¡Holas! Siento mucho la enorme tardanza, han sido MESES sin actualizar. He tenido uno de mis importantes bajones creativos en cuanto a este fic, pero me he recobrado, lo prometo. No pienso dejarlo a medias XD

Agradezco enormemente a toda la gente que se molestó en dejarme reviews. He contestado a los que me los enviaron firmados, al resto a la próxima vez, por favor. Gracias anticipadas por la comprensión XD

Besazos y disfrutad de la lectura.


Capítulo 11. Un remanso de paz. Movilización

El primer indicio para el ojo experto de Yamato de que algo no iba bien fue la posición de las espaldas de Sakura. Un ninja nunca relaja los músculos a no ser que esté seguro de la lejanía de los enemigos. Sus sospechas se confirmaron cuando la chica se tambaleó ante sus ojos y se desplomó limpiamente sobre el suelo, en un ángulo anormal.

–¡Sakura! -bramó, corriendo hacia ella e inclinándose a su lado- ¿Estás bien?

–Naruto... Naruto... -balbuceaba Sakura fervientemente.

Yamato buscó alguna evidencia que apuntara hacia la causa de la debilidad de la chica, pero descubrió que no era más que un uso extremo del chakra curativo. Lucía pálida y débil y temblaba de forma imperceptible. El ANBU la levantó con ambos brazos, más la mano férrea de Naruto se lanzó sobre él para evitar que se la llevara.

–Yamato-taishou... -musitó.

Pero el mayor tuvo que apartarse a toda prisa, como si se hubiera quemado. Alarmado, contempló las manos del rubio líder ANBU. Aún había un fuerte rastro de letal calor en su piel y ésta ardía en contacto con algo. Naruto escondió las manos, frotándoselas con preocupación. Tembló por unos instantes, mordiéndose el labio inferior con tanta fuerza que se hizo sangre, más después giró sobre sí mismo y se alejó lentamente en dirección contraria.

–Espera, Naruto-kun... -protestó Sai, dando un paso al frente.

–¡No os acerquéis! -bramó el aludido.

Ambos se quedaron estáticos, contemplando cómo Naruto se llevaba las manos al rostro. Un sonido de claros sollozos se elevaba en el cañón, sólo audible para el oído humano.

–Por favor, dejadme solo... -rogó, ahogado por sus propias lágrimas.

Después, dio un ágil salto y se alejó de la vista, dejando detrás una estela de destrucción y un miedo atroz en todos los ninja de la Nube que le miraban. Un silencio irrompible se extendió por el cañón, cubriéndolos a todos y asfixiándolos, hasta que finalmente una voz grave rompió el silencio.

–Yamato-taishou -llamó, sin demasiada fuerza.

Éste se dio la vuelta, y vio llegar hasta ellos a un muchacho montado sobre un enorme perro blanco. Su rostro estaba pálido y sus ojos ya estaban desorbitados cuando llegó hasta ellos y detuvo a su gigantesco compañero.

–Eras Kiba Inuzuka, ¿verdad? -sugirió Yamato.

–Sí. Vengo como avanzadilla del escuadrón de rastreo... -musitó el chico, apenas sin voz.

El joven tragó saliva de un modo imperceptible, y de pronto Yamato supo que había visto demasiado, al menos lo que podía considerarse seguro para sí mismo. Se inclinó en el suelo para dejar reposar a Sakura sobre éste, tendiéndola lo más cómodamente que pudo. Después, clavó sus irascibles ojos oscuros en el chico.

–¿Qué has visto? -preguntó, sin que su voz temblara ni un ápice.

Kiba no respondió en el acto, pues no estaba muy seguro de qué debía decir. Su corazón latía dolorosamente a la altura de la nuez y un miedo atroz se aposentaba en su pecho al recordar lo que acababa de presenciar hacía escasos minutos.

Era un jounin, casi un ANBU, y desgraciadamente había visto muchas masacres en sus años de servicio. Pero nunca nada le había suscitado un terror equiparable a aquel, el que había sentido en el momento en el que llegó al borde del cañón y vio una figura llameante arrancando vidas con aquella espantosa facilidad. Nunca había visto a Kyuubi como tal, pero las leyendas que circulaban sobre él habían sido suficientes para que se hiciera la idea de su aspecto.

–Más de lo que hubiera querido, señor -admitió el chico.

–Eres amigo de mis chicos, por lo que tengo entendido, pero especialmente de Naruto -dijo Yamato con seriedad-. Supongo que imaginas lo que podría pasar con Naruto si lo sucedido aquí lo descubren las personas equivocadas...

