Disclaimer: Lo de siempre. Nada me pertenece, por desgracia. Escrito para que paséis un buen rato así como yo también lo paso escribiéndolo.

Historia de los Marauders pero "a mi estilo". Es decir, que lo parodio todo usando los libros, películas, información extra del canon, e incluso del fandom; dado lo mucho que me gusta esta saga. Y la pareja de James y Lily es mi favorita.

Muchísimas gracias por leerme (vuestra opinión, sincera, tanto si os gusta como si no). Ahora sí, ojalá os guste (guiño).

1. HOGWARTS

Había soñado tantas veces con ello que ya había perdido la cuenta. Sin embargo, toda esa ilusión se había esfumado por completo en ese preciso instante.

Estaba pegado a las sábanas, todavía medio dormido, cuando el despertador volvió a sonar.

-Cinco minutitos más… -murmuró mientras lo apagaba definitivamente.

Se colocó del lado derecho. Los párpados le cayeron con pesadez y volvió a los brazos de Morfeo. Pero esa tranquilidad no le duró mucho, pues alguien aporreó sin delicadeza la puerta de su habitación.

-¿Quieres salir de la cama? ¡El desayuno ya está listo! –le gritó su madre desde fuera.

No le apetecía ni contestar.

Se obligó a levantarse, poniéndose algo encima del pijama y se acercó hacia la ventana. Corrió las cortinas y abrió la ventana para dejar entrar el aire. Acto seguido, salió de su cuarto para dirigirse hacia la cocina.

Bajando por las escaleras se encontró con su hermano, un año menor que él.

-Creo que no deberías tratar así a mamá.

-Cállate, Regulus.

Pasó de largo y continuó bajando, escalón por escalón, hasta llegar al piso inferior.

Sirius era un chico de once años, moreno, con los ojos de una tonalidad de gris que relucían con una malicia propia de su familia. La familia Black, conocida por ser una de las familias de magos puras por antonomasia. Solía presumir de no poseer ni una sola gota de sangre muggle en ningún miembro de la familia.

A Sirius en particular todo eso le importaba menos que una piedra, a diferencia de Regulus, que parecía estar fabricado exclusivamente para satisfacer las necesidades de Walburga, la madre de ambos. En palabras de Sirius, era un pelele sin personalidad que iban moldeando según su forma de pensar hacia un camino erróneo. Había intentado muchas veces meterle algo de razón en esa cabeza suya, pero no sabía si lo estaba consiguiendo o no. Simplemente, no quería echar a perder a su hermano menor.

Se sentó en una silla cualquiera de la sala y tiró los cereales a su tazón. Cogió la cuchara y empezó a comérselos.

Su madre, por descontado, ya empezaba a decirle su adorable opinión sobre la gente con la que tenía que relacionarse y con la que no le convenía en absoluto.

-No sé ni por qué dejan asistir a sangres sucia –comentó Walburga-. Sirius, son escoria, no vayas con ellos y mucho peor con traidores a la sangre, ¡esos sí que son horribles! No saber apreciar lo que son en verdad… Mira que dan pena. Te encontrarás a Narcissa, ella te ayudará a buscar un compartimiento adecuado. Y, por supuesto, quedarás en Slytherin, es la mejor casa de todas.

Sirius no la escuchaba. Aparte del hecho de que nunca tuvo mucha capacidad de atención, le importaban cosas que consideraba más trascendentales como apartar una mosca que amenazaba peligrosamente con colocarse justo encima de su desayuno.

-Has de tratar bien a tus mayores, y caerle bien al jefe de tu futura casa, Slughorn. Aunque teniendo en cuenta que eres un Black, seguro que le caes bien.

Se le resbaló la cuchara entre los dedos y se le cayó al suelo. Se agachó para recogerla y la limpió para seguir comiendo.

-Sé educado, pero no caigas tan bajo como esa que era de nuestra familia y luego se enamoró de un sangre sucia. ¡Qué vergüenza, tanto para nosotros como para nuestra casa! –Hizo una pausa premeditada y giró la cabeza hacia uno de sus hijos.-. Sirius, ¿me estás escuchando?

-Claro.

Walburga continuó soltando retahílas sobre sus ideales, si bien Sirius la ignoraba y fingía que la escuchaba. Nada más terminó de desayunar, se retiró de la mesa con una rápida reverencia y subió nuevamente a su habitación para recoger las cosas. Nunca había sido conocido por hacer las cosas a tiempo, sino que se lo dejaba todo para el último momento.

