Dulce y Violento


Epílogo:

Eternidad


La palabra que nos describe perfectamente.
Porque estaremos juntos por toda la eternidad.
Porque te amaré hasta el fin de los tiempos.
Porque mi corazón es tuyo y el tuyo es mío.
Porque te amo y nada podrá cambiar eso.


Abrí los ojos con deliberada lentitud, era de noche, la escasa luz lunar que se colaba por la ventana me lo confirmó. Una ventana que no era la de mi habitación en Phoenix o en Forks, pero que tampoco era el sótano de aquél lugar donde luché contra mi agresor; no, era la ventana en una habitación donde me había quedado antes, estaba en casa de mis ángeles guardianes. Y no estaba sola.

Sentados sobre el sofá de cuero negro estaban Emmett, con Rosalie en su regazo, Jasper y Alice, todos mantenían sus ojos cerrados, como si durmieran. En unas sillas cercanas estaban Carlisle y Esme, tomados de la mano y con sus cabezas juntas, hablando.

Y a mi lado, sosteniendo mi mano, se encontraba el ser más perfecto y hermoso del mundo; el chico de mis sueños, Edward.

Volví a cerrar los ojos, intentando recordar todo lo vivido aquel día. Podía verme en el coche, conduciendo a una velocidad desenfrenada mientras intentaba escapar de una Rosalie invisible. Hubiera sido sencillo para ella seguirme y obligarme a hablar de todo, pero no lo hizo; aunque mi mente preocupada me hizo creerlo. Luego estaba ese coche estacionado a un lado de la carretera, un coche que yo conocía muy bien.

Mi corazón dio un vuelco al verlo –desde metros atrás- poner el auto en marcha y dejarlo de modo que me bloqueara el paso, si giraba iba a matarme, tuve que frenar de golpe, quedando a escasos centímetros de la reluciente pintura de su nuevo coche. Su sonrisa se ensanchó al tiempo que se bajaban él y otro tipo y se dirigían a mí. Metí la reversa, pero el coche no arrancó.

Entre los dos me sacaron a jalones del auto, metiéndome en el de mi padrastro con extremada violencia. Aunque mientras yo lloriqueaba en el asiento trasero del vehículo, Phil aparcó mi auto. Esto no puede pasarme, pensaba mientras lo veía sentarse frente al volante y girar la llave, no de nuevo. No ahora que todo estaba bien, no cuando pensaba ser feliz...¿por qué? No pude evitar sollozar de coraje, ambos me miraron divertidos; Phil por el espejo retrovisor, y su amigo a mi lado, sujetando mis manos con cinta.

Aquel sótano me resultaba familiar, como olvidarlo, era la casa abandonada a la que iba de pequeña con algunos amigos. Solíamos retarnos para ver quien era valiente y quien no, pero nunca había podido llegar hasta abajo por miedo...un miedo mucho menos aterrador que el que estaba experimentando mientras ambos sujetos me miraban de forma severa.

Y entre insultos y malos tratos, me vi envuelta en un baño de sangre. Mi cuerpo dolía y mi fuero interno no dejaba de gritarme que ese era le fin de todo, que iba a morir pronto. Pero sabía que iba a morir peleando, que mi alma iba a ser libre para alcanzar el descanso al lado de mis padres, que todo iba a estar bien. Las cuerdas iban a romperse, y mis alas volverían a estar libres, para que pudiera volar a un lugar mucho mejor.

Me dolía todo y me era imposible respirar, mis ojos se cerraban, pero era libre. Los ojos fijos de Phil me contemplaban con odio, a pesar de estar muerto, seguía fastidiando mis últimos minutos en la tierra. Si que era un desgraciado, no me iba a dejar morir tranquila...

La puerta se abrió, trayendo un rayo de luz con él. Siete personas cruzaron la puerta y pronto me vi entre los brazos de Edward, incapaz de decir nada que no fuera cuanto le amo y lo mucho que sentía todo. Luego Carlisle dijo que no podía hacer nada por mí, y yo lo sabía, todo iba a acabar. Rosalie insistía en que todo estaba bien, pero no era verdad. Tenía varios huesos rotos y había perdido mucha sangre, la navaja había atravesado mi hombro, y los golpes no me mantenían en buen estado. Sentía la sangre empapar mi espalda, aunque ellos no eran capaces de ver el charco que comenzaba a formarse.

