Capítulo 15: 'The Hardest Part'
Desperté con unos enormes dedos trazando el perfil de mi cara y unos cálidos brazos que me rodeaban. No abrí los ojos consciente que quizás, si lo hacía, aquel contacto concluiría. La yema de los dedos no era suave, más bien eran manos toscas y mal cuidadas. Sin embargo, me tocaban con tal delicadeza, que no importaban al tacto cómo fueran. Trazaban mi perfil apenas rozándome, como si mi cuerpo se asemejara al cristal o a la porcelana. Lo hacía con mucho cuidado, con mucho cálculo pero haciéndome sentir apreciada.
Me acomodé, moviéndome lentamente y aparentando seguir dormida. Con la punta de los pies rocé algo mullido y peludo. Era una frazada gruesa.
Soporté las ganas de sonreír cuando ladeé mi cabeza y su esencia a pinos me llegó a la nariz. Había llegado a la conclusión después de vestirme con la ropa de él que ese era mi aroma preferido. Incluso me parecía entrañable el olor de grasa de motor, aunque fuera extraño. Cedí a la tentación de acercarme más, y luego de pocos segundos estaba con mi nariz hundida en su pecho. No pude dejar de notar que además de pino, olía a tierra y algo más… En mi imaginación se dibujó las hojas de un árbol húmedas; un pino bajo la lluvia.
Presumí que la hipotermia me había dañado la cabeza, porque estaba empezando a divagar. Moví los dedos de los pies comprobando que podía sentir mi cuerpo. Era capaz de sentir la frazada envolviéndome, el calor del cuerpo de Jacob, sus dedos deslizándose por mi mentón y sus labios en mi cabeza.
-Podría demandarte por abusar de una mujer indefensa –dije con voz ronca. Abrí los ojos lentamente, y me costó enfocar la mirada. Tuve que parpadear varias veces para distinguir las vigas del techo de la casa de los Black, la pintura de un paisaje marino hecha por la difunta madre de Jacob y el rostro del mismo.
Lucía cansado; leves sombras que asemejaban a ojeras danzaban bajo sus ojos. También aprecié que tenía pequeñas ramas perdiéndose en su sucio cabello, dándole una apariencia más desaliñada de lo que podría haberme imaginado en él. Parecía que hacía semanas que no había pegado ojo ni se había quedado quieto por más de tres segundos.
-Dudo seriamente que te tomes la molestia de demandarme –respondió con voz apagada, aunque un brillo se prendió en sus pupilas. Me sonrió-, aunque no puedo negar que tienes todo el derecho de hacerlo si eso deseas…
-¿Acaso has ensayado tus líneas de caballero para actuar así? –le pregunté entrecerrando los ojos. Él simplemente me observó, casi avergonzado.
Moví la cabeza despejándome algunos cabellos del rostro sin apartar la mirada de él y pensé que se veía muchísimo mayor de lo que aparentaba. O tal vez se debía a que ya no constaba de su burbujeante personalidad y por primera vez lo veía tan callado y serio. Por primera vez su forma de actuar calzaba con su apariencia física de un joven ya maduro. Su mentón era rígido, como casi todas las facciones de su cara. Tenía un semblante endurecido.
Me dijo algo pobre y nos quedamos en silencio. Escuché un débil crepitar desde la chimenea y desvié la mirada al fuego encendido en ella. Me pregunté si le había causado muchos problemas al señor Black, encargándose de mi bienestar. El pobre se había quedado a solas cuidándome, luego que Seth se fuera a reunir con los demás y no había nadie para ayudarlo. Me sentí terriblemente culpable por preocuparlo; en su estado de salud no era recomendable que se agitara tanto: mantenía el fuego encendido y me había traído una manta, vigilándome por si mi pequeño cuadro de hipotermia se dificultaba.
No obstante, tampoco pude dejar de pensar en que no era mi culpa del todo. Dudaba seriamente que me hubiera gustado permanecer tanto rato de pie bajo la lluvia. Sí, lo había hecho y fue un acto irresponsable de mi parte, ya que le había causado molestias al señor Black y a los de la manada, pero nada de esto hubiera pasado si Jacob no fuera tan… impulsivo.
Volví a posar mi mirada en él, y a pesar del cansancio, la incomodidad y vergüenza tiñendo su rostro, no pude dejar de notar que estaba… tranquilo. No se mostraba arrepentido, simplemente triste y apenado. Me pregunté por qué se sentía así, si no denotaba ni una pizca de ganas de disculparse por las consecuencias de sus actos. ¿Y qué más daba? ¿No se daba cuenta de todo lo que nos hizo pasar? ¿Acaso de verdad creía que lo que acababa de hacer estaba bien?
-¿Qué hora es? –inquirí observando a través de la ventaba que las nubes grises dejaban entrever un azul con pintas anacaradas y rojas.
-Las seis de la tarde –contuvo un bufido que se transformó en un sonoro suspiro mientras dejaba de acariciar mi pelo-. Del miércoles. No han pasado más que algunas horas desde… que…
-Iré a cambiarme de ropa –anuncié haciendo una mueca cuando en realidad quería sonreír con amargura. El hecho que ni siquiera se atisbara algún inicio de disculpa en sus vacilantes palabras me enojaba-. Ya es tarde y mi familia debe de estar preocupada.
Doblé los brazos para apoyarme en los codos y así levantarme. Cuando Jacob sintió que me disponía a moverme, me soltó con reticencia. Su mirada era confusa, no podía descifrar qué había en ellos, pero la carencia de arrepentimiento en ellos me hizo enfurecer aún más si era posible. No me había sentido así de molesta desde que Jessica y Lauren confabulaban en contra de Bella para robarle la popularidad que tanto querían, sin embargo, ella ignoraba y no le interesaba en lo más mínimo. Aunque esta vez, el enojo contenido estaba mezclado con una gran porción de decepción.
Me senté casi con violencia lo más rápido que pude. Al instante me sentí aturdida por la poderosa oleada de aroma a pinos y lluvia, y entre parpadeos me encontré con el rostro de Jacob a escasos centímetros del mío.
