Title: Indeed

Pareja: Gaara/Lee

Estado: Incompleto

N/A: Hellooo! Jejeje a ver... al fin pude recuperar el segundo capitulo!!!! Estaba perdido en uno de los tantos procesadores online que probe hace tiempo. asi que este es el segundo capi, medio raro, para variar, pero en fin... Eso es lo de menos! Ahora si, tras esto, el fanfic queda temporalmente SUSPENDIDO! Jejeje gomen.


Indeed

II

Él debía haberse concentrado. Debía haber pensado únicamente en ganar, pelear, defenderse. Saltar, evadir, atacar. ¿Pero como concentrarse si aquel chico no salía de su mente? ¿Cómo intentar pelear con todas sus furzas si aquel al que amaba había dicho que no deseaba volverlo a ver?

Tal vez, y sólo tal vez, Lee debería marcharse y dejarle en paz.

Era entonces cuando la muerte parecía tan acertada, no llamarla pero tampoco combatirla. De todas formas sus segundos estaban contados, ya fuese por la profunda herida en el pecho o por el corazón destrozado con anterioridad. Fuese cual fuese el caso, ya no había nada para él, tan sólo la fría desesperanza al saber que todo acababa, tan lentamente, con los gritos de sus compañeros que permanecían demasiado ocupados con sus propias peleas.

-¿No vas a defenderte?- preguntó su enemigo.

Resultaba irónico que fuera precisamente su contrincante quien preguntara aquello. Lee tan sólo cerró los ojos, inspiró pronfundamente, se ahogó con su propia sangre y tomó una pose de batalla. Fingía bastante bien. Su oponente soltó una carcajada de júbilo y se lanzó en su dirección. Soltó un par de shurikens con sellos explosivos que Lee evadió con relativa dificultad. Luego desapareció y volvió a aparecer detrás del ninja de la Hoja. Intentó patearle las costillas pero Lee fue más rápido y le evadió a tiempo.

El ninja enemigo volvió a acercarse y le asestó varios puños al rostro, los cuales Lee recibió sin demostrar dolor. Luego le dió una patada en el estómago y el pelinegro salió volando en dirección a unos árboles. Sintió varias de sus costillas quebrarse tras el impacto y una le perforó un pulmón. Su pierna también estaba rota, así que no había mucho que pudiera hacer. Aún así, Lee supo que no podía quedarse sin hacer nada. Si no iba a pelear por Gaara, al menos lo haría por su aldea, por lograr llevar con éxito aquella misión y no decepcionar a su sensei.

-¿Te levantas?- cuestionó el otro mientras le miraba ponerse de pie, en su rostro una mezcla de admiración y enojo.

Rock Lee era digno de admirar, al menos por su determinación y sus buenas habilidades. Si al menos en esa ocasión combatiera con el corazón...

Pero no puedes ganar si no tienes ganas de vivir. Eso era lo mismo que cubrirte en aceite y saltar al fuego. Pero Lee no iba a matarse. No. Él iba a esperar a que otro hiciera el trabajo. El ninja frente a él escupió al suelo. Estaba aburrido y la pelea se hacía larga. Sacó varios kunais y los lanzó en dirección a Lee; uno de ellos se clavó en su brazo, los otros fueron esquivados.

Lee se llevó una mano al estómago y fijó la vista en su oponente.

Había desaparecido.

-¿Me buscabas?- justo detrás de él.

Cerró los ojos al sentir el fuerte golpe en la espalda que lo mandó directo al suelo. Su rostro dió contra la dura piedra y supo que su cabeza se había abierto a causa del golpe. El dolor, a esas alturas, era insostenible. Era como una salamandra que lamiera cada uno de sus nervios. Un dolor físico, tan físico que parecía casi tangible. Ni siquiera cuando había combatido a Gaara había padecido algo así.

No. Se negó a pensar en Gaara.

-Muere...

Abrió levemente los ojos, lo máximo que el dolor le permitió, justo para ver los sellos explosivos que caían sobre él, como una hermosa lluvia fatal.

"Voy a morir", se dijo entonces, completamente convencido. Y recordó las palabras del pelirrojo.