–Soy consciente de ello, capitán -aseguró Kiba, asintiendo con rapidez-. Seré una tumba.

Pero algo más llamó la atención de Yamato: un balbuceo incoherente provinente de un punto situado cerca de sus pies. Sakura empezaba a despertar y movía la cabeza a ambos lados como si quisiera desasirse de algún tipo de atadura. Parpadeó un par de veces y separó los labios.

–Na-naruto...

–Naruto está bien, Sakura -aseguró el ANBU, tratando de calmarla.

La chica se limitó a cerrar los ojos y a ahogar un quejido lastimero, denotando que no comprendía del todo lo que sucedía a su alrededor.

–Kiba, encárgate de llevar a Sakura de regreso a Konoha -indicó Yamato, frotándose la frente-. Que un ninja médico intente curarle las heridas. Especialmente... la de la cara.

El joven vio a qué se refería mientras sujetaba con cuidado a Sakura por debajo de las axilas e intentaba subirla al lomo de Akamaru. La kunoichi tenía el lado izquierdo de la cara, desde la oreja hasta cerca de los labios, totalmente desfigurado. Dudaba de que alguien pudiera curar algo así, pero no comentó nada al respecto. Con una última mirada de asentimiento a su superior, Kiba susurró algo en el oído de Akamaru y el perro se alejó de un salto, perdiéndose en la frondosa foresta.

–¿Qué hacemos ahora, Yamato-taishou? -preguntó Sai de forma apática.

–Reunir a todos los ninja de la Nube que aún queden. Debemos llegar a Konoha cuanto antes. Deben estar reunidos antes de que llegue el grueso del escuadrón de rastreo.

En el momento en el que le dio la espalda, la última pregunta de Sai quedó en el aire.

–¿Y Naruto-kun?

Yamato se detuvo y se mordió el labio inferior con fuerza. No se sentía preparado para tomar una decisión tan difícil y mucho menos después de todo lo sucedido. Y, seguramente, no fue lo más correcto moralmente hablando.

–Será mejor... dejarle solo un rato -aseguró-. Ahora es tan peligroso para sí mismo como para Konoha...


Sakura sentía que el mundo se balanceaba sin equilibrio ante sus ojos cuando despertó súbitamente.

Había sido una sacudida brusca la que la había arrancado tan desgarradoramente de su sueño intranquilo. Parpadeó un par de veces y un agotamiento sin precedentes la golpeó con la contundencia de un mazazo. Arrugó la nariz: un olor semejante al de pelo mojado flotaba a su alrededor y le irritaba la nariz. Unos brazos fuertes y morenos le rodeaban la cintura, quizás asegurándose de que no se caía. Al principio pensó que se trataba de Naruto pero entonces vio las uñas anormalmente largas y cayó en la cuenta.

–¿Kiba...? -exhaló, con la garganta ardiendo a causa de la sed.

Éste reaccionó al oírla y acarició el cuello de Akamaru para que fuera más despacio. Evitar que Sakura sufriera más daño del justo era su misión en aquel momento.

–¿Cómo te encuentras, Sakura? -preguntó.

–Todo me da vueltas... -aseguró ella, llevándose una mano a la frente y presionándose posteriormente las sienes.

El dolor pulsante en su cabeza no desaparecía y no la dejaba pensar con claridad. Los recuerdos se agolpaban en su mente pero lo hacían todos a la vez y le impedían sacar algo que pudiera identificar como verdadero. Estaba sudando frío y de repente sentía un calor terrible en el lado izquierdo de la cara, como si lo estuvieran achicharrando en vivo. Se tocó aquella zona de forma casi instintiva y sintió pliegues anormales bajo los dedos.

La verdad la alcanzó como una flecha. El torrente de recuerdos no parecía capaz de detenerse y cada imagen era más terrible que la anterior. Cuando por fin lo recordó todo, las lágrimas aparecían en sus párpados y amenazaban con derramarse por su rostro.

–¿Dónde está Naruto, Kiba...?

–S-se ha quedado atrás -repuso éste, intentando sonar tranquilizador-. Supongo que necesitaba poner sus pensamientos en orden. Pero está bien, tranquila.

No. Sakura sabía discernir la mentira con bastante facilidad, especialmente si era una mentira benévola. Y aunque seguramente lo estaba haciendo por su bien, Kiba le estaba mintiendo deliberadamente. Sin pensárselo dos veces y a pesar de su precario equilibrio, apoyó las manos en el cálido lomo de Akamaru e intentó saltar al suelo. La mano de Kiba la aferró por el hombro, impidiéndole alejarse.

