Rubí, la joya más bella

Epílogo

Abrió sus ojos, despertando de su sueño. Intentó moverse, solo para darse cuenta de que no podía. No entendiendo al principio lo que sucedía, miró hacia abajo. Y no pudo evitar sonreír ligeramente, al encontrarse con una bella y cautivante escena. Simplemente aquella vista era el mejor paisaje que se podía admirar a la hora de despertar.

Alzó su mano, llevándola hasta alcanzar suaves mechones rubios. Los peinó levemente, mientras que sus ojos azules examinaban el rostro durmiente de quien estaba acostado sobre su pecho.

¿Cuánto tiempo había pasado ya? Dos años y tres meses. Sí, más de seiscientos días desde que había conocido a cierto joven de hermosos ojos carmesí. Pero sinceramente, recordaba todo como si hubiera sucedido el día anterior. Y es que los días al lado de Yami se iban volando, no había duda de eso.

Pero de todas formas, las cosas habían cambiado, demasiado a decir verdad. Sí, a pesar de todo, aquellos dos años habían traído sus cambios.

-Buenos días, Seto- Éstas palabras interrumpieron sus pensamientos. Miró al joven. Ojos carmesí lo recibieron, más una leve sonrisa de Yami, que fue interrumpida cuando el joven de ahora diecinueve... no, veinte años bostezó ligeramente.

-Buenos días para ti, querrás decir. ¿Recuerdas qué día es hoy?- preguntó el ojiazul. Yami lo miró con confusión por unos segundos, pero entonces, una enorme sonrisa inundó su rostro.

-¡Es mi cumpleaños!- exclamó con alegría el joven. Sí, Yami cumplía veinte años ese día. Cuando se habían conocido, faltaban exactamente tres meses para que el ojirubí cumpliera los dieciocho. Y ahora, después de dos años y tres meses, por fin los veinte le habían tocado a la puerta. -Veinte años... casi no puedo creerlo- añadió el menor.

El ojiazul solo pudo sonreír ligeramente. Sí, muchas cosas habían cambiado. Aún recordaba bien aquel día en el que escuchó la voz de Yami por primera vez. Que hermoso momento había sido. Pero ahora estaba allí, escuchando a Yami hablar de la forma más natural. No, el joven aún no podía escuchar. Pero un año y medio atrás, había decidido buscar a un especialista en fonoaudiología, quien le había ayudado a utilizar el lenguaje verbal básico sin problemas. Claro, aún seguía ayudándose con el lenguaje de señas, pero al menos mientras estuviera ya fuera con su familia, sus amigos o con Kaiba, Yami casi siempre utilizaba las cuerdas vocales para hablar y no las manos. Además de ésto, había aprendido a leer los labios perfectamente.

Y no, a pesar de que esa mañana ambos habían despertado en la misma cama, Yami aún no vivía en la mansión. Pero ahora, cuando su madre salía de la ciudad por asuntos de trabajo, el ojirubí ya no se quedaba con Yugi y su abuelo, sino con el empresario. En ese momento, por ejemplo, la madre de Yami se había ido el día anterior, y volvería en dos semanas. Claro, que la mujer no se había ido sin celebrar el cumpleaños de su hijo. Lo habían celebrado el día anterior en casa de Yugi.

-¿Vas a trabajar hoy?- de nuevo, sus pensamientos fueron interrumpidos. Alzó una ceja. ¿Trabajar? El día del cumpleaños de Yami?

-¿En tu cumpleaños? Claro que no- fue su respuesta. No, claro que no pensaba ir a su empresa ese día. -Además, ni siquiera te he dado...- agregó, pero se detuvo antes de terminar. Rodó los ojos, no creyendo que estuvo a punto de decirle a Yami acerca de su regalo. Quería que fuera una sorpresa, una gran sorpresa.

Yami lo miró confundido.

-¿Qué?- preguntó. El empresario negó con la cabeza.

-Nada, olvídalo- habló luego. Yami parpadeó un par de veces, pero asintió de todas formas. Luego, sonrió ligeramente, acercándose al rostro del ojiazul y besando sus labios por unos segundos. Cuando se separó, se sentó en la cama.

-Voy a lavarme los dientes, Seto- anunció. El empresario asintió. Yami se levantó, caminando luego hacia la puerta que daba al baño. El castaño lo miró hasta que el menor desapareció tras la puerta.

¿Qué podía decir ahora de Yami? Que lo amaba sin dudas, tal y como el primer día... tal vez hasta más. Aquel joven le había cambiado por completo la vida, y por ello, estaba más que agradecido. Amaba ver una sonrisa en aquel bello rostro, escuchar esa perfecta voz y disfrutar de la risa del joven, la cual ahora dejaba escapar libremente. Solo deseaba darle todo a Yami, cualquier cosa que necesitara, todo lo que quisiera, ya fuera material o emocional.

-Miauu- Rodó los ojos, escuchando el maullido infernal de la bestia que se hacía llamar gato. Miró hacia el suelo, encontrándose al monstruo causante de tal ruido.

Grande ojos celestes lo miraron. Aquella criatura que solía ser una miniatura ahora era enorme.

-Barril obeso- habló el ojiazul. Últimamente, solo de esa manera llamaba al felino. Le parecía gracioso el 'original' sobrenombre, pues cada vez que lo utilizaba Yami se enojaba. Y es que para el ojirubí, Zafiro era como su hijo, literalmente. Así que obviamente, lo consentía de manera sobrenatural. Cada vez que Yami veía al gatito abrir la boca en señal de maullido, el joven corría a atenderlo. Comida cada vez que quisiera, baños de agua caliente, grooming profesional. Y claro, cómo olvidar los accesorios, el felino tenía casi una tienda entera de juguetes, collares, ... por dios, ese gato hasta tenía ocho perfumes diferentes!

Sin embargo, la última vez que el felino había visitado al 'doctor'(Doctor, porque a Yami no le gustaba para nada la palabra veterinario), éste le había dado a su dueño la mala noticia. El enorme y consentido minino, tenía sobrepeso. Kaiba en ese momento, simplemente había intentado esconder las mil y un carcajadas que quería dejar escapar. Yami en cambio, estuvo al borde de las lágrimas.

