¿Por qué esta rabia asesina?

Un viernes, a las 17:30 hrs. Fugaku había vuelto a casa del trabajo.

Cosa rara que alarmó al distrito Uchiha, pues el jefe de la Policía de Konoha solía ser el primero en llegar y el último en irse, y esta vez dejó a más de uno con la boca en el suelo cuando a las 17:20 tomó sus pertenencias con actitud de me largo de aquí.

Pero eso no fue lo más raro. Eso sólo fue para coronar un día que parecía salido de otra dimensión.

Para empezar, esa mañana Fugaku no castigó a los que aún osaban llegar tarde, ni regañó a uno que había faltado por el fallecimiento de un pariente (su padre, para ser más específicos). El verdadero Fugaku, como se le bautizó en el área común para descansar que se inauguró ese mismo día con permiso del Jefe de la Policía y que se clausuraría el lunes a primera hora, como en otras ocaciones ya, le habría gritado de forma nada amable que el que él fuera al funeral a llorarle no lo resucitaría y, por lo tanto, debía presentarse a trabajar, y además tendría que hacer horas extras para comenzar el haber llegado tarde.

Luego, ya entrada la tarde, un novato se le acercó para pedirle permiso de salir temprano porque era el cumpleaños de su novia. Los demás Uchiha se amontonaron en la puerta del despacho para observar la carnicería que sádica y morbosamente provocaron al decirle "Anímate. Seguro te da permiso."

Ante la sorpresa de todos y del tembloroso cadete, Fugaku lo escuchó con atención y después de un par de segundos sonrió (¡sonrió!) con sinceridad, le puso la mano en el hombro en signo de camaradería y dijo unas palabras que jamás se le olvidarían a nadie hasta el final de sus días:

–Está bien. Diviértete.

Lo triste del asunto es que los demás no sabían si tener aún más miedo, comentarle al Hokage que alguien había raptado y reemplazado a Fugaku o también pedir irse temprano (o un aumento, en una disyuntiva más osada).

La explicación a todo aquello era sencilla: Fugaku estaba feliz.

Y no hay que malinterpretar: Fugaku era feliz; pero, a parte, ese día estaba feliz.

Y la razón era todavía más sencilla: Mikoto le había prometido prepararle su platillo favorito; un platillo reservado sólo para su cumpleaños, celebrado generalmente los fines de semana, por lo que sus congéneres no habían sido testigos de semejante fenómeno hasta ese escalofriante viernes.

Cualquiera pensaría que Mikoto le había prometido más que comida, aunque no fuera sábado por las mañanas… ni lunes por las noches… ni miércoles… ni algún otro día de la semana.

El porqué su amada y espontánea esposa lo consentiría le tenía sin cuidado. Lo importante es que lo haría.

Así pues, Fugaku entró a casa y se descalzó. Prendió las luces (hecho que le debió proporcionar una pista de que algo estaba mal). En su camino hacia el guardarropa, le pareció curioso, mas no sospecho, el no distinguir ningún aroma delicioso procedente de la cocina. Es más, ni siquiera se escuchaba algo que delatara que alguien estaba cocinando. Arqueó una ceja, pero no perdió las esperanzas.

Se cambió de ropa y se apresuró a entrar a la cocina y lo que encontró ahí lo marcaría por el resto de su existencia: la masa no estaba puesta.

Se sintió el ser más desafortunado del universo. Sin exagerar.

Tuvo que aguantarse un suspiro de frustración al toparse con los inquisidores ojos de su único hijo, quien lo miraba con cara de famélico.

–¿Y mamá?–preguntó mientras procedía a sentarse en su sitio habitual.

Itachi se limitó a mirarlo atentamente para que la misma ausencia de Mikoto le contestara. Fugaku le dio a entender que estaba siendo grosero.

–No sé.–contestó diplomáticamente.

Ese día, Itachi estaba muy sentido con Mikoto.

