Conociéndote

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1. La noticia inesperada.

Su vida transcurría constantemente entre el mundo muggle y el mágico. Durante el día trabajaba en el Departamento de Regulación de Criaturas Mágicas del Ministerio, mientras que de noche volvía a su acomodado departamento de soltera en pleno centro de Londres.

Si lo analizamos con detención, y tomamos cada uno de los factores que componían su realidad, podría afirmarse que Hermione Granger estaba un noventa y nueve por ciento satisfecha con su existencia. A sus veintisiete años, tenía un muy buen trabajo que le permitía seguir luchando por sus ideales de liberación de los elfos domésticos, mantenía un estrecho contacto con sus amigos, y los años no habían pasado en vano para ella, sino, pregúntenles a los funcionarios del Ministerio, que solían comérsela con la mirada cada vez que ella transitaba por los pasillos del lugar.

Sin embargo, a pesar de todas estas consideraciones de índole positivo, estaba sola. Completa e irremediablemente sola. Después de cinco años de relación con Ron, las cosas se enfriaron demasiado y decidieron separarse antes de que perdieran la amistad y el cariño mutuo. Fue entonces cuando él se reencontró en una misión con Gabrielle Delacour, enamorándose de la rubia e iniciando de inmediato una relación explosiva y aventurera, la cual era alimentada por la adrenalina que les brindaba su condición de aurores. A Hermione no le molestaba el hecho de que él pudiera continuar con su vida sin problemas, pero si los envidiaba con todo su ser, pues ella no podía decir lo mismo.

También envidiaba a su mejor amigo, Harry, quien recientemente había sido nombrado jefe del Departamento de Aurores y mantenía un noviazgo eterno con Ginny Weasley, el cual no parecía dejar de flamear cual antorcha, como si todas las semanas fueran la primera de su relación. En más de una ocasión los había encontrado en situaciones embarazosas, ya que la pasional pareja no perdía ningún segundo para manosearse frenéticamente como si fuera la última vez. Al parecer, su separación en sexto año había influido mucho en aquel hormonal comportamiento.

Para rematar, hasta Draco –hurón albino- Malfoy parecía tener una vida sentimental más estable que la de ella. Él trabajaba en el Departamento de Misterios como inefable y normalmente no solía verlo, pero cuando lo hacía, le daban ganas de golpearlo hasta la inconsciencia. Estaba a punto de casarse con la adinerada Astoria Greengrass, una chica sangre pura dos años menor que él, a la cual solía consentir como una niña mimada, ocasionándole arcadas. Pero eso no era todo. Al muy desgraciado le sentaban demasiado bien los años, pues sus facciones habían dejado de ser infantiles transformándose en angulosas, eso sin contar que su caminar aristocrático resultaba hipnótico. Más de alguna vez se pilló observándolo ondear su capa con la boca abierta, a pesar de toda la historia de enemistad que existía entre ambos.

Sencillamente, parecía que en el destino de Hermione Granger no tenia ningún papel el amor.

En la época escolar solo estaban los estudios, y ahora más adulta, sólo existía el trabajo.

O al menos, eso pensaba ella...

Bufó con resignación al terminar sus pensamientos masoquistas y firmó el último documento que se encontraba en su escritorio. Se colocó su largo abrigo rojo y salió como un relámpago de su oficina, despidiéndose de un movimiento de mano de su anciana secretaria. En un santiamén, ya estaba en las afueras del Ministerio, calando sus huesos con el frío, sintiendo como sus mejillas se coloreaban y la nariz se le congelaba. Moría por llegar a su seductora cama, con cinco frazadas y su pijama de polar, sin embargo, sus fantasías fueron interrumpidas por una conocida voz.

–¡Hermione! –gritó a sus espaldas.

–¡Ron! –exclamó sinceramente emocionada, volteándose para enfrentarlo.

Ya se cumplía un mes desde que no lo veía. Había tenido que partir con urgencia a Norteamérica y no alcanzó a despedirlo en el traslador, lo cual aún él le recriminaba en sus cartas.

El pelirrojo se acercaba corriendo a medio trote, vistiendo un abrigo azul marino alargado, con guantes y gorro de lana del mismo color, probablemente confeccionado por Molly.

–¡Oh! Que bueno que volviste –dijo ella, saludándolo con un fuerte abrazo–. Ya te estaba extrañando.

–Sí. Afortunadamente terminamos rápido –sonrió él.

Se separaron aún sosteniendo sus manos, ella radiante con su regreso, él algo nervioso. Un extraño silencio se instaló entre ambos.

–¿Y qué tenían que hacer? –preguntó ella.

–¿Por qué no conversamos en un lugar cerrado? Hace mucho frío y mejor hablamos tomando un café, yo invito.