Y así, había nacido el popular sobrenombre. Y por esa razón, el ojirubí se enojaba cuando el ojiazul utilizaba aquella 'cruel y despiadada'(según Yami) manera de referirse al felino.

-Miauuu- Rodó los ojos, volviendo luego a mirar al gato. Luego, alzó una ceja, al ver como éste se daba la vuelta de manera obstinada, y movía la cola en señal casi de burla. Bestia consentida sin duda alguna. Malcriada y consentida. No podía creer que él había sido quien le regaló aquella mascota a Yami. Solo él era el culpable de que ahora tuviera que competir con un... gato, por la atención del ojirubí.

Notó entonces algo, la vanidad personificada se perdió de pronto tras la puerta del baño.

-No, no lo harás- susurró el ojiazul, saliendo de la cama y dirigiéndose al baño. No iba a permitir que aquella bestia blanca acaparara toda la atención de Yami. Especialmente ahora, que había decidido mostrarle a Yami su regalo tan pronto el menor saliera del baño.

Entró entonces al lugar, encontrando a Yami enjuagándose la boca. Al terminar, el menor lo miró, sonriéndole ligeramente. Pero en ese momento, el monstruo intervino. Zafiro caminó entre las piernas del ojirubí, rozando su cola con la rodilla del joven, quien de inmediato miró abajo, su rostro iluminándose al ver a su bebé allí.

-¡Zafiro!- exclamó alegre Yami, tomando al gato en sus brazos con algo de esfuerzo, pues el felino sin dudas pesaba. -Debes tener hambre- agregó el joven.

Una mano en su hombro le hizo volver a ver al ojiazul.

-Quiero mostrarte algo, Yami- afirmó castaño, notando por unos segundos como el pelaje blanco del gato parecía confundirse con la pijama también blanca de Yami.

El joven lo miró curioso, pero asintió.

-Voy a darle de comer a Zafiro... te veo abajo- le dijo. El empresario rodó los ojos. El felino consentido se había atravesado después de todo. De hecho, al mirar los ojos celestes de aquel gato, pudo casi jurar que había burla en ellos. No quería ni imaginar lo que estaría diciendo ahora esa bestia peluda si los gatos hablaran.

Pero de todas formas, asintió.

Yami sonrió de nuevo, saliendo luego del lugar.

El empresario miró por unos segundos su reflejo en el espejo que se encontraba sobre el lavabo. Luego, centró su atención en su cepillo de dientes. Lo tomó en su mano, vertiendo un poco de pasta en él.

Y mientras procedía a asearse los dientes, un pensamiento le llegó.

¿Qué haría Yami si Zafiro desapareciera de repente... y para siempre?

III

Miraba a Zafiro comer, mientras sonreía. Sin dudas el felino había crecido. Ya no era aquel gatito pequeño, que podía caber casi en la palma de su mano. Su tamaño podía ser fácilmente cinco o seis veces mayor ahora.

Suspiró de pronto, recordando varios de los eventos ocurridos dos años y algunos meses atrás. Recordaba con suma claridad lo que había sucedido cuando el ojiazul habló públicamente acerca de su relación. Había estado allí presente. Al principio, los reporteros y fotográfos guardaron completo silencio, intentando absorver la información entera, primero, Kaiba era homosexual, y luego, su pareja era un joven sordo. Pero tan solo segundos después, los flashes de las cámaras y las preguntas volvieron con suma rapidez. Y no solo eso, varios de los reporteros comenzaron a hacerle preguntas a Yami en el lenguaje de señas. El ojirubí se había sorprendido por aquello, pero había contestado cada una de ellas.

Pero eso no fue lo más sorprendente, sino lo que sucedió varias semanas después de ese día. Había ido al centro comercial con Yugi, simplemente para pasar algún tiempo con su primo. Y de repente, se habían visto rodeados de una multitud, en su mayoría mujeres jóvenes. Algunas le pedían que se tomara una fotografía con ellas, otras le pedían su autógrafo y más de una le regaló ya fuera una rosa, un peluche o una tarjeta. Yugi terminó exhausto por tener que traducir en lenguaje de señas todo lo que las mujeres le decían a Yami. Cosas como '¡Kaiba y tú son la pareja más hermosa del mundo!, 'Yami, te amo!, '¡Olvida a Kaiba y cásate conmigo!', '¿Puedo besarte?', '¡Eres la personificación del sexo!, entre otras frases. Debía admitir que ese comentario del sexo le hizo sentir algo incómodo.

Y así fue como de repente, se convirtió casi en una celebridad. Aún ahora, no podía siquiera caminar por las calles porque de pronto una multitud comenzaba a seguirlo. A su punto de vista, no tenía sentido alguno que las personas lo trataran de esa forma. Sí, su fotografía, ya fuera solo de él o junto a Kaiba , había aparecido en más de una revista y periódico, además de eso había sido la imagen para un perfume de una importante casa de moda, y claro, no podía faltar, ahora trabajaba como modelo... Bueno, ahora que lo pensaba, tal vez las personas sí tenían una razón para tratarlo así.

Pero no podía quejarse. Su vida sin duda alguna había cambiado para bien. Ahora además, tenía buenos amigos. Sí, por fin volvió a tener amistades. Yugi siempre había querido que conociera a sus amigos, pero el ojirubí se había negado cada vez. Pero por fin, meses atrás, había aceptado. Y no se arrepentía de haberlo hecho, los amigos de Yugi eran verdaderos, no como aquellos que había conocido años atrás, y que luego lo habían abandonado. Joey, Tristan, Ryou, Malik, Bakura y Marik, esos eran sus nombres. Con todos se llevaba bien, pero debía admitir que pasaba más tiempo junto a Bakura y Marik, a pesar de que ambos jóvenes eran algo... excéntricos, por no decir sádicos. A Kaiba, sin embargo, no le agradaban mucho. De hecho, se la pasaba diciéndole que esos dos eran una mala influencia.

