Bien, tal y como prometí, este capi no ha terdado demasiado. Espero que el próximo tampoco ¡y aquí viene la acción! ¡Empiezan a conocerse chicas (y chicos)!

Espero que lo disfrutéis, gracias por los reviews y espero que os siga gustando.


Bésame, ¡bésame ya!

8. Arabella Figg

El alba llegó tan rápido que a Harry le pareció que no había dormido nada. Se despertó descansado y con los gorgoteos de un gorrión que cantaba fuera de su ventana. Estirándose en su cama, miró el techo. Por primera vez en semanas, se sentía con fuerzas para abarcar un nuevo día. Y sentía, como hacía mucho que no sentía, que ese día iba a ser muco mejor que los anteriores.

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Había decidido empezar por asear lo mejor posible la casa. Mientras él estuviera allí, la casa no estaría llena de polvo. No estaría tan limpia como cuando la cuidaba Petunia Dursley, pero estaría presentable por lo menos. Harry inspiró hondo y resolvió comenzar por limpiar el exterior, que en comparación, era más pequeño que el interior de la casa. Después prefirió desayunar antes de abordar su tarea.

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El día era francamente bonito, había pensado nada más salir por la puerta de la cocina. Hacía sol, pero no era demasiado caluroso ya que una fresca corriente de aire templaba el ambiente. Harry se animó. Iba a hacer de ese día, un día productivo y agradable, se dijo mirando al cielo azulado.

—¡Harry, querido!

Se volteó. La que había hablado era su vecina la Sra. Figg, la cual, como había descubierto hacía poco, era una squib. Harry sonrió y la saludó con la mano, mientras ella atravesaba la cerca que había entre las dos casas y llegaba hasta él.

—Hola, Sra. Figg, ¿cómo se encuentra? ¿Bien sus gatos?

La mujer sonrió con aprecio.

—Mis gatos están tan bien como pueden estar y yo me siento fuerte como un roble —aseguró la anciana elevando un puño—. ¿Pero a ti que tal te va? Minerva me ha comentado que querías buscar casa, ¿no es cierto?

Harry asintió. Parecía que las noticias volaban… –en las patas de las lechuzas-.

—Estoy en ello, Sra. Figg, pe-…

—¡Pero no me llames Sra. Figg! ¡Me haces sentir mayor! Llámame Arabella —replicó la mujer, a la vez que tomaba a Harry del brazo y lo comenzaba a conducir hacia su propia casa—. ¿Te parece si preparo un té mientras me lo cuentas?

Harry no pudo hacer otra cosa, sino afirmar con la cabeza.

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Ya era de noche cuando Harry volvió finalmente al nº 4 de Privet Drive. Aspiró el aroma de las flores que Arabella Figg tenía plantadas en su jardín cuando lo atravesó. Damas de noche, le había dicho la mujer que se llamaban. Bonitas flores, pensó Harry, justo antes de entrar en la casa. Al final no había limpiado ni recogido el jardín. Vernon Dursley le habría dado un buen sermón y, seguramente, le habría castigado sin cenar. Por suerte, no estaba allí y Harry se pudo preparar la cena sin que ningún energúmeno se lo impidiera. Harry sonrió al pensar en la imagen que habría dado el tío Vernon, si se lo hubiera dicho a la cara unos años antes.

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Antes de acostarse Harry concluiría en que ese había sido un buen día.