La proposición del pelirrojo fue recibida con un enérgico asentimiento de cabeza a modo de aceptación, y caminaron del brazo a la esquina, donde siempre solían disfrutar de una bebida caliente para capear el frío. Llevaban alrededor de una hora conversando y tres tazas de café cada uno, riendo como locos y poniéndose al tanto de los detalles de la vida del otro. No obstante, de la nada Ron Weasley se quedó callado mirándola incómodo, como si hubiera recordado algo importante que probablemente fastidiaría el buen momento.

–¿Pasa algo, Ron? –preguntó contrariada y con algo de miedo.

Él comenzó a tamborilear los dedos contra la mesa, impaciente, y se rascó con violencia la cabeza antes de responder, observando fijamente la cuchara que revolvía mágicamente su cuarta taza de café.

–La verdad es que durante el viaje ha pasado algo, y quería que fueras la primera en saberlo... Verás, me voy a casar.

Al formular la confesión la miró brevemente a los ojos, para luego devolver su atención a la cuchara, contrariado. El ruido del local pareció huir, dejando paso a un silencio mortal. Hermione parpadeó varias veces tratando de asimilar la información, pero sus neuronas no parecían dispuestas a funcionar en ese instante.

–¿Cómo? –soltó entonces, no dándole crédito a sus oídos

–Eso. Me voy a casar –repitió, removiéndose en su asiento–. Me voy a casar.

–¿Por qué?

–¿Por qué, qué? –repitió él confundido.

Hermione sacudió la cabeza, tratando de reaccionar con tamaña revelación, pero ninguna palabra salía de su garganta.

–¿No estás feliz por mí? –preguntó Ron– ¿No me vas a apoyar en esto, Hermione?

La muchacha sintió una punción en el estómago. Ese era un golpe bajo, una estrategia sucia. ¿Cómo podía apoyarlo? ¿Cómo iba a estar feliz por él? ¿Cómo? ¿Si después de cinco años juntos, él no fue capaz de dar el gran paso con ella? ¿Si llevaba tan poco tiempo con Delacour?. La realidad cayó sobre su cabeza como un balde de agua fría, pues en ese instante Hermione Granger se dio cuenta que aún tenía sentimientos por él, bien escondidos en el fondo de su trabajólico corazón, debajo de toda esa pila de expedientes que quedaban por revisar en su oficina.

–Claro, Ron, yo siempre te apoyaré –mintió, aguantando las nauseas que le había provocado la "gran" noticia.

Él rodeó la mesa para sentarse al lado de ella y la apresó en un fuerte abrazo.

–¡Bien! Entonces no te molestaría ser madrina ¿cierto?. También pienso pedírselo a Ginny.

Hermione tenía ganas de reventar su nariz de un solo puñetazo, conteniendo a penas los deseos de arrancarle peca por peca con las manos.

–No, claro que no –contestó moviendo la mano como si estuviera espantando una mosca–. Me encantaría –mintió nuevamente.

Ron la miraba fijamente, escudriñándola con esos ojos azules que antes la admiraban repletos de amor, pero que ahora analizaban fríamente su reacción.

–¡Qué alivio! –exclamó él al fin–. Pensé que te molestarías –agregó llevándose una mano al pecho.

Ella rió teatralmente, demasiado fingido para su gusto, pero él no lo notó.

–Que eres insólito ¿Cómo crees? ¿Por qué habría de molestarme?

Hermione sentía las venas de su sien palpitar con violencia. No sabía de dónde había sacado tanta templanza para soportar el cúmulo de sentimientos que se estaban atiborrando en su pecho. Angustia, desolación, pero por sobretodo, tristeza y pérdida.

–No lo sé, pensé que...

–No seas ridículo –interrumpió la chica–. Ya quedó todo en el pasado ¿cierto?

Él pareció sorprendido con la aseveración, tardando unos segundos en responder.

–Cierto –confirmó con una sonrisa, que terminó por desangrar el ya débil corazón de su eterna amiga.

Se despidieron de un abrazo menos apretado del que se dieron al encontrarse, y separaron sus caminos sin mirar atrás. Con cada paso que daba, Hermione se sentía más y más miserable. ¿Cómo era posible que Ron se comprometiera tan pronto? ¡Y más encima con ella! era algo impensado."Ron necesita a alguien vivo, alegre e inteligente. No una mujer con la cara tiesa todo el día para evitar arrugarse" pensó rabiosa, sin poder reprimir que las lágrimas acumuladas en sus ojos cayeran al parpadear.

Se acostó esa noche por inercia, con los ojos completamente hinchados y abrazando su almohada para encontrar consuelo. Sin embargo, el consuelo jamás llegó, ya que durante toda la noche soñó con el pecoso. Su primer y quizás único amor.

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Esa mañana se levantó con el cuerpo tan pesado que parecía que llevaba un hipogrifo en la espalda. Arrastrándose llegó al baño para observar la patética imagen que le devolvía el espejo.