–Yamato-taishou me ha ordenado expresamente que te lleve a Konoha -se explicó.

–¡Suéltame, Kiba! -vociferó ella, logrando desasirse de él con un brusco movimiento.

Aquel esfuerzo fue demasiado para su débil estado y terminó cayendo de bruces sobre la hierba húmeda de rocío. Jadeando dolorosamente, intentó ponerse en pie por sí sola, evadiendo con destreza los intentos de Kiba por ayudarla.

–No estás bien, Sakura -le reprobaba él, sin saber muy bien cómo convencerla-. Y tu cara... Te llevaré con la Quinta y ella te curara.

–Naruto... -susurraba Sakura, lloriqueando. Parecía incapaz de pronunciar ninguna otra palabra-. Tengo que verle... No ha sido culpa suya... Quiero que lo sepa...

Y dicho esto forzó al máximo sus reservas de chakra y de energía, proporcionándose un empuje suficiente como para lanzarse hacia la foresta y empezar a correr con una torpeza inusitada. Consiguió un ritmo aceptable, recordándose el ritmo óptimo de la respiración y manteniendo los latidos del corazón estables.

Kiba no parecía ceder en su empeño y él y su compañero canino habían girado sobre sus pasos y ahora corrían a su lado. El chico cerró su mano entorno al brazo de la chica y tiró de ella con clara intención de volver a sentarla sobre el lomo de Akamaru. Sakura empezaba a mosquearse seriamente.

–¿¡No te he dicho que me sueltes...!? -chilló con esfuerzo.

–No te lo voy a impedir. Te acompañaré si eso es lo que quieres. Llegarás antes si te lleva Akamaru y además podrá seguir el rastro de Naruto -explicó él.

Ello terminó por borrar todas las dudas de Sakura, que se apresuró a saltar, insegura, a la espalda de Kiba. Se aferró con ambos brazos a su pecho pues estaba segura de que más movimiento la desequilibraría de nueva cuenta. Intentó marearse lo menos posible mientras cruzaban el bosque a toda velocidad y concentrarse en incitar a sus células a que se restauraran, pero el chakra que le quedaba era tan poco que para cuando lo hubiera recuperado su rostro ya no tendría remedio.

Pero había cosas más importantes.

Oyó un rugido manso de Akamaru y el curioso y simpático sonido que hacía al husmear.

–Ya ha encontrado a Naruto. Llegaremos en menos de diez minutos -aseguró Kiba.

–Gracias... por desobedecer a Yamato-taishou por mí... -susurró.

Kiba no sabía qué decir al respecto. Jamás había tenido una relación demasiado estrecha con Sakura. Le caía simpática y todo eso, pero sólo en aquel preciso momento sintió una súbita empatía hacia su persona.

–Lo hago por Naruto, igual que tú... Es un buen amigo -expresó.

–Gracias... -repitió Sakura, suspirando con dificultad.

El trayecto no duró mucho más, pero tuvo complicaciones. Kiba creyó detectar el olor de los ninja de la Nube por una dirección y no les convenía especialmente que Yamato descubriera que había desobedecido sus órdenes, al menos no de momento.

Akamaru se detuvo al cabo de un rato. Gimió muy bajito y agachó las orejas, como si algo le hubiera sobrecogido súbitamente. Kiba le rascó las orejas para tranquilizarse y después observó el claro frente a él. No tenía una vista por encima de la media, así que no pudo ver nada, pero sí sintió un olor característico en aquella dirección, mezclado sudor y sangre...

...de diversas personas.

–Naruto está ahí delante. Y no es por hacerme el cobarde, pero creo que será mejor que vayas tú sola a buscarle -expresó, estremeciéndose levemente-. Si tiene que escuchar a alguien para entrar en razón, será a ti. Si la cosa va mal o sucede algo... da un grito e iré a ayudarte.

Sakura asintió un par de veces y bajó del lomo de Akamaru. Su cuerpo dolorido se quejó fervientemente con tanto movimiento pero lo ignoró cuanto pudo. Se adentró en la maleza sin dirigirle ni una sola mirada a su colaborador, pero no era descortesía. Su mente sólo podía fijarse en algo y ése algo era Naruto. Si Sakura hubiera pensado en sí misma tiempo atrás no hubiera podido imaginarse algo semejante. Sus padres, su maestra, Konoha e incluso Sasuke... Delegados a un segundo plano de un modo totalmente incomprensible.

Llevaba rato oyendo algo, pero no había logrado identificarlo hasta aquel momento. El corazón se le oprimió dentro del pecho al caer en la cuenta de que eran llantos.

