando de aparentar seguridad, aunque por dentro tiemblas como una hoja ante la expectativa de que tu vida está a punto de terminar sin vivirla. Que probablemente finalices tus días enjaulado con una tropa de esquizofrénicos, hundido en la mugre, la desesperación y el olvido.
La noche anterior no pegaste un ojo, y semicírculos oscuros adornan tus ojos grises. Pero no tienes sueño, porque el sueño significa estar desprotegido, significa que tu subconsciente puede aflorar y reclamarte tus errores. ¡Y cuantos tienes para tus dieciocho primaveras!
No. No quieres soñar.
No quieres recordar a Crabble ardiendo en llamas, ni los gritos de Granger cuando tu tía la torturó sin piedad. No quieres recordar la lastimosa cara de Dumbledore ofreciéndote protección, ni a tu madre llorando desconsolada por los rincones. Prefieres escudarte en una ignorancia prefabricada, actuando como si nada hubiera pasado, deseando con todas tus fuerzas que nada haya pasado.
–Señor Malfoy, de pie –escuchas de pronto, y tu corazón se desespera ante el inminente veredicto.
El público murmura entre sí y el juez se ve obligado a golpear el mazo ordenando silencio. Las túnicas rojas y negras del jurado se mezclan creando un efecto visual bastante curioso que termina por marearte. Súbitamente, perdiste el miedo. Alzas el mentón y entablas contacto visual con el anciano que sostiene entre sus manos tu futuro, dispuesto a no desmoronarte cualquiera que sea la pena. No les darás en el gusto.
–Bien, se ha deliberado de acuerdo a los procedimientos establecidos por la ley, otorgándosele la posibilidad de defenderse en juicio, cumpliendo con el requisito de la bilateridad de la audiencia establecido en la Ley Mágica Procesal –el hombre carraspeó un poco y tomó un vaso de agua antes de continuar–. Es así como escuchados los testimonios de los testigos legalmente juramentados, y las pruebas ofrecidas en juicio, este honorable tribunal ha llegado a la siguiente convicción.
Cierras los ojos y agudizas tus oídos. Sientes como al lado tu abogado se tensa y está nervioso. De seguro está cruzando los dedos.
–De los cargos de homicidio frustrado en contra del director Albus Dumbledore, se te encuentra…
Culpable piensas automáticamente. A pesar de que la maldición asesina no fue lanzada por tu varita, sabes que toda la invasión a Hogwarts fue tu responsabilidad, y eso nadie te lo iba a perdonar. Ni siquiera tú mismo.
–Inocente.
Percibes como tus ojos se abren desmesuradamente y tu mandíbula está a escasos centímetros de tocar el piso. ¿Inocente? Repites incrédulo, preguntándote si en realidad no estarás soñando.
–De los cargos de ser parte de una asociación ilícita genocida, conocidos públicamente como mortífagos, se te encuentra culpable. Sin embargo, atendido que revisada tu varita mágica no se encontraron pruebas de que efectivamente hayas asesinado a alguien, y considerando tu edad, las posibilidades de reinserción social y que no poseías antecedentes penales, se te remitirá la pena correspondiente por el cumplimiento de labores sociales.
–Su señoría –interrumpió tu abogado, quien no podía esconder la sonrisa triunfadora en su rostro–. ¿En qué consistirían las mismas y por cuánto tiempo? Considerando que su educación superior aún no está completa.
–A eso iba, señor abogado –contestó ceñudo el anciano, mirándolo entre sus gafas recriminatoriamente–. Como su educación superior no está completa, y poco puede hacer por la sociedad en ese estado, el jurado le ofrece la opción de integrarse a la escuela de aurores en calidad de estudiante, y así, enmendar su camino para ser un aporte a la seguridad de la sociedad mágica; seguridad contra la cual en el pasado atentó.
Draco parpadeaba confundido. La situación le parecía cada vez más irreal e inverosímil. Le estaban proponiendo terminar como auror el resto de sus días para borrar su perfil de mortífago. Ironías del destino.
–Disculpe, ¿decía? –soltaste desconcertado al ver como la boca del juez se movía hablándote y tú no habías escuchado ni pío.
–Le estaba preguntando si aceptaba el amable ofrecimiento de este honorable tribunal –repitió él con voz cansina–. La otra opción es cumplir una pena de reclusión nocturna por un año y un día, pero si me permite opinar, Azkaban no es el mejor hotel para ir a dormir.
Sonreíste ampliamente ante el sarcasmo del hombre. ¿Acaso había donde perderse?. No tenías sueños ni esperanzas para el futuro. No tenías vocación ni una meta que alcanzar. Que te impusieran una facilitaba las cosas, y de paso, evitaba la estadía en la cárcel.
–Claro que acepto, su señoría.
Y cinco palabras, marcaron tu destino.
Continuará…