Después de ésto, venía Mokuba. En ese tiempo que había pasado, ambos se había convertido en grandes amigos. De hecho, ahora veía al chico casi como un hermano. Pasaban muchas horas juntos, haciendo cualquier cosa que se les viniera a la mente. Sí, sin dudas el chico era alguien muy especial para él.

Y claro, como olvidar a Tea Gardner. La joven había seguido molestando durante algún tiempo. No podía ver al ojiazul sin correr a lanzarse a sus brazos, lo cual le molestaba sin dudas. Pero tan pronto Marik y Bakura se enteraron de los problemas que la castaña que le traía a Yami, le habían dicho al ojirubí que harían algo al respecto. Nunca le dijeron qué, sin embargo. Pero desde ese día, la joven nunca volvió a molestar.

Y luego, venía el asunto de su autoestima. Sinceramente, ahora tenía un mejor concepto de sí mismo, aunque aún no era la persona más segura del mundo. Pero sin duda su autoestima se había elevado mucho. Así que era un gran cambio.

Saltó de pronto, saliendo de sus pensamientos al sentir dos fuertes brazos enredarse en su cintura.

Se dio la vuelta, sonriendo al ver a su novio allí, quien aún vestía con aquella camisa azul marino y aquel pantalón negro para dormir.

Pasó sus brazos alrededor del cuello del ojiazul, y lo besó ligeramente.

-¿Querías mostrarme algo?- preguntó, recordando lo que el castaño le había dicho en el baño.

El empresario asintió. Se separó luego del menor, tomando solamente la mano derecha del ojirubí.

-Vamos- le dijo. Yami asintió, sintiéndose confundido. ¿Qué querría mostrarle el empresario?

El ojiazul mientras tanto, simplemente pensaba en el semblante que pondría Yami al ver su regalo. Sabía bien que aquello era lo que el joven más quería en ese momento, y a su punto de vista el ojirubí tenía toda la razón en querer algo así. Por eso no había dudado en comprarlo, esperando sorprender al menor.

Por unos segundos, miró a Yami, notando algo de inmediato. Aquel collar de oro con el dije en forma de corazón colgaba de su cuello. Recordaba aún el momento en el que le había regalado aquel collar, un día después de haberse convertido ambos en pareja. Y desde ese día, Yami no se lo quitaba. Según sabía ni siquiera para bañarse lo hacía. Aunque claro, al ser oro, diamantes y rubí, no había problema en bañarse con él puesto.

Además, Yami a cada momento le recordaba lo especial que era ese collar para él. Y con toda la razón, pues aquel objeto había marcado el comienzo de una nueva vida para el menor y para el ojiazul también. Desde aquel día en el que Yami habló de nuevo, las cosas comenzaron a cambiar para bien.

Salió de sus pensamientos, al notar que ya habían llegado al recibidor. Se acercó entonces a la puerta principal, y la abrió.

Ésta vez, Yami sintió aún más confusión. ¿Iban a ir afuera? Para qué?

Pero entonces, el ojiazul se dio la vuelta.

-Cierra los ojos. Y no los abras hasta que suelte tu mano- le dijo. Yami parpadeó varias veces ante la petición. Pero asintió de todas formas, sintiendo ahora no solo confusión, sino también curiosidad. Cerró los ojos, sintiendo cómo el empresario lo guiaba fuera de la mansión. Tenía una leve sospecha de lo que estaba sucediendo. Tal vez... el castaño iba a darle su regalo de cumpleaños. Esa era la única idea que se le venía a la mente. Pero lo que sí no entendía aún, era el por qué su regalo estaría en los jardines delanteros de la mansión.

Caminaron por algunos momentos, el viento haciendo presencia en el lugar.

Pronto, se detuvieron. Yami se mantuvo con los ojos cerrados, recordando lo que el ojiazul le había dicho.

Segundos pasaron. Y por fin, la mano del empresario se alejó de la de Yami.

El menor abrió los ojos lentamente, esperando ver algo que le quitara el aliento. Pero la confusión lo inundó nuevamente, al mirar solamente los jardines del lugar.

No había nada diferente allí.

Buscó a Kaiba con la mirada, intentando encontrar una respuesta.

Y lo encontró a su lado izquierdo.

-Date la vuelta- explicó el ojiazul. Yami asintió, su corazón acelerándose ahora. Sí, tenía que ser su regalo, qué otra cosa podía ser? Se mordió ligeramente el labio, casi no aguantando más la curiosidad.

Se dio la vuelta... y se quedó paralizado.

Sus ojos recorriendo todo el objeto de arriba a abajo. No... podía... ser. Simplemente no lo creía. Tenía que ser una broma.

Miró al empresario, quien parecía estar a punto de reír. Y cómo no, si ya se imaginaba el semblante que mostraba ahora.

-Feliz cumpleaños- habló el CEO. Así que... era verdad...

-¡Qué!- no pudo evitar que aquella exclamación escapara. No le importó cómo hubiera sonado, pero necesitaba demostrar su sorpresa. -¿Hablas enserio?- preguntó aún sin creerlo. El ojiazul asintió.

-Es todo tuyo- fue la respuesta. Yami no aguantó más, lanzándose a los brazos del castaño. Rió por varios segundos, la sorpresa aún inundándolo. De hecho, estaba seguro que en cualquier momento lloraría.

-Es... es demasiado, Seto- habló, mirando al ojiazul.

-Pero lo mereces- afirmó el castaño.

-Gracias- le dijo Yami, besándolo varias veces. -Te amo, Seto- agregó, sonriéndole con alegría.

-También te amo, Yami. Pero ahora, disfruta de tu regalo- Yami asintió, volviendo su atención a su regalo. Se acercó a él, aún no creyendo que aquello que tenía al frente fuera realmente suyo.

Un Ferrari California del clásico color rojo. El auto de sus sueños sin duda alguna. Y es que los carros eran un gran pasatiempo para él. De hecho, días atrás había hablado con Mokuba acerca del Ferrari que ahora tenía al frente...

-"Un momento"- pensó. Miró al empresario.