Sonrió a duras penas.

Después de todo, dedicar su último pensamiento a Gaara no iba a estar tan mal.

Entonces hubo un '¡BOOM!', y todo se tornó negro.

XxXxX

El cielo estaba oscuro, lleno de gigantescos nubarrones que amenazaban con derramarse en cualquier instante. Tan sólo algunas gotitas presurosas e impulsivas se aventuraban al suelo, golpeando valientemente los trajes negros de los que se encontraban congregados en el cementerio.

Los rostros de los presentes se mostraban contraídos, e incluso algunos lloraban. Allí estaba Gai-sensei, con el ceño fruncido y la expresión dolida del que ha perdido todo. Estaba Tenten, quien lloraba en el hombro de Ino y se secaba las lágrimas pudorosamente. También estaba Neji, quien contemplaba con mirada vacía el féretro negro frente a él. A su lado Sakura-chan, la hermosa Sakura-chan, se limpiaba las abundantes lágrimas que bañaban su rostro, en un llanto sosegado como el de las viudas que han perdido a su amoroso marido.

Tsunade estaba en el medio, precediendo la ceremonia, con el rostro imperturbable porque ha visto a demasiados caer, aunque este chico, Rock Lee, era especial. Especial porque le había tomado aprecio tras aquella lejana operación.

En realidad era difícil no encariñarse con Lee.

Y, finalmente, en una de las esquinas estaba Gaara.

Gaara, el estoico Kazekage de Sunagakure, el amante más devoto de Rock Lee. Allí, con el cabello del color de la sangre y la piel resplandeciendo, no mostraba ninguna emoción. Ni dolor por la pérdida del que más amaba ni arrepentimiento por haberle dicho aquellas hirientes palabras. Tan sólo estaba allí, como distante, con los ojos azules desprovistos de toda luz y toda vida. Resultaba casi como un fantasma, saber que le había perdido y que tal vez era su culpa.

No, él sabía que no era el responsable, o al menos eso intentaba creer.

Pero resultaba tan difícil cuando todos aquellos ojos lo miraban acusadoramente... No había necesidad de que apuntaran con el dedo en su dirección o manifestaran su descontento con palabras. Gaara sabía que todos los que estaban allí lo culpaban por la muerte de Lee, como si él lo hubiese matado con sus propias manos. Estaba escrito en sus ojos, la decepción, los gritos que clamaban para que se fuera, como si él no tuviese derecho a estar allí presente, dispuesto a sufrir aquel mismo dolor.

El propio Gai-sensei le miraba con furia y apretaba los puños. Se contenía al máximo para no saltar sobre él y golpearle con fuerzas. Y gritarle:

'¡Devuélveme a mi Lee!'

Y ojalá Gaara pudiera hacerlo volver. Pero sabía que esto era imposible. Lee se había ido y jamás regresaría. E incluso este pensamiento, el que le había perdido para siempre... no podía ser posible. Gaara aún se negaba a creer que aquel que estaba allí, descompuesto, inerte, con el rostro pálido y los ojos cerrados, era aquel que había prometido que jamás le dejaría, que jamás se apartaría de su lado.

¡Simplemente no podía ser!

Ese no podía ser su Lee. Su dedicado amo del Taijutsu, lo único que tenía, el único en el que confiaba. No podía abandonarlo, ¡no podía! Y sin embargo...

Allí estaba la dura realidad de una tarde sin vida, de personas que lo aborrecían en silencio y se apartaban de él como si contrajera la peste. Únicamente Naruto estaba de su lado, con las saladas lágrimas que no habían dejado de caer desde que se enterara de la fatal noticia.

Gaara ni siquiera pudo acercarse al féretro.

"No pudimos hallar las otras partes del cuerpo", habían dicho mientras acomodaban lo último que quedaba del pelinegro.

Y el Kage lo había contemplado todo de forma ausente, negando dentro de su mente que aquello pudiese ser real. Pero lo era. Y Naruto lo tomaba del brazo y susurraba en su oído que no era su culpa, esas cosas pasaban, los ninjas mueren un día u otro. Lee fue un shinobi valiente y poderoso. Estaría feliz de saber que tantos camaradas le apreciaban tanto.