Un llanto roto, desesperado, que no había oído emitir ni al más desdichado de sus congéneres.

Naruto estaba sentado al pie de un árbol cualquier, con la cabeza hundida entre las rodillas. Apretaba las manos contra sus oídos, como si quisiera acallar a la desesperada voces acusadoras que le gritaran al oído. Temblaba de pies a cabeza, como si sufriera convulsiones, y su voz tan alegre se había convertido en un débil lloriqueo totalmente irreconocible. No parecía haber notado que ella estaba allí, así que se acercó con sigilo y se aventuró a hablar.

–Naruto...

Él se puso rígido en el acto y todos sus músculos se tensaron de forma visible.

Naruto sentía un caos interno casi imposible de ordenar. El miedo, el horror y la desesperación se mezclaban de forma ilógica con el alivio de que Sakura estuviera allí. Pero a la vez tenía miedo de mirarla y ver su rostro destrozado por las heridas, su bello parecer masacrado por un monstruo que no había sido capaz de controlarse. Y sobretodo temía ver rechazo y miedo en sus ojos, algo que no sería capaz de soportar.

Pero alzó la vista, por instinto, por mera necesidad. Como todas aquellas veces en las que ella le encontraba comiendo ramen y gritaba su nombre para llamar su atención.

Deseó estar muerto, incluso más que antes. ¿Qué engendro podía haberle hecho algo semejante? El lado izquierdo de su rostro estaba irreconocible y las quemaduras deformaban levemente la comisura del labio y el contorno del ojo. Pero sin duda lo más doloroso fue descubrir que estaba llorando. Y él se sentía impotente sin saber a ciencia cierta cual era el origen de aquel llanto.

Tragó saliva con dificultad, creyendo que habría olvidado para siempre cómo se hablaba.

–Eso... te lo he hecho yo, ¿verdad? -musitó en un hilo de voz.

Sakura se llevó la mano al rostro de nuevo, acariciando los jirones de piel con cuidado. Después negó levemente con la cabeza y la decisión asomó en sus ojos verdes.

–No. Ha sido Kyuubi, ese monstruo que habita en tu interior... No tienes nada que ver con él...

–Me gustaría que fuera así... -susurró Naruto, ido, asintiendo repetidas veces-. Pero recuerdo perfectamente a todos los que he matado hoy...

Levantó las manos ensangrentadas y las ganas de llorar sacudieron su pecho con mayor violencia. Incluso entonces, sus dedos le parecieron sorprendentemente parecidos a garras. Los contrajo y relajó repetidas veces inconscientemente.

–Veo sus rostro deformados de pánico... Oigo sus voces aullando de terror... Me veo reflejado en sus ojos... Saben que van a morir...

Cerró los ojos con fuerza y un llanto más extremo emanó de su garganta. Las lágrimas eran tan profusas que parecían ahogarle, impidiéndole respirar y proporcionándole una fuerte sensación de ahogo. Los ojos enrojecidos le escocían tanto que deseó arrancárselos.

–Deberías irte de aquí, Sakura-chan... Podrías ser la siguiente si volviera a perder el control...

No mentía. Deseó con todas sus fuerzas que ella girara sobre sus talones y le dejara allí, que corriera lejos de su alcance, donde la mano asesina de Kyuubi no pudiera rozarla. Y en lugar de eso recibió un regalo inesperado, tan simple y a la par tan importante que le dejó sin respiración.

Sakura le abrazó.

Era un abrazo cualquiera, como el de una madre a un hijo, como el de dos amigos que hace tiempo que no se ven o el que dos hermanos se profesan antes de irse a dormir tras un día de verano. Pero aquel tenía una tintura indefinidamente más profunda, una mixtura incomprensible de rudeza y calidez.

Ella quería consolarle y decirle sin palabras que llorara cuanto quisiera.

Él así lo hizo. Aferró la ropa de Sakura y lloró a pleno pulmón. Ella se comportó como un muro y por fuerte que él tirara ella no se movía y seguía rodeándole con sus brazos, con una mano apoyada en su cabello rubio y la otra frotándole la espalda. Intentaba ofrecerle esperanzas entre murmullos, calmando poco a poco su alma malherida y rugiente. ¿Qué había que perdonarle a Naruto cuando nada había hecho por sí mismo? ¿Quién sería tan despreciable de mirarle mal después de lo sucedido, sabiendo que él sufría tanto después de aquella matanza?

