Era medio día en el parque de Konoha. El sol tenía de sangre el suelo y creaba sombras difusas entre los columpios.

Itachi…

Más bien, el pequeño Itachi tenía un leve sonrojo en su carita y tenía escondidas sus manitas detrás de su espalda.

En ese entonces, aunque el pequeño Uchiha era un genio, seguía siendo niño; un niño intentando gustarle a una niña, una escena típica de un suspiro de verano.

La diferencia de esta situación era que el superdotado Uchiha tenía un cariño no tan secreto hacia otro ser humano. No hacia un kunai nuevo ni al préstamo de una máscara Anbu que tanto le gustaban.

No.

Él quería a esa niña. No era su cabello ni una sonrisa efímera. Ni siquiera el tono rojizo que alcanzaban sus ojitos castaños cuando el sol moría entre el bosque.

Era ella, su esencia, como una materialización de un afecto infantil.

Era un amor sincero.

En primera instancia, cuando Shisui lo notó, se rió. Y ese día, por primera vez, hizo sentir mal a Itachi, tanto como para orillarlo a encerrarse en su recámara y no salir ni por error. Superado eso, sabía que no estaría tranquilo a menos que se arriesgara a, ya no digamos hablarle, más bien, a demostrarle que era alguien muy especial para él.

Esa tarde lo hizo superando el temblar de sus rodillas.

—Este… yo…–comenzó, evitando mirarla a los ojos. —Yo…

—¿Qué sucede, Itachi-kun?

—Tú… yo...

Itachi improvisó un plan: le daría su regalo, apretaría los ojos y esperaría su gratitud.

Sí, sería lo mejor.

—Q-quiero darte un regalo.

—¿En serio?

—Sí.

Itachi tímidamente se inclinó y entregó su paquete, esperanzado.

Un espantoso grito entorpeció el atardecer.

I

Mikoto miró preocupada a su hijo mayor. Llevaba más de cinco horas sentado en la terraza, abrazando sus piernas, ensimismado en sus pensamientos.

—¿Sigue con eso?—preguntó Fugaku, acompañando a su esposa en el escondite donde podían espiar a su hijo, como si él no supiera que ellos estaban ahí.

—No seas insensible. Es la primera vez que le pasa algo así.

—Tiene que aceptar sus fracasos.—opinó Fugaku, cruzando los brazos.—Tú me rechazaste muchas veces, y aún así no me dejé caer.

Mikoto lo observó detenidamente.

—No me digas.

—Esa será la historia oficial para darle ánimos a Itachi.

—No creo que…

Conociendo a su esposo, como Mikoto presumía que lo hacía, Fugaku no cambiaría de parecer.

—Bueno… por lo menos habla con él. Eres su padre y una chica le acaba de romper el corazón.

Fugaku no haría eso. Era el Jefe del Clan Uchiha, estaba demasiado ocupado con otros asuntos como para desperdiciar tiempo ejerciendo su paternidad.

La negativa ya estaba amontonada en su paladar, lista para ser liberada y llegar a oídos de Mikoto. Luego se topó con la mirada azabache de su mujer y, si huía de la situación, seguramente sería obligado a atender a Sasuke por las madrugadas, además de las miradas horribles que le dedicaría por semanas.

Mikoto era cruel.

Se ahorró un suspiro y caminó cabizbajo hasta el escalón donde Itachi permanecía deprimido.

—Itachi, ¿puedo sentarme junto a ti?

El pequeño Uchiha miró a su padre, luego a la madera. Se encogió de hombros y devolvió su atención a la pared de enfrente.

Si se sentaba sigilosamente, tal vez no le intimidaría el instinto asesino que su hijo desquitaba en cada respiro.

No. Ese pequeño angelito, poseedor de una genialidad irrepetible, era incapaz de matarle.

Se sentó intentando ahogar el crujido del escalón. Calló un minuto, pensando qué decir.

–Te diré algo muy importante, algo que te servirá el resto de tu vida.

Itachi mostró poco interés.

—Hijo, no es conveniente regalarle ratones muertos a las chicas.

Itachi recorrió sus pupilas, frunciendo las cejas.

—¿Tú crees?

Sarcasmo: la verdad aferrándose a una mentira mal dicha.

Se levantó, pasó frente a Mikoto murmurando algo parecido a un "lo intenté" e informalmente se dirigió a la salida de la casa.

Fugaku era un buen padre.

Mikoto negó varias veces y ensayó su mejor gesto consolador, mientras su gato negro se restregaba entre sus piernas.

Sin pedir permiso, se sentó junto a su hijo y le dio palmaditas cariñosas en la espalda.

—Ita-chan, ¿quieres algo en especial para la cena?

