NdA: Lamento la demora. He estado falta de inspiración y de ganas. Pero mi musa ha vuelto y la tengo bien agarrada de los pelos para que no vuelva a escabullirse. Este capítulo es un poco menos "oscuro" que los anteriores.
Espero que os guste.
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4. Viento
Si Grimmauld Place fue un lugar acogedor alguna vez, Sirius no lo recuerda. Hay muchas cosas que ha dejado de recordar, como si su mente hubiera hecho un trabajo selectivo para borrar cualquier indicio de alegría o felicidad que alguna vez pudo haber sentido. Y ahora, mientras permanece inmóvil en el viejo sillón de su padre, con el golpeteo de las ventanas como única compañía, le resulta increíble imaginarse a sí mismo de otro modo.
Su vida, sus recuerdos, todo él, han sido truncados por doce años de infierno entre frías paredes, oscuridad siniestra y pesadillas. Y al volver a despertar y ver la luz, ya había sido marcado. No había libertad fuera de Azkaban para quien ha tenido la desgracia de conocerlo, porque seguía ahí, dentro de él, haciéndole preso una vez más, preso de sí mismo. Culpa que arde y le quema el alma, le oprime de día y aterroriza de noche. No desaparece nunca, como una cruz que ha sido condenado a arrastrar consigo hasta la tumba.
Dumbledore le visita un par de veces a la semana. Fuman en pipa, toman café y hablan poco. En una de esas visitas, el anciano le dejó un valioso presente. Un Pensadero, hermoso objeto tallado en piedra y decorado con símbolos rúnicos. "Quizás te sirva para recuperar lo que has perdido", le había dicho con esa sonrisa enigmática suya.
¡Cómo si necesitara guardar sus recuerdos! Los que ha perdido están muy lejos de su alcance y los que conserva desearía que le dejaran en paz.
"La mente es compleja, Sirius, conserva en lo profundo muchas más cosas de las que podamos imaginar. Concéntrate en algo y déjalo caer".
Ese viejo loco… bueno, tal vez valga la pena intentarlo. Así que, sin muchas esperanzas, lo hace. Se levanta pesadamente y camina hasta el curioso objeto. Tiene una varita prestada que no le gusta mucho pero funciona bien en casos de primera necesidad y eso le basta. Cuesta apartar la oscuridad que le envuelve y concentrarse en algo diferente, algo más allá de las eternas pesadillas.
Cuando su mente al fin está calmada, piensa en la primera imagen que le aparece. Remus. Intenta no imaginarlo devorado por lobos –otra pesadilla sugerente-, y se limita a "verle". Al cabo de unos momentos, un filamento de pensamiento se ondula suavemente en la superficie plateada del Pensadero. Repite la operación un par de veces más, siempre sin recordar nada en concreto, sólo Remus. Otros dos filamentos se unen al primero y ahora serpentean formando imágenes difusas.
Sirius deja la varita a un lado y se centra en la superficie plateada. Es imposible distinguir nada desde fuera, así que suspira hondo y se adentra en sus propios y confusos recuerdos. El viento sigue maltratando las viejas y sucias ventanas de la sombría mansión, pero él se siente ajeno a todo, inmerso literalmente en sus olvidados recuerdos.
Al principio todo es borroso pero conforme va acercándose, las imágenes se aclaran. Está en Hogwarts, en su último año en la escuela a juzgar por la brillante insignia de Premio Anual que luce James en su túnica. Observa a su mejor amigo con el pecho oprimido y una nostalgia devastadora. La guapa pelirroja está a su lado y juntos susurran y se ríen compartiendo secretos y travesuras. Su propia voz le sobresalta y al girarse, se ve a sí mismo con diecisiete años y una sonrisa confiada en el rostro. El joven Sirius parece de muy buen humor.
—¡Ey, parejita! ¿Habéis visto al flacucho empollón?
James le lanza una mirada invitándolo a largarse y Lily sólo dice "arriba" antes de sacarle la lengua como una descarada. La burla le es devuelta y Sirius sube los escalones hacia los dormitorios de tres en tres, obligando al verdadero Sirius a seguirle, apartando la vista con dificultad de los felices y enamorados James y Lily.
En la habitación de los chicos reina la calma y la semi oscuridad.