La verdad no podía asegurar cuánto tiempo estuve así; sentada enfrente de él y con nuestras narices rozando. Las ganas de besarlo me era irresistibles, y el imaginar la sensación de sentir su pelo enredado y húmedo entre mis dedos, lo era aún más. ¡Idiota!, me reprendí antes de cometer una estupidez. No era el momento para siquiera fantasear con ese tipo de demostraciones de cariño siendo que Jacob parecía no dar muestras de disculparse por habernos preocupado de aquella manera y ciertamente creía que la mejor forma de sobrellevar los problemas era escaparse a otro país.
Acoplando todo mi temple, aumenté la distancia que nos separaba y aproveché que rompía todo contacto de sus brazos con mi cuerpo para apoyarse en el suelo, para levantarme. Alisé el dobladillo de la camisa y tiré de la prenda para evitar que se me subiera.
Caminé reprimiendo los escalofríos que me recorrían desde el cuello para extenderse por todo mi cuerpo. Sentía muchísimo frío, casi como si me encontrara caminando en la nieve desnuda. Debía admitir que extrañaba el calor del cuerpo de Jacob.
-¿No me vas a dar un sermón? –preguntó abruptamente. Había duda y extrañeza en su voz-. ¿Por qué no me retas? ¿Por qué no dices nada al respecto?
La punta de mi pie rozaba el borde de la raída alfombra que se extendía en el pequeño recibidor de la casa cuando me detuve. Claramente se había estado conteniendo antes de decir aquello, porque el atisbo de ansiedad era inconfundible. Giré lentamente, tratando de controlar mi reacción. Mi lado de hermana mayor afloraba en mí.
-No soy tu madre para reprenderte o castigarte, Jacob. Ya estás suficientemente crecido como para dimensionar todo lo referente a tus acciones –dije pensando en lo increíble que podía llegar a ser. Ni mis hermanos serían capaces de preguntar algo así-. Empieza a comportarte como tal.
-Oh –en esta oportunidad dejó escapar un bufido y se llevó una mano a la nuca para rascarse-. De verdad estás molesta.
-¿Acaso también tienes el poder de la adivinación? –me mordí la lengua para no gritar y saltarle encima para pegarle. No me importaba que no pudiera hacerle daño por su cuerpo de hombre lobo. Con tal de darle su merecido, lo haría sin chistar-. Y en cuanto al sermón, créeme que recibirás uno larguísimo. Más enorme que las leyendas de Taha Aki y la vida de Jesucristo fusionadas.
Sin esperar la respuesta que me daría ante lo dicho, me giré para buscar al señor Black, y además de agradecerle y disculparme por todas los percances que le debía de haber hecho pasar, quería pedirle mi ropa.
Mientras doblaba la esquina para dirigirme al corto pasillo donde se encontraban los dormitorios, después de comprobar que en la cocina no se hallaba, pude ver por el rabillo del ojo que Jacob me miraba descaradamente mi cuerpo. No pude evitar sonrojarme, a pesar que para mis interiores juraba que me vengaría por su falta de concentración en una situación así. ¿Acaso tenía cabeza para fijarse en algo más que en su reverenda inmadurez?
El señor Black salía de la habitación del fondo justo cuando iba pasando junto a la primera puerta del pasillo. Alegre por verme despierta y al parecer sana, me dijo que Emily había venido un par de horas antes para cuidarme y aprovechó para lavar y secar mi ropa. Señaló una puerta diciendo que era el baño y allí se encontraban mis prendas limpias.
Le agradecí rápidamente, acordándome que solamente vestía una camisa. Entré al baño sin más, pensando en que ya buscaría un momento propicio para hablar con él.
Encontré mi ropa doblada encima de un pequeño cesto de la esquina. Me cambié con premura, tratando de no distraerme ni siquiera cuando me miré al espejo antes de colocarme mi blusa y darme cuenta que no había usado ropa interior. Maldito, pensé en los ojos fijos de Jacob recorriéndome entera cuando le daba la espalda mientras me apresuraba a colocarme los calcetines. La cerámica del baño estaba congelando mis pies y por los indicios de mi nariz roja, debería estar alerta de no agarrar algo más que un fuerte resfriado.
Tenía que llamar a casa. Había desaparecido sin avisar y seguramente mi madre debía de estar al borde de un ataque de nervios. Mis padres nunca se habían esmerado en recordarme a la hora que debía llegar o algunas otras reglas casi implícitas, ya que sin que nadie me enseñara les pedía permiso, les informaba adónde iba y cuando era recién una adolescente que iba a fiestas siempre les decía que me fueran a buscar temprano. La perspectiva de pensar que por primera vez me exigirían una gran explicación y un reto monumental, no se me hacía imposible. Más que mal técnicamente aún vivía en su casa y a sus expensas.
Salí ordenando mis pensamientos. Primero que nada, tenía que decirle lo irresponsable de su decisión. Ya lo había hecho antes, entonces eso quería decir que no le veía defectos aparentes a su manera de evadir los conflictos; lo que era no tenía edad para darse a la fuga así nada más. También debía retarlo por su actitud. A pesar que creyera que lo que había hecho no tenía nada de malo, era inaceptable que no pidiera disculpas. Suponía que no le era difícil darse cuenta que había movilizado a toda la manada y su padre estaba sumamente preocupado, aunque quisiera mostrarse tranquilo. Al menos por mera cortesía tenía que hablar con todos, excusándose por habernos asustado de tal manera. Y había más por decirle, pero esas eran las primordiales hasta el momento. Tenía que enfocarme en ellas antes de proseguir con lo demás.
Cuando abrí la puerta del baño escuché que unos murmullos provenientes de la cocina se apagaban. Me pregunté qué hablaba Jacob y su padre, y si se trataba de mí para que se hubieran callado. En todo caso, casi era ridículo imaginar que le hubiera pedido disculpas. Si a Jacob se le pasaba algo por la cabeza no cambiaría de idea hasta demostrarle de la mejor manera que estaba equivocado.
-¿Ya has preparado tu sermón? –preguntó con sorna mientras salía de la cocina y cerraba la puerta tras de sí.
Suspiré lentamente, buscando aquella paciencia de la que todos me hacían poseedora magistral pero que por alguna razón se me hacía que sería difícil de manifestar ahora.
