15. Por fin.
"Te besé porque te quiero" había reconocido mirando a Ron a los ojos. Y eso era todo lo que él necesitaba. Aparentemente, la Copa también era una romántica, porque había emitido una luz blanquecina, pulsante como el latido de un corazón, que los había envuelto en una neblina plateada.
-No fue un error y además tengo miedo –era una sensación extraña la que tenía en la boca del estómago y era raro también cómo podía estar hablando sin mover la boca, sin articular ni una sola palabra, y lo más extraordinario de todo era cómo Ron parecía estar entendiendo cada una de las palabras que cruzaban por su mente. –Tengo miedo de no ser suficiente, ni para ti ni para mí ni para nadie. Miedo a no saber, y te aseguro que por primera vez en mucho tiempo no sé que me está pasando, y es por tu culpa. No, tacha eso, no es tu culpa, culpa es una palabra mala, y lo que tú me haces sentir no está mal; está bien, es perfecto, maravilloso y muy frágil y si se rompe yo me romperé también y eso es lo que me da miedo. Me da miedo romperme. Me da miedo que me rompas.
Seguían cogidos de la mano, por encima de la Copa.
-Podría prometerte que no voy a hacerte daño- concedió él con voz suave.
-Pero no sería cierto ¿verdad? No se pueden prometer esa clase de cosas.
-Podría ser estupendo. Podría prometerte la luna… No voy a hacer eso. Lo que puedo prometerte es que te quiero, ahora mismo, seguramente te querré siempre, y que cuando pienso en tu boca me cosquillean los dedos y sueño con tus manos.
-Eso podría ser suficiente.
-Ah –suspiró él, con una expresión traviesa –Pero es que hay más. Sueño con acariciarte los hombros en primavera por encima de los tirantes del vestido, cuando el tímido sol te tueste la piel. Sueño con tu pelo desordenado flotando alrededor de tu rostro un día lluvioso en la campiña. Sueño con tu cuerpo desnudo encima de la alfombra delante de la chimenea en invierno.
A Hermione le subió un dulce calor desde las plantas de los pies.
-Son sueños interesantes –concedió con voz rasposa.
-Tengo más, si estás interesada –y ahí estaba de nuevo la sonrisa de medio lado, los ojos brillantes, pícaros, y la mano rugosa que acariciaba con lujuria contenida la palma de ella.
Y, por primera vez, Hermione se vio a sí misma sonriendo del mismo modo: hambrienta, decidida. Era una sonrisa que prometía todos esos sueños y unos cuantos más: tardes de gemidos ahogados y piel descubierta, faldas subidas y camisas desabrochadas, uñas que se clavan en la piel blanquísima, labios que devoran pecas como estrellas oscuras.
La boca de Ron se entreabrió un poco.
La cabeza de Hermione se ladeó, despacio, bajando los párpados apenas perceptiblemente.
A su alrededor, la estancia dejó de temblar.
Mucho peor que antes, un trueno que anunciaba el fin del mundo retumbó en la enorme cavidad excavada en el interior de la tierra, la cueva tembló, de la copa surgió un resplandor blanco, tan fuerte como un destello de sol, que cegó a todos los que estaban en el techo y se agarraban a lo que podían para no caer al oscuro vacío alrededor…
Y, de pronto, todo se paró.
Fue como si escampara una tormenta. La luz del día comenzó a filtrarse por las rendijas del techo de la cueva, y la hierba brotó de entre las losas del suelo. Creció y creció hasta que se convirtió en espesa hierba mullida, y unas pequeñas ramas cubiertas de hojas se alzaron, primero tímidamente y luego con fuerza, hasta donde Harry, Ginny, Luna, Neville y Malfoy se agarraban a la piedra con los dedos entumecidos. El aire volvió a ser fresco y limpio, y por el aspecto de las paredes era como si nunca hubiera habido un terremoto allí dentro.
Ginny, Harry, Luna y Neville se sujetaron a ellas como un niño de pecho se aferra a su madre. Al otro lado, Malfoy estiraba el brazo para llegar a una de las raíces, contorsionándose como un trapecista de circo. Mientras se sujetaban, las raíces crecían y crecían, presionando la bóveda del techo hasta que ésta cedió, transformándose en una lluvia de cascotes y arena que precedió a la verdadera luz del amanecer, y hacia la que las raíces subían atraídas por la caricia del sol.
Ginny, agarrada con fuerza a la raíz, escudriñó la negrura que dejaban abajo, desesperada.
-¡Ron! ¡Hermione! –gritó con todas sus fuerzas, recibiendo como respuesta tan sólo el eco de su propia voz y los terribles crujidos de la bóveda al partirse. -¡RON!
Luna, prácticamente ya en la superficie, lanzaba destellos de lumos hacia el interior, mientras Neville hacía bocina con las manos para sus gritos, sujetándose a las raíces sólo con las piernas. Ginny se soltó de la mano de Harry, que había estado aferrándola todo el tiempo sin apenas darse cuenta.