Poco a poco llegó la calma que sigue al llanto y las manos de Naruto se relajaron poco a poco. Levantó la cabeza fijamente y sólo vio que ella le sonreía con dulzura. Le pareció lo más parecido a una sonrisa maternal que había visto jamás. Se obligó a relajar también su rostro y un atisbo de ánimo apareció en él. Le cogió la mano y ella tiró de él hasta ponerlo en pie: no volvieron a soltarse en varios minutos. Inspiraron en un par de veces en armonía y después avanzaron hacia la dirección en la que Kiba les esperaba, quizás con demasiada paciencia.

Sakura pensó efímeramente en la foto que llevaba guardada en el portakunáis, pero aquella idea huyó rápidamente de su cabeza.

No. Aquel no era el momento.


Suigetsu se sentía eufórico. La razón era tan evidente como que al día le sigue la noche: seguían en terrenos de la Cascada, una zona extremadamente lluviosa, especialmente en otoño e invierno. La sequía le ponía de malhumor, pero el superávit de agua era una pequeña bendición para su cuerpo, compuesto casi en su totalidad de la misma. Ni siquiera necesitaba beber para mantener la humedad de su anatomía.

Karin estaba sentada a su lado, inmóvil, abrazándose las rodillas y al mismo tiempo manteniendo el equilibrio en la roca en la que estaba. Sus ojos oscuros brillaban tras los cristales mojados de la gafas, reflejando las ondas plateadas de los charcos.

Aquel silencio les sobrecogía. La visión casi anulada por la densidad de la lluvia helada. Aislados en un mundo etéreo y acuoso, que confundía los sentidos dada la escasez de estímulos. Romper el encanto de aquel ambiente inmutable resultaba un pecado demasiado grande como para intentarlo.

Suigetsu se apoyó en su espada y mantuvo un férreo parecer. El instinto intentaba advertirle de algo, pero era incapaz de predecir si un peligro inminente estaba acechándoles. Debían tener cuidado ahora que Sasuke contaba con un estado tan precario. Aunque fueran sus custodios, era él el que solía hacer todo el trabajo a la hora de defender al grupo. Juugo estaba a unos cien metros de la gruta, ojo avizor, pero no podían confiarse.

Sus pensamientos fueron súbitamente interrumpidos cuando captó por el rabillo del ojo un movimiento lento pero constante. Giró la cabeza y descubrió a Sasuke andando a pasos inseguros, apoyándose en las paredes naturales de roca para no perder el equilibrio. Su rostro tenía un color cetrino de lo más enfermizo. A pesar de llevar días descansando, parecía no haberse repuesto del todo. Alzó la mirada, velada por la debilidad, y pareció requerir un esfuerzo sobrehumano para hablar.

–Karin, acércate -musitó.

La chica le miró levemente y después acudió a su lado, obediente y dócil como un cordero. Suigetsu sabía bien que aquel modo tan pacífico de acatar las órdenes por parte de Karin ya no correspondía a un deseo irracional de que Sasuke se fijara en ella. Con el tiempo había aprendido a temerle, pues sediento de venganza el Uchiha era extremadamente peligroso e impredecible.

La mujer se detuvo frente a Sasuke y alzó la mirada, evitando fijarse directamente en sus ojos.

–Karin, una vez dijiste que harías todo lo que yo te pidiera -susurró Sasuke, abstraído.

Ella asintió quedamente, sin saber a dónde quería ir a parar. Sasuke tragó saliva de un modo imperceptible, sin mirar a nada en concreto. Era consciente de que sus siguientes palabras podían tener un efecto radical.

–Necesito que... revivas el clan Uchiha conmigo -dijo, con indiferencia.

El tiempo se detuvo para más de una persona, en especial para Suigetsu, que había oído el leve intercambio de expresiones. Sus ojos dorados se contrajeron por una mezcla indefinible de frustración y desesperación. Pero permaneció impasible, siendo un confidente discreto y perfecto.

Oía pero no opinaba. Sabía pero fingía no saber. Y aparentó no sentir nada cuando vio a Karin seguir a Sasuke hacia el interior de la cueva, quedando ellos sumidos en la oscuridad y él solo en un mar de confusión plomiza.


Tsunade parecía una figura mártir esculpida en pura agonía.

No era que demostrara abiertamente su pesar pero quien la conociera sabía distinguir aquellos pequeños rasgos de angustia en su rostro. Aquella pequeña curva en las elegantes cejas, el temblor casi imperceptible de sus labios o el constante ir y venir de su mirada, entre otros. El cúlmen ya fue llevarse la mano a la boca, algo totalmente anómalo en su indiferente parecer.