En el momento que Edward se inclinó para presionar sus labios fríos contra mi cuello, mis ojos se cerraron. Estaba sumida en una inconciencia no tan profunda, pero si lo suficiente para aturdirme. Estaba en un pozo sin fondo del cual no podía escapar, y sabía que pronto todo iba a terminar.

Pero no fue así.

Una pequeña quemazón comenzó a extenderse por mi cuello, intensificándose a cada segundo hasta apoderar mi cuerpo entre sus llamas. Juraría haberme quejado, quizás grité al principio, no podía escuchar ni sentir nada más. Pero pronto me sentí tranquila, como si eso fuera lo que tanto había esperado; el dolor seguía ahí, pero no era nada comparado al que había experimentado tanto tiempo. ¿Qué era ese infierno temporal comparado con el que había vivido tres años de mi adolescencia? Nada.

Unos dedos suaves acariciaron mi mejilla, obligándome a abrir los ojos de nuevo, sus ojos dorados resplandecieron de alegría al verme despierta. Sonreí, sincera y alegre, optimista ante el cambio. Quizás aún no me viera en un espejo, pero me sentía distinta, y seguramente ahora estaba a su altura.

-Bella, amor.- susurró dulcemente y escuché a todos moverse delicadamente en sus lugares. -¿Cómo te sientes?-

-Estoy bien, ¿no les he dado muchos problemas?- pregunté mientras me incorporaba en la cama. Los miré a todos, y ellos me sonrieron.

-No, cielo.- respondió Esme. –No te haz quejado.-

-Bella, debemos hablar sobre esto.- dijo Carlisle sentándose en la cama, cerca de Edward y de mí. Los demás también se acercaron. –Estos tres días a habido cambios en ti, porque...-

-¿Tres días?-pregunté incrédula. -¿He estado inconsciente tres días?- ¡vaya! Juraría que el proceso había sido más rápido, creo que he visto muchas películas de vampiros.

-Eso es lo normal.- susurró de nuevo el doctor Cullen. –Bella, hay algo que tu debes saber. Nosotros somos...-

-Vampiros, ya lo sé.- dije encogiéndome de hombros. –Ahora yo también lo soy, si lo que les preocupaba era como decírmelo no es necesario, estoy enterada de esto desde hace algún tiempo y no veo el problema...-me miraron como si de repente me hubiera crecido otra cabeza.

-¿Hace cuanto que lo sabes?- preguntó Rosalie visiblemente sorprendida.

-Los chicos quileute me lo contaron por mi seguridad el día que fui a la Push.-

-Pero, eso fue hace meses.- repuso Alice en tono alarmado. -¿No te asustaste, nunca pensaste...?-

-No estaba asustada, ¿por qué habría de estarlo?- pregunté molesta.

-A demás de lo obvio...-murmuró con el ceño fruncido y una mirada de reproche Edward.

-Bueno, he vivido mucho tiempo asustada de la gente humana...-comencé y pronto todos agacharon la mirada. -¿qué podría asustarme de las criaturas...mitológicas? Sin ofender...- se quedaron en silencio. –Si los buenos de la película eran seres despiadados y confiaba en muchos de ellos, ¿por qué no habría de confiar en los "monstruos" de la historia, especialmente cuando se habían portado conmigo mejor que el resto?-

-Oh, Bella- los brazos de Esme me rodearon en un abrazo sobre protector. Aunque ahora era cálido, ya no podía sentir ese frío contacto de siempre. -¿Por qué no nos lo dijiste?- preguntó preocupada.

-Porque estaba asustada.- respondí aferrándome a su abrazo con desesperación. –Pero ahora todo ha terminado...-

Estuvimos hablando sobre mi nueva vida, o no vida, durante horas. Me explicaron mucho sobre los vampiros, sus reglas y dietas, dijeron que nos mudaríamos pronto, algún lugar en Alaska. Hablaron de pasar un tiempo con el Clan de Denali, unos amigo suyos con la misma dieta. Intentaron hablarme de sus poderes, pero cuando les dije todo lo que sabía no pudieron menos que sonreír complacidos.

Cuando todos se fueron solo quedamos Edward y yo, acostados sobre la cama y con las manos entrelazadas. Todo parecía estar bien, aunque todavía me ponía nerviosa su cercanía.

-¿Qué piensas?- preguntó tras unos minutos de silencio.

-Tu eres el vampiro que lee mentes, ¿por qué no me lo dices?- me reí ante su cara de pocos amigos. –Pensaba en lo...extraño...que es esto.-

-¿Qué ahora seas una criatura inexistente?- me preguntó entre risas. Fruncí el ceño, molesta.