—¿Estás bien? —pregunta el Sirius adolescente con una voz claramente preocupada.
—Claro. —La respuesta suena algo ahogada—. Esta noche luna llena —aclara sin más.
Y a través de la escena que presencia, Sirius recuerda muchas cosas; detalles que creyó perdidos para siempre. Que Remus solía deprimirse antes de sus transformaciones, que James siempre le echaba cuando se encontraba a solas con Lily, que él mismo, como ahora, era el encargado de animar al deprimido licántropo. Sin darse cuenta, una sonrisa leve toma sus labios.
Su versión joven ha asaltado la cama del lupino y le obliga a incorporarse. Antes de darle tiempo para protestar, le ha rodeado con ambos brazos y Remus tan sólo suspira y deja caer su despeinada cabeza sobre el hombro de su amigo. A Sirius le gustaría ver más, pero la escena ha empezado a cambiar y no puede evitarlo.
Ahora el joven Sirius camina a largas zancadas desde el despacho de Dumbledore y en una especie de flash instantáneo, recuerda aquella visita de su madre por Navidad. Uno de esos recuerdos que hubiera preferido que siguiera enterrado. Sigue a su figura, que ya ha llegado a un aula en desuso y ahora permanece sentado, furioso e inmóvil, sobre uno de los polvorientos pupitres. No está seguro de cuánto tiempo pasa hasta que aparece Remus. Trae consigo el mapa, está claro que le ha estado buscando. Entra con calma, cierra el pergamino y se sienta en otro pupitre cercano.
No hablan durante lo que podría parecer una eternidad. Al final, Remus se levanta y se acerca a la espalda de Sirius para acariciar suavemente el largo cabello negro con la mano. Al no encontrar resistencia, le abraza por detrás y hunde la cara en el cuello de su compañero. Y el Sirius adulto siente un hermoso cosquilleo en la base del estómago. Casi puede notar el olor de Remus, su cabello castaño haciéndole cosquillas.
—Nunca estarás solo —susurra el licántropo y el corazón del silencioso espectador se encoge—. Yo siempre seré tu familia.
Sirius no se da cuenta, porque la escena está volviendo a cambiar, pero algunas lágrimas rebeldes le han empañado los ojos y amenazan con desbordarse. Si no llega a ocurrir es porque la nueva escena que le envuelve ahora dista de ser triste. Los merodeadores se preparan para su último Baile de Navidad. James está radiante, mirándose al espejo a cada segundo, asegurándose de ir impecable, y finalmente, desoyendo las burlas de su mejor amigo, baja junto a Peter en busca de su preciosa novia tarareando algún villancico.
—¿Tú no te vas? —pregunta Remus desde su cama, sin haberse vestido de gala ni mostrar intención de hacerlo—. ¿Tienes pareja?
—Cinco o seis —vacila el joven Black—. ¿Y tú, mi buen licántropo? ¿Ninguna lobita a la vista?
Remus sonríe sin ganas y en aquel preciso instante Sirius recuerda con el corazón acelerado cuál es la escena que está contemplando. Su primer beso. Esa es la escena. Ahora él se acercará y habrá una discusión sobre chicas y amigos que acabará con los dos pegados contra la pared compartiendo bocas, caricias y saliva.
Para su desgracia, no puede llegar a confirmar si sus recuerdos son ciertos (aunque en el fondo lo sabe) porque alguien barbudo le saca del Pensadero sin mucho tacto.
—No abuses de eso, Sirius —dice Dumbledore. Su gesto es serio y el animago intuye que algo no va bien. Cauteloso, pregunta qué ocurre—. Reunión de la Orden. No tuve tiempo de avisarte. Ya están todos aquí.
—¿Hay novedades?
—Bajemos a la cocina.
Sirius sigue los pasos del anciano con una mezcla de sentimientos encontrados. Preocupación por lo que está pasando, satisfacción por haber vencido parte de la secuela que los Dementores dejaron en él, y una ternura muy parecida al amor.
En la cocina el viento aúlla y se retuerce, trae consigo ira y malos presagios. La ventisca está próxima.
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NdA: Espero con ganas vuestras opiniones, críticas y amenazas de muerte.
Hasta la próxima. A esto deberían quedarle dos, o a lo sumo tres capítulos para el final.