Yamato estaba de pie frente a ella, Kakashi y Jiraiya. Parecía un condenado a muerto compareciendo ante los jueces, o al menos su rostro demostraba la misma angustia. Tuvo que intentarlo varias veces antes de poder hablar con fluidez, incapaz de responder a la pregunta.

–Suéltalo, Yamato. ¿Cuantos efectivos se han perdido? -preguntó Kakashi.

–Sesenta y cuatro, y agradezco que no hayan sido más -admitió éste con sinceridad. Se apresuró a rectificar sus palabras-. Pero no todas las bajas han sucedido en... el accidente. Más de la mitad cayeron ante los enemigos.

Jiraiya se rascó la cabeza y se frotó la barbilla, pensativo. Su elocuencia no parecía servirle de mucho en aquella ocasión y se sentía nervioso por ello. Quería decir algo en defensa de Naruto pero no le salían las palabras. Él mismo había sufrido en carne propia la cólera de Kyuubi y tenía aquella horrible cicatriz en el abdomen para demostrarlo. Se aclaró la garganta y miró fijamente a Tenzou, viéndole de pronto como el muchacho tembloroso al que había rescatado tantos años atrás de un laboratorio sombrío en el que Orochimaru tan cruelmente había experimentado con él.

–Cuéntanos los detalles, por favor.

–No hay nada que explicar... -exhaló Yamato. Parecía un poco desequilibrado, habiendo perdido todo su rigor profesional-. Al parecer Sakura estaba en peligro y Naruto explotó. Kyuubi se liberó y llegó a la sexta cola. Ni siquiera la técnica del Primer Hokage logró suprimir el chakra demoníaco. No me pidáis que describa más detalles, por favor...

–De acuerdo -asintió Kakashi, entornando los ojos-. ¿Supones que Naruto es una amenaza real para la villa en este momento?

Yamato negó con la cabeza varias veces. Todos podían ver su deseo de evadirse de lo sucedido. No podían siquiera imaginar el horror que había contemplado que había sido capaz de dejarle en aquel estado dado su historial.

–No sé qué decir...

–¡Rokudaime-sama! ¡Rokudaime-sama...! -gritó una voz masculina en el pasillo.

Un muchacho bastante agraciado y alto apareció en la puerta, abriéndola sin permisa ni ningún tipo de protocolo. El rostro enrojecido y la respiración jadeante les indicaron que traía noticias importantes.

–¿Qué sucede, Konohamaru? -preguntó Kakashi poniendo los ojos en blanco.

–N-naruto oni-san y Sakura-san... Están aquí, han vuelto -informó el chico, con una mano en el pecho y la lengua fuera.

La reacción fue instantánea. Los tres líderes de la Hoja se pusieron en pie al mismo tiempo y salieron por la puerta como alma que lleva al diablo, arroyando al pobre nieto del Tercer Hokage en ello. En apenas medio minuto estaban en la entrada del edificio del Hokage y contemplaban el panorama con expectación e inseguridad.

Naruto y Sakura avanzaban por la calle sin mirar a ambos lados. Él, parcialmente cubierto de sangre; ella con un lado del rostro desfigurado. Mucha gente allí reunida les miraba y señalaba con el dedo, acompañando aquellos gestos con un rumor creciente que se extendía de un lado a otro. Era sobrecogedor, pero la serenidad en los rostro de ambos era absoluta. Sakura tiraba de la mano de Naruto hacia el frente, ignorando cualquier otra cosa. En un momento dado, cuando casi había llegado a la altura de los escalones, Sai hizo un ademán de acercarse a ellos, pero Sakura le miró fijamente y negó con la cabeza repetidas veces, dando a entender que agobiar a Naruto no resultaría productivo. La pareja de compañeros se detuvo frente al Hokage e inclinaron rápidamente la cabeza con respeto.

–Hemos vuelto, Hokage-sama -informó Sakura, increíblemente serena.

–Bien. Me alegro de... vuestro éxito -murmuró Kakashi. Levantó una mano hacia su derecha-. Jiraiya, Tsunade. Acompañadlos a sus casas. Estoy seguro de que querrán descansar y curar sus heridas.

Los sannin asintieron obedientemente y descendieron las escaleras con rapidez. Tsunade cogió a Sakura por el brazo y un retuvo un estremecimiento al ver la quemadura que deformaba parcialmente los rasgos de su aprendiz. Para entretenerse, empezó a pensar en diversas maneras de reparar aquel destrozo. Jiraiya dudó un poco, pero finalmente apoyó una mano en el hombro semi desnudo del chico y le empujó con cariño.