-¡Ginny! ¿Qué estás haciendo? –bramó Harry al ver cómo ella comenzaba a descender, llamando a gritos a su hermano.
-¡Ron está ahí abajo! –gritó ella sin dejar de intentar bajar. Pero sus esfuerzos resultaban infructuosos: la raíz seguía creciendo, arrastrándola hacia arriba, a pesar de que ella intentara ir hacia abajo.
-¡Estarán bien! –gritó Harry, más para él mismo que para ella -¡Tienen que estar bien, ya verás!
-Yo no tendría tanta confianza –espetó Malfoy, quien de pronto estaba casi al lado de Harry, casi alcanzando el exterior, rozando con las manos el borde de la cúpula que daba a la arena del desierto.
-¡VETE A LA MIERDA, MALFOY! –gritaron Harry y Ginny al unísono, mientras Luna tendía su mano al Slytherin para ayudarlo a subir.
-Muy amable, Lunática, muchas gracias. Diría que ha sido un placer, pero no exageremos tanto –Luna, lejos de ofenderse, lo miró con una sonrisita. Malfoy se quedó un poco descolocado. Neville, que había estado a punto de ir a "comentarle" a Malfoy lo que le parecía que insultara a su amiga, se quedó quieto, observando. Con su tono habitual de tranquilidad, Luna respondió sin alterar su sonrisa.
-Tranquilo Draco, no le diremos a nadie que nos ayudaste a no morir ahí abajo.
A Malfoy se le fue el poco color que tenía en el rostro y apretó los dientes.
-Incluso –prosiguió Luna –podríamos hablar bien de ti al profesor Dumbledore ¿sabes? Por si un día decidieras cambiar de… amistades.
-Veo que sigues con tus majaderías de siempre, Lunática –escupió Malfoy entre dientes, haciendo un leve movimiento amenazante con el cuerpo. Neville, detrás de Luna, tensó las piernas y los brazos. La muchacha rubia en cambio, siguió con su actitud tranquila, sin variar un ápice su expresión relajada.
Alternando la vista entre ambos, y al observar por el rabillo del ojo que Harry y Ginny se aupaban ya sobre la arena, Malfoy gruñó por toda despedida y se desapareció con un audible "CRACK".
-Imbécil –masculló Neville al espacio en blanco sobre la arena en la que segundos antes había estado el cuerpo del Slytherin.
-¿Qué hacemos ahora? –preguntó la menor de los Weasley sin ocultar la ansiedad en su voz -¿Cómo volvemos ahí abajo? ¿Cómo los rescatamos?
Harry alzó la vista del agujero por el que estaba intentando vislumbrar algo de sus amigos. Abrió la boca y se encontró con que no sabía qué decir. Quiso decir "no te preocupes", quiso decir "yo también estoy asustado", o también "no pueden morir porque son mis amigos" y lo que salió de su boca fue:
-La alfombra.
Neville se llevó las manos a la cabeza.
-¡Merlín Harry, eres un GENIO!
-¡Qué buena idea! –corroboró Luna con una sonrisa.
-¡Pero la tiene Ron! ¡Recuerdo cómo se la guardó cuando llegamos aquí! –repuso Ginny. Sonriendo, Harry metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó su varita.
-Accio alfombra mágica –ordenó mientras se concentraba y asentaba bien las piernas sobre el suelo, apuntando hacia el agujero que los rayos del día iluminaban ya con fuerza.
Y allí con la mano extendida en medio del desierto, Harry James Potter, multimillonario y mago, rogó con todas sus fuerzas para que la orden de su varita fuera lo suficientemente poderosa como para atraer a la alfombra desde el interior de aquella cueva… y a sus amigos con ella.
Pasaron diez segundos. Y luego otros diez. A Harry empezaron a resbalársele las gafas desde el puente de la nariz. Ginny le observaba, en silencio pero con los nudillos blancos de tanto apretar los puños, y la expresión de Neville delataba su ansiedad. Incluso Luna había dado paso a una pequeña preocupación que le hacía fruncir el ceño.
Y entonces lo notó.
Como un pez que se resiste al otro lado de un sedal, la alfombra se retorcía y tiraba, trataba de escapar del accio que la había convocado tirando hacia el otro lado con fuerza. Casi perdiendo el apoyo, Harry se tambaleó ante la inesperada resistencia, y los otros tres chicos lo observaron impotentes sin saber qué hacer.
-Hay que sujetarlo –exclamó de pronto Luna, lanzándose hacia Harry y sujetándolo por el brazo que empuñaba la varita. Ginny se ocupó del otro brazo y Neville lo abrazó por la espalda, anclándolo al suelo con toda su fuerza.
La alfombra seguía empujando, oponiéndose, protestando.
Harry cerró los ojos. Podía ver aquel trozo de tela en su mente y le ordenó que viniera hacia él. Hazlo. Hazlo. ¡Hazlo! Se oyó a sí mismo y su propia voz era como un trueno.
La alfombra comenzó a ceder.
¡VEN!