-Mokuba y yo... hablamos de éste auto- se detuvo al ver al ojiazul asentir.

-Le dije a Mokuba que averiguara cuál es tu auto favorito. Ferrari California... y un Ferrari no es un Ferrari si no es rojo- explicó. Yami lo miró con sorpresa. Aquellas últimas palabras eran las mismas que él le había dicho al hermano del ojiazul. Jamás hubiera imaginado las verdaderas intenciones de Mokuba cuando le había preguntado cuál era su auto favorito.

-Nunca lo imaginé- habló el ojirubí, volviendo a mirar su auto. Por dios, aún no podía creerlo.

Se acercó a la puerta, abriéndola con cuidado, casi temiendo que el deportivo se fuera a desintegrar con un solo toque. Se sentó en el asiento del conductor, mirando toda la cabina del auto. No podía esperar a conducir aquella máquina.

Aunque... debía esperar a que le dieran la...

Miró al ojiazul, quien ahora estaba de pie fuera del auto, ofreciéndole algo. Lo tomó con confusión, sus ojos abriéndose en impresión. No podía casi creer la nueva sorpresa.

-¡Mi licencia!- exclamó. No tenía idea de que ya la habían entregado. -¿Desde cuando te la dieron?- preguntó.

-Una semana. Pero no te dije nada, porque quería que todo fuera sorpresa- explicó. Yami asintió, mirando sin creer aquel permiso de conducir. Había sido un verdadero dolor de cabeza lograr que le dieran esa licencia. Debido a que era sordo, los trámites para conseguir un permiso de conducción eran lentos. Además de eso, debía ir a renovar la licencia más seguido que las demás personas que sí podían escuchar.

Suspiró, sabiendo que si bien ahora tenía un auto veloz, no podía conducir a mucha velocidad. Fuera como fuera debía tomar precauciones. De por sí, amaba los autos deportivos, pero nunca se atrevería a conducir uno a alta velocidad.

De nuevo, el empresario le ofreció algo más. Yami lo tomó, sonriendo al ver que era la llave de su nuevo auto.

De verdad, no podía esperar a conducir aquel deportivo. Aunque ahora debía tener más cuidado sobre lo que hablaba con Mokuba. Sí, ese regalo era bellísimo, pero no le gustaba que el ojiazul gastara tanto en él.

-Si sigues así...- le dijo, sonriendo ligeramente. -Terminarás comprándome una isla... o algo así- habló. El ojiazul alzó una ceja.

-¿Quieres una isla? Porque conozco una que...-

-Ni se te ocurra- interrumpió Yami. Mejor no hubiera dicho nada.

Porque conociendo al ojiazul, en unos días llegaría diciéndole que le había comprado Hawaii.

III

La noche había caído. Eran las ocho.

En ese momento, estaba en la sala, esperando a dos personas. Dos personas que se habían ido horas atrás y aún no habían regresado.

Su hermano había invitado a Yami a cenar por motivo de su cumpleaños. El joven había aceptado desde luego. De hecho, el ojirubí le había dicho a él que los acompañara. Sin embargo, él había negado. Y es que en ese momento, tenía otros asuntos que resolver.

En cambio, los había mirado irse, sonriendo al ver a Yami conduciendo su nuevo Ferrari por primera vez. El joven se veía nervioso pero emocionado al mismo tiempo.

En su mente, no había duda de que Yami merecía lo mejor. Después de todo, el joven había estado allí para su hermano durante esos dos años. Era muy evidente el amor que sentía el ojirubí hacia el empresario. Y por eso, Mokuba estaba sumamente agradecido.

Además, el ojirubí ya era como un hermano para él. Sí, Yami y él se habían hecho muy cercanos, así que a su punto de vista, Yami era parte de su familia.

Y ahora, él quería encontrar una forma de agradecerle al joven por todo lo que había hecho.

Por esa misma razón, estaba algo nervioso.

Había buscado desde algún tiempo atrás el regalo perfecto para Yami. Y creía haberlo encontrado. Solo esperaba que el joven pensara lo mismo.

A pesar de ser menor de edad, Mokuba ya tenía cuentas con grandes sumas de dinero en el banco, así que el regalo de Yami corría todo por su cuenta.

De pronto, salió de sus pensamientos al escuchar pasos que se acercaban. Y al mirar hacia la entrada del lugar, se encontró con su hermano y Yami. Su corazón se aceleró al verlos. Había llegado la hora.

-¿Mokuba? Qué haces ahí?- preguntó el ojiazul, notando que el menor simplemente estaba sentado en un sillón mirando al vacío. Definitivamente ese no era su hiperactivo hermano.

-Quiero... hablar con ustedes- explicó el chico, sintiéndose más nervioso cada vez. Kaiba pareció notarlo, pues de inmediato se acercó, dejando ver en su rostro profunda preocupación. Yami lo siguió, mostrando también preocupación. Y así, ambos se sentaron, uno a cada lado del menor.

-Mokuba, qué sucede?- preguntó Yami. El chico no contestó por unos segundos, simplemente se concentró en la pared más cercana. Pero luego, suspiró. Era ahora o nunca. Alzó la mirada y la centró en Yami.

-Es tu cumpleaños. Y yo... quiero darte un regalo- explicó. Yami suspiró en alivio, notando como el ojiazul también pareció relajarse. Así que era solo eso.

-Mokuba... no tienes que darme nada...- intentó decir.

-No, Yami. Quiero darte algo, y ya sé que es- afirmó el menor. El ojirubí lo miró con confusión. Ciertamente nunca antes había visto esa mirada en Mokuba, era decidida, y casi tan seria como la de su hermano.

-¿Qué es?- preguntó entonces, tomando ambas manos de Mokuba en las suyas para darle confianza.

El menor suspiró, mordiéndose el labio ligeramente.

-Has hecho tanto por nosotros, Yami. Lo hayas notado o no, pero gracias a ti... muchas cosas han cambiado, para bien. No hay suficientes palabras para agradecerte y por eso... quiero darte algo a cambio- explicó el chico. Yami lo miró sorprendido. Era la primera vez que Mokuba hablaba de esa forma. Miró de reojo al ojiazul, notando que él estaba igual de sorprendido.