Se alejaron paulatinamente de las voces, sumergiéndose en el alivio que les producía la soledad. La confianza era prácticamente absoluta entre ellos cuatro: más que una relación maestro-aprendiz era una de padres a hijos.

Jiraiya llevaba rato intentando decir algo constructivo. Quería preguntar a Naruto sobre lo sucedido sin herir sus sentimientos, sin rememorarle todo lo malo que había sucedido. No parecía peligroso, sólo deshecho y profundamente arrepentido. El ermitaño estaba a punto de abrir la boca para emitir palabras de consuelo cuando se cruzaron con tres personas. Los ojos de Naruto y Sakura se posaron inmediatamente en éstas.

Cualquier que no los conociera hubiera pensado que eran unos jounin cualquiera de la Hoja, unos del montón. Llevaban el mismo atuendo, con el chaleco verde que les ayudaba en el camuflaje y la bandana con el símbolo de Konoha gravado. Calzaban sandalias ninja y vestían camisas de red debajo de la ropa. ¿Cual era entonces la diferencia?

Que muchas mentes jamás olvidarían que habían sido los artífices de algunas de las matanzas más sangrientas de la historia.

Sakura abrió la boca y los ojos al máximo, en una reacción conscientemente exagerada, y aferró el brazo de Naruto por instinto para evitar que se lanzara con ademanes asesinos sobre aquellos dos criminales.

–¿¡Es que Kakashi-sensei ha perdido la chaveta!? ¿¡Qué hacen esos indeseables aquí!? -bramó Naruto, señalándoles.

–Mira quien fue a hablar, hum -protestó Deidara, alzando orgullosamente la barbilla.

Itachi no comentó nada pero observó a Naruto con sumo interés, analizando cada uno de sus gestos con sus ojos puramente Uchiha. El último encuentro que había tenido con él había estado lleno de misterio y de doble juego, así que comprendía la rabia que había desencadenado en el chico su simple presencia.

–Naruto, tranquilízate. Tú y Sakura, venid conmigo. Hay algo que debo explicaros -indicó Jiraiya con un gesto de cabeza.

Empujó a Naruto por un hombro lejos de Itachi y Deidara, el cual siguió dirigiéndola una sonrisa altanera y hasta cierto punto divertida. De reojo, Naruto reconoció a la tercera persona a la que identificó como un Hyuuga a juzgar por sus ojos blancos, tan parecidos a los de sus amigos Neji y Hinata, más no comprendió qué relación tenía éste con aquellos dos asesinos.

–¡Ero-sennin! -gritaba Naruto a pleno pulmón, intentando desasirse de su agarre-. ¡Estáis como cabras! ¡Ésos mal nacidos intentaron matar a Gaara e...!

Se calló. Estuvo a punto de decir "Itachi mató a los padres de Sasuke", pero no le pareció adecuado en aquella situación. Se concentro en morderse la lengua con extrema fuerza mientras Sakura hacía crujir amenazadoramente los nudillos. Ella parecía más lanzada al autocontrol que él, pero eso no impedía que su mirada verde presentara un brillo asesino.

–Sabéis que la situación es desesperada -describió Jiraiya, haciendo gala de una absoluta tranquilidad-. El destino de Konoha está en el filo de la navaja. A esos dos los capturó el equipo de Neji hace unos días, después de que marcharais a Kumogakure. Tras mucho deliberar decidimos que lo mejor sería dejarles luchar de nuestro lado.

–¿No se os ha ocurrido pensar que en un pequeño descuido puedan matarnos a todos? -gruñó Sakura, cruzándose de brazos.

–Por el de la Roca no debéis temer. Adora las situaciones difíciles y las luchas a la desesperada. Mientras tenga enemigos a los que hacer explotar le tendremos de nuestro lado -aseguró Tsunade, restándole importancia-. Uchiha Itachi es otro cantar, por supuesto, pero hemos tenido precauciones para con él. El sello de los Hyuuga pesa sobre él y no podrá utilizar el Sharingan si su custodio está cerca.

–¡Ese tipo debería estar muerto! -protestó Naruto, dando una patada al suelo-. ¿¡Acaso no sabéis todo lo que nos ha hecho!?

–Nadie te pide que lo comprendas, Naruto -aseguró Jiraiya, negando con la cabeza-. Incluso nosotros teníamos nuestras dudas al principio, pero no puedes ni imaginar lo beneficioso que ha sido para nosotros tenerlos de nuestro lado. En sólo tres días Deidara ha roto la ofensiva de la villa de la Hierba en el norte e Itachi ha descubierto los planes y la información secreta de la Arena mediante el uso de su Sharingan. Además... -suspiró profundamente- ...serán condenados a muerte en cuanto termine la guerra.