Fue como si la alfombra hubiera agachado la cabeza y rendido los brazos. El cosquilleo que la varita le producía en los dedos se relajó y la resistencia se convirtió en suave acuerdo. Su propio brazo se permitió ahora notar el dolor que le había producido la tensión de los músculos y la espalda dejó de estar rígida.
Giró la muñeca, con suavidad, y tiró hacia arriba.
El fleco de una vieja alfombra asomó por el agujero en medio del desierto.
Y, enganchados a ella, magullados, llenos de arena, con varios cortes y sangre reseca pegada a la piel, vivos, Ron y Hermione se dejaron caer como un fardo sobre la duna tras el enorme esfuerzo.
Ginny aprisionó a su hermano en abrazo de hierro no exento de ternura. A su lado, Harry palmeaba con suavidad el rostro de su amiga, ahora inconsciente. Luna extrajo una cantimplora de un pequeño bolsillo de su camisa y roció con ella los labios de los dos chicos. Hermione abrió los ojos lentamente.
-Harry –susurró cuando fue capaz de enfocar la vista de nuevo –Harry, la alfombra…
-Ha sido un buen truco ¿verdad? –sonrió él. Por toda respuesta la chica alzó la mano y acarició su mejilla mientras se le escapaba un suspiro de agotamiento.
-Ha sido el mejor truco que he visto en mi vida –sonrió Ron con los ojos oscurecidos por el cansancio y las horas sin dormir. Por encima de la cabeza de Hermione, Harry palmeó el hombro de su amigo mientras Neville lo ayudaba a levantarse. –Yo también sé algunos trucos, amigo mío…
Y abriéndose el faldón de la destrozada chaqueta de cuero, la bruñida superficie de la encogida Copa del torneo de los Tres Magos se materializó en su mano, brillando bajo el sol de Egipto, tan hermosa y aparentemente inofensiva como la primera vez que Harry la había visto, hacía ya tantos años.
A Harry se le llenó el pecho de algo parecido a la satisfacción completa cuando Ron extendió el brazo y se la dejó caer entre los dedos.
-Si vuelves a hacerme algo como esto, te mataré yo misma –amenazó Ginny con voz temblorosa. Ya en pie, Ron la apretó contra sí mismo, devolviéndole el abrazo.
-Si vuelve a pasar algo como esto tienes mi permiso para matarlos a todos –afirmó Neville con una voz tan seria que todos se volvieron a mirarlo. Con el ceño fruncido y los labios apretados, los observó con dureza, hasta que no pudo resistirlo más y se echó a reír ruidosamente.
Echándose el sombrero hacia atrás, Ron se palmeó los muslos, sin poder contener algo parecido a una risa histérica que se unió a la de su amigo a través del aire cálido del desierto. Ginny también reía, bajito, casi sin ruido, mientras la risa de Luna era cristalina como un tintineo de campanillas. Harry enterró la cara entre las manos, sollozando de risa.
-Estáis todos como una cabra –afirmó Hermione, con una sonrisa como un anuncio de dentífrico, antes de volver a dejarse caer sobre la arena porque no podía contener las carcajadas que la sacudían.
En las primeras horas de la mañana siguiente, el rocío de la madrugada impregnaba las briznas de hierba del patio delantero del castillo de Hogwarts, y un hombre joven, moreno y apuesto, se arrebujaba dentro de su abrigo de paño gris. La diferencia de temperatura entre la campiña escocesa y el desierto egipcio era suficiente como para provocarle un estornudo a un estudiante de Durmstrang.
Con gesto mecánico miró su reloj de muñeca y, demasiado tarde, recordó que en Hogwarts los ingenios mecánicos no funcionaban. Decidió no plantearse porqué la siempre puntual Hermione parecía estar retrasándose esa mañana. Y absolutamente no iba a preguntarse dónde estaba Ron. Vivía mucho más feliz en la ignorancia de ciertos temas, muchas gracias. Y además, tenía ojos en la cara. No era la persona más perceptiva del mundo pero tampoco era ciego.
Hermione había decidido que le entregarían la Copa a Dumbledore al día siguiente. Y Ron había estado completamente de acuerdo porque era un sucio y rastrero traidor.
-Necesito un baño, Harry – había declarado ella, con un tono que no admitía réplica, sentada sobre la arena del desierto el día anterior. –Y dormir.
-Dumbledore ha podido esperar todos estos días, amigo –la apoyó Ron rápidamente, con una medio sonrisita que indignó especialmente a Harry: era una sonrisa de "la apoyaré en todo lo que diga, porque en el amor y en la guerra todo vale". –Puede esperar veinte horas más.
-¡Pero –había tratado de protestar él, débilmente –podrían volver a intentar quitárnosla! ¡Podrían atacarnos en casa!
-Por favor, Harry –la voz de Hermione no se alteró con el sarcasmo –Vives en una fortaleza mágica a prueba de robos e intromisiones. ¿Y quién crees que va a ir tras nosotros ahora? ¿Malfoy? Debe estar escondiéndose en el lugar más recóndito del mundo ahora mismo, creo que tiene más miedo del Lord Oscuro que odio hacia nosotros; dudo mucho que vaya a ir corriendo a contarle a su comprensiva tía su estrepitoso fracaso tratando de robarnos la Copa.