Pero Gaara no podía creer aquello.

-Está muerto- se dijo mientras veía el ataúd ser depositado en una fosa honda.

Echaron tierra a la fosa, un poco y luego más hasta dejar el suelo completamente liso, como si nada hubiera pasado. Las gotas de lluvia cayeron más fuertemente, incansables, como si el mismo cielo llorara la pérdida. Gai depositó una peqeña flor sobre lo último que sería su pupilo favorito casi su hijo, dio la media vuelta y se fue sin decir nada. Poco a poco los demás también fueron marchándose.

Al final tan sólo quedaron Naruto y él.

-Lo perdí...- murmuró sintiendo la vista empañada, los cabellos que se pegaban a su frente, el pecho vacío y una sensación quemante en la garganta.

Terribles escalofríos lo recorrieron y ni siquiera el calor del abrazo del rubio pudo reconfortarlo o apartar la estridente frialdad que lo recorría.

-Lo siento mucho, Gaara- susurró Naruto por encima del sonido de la lluvia-. Me quedaré si lo deseas.

Pero el pelirrojo negó levemente con la cabeza, sin haberle escuchado siquiera. Y Naruto agachó el rostro, sabiendo de antemano que aquella sería la respuesta. Le dedicó una última sonrisa de conmiseración y se marchó de modo silencioso.

Y allí quedó entonces Gaara, inmóvil, sin saber qué hacer, qué decir o qué pensar. ¿A quién responsabilizar? Se mordió los labios cuando un poderoso espasmo lo recorrió, y tan sólo en ese momento se dio cuenta de que su vista empañada no era sólo a causa de la lluvia. Aquello que hacía arder sus ojos... eran lágrimas. La primera vez que lloraba y era... doloroso. Tan doloroso como saber que había perdido lo único que necesitaba, lo único por lo que vivía.

-Mi Lee...

XxXxX

Estaba flotando. Esa era la única explicación para esa insoportable sensación de que no tenía peso, de que no había nada debajo o por encima de él. Además, tampoco había dolor. Tan sólo como si se tratara de un ser sin cuerpo, sin brazos o piernas, tan sólo él. ¿Eso se sentía estar muerto? Porque estaba muerto, ¿verdad? Esa explosión debió haber acabado con él, en aquel claro de bosque, en solitario.

Intentó abrir los ojos, pero cuando lo hizo estaba todo tan oscuro que realmente no estuvo seguro de haberlos abierto en verdad.

-¿Dónde estoy?- preguntó, pero tampoco estuvo seguro de si aquel sonido era su voz.

¿Era ese el Infierno?

-No- respondió una voz grave y extremadamente suave.

-¿Hay alguien ahí?- intentó saber, de nueva cuenta sintiendo como si sus propios sentidos le engañasen.

Pero había alguien. Estaba esa presencia cálida, acogedora, que le transmitía tanta paz. Estaba el brillo que de pronto hería sus ojos, y la apabullante sensación de que lo que se avecina es tremendamente impactante. ¡Y lo era! Allí, en medio de la enloquecedora oscuridad, cuando todo parecía perdido, sin un sitio a dónde ir o al cuál regresar, estaba esta presencia, calmada y sosegada que le observaba por entre sus mantos blancos y brillantes.

-¿Quién eres?- preguntó casi sin fuerzas, pero sintiendo su alma calentarse mucho más de lo que podía soportar.

Era un calor que no tenía comparación, que se extendía por cada célula de su ser y le llenaba.

Entonces no supo cómo, pero se dio cuenta de que aquella figura sonreía. Y su sonrisa era aún más cálida y con la fuerza y la luz de un millón de soles. ¿Quién era? ¿Y por qué acariciaba su rostro casi con misericordia? ¿Acaso estaba en el Cielo?

-No estás en el Cielo, pequeño- respondió nuevamente la voz profunda, antigua y ancestral.

Y Rock Lee lo supo de inmediato, que había en su tono algo divino.

En su mente volvió a formularse la misma pregunta que aparentaba no tener respuesta. ¿Quién era?

