Nota: Me ha resultado un poco triste escribir este capítulo. El siguiente será sobre Kurt y luego volveré a Jean de nuevo, haciendo una nueva ronda. Creo que escribiré tres partes de la historia para cada personaje. Al menos, ese es el plan. Iba a terminar el capítulo 4 de "El proceso de congelación…" antes, pero me he atascado de lo lindo.

Por cierto, ¿hay alguna razón por la que un montón de gente se haya saltado el capítulo 2? ¿Hay alguna clase de problema o es sólo que no les gustaba Scott?


Liber scriptum proferetur,

in quo totum continetur,

unde mundus judicetur.


Me gusta la Teoría del Caos.

Encuentro reconfortante la idea de que el movimiento o acción de algo minúsculo pueda trastocar las condiciones del resto de las cosas. Me gusta esa impredecibilidad.

Si eso es posible, nada es seguro o concreto; hay esperanzas de que podamos cambiar las cosas. La invariabilidad no existe, ni tampoco ningún libro donde se relaten todos los hechos por venir.

Conozco a quienes creen a pies juntillas que el futuro está calculado y no puede cambiarse. Incluso Eri lo creía.

Alguna vez dejaré de sentir esta mezcla de resquemor y añoranza al acordarme de él.

Al fin y al cabo, no estuvimos juntos tanto tiempo ¿y qué me dio? Bueno, aparte de dos hijos, una visión diferente del Sueño, contactos por todo el mundo, dinero para aburrirme, mis mejores noches de sexo, una nueva vocación, tres nuevas plantas y la posibilidad de tener una doble vida.

Una doble vida que adoro y que me ayuda a descargar la tensión.

Oh, cállate.

No creo que "descargar la tensión" sea estar en los Altos del Golán, vigilando l presencia de posibles terroristas mientras mis compañeros de la Patrulla, sobre todo Jean, se dejan la vida para borrarle la mente a media humanidad que desea exterminarnos.

No pienses en ello. Tú sólo estate aquí y observa las pautas energéticas a tu alrededor. Cualquier pequeño cambio.

También por eso me gusta la Teoría del Caos. Te puede salvar la vida.

Pero si esa teoría fuera cierta, todo este sacrificio sería inútil. La creación del nuevo Cerebro y el plan para modificar la mente de aquellos que nos buscan son consecuencia del aviso de Eri; de la visión que él tenía del futuro.

Una visión procedente de un libro escrito por un pobre chico precognitivo hace 700 años.

Ríete de "Terminador". ¡Ríete de Destino! Incluso ella estaba dentro del Plan. El Plan que nos asegurará el futuro.

Hasta ahora sólo ha asegurado dolor. Dolor y muerte.

El mismo dolor y la misma cantidad de muerte que flota en esta tierra, derramándose por las esquinas, escapándose a través del aliento de sus habitantes.

Sagrada Israel, tierra de Dios.

Con independencia de mi religión, no creo que ningún dios supuestamente bondadoso y protector desee que se mate en su nombre y en su tierra.

— Una perspectiva espeluznante, ¿verdad?

A punto estoy de desnucarme cuando giro la cabeza para mirar a Sabra. Jamás hubiera supuesto que tuviera mis mismas ideas.

— Esas montañas, con asesinos escondidos en sus angosturas, dispuestos a volarnos la cabeza.

Asiento, un poco para terminar la conversación. Estoy tan acostumbrada a trabajar con telépatas que a veces olvido que la mayoría de la gente no lo es. No todos piensan igual que yo. Y, por supuesto, no lo hace Sabra; por mucho que haya cambiado últimamente.

Sigue llevando la chapa con la estrella de David pegada a su pecho, como una especie de escudo. Aunque ya no trabaje para el Mossad, ni para el Gobierno israelí, no significa que se sienta menos judía o menos patriota. Ahora trabaja para "su gente". Desgraciadamente, el Mossad no lo ve así. Creen que ella les traicionó, cuando fue al revés. Sabra hubiera muerto por ellos, convencida de que actuaba con la razón en una mano y el permiso de Dios en la otra; pero cuando vio que se consideraban preventivamente a bebés como terroristas, según su poder mutante; cuando vio que verdaderos doctores Frankestein (por no decir Mengele) trabajaban para ellos, eligiendo niños mutantes para "entrenarlos" o simplemente para "experimentar" con ellos; cuando vio las fosas comunes de aquellos que no habían sobrevivido a las "pruebas científicas"; entonces, decidió que ya no podía estar en su mismo bando.