-¿Y los muggles? –preguntó Ginny –Los nazis.
-Han muerto todos ahí dentro, tardarán al menos un par de días en salir a buscarlos, supongo que esto sería una misión secreta y no les conviene hacer mucho ruido sobre su desaparición –y Hermione agitó un poco la mano, con un gesto que decía "y no hay más que hablar". Harry abrió la boca para objetar de nuevo, pero el codo de Ginny se clavó en sus costillas y las cejas pelirrojas se alzaron en un gesto de "ni siquiera lo intentes, no hay nada que puedas hacer".
Por la mente de Harry cruzaron varios comentarios sarcásticos sobre alguien que iba a pasar la noche en agradable compañía y cómo podía llamársele dormir a eso, pero antes de poder siquiera pensar en decir uno de ellos, Hermione bostezó enormemente y se puso en pie.
-Bien, damas y caballeros, tendré un enorme placer en encontrarme con vosotros mañana a las puertas del colegio a primera hora. Buenas noches a todos y gracias por todo –y con una sonrisa, abrazó a todos (a Ron se le pusieron las orejas rojas, observó Harry, y tal vez la apretó un segundo de más contra su cuerpo), se dio media vuelta y se desapareció exactamente igual que había hecho Malfoy.
Ginny no pudo contener una sonrisa maligna.
-Dime Ron –preguntó con voz peligrosamente suave -¿Cómo de interesada estaba la Copa en que vosotros dos acabarais enrollándoos en medio del desierto?
Ron se caló el sombrero, y para sorpresa de todos, sonrió y se llevó un dedo a los labios en gesto de silencio.
-Gin, soy un caballero, hay secretos que hay que llevarse a la tumba.
Ella se indignó. -¡Eso no vale! ¡No nos habéis contado qué pasó ahí abajo!
-Simplemente que la Copa decidió que éramos dignos de ella –dijo su hermano encogiéndose de hombros.
-Quiero detalles, Ron. Lo más gráficos posibles –aclaró ella mientras Harry y Neville protestaban.
-¡Si vais a dar detalles, yo me vuelvo a mi despacho! –exclamó Neville. A Luna se le iluminaron los ojos con interés.
-¿Crees que podría ir a visitar tu pirámide, Neville? –preguntó emocionada –Sería la culminación de un día perfecto.
-Claro, Luna. De hecho estáis todos invitados a comer allí si no estáis demasiado cansados.
-Me encantaría Nev, pero creo que debería dejar este cacharro a salvo en Grimmauld Place antes, y no creo que pueda volver a levantarme una vez vea mi cama y decida echarme una siestecita –se excusó Harry, que llevaba ya un rato soñando con el dosel rojo de su cama.
De pronto, Ron se agachó y sujetó a su hermana por la cintura, echándosela sobre los hombros. Ella gritó primero, sorprendida, y luego le pateó con todas sus fuerzas.
-¡RONALD, BÁJAME O TE JURO QUE TE ECHARÉ UN MOCOMURCIÉLAGO TAN PODEROSO QUE TEMBLARÁ TU FUTURA DESCENDENCIA!
-Esta señorita y yo (¡auch, Gin!) nos vamos a comer estofado estilo Weasley, muchas gracias Neville. Luna, Harry, un placer, nos vemos mañana – y sonrió mientras ambos se desaparecían.
Y así, Harry también se había despedido de Neville y Luna y, concentrándose, apareció frente a la puerta negra de su mansión eduardiana. Una vez la puerta se hubo cerrado tras de él, se había dejado caer sin ruido en el mullido sofá del salón y había contemplado la Copa que tantas aventuras les había hecho correr… y tantos peligros les había obligado a sortear. Pensó en el vampiro, en los pasadizos, en la cueva y el elfo lloroso, en la avioneta cayendo sobre el desierto y la angustia de ver a sus amigos en peligro…
Ni siquiera llegó a subir las escaleras.
Antes de darse cuenta, se había quedado profundamente dormido, allí sentado sobre el cómodo sofá, con la Copa del Torneo de los Tres Magos en la mano, completamente vestido, completamente sucio y con la boca abierta.
Los tacones de Hermione repiqueteando contra las losas del camino lo trajeron de vuelta al presente. Ella lo saludó con la mano, y sonrió. Desde donde él estaba podía ver cómo su piel ya morena se había oscurecido con el sol de los últimos días, y cómo contrastaban sus blanquísimos dientes con la camisa gris perla y el sombrerito azul que le recogía el pelo hacia un lado. En una palabra, Hermione parecía radiante.
-Tengo unas ganas de enormes de saber lo que esa condenada Copa puede hacer – dijo emocionada, al llegar hasta él. Harry alzó las cejas hasta el nacimiento del pelo, sorprendido por el adjetivo, y ella tuvo la decencia de sonrojarse un poco. –Sois una mala influencia –se excusó.
-¿Somos?