Tsunade abrió los ojos por la sorpresa y miró a su compañero con cierto reproche, sorprendida de que mintiera de forma tan descarada. Más sabía que era una mentira piadosa y no dijo nada al respecto. Negó un par de veces con la cabeza de forma discreta y apoyó una mano en el hombro de Sakura.

–Ven conmigo, Sakura. Intentaré curarte esa quemadura.

Las dos mujeres se alejaron calle abajo mientras Tsunade examinaba detenidamente el flanco izquierdo del rostro de la muchacha. Naruto la vio irse con resignación: no se había separado de ella desde que le había encontrado en el bosque y temía que su mundo se bamboleara con la ausencia de Sakura. Pero comprendió que debía curar aquellas feas heridas y reparar aquel rostro demacrado. Y él...

Giró sobre sí mismo y encaró a su maestro. Él tenía que hablar largo y tendido con Jiraiya y decidir sobre su futuro, quizás buscar redención por todo lo que había pasado por su causa. El sannin asintió en señal afirmativa y ambos juntos se dirigieron al puesto de ramen, el lugar en el que hablaban habitualmente desde hacía más de siete años.


Una tormenta de arena sacudía Sunagakure con la ferocidad de un tornado.

Ni una sola persona por las calles vacías, entre las cuales el viento se deslizaba y ululaba ásperamente, cegando la vista con los granos de arena que tan fácilmente levantaba. Los pocos niños que salían jugar en aquella época de guerra estaban resguardados en sus casas y nadie se atrevía a salir siquiera a comprar alimentos básicos. Sólo un pequeño grupo se aventuraba a cruzar las calles sombrías y nadie en su sano juicio se aventuraba a acercarse demasiado.

El Kazekage se deslizaba con su escolta. Acababa de sellar la sentencia de un ninja desertor y volvía al edificio central con una expresión petulante, con la cabeza bien alta. Tras la caída de Konoha sería irrevocable el que se convirtiera en el líder de la nación más poderosa del mundo ninja.

Sumergido en aquellos delirios de grandeza y dominación política, apenas se dio cuenta de la mendiga que yacía sentada miserablemente en un portal, envuelta por una capa raída y sucia. Se apoyaba sobre algún tipo de pieza negra, pero era difícil distinguir más detalles en la oscuridad. Se detuvo y la miró con un gesto de asco y después sonrió cruelmente.

–En Sunagakure no queremos pordioseros -escupió-. Sal del camino del Kazekage.

La mujer permaneció quieta por unos segundos, como si no lo hubiera oído. Los guardaespaldas del Kazekage gruñeron y se sobaron los puños, sin importarles que el blanco de su brutalidad fuera una mujer indefensa. Más ésta se removió y alzó la vista hacia el Kazekage.

Sus ojos verdes brillaron un instante en la confusión de arena antes de que el abanico conocido como las Tres Lunas de la Arena se desplegara y enviara una ráfaga cortante sobre él.

El hombre retrocedió por instinto, un tanto impresionado, pero nada pudo hacer para evitar que un corte enorme apareciera en su pecho y la manchara las ropas de sangre roja y brillante. Maldiciendo por lo bajo, el Kazekage alzó la mirada hacia ella y la desafió con vehemencia.

–¿¡Quién eres, maldita zorra!?

–La hermana del legítimo Kazekage -informó una voz monótona a sus espaldas.

Los cuatro hombres giraron en otra dirección y vieron una segunda sombra surgir de la nada, despegándose de la oscuridad con serenidad y firmeza. Su aspecto era mucho más temible del que el actual Kazekage podía demostrar en todo su esplendor. Un estremecimiento de pánico los recorrió por instinto, de un modo totalmente irracional. Quisieron huir, sus sentidos les decían que debían correr. Pero no habían percibido la sombra sinuosa que, escurriéndose bajo sus pies, los había atado irremediablemente a la posición que tenían en aquel preciso momento.

El segundo desconocido avanzó un poco más, dejándose ver bajo el radio de una desvencijada farola. La luz mortecina iluminó sus ojos rodeados por unas profundas ojeras, pero lo vieron un sólo instante antes de que la arena les cubriera la visión del mundo...

...para siempre.

¡Sabaku Sou Sou!


Siento que el capítulo haya sido tan flojito, pero es que estoy desentrenada, intentad comprenderme XD

Salu2.