Nuevo inicio

Abrió los ojos. El Sol de la mañana la despertaba con su calidez. Sonrió. Un nuevo día comenzaba. Escuchó el cantar de los pájaros y una suave brisa entró por la ventana de su habitación. Se puso de pie, corriendo las mantas que la cubrían. Su vestido estaba doblado a un lado del tatami. Se lo puso y se acercó al trozo de espejo que estaba colgado de la pared de madera. Su cabello no había crecido nada desde que llegó y su piel se había tostado un poco. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero había visto muchos amaneceres como ese. Sonrió nuevamente al escuchar las voces de algunos vecinos que salían a barrer la vereda.

Se levantó y se acercó a la puerta. Eran maderas unidas que formaban una puerta. Se miró la mano con la que iba a abrir y vio fugazmente sangre en ella. Cerró los ojos y los volvió a abrir, ya todo estaba bien.

Salió de su habitación y en la cocina había dos personas. Una mujer y un hombre, ambos de avanzada edad. Ella había llegado allí sin nada más que su nombre y ellos la habían hecho entrar en su casa y le habían dado un lugar donde vivir. En ese momento no necesitaba nada más, sólo agua y un lugar donde dormir.

− Orihime chan, te has levantado ya − la saludo el hombre, que permanecía sentado en una silla. La mujer lavaba unas sábanas en el fregadero.

− El día está muy bonito − dijo sonriente, y el hombre también sonrió. − Creo que debería ir a dar un paseo − dijo.

− Ve, el sol te hará bien − dijo la mujer, acercándose mientas se secaba las manos con una toalla. − Recuerda no alejarte demasiado

− Si, lo se − hizo una reverencia. − Volveré más tarde − dijo. − Gracias − sonrió antes de retirarse corriendo la cortina que cubría la puerta.

Esa pareja la había acompañado desde que llegó allí. No quería reconocerlo, pero estaba en el Rukongai, en la Sociedad de Almas. Había muerto y ahora estaría allí por toda la eternidad. Pero, igual sonreía abiertamente. Sabía que ella estaba allí, pero también sabía que él estaba aún con vida gracias a que ella pudo protegerlo.

Caminaba por las afueras del distrito 46, que era en el que había caído. No entendía muy bien por qué estaba en la Sociedad de Almas, ya que no recordaba que ningún shinigami la hubiera conducido hasta allí, pero lo aceptaba. De todas formas daba igual.

Había un campo con muchas flores al que iba seguido. Al llegar se sentó sobre la hierba y miró el cielo. Estaba despejado y el sol brillaba en lo alto con fuerza. Por un momento creyó que estaba viva de nuevo.


El golpe lo había dormido. Le pesaba el cuerpo como si la fuerza se hubiese esfumado. Intentó abrir los ojos, y con dificultad logró divisar un cielo celeste y radiante sobre él. Quiso moverse pero no lo logró. ¿Qué era lo que había sucedido? No sólo lo último, sino toda su vida estaba borrosa. ¿Quién era él? ¡¿Quién demonios era él?! Cerró sus puños con furia. Por más que lo intentaba no lograba recordar nada.

Una sonrisa vino a su mente. Unos labios rosados e inocentes. Una suave voz que no lograba entender. ¿Una mujer? Cerró los ojos nuevamente, concentrándose más.

Ulquiorra − decía la voz. ¿Ulquiorra? ¿Acaso ese era su nombre? − Ulquiorra − repitió la dulce voz. Podía sentir que su corazón latía suavemente. Y la voz de esa mujer lograba reconfortarlo. De alguna forma, aunque no podía recordar nada en lo absoluto, sabía que la dueña de aquella voz era una persona importante para él.


Una ráfaga de viento movió su cabello, alborotándolo. Hojas y pétalos de flores la envolvieron y un aroma inundó su olfato. Ese aroma era inconfundible para su cuerpo, que se estremeció. ¿Qué era aquel sentimiento? Aspiró profundamente, queriendo volver a sentir aquello, pero no lo logró. ¿Qué era lo que estaba sucediendo? Cerró los ojos un momento, intentando ordenar sus pensamientos. Sabía que ella estaba muerta, y sabía que jamás volvería a verlo. Pero ese aroma, ese perfume, no podía ser de otro, era el olor de la piel de Ulquiorra.

Se puso de pie y miró a su alrededor. Estaba en medio de un campo de flores silvestres cerca del distrito 46 del Rukongai, estaba completamente segura de aquello. Entonces, ¿por qué había sentido la esencia de Ulquiorra en el aire? ¿Había sido su imaginación? Una nueva ráfaga revolvió su cabellera. Y nuevamente sintió ese perfume. Sus sentidos no la engañarían dos veces. Fue caminando hacia el sur, desde donde provenía el viento. Caminaba lentamente, temiendo que el suelo debajo de ella desapareciera.