-No, el que pueda estar contigo.- su expresión se suavizó notablemente. –Te amo, ¿lo sabes, verdad?- besó mi frente y mis mejillas.

-Lo sé.- susurró sobre mis labios. –Ahora tu eres mi vida, Bella.- sus labios atraparon los míos en un beso dulce, el primero desde mi renacimiento. El primero de nuestras nuevas vidas.

Y el tiempo comenzó a pasar volando, cuando no se tiene una noción precisa –o importancia en el reloj- las horas se pasan con total libertad. Y el primer año como un miembro de la familia Cullen se fue, trayendo nuevas dudas a mi mente. Aún me faltaba mucho camino por recorrer, pero mis tiempos como neófita sedienta de sangre había sido los dos primeros meses. El desagrado por la sangre humana seguía presente, por lo que controlar mis instintos no fue tan difícil, aunque mi entrenador fue perfecto en su trabajo.

Edward se mantuvo a mi lado todo el tiempo, él fue quien me enseñó a cazar. Me habló de su vida humana –lo poco que recordaba-, por qué Carlisle lo convirtió y los años después de adquirir su nueva vida. Todos me contaron sus historias, aunque ya conocía las de las chicas de forma superficial, ahora pude escuchar los detalles.

Encontré en cada uno la familia que siempre quise, y en Rosalie una fiel confidente, porque ella entendía por lo que había pasado desde la muerte de mamá.

No puedo evitar sonreír bobamente mientras veo la brillante sortija en mi dedo. ¿No lo había mencionado antes? Edward y yo nos casaremos en unos meses. Alice está planeando la boda y Rosalie será mi madrina. Es increíble, aún no lo puedo creer.

El modo en que mi vida pasó de ser un infierno a ser la experiencia más maravillosa, no deja de sorprenderme. Pensé que mi llegada a Forks solo sería un paso más en mi vida, una vida de total oscuridad y dolor; pero no fue así. Desde el momento que abrí los ojos para toparme a esos siete ángeles mirándome con ese color dorado tan cálido, todo cambió.

Los Cullen son las personas más amables que tuve la suerte de conocer. Y jamás podré arrepentirme de haber venido a este pueblo carente de emoción y de calor. Porque aunque en Phoenix siempre brilla el sol, no lo hacía para mí.

Mi revelación ante mi padrastro me dio la fuerza suficiente para levantar la cara ante mi nueva familia. Y he aprendido que todavía hay gente en la que se puede confiar ciegamente, como mi prometido, mis hermanos, mis hermanas y mis padres... Sé que ellos están ahí para mí cuando los necesito, y que todo irá bien.

Controlaré mis instintos perfectamente, y mis ojos serán tan dorados como los suyos. No volveré a agachar la mirada con miedo ni pondré la otra mejilla cuando me golpeen, no permitiré que nadie me humille o dañen a alguien que me importe. La Bella cobarde desapareció cuando la sacaron a jalones de su coche en la carretera. La Bella decidida, la fuerte, la verdadera, es la que se atrevió a pelear contra dos hombres y acabó con la vida del que destruyó la suya.

-Bella.- escuché la aterciopelada voz de Edward llamarme. –¿Te encuentras bien? Pareces algo...ausente.- preguntó a centímetros de mis labios.

-Solo imaginaba todo lo que nos falta por vivir.- respondí con una sonrisa sincera.

-Toda una eternidad, amor.- sus labios y los míos se juntaron en un suave beso. Un beso lleno de amor. Un amor que iba a durar para siempre. Por toda la eternidad...Porque mi vida estuvo llena de dolor, pero a final de cuentas, acabó feliz.

Dulce y Violento, así fue todo para mí.

Dulce porque pude conocer al ser más perfecto del universo, y una familia que nunca tuve. Violento, por el hombre que me arrebató todo por años.

Pero si no hubiera sido por Phil y su deseo de mudarnos a Forks, yo aún sería presa de ese lado Violento, y jamás hubiera conocido lo Dulce. La vida tiene dos lados, uno que gusta y otro que no.

Dulce y Violento.

Así fue el final de mi vida humana; pero de ahora en adelante, todo será cálido, lleno de vida, color y amor. Porque tengo todo lo que necesito, todo lo que realmente importa, y nadie lo va a cambiar nunca... Tengo mi "felices por siempre". Y este si es eterno.