Eso no significa que se uniera a los palestinos. Oh, no, tú no te unes a la gente que pone bombas en tus ciudades, amenaza de muerte a tu pueblo y te escupe a la cara. Hay un gran margen entre estar desengañada y ser una traidora. Curiosamente, los fanáticos no suelen verlo, así que Sabra se convirtió en una paria.

— Esto está muy tranquilo comento. Por lo usual, me gusta el silencio. Pero hoy no.

Sospechosamente tranquilo.

— Puedes sacar a Sabra del Mossad… - murmuró.

Ella parece haberme escuchado y se relaja, dejando caer sus hombros apenas un centímetro. Sigue espiando el horizonte, aunque esta vez su actitud sea menos beligerante. Se me ocurre, de repente y sin que venga a cuento, que tiene cierto aire a Tessa.

El viento continúa soplando entre las montañas.

— ¿Y…? –comienzo. Ella parpadea, como si volviera de lejos, y me mira-. ¿Y qué vas a hacer cuando esta misión termine?

— Oh… Pues… Neal Shaara me invitó a pasar unos días en su ciudad.

— ¿El joven Shaara, el que lanza rayos de plasma?

— Sí, el mismo. –Hay un leve cambio en el brillo ocular de Sabra. O tal vez sea mi imaginación-. He pensado en aceptar su oferta. Me vendrá bien desconectar antes de volver a proteger este lugar.

Echa un vistazo a su espalda y yo la imito. Tras el muro donde nos apostamos se apiñan un centenar de chabolas, en diferentes fases de preparación a la "provisionalidad" que suele durar décadas. Los abandonados; los parias de los parias viven aquí. Mutantes de ambos bandos que han huido para no ser, o bien utilizados por sus poderes, o bien asesinados a causa de los mismos. ¿Y no es irónico que palestinos e israelíes tengan algo en común? Ésta es la nueva gente de Sabra. Es a ellos a quienes protege de cualquier abuso. Y ellos, en contrapartida, la adoran.

— ¿No temes dejarlos a merced del ejército israelí? – pregunto.

Sabra no esconde su expresión de contrariedad.

— Temo más a Hezbolá.

— ¿Por qué los israelíes no se atreverían a atacar un asentamiento civil?

— Porque no están tan necesitados –replica ella, apretando los dientes-. Si alguien requiere la ayuda de mutantes con poderes destructivos, esos son los terroristas. Israel ya los tiene. –Sabra hace crujir su mandíbula-. Además, el ejército israelí está más preocupado por neutralizar milicianos que por capturar a unos mutantes renegados.

— ¿Ya estás intentando sacar de quicio a la pobre Sabra? – pregunta de repente una voz femenina a nuestra espalda.

Yo me giro para obsequiar a la recién llegada con mi mejor expresión seria de ceja arqueada.

— Gatasombra – saluda Sabra.

Kitty, perdón, Katherine sonríe de oreja a oreja, obviando nuestro malestar. Hay un brillo especial en sus ojos. De hecho, toda ella parece irradiar una cálida luz interior.

El embarazo le sienta bien.

— Tú, Ororo, deberías dejar de criticar tanto a los israelíes, que se te nota el plumero pro-palestino –me echa en cara, señalándome con el dedo índice-. Y tú, ex agente bat-seraph, deberías dejar de ser tan… tan… sabra.

— ¿Eso era un chiste? – pregunta Sabra, poniendo cara de incredulidad-. Porque si lo era, deja que te diga que tu sentido del humor es pésimo.

— ¡Ey! –exclama Kitten, perdón, Katherine-. A Peter le encanta mi sentido del humor.

— Oh, apuesto a que sí – señala Sabra, mordaz-. ¿Eso te lo dice antes o después de acostarse contigo?

Gatasombra deja caer su mandíbula, aparentando impresión.

— No te metas con la niña –le replico-. Al fin y al cabo, dentro de no mucho ya no podrá disfrutar de esos placeres maritales.

— Veremos entonces qué dice Coloso de su sentido del humor – añade Sabra.

— ¿Sabéis que sois de lo más cruel? –nos acusa Ki—Katherine-. Debo solamente a mi infinita paciencia el poder soportar lo insoportable.

Yo me río a carcajadas.

— ¿Paciencia? –repito, incrédula-. Kitty, tú nunca has poseído ni una pizca de paciencia.

Katherine – me corrige ella, puntillosa.

