Algunas veces, sólo algunas veces, Hermione deseaba ser otra persona. No otra completamente diferente, digamos: no cambiar de cuerpo, sólo empezar de nuevo, desaprender todo lo aprendido y volver a hacerlo todo otra vez.

A veces, sólo a veces, Hermione deseaba ser un poco menos irritante, un poco más cariñosa, un poco menos vergonzoza, un poco más atrevida.

Sólo a veces, ella se permitía demostrar que no estaba feliz, que le molestaban muchas cosas que no estaban a su alcance como para tratar de arreglarlas, cosas le borraban la sonrisa, y sólo a veces no hacía esfuerzos por esconderlo.

Sólo raras veces, Hermiones se permitía llorar. Echar afuera algunos sentimientos que lo oprimían el pecho y desahogarse de sus problemas.

Las veces que Hermione Granger lloraba era cuando la situación no daba para más, cuando la gota que caía rebalsaba el vaso, cuando el elástico se tensaba tanto que terminaba por cortarse.

Cuando Hermione solía llorar, lo hacía en silencio, sola, con los doseles de sus camas corridos y nadie se daba cuenta de que había llorado, aunque quizás Ron y Harry lo intuían, pero no lograban concretarlo.

Pero hubo sólo una vez en que sus amigos pudieron verla llorar, en que no pudo llorar silenciosamente en su cuarto porque la impotencia de lo que estaba viendo era mayor a cualquier otro sentimiento, es más, en ese instante no cupo en su ser otro sentimiento que no fuera rabia, impotencia.

Esa vez en la sala común Harry pudo ver sus lagrimas y su figura salir por el retrato de la dama gorda. Esa única vez Ron no pudo verla, porque estaba demasiado ocupado besándose con Lavender, haciendo que todo el estructurado universo de Hermione estallara en mil pedazos. Enseñándole que no podía controlarlo todo, una vez más.

A veces, sólo a veces Hermione deseaba ser otra persona. Nunca pensó que lo deseara literalmente, pero ese día en ese instante, Hermione Granger supo que deseaba ser Lavender Brown más que ninguna otra cosa en el mundo.