Después de asentir lo seguí al sillón. Los muebles habían vuelto a su lugar; la mesa de centro estaba frente a la chimenea, donde yo había dormido hacía poco. Me fijé en que tanto como la alfombra y el sillón estaban secos. Seth me había traído empapada y ciertamente había arruinado la tapicería, pero lucía perfectamente normal. Seguramente Jacob habría secado la alfombra con sólo sentarse encima para estar a mi lado. No podía ser de otra manera ya que de lo contrario, al usar métodos convencionales para esperar que la temperatura ambiente hiciera lo suyo, o con un secador de cabello, aún estarían mojados.
-Creí que harías temblar a mis antepasados y al profeta de tu religión con el sermón, Ang –dijo aún hablando con burla. Pero no sonreía.
-Roma no se hizo en siete días –murmuré frunciendo el ceño. ¿Por qué estaba tan condenadamente sereno?-. Además, Jesús no fue sólo un profeta. Es considerado Hijo de Dios en todas las religiones variantes del cristianismo.
A pesar de estar molesta con su actitud y su inmadurez, no pude evitar sonreír un poco. Tan sólo un poco al ver que nuevamente su mirada se esclarecía y parecía que aquella barrera que tapaba sus ojos desde la noche en que le dije que se alejara de mí, se destruía.
-¿Ya habías huido antes, no? –un incómodo silencio se interpuso entre nosotros. No me sorprendía, ya que debía de serle extraño que estuviera al tanto de eso-. ¿Acaso no sacaste alguna lección de aquella vez?
-Bueno, varias –dijo después de lo que pareció una eternidad. Hizo una mueca, pensativo-. Creo que la más valiosa es que debería aprender a no dejar mi rastro. Leah tiene demasiado buen olfato para mi gusto.
-¿Oh, entonces me dirás que llamas lección a eso? –inspiré y exhalé con lentitud, incrédula. Jacob era alguien que no se tomaba muy en serio la vida. De hecho, bromeaba la mitad del tiempo y la otra sólo mentía por diversión. Por eso me había costado en parte creer que las leyendas de su tribu eran reales-. Por favor, compórtate seriamente por una vez en la vida –más que una petición, fue una exigencia.
Parpadeó un par de veces, analizando mi expresión antes de abrir la boca. Sentí algo revolotear en mi pecho con violencia al darme cuenta que no cedería.
-Lo que me pides es prácticamente absurdo –dejó escapar una corta carcajada que me sacó de quicio definitivamente-. ¿Qué te pasa, Ang? –inquirió inclinándose un poco, luciendo confundido por el rojo que debía teñir mis orejas, que las sentía arder.
-¿Sabes lo que me pasa? –me puse de pie, enfurecida. Esa había sido la gota que había colmado el vaso-. No entiendo por qué me preocupo por un imbécil como tú, Jacob. ¡Eso me ocurre! –mi garganta me dolió. Había gritado pocas veces en mi vida, así que asumí que era la poca costumbre de forzar la voz-. Quizás me equivoque al pensar que eras… alguien digno de admirar y de conocer. Me parece inaudito que actúes como un idiota, así que la pregunta es qué cojones te ocurre a ti.
Seguía tan tranquilo como antes: con la mandíbula tensa y una posición que denotaba rigidez. ¡Y más encima podía ver dolor en sus ojos!
¿Qué rayos le pasa? Llegaba como si nada, teniendo ninguna consideración con siquiera disculparse por haberme hecho pasar horas de angustia y preocupación. Ni siquiera se muestra lo suficientemente apenado sino que ese atisbo de vergüenza que divisé en su rostro había sido reemplazado por burla y sorpresa, como si le pareciera anormal mi reacción. ¿Qué había pasado con el chico que me hablaba de su madre? ¿Dónde había quedado ese joven que filosofaba sobre religiones y creencias místicas? ¿El que aprovechaba de mofarse de mí para después abrazarme y decirme que todo había sido una broma?
El hombre que estaba ante mí se veía como Jacob, pero no era él. O al menos, no era mi Jacob. El que en mi corazón se disculpaba por todo, me reconfortaba y me pedía explicaciones sobre lo ocurrido.
-La gente normalmente sabe que desaparecer en un ataque de locura puede traer consecuencias devastadoras: padre con ataque de nervios mal cubierto, manada histérica, y personas preocupadas hasta la uña de los meñiques del pie –las palabras salían solas, casi no las procesaba. Estaba tan enojada por su actitud irreverente y desconsiderada, que no me importaba en lo más mínimo abofetearlo con frases cargadas de moralismo y sentimiento-. Primero, es estúpido huir de esa manera. Es infantil, incluso más que infantil... –tomé aire-. ¡Patético! ¿Ante la primera desilusión corres a Canadá? –me miraba fijamente sin decir nada-. ¡Oh, claro! Para la próxima te recomiendo que nades a España, así ni el olfato de Leah te traerá de vuelta –no sé si se debía a mis ojos hinchados por todas las sesiones de llanto de las horas previas o la rabia contenida, que la mirada se me hizo borrosa a causa de las lágrimas-. ¿No tienes idea de cuán preocupados estábamos? Sólo Dios y tu padre saben cómo me sentí cuando él me dijo que te habías ido –su expresión era indescifrable. Cegada en rabia me acerqué un poco-. ¡Lo mínimo que podrías hacer es disculparte y dejar esa actitud de estúpido! Al menos por cortesía, aunque no te interese cómo me sentía… nos sentimos por tu desaparición.
El segundero del reloj, repicando cada vez que avanzaba, me hizo comprender que ya había dejado de despotricar. Tuve la sensación de oír mi voz por muchísimo rato, lo que me distrajo un poco hasta que me di cuenta que mi boca estaba cerrada y uno de mis dedos se presionaba contra los ojos, evitando llorar. Por primera vez comprendía el significado de perder el control.
Los ecos de algunas palabras que había pronunciado me llegaban a la cabeza como si otra persona en un tiempo lejano las hubiera dicho. Muchas me parecían exageradas pero no me arrepentía para nada. Había llegado al límite de soportar tanta estupidez y debía, al menos, dar a conocer mi punto de vista.
Los ojos de Jacob eran iguales a los del lobo que me perseguía en el bosque con expresión de sufrimiento. Ya no sabía si eso me enojaba más, pero no pude evitar sostenerle la mirada. Si no lograba que cambiara su actitud, entonces tendría que conformarme con hacerlo bajar los ojos. Jacob se portaba peor que un niño. Mi madre siempre usaba la misma técnica con los gemelos: un pequeño sermón informativo antes de triturarlos con su mirada severa. Ése era el peor castigo para ellos, ya que no soportaban que ella tuviera la razón. Bueno, o quizás tan peor como quedarse sin televisión en su cuarto por cuatro días.