Cuando escuchó a su madre vociferar desde el piso de abajo, supo que tenía que bajar por dos motivos: no enfurecer a su madre y no llegar tarde a la estación para llegar, por fin, a Hogwarts, la escuela de magia.


-¡No quiero que te vayas! –exclamó una mujer en la estación abrazando a su hijo y dándole un sinfín de besos.

El niño intentó zafarse de ella, pero fue en balde.

-Dorea, le vas a asfixiar.

No escuchó a su marido y abrazó con más fuerza al chico de ojos avellana que no paraba de moverse. Recién le soltó su madre, cogió aire exageradamente y miró a su padre, Charlus.

-Nos veremos en Navidad. Quiero muchos regalos –murmuró, jovial.

-Ya tengo ganas –comentó Dorea. Charlus hizo una media sonrisa.

-Si todavía no se ha ido.

James, que así era como se llamaba el chico en cuestión, rodó la mochila para ponérsela bien en su hombro y tanto Dorea como Charlus se apresuraron en ayudarle a llevarlo todo. Su madre volvió a besarle en cuanto fue a subir al tren.


-¿Te has dormido o qué? –preguntó una chica joven de pelo rubio a su primo, quien se estaba acercando con parsimonia hacia ella.

-Algo así –respondió él. Nunca le había caído bien Narcissa. Para ser sinceros, casi nadie de su familia le caía bien y de las tres hermanas, la única con la que mostraba simpatía era Andrómeda, ahora repudiada.

-Te vienes conmigo, te presentaré al grupo.

-No, gracias, prefiero hacer yo solo mis propios amigos.

Narcissa volteó la cabeza hacia él y, por un momento, llegó a pensar que iba a estrangularlo allí mismo. Se limitó a mirarlo fría y calculadoramente, y se encogió de hombros. Desapareció entre el gentío y Sirius se quedó solo, rodeado de un montón de gente pero con un sentimiento de soledad abismal.

Odiaba a su familia.


-Me da miedo –pronunció una chica de cabellera rojiza, mirando fijamente a la columna que le había señalado su amigo.

-No pienses, sólo atraviésala.

Tragó saliva y cerró los ojos. Apretó las manos en torno a su maleta, con lo que los nudillos se le pusieron blancos, y haciendo acopio de todas sus fuerzas echó a correr en línea recta. El corazón le palpitaba a una velocidad mayor de la normal, pero intentó ignorarlo. Volvió a abrir los ojos y vio justo delante de ella el imponente tren que la llevaría a su nuevo hogar.

-Busca algún sitio libre que me han entrado ganas de ir al baño. Nos vemos luego.

Lily miró hacia atrás y le sonrió.


Esto es horrible, no conozco a nadie, mi familia intenta meterme en su secta… Sinceramente, ¿qué tienen en contra de los hijos nacidos de muggles? ¿O contra los muggles? Han inventado cosas muy guays, como el felétono.

Iba tan ensimismado en sus propios pensamientos que no se dio cuenta de que pasó por delante de la puerta del servicio de caballeros. Un chico tropezó contra él y los dos acabaron en el suelo.

Uno de ellos, el de nariz ganchuda, se sacudió el polvo de su ropa. Llevaba una túnica que claramente le venía grande, y dedicó una mirada de fastidio a Sirius. Estaba esperando una disculpa, pero no llegaba.

Resopló furioso y se agachó para recoger los libros que se le habían resbalado.

-Podrías pedirme perdón, ¿no? –preguntó Sirius.

-¡Pero si has sido tú quien ha chocado conmigo! –saltó Severus.

-Y tú has salido muy pronto, tendrías que haber mirado que no pasara nadie.

Las orejas del más bajito se enrojecieron debido a la ira y crispó los puños en señal de frustración. Al otro le hizo gracia porque le recordó a un murciélago. Tan negro.

Se rió, con lo que consiguió enfurecerle todavía más.

-¿Y todos esos libros?

-Me gusta leer –replicó mordazmente.

-¿Aún no hemos empezado el colegio y ya estudias? Eres un poquito raro.

-¿Sabes? Existen otros libros aparte de los de texto.

Los ojos de Sirius relucieron con inquina.

-¿Y con esa ropa dónde vas, a una convención de vampiros o qué? ¿No había otra túnica más vieja?