-Dilo, Mokuba- le dijo Yami, sonriéndole. Aquellas palabras que le había dicho el menor valían para él mucho más que un regalo.

-Cuando estás aquí... aún ésta enorme mansión parece un hogar- siguió. Los ojos de Yami se inundaron de lágrimas al entender aquellas palabras. Nunca creyó que Mokuba pensara de esa forma.

-Yami, quiero... quiero devolverte lo que perdiste de una manera tan injusta...- confesó al fin el chico, las lágrimas asomándose también a sus ojos. -Yami, quiero que vuelvas a escuchar...- afirmó. Yami se quedó paralizado, poco a poco entendiendo las palabras del menor. Alejó su mirada de la situación, no sabiendo qué decir ahora.

-Mokuba- llamó el empresario de pronto, mirando a su hermano con seriedad, llamándole la atención en silencio. Sabía bien que a Yami no le gustaba recordar la razón por la que había quedado sordo, y ahora su hermano lo había obligado a hacerlo. Sinceramente, no sabía por qué razón Mokuba había dicho aquello.

-Desearía volver a hacerlo... pero... no es posible- habló al fin Yami, las lágrimas cayendo con más rapidez. Miró de nuevo a Mokuba, quien para su sorpresa, se notó alegre.

-¿Quieres volver a escuchar, Yami?- preguntó. El ojirubí asintió. -¡Entonces puedes volver a hacerlo!- agregó.

-¿Qué?- interrogó sin creerlo Yami. ¿De qué estaba hablando Mokuba?

-Los audífonos de sordos no funcionaron, pero encontré algo que sí te puede ayudar!- insistió.

-Mokuba, suficiente- ordenó el ojiazul. No entendía a qué quería llegar su hermano. Pero no deseaba que el menor alterara a Yami. Todo estaba marchando de maravilla como para volver atrás.

-El médico dijo que solo tienen que hacerte unos exámenes para saber si te puede ayudar el implante- siguió el menor, ignorando completamente al ojiazul.

-¿Implante?- preguntó Yami.

-Sí... el único inconveniente es que se necesita cirugía... y el tiempo de rehabilitación puede ser largo dependiendo del caso. Pero los resultados valen la pena! En los mejores casos, las personas han podido llegar a mantener una conversación telefónica y escuchar música!- explicó. Yami lo miró sorprendido. No sabía que existía un implante como el Mokuba describía. Aunque bueno, lo único que había probado antes fueron audífonos, y cuando éstos no sirvieron, simplemente se dio por vencido.

-¿Y el costo?- preguntó. Si requería cirugía y rehabilitación, el costo debía ser elevado. Sin embargo, Mokuba negó con la cabeza.

-Yo me encargo de eso- afirmó. Yami lo miró casi sin creerlo.

-Mokuba- habló al fin el ojiazul. Su hermano lo miró, mostrando una determinación que sorprendió al castaño.

-Quiero hacer ésto por Yami, Seto- le dijo. El CEO supo entonces que el menor hablaba seriamente. Ante ésto, solo pudo asentir. Su hermano había madurado mucho, demasiado a decir verdad. Y ahora, debía admitir que estaba orgulloso de él.

Miró entonces a Yami, quien también centró sus ojos en él, pidiéndole consejo en silencio. No había duda, Yami lo estaba meditando. Y aunque la idea de una cirugía no le agradaba en lo más mínimo, era el ojirubí quien debía escoger.

-Es tu decisión- afirmó. Yami bajó la mirada, tomando una decisión en su mente.

Miró a Mokuba.

-Lo haré- fue su respuesta. El chico sonrió, la alegría inundándolo. -Pero, no te sientas mal si...-

-Te va a ayudar, ya verás. Estoy seguro de eso, Yami- interrumpió el menor, abrazando al ojirubí, quien también lo rodeó con sus brazos.

Sí, simplemente estaba seguro de que Yami podría ser candidato para ese implante. No entendía cómo, pero lo sabía.

III

Tres semanas habían pasado desde aquel día en el que Yami había aceptado probar una nueva y última opción para volver a escuchar. Sí, ya se había prometido a sí mismo que si ésto no servía, no volvería a interesarse en más tratamientos que le ayudaran a recuperar el sentido de la audición. Sinceramente, ya estaba cansado de probar todos y cada de ellos, solo para que ninguno le ayudara. De hecho, había estado muy inseguro acerca de si aceptar ésta nueva opción. Pero había visto el esfuerzo que había hecho Mokuba por encontrar una nueva posible solución, por eso más que todo había aceptado.

Pero creía que al igual que todas las veces anteriores, ésto no iba a funcionar.

De pronto, la puerta del lugar se abrió, revelando a un hombre de gabacha blanca, cabello negro y ojos castaños escondidos tras unos anteojos. Era el médico.

Al reconocer al hombre, Yami apretó su mano, la cual estaba entrelazada con la de Kaiba, quien estaba de pie a su lado, pues en la otra silla estaba sentada su madre.

El hombre caminó hasta estar del otro lado del escritorio, tomando asiento luego.

Había llegado el momento. Los resultados de los exámenes ya estaban listos. Ahora, solo faltaba saber si aquel implante le serviría o no.

-¿Son buenas o malas noticias, doctor?- preguntó de pronto la madre de Yami, notándose impaciente. Deseaba saber lo más pronto posible si su hijo podría volver a escuchar o no.

Y entonces, una ligera sonrisa se formó en los labios del hombre.

-Buenas noticias, señora. Muy buenas noticias- afirmó. La mujer suspiró en alivio, mientras que los ojos de Yami comenzaron a inundarse de lágrimas. -Es un candidato perfecto para el implante coclear. Y según la valoración pre-anestésica, no habrá problema alguno con la anestesia, que es lo que comúnmente preocupa a los pacientes y a sus familiares- explicó el médico. Yami no pudo soportarlo entonces, comenzó a sollozar. El castaño apretó su agarre en la mano del joven como una muestra de apoyo, aunque bien sabía que Yami lloraba de felicidad.