Para mi asombro, a los pocos segundos bajó la mirada en una acción que me recordó a los perros cuando se les reta y se acuestan miedosos. Jacob no se acostó ni tenía miedo, pero… Algo irradiaba su cuerpo que me parecía extraño, y no me refería a su elevada temperatura. Era una especie de… sentimiento fuerte o algo. Y creía firmemente que debía estar relacionado con la vergüenza con la que me miraba cuando había despertado y con sus gestos, tan calculadores y tensos.
Sí, ciertamente algo le pasaba. Ya me había sorprendido su actitud, pero… Pero no actuaba con normalidad, incluso siendo un patán desconsiderado como lo había estado siendo. De hecho, ni siquiera se había tomado la molestia de burlarse por alguna frase de mi verborrea ni de contestarme. Él siempre se defendía; era fácil de incitar a que contestara. En cambio, en ese instante se encontraba sentado justo delante de mí, cabizbajo y con los brazos cruzados. Su posición era tan poco imponente, tan débil… tan anti-Jacob.
-Querías que te dijera todo esto –afirmé de repente. La idea había cruzado fugazmente en mi mente, y casi parecía una locura; pero se trataba de Jacob, y el límite entre lo cuerdo y lo absurdo parecía haberse trastocado a una ubicación que aún no conocía con certeza. Los músculos de su cuello se tensaron y vi su manzana de adán moverse al mismo tiempo que tragaba saliva-. ¡Dios mío, Jacob! –exclamé nuevamente enfureciéndome, pero esta vez por su raro plan-. ¿Cuál es tu problema? ¿Tienes alguna neurona fundida o simplemente eres masoquista?... ¡Eres un imbécil!
-¿Te has dado cuenta que ya me has tachado de imbécil dos veces en un día? –preguntó burlón, pero su rostro era solemne-. Vas a batir todo un récord, santurrona.
-¿Acaso disfrutas que me altere retándote de esa manera cuando…? –gemí, apretando los puños. Él enarcó las cejas, mirándome con interés-. Nunca he creído en la violencia, pero tengo tantas ganas de golpearte en la cara ahora mismo… -murmuré entre dientes.
-De hecho, ya deberías haberme matado a golpes –dijo nuevamente serio.
Lo miré, confundida. Si había estado actuando como un patán para que lo retara, debía de tener una explicación. ¿Y a qué se refería con lo último?
Me tranquilicé y me senté a su lado en el mismo lugar que había ocupado antes de levantarme histérica. No pude sacar nada en limpio de su semblante; lo único que pude notar era que volvía a evadir mi mirada, avergonzado. ¿Por qué actuaba así? ¿No se daba cuenta que me dañaba?
-Jacob –dije muchísimo menos acelerada que momentos antes. Acerqué mi mano a la suya y la deposité en el dorso delicadamente-. Ya hemos pasado por mucho en los últimos días… ambos. Cada uno lidiando a su propia manera el descubrimiento de secretos. No sigas complicando más esto… Obviamente te haces daño, y a mí también. ¿Qué me ocultas esta vez?
Dio vuelta la mano para poder entrelazar sus dedos con los míos. Respiró varias veces, preparándose para hablar. Seguramente suponía que no me gustaría oír lo que quería decirme, pero pensé que ya nada podía sacarme de lugar o aterrarme como la revelación de su licantropía.
-Sé que tengo un serio problema con el control de mis impulsos –explicó con lentitud. Su pulgar empezó a moverse, haciéndome suaves cosquillas-, pero… -abrió la boca varias veces, pensando una y otra vez qué palabras usar-. Fue terrible. Nunca esperé que te lo tomarías así… Digo, no podía esperar que lo aceptaras de inmediato. Hubiera sido imposible que esa misma noche me dijeras que estaba bien, que no irías a la universidad y casi sería un final feliz –me miró, analizando la expresión de mi rostro-. Pero ver tus ojos, ver el pánico en tus ojos fue más de lo que esperaba… Me di asco por asustarte así.
Me explicó que se odió por haberme contaminado con su secreto. Sentía que todo el terror que vio en mi mirada aquella noche le fue suficiente para creer que me había arruinado toda la maravillosa visión mística y espiritual del mundo, así como también mis últimas horas en Forks. Pero las palabras determinantes que habían causado una cadena de pensamientos inconexos, que lo llevaron a decidir estrepitosamente que se iría, fue cuando le dije que quería irme a mi casa luego que él volviera a su forma humana en el bosque. Para él eso significaba que no quería verlo y que no deseaba que se me acercara por todo lo que quedaba de vida.
-A pesar que Sam me dijo que habías venido a buscarme, no lo creía. ¿Cómo iba a creerles cuando había visto tu mirada esa noche? Me tenías miedo, Ang, y… Además, ya estarías camino a Massachusetts. Era imposible.
-Nada de eso justifica que te hayas portado como un idiota, burlándote y sonriendo ante todo, sólo para gritarte –le interrumpí, ansiosa.
-Por mi culpa casi te mueres –soltó casi con ira. Abrí los ojos sorprendida por sus palabras. Esbozó una mueca burlona mientras movía casi imperceptiblemente la cabeza de un lado a otro-. Soy un imbécil.
-Y que lo digas –mascullé quitando mi mano abruptamente de la suya. Y me crucé de brazos.
A veces podía llegar a ser tan estúpido, pensé observando su rostro confundido. Quizás no se esperaba mi reacción, pero, ¿qué otra cosa podría haber temido? Su razonamiento tenía tanto sentido como cuando vi a Lauren juntando firmas para salvar la tala de árboles en octavo grado, cabiendo aclarar que era para llamar la atención de un chico ecologista muy guapo de nuestro año. Es decir: nulo. ¡No meditaba bien antes de actuar!
-Dudo que alguien a mediados del siglo XXI se muera de una gripe –dije alzando una ceja. Él parpadeó, sin saber qué responder-. Además, como estaba sola y abandonada en el bosque, me iba a morir… en serio. No tenía ni a Seth, ni a tu padre ni todo un grupo de licántropos vigilándome. ¡Pobre de mí que agonizaría en la soledad de La Push! –un tenue rubor tiñó sus mejillas y las puntas de las orejas. Jamás lo había visto tan avergonzado-. El problema de raíz es que te escapaste y punto. Lo demás son meros detalles de la historia ensalzados con tu nueva faceta masoquista y autocompasiva.