-Soy Dios, Lee.

Pero el pelinegro estuvo casi seguro de que había escuchado mal. ¿Dios? ¿Dios de verdad?

-Dios, Kamisama, como quieras llamarme, soy Yo- el ser soltó una pequeña risita divertida, tan esperada la incredulidad.

Y mil dudas invadieron a Lee en ese momento. Porque ese era Dios, no había más explicación. ¿O sería acaso un Genjutsu en el cual había caído sin darse cuenta?

-No es ninguna técnica, Lee. Estás muerto...

Ah, sí, definitivamente, estaba muerto.

Lee casi pudo haber sonreído, tristemente, melancólicamente, ante aquellos recuerdos que pasaban frente a sus ojos, como imágenes intermitentes que buscaran recordarle todo aquello que había dejado atrás. Había perdido a su sensei, a sus amigos, sus ideales, las cosas que amaba, sus personas importantes y, por sobretodas las cosas, había perdido a Gaara. Había perdido los hermosos momentos que nunca más regresarían: las peleas, los besos, las cenas bajo la luz de las velas, las noches contemplando la luna llena, los esperados viajes a Suna... y entonces un poco más: las tiernas sonrisas, las miradas cálidas, las placenteras caricias, los electrizantes besos, la sensación de saberse completo, el pensamiento de no necesitar nada más porque todo lo que había podido desear está encerrado en esos fuertes brazos, en su férrea determinación, en su estoica personalidad que sólo ante él se ablandaba...

Oh, su adorado Gaara. Su perfecto Kazekage de ojos tristes.

También a él lo había perdido.

Casi sin darse cuenta una nueva calidez lo inundó, y se percató de que estaba llorando. Sin siquiera proponérselo, las lágrimas caían por su rostro, o lo que pensó que era su rostro.

Se sentía tan triste, tan desconsolado.

¿Así se sentía la muerte?

-¿Duele, pequeño?- preguntó Dios mostrando su infinita conmisceración.

Lee asintió.

-No tienes que preocuparte- murmuró la deidad sonriendo cariñosamente, sintiendo las ganas de estrujar a Rock Lee contra su pecho.

Se le veía tan necesitado, tan débil. Su propia creación en su peor miseria. Uno de sus hijos, derrotado ante él. Y tenía un alma tan pura...

Sí, ese era el quid de la cuestión. Su alma.

-¿Sabes por qué estás aquí, Lee?

-No- respondió con la voz tomada por el llanto-. No lo sé, Kami-sama.

Pero quería saber. De verdad que quería. ¿Qué sería de él a partir de ese momento?

Y Dios sonrió.

-Mi pequeño, no se suponía que estuvieras muerto- recordó casi con nostalgia, como haciendo memoria, recordando entre los miles de millones de sucesos que debían ocurrir en el futuro. Pero, en particular, aquel que concernía a la muerte de este joven-. Tú debías morir en unos años más adelante. Pero ahora estás aquí. ¿Y qué se supone que debo hacer contigo?

Rock Lee guardó silencio, esperando su sentencia.

-Eres un asesino, pequeño- recordó el kami casi con lástima, como si de algún modo condenarle resultase doloroso hasta para él-. Has sesgado tantas vidas aún sin proponértelo. E incluso sabiendo que lo que hacías estaba mal, y no te has detenido. Podría enumerar aquí a los muchos inocentes que has lastimado, las familias que has separado, los hijos que has herido, pero me temo que nunca terminaría. ¿A dónde crees que te debo mandar, Lee?

Y con cada palabra proferida, el pelinegro sentía como si una sentencia fuera dictada. Sí, tenía razón, por supuesto. Él había asesinado a demasiada gente tan sólo por el designio de su Hokage. Siguiendo órdenes como una máquina, sin parar a pensar que tal vez las personas a las que mataba podían tener una familia, un hogar al que volver, una esposa que atender, hijos a los cuales cuidar. ¿Qué otro lugar quedaba para él que no fuese el Infierno?