A Hermione la libró de la reprimenda el sonido de los zapatos de Ron, que como siempre llegaba tarde y corría sujetándose el sombrero con la mano izquierda. Cuando llegó hasta ellos exhibió una nada decorosa sonrisa de satisfacción consigo mismo y el sonrojo de Hermione subió dos tonos.
Tal vez Harry había sobreestimado su propia capacidad de deducción y, efectivamente, esos dos no habían pasado la noche juntos.
-Buenos días –dijo, y el muy bastardo ni siquiera había perdido un poco el aliento con la carrera matutina. Harry puso los ojos en blanco. Hermione lo miró fijamente, pues ese era un gesto que ella solía hacer.
-Sois una mala influencia –le dijo con todo el sarcasmo del que fue capaz. Ella carraspeó.
-¿Y los demás? –preguntó con voz insegura.
-Ginny se ha dormido –se carcajeó Ron.
-Neville tenía una reunión urgente con Shackelbott hoy a primera hora y le iba a resultar imposible venir –Harry había recibido la lechuza de su amigo la noche anterior, que lo despertó con ruidosos golpes del pico en la ventana y lo libró de una contractura muscular al no pasar la noche entera dormido prácticamente de pie. –Y por lo que parece esta mañana a Luna se le han ocurrido un montón de temas nuevos para el Quisquilloso y estaba más interesada en que luego nos reuniéramos para contarle nuestro viaje detalladamente que en lo que pueda hacer la Copa.
-Venga –dijo Ron, rodeando a cada uno de ellos con un brazo por los hombros –Vamos a ver qué juguete le hemos quitado a ese cabrón del Lord Oscuro.
-Ah.
Dumbledore contempló la Copa, ahora segura sobre un pedestal en un rincón de su despacho, y le limpió una inexistente mota de polvo con la tela de la manga. El metal brillaba tanto que Harry podía ver el rostro distorsionado de su antiguo profesor reflejado sobre la superficie.
-Es hermosa ¿no es cierto? –murmuró el hombre, acariciándose la larga barba blanca.
-¿Profesor? –a Harry le pareció que Hermione reprimía la necesidad de levantar la mano como cuando estaban en clase -¿Porqué no nos ha carbonizado la Copa?
Dumbledore parpadeó.
-Excelente pregunta, señorita Granger. La respuesta corta es: no lo sé –Ron consiguió transformar su resoplido en una tosecilla. –La respuesta larga es: no lo sé, pero supongo que es por la magia que le aplicó el mago que la robó de aquel castillo y la escondió en el desierto, dejando unas cuantas sorpresas por el camino para el que viniera detrás. Supongo (y eso es todo lo que puedo hacer, suponer), que dicho mago tenía una extraordinaria capacidad mágica además de un peculiar sentido de la moral y supo realizar algún tipo de encantamiento protector que neutralizara la potencia de la Copa en su estado de letargo. Pero también supongo que quiso asegurarse de que nadie que fuera tras ella la consiguiera con facilidad y, al quitarle la protección antigua debió añadir todas esas pruebas extras para que no cualquier mago o bruja pudiera hacerse con ella. Debió ser muy interesante todo lo que ocurrió en el interior de esa cueva, señorita Granger, no tengo la menor duda.
Y le guiñó un ojo, con lo que a Hermione le desaparecieron las ganas de hacer más preguntas y a Harry le aumentaron considerablemente.
-¿Y ahora? ¿Sabemos ya para qué la quería Voldemort? ¿Lo que hace o puede hacer? Tal vez podríamos usarla nosotros, tal vez podría ayudarnos de alguna manera –Harry había echado el cuerpo hacia delante, apoyando el antebrazo en la mesa de madera oscura, hablando rápido y emocionado con las ideas que se le iban ocurriendo –Seguro que hay alguien en todo el mundo mágico que sabe cómo funciona, incluso podríamos usarla como trampa para él…
-Harry, muchacho, esas son muchas preguntas. Y por desgracia conozco la respuesta estupendamente –Dumbledore se puso en pie despacio, y se acercó a la percha en la que solía estar Fawkes y que ahora contenía cenizas y un pequeño pollo, feo y sin plumas, que piaba débilmente. Le dio un poco de comida con el dedo índice, con suavidad, y le susurró cosas que Harry no llegó a oír. Después cruzó las manos tras la espalda, y volvió apenas la cara para que le vieran el perfil. –La Copa del Torneo de los Tres Magos no sirve para absolutamente nada.
Harry se dejó caer en la silla hacia atrás, Hermione murmuró un apenas audible ¿qué? y Ron profirió unos cuantos tacos en idioma troll que habrían hecho palidecer al mismísimo Mundungus Fletcher.
-Pero –dijo Harry, y se quedó ahí. Su cerebro pareció haber dejado de funcionar. Nada. No servía para nada. Después de todo lo que habían pasado. Después de casi morir. Morir. Después de TODO. Sintió que se le nublaba la vista.
-No lo entiendo –la de Ron fue la primera voz en reaccionar.