-Oh, no –musitó abriendo la boca, impactado por algún descubrimiento que acababa de hacer-. ¿En qué me he convertido?
Me hubiera gustado saber en qué pensaba exactamente. No cabía duda que se había dado cuenta que había empezado con el pie izquierdo su plan de masoquismo, pero había algo más. Parecía estar recordando algo, porque estuvo ensimismado un buen rato antes de mirarme y decirme, con la voz más dulce que podría haberle oído:
-Lo siento –suspiró, como si hubiera estado conteniendo el aire hacía un par de minutos.
-¿Tú crees que con eso basta?
-Te han educado a perdonar al prójimo, Ang. No debes profesar mal tu religión –sonrió débilmente sabiendo que eso no serviría para que olvidara su gilipollez.
-Los humanos disculpamos, sólo Dios perdona –le corregí hastiada, y él amplió su sonrisa. Parecía estar contento por haber logrado que cambiara el tono serio de la conversación a uno más distendido-. Mira, no seguiré tan enojada si me respondes todas mis dudas.
Se rió antes de preguntarme desde cuándo creía en el equilibrio del mundo y le dije que desde siempre.
-Creí que esa filosofía de vida era budista. ¿Atentas contra los anglicanos?
-Sigue hablando, Jacob, y entenderás qué significa la frase cliché "dar la espalda sin mirar hacia atrás".
-Una buena pregunta sería en qué mundo esa frase es cliché.
-Si no me dices, me dirigiré a Seth y estoy segura que él estará encantado de contarme todo lo referente a la licantropía –le advertí medio en broma.
Sin embargo, él pareció tomársela en serio porque su sonrisa cayó y asintió solemnemente.
-¿Qué sentiste cuando viste que Seth me cargaba en sus brazos?
-¿Esa es tu mayor inquietud de todas? –inquirió con voz ahogada. Me alcé de hombros, argumentando que era una de las tantas con más prioridad-. Bueno, además de sentirme como el peor gusano existente en el planeta… estuve un poco celoso.
Me incliné, dejando que mi boca se acercara más a su cara que el resto de mi cuerpo al suyo.
-¿Un poco, eh?
-Vale, bastante –admitió en voz baja-. ¿Por qué crees que regresé inmediatamente después de ver eso? –no pude evitar reír, satisfecha-. Y contestando tu dulce mensaje, déjame decirte que haré todo lo que esté a mi alcance para evitar que en cualquier futuro uses a Seth como estufa personal… Ese rol es mío –alzó la barbilla sin una pizca de vergüenza.
-Es lindo ver que te consideras como un artefacto que proporciona calor. Tu autoestima me sorprende –se relajó con mi comentario y se acomodó en el sillón, estirando las piernas. Me tranquilicé, haciendo más pausada mi respiración. Era el momento de ser un poco más seria-. Ya que mencionaste mi mensaje, me gustaría saber lo de… su telepatía.
-Dispara, comisario –pidió, asintiendo.
-¿Cómo funciona? ¿Y qué limitaciones tiene?
No le fue difícil explicarme. Las palabras venían con naturalidad a su boca y las hilaba como si se hubiera esperado con antelación mi pregunta. Sonreía cada vez que mencionaba las complicaciones que tenía el hecho que siete personas tuvieran acceso a todo lo que pensaras mencionando que no existía la privacidad en cuanto se apoyaba en cuatro patas, con piernas peludas y una cola colgando en su parte trasera. Y cuando me contestó que siendo humano sus pensamientos sólo estaban en su cabeza y en la de nadie más, confirmó mis sospechas. Acostumbrarse a una realidad así era complicado, pero adaptarse al hecho que siete personas supieran hasta tus más recónditos deseos, debía de ser intimidante. No se me ocurría de qué manera alguien podría vivir así, por lo que se me hizo lógico que, al ser humanos, estuvieran más relajados que cuando estaban en su forma lobuna.
-Además, lo de la telepatía es para facilitar la organización de la manada –atajó, sonando más como un estratega militar que como un chico de diecisiete años-. Creo que todos hubiéramos considerado el suicidio si supiéramos qué piensan los demás las veinticuatro horas del día.
-Qué optimista –torcí los ojos. Las exageraciones como esas no me gustaban para nada. ¿Tenía que ser tan dramático?-. Pero deben haber ciertas… características que estén todo el día, ¿no? Siempre tienes una temperatura elevada, eres más alto de lo normal… ¿Qué más?
-Desarrollamos algo de lobo en nuestra fase humana: buen olfato, excelentes oídos… -enumeró, pensativo. Me nombró otros mientras asentía. Era lógico que tuvieran secuelas de su licantropía en la vida cotidiana, si no sería toda una magia que sus dos facetas estuvieran separadas. Algo que había aprendido de la vida, era que nada está ajeno al resto. Todo está interconectado-. Oh, y un cuerpo resistente –añadió golpeándose el brazo flexionado y mostrándome sus músculos-. ¿Quieres tocarlos?
-Muero por hacerlo –dije sonrojándome, y él se rió. Tosí, reponiéndome de su pequeña broma-. ¿Eso quiere decir que no te resfrías? ¿Y no te salen moretones? –movió la cabeza afirmativamente-. ¡No gastarás nunca en un hospital ni en remedios!
Sonrió, diciéndome que no era totalmente cierto. Mientras me tomaba la mano me explicaba que en algún futuro debería dejar de transformarse en lobo para vivir como humano a tiempo completo. Ellos eran guerreros, y cuando se aseguraban que la tribu ya no corría peligro no había razón para que ellos tuvieran que usar la herencia de sus ancestros. De esa forma, a los pocos días le costaría volver a convertirse en lobo y dentro de meses ya le sería imposible. En aquel momento sería como todos: se enfermaría, podría morir de un golpe o un balazo, envejecería, etc. Todas las características de los guerreros eran temporales, no eternas.