A medio día, después de la siesta, quiso atención. Al no obtenerla, practicó puntería cerca de donde estaba colgada la ropa recién lavada. El lazo se cortó gracias a un shuriken que accidentalmente había aterrizado ahí. Algunas prendas cayeron delicadamente a la tierra, otras se subieron al viento y partieron sin más. Itachi huyó, pero nadie se tomó la molestia de perseguirlo. Buscó a mamá para reclamarle, pero estaba dormida… otra vez.

El pequeño Uchiha quería contarle el comportamiento errático de Mikoto a su padre, pero aquello implicaría confesar y no quería, porque los castigos de Fugaku eran menos ingeniosos que los de Mikoto. Así que, mejor, calladito.

Pero Itachi no tuvo que confesarle nada a Fugaku porque ya había visto la ropa desperdigada por el patio y al fin comprendía porque las trusas que llevaba un niño en la cara, simulando ser un ladrón, le parecían escandalosamente familiares. Para Fugaku, por cualquier desperfecto en casa, Itachi era culpable hasta comprobar lo contrario.

Pero tanto padre como hijo ya habían notado que algo extraño le pasaba a Mikoto.

Fugaku e Itachi se quedaron ahí, viéndose y esperando pacientemente hasta las siete y cuarto, cuando Mikoto hizo acto de presencia.

Fugaku se horrorizó; no porque estuviera desarreglada y Mikoto se viera especialmente mal recién levantada, sino porque él sabía que su mujer estaba enojada y molesta, porque él, en vez de buscarla y preguntarle si todo estaba bien, se había limitado a sentarse en la cocina a que la comida apareciera sin querer. Decidió que ella debía hablar primero y, si no, entonces nadie lo haría y se irían a dormir, y podría jactarse de que salió ileso.

–Comeremos fuera. No me sentía bien hoy. Por eso no preparé nada.

Se disculpaba sin hacerlo, era un buen inicio, aunque el tono calmado de Mikoto daba a entender que estaba furiosa. Para Itachi, aquello era nuevo y emocionante, aunque tomaría sus precauciones; Fugaku tenía ganas de volverse a la oficina.

Luego de ayudarle a Itachi a alistarse, Fugaku se atrevió a preguntarle a su esposa a dónde quería ir a comer.

–¿No es obvio?

Desgraciadamente no.

Sin embargo, por fortuna, Konoha era una aldea pequeñita y había pocas opciones gastronómicas.

–¿…Quieres ramen?–Preguntó evitando mirarla, rascándose la nuca con la mano izquierda. El plan era que, si dios estaba de su lado, se encontrarían a Kushina, harían plática y ella volvería a ser feliz… o para guardar las apariencias, fingiría estar de buenas y lo trataría bien, y así podría n cenar en paz.

Vio de soslayo a Mikoto y divisó un concentrado de enojo negro en sus pupilas grises.

Después de ese interludio de odio, Mikoto dirigió su atención a Itachi, se agachó para estar a su altura. El pequeño Uchiha sintió como su cuerpecito entero se tensaba.

–¿Qué se te antoja comer, Ita-chan?

Oh, ya. Entonces la bronca era con papá. Qué alivio.

A Itachi le brillaron los ojitos y así fue que la familia Uchiha terminó cenando en la parrilla coreana. ¿Lo especial del lugar? La parrilla, por supuesto. Itachi la amaba. La carne no le hacía gracia, pero era una incomodidad soportable cuando se podía tener una parrilla incorporada a la mesa donde se podía poner al fuego carne y cualquier otro objeto inflamable. Puede que la experiencia no sea atractiva para nadie de más de 10 años o que tenga que cocinar todos los días o que no sea ignícola, pero para Itachi era la primera maravilla del mundo.

Claro que eso sentenciaba a sus padres a degustar trazos carbonizados o à la tartara. No precisamente porque Itachi fuera mal cocinero, sino porque le gustaba experimentar, solía justificar Mikoto, a quien el amor de madre le cegaba el paladar. Por otra parte, Fugaku, a diferencia de su esposa, sólo fingía comerse lo que sea que fuera que Itachi terminara por cocinar.