Eso fue la gota que colmó el vaso. Desconocía el tema económico de su familia, aunque nunca habían sido muy ricos, pero su madre ni siquiera se había preocupado en comprarle nada, todo se lo había dado de segunda mano y, de su padre, ni siquiera mencionarle.

-Vale ya, ¿no? –intervino una tercera voz en la conversación.

Los dos chicos se giraron. Era Lily, que había vuelto en busca de su amigo porque se había cansado de esperarle. Severus se tranquilizó en cuanto la vio, si bien Sirius la estudió con atención.

-¿Y esos aires de súper heroína? –espetó sarcástico Sirius. Lily, como era lógico, se enfureció y le miró con dureza. ¡Ella sólo intentaba ayudar!

Antes de que pudiera decir nada, Severus ya había sacado su varita y apuntaba a Sirius con ella. Éste, automáticamente, sacó la suya también.

Lily miró a uno y a otro con cautela.

-Sev, ¿qué haces?

-¿Te suena de algo Passer rostrum? –espetó el aludido.

Sirius contrajo las facciones, incrédulo. Eso era una maldición. ¿Cómo lo sabía ese chico? Sonrió con malevolencia.

-Parece ser que el empollón sabe bastante.

Lily, quien primero había mirado a Severus completamente confundida porque no sabía de qué estaba hablando, desvió su atención hacia Sirius, fulminándole con la mirada.

El pitido del tren les hizo reaccionar. Si no se daban prisa, lo perderían. Echaron a correr los tres y Sirius rápidamente les adelantó. Se burló de ellos por ser tan lentos y se subió al tren, cerrándoles la puerta en las narices.

Tiró la maleta con furia contra el asiento del vagón y se sentó bufando rabioso.

-Qué idiota –comentó Lily.

Un silencio sepulcral inundó el compartimiento. Lily fue la primera en romperlo.

-¿Qué era ese hechizo, Sev?

-Era… uno para atacar, no pensaba usarlo, pero es efectivo para asustar y que te dejen en paz. Convierte la nariz en el pico de un pájaro.

-¡Eso no está bien! –exclamó ella intentando no sonreír, pero de sólo imaginarse a ese chico, Sirius, con el cambio en su rostro ya le entraban ganas de echarse a reír.

-Pero… Es que… No tolero que… Bueno, se había metido contigo –dijo sin poder no sonrojarse delante de ella. Severus, eres un genio, no sólo has justificado una conducta inapropiadamente agresiva sino que has quedado como un perfecto caballero.

La niña iba a decirle gracias, pero la puerta se abrió de par en par y entró un chico con gafas y con el pelo tan negro como la noche. Vio que había hueco y ni siquiera se molestó en preguntar si podía sentarse. Lo hizo y punto.

La pareja le ignoró y continuó hablando. Al poco rato se unió otra persona. No obstante, los únicos que hablaban eran él y ella.

-Seguro que vas a Slytherin, eres muy inteligente –opinó Severus.

-¿Quieres estar en Slytherin? –preguntó el chico de gafas, antes ajeno a la cháchara y ahora participando en ella enteramente.

Severus se mosqueó por esa actitud tan prepotente.

-¿Y tú dónde quieres estar?

-En Gryffindor –respondió él sin dudar-. Slytherin es para los perdedores, Gryffindor es la casa que más mola.

-¿Es popular esa casa? –preguntó Lily.

-¡Ya lo creo! –exclamó James con entusiasmo.

-Pues toda mi familia ha estado en Slytherin –comentó lúgubremente Sirius.

James se extrañó.

-¡Vaya! Me habías parecido normal. Ahora seremos enemigos mortales.

-Quizá yo sea diferente –murmuró Sirius pero, de repente, cayó en la cuenta en el segundo comentario del chico de gafas-. ¿Por no estar en Gryffindor sería tu enemigo?

-Exacto, yo siempre tengo motivos de peso para odiar a la gente –contestó James.

-Tranquilo, no quiero estar en Slytherin –aclaró Sirius-. Por cierto, soy Sirius, Sirius Black.

-Potter James. No espera, me he liado. James Potter.

Ambos miraron a los otros dos.

-Lily Evans –dijo con mala gana. Al ver que Severus no hablaba, decidió presentarle ella. Por educación y para quedar bien.-. Él es Severus Snape.

-Tengo que quedar en Gryffindor –habló James, de pronto-. ¡Seguro! Allí habitan los fuertes y…

-Si prefieres tener músculos a tener cerebro… -masculló Severus.