También le pedí que me dijera lo de la herencia de sangre. Quil y Embry me habían dicho que tenían una especie de jefe, el lobo alfa: Sam. Y que él era beta. Le pregunté si acaso su padre o su abuelo lo habían sido y cómo se eligió desde un principio. ¿Al ser descendientes directos de Taha Aki se obtenía el mando o por medio de una disputa?
-La primera –respondió, suspirando-. Taha Aki tuvo varios hijos pero el primogénito es el que tenía en su sangre la facultad de traspasar el mando de los guerreros.
-¿Y se puede abdicar el cargo?
-Sí. En ese caso, se relega la posición de alfa al que sigue en la línea de sucesión.
-Suena como si hablarás de la familia real o algo así.
-Somos una sociedad jerarquizada, ¿qué esperabas? –pasó una de sus manos por mis hombros y me abrazó, contento.
Perdí la cuenta de cuántas preguntas le hice. Cada duda me la resolvía hasta que me quedara clara: cómo se sentía transformarse en lobo, de qué manera sobrellevó el descubrimiento de esto, si había más mujeres como Leah que pudieran ser lobos, cómo evitaba que las personas no pertenecientes a la tribu no se dieran cuenta y qué explicaciones daba en la escuela cuando se ausentaba por días para recuperar el sueño perdido en las rondas, qué tipo de sensaciones sentía como lobo.
-¿Y ves en blanco y negro? Se ha demostrado que los perros no ven a color, y como los perros y lobos son de la misma familia…
-Nunca me habían hecho esa pregunta –sus ojos chispeaban, alegres. Parecía tan feliz de abrirse, de mostrarme todo lo referente a su mundo. Ya no estaba ese muro separándonos, esa mirada tensa que me decía que había temas tabúes-. Sí, veo en blanco y negro. Pero como los demás sentidos los tengo más desarrollados, la vista se me hace casi innecesaria…
Seguimos conversando hasta que mi mirada se paseó por la casa y encontré la luz encendida de la habitación. Ninguno de los dos se había levantado a hacerlo, por lo que asumí que el señor Black lo hizo sin interrumpirnos. Aquella era una señal inequívoca que era tarde. Y lo comprobé cuando las nubes grises que se esparcían sobre el cielo dejaban entrever un manto oscuro detrás de ellas.
Me acerqué más a Jacob, casi aferrándome a él. Ya era tarde y debía irme o por lo menos llamar a casa. Mis padres iban a matarme, de eso no había duda. No obstante, deseaba quedarme allí abrazada a él y maravillándome con su exuberante vida. No podía creer que me estaba haciendo parte de ella al decirme con lujo de detalles cada mínimo aspecto del extraño poder entregado a su pueblo. Atrás había quedado ese chiquillo inmaduro que me sacaba de quicio por actuar como un idiota, ese inmaduro que me preocupó por su huída. Tenía la sensación que habíamos dado vuelta la página; el lienzo lo retiramos del atril y lo reemplazamos por una hoja en blanco, lista para ser pintada con nuevas historias, sentimientos, impresiones.
Casi como si los hubiera invocado, mi teléfono celular empezó a emitir una suave melodía. Observé mi bolso, encima de la mesa de esquina, vibrar por el móvil y una luz rectangular brillaba intermitentemente a través de la tela verde casi blanquecina.
-Tengo que contestarles –dije levantándome muy a mi pesar, y alcancé el bolso-. Iré fuera porque tengo poca señal aquí… -murmuré observando la inscripción "Casa" en la pantalla del aparato.
Salí de la casa con la mirada fija de Jacob quemándome la espalda. Hacía frío, pero ya no llovía. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando cerré la puerta tras de mí y maldije el clima de esta zona. En momentos como aquellos me preguntaba por qué no habría nacido en Los Ángeles o en Texas.
-¡Angela Salomé Weber! –la voz enojada de mi padre se dejó oír, anunciándole que si él gritaba, entonces estaba perdida. Se apoyó en la baranda del porche mientras cerraba los ojos pensando cómo controlar la situación-. ¿Qué clase de mujer decente eres?
-Me da gusto oírte, papá –dije con apenas con un hilo de voz.
-¡Nada que te da gusto! –replicó, furioso-. ¿Dónde estás? ¡Hemos estado de muerte aquí sin saber de ti! Creímos que habías ido a realizar alguna diligencia pero no volviste a casa para despedirte y llevarte al aeropuerto… ¿Estás bien? ¿No te ha pasado nada? ¿Qué ocurrió? ¿Por qué no nos avisaste nada? ¿Y por qué…?
-Estoy bien, no te preocupes por ello –le interrumpí casi imposibilitada de seguir escuchando sus exigencias. Hablaba demasiado rápido para seguirlo-. Hubo una pequeña emergencia y tuve que venir, papá. No podía avisar, no había tiempo.
-¿Cómo no va a haber tiempo? –exclamó-. ¡Nunca te hemos criado para que seas una desconsiderada con nosotros! Lo quieras o no, somos tus padres y aún vives bajo nuestro techo, dependes económicamente de nosotros y sigues siendo mi niña –me advirtió bruscamente sin darme espacio para responder-. ¿Dónde estás?
-En La Push –dije conteniendo un bufido. Comprendía que estuviera así, no era para menos-. Y no tienes que decirme todo eso, lo sé. No tengo ocho años, papá. Sé que fue descortés y una irresponsabilidad de mi parte no informarles dónde estaba y qué había pasado, pero hay situaciones que se escapan de los protocolos –expliqué lo mejor posible. Si conseguía que él se tranquilizara, entonces mamá también lo haría y podría ahorrarme una pelea en casa. Aproveché un silencio prolongado al otro lado de la línea para continuar-. Créeme que si no se hubiera tratado de una emergencia, ahora mismo estaría en un avión hacia Massachusetts.
Escuché un chirrido y volteé la cabeza para encontrarme con Jacob saliendo de la casa. No traía más que su inmunda y sudada camisa delgada, lo que me hizo envidiar su tolerancia al frío. Parecía haber oído la conversación desde el principio porque murmuró algo sobre que mi padre tenía razón. ¿Desde cuándo se preocupaba por lo que pensaran los demás, sobre todo mi familia?
Su mirada se posó en mis ojos al mismo tiempo que mi padre me preguntaba un poco más calmado qué tipo de emergencia era.