-Así es, pequeño. El Infierno, pero...- al decir esto pareció considerar- no eres un asesino como todos los demás. Aún con los asesinatos y las misiones, hay algo en ti. Es tu inocencia, la cual aún no has perdido. Es tu humanidad, la bondad de tu corazón, es... el Amor.

-¿El Amor?- cuestionó Lee, dudoso. ¿Le salvaría por amor?

Dios soltó otra pequeña corta risa.

-Tan sólo por haber amado te mereces el Cielo, pequeño. Por amar de corazón, a tal punto en que darías tu propia vida por la persona amada. ¿No es cierto?

-¡Por supuesto!- respondió Lee impulsivamente, y Dios le miró con complacencia.

Sí, era esa la actitud que lo salvaba de las llamas del Infierno.

-Entonces me pregunto...- continuó Kami-sama con una nueva nota en su voz- ¿le salvarías a él?

Y Lee supo enseguida a quién se refería, y no necesitó pensar para responder.

-¡Claro! ¡Daría mi vida por Gaara!

-Pero es que ya nada puede salvarlo.

Ante esta revelación, los ojos de Lee se abrieron con estupor. ¿Que no podía ser salvado? Su corazón palpitó con violencia, intentó mirar a Dios directamente pero su brillo parecía herir sus sensibles pupilas tan mortales y tan frágiles. ¡Todo su ser exigía una explicación! Porque el solo pensamiento de que algo malo pudiese sucederle a Gaara era mucho peor que cualquier tortura que pudiesen dictaminar sobre él.

-Está escrito, que muera en un par de días y su alma vaya directamente al Infierno, él...

-¡¡¡No!!!- interrumpió Lee.

Dios le miró con falso interés.

-¿No?

-Por favor, Kami-sama, por favor...- pidió con la voz en un hilo- No mate a Gaara. No lo condene al Infierno. Sálvelo, por favor, se lo suplico.

Y de haberse podido poner de rodillas, Rock Lee lo habría hecho. Claro que Dios no iba a permitir algo así, después de todo ya tenía sus planes.

-Comprendo- accedió con otra sonrisa-. Eso quiere decir que si tuvieses la oportunidad, ¿le salvarías?

-¡¡¡Sí!!!

Un pequeño momento de silencio.

-Pues sólo hay una forma de salvarle ahora, pequeño. Pero es demasiado arriesgado hasta para ti.

-¡No me importa! ¡Haré lo que sea por él! ¡Lo que sea!

El kami negó con la cabeza y Lee le miró, desesperanzado. El Dios alzó una de sus luminosas manos y la oscuridad se borró de un soplo. De pronto todo era claridad y Lee tuvo serios problemas para saber en dónde estaba, o en qué posición. De repente algo mojó su rostro...

Alzó la vista justo para encontrar unas horribles nubes negras, gigantescas, peligrosas. Parecían sacadas prácticamente de una pesadilla. ¿Qué estaba sucediendo? Y de pronto llovía, esas gruesas gotas de lluvia que parecían salir disparadas a la superficie, como dardos peligrosos, agujas de hielo que se clavaran en sus redondos ojos negros.

-Mira- el kami demandó su atención. Lee contempló a donde el dios le señalaba, y no pudo sino abrir los ojos con suma sorpresa al darse cuenta de quién era aquel que permanecía bajo la lluvia. En el cementerio.

-Mi Gaara...- pronunció casi sin voz, y con tan sólo mencionar su nombre se vio a sí mismo a su lado, tan cerca que incluso pudo reconocer las lágrimas que brotaban de los hermosos ojos azules. Entonces no pudo evitar gritar- ¡Gaara!

Se acercó al pelirrojo e intentó abrazarle, pero tan sólo pasó a través de él, como si se tratara de un fantasma.

-No puedes tocarle- advirtió el dios, su voz que parecía venir de todos lados. Aunque Lee no pudiera verle, pues en realidad sólo tenía ojos para su pelirrojo, sabía que estaba presente-. Él no puede verte, ni oírte. No sabe que estás aquí. De hecho, estás allí...

Sólo hasta ese momento Lee contempló lo que Gaara miraba con tanta intensidad.

Observó la piedra fría y perfectamente tallada y se llevó una mano a los labios, horrorizado.