-Lo sé, señor Weasley –Dumbledore parecía realmente afligido, como si todo esto fuera algo muy penoso para él. –Después de mandarlos ahí fuera a afrontar la muerte más de una vez y todo eso para nada. Decepcionante, por no usar ninguno de esos excelentes adjetivos troll que acaba usted de pronunciar.
-Pero –volvió a objetar Harry, como si su cerebro necesitara volver a pronunciarlo para poder seguir con su razonamiento –Usted dijo que era necesario recuperarla. Que no sabía lo que Voldemort podría hacer con ella. Que era peligrosa.
-Y lo es –Dumbledore se volvió hacia ellos y habló ahora en tono suave, conciliador –No te engañé, Harry, la Copa puede ser muy peligrosa en las manos equivocadas. Pero en las manos correctas… Su función primordial es una magia básicamente dañina, maligna, y no hay nada que pueda hacer que no cumpla esa función. Por eso Minerva ha dado con una fórmula para desactivar esa magia, y es lo que vamos a hacer. No será peligrosa, y tampoco se podrá usar en ningún fin.
-Y no servirá para nada –resumió Ron con voz monocorde.
-Mírenlo de esta manera: Voldemort se ha visto privado del placer de robarla y experimentar con ella.
-Y nosotros hemos estado a punto de morir de formas muy imaginativas varias veces, profesor –replicó Hermione. Por la forma en que la chica trataba de controlar la respiración, se dijo Harry, estaba tratando de mantener a raya su frustración.
-He sido plenamente consciente de los peligros a los que les estaba exponiendo desde que el señor Potter abandonó mi despacho aquel primer día. Créanlo o no, pero han estado protegidos al máximo en todas las ocasiones que ha sido posible.
-Por eso no nos han atacado los mortífagos -a Harry comenzaban a aclarársele las ideas.
-La Orden al completo ha puesto un especial cuidado en que nadie supiese nada en absoluto de su paradero, borrando tras su paso cualquier recuerdo o pista que pudiera delatarlos. Pero, de nuevo, este viejo cegato ha cometido el error de olvidar que no sólo Tom Riddle podía estar interesado en una reliquia tan fascinante como ésta -Dumbledore suspiró al sentarse de nuevo en el sillón, parecía aún más anciano que antes -Infravaloré las capacidades mágicas de nuestro mago o bruja misterioso y ustedes pagaron las consecuencias.
Hubo un largo silencio, incómodo.
-Tampoco era tan listo -dijo de pronto Ron, dándole vueltas al sombrero entre las manos -Al fin y al cabo, la Copa está ahí en el pedestal de su despacho, y nosotros aquí, sentados y de una pieza.
Dumbledore sonrió. Sonrió de verdad, con ese brillo en los ojos y arrugas en los párpados y las mejillas redondas.
-Estoy seguro de que era muy listo, señor Weasley -dijo, juntando las yemas de los dedos, con aire divertido -Y también estoy seguro de que ustedes eran todavía más listos.
Hermione se ruborizó.
-Entonces... eso es todo ¿verdad? -preguntó Harry.
-Espero que al menos el balance de la aventura resulte positivo en su conjunto final para ustedes. Espero que este viaje les haya hecho descubrir cosas nuevas e interesantes, aunque no haya permitido encontrar el arma definitiva en la guerra contra el mal. Espero, en fin, que al menos se lo hayan pasado bien -Dumbledore seguía sonriendo -Les aseguro que desde fuera tiene pinta de haber sido la bomba.
Ron emitió algo a medio camino entre una carcajada y un resoplido.
-Desde luego, eso no puedo negárselo, profesor. Ha sido apasionante.
-Diría que explosivo -apuntó Harry con una mueca, recordando el avión estrellado.
-Yo lo calificaría incluso de suicida -Hermione puso los ojos en blanco, y todos sonrieron al mismo tiempo.
-Y muy divertido -dijo Harry muy bajito mirando a sus dos amigos. Como siempre, Dumbledore tenía razón. La decepción por el nulo uso que pudiera hacerse de la Copa era apenas una mota en medio del gran montón de buenos ratos que había pasado con esos dos a su lado, rememorando viejos tiempos, juntos otra vez. Y no sólo ellos. Había descubierto lo aburrido que estaba sin la gente a la que quería, lo solo que podía llegar a sentirse sin todas esas personas que de una manera u otra estaban siempre dispuestos a todo por él.
-Ah, la juventud, divino tesoro –suspiró el director. -¿Me permiten al menos que los invite a volver cuando la profesora McGonagall vaya a desactivar la magia de la Copa? Podrán ser testigos de primera mano.
-Claro –aceptó Harry rápidamente, dándose cuenta (¡!) de que echaba de menos el colegio.
-A pesar del revuelo que ha causado su ausencia de la biblioteca, señorita Granger, especialmente entre los estudiantes de los TIMO, no espero que se reincorpore a sus actividades diarias hasta mañana por la mañana –Hermione alzó un poco las cejas, no atreviéndose a formular la pregunta que le cosquilleaba en la punta de la lengua –Eh, ejem, tuvimos un pequeño problema durante su viaje en la sección de libros prohibidos –explicó el director, causando que los ojos de la joven se abrieran con alarma –No se preocupe, no se preocupe, todo está solucionado. El señor Filch necesitaba esta tarde para limpiar un poco.