-¿Cuándo harán la cirugía?- preguntó el empresario.

-Cuando ustedes deseen. La fecha más próxima sería en... cinco días, el martes de la próxima semana- afirmó el médico. El CEO miró a la madre de Yami, quien asintió.

-El martes está bien-

-Perfecto. Podemos iniciar a las ocho de la mañana. Además, es importante recordar que el joven debe de empezar con el ayuno ocho horas antes de la cirugía- informó. La madre de Yami asintió. -¿Alguna pregunta?- interrogó el médico.

-Sí, cuánto va a durar la cirugía?- preguntó la mujer.

-Aproximadamente unas dos horas, máximo cuatro. Además, es ambulatoria así que el mismo día el joven puede regresar a su casa, tal vez después de unas dos o tres horas mientras desaparecen los efectos de la anestesia- explicó.

-Pero va a poder escuchar de nuevo, cierto?- ésta vez el empresario fue quien preguntó.

-Si su organismo no rechaza el implante, sí, podrá escuchar casi como una persona con audición normal. Pero hay que entender que ésto no es una cura a la sordera. El joven seguirá siendo sordo, eso no se puede cambiar. Cuando se quite la parte externa del implante todos los días al bañarse, no escuchará nada. Pero mientras lo tenga puesto, irá aprendiendo a diferenciar los sonidos. Así que va a ser una enorme diferencia para el joven, de eso no hay duda- contestó.

-Perfecto. Y después de la cirguía debemos volver en cuatro semanas- afirmó la mujer.

-Sí. Al término de esas cuatro semanas le colocaremos la parte externa del implante. Y después tendrá que venir a rehabilitación. La duración de ésta depende de cada paciente. Pero el joven tiene una gran ventaja, pues perdió la audición cuando ya conocía bien el lenguaje verbal, así que puede ser que en unos tres o cuatro meses mantenga conversaciones sin tener que leer los labios. De hecho, los mejores resultados se dan en las personas que conocieron el lenguaje antes de perder la audición. Así que puedo casi asegurar que su pronóstico es bueno, y que los resultados serán sumamente satisfactorios-

-Me alegra escuchar eso, doctor. Y creo que esas serían todas las dudas- habló la mujer, sus ojos mostrándose llorosos. El hombre asintió.

-Si es así, nos veremos el martes- afirmó, levántandose de su lugar y caminando hacia la puerta. La madre de Yami y el ojirubí se levantaron, éste último intentando secar las lágrimas que aún caían. Simplemente, esa era la mejor noticia que había recibido. Sí, no podía negar que la idea de la cirugía le asustaba, sobretodo porque odiaba los hospitales. Pero sinceramente, no había duda de que valía la pena.

-Gracias- habló, estrechando la mano del médico, quien le sonrió ligeramente.

-Todo va a salir bien, joven- le dijo. Yami asintió, saliendo luego del lugar, seguido por Kaiba, quien también se despidió del médico de la misma forma.

-¡Yami! Qué pasó! Como te fue! Estás llorando de felicidad o tristeza? Dime!- Apenas salió de allí, Mokuba había corrido hacia él, haciéndole todas esas preguntas.

-Felicidad, Mokuba- respondió el ojirubí. Los ojos del chico se iluminaron de inmediato. Lo sabía, desde un principio lo había predicho, y no se había equivocado.

-¡Lo sabía!- exclamó alegre, abrazando con fuerza al joven, quien le devolvió el abrazo. Alguien más se unió al abrazo. El ojirubí alzó la mirada, encontrándose con Yugi.

-Estoy muy feliz por ti, Yami- le dijo su primo. Yami sonrió. Luego, vio a su abuelo y a sus amigos. Sí, habían varias personas allí, pero ninguno se había querido perder de ese momento. Y estaba feliz por ello, pues esa era otra prueba de que ahora sí tenía amigos verdaderos.

Mokuba y Yugi se apartaron, dejando que los demás abrazaran al ojirubí.

-¡Yami, estoy feliz por ti, viejo!- habló Joey, un joven de cabello rubio y ojos miel.

-Yo igual, Yami- le dijo Tristan.

-Es una gran noticia, Yami- miró que Ryou le decía.

-Felicidades, Yami- Fue lo que dijo Malik.

Y así, todos dejaron respirar al joven, quien notó que habían dos personas quienes aún no se habían acercado. Los miró. Allí estaban Marik y Bakura, ambos cruzados de brazos y con cara de aburrimiento.

-Mira, Yami, si crees que nosotros vamos a hacer lo mismo que ellos....- dijo Bakura, mirando a Marik.

-Ya sabes, estar felices por ti y correr a abrazarte y todas esas cursilerías pues...- siguió el moreno de cabello rubio.

-¡Estás en lo cierto!- gritaron ambos de pronto, corriendo hacia Yami y encerrándolo en un fuerte abrazo. El ojirubí solo pudo reír, no creyendo que aquellos dos de verdad estuvieran haciendo eso.

Se separaron en unos segundos.

-Ahora sí, me prestas tu Ferrari?- preguntó Bakura. Yami rodó los ojos. De nuevo con lo del Ferrari. Desde que el albino había visto que tenía uno, no dejaba de pedírselo.

-Nunca- contestó. El albino iba a decir algo más, pero se detuvo, al ver a Kaiba colocar una mano en el hombro de Yami, quien se dio la vuelta. Pero el joven frunció el ceño, al ver el semblante del ojiazul.

-Necesito hablar contigo- le dijo. Yami de inmediato supo que algo no andaba bien. El rostro del castaño mostraba una seriedad y frialdad que nunca había visto, y sinceramente, no le gustaba para nada. -Afuera- agregó.

-Pero estoy...-

-Ahora, Yami- ordenó el empresario. El joven sintió cierto temor, pero asintió, mirando a los demás con inseguridad.

-Tranquilo, Yami, solo vinimos a ver cómo había salido todo- habló Joey.

-Sí, Yami, puedes ir con Kaiba- aseguró Yugi, sonriéndole ligeramente.