-¿Recuerdas esa conversación que tuvimos un par de noches atrás? Cuando me dijiste que a veces, para decidir, debíamos proyectarnos en el futuro… -esa pequeña charla resultó ser más importante de lo que podría haber creído. Podría haber sido uno de los tantos sermones o monólogos filosóficos de él pero justo llegó en el momento indicado, como si las manos de Dios hubieran intervenido para que sus sabias palabras me llegaran para ayudar a discernir con claridad-. Lo hice –dije, luego que él respondiera que sí-, pensé en cómo sería mi futuro al renunciar a algunas cosas… a ciertas personas. Y me di cuenta qué era lo más difícil y el futuro más desdichado que podría obtener. ¿Sabes a qué conclusión llegué? Que ambos calzan, son el mismo futuro –Jacob me miraba fijamente con el ceño levemente fruncido-. Tenía que solucionar esto lo más rápido. Tenía que hacer las cosas bien… Tal como tú, cuando no dudas en ayudar a los que te necesitan aunque te llamen a medianoche para asistir a la iglesia para atender alguna urgencia. Y no vuelves a casa hasta que te encargas que esa persona esté bien. Cuando convences a un drogadicto que debe ir a un centro de rehabilitación, cuando animas a un alcohólico a ir a reuniones para solucionar su adicción, las veces que encuentras hogar a una mujer que fue desalojada de su propia casa por su marido… Tú te encargas de hacer las cosas bien, de encargarte de tus emergencias.
-Ay, Ang… -suspiró, abatido. Mi corazón comenzó a latir con más lentitud-. Me cuesta creer que ya eres toda una mujer –comentó con nostalgia. Sonreí, y le dije que aún seguiría siendo su niña-. Sí, pero… no es lo mismo –escuché en el fondo los gritos de mi madre, exigiendo que me pusieran al altavoz para escuchar-. De todas formas no creas que al llegar aquí no te interrogaremos.
-Es su deber de padres.
-Claro… Oh, cariño, espera a que cuelgue para contarte –dijo a mi madre-. Llega pronto a casa. Si no estás aquí dentro de una hora, llamaré al oficial Swan –asentí, prometiéndole que estaría allí a la hora acordada-. En todo caso, llamé a la aerolínea y me informaron de tu cambio de vuelo. Ya llamé al encargado de los dormitorios de la universidad para arreglar tu llegada –luego de repetirme que debía llegar antes de una hora y que me cuidara, nos despedimos.
Un suave pitido al cortar la llamada y luego el silencio fue lo único que pude escuchar mientras observaba a Jacob. De una manera u otra tendría que decirle mis planes, y aunque a ambos nos doliera, tenía que entender que eso me haría feliz. Mientras bajaba el aparato para guardarlo en el bolsillo trasero de mis vaqueros di dos pasos hacia él.
Tenía tanto que decirle que no sabía por dónde partir. Finalmente opté por ir al grano, ya que me quedaba poco tiempo antes de regresar a Forks.
-Mi padre me preguntó cuando aún no sabía si ir a Massachusetts qué parte más difícil sería de mi decisión. Qué sería lo más complicado de dejar atrás de mi presente y si valía la pena perderlo por un futuro hipotético en Utah –di otro paso más y alargué mi mano para posarla en su mejilla. Él entrecerró los ojos, tratando de no mostrar emoción alguna-. Su consejo iba dirigido a mi futuro estudiantil, al futuro laboral… Pero sus palabras tuvieron otro efecto en mí: pensé en ti –respiré hondamente antes de continuar. Una suave brisa me golpeó la espalda y me moví, incómoda, pero no reclamé por el frío. Toda mi concentración estaba puesta en Jacob y en lo que quería decirle-. Me planteé un futuro habiendo estudiado en ambos lugares, y en los dos era infeliz. Incluso si estudiaba en Cambridge o en cualquier institución del planeta… Si tú no estabas en ese futuro, entonces nada tenía real significado en mi vida.
Podría ser una artista brillante, graduada con honores de la Escuela de Artes de Massachusetts. Con varios obras vendidas, exhibiciones pendientes y muchos dueños de galerías llamándome para exponer mis pinturas en sus locales. O también podría ser una fracasada que terminaría trabajando en algo totalmente distinto a lo que estudió. Y en ninguno era feliz. No porque no tuviera el dinero suficiente para vivir o porque me estresara que todos me pidieran exhibir mis obras, sino que me encontraba sola. Y si en aquellas imágenes agregaba alguna pareja, un marido, incluso varios niños, aún seguían siendo incompletas. Alguien especial faltaba… alguien que me había enseñado a valorar los pequeños detalles y a conocerme mejor a mí misma.
-Faltabas tú –acaricié su pómulo y luego bajé mi mano a su cuello para dejarla en su hombro-. La parte más difícil de mi decisión era dejarte atrás, era no hacerte partícipe de mi proyecto de vida… Y aunque hubiera sido fácil irme, olvidarme de todo lo referente a tu vida, no lo era. A la larga, se hubiera transformado en un fantasma que me perseguiría, diciéndome que valdría más la pena haber luchado por entender tu mundo, tus leyendas, tus miedos y tu vida, que vivir un plan casi de película –volví a dar otro paso, esta vez con la intención de que nuestros cuerpos quedaran pegados. Alcé la cabeza, y él la bajó para poder contemplarme-. Porque estoy segura que aunque luzca complicado ahora, podemos hacer esto funcionar… Estar contigo es como respirar, es natural.
Nuestros labios se encontraron sin necesidad de mover la cabeza temerosamente ni de encontrar un ángulo perfecto para que su boca se posara sobre la mía. No había otra manera de de expresar, de cerrar lo que le había dicho. Tenía que demostrarle que no iba a dejarlo y que no iba a ser nuevamente la que le rompiera el corazón. ¿Cómo podría hacerlo? Jacob era una persona primordial en mi vida. Sin él, perdía sentido.
El único beso, sin contar el que me dio mientras me hacía la dormida horas antes, había sido más lento, aunque cargado de sentimientos. En cambio, éste… Por primera vez me di cuenta realmente qué significa la expresión "fuegos artificiales a tu alrededor". Lo sentía tan perfecto: lo correcto. Nuestras bocas se movían en perfecta sincronización, nuestras respiraciones al unísono y nuestros corazones latían como uno solo. Desde el principio debería haber sido así. Desde hacía mucho debería haberme acercado a él y dejarlo entrar en mi vida como yo en la suya. De esto, de este sentimiento tan correcto como excitante me habría perdido en el caso de haber decidido no terminar con Ben o de irme de Forks negándome el deseo que me invadía horas atrás por escuchar su voz.
