Viñetas para 30Vicios.

Personaje: Petunia Dursley.

Tema: 4. Medicina

Palabras: 2531.

Resumen: Y, quizá, un poco de felicidad.

Medicina

Martin abrazó fuertemente a Sarah y le plantó un beso en la frente antes de dejarla ir. La joven hizo un gesto de aparente fastidio e intercambió una mirada cómplice con Petunia. La mujer los miró fijamente, entendiendo a la perfección los sentimientos de ambos. Habían pasado juntos toda la vida y, ahora, Sarah se quedaría en Londres y Martin regresaría a casa, al otro lado del océano.

Los años con ellos habían pasado velozmente. No siempre había sido fácil, sobre todo con Sarah, pero salieron adelante. El amor que Martin y ella compartían se había ido afianzando lenta pero firmemente. La pasional impaciencia del principio se fue convirtiendo en sosegada comprensión y complicidad y, casi diez años después, eran capaces de adivinar los pensamientos del otro y decírselo todo con la mirada.

Petunia se sentía feliz. Había descubierto que Martin no era como ella lo recordaba o imaginaba y, aunque había cosas de él que la desquiciaban, sentía que nada podría haber salido mejor de lo que era. Martin era un poco maniático para algunas cosas, enfermizamente franco y decidido. No solía rendirse hasta lograr lo que quería, lo que no siempre era bueno, y era un férreo defensor de su familia. De Sarah, de Petunia e incluso de Dudley.

La mujer no podía evitar sonreír cuando pensaba en él. Quizá no era la clase de triunfador que ella deseaba que fuera cuando era niño, pero las cosas le iban bien. Tenía un buen trabajo, un apartamento pequeño pero propio y una novia mandona y malhumorada que lo quería con algo muy semejante a la locura. Dudley solía volver a Inglaterra un par de veces al año, para visitar a su padre y, Petunia sólo lo sospechaba, a su primo Harry. No hablaban de él demasiado a menudo, pero la mujer sabía que mantenían una relación relativamente cordial. Era sorprendente después del daño que se causaron mutuamente en su infancia –más Dudley a Harry que al contrario, sin debía ser franca- y aunque algunas veces ella se sentía incómoda, nunca había dicho nada en contra de ese contacto. El hecho de que a Petunia no le interesara tener relación alguna con el pasado, no significaba que Dudley debiera hacer lo mismo. Ya no sentía la necesidad de volver a Inglaterra de los primeros años y, en cualquier caso, no tenía nada allí. Ni siquiera había vuelto a hablar con Vernon desde que firmaran el divorcio, y se negaba a escuchar las cosas que Dudley le contaba de él. Sólo sabía que tenía una novia o algo así y, en cierta forma, se alegraba por él.

Una parte de su persona había mantenido el cariño por Vernon durante algún tiempo. Fueron muchos años juntos y, aunque al final todo fue terrible, habían compartido muchas cosas. A Petunia le gustaba saberlo feliz, pero no necesitaba conocer los detalles.

-Cuídamelo –Petunia se encontró con el rostro sonriente y emocionado de Sarah y ambas se dieron un abrazo –Como le pase algo, ya sabes lo que soy capaz de hacer.

Petunia torció el gesto y puso los ojos en blanco. Quería a Sarah. No como a Dudley, ni mucho menos, pero la apreciaba sinceramente. Había tenido que enfrentarse al celo desmedido que, desde muy niña, la chica había ejercido sobre su padre. Estaba tan acostumbrada a creer que cuidaba de él, que no le había puesto las cosas nada fáciles al principio. No confiaba en Petunia y no le importaba demostrarlo. Primero fue antipática, luego intentó echarla urdiendo planes casi maquiavélicos y, por último, optó por chantajear emocionalmente a su padre. Evidentemente, Martin era más inteligente que ella y, después de cientos de charlas y de demostraciones de amor, Sarah terminó por aceptar la nueva situación.