-¿Dónde irás tú, si no tienes ni una cosa ni la otra? –intervino Sirius mirando a Severus con sarcasmo. Éste le devolvió la mirada con un sentimiento pleno de odio.

James estalló en carcajadas, mientras que Lily se levantó del asiento y se dirigió a su amigo.

-Vamos Sev, no quiero estar con ellos.

Y abandonaron el compartimiento dejando, tanto a James como a Sirius, riéndose ininterrumpidamente.

La puerta se abrió otra vez y los dos giraron la cabeza para ver al recién llegado. Era un niño no muy alto, con el pelo rubio y los ojos de una tonalidad parecida al color de la miel. Llevaba una túnica desgastada y raída, con mirada ausente. Era como si estuviera pidiendo a gritos ser protegido.

Se sentó al lado de la ventanilla, de cara a ellos, y dejó caer la cabeza sobre su mano, apreciando el paisaje.

Sirius y James intercambiaron una fugaz mirada y se encogieron de hombros.

-¿Quieren algo del carrito? –inquirió una mujer cinco minutos después.

-¿Qué hay para pe…? –empezó a decir James, pero el nuevo les interrumpió.

-Chocolate, me da igual como sea, pero quiero chocolate. Dame chocolate, ¡lo quiero ya! ¡DAME! –gritó alzándose como si le hubieran pinchado. Estaba temblando enrabiado.- ¡NECESITO CHOCOLATE!

Les dejó perplejos al verle actuar de esa manera y James torció los labios en una mueca parecida a una sonrisa.

-Me gusta este chico.

-¿Por qué? –quiso saber Sirius.

-Sabe armar escándalo.


-¿Os importa que me siente aquí? –preguntó una chica a medio trayecto-. No encuentro ningún sitio libre y me he pasado todo el rato buscando alguno vacío…

-No sé, no nos gusta mezclarnos con perdedores –dijo Sirius.

-Depende, ¿qué casa te gusta más? –inquirió James con curiosidad.

-No lo sé… ¿Qué es eso?

-¿Eres hija de muggles? –participó Sirius en la conversación.

-Sí –respondió ella-. Me llamo Mary Macdonald.

-Muy buenas las hamburguesas –dijo Sirius acariciándose la tripa. Claramente, se había transportado a otro mundo; un mundo donde sólo estaba él y un montón de hamburguesas a su alrededor.

Mary rechinó los dientes un tanto irritada.

-¡Estoy harta de esa broma! ¡No tengo nada que ver con la compañía de Ronald McDonald!

James y Sirius se rieron. Encontraban divertida a esa chica.

-¿Y tú, quién eres? –dijo Mary refiriéndose al único que quedaba por presentarse.

-Remus Lupin.

La chica de pelo castaño fue corriendo y se sentó a su lado, escudriñándole. Estuvo tanto rato haciendo eso que provocó que Remus diera la vuelta para enfrentarla, inquieto.

-¿Qué pasa?

-Hazme caso, ¿no?

-Es que...

-Eres muy tímido. ¿Qué te gusta hacer?

-No hablar.

-Captado… Eh, ¿tienes chocolate ahí? –gritó con alegría-. Dame un poco, ¡por favor!

La cara de Remus, antes afable, se había tornado de lo más hostil en cuanto le pidió compartir su chocolate.

Para no quedar mal el primer día, respiró hondo, contó hasta diez y cogió la tableta. Entonces, cortó un trozo pequeñito que rápidamente devoró la niña.

-Gracias –articuló en cuanto se lo tragó.

-De nada.

Por su expresión se podía deducir que había sido "de mucho".

-Oye –dijo Mary dirigiéndose a James-. ¿Puedes contarme lo de las casas?

-Mira, es muy sencillo. Hay cuatro casas, está la casa guay, Gryffindor, dos normales, Ravenclaw y Hufflepuff, y los perdedores de Slytherin. Eso es todo lo que necesitas saber.

Mary frunció el ceño, no muy satisfecha con la contestación.

Las ruedas del tren chirriaron a la par que iba frenando hasta que se detuvo totalmente. Poco a poco fueron bajando todos los estudiantes, asegurándose de que no se dejaban nada y, una vez fuera del tren, se quedaron anonadados por lo que estaban observando.

Un castillo colosal que iba a ser su casa de ahora en adelante.