Hermione emitió algo así como un reproche ahogado.
-Bien, tranquila, como ya he dicho, todo está perfectamente. Así que empleen todos ustedes el resto del día en un merecido descanso y la espero aquí mañana a primera hora, querida – y las primeras notas del canto de un polluelo de fénix se difuminaron en el silencio de la mañana.
Parados frente a la enorme puerta del Castillo de Hogwarts, un joven alto vestido con traje de chaqueta y camisa y una chica con idéntico vestuario se miraron, sin saber muy bien qué decir. Un tercer joven paseó la vista entre ellos como en un partido de tenis.
Se podía cortar la tensión no resuelta con un cuchillo de untar mantequilla.
Harry alzó las manos al cielo en un gesto de desesperación.
-Mirad, estoy harto. Solucionadlo. Haced lo que sea que… Bueno lo que… ¡vosotros me entendéis! –se ruborizó hasta en las patillas de las gafas. Ron alzó una ceja sugerentemente y su amigo resopló y lo acusó con el dedo índice. –No quiero ni oír una palabra. Me voy a casa, joder; mejor aún ¡me voy a tú casa! ¡A comer estofado! ¡Y vosotros…! –hizo un gesto con la mano, como si los uniera con una especie de lazo invisible, y sin decir nada más, se dio la vuelta y se dirigió a la estación del tren.
Los otros dos lo observaron alejarse, callados, aguantándose la risa.
Finalmente, Hermione rompió el silencio.
-Tal vez ahora podríamos tener esa cita.
Lo miró con los ojos brillantes por debajo del sombrero azul. Las manos enguantadas sujetaban un bolsito de cuentas en el que la gente solía sorprenderse de que pudieran caber tantas cosas.
La mirada que le dirigió Ron denotaba lo mucho que apreciaba su cambio de vestuario y el sonido de sus tacones sobre la piedra.
-O podríamos ir a algún sitio más privado.
No pudo evitar la carcajada.
-No tienes ni la más remota idea de cómo se hace esto ¿verdad? – le preguntó divertida mientras se sujetaba del brazo musculoso de él para bajar las escaleras principales.
-¿Perdona? –se fingió ofendido él –Te informo de que soy una cita excelente y un caballero. Pero cuando uno es bueno en algo no tiene porqué ocultarlo.
-Oh, estoy informada de tus habilidades. Y desde luego no incluyen el antiguo arte de cortejar a una dama.
Él se rió despacio mientras miraba hacia el sauce boxeador.
-Puede que tengas razón –concedió. –Pero… yo diría que ya hemos jugado bastante a ese juego ¿no crees?
Hermione ladeó la cabeza y apretó un poco los labios pintados de rosa.
-Oh, más que suficiente –susurró con una voz tan gutural que no parecía la suya propia. Notó los músculos del antebrazo masculino tensarse y cómo los ojos azules se oscurecían un poco al dilatarse las pupilas.
Ron la frenó en medio de las enormes escaleras, con suavidad, cogió su mano y, girando hacia ella, dio un paso hacia delante. Con su mano en la de él, la atrajo poco a poco, hasta que la cabeza de ella, que quedaba a la altura de su mentón, estuvo a un pelo de distancia de su boca. Con el dedo índice recorrió la barbilla de la joven y, con dulzura, la obligó a levantarlo para quedar más cerca de los labios rojos como grosellas.
Había algo inexplicable en aquella minúscula separación de sus bocas que hacía que a Hermione le temblaran las piernas, la cabeza y el alma. Era una sensación rara, casi desagradable, como cuando estás a punto de pegar el primer bocado de una comida que sabes que está deliciosa y no puedes contener la excitación mientras mueves el tenedor del plato a tu boca.
Era la misma sensación que en aquella cueva, cogidos de la mano, cuando había creído que aquello era el fin y aún así no se había sentido extraña, porque los labios entreabiertos de él prometían un hermoso paraíso al final del túnel. Y después aquella alfombra había aparecido de la nada y recuperó la conciencia y estaba viva otra vez y podía seguir jugando todo el tiempo que quisiera y no tenía ninguna prisa porque de pronto encontraba toda la situación agradablemente deliciosa.
Hermione alzó la mano, como si fuera a acariciar la mejilla cubierta de pecas. Ron se miraba en los grandes ojos café, que brillaban con el sol. Y ella levantó la mano y le quitó el sombrero.
Ron sonrió, de medio lado.
Hermione se alzó sobre las puntas de los pies como un azor que se arroja sobre su presa y los labios de él estaban cortados y calientes; las manos envolvieron su cintura, la alzaron del suelo; la lengua estaba en su boca y era un escalofrío que le recorría el cuerpo de la cabeza a los pies; el cuerpo de Ron era delgado y fibroso y duro y grande.
Y, Merlín bendito, no era un error.