—No quiero comer.

Itachi se tumbó sobre el regazo de su madre intentando relajarse. Mikoto comenzó a hacerle mimos en la cabeza.

—Mamá.

—¿Mm?

—Yo pensé que eso era lo que le gustaba a las chicas.

Mikoto sonrió preocupada.

—¿P-por qué pensaste algo así?

Itachi miró enojado a su madre, se levantó y señaló acusadoramente al gato negro sentado a unos centímetros de él, lamiéndose las patas.

Tsk.

Maldita bestia peluda.

—Fue su culpa.

—¿Eh?

…¡Ah! ¡Ahora todo tenía sentido!

Mikoto no pudo evitar sentirse culpable.

Hacía una semana que la bestia peluda (mejor conocida como Nuki por la familia Uchiha) se había encargado de un espantoso ratón que ya había amenazado con infiltrarse a la habitación de Sasuke.

Nuki hizo notar su heroico acto a la dueña de la casa llevando el cuerpo tieso del animal en el hocico y dejándolo a los pies de Mikoto. Ella le había sonreído y le acarició el cuello en señal de complacencia.

Aquella escena desató una hipótesis en la inexperta cabecita de Itachi, la cual descartó después de su fallido intento de conquista de esa tarde.

— ¿Eres la única a la que le gusta que le regalen ratones muertos?

—En este caso sí me sentí muy feliz cuando Nuki-chan me entregó el ratón, así tú y tu hermanito podrán dormir seguros sin peligro de contraer rabia. —Explicó sonriendo comúnmente a su hijo. —Pero creo que tu compañerita no tenía necesidad de ver un ratoncito muerto.

"La intención es lo que cuenta" Ahora Itachi sabía que eso era un pretexto sentimental para no aceptar un error de desconocimiento personal.

Mensaje captado. No Ratones.

De cualquier forma, pequeño Itachi creyó más fácil exiliar a toda mujer y/o chica de su vida oficialmente. La experiencia no había sido ni un poquito grata y no quería pasar por lo mismo otra vez.

—No te desanimes. Es algo con lo que tendrás que aprender a vivir.

Si su madre lo decía…

Aunque, si lo pensaba detenidamente, tenía sentido. Después de todo, era el mayor de los hijos de Uchiha Fugaku, líder del clan. Itachi estaba obligado a continuar esa rama Uchiha y parte de lograr eso era consiguiendo una esposa agradable que hiciera de la cotidianidad algo impredecible, así que renunciar a las mujeres no era una opción para él.

Por supuesto que, en ese entonces, abstenerse de las mujeres simplemente significaba ya no sonrojarse ante la presencia de ninguna. Pequeño Itachi aún no estaba consciente de las urgencias que más tarde tendría. Una chica, más que un lujo, era una necesidad fisiológica básica (según lo definen los hombres). Pequeño Itachi creía saber lo que pensaba. Todo se reducía a un inocente "Mi mamá lo dice."

Entonces, en el razonamiento de él, se alcanzó una comprensión extraordinariamente objetiva, una epifanía para la resolución amorosa: su madre era una mujer. ¿Qué mejor consejo?

Itachi la miró esperanzado, hundiendo sus negros ojitos en las pupilas de ella. A Mikoto le dio un escalofrío.

—¿A ti, qué te gusta que te regalen?

Y sí, esto develaba el misterio: Itachi nunca le había regalado algo a su madre. No, los besos en la mejilla y los abrazos no contaban, contrario a lo que ella dijera.

—Veamos… Tu padre solía regalarme flores.

Vaya. Su padre era el hombre más original de Konoha.

—Sigues sin contestarme. Me dijiste lo que papá te regaló, no lo que te gusta en realidad.

….

Maldita sea la suspicacia infantil.

—En general a las niñas les gustan las flores.

Seguía sin contestar, pero era un avance. Una respuesta más consistente.

—¿Flores?

—Sí, flores.

Itachi miró a su madre un tanto enojado y un tanto extrañado.

— ¿El cadáver de una planta?

Itachi no había nacido para el romanticismo.

— ¿Qué ven las niñas en una planta agonizante que se secará en pocos días? Es un gasto innecesario.

Si Itachi continuaba quitándole el sabor a los gustos egocéntricamente humanos, entonces el mundo dejaría de ser como se le conocía.

Mikoto torció su gesto.

Por lo menos dijo "agonizante" y no "en descomposición".

Mikoto besó la sien del pequeño Uchiha. Por lo menos ahora estaba distraído y se inmiscuía en la complejidad de la conquista…. O lo absurda que podría llegar a ser la vida.

—Es tarde y pronto será la cena, ¿algo en especial?—repitió.

—….dango y té tibio.