-Hermano- habló de pronto Mokuba. El CEO lo miró. -¿Puedo ir a casa de Yugi?- preguntó. El ojiazul asintió. Y sin decir nada más, caminó, alejándose del lugar. Yami parpadeó varias veces, no entendiendo qué le estaba sucediendo a su novio. Miró entonces a su madre, quien le sonrió.

-Ve, hijo- le dijo con seguridad. Yami sintió confusión, al notar que todos casi que lo estaban obligando a seguir al empresario. Pero de todas formas asintió, caminando detrás del ojiazul. Aunque, a decir verdad, no sabía si era buena idea.

Salieron del lugar en pocos minutos, llegando al parqueo y hasta el Porsche Cayenne del ojiazul, el cual obviamente no era el mismo que el ojirubí había visto dos años atrás. El empresario siempre cambiaba sus automóviles cada año, excepto el Bugatti, por ser edición limitada.

-Sube- le dijo el ojiazul, abriéndole la puerta. La inseguridad aumentó en Yami. ¿Qué era exactamente lo que estaba sucediendo?

Sin embargo hizo lo que el ojiazul le pidió, abrochándose el cinturón y esperando a que el empresario comenzara a conducir.

Y el viaje fue incómodo. Yami miraba de vez en cuando al castaño, sintiéndose pésimo al ver el semblante frío del empresario. ¿Había hecho algo mal acaso? Tal vez alguna de sus acciones había hecho enojar al CEO? Pero... cuál? Y por qué? El empresario nunca se enojaba con él.

Las ganas de llorar lo inundaron. Había esperado que el ojiazul estuviera feliz por él, apoyándolo ahora que sabía que en menos de una semana tendría que esta en el quirófano. Pero no, era todo lo contrario. El castaño no estaba feliz, para nada.

Optó por mirar a través de la ventana, intentando ignorar el semblante del empresario.

Varios minutos pasaron, que para Yami parecieron una eternidad, antes de que el automóvil se detuviera.

El ojiazul salió del auto, y Yami hizo lo mismo.

Pero al mirar el lugar en el que estaban, la confusión lo inundó.

La playa, cerca del muelle. Exactamente en el mismo lugar en el que habían compartido su primer beso juntos.

Siguió al empresario, caminando sobre la arena.

Hasta que de pronto, el CEO se detuvo, quedándose mirando las olas del mar.

-¿Seto?- preguntó con mucha inseguridad el ojirubí, no queriendo hacer enojar más a su novio.

Miró al castaño suspirar, dándose la vuelta y quedando de frente a él.

-Yami, sé que acabas... acabamos de recibir una excelente noticia-comenzó. No dijo nada más hasta algunos segundos después. -Pero ahora quiero... hablar de otro asunto...- afirmó con seriedad. Pero lo que dijo luego, paralizó por completo el mundo de Yami. -Lo he pensado detenidamente y... ya no quiero que seas mi novio, Yami- afirmó.

Yami solo pudo mirar al ojiazul con incredulidad. Tal vez... se había equivocado al leer los labios del castaño? No, no podía ser, había leído bien estaba seguro. Pero entonces... eso significaría que...

Las lágrimas comenzaron a caer. No podía ser cierto. Seto no podía dejarlo, simplemente no podía.

¿Qué haría sin él? Moriría de seguro.

Sollozó impotente, no sabiendo qué hacer o qué decir.

Una mano en su mejilla lo hizo mirar al castaño.

-No llores- le dijo el ojiazul. Y para dejar al joven más confundido, lo besó ligeramente, sonriéndole cuando se hubo separado. -¿Sabes por qué no quiero que seas mi novio?- preguntó. Yami no respondió, pero más lágrimas cayeron de sus ojos. -No quiero que seas mi novio porque...- El ojiazul detuvo sus palabras. Y para sorpresa de Yami, el empresario se arrodilló sobre la arena, sacando algo de su bolsillo, una pequeña caja negra.

Y la abrió, mostrándole al joven un hermoso anillo de oro con un diamante en su centro.

-Porque quiero que seas mi esposo... ¿te casarías conmigo, Yami?- finalizó. El joven solo se quedó inmóvil, su boca abriéndose en sorpresa. Tardó unos segundos en asimilar la situación.

Luego, las lágrimas cayeron con aún más rapidez, aunque el alivio fue enorme.

-Sí... quiero casarme contigo, Seto- afirmó. El ojiazul sonrió, sacando el anillo de la caja y colocándolo en el anular izquierdo de la mano del joven, quien de inmediato cayó también de rodillas y golpeó levemente el pecho del castaño.

-Casi... me das un infarto- afirmó entre sollozos, sus voz escuchándose extraña pues ahora al ojirubí no le interesaba controlar el tono que utilizaba. El ojiazul le limpió las lágrimas.

-Con el semblante que mostraste, me imagino que sí estuviste al borde del infarto- le dijo el castaño.

-No es... gracioso!- exclamó Yami, mirándolo con reproche. -Y en el auto... te veías tan serio que... pensé...- intentó decir.

-Estaba nervioso. Sabes bien que siempre me comporto así cuando estoy nervioso, Yami- explicó. Sí, a él nunca le había gustado que las demás personas notaran sus nervios, por lo tanto, cuando los sentía, solía esconderlos bajo un manto de frialdad y seriedad.

Sonrió luego, al ver el bello rostro de Yami. Aquellos hermosos ojos, esos labios... Lo besó, sintiendo cómo el menor abría su boca, dándole acceso a ella. Sus lenguas se juntaron, danzando lentamente.

Pero entonces, el empresario se separó. Después de todo aún tenía algo que decirle a Yami.

-Sabes que el matrimonio entre parejas homosexuales se hará legal hasta dentro de diez meses, cierto?- preguntó. El joven asintió. Sabía bien aquello, pues a cada momento hablaban de ello en las noticias.

-¿Y que harías si te digo que seremos la primera pareja del mismo sexo en casarnos en todo Japón?- preguntó el ojiazul. Yami lo miró sorprendido. No podía... hablar enserio, cierto?

