- No creo que Papá Noel te haga muchos regalos, no has sido muy buena chica.
- No creo que Papá Noel se acuerde ni siquiera de tu dirección.
- Aunque así vestida seguro que te sentaría en sus rodillas… O algo más.
- ¿Se puede saber qué haces aquí? ¿Quién te ha dejado pasar a mi cuarto?
- Tú mejor que nadie deberías saber que a algunos no se nos cierra ninguna puerta.
- Tú mejor que nadie deberías saber que hacerse el chulito no siempre te lo consigue todo.
- A ti parece gustarte…
Chuck la arrincona contra la pared, y la besa desde la clavícula hasta debajo de la oreja. Blair forcejea levemente, sólo para dejar constancia de su supuesto desagrado, cierra los ojos y estira el cuello para prolongar la caricia. La mano de Chuck se sumerge por debajo de la breve falda roja, para envolver con sus dedos una nalga tersa y suave.
- Un buen culo, de los mejores que he tocado.
Blair le mira con todo el desprecio de que es capaz, más o menos el que aún siente por haberse dejado llevar a aquella situación, pero por dentro sonríe ante el halago, hace mucho que nadie alaba su cuerpo, y menos que nadie el espejo.
La mano continúa su viaje por debajo de la falda, jugueteando por encima del casi inexistente tanga. Mientras, ella le muerde la boca, con un hambre urgente del sabor de su sangre, las uñas acariciándole la nuca. Al menos no es cariñoso, piensa, eso sí que no podría aguantarlo.
La otra mano de Chuck ha conseguido abrirse camino en la parte de arriba, y sin que Blair llegue a darse cuenta, tiene la camisa totalmente desabrochada, la piel de los pechos erizada. Y aún no la está tocando. Él hace un círculo sobre la suave seda negra de la camisa, que no ha dejado todavía de tapar el sujetador, y nota como el pezón se pone erecto. Aparta la camisa y retira el encaje del sujetador muy despacio, y toma entre sus labios aquella pieza del mejor chocolate.
- Me gustan los pezones oscuros, grandes, tus pezones de hembra.
Blair duda si partirle o la cara o besarle, pero no hace nada, sólo se deja succionar, intensamente, hasta el límite del dolor. Deja que los dientes rocen la aureola, hasta que no sabe si gritar de placer o de sufrimiento.
La mano de debajo de la falda acaricia por encima de la tela de la ropa interior hasta que nota bien la humedad, la nota cachonda, dispuesta, tan mojada que podría hacerla suya ya. Se separa del pezón, tan duro que parece que va a reventar, como él mismo, por otro lado, piensa. Saca la mano de debajo y se separa de Blair.
- ¿Qué coño haces?
- Tu mejor que nadie deberías saber que dejar la miel en los labios atrae mucho más.
Ella le tira un zapato de tacón según sale. Chuck se ríe mientras cierra por fuera. Blair sólo puede maldecir lo bien que la conoce ese cabrón.