Alguien estaba cerca, de eso estaba seguro. De pronto, una imagen apareció en su mente. Una mujer cubierta de sangre, una espada y lágrimas. Se veía a él mismo teniendo en brazos a esa mujer, magullada y herida tal vez mortalmente. Él también tenía sangre en todo su cuerpo y en su traje blanco. ¿Tal vez él también estaba herido? Caminaba por un callejón en una ciudad. Luego abrió un agujero negro en el aire y desapareció allí dentro. Un dolor punzante lo trajo a la realidad nuevamente. ¿Esa mujer sería la misma que lo llamaba? Ulquiorra. Él era Ulquiorra Cifer, ahora lo recordaba. Era un Espada, en Hueco Mundo. Un arrancar, un hollow.

Alguien se acercaba. No escuchaba sus pasos, pero podía sentirlo en sus huesos. Dejó salir el aire pesado de sus pulmones y volvió a inspirar con fuerza. Abrió los ojos. Y ahí estaba el cielo celeste y el sol alumbrando todo. La hierba rozaba su cuerpo. Y había perfume de flores. ¿Dónde estaba? ¿En el mundo humano? Intentó llevar una de sus manos a su cara, lográndolo con pesar. Tocó su rostro y su cabello. Y notó algo que lo paralizó un momento. No tenía su máscara. No estaba allí sobre su cabeza. Llevó la misma mano a su pecho, y tampoco estaba allí su agujero de hollow. Entonces, ¿él no era un hollow? ¡Si que lo era!


La hierba se hundía en un lugar más adelante. ¿Habría algo allí? Una nube tapó el sol. Cerró sus ojos y aspiró profundamente. Era la esencia de Ulquiorra, estaba totalmente segura. Se acercó con pasos firmes y vio, a unos dos metros, cabello negro y un cuerpo delgado cubierto de harapos blancos. Se quedó estática. Sin respirar, sin poder decir nada. No había máscara sobre los cabellos, así que no podía ser él. ¿O si? Tenía una de sus manos sobre su pecho y no se movía, no hacía ni un ruido y no podía notar si estaba respirando. De pronto, sintió desesperación. Algo que hacía mucho que no sentía. Corrió al lado del cuerpo y se agachó junto a él.

Tenía sus grandes y verdes ojos abiertos, fijos en el cielo. La mano derecha sobre su pecho, abierta. Su cabello negro revuelto, su pálida piel sin ningún rasguño. Y su ropa estaba rota y era casi inexistente. Pero, había algo, algo que le decía que ese hombre era él.

− Ulquiorra − dijo suavemente. Él viró sus ojos hacia ella. Una mujer castaña, de grandes y expresivos ojos. Labios rosados. Lo miraba con ternura y le sonreía, llamándolo. − ¿Eres tu? − preguntó. De pronto, todo lo que había olvidado cayó sobre si, como una gran roca.

Los recuerdos lo azotaron, haciendo que cerrara fuertemente los ojos y no quisiera abrirlos por nada del mundo. ¿Todo era un sueño? ¿Acaso todo era un maldito sueño? Sintió dos ligeros brazos tomándolo, abrazándolo. Él se incorporó con los ojos cerrados y abrazó a la mujer con fuerza, como si fuera la salvación para él. Y sintió cómo las lágrimas de ella caían por su rostro y llegaban a mojarle el pecho. Aspiró con fuerza y sintió que era el perfume de Orihime el que lo invadía.

Abrió los ojos. Vio hierba y flores. La nube dejó paso a los rayos de sol nuevamente, que iluminaron todo el campo, dándole un brillo que jamás había visto. Separó a la mujer de su cuerpo, para verla a la cara nuevamente.

− Orihime − dijo, pronunciando un nombre que brotó solo de sus labios.

− Eres tu − dijo ella como pudo, ahogada en un llanto de felicidad. Y volvió a abrazarlo con fuerza, colocando su frente en el pecho de él.

− Soy yo − afirmándolo con fuerza, para poder creerlo. La separó y tomó su rostro con ambas manos. − Te amo − la miró con intensidad, directamente a sus preciosos ojos grises. Ya sin restricciones. No sabía qué había sucedido, ni dónde estaba, pero ella estaba allí, con él.

− Y yo a ti − Ulquiorra la besó. La besó con amor, con ternura, con desesperación. La besó con todos los sentimientos que lo atravesaban en ese instante, temiendo que desapareciera.

− No me dejes nunca más solo − pidió, aún con sus labios unidos.

− Nunca te dejaré

El Fin


Muy bien! Aquí termina esta historia. Tengo un epílogo, pero lo publicaré aparte. Se llama "El Hada y el Mago" y lo publicaré en unos días. Muchas gracias por todo!

Y espero verlos en mis otras historias! Mary!