¿Cómo podía ser un error aquello? ¿Aquella prisa, esas manos sobre la curvatura de su estómago, sus propios brazos enlazados en el cuello pecoso? ¿La sensación entre las piernas, en el cerebro ausente, dentro del pecho que estallaba? ¿La respiración jadeante, los pies temblorosos y aquel fuego en la boca?
Claro que no era un error. El error era, tal vez, estar en un lugar público y rodeados de gente. Porque si no hubiese sido así…
Las manos de Ron bajaron peligrosamente por su espalda y a Hermione se le escapó un suspiro. Gracias a Merlín y a los Cuatro Fundadores por el día libre, pensó mientras su propia lengua se perdía entre el increíble mar de calor de la boca roja de él.
Se separó un poco, invadida por su olor y la cercanía de su cuerpo.
-De acuerdo –dijo. Él tenía los ojos desenfocados y su respiración parecía entrecortada como nunca antes. –Olvidémonos de esa cita.
Había electricidad a su alrededor y fue difícil contener las ganas de arrancarse la ropa a bocados una vez la puerta del compartimento del tren se cerró a sus espaldas y Ron decidió dejar la mano grande sobre la fina tela de la falda gris y a ella le temblaron hasta las amígdalas.
Pero ya dejamos claro desde el principio que Hermione era, ante todo, una señorita muy educada.
Así que todas las interesantes cosas que le cruzaron por la mente en aquel interminable trayecto de veinte minutos hasta su casa pudieron (a duras penas) esperar hasta que ella misma cerró la puerta principal de su casa y se volvió hacia quien la observaba con la chaqueta sujeta con dos dedos por encima del hombro.
Lo recorrió con la mirada, despacio, y se le entrecortó un poco la respiración.
-Ni se te ocurra quitarte el sombrero –fueron las últimas palabras coherentes pronunciadas en aquella casa durante algunas horas en las que Ron y Hermione se dedicaron a hacer… ya sabéis… eso que había insinuado Harry… sí, todo eso…
-The End-
Nota de la autora: Vaya. Al final lo he terminado ¿eh? Qué curiosas son las musas.
Casi cuatro años de silencio, de no saber de qué hilo estirar, de no entender hacia donde iba o cómo acabarlo todo de la misma forma que lo empecé: divirtiéndome. Y no me divertía. No tenía ganas de escribir. Durante mucho tiempo no supe si quería seguir escribiendo siquiera.
Y luego volvió un poco el gusanillo, pero yo no sabía escribir como antes. Había cambiado, yo, mi entorno, mi forma de ver la vida. Ni siquiera mi amor por esta saga era el mismo. Hubo una especie de edad oscura en esa época. Empecé el capítulo, escribí y borré, borré más de lo que escribí.
Pero de repente, la musa entra volando por la ventana. Con el año nuevo, con música apoteósica de fondo y muchos gifs de gatitos. Y yo tengo unas ganas locas de Indiana Jones y de Ron Weasley y de terminar este fic que es como un hijo de esos que siempre sacan buenas notas y de repente suspende un examen y no sabes qué hacer con él. Pero un día se te ilumina el cerebro y decides apuntarlo a clases de repaso y decirle lo mucho que confías en él y a él se le ilumina la cara y el siguiente examen lo aprueba con nota. Pues de repente este fic subía y subía y yo me estaba divirtiendo y sabía lo que quería hacer con él y hacia dónde íbamos con la vagoneta descarriada por en medio del templo maldito. Y en tres días estaba casi redondo, casi brillante como esa Copa que tantos disgustos y alegrías nos ha traído.
Me doy perfecta cuenta de que la mayoría de la gente que leyó este fic en algún momento lo han olvidado o ya no les interesa. Tengo claro que no soy una escritora importante de la que la gente está pendiente. No es que no me importe, es que es la realidad, si yo tuve derecho a irme por la puerta de atrás, vosotras tuvisteis derecho de olvidarme sin reproches. Incluso podría ser que leyerais este fic y no quisieseis dejar un comentario como castigo hacia mi inexcusable silencio. Lo entiendo.
Pero. Sois VOSOTRAS la razón de que este capítulo haya llegado al fin. Sin esos pequeños acicates que son los comentarios, sin esos pequeños recordatorios al correo que indican que alguien ha favoriteado una historia, podría haber olvidado que tenía la obligación de terminar esto. Podría haber olvidado que todos ellos se quedaron congelados en aquella cueva a corazón abierto. Incluso el silencio de tanto tiempo cayó sobre los comentarios y el fic se olvidó un poco. Y aquí es donde quiero darle el mérito de este capítulo a Copia Pirata. El mérito entero. Porque sus comentarios maravillosos son la razón principal de que yo no me olvidara de que había alguien ahí fuera a quienes debía algo.
Así que GRACIAS. Por estar aquí, leyendo esto. Por primera vez o desde hace casi ocho años (¡!). GRACIAS. Eres la mejor lectora que hubiera podido desear. Todo este rollo para decir algo tan simple. Espero que te haya gustado.
GRACIAS.
Y hasta siempre.