Después de separarnos nos observamos sin decir nada. Ambos sentíamos lo mismo y las palabras hubieran sido inútiles para describir lo que vi en sus ojos.
Nos sentamos en la pequeña escalinata del porche. Su enorme brazo me proporcionaba calor, aunque temía que los besos esparcidos de vez en cuando en mi coronilla eran los que me hacían sentir sofocada.
-¿Qué significa imprimación? –inquirí de repente.
Un chispazo se encendió en mi cabeza y rememoré las miradas extrañas que se lanzaron Quil y Embry cuando se lo pregunté. La voz de Emily diciéndome que eso le correspondía a Jacob contármelo me despertó nuevamente la curiosidad.
Su mano me tomó con un poco más de fuerza la cintura e hizo una mueca, pensativo. Fue extraño sentir que no podía llegar a ninguna sospecha porque la palabra en sí no me decía nada. Se parecía a "impresora" o "imprenta", pero ciertamente dudaba que se relacionara con ello. A menos que tuviera una metáfora muy rebuscada.
-Significa que estaré a tu lado sin importar lo que pase –dijo tocándome la frente y arregló algunos mechones rebeldes de mi cabello desastroso.
-¿En las buenas y en las malas?
-En las terribles también –asintió, abrazándome con más fuerza.
Delante de nosotros se extendía el hermoso paisaje nocturno del bosque de La Push. Los milenarios árboles se esparcían por todo el lugar, enseñando sus troncos mohosos y repletos de malezas hasta en las puntas más altas de su morfología. Los grillos cantaban y un búho se escuchó ulular a la lejanía. Tuve la impresión que todas las criaturas del bosque nos espiaban, y me pregunté si algún lobo también andaría rondando a las cercanías.
Suspiré cansinamente, diciéndome que ya era hora de partir a casa. Le había prometido a mi padre estar a las ocho en punto y no podía fallarle. No más.
-Con que tu vuelo es mañana y no puedo acompañar a tus padres a dejarte al aeropuerto porque me ordenas asistir a clases… –dijo luego de entrar a despedirme y agradecerle al señor Black por toda su ayuda. Le expliqué a Jacob que ya había faltado a sus primeros días y no podía seguir perdiendo clases-. Creía que Sam era el alfa de la manada.
-¿Acaso no toleras que te dé órdenes, Black? –le pregunté, desafiante.
-No me quejo… es algo nuevo –se alzó de hombros. Íbamos llegando a mi coche cuando me hizo girar y me tomó por las caderas-. ¿Cómo esperas que me concentre en los logaritmos y en las aventuras de Ulises cuando tú estés en un avión?
Retrocedí un poco hasta que choqué con la puerta de mi coche. Me recliné, alejándome un poco de él. No pude evitar reírme por sus pucheros. La combinación de cuerpo de hombre maduro y ojos de cordero degollado: era ridículamente graciosa e irresistible.
-Tal como lo haré yo en la universidad, Jacob. Tendremos que aprender a concentrarnos.
Dejé caer mi bolso y pasé mis manos por sus hombros. Me puse de puntillas y él parpadeó, extasiado por verme en una faceta un poco más atrevida. Normalmente él tomaba la iniciativa y yo lo seguía… Había que empezar a cambiar eso, en especial porque pasaría unos buenos días sin verlo.
-Además, podrías tomar el pasatiempo de correr algunos fines de semana –murmuré en su oído. La idea parecía una locura, pero en nuestra situación no era tan descabellada. Pareció entusiasmarse, porque una traviesa sonrisa se dibujó en el rostro-. ¿Cuánto crees que un lobo se demore en recorrer todo el país hasta Massachusetts?
La respuesta no la necesité, y tampoco creí haber sido capaz de escucharla. Estaba demasiado ocupada disfrutando de sus labios estampados en los míos.
FIN
N/A: Como detalle técnico del capítulo, creo que es importante aclarar que elegí Salomé como segundo nombre de Angela, porque significa paz, pacificadora y perfección. Su personaje es muy dulce y observador, lo que me parece apropiado para que tenga ese nombre. Angela siempre busca la paz, el equilibrio.
También cabe aclarar que no hice mención de Bella ni los Cullen porque sería demasiado para sólo un día. Con la respuesta de la imprimación, se nota que Jacob sabe que no puede lanzarle tantas bombas a Angela de la nada. Todo a su debido tiempo… Además, este capítulo debía terminar con los dos comiendo perdices felices.
En fin, ha llegado la hora de despedirme y de finalizar este maravilloso fic.
Sin ustedes no podría haberlo continuado. Como varias ideas que se me pasan en la cabeza, sólo la escribí y gracias a todo el apoyo quise dar lo mejor de mí. El cariño que recibí en sus reviews me impulsó a pulir y desarrollar la historia. Me he enamorado de Ang, de Jake, de los hombres lobo; aunque todo esto sea producto de una historia alternativa porque ya sabemos cómo termina la saga.
Para las que querían que continuara el fic, les digo que en mi serie de viñetas, "Órbita", algunas son secuelas de éste o puntos de vista de Jacob o momentos perdidos. Todavía me queda algo que contar sobre este fic en particular, pero son escenas aisladas que serían extrañamente conectadas en algún hilo conductor común y corriente. Así que las invito a darse una vuelta, porque además de haber viñetas relacionadas con lo sucedido en "The Hardest Part", hay otras historias paralelas. Aún tengo más ganas de Jake/Angela, para desilusión de las amantes empedernidas del cuarto libro.
Muchas gracias a Sango Hale por oficiar de beta-reader, porque sus consejos me han servido muchísimo y sin su ayuda estaría en las tinieblas de las redundancias y repeticiones. Gracias a Ylaris y RiZiToS por leer los capítulos para darme su opinión, y así enfocar mejor los personajes y la trama. Pero, sobre todos los agradecimientos, el mayor es para todos los lectores que le tomaron cariño al fic y lo siguieron, me dieron sus impresiones y me empujaban a continuarlo. ¡Gracias, gracias, e infinitas gracias!
Un enorme beso y cuídense mucho,
Sirenita.