Mientras caminaban al restaurante coreano, la tarde idílica que Fugaku había imaginado cada vez se hacía más irreparable. Cuando eligieron mesa y se sentaron, Fugaku, como en otras ocaciones, se recargó en su asiento, con los brazos cruzado, dispuesto a observar con secreta diversión y una extraña especie de orgullo, los dotes culinarios de su hijo.

Por fin, el camarero se acercó y Fugaku, para congraciarse, en vez de la habitual barbacoa, pidió carne de Kobe y verduras para su esposa.

–No quiero verduras.–cortó Mikoto.

–Pero tú siempre pides…

–Si te molestaras en peguntarme, lo sabrías.–concluyó calmadamente.

Hacía un par de semanas, Fugaku había hecho lo mismo. Esa vez, Mikoto le sonrió muy complacida porque él la conocía bien.

–Pide lo que tú quieras, entonces.–Itachi, que estaba sentado al lado de su padre, escuchó el leve suspiró que exhaló.

Mikoto terminó por pedir carne también.

Itachi vio con mucha envidia como el desgraciado camarero suertudo se marchaba. Observó a sus padres, quienes evitaban la mirada del otro. El ambiente era incómodo, denso y sofocante. Quería distraerse, pero nadie ni siquiera se había tomado la molestia de ofrecerle crayolas para guiar al gatito fuera del laberinto.

Luego de 10 minutos, que Fugaku usó para retomar la calma y para que la vaga noción de la palabra divorcio se esfumara completamente de su imaginación, el Uchiha decidió romper el silencio.

–¿Te sientes mejor que en la mañana?

–Sí.–Mikoto siguió viendo pasar a las personas por el gran ventanal.

–¿Por qué no fuiste al hospital?

–No tenía ganas.

–Entonces hubieras llamado al médico… o a mí.

–No tenía ganas, ¿ya?

Itachi presenció lo anterior como un partido de tenis: Fugaku perdió el set por un fuera de lugar, de acuerdo con las reglas de Mikoto.

El pequeño Uchiha amaba profundamente a su madre, pero últimamente se portaba de una manera poco racional. Por su parte, Itachi se sentía libre de culpas: se portaba bien, hacía sentir a mamá necesitada, se lavaba los dientes y no estorbaba durante el aseo de la casa. Itachi era un buen hijo. Pero, al parecer, Fugaku no era un buen esposo debido a actos ilícitos invisibles.

Por el momento, ¿qué más daba? Estaban en la parrilla. Eso era lo único que contaba. Las querellas de esos dos no intervendrían en su felicidad.

Para distraerse y sobre todo hacerse el que no escuchaba nada, Itachi se paró en su butaca y pegó las manos y la frente al ventanal para observar una de las tantas noches del viernes en Konoha, de esas bastante animadas; con los farolillos encendidos en las esquinas cuando la poca luz natural ya no daba abasto.

Itachi vio entonces a un grupo de Uchihas, afuera de una tienda de dango, con varias latas de un liquido amarillento a su alrededor. Uno de ellos se acababa de meter una ardilla a sus pantalones, mientras los otros gritaban y blandían billetes. Aquel imperfecto en la calle incluso había interrumpido cualquier intercambio de ideas nada productivo entre Mikoto y Fugaku, éste último reconoció entre la pandilla al que le había concedido el irse temprano.

Bueno, algunos mueren los lunes.

–Siéntate bien, Itachi.–Fugaku lo jaló ligeramente de la playera.

–Quiero ir al baño.–soltó por reflejo, como si su padre en realidad le hubiera preguntado "¿Qué excusa vas a usar para no estar en esta mesa?"

Fugaku, bastante contento por la decisión de su hijo, hizo ademán de pararse, pero Mikoto lo detuvo en seco, con un movimiento de la mano.

–Yo lo llevo (porque, de repente, eres un inútil y te odio).

A él no le importó en realidad. Fuera o no, él salía ganando.

Para Itachi fue una desgracia, porque le tocaba entrar al baño que le correspondía a las damas, y pese a su corta edad, las criaturas que andaban de paso por ahí lo miraban con una extraña mezcla de ternura e incomodidad, por su calidad de intruso.

