Capitulo 28

El último vals – La Oreja de VanGogh

Como casi siempre,
cuando algo se muere,
nace la nostalgia
buscando un corazón.
Pero el mío es raro
y aunque esté desordenado
es impermeable al dolor.
La felicidad es un maquillaje
de sonrisa amable,
desde que no estás.

- Vaya idiota que soy… – se dijo, viéndose las manos. No estaba atado ni petrificado como recordaba que había quedado la última vez. Harry a veces se pasaba de bueno. Pero no hizo el intento por salir de la habitación. Después de cómo había actuado, Harry seguía creyendo en él… Seguía confiando en él. Eso lo hizo sentirse peor.

Miró hacia el techo; sabía dónde estaba. Era la oficina de Harry en el Ministerio. Y conocía también las veintisiete maneras de escapar sin dejar ni una solo huella; después de todo, él era un buen auror. Pero no le daba la gana moverse.

- …Un enorme y grandioso idiota – agregó.

Siempre serás
bienvenido a este lugar,
a mi lista de obsesiones,
que no vas a olvidar.
Como recordarte, sin mirar atrás
Yo nunca olvidaré el último vals.

Probablemente, la vida que había llevado hasta hace una semana se había terminado. Ahora todo sería radicalmente diferente. Conservaría su trabajo, su fama, su dinero, e incluso comprarse tres autos más… Pero todo le iba a saber diferente. Demasiado. Sonrió, iluso. No era más que su culpa, de nadie más. Comerse un helado de chocolate le sabría amargo y rasposo; caminar entre los escaparates de las tiendas le parecería una tortura; leer los artículos de buen contenido en el periódico sería algo hiriente; incluso ver canguros en el zoológico le parecería nostálgico. Todo por una sencilla razón: le recordarían la ausencia de Hermione, y de todo lo que perdió al perderla a ella.

- Felicidades Ron; ganaste el mayor galardón en el concurso de idiotas del universo – soltó con rencor, mirando de soslayo hacia las gavetas del despacho. Estaban llenas de fotografías del Trío de Oro de Griffindor… de Harry Potter, de él y de Hermione Granger.

Cuando todo acabe
y el silencio hable
sólo tus pupilas sabrán que fue verdad.
Y entre los cristales,
pedacitos de esa tarde,
donde comenzamos a soñar.
La felicidad es un maquillaje
de sonrisa amable,
desde que no estás.

Podía salir del despacho y desaparecer de la vida de todos; largarse lejos. Suspiró. No, mala idea. No tenía ni ganas de escapar del Ministerio, ni mucho menos de su propia realidad. El quería ser feliz, por sobre todas las cosas. Y personas. No era mucho pedir. Hizo una mueca ante tal pensamiento. Se levantó de su lugar, y se dirigió a las dichosas gavetas, poniendo especial atención a la foto donde solo estaban Hermione y él, tomados de la mano celebrando haber salido de Hogwarts.

- Ese día fue el mejor de mi vida… – se dijo así mismo, recordando la gala de honores.

Eran un montón de fotos; Harry Potter era un sentimentalista de primera cuando de recuerdos nostálgicos de la infancia se trataba. Tenía retratos donde salía él con casi todo el colegio entero. Ron sonrió. Recordaba también el día que Harry lo había convencido de sostener la cámara para tomarse una foto con Malfoy. Hizo otra mueca al encontrar, casi por inercia, la dichosa foto. Digamos que en este momento, no le guardaba las mejores intenciones a la revelación del siglo. ¿Pero qué diablos podía objetar? Nada.

- Y espero que estés contento Ronald Weasley – se reprochó, aún mirando la fotografía con recelo – Eso te pasa por idiota.

Recordó las palabras de Harry, antes de dejarlo solo en el despacho. Bien, si habría de perder y encontrar su felicidad y de hacer las cosas como Merlín mandaba… se quedaría en esa habitación y esperaría a que Harry regresara.

- Es la única manera de que salgas con el orgullo relativamente ileso, Ron – se dijo, sin mucha esperanza –Y también la única de enmendarme con ella – finalizó, con la voz llena de anhelo, mientras tomaba otro retrato donde salían únicamente los dos, bailando a las afueras de la madriguera durante la boda de su hermano con Fleur, y sacaba la foto para meterla en su cartera... Para mantener el momento por siempre. Aunque ya era tarde… Ron se había dado cuenta de sus actos demasiado muy tarde.

Para mantener la esperanza de que algún día y quizás

Siempre serás
bienvenido a este lugar,
a mi lista de obsesiones,
que no vas a olvidar.
Como recordarte, sin mirar atrás
Yo nunca olvidaré el último