— Oh, sí, Katherine. Lo siento, Katherine Pryde-Rasputina, señora.

Ella deja de sonreír un momento, dejando entrever una seria expresión.

— Es mi nombre, Ororo.

Esto es importante para ella.

— Lo sé –concedo-. Me costará un poco acostumbrarme, eso es todo.

— Si te cuesta hacerte a su nombre, ¿cómo vas a superar el que sea madre? – me pincha Sabra.

— Había pensado en Prozac.

— Si te sirve de ayuda –interviene Katherine-, puedo llamar al bebé así.

— ¿Y arrebatarte el privilegio de traumatizarlo con un nombre horrible? Creo que no – me niego.

— ¿Habéis pensado ya en alguno? – quiere saber Sabra.

— Todavía no hemos discutido el asunto. Además, si me lo preguntaran ahora, optaría por "gracias a Dios que las nauseas han terminado".

— Un nombre un poco largo – opino.

— Seguro que existe una variante en hebreo, más corta –dice Sabra apenas sonriendo. Luego vuelve a su seriedad acostumbrada-. Es bueno que tu embarazo vaya sin complicaciones y que lo único de lo que debas preocuparte sea del nombre. Nuestro pueblo necesita noticias esperanzadoras.

— ¿Te refieres a los mutantes o a los judíos? – inquiere Katherine.

— Ambos.

— Esperemos que el día de hoy traiga también buenas nuevas – dice Gatasombra.

— Yo sólo espero que todo salga bien – murmuro.

— Seguro que sí, ya lo verás – me anima Katherine.

Me doy la vuelta para que no vea mi expresión de dolor. Hay tanta esperanza en su voz, tanta inocencia, tanta juventud. A pesar de todo por lo que ha pasado, sigue siendo una niña. Si algo sale mal…

— No deberías estar aquí –digo, intentando reprimir la amargura en mi voz-. Este lugar es peligroso.

Puedo escuchar el bufido de Katherine.

— Este lugar es tan bueno como cualquier otro. Soy mutante. Embarazada, además. Si me pillan, estaré igual de muerta aquí que en Helsinki.

— Pero aquí hay más posibilidades de que te capturen –explico, obcecada-. El ejército israelí puede aparecer en cualquier momento.

— ¿Cuántas veces tengo que decir que el Gobierno israelí tiene cosas más importantes de las que preocuparse que de un grupo de mutantes renegados? –salta Sabra-. Somos el último de sus problemas.

Qué curioso, que aún tenga tanta fe en su Gobierno.

— Lo que tú dig—

Un relámpago de energía pura enciende el cielo. Pero sólo yo puedo verlo.

— ¿Qué ocurre? – pregunta Sabra poniéndose en guardia.

— Creo que los telépatas ya han comenzado.

Oleadas de luz se extienden sobre mí como una aurora boreal. Tienen un aspecto extrañamente reconfortante y hacen cosquillear mis dedos.

Por un momento, me siento volar sin despegar los pies del suelo.

Casi puedo escuchar el trino de los pájaros. No, un momento. El ruido va cambiando de timbre, hasta convertirse en un chirrido.

Como el de un carro de combate.

Muchos carros de combate.

— Sabra, alguien viene.

Ella no me contesta.

— ¡Sabra!

Me doy la vuelta, al tiempo que vuelvo a mi visión normal. La mujer se encuentra mirando más allá del muro, hacia las montañas. Su expresión está desencajada.

Una sombra oscura, como una oruga gigante, avanza a los pies de las montañas, levantando una densa nube de polvo. Cojo los catalejos y miro a través de ellos. Es un ejército acercándose a nosotros.

Son israelíes.

— Debemos dar aviso –hablo. Sabra no dice nada.- ¡Kitty, ordena la evacuación!

Ella no discute por el nombre; asiente y corre hacia las chabolas. Un estruendo y un temblor en el muro le hacen perder momentáneamente el equilibrio, pero logra recuperarse y sigue alejándose.

Yo me doy la vuelta. Un nuevo estruendo y temblor.

— ¡Nos están disparando! – grita Sabra como si no pudiera creerlo.

Voy a replicar, cuando veo el estallido proveniente de varios puntos de la masa oscura que es el ejército atacante.

Todos los impactos dan de lleno en la pared bajo nuestros pies.

Trato de volar.

No puedo. Mis poderes no responden.

Caigo de espaldas contra los escombros, golpeándome en la cabeza.

Diosa, no permitas que pierda el conoci—