–¿Y tú que miras? –le espetó a su reflejo, como si aquél le fuera a reprochar su aspecto demacrado.

Se vistió completamente de negro -igual que su estado anímico- y partió como un alma en pena al Ministerio, deseando que ese día terminara pronto. Pero sus deseos y súplicas fueron completamente ignoradas por Merlín, ya que el muy desgraciado se hizo el sordo. Cuando entró a su oficina, se encontró con veinte carpetas nuevas que adornaban su desordenado y caótico escritorio, todos con una papeleta de "urgente" en el lomo. Deprimida, se dejó caer en su silla y se agarró la cabeza entre las manos.

–Pase –gruñó al sentir que alguien tocaba la puerta del otro lado-. ¿Si, Mary? –suspiró al ver a su amable secretaria recargada en la puerta.

–Jovencita, le traje El Profeta y su café matutino –anunció la anciana–. Se nota que necesita un poco de cafeína, niña, ¿durmió algo? –agregó preocupada.

–Sí, no es nada importante –respondió Hermione con una forzada sonrisa, estirando los brazos para recibir ambas cosas–. Gracias por la preocupación.

Abrió El Profeta para ojearlo sin esperanzas, ya que últimamente no publicaban noticias demasiado importantes. Se dedicó a mirar la fotos, avanzando con rapidez hasta que llegó a la última hoja, la que solía ignorar porque se trataba de la farándula del corazón. Sin embargo, dos imágenes y un titular ostentoso llamaron su atención. "Chicas, ¡a llorar! Se nos casan dos de los solteros más codiciados en el mundo mágico". Debajo de ese título se encontraban los retratos de Draco Malfoy y Ron. El primero miraba en dirección a la cámara con su sonrisa engreída, mientras que el segundo se rascaba nervioso la cabeza, cerrando los ojos torpemente ante el flash.

Si hubiese tenido un poco de inteligencia emocional, la muchacha hubiera cerrado de inmediato el periódico, arrojándolo al tacho de basura como si se tratara de excremento. Pero no. Sus ojos instintivamente comenzaron a unir las letras convirtiéndolas en palabras, y las palabras las convirtió en frases, frases que se transformaron en párrafos que le encogían el corazón.

"Jóvenes y no tan jóvenes brujas. El universo está de luto, ¡así es! Se nos casan dos de los solteros más codiciados del mundo mágico. ¡Que horror!

Draco Lucius Malfoy, heredero de una de las grandes fortunas del mundo mágico (y uno de los magos más difíciles de atrapar sentimentalmente) finalmente sienta cabeza, y no es con cualquier bruja, ¡sino con la aristocrática y perfecta Astoria Greengrass!, la menor de las hermanas Greengrass, que fue prometida hace años a nuestro fantástico rubio. Suertuda ella, ¿no?.

Por otro lado, está nuestro pelirrojo favorito, el reconocido Auror y cooperador activo en la caída del que no debe ser nombrado, ¡Ronald Weasley! Así es niñas, saquen sus pañuelos porque este guapo se nos casa. Bastante inesperada la noticia, ya que después de dos años de noviazgo con la francesa Gabrielle Delacour, decidió dar el gran paso... paso que no dio con su ex novia por cinco años, la afamada Hermio..."

–Suficiente –sentenció, arrugando compulsivamente el periódico hasta hacerlo una bolita.

Se levantó, respiró profundo, y salió a grandes trancos. Necesitaba huir de ese ambiente enrarecido y tóxico que la estaba envolviendo. No quería trabajar más, no quería leer ni un puto expediente más y menos aún quería escuchar o saber sobre la felicidad ajena. Estaba agotada de fingir alegría cuando por dentro se estaba pudriendo de la envidia.

Caminó casi trotando hasta la salida del Ministerio, sintiendo como sus mejillas estaban siendo inundadas por una cascada de agua salada. La vergüenza la consumía y no quería que nadie, absolutamente nadie, la viera así, completamente derrotada y patética. Bajó el mentón para ocultar el rostro y avanzó más aprisa a su salvación. Tan ensimismada, que torpemente terminó incrustándose contra un sujeto que venía entrando, y se fue derecho al suelo.

–¡Fíjate por donde caminas, Granger! –le recriminó una voz siseante, muy conocida para ella en otras épocas.

–Lo siento –respondió ella automáticamente, recogiendo su bolso con ansiedad y parándose a duras penas para salir arrancando del lugar, antes que aquella serpiente deseara molestarla como en los viejos tiempos.

–Granger, ¡espera! –exclamó sin éxito el rubio, al notar que a la joven se le había caído la billetera con el choque–. ¡Bah!, es su problema –murmuró alejándose del objeto.

Pero, a los pocos pasos, la poca de conciencia que tenía lo obligó a devolverse y recogerla.

"Me debes una sabelotodo" pensó, guardándola en su bolsillo.

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