Era su tumba.

Una lápida que rezaba en sencillas y profundas letras negras: Rock Lee.

Estaba muerto...

Y Gaara sufría por él, y sus hermosas gemas azules se derramaban débilmente. Su piel brillaba, por la lluvia, por la oscuridad, por el entorno, y sus cabellos rojos se pegaban a su rostro, como si fuese un ser hecho de sangre. Y Lee pudo verlo, por supuesto, la tristeza, la melancolía, la desgarradora sensación de que no había nada ni nadie para él en el mundo. Su Gaara estaba tan triste, y sufría y padecía tanto...

-No quiero que sufra- murmuró Lee con los ojos llorosos.

Acercó una mano como si fuese a tocar el pálido rostro.

Estaban en Konoha, en el cementerio. Y aquella era su tumba, fría y gris. Gaara estaba solo, doliente, apretaba los puños y se mordía los labios. Lee sabía que quería gritar, y quería destruirlo todo a su alrededor. Pero se contenía porque no tenía fuerzas ni siquiera para enjugar sus lágrimas. Porque dolía más allá que cualquier otro dolor que hubiese sentido antes.

-Si Gaara muere, como se supone que ocurra, ¿seguirá sufriendo?- preguntó Lee en voz baja, su corazón palpitando con violencia. De pronto sintiéndose impotente ante la terrible vista que ofrecía su pelirrojo.

-Mucho más de lo que ha sufrido nunca- respondió el dios.

-¿Qué puedo hacer por él?

Dios hizo una pausa:- Puedo darte la oportunidad de salvarlo. Pero es...

-No me importa- interrumpió Lee, en sus ojos una determinación sin límites-. Haré lo que sea necesario. Por favor...

El Kami sonrió con complacencia:- Debo explicarte, pequeño, lo que conlleva esta segunda oportunidad. Porque es algo que nunca antes he hecho.

Lee contempló a la figura que aparecía a su lado, de facciones que no podía distinguir pero que portaba una gentil sonrisa.

-Haremos un trato, pequeño- dijo mientras asentía repetidas veces-. Te permitiré volver junto a tu amado, y tú encontrarás la forma de demostrar que también él puede amar de corazón. Si lo consigues, le permitiré vivir un poco más, y cuando muera me aseguraré de que no vaya al Infierno.

Ante estas palabras, los ojos de Lee se abrieron como nunca antes. Su corazón parecía querer salir de su pecho. ¿Otra oportunidad? ¿De verdad? ¿Lo que estaba escuchando era cierto?

El Kami asintió.

-Pero no todo será tan fácil, pequeño- añadió con otra afable sonrisa-. Volverás, sí, pero no regresarás siendo Rock Lee. Te daré otro cuerpo, y otro nombre y otra vida. Y si por alguna razón le mencionas algo, la más mínima cosa, sobre nuestro trato o tu verdadero ser, te castigaré como nunca he castigado a nadie. Y ni siquiera la peor de las mazmorras infernales será comparación para lo que haré contigo. ¿Estás de acuerdo?

Lee ni siquiera necesitó pensarlo.

-¡Sí! ¡Muchísimas gracias, Kami-sama!- agradeció con su sonrisa más brillante.

¡No podía creerlo! ¡Kami-sama le estaba dando la oportunidad de salvar a su Gaara! ¡De verlo una vez más! ¡De amarlo de nueva cuenta!

-Y dime, pequeño, ¿no piensas preguntarme qué sucederá si no consigues tu cometido?

-¡No es necesario! ¡Sé que triunfaré!

El Kami soltó una risita divertida:- Si fallas tanto tú como él serán condenados al Infierno. Actualmente estás destinado a ir al Cielo, y tal vez incluso reencarnes en un nuevo cuerpo. ¿Arriesgarás tu futuro por él?

Lee agachó el rostro. Pero no lo estaba considerando. Su decisión estaba más que tomada.

-Amo a Gaara- dijo de forma firme y llevándose una mano al pecho-. No importa lo que pase conmigo si puedo salvarlo a él.

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Continuará.


Bueno, eso es todo. Espero que les haya gustado!