-¿Hablas enserio?- interrogó. No podía ser... por todos los dioses, si seguía soportando tantas sorpresas de verdad iba a terminar con un infarto.

El empresario asintió. Yami entonces no pudo hacer más que abrazarlo, besándolo de pronto, y haciendo que ambos cayeron sobre la arena. No se separaron, el beso continuó.

El ojirubí estaba feliz, no había manera de negarlo. Y es que en el tiempo que él y Kaiba habían estado juntos, solo la felicidad lo había inundado. Y ahora saber que volvería a escuchar... y que además Seto y él serían los primeros en casarse... en todo Japón. Le costaba creer todo aquello, era demasiado bueno para ser verdad.

Cuando se separaron, el empresario habló.

-¿Y adonde iremos de Luna de miel?- preguntó. Yami de inmediato se sonrojó, al pensar en lo que se suponía debía suceder en esos días. Y es que a pesar de que ya llevaban dos años juntos, aún no habían tenido relaciones. No, Yami no había querido, pues deseaba que aquello fuera especial. Al ojiazul no le había molestado en lo más mínimo, estaba dispuesto a esperar al ojirubí el tiempo que fuera necesario.

El joven colocó su cabeza sobre el pecho del ojiazul, quien estaba acostado de espaldas sobre la arena. Por unos momentos, miró el mar. Le encantaba la playa, no había duda de eso.

Ahora que lo pensaba... perder su virginidad en la arena y frente al mar no sonaba mal.

Un profundo tinte rojo inundó sus mejillas. Pero debía admitir, que quería pasar su Luna del miel en algún lugar que tuviera una playa.

De pronto, una idea le llegó. Sonrió, decidiendo hacerle saber a su novio su elección.

-Seto- llamó, encontrando luego sus ojos con los del empresario. -Quiero una isla- le dijo.

El ojiazul rió por unos segundos.

-Buena elección- fue su respuesta.

III

Abrió lentamente sus ojos, sintiéndose algo mareado y confundido al principio. Poco a poco, su visón borrosa se fue aclarando, dejándole ver el lugar en el que se encontraba. Paredes blancas lo inundaban, pero eso no fue lo que captó su atención.

Miró a su madre, quien lo observaba con lágrimas en los ojos.

Intentó decir algo, pero encontró que no podía.

-Tranquilo, hijo, tienes que esperar a que los efectos de la anestesia desaparezcan- explicó la mujer.

Asintió débilmente, mirando al otro al lado de la cama. Y sonrió, sus ojos encontrando los grises de Mokuba.

-Todo salió bien, Yami- afirmó el chico, sonriéndole con alegría. -La cirugía tardó solo dos horas- anunció además. El ojirubí tomó la mano del menor, apretándola levemente. Estaba sumamente agradecido con Mokuba. Ahora, en cuatro semanas, le colocarían la parte externa del implante. Y, según lo que había dicho el médico, podría empezar a escuchar varios sonidos casi de inmediato.

-Gracias- logró decir al fin. El chico asintió.

-No es nada, Yami. De verdad lo mereces- contestó el menor.

El ojirubí entonces centró su atención en la última persona que se encontraba allí. Ésta estaba de pie detrás de Mokuba. Sus ojos carmesí se encontraron con los azules del otro.

Mokuba, al ver a Yami mirar a su hermano, se alejó, queriendo darles un poco de espacio. El empresario entonces se acercó, tomando la mano de su novio.

-Seto- susurró Yami.

-Fueron las dos horas más largas de mi vida- confesó el ojiazul. El ojirubí rió levemente.

-Estoy bien, Seto- aseguró el ojirubí. El castaño asintió. Luego, llevó su mano hasta su bolsillo, sacando un objeto. Yami sonrió al verlo.

Extendió su mano izquierda, dejando que el empresario volviera a colocar el anillo de compromiso en su dedo. Sí, había tenido que quitárselo pues no podía entrar al quirófano con ningún objeto metálico. Pero ahora, aquel anillo de nuevo estaba donde pertenecía.

Luego, el ojiazul sacó algo más. Aquel collar con el dije de corazón. También había tenido que quitárselo para la cirugía. Pero al fin, el collar también regresó a donde pertencía, alrededor del cuello del joven.

Miró al castaño inclinarse hasta alcanzar sus labios. Fue un beso corto pero bello.

Y la alegría inundó a Yami al pensar en un detalle. Por fin podría escuchar la voz de su novio. Cómo había deseado hacerlo. Nunca le había dicho nada de ésto al castaño, pero hasta había tenido sueños en los que escuchaba la voz de su ojiazul. Pero, antes eran solo sueños, y ahora, se iban a cumplir.

-Te escucharé... decir tus votos- habló, las lágrimas haciéndose presentes. Era difícil creerlo aún, cómo de un pronto a otro aquella hermosa noticia había llegado. Después de tantos años al fin podía olvidarse por completo del pasado. Ahora, ya no había nada que lo atara a él.

El ojiazul se inclinó de nuevo, besándolo con suavidad.

Y Yami tomó una decisión.

Desde ese momento, su mundo y su futuro, le pertenecían solo a Seto.

---FIN---

Magi: ahora sí! Es el fin, final, término, conclusión xD La mayoría quiso que escribiera éste último capítulo, y aquí está. De hecho, quería que el epílogo tuviera un giro drástico, y creo que lo tuvo xD Ya sé que muchos habrían querido leer más... pero si seguía terminaría escribiendo un capítulo de 50 páginas -.- Además si lo seguía se saldría del tema principal que era la sordera de Yami. Así que se los dejo a la imaginación, sobretodo lo de la luna de miel en una isla privada xDD

Agradecimientos a Sawada Tsunayoshi, kikyo, Aya Fujimiya, neko, Yami224, Montze, Yami RosenkreuZ, -Renesmee Carlie Cullen Swan-, Nekiare, Adry-chan, angelsupreme34, Queer Lolita y Kimiyu por sus bellos reviews. Espero que les haya gustado éste epílogo!

Y creo que eso es todo. Adiós a éste fic T.T En parte es un alivio terminarlo y en parte da nostalgia xD

Me despido.

Ja ne!