Al secarse las manos, Mikoto intentó hacerle la vida más llevadera intentando convencerlo de que el secador automático era un artilugio mágico, aunque Itachi sabía perfectamente que aquello en nada tenía qué ver con la magia porque era de conocimiento general que, en realidad, se trataba de un sujeto soplando muy fuerte desde el otro lado de la pared. Shisui le aseguró que lo había visto y que, incluso, había platicado con él.

Itachi solo asintió y agradeció el lindo gesto, perdonándole que lo mejor que podría hacer era dejar de ser tan poco paciente.

Pasaron 10 dolorosos minutos. Fugaku decidió que, quizá, si no se movía, Mikoto olvidaría que él estaba ahí.

Itachi recargó la barbilla en la mesa y miraba desde ahí a sus padres y se preguntó porqué estaban arruinando una salida que pudo haber sido espontáneamente mágica… entonces fue que Itachi divisó al mesero, ese maldito bastardo suertudo que en cuestión de segundos le mostraría la gloria en una charola. Se sentó bien, asió los utensilios. Sólo un poco más, sólo un poco más y…

–¿Sabes qué? Esto fue un gran error. Nunca debimos salir. –¿Qué? ¡No!–Voy a pedir todo para llevar.

Itachi quería llorar. Rayos, estaba tan desesperado que incluso estaba dispuesto a chantajear, pero Mikoto ni siquiera le dio oportunidad porque después de lo dicho, se paró y emprendió el camino a la salida, dejando a esos dos solos.

–Oye,–Fugaku, bastante calmado gracias a la resignación, lo llamó desde el otro lado de la mesa.–mañana venimos sólo tú y yo.

Itachi le clavó la mirada y asintió en silencio, aún en shock.

De camino a casa, el Jefe de la Policía Militar de Konoha estaba (casi) seguro de que ya nada podría salir mal. Lo peor había pasado. El resto de la noche sería ideal, tranquila. Después de todo era viernes y siempre hay esperanza los viernes.

–Fugaku.–se acercó y lo tomó del antebrazo.–No me siento bien.

Él divisó una banca y la ayudo a sentarse. Itachi se quedó paradito y callado, sin estorbar, observando curioso a Mikoto.

–¿En qué sentido?

–Creo que… –se llevó las manos a la boca, como evitando decir algo.

Ah. En ese sentido.

Él le sugirió con un gesto de la mano que la mejor solución, aunque no ideal, estaba en la jardinera a sus espaldas. Al fin y al cabo era… ¿abono?, a lo que Mikoto respondió con una mirada fea que nunca en su corta vida de casados le había visto. La Uchiha continuó buscando y dio con la comida para llevar, específicamente el carísimo corte de Kobe. Eso fue lo que terminó en la jardinera.

"¡Todavía sirve, todavía sirve!" pensó Fugaku, pero le pareció menos egotista atender a su mujer, quien ya esperaba lo inminente…

…que nunca pasó.

Dejó la cajita vacía a un lado, respiró hondo.

–Falsa alarma.

Padre e hijo se miraron, como cómplices de una tragedia. Se sentaron uno a cada lado de ella; Fugaku la rodeó con el brazo e Itachi la tomó de la mano. El pequeño Uchiha creía saber que ése era ya el trágico final de una experiencia horrible (y eso que él acababa de presenciar una guerra), pero Fugaku sabía que, más bien, era sólo el comienzo.


N.A.

El año antepasado, si mi memoria no me falla más, escribí el bosquejo del episodio extraño que acaban de leer, si es que llegaron hasta acá. Me dije "Lo publicaré cuando llegue a los 300 reviews!" Luego puse los pies en la tierra, y dije "Lo publicaré hoy!"

Quiero agradecerles los reviews y los agregados a favoritos que he recibido a los largo de estos años; generalmente hacen mi día.

Espero que al menos los haya distraído de su deberes cotidianos, con eso me daré por satisfecha :3