Fue entonces cuando Petunia descubrió que la niña era talentosa y muy sensible. La supo fuerte, independiente y con un carácter un tanto agrio en ocasiones. Y aunque comenzaron a llevarse bien meses después de que Petunia se mudara a casa de los Lawrence, no se convirtió en su amiga hasta que la pequeña se adentró en la pubertad. Petunia, aún contra su voluntad, fue la que le explicó lo que significaba tener el periodo, la primera en descubrirla enamorada y la única capaz de convencer a su padre para que la dejara salir hasta tarde y en compañía masculina. No es que fueran confidentes, pero Petunia conocía a Sarah lo suficiente para saber cuando le ocurría algo y, a pesar de que nunca le había contado un problema de forma directa, Petunia solía darle consejos aceptables y comprender su carácter inconformista y peleón.

De hecho, si estaban en Londres era precisamente porque Petunia había intercedido. Sarah había decidido que no le contaría a su padre sus planes de ir a estudiar música a Inglaterra, esperando quizá no ser admitida en el conservatorio y Martin puso el grito en el cielo cuando supo que, después de todo, ella podría marcharse. No es que el hombre hubiera esperado realmente que su hija le hiciera caso, pero el dolor de la separación era evidente en su mirada. A pesar de ser plenamente consciente de que Sarah ya era una mujer y que, tarde o temprano, se iría de su lado, el hombre luchaba con uñas y dientes contra eso. A Petunia le hacía gracia que luchara contra lo inevitable y, después de unas pocas palabras y una buena cantidad de mimos, Martin se había resignado, pero había insistido en viajar a Londres con Sarah y despedirla allí.

-Te esperamos en Navidad –Dijo Martin cuando la chica ya cogía su equipaje y se dirigía al centro estudiantil –Si no vienes, tendremos que venir aquí nosotros.

-Ya lo sé, papá. No te preocupes.

Martin alzó la mano una vez más y no la bajó hasta que Sarah no desapareció de su vista. Petunia rió y se aferró a su brazo, casi arrastrándolo calle abajo.

-Vamos, gran hombre. No le va a pasar nada.

-Es una niña...

-¡Oh, Martin! Tiene dieciocho años. No es una niña.

-Es mi niña –Susurró amargamente. Petunia sólo sonrió y le dio una palmada en la mejilla.

-Va a estar bien. Es un genio, querido. Esto es lo mejor que podías hacer por ella.

-No es un genio.

Petunia sonrió con indulgencia y evitó que el hombre volviera a mirar atrás.

-¿Quién era el hombre que me repetía hasta el cansancio que debía dejar a Dudley volar en soledad?

Martin frunció el ceño y suspiró profundamente. Para él no era lo mismo, básicamente porque Dudley no era su hijo y ya lo había conocido siendo bastante mayor, pero no pensaba decírselo a Petunia. En cierta forma, ella tenía razón.

-¿Qué te apetece hacer? Yo no tengo ganas de irme al hotel y el avión no sale hasta mañana.

-Podríamos pasear por ahí –Martin se encogió de hombros –O hacer eso que tú llevas evitando años hacer.

Petunia se tensó. Vale. Martin estaba un tanto abatido, pero seguía siendo él mismo y otra vez volvía al ataque. Había perdido la cuenta de las veces que le había dicho que debía hacer aquello y, aunque en alguna ocasión Petunia casi había tenido el valor de hacerlo, finalmente nunca fue capaz. Eso era algo que aún la hacía sentirse mal, una parte de su pasado que, de cuando en cuando, volvía para atormentarla y recordarle que podía ser feliz, pero que su vida no era perfecta. Era algo que aún la enfermaba y conocía la cura, pero no tenía valor. Simplemente no podía enfrentarlo, porque los recuerdos le presentaban una versión de sí misma que no terminaba de gustarle. La Petunia cargada de rencor y odio, la Petunia capaz de herir a seres indefensos. La mujer que tantos y tantos errores cometió y que, a pesar de todo, aún seguía jugando un papel muy importante en su vida.

-Si cogemos algún tren ahora mismo, estaríamos de vuelta para la noche –Prosiguió Martin, metiéndose las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero. Tenía el cabello totalmente blanco y, pese a eso, a Petunia le parecía que estaba más joven que nunca. Quizá, porque vestía como si tuviera veinte o treinta años menos, quizá porque había recuperado cierto brillo alegre en su mirada –O, si nos entretenemos un poco, puedo cambiar los billetes de avión para pasado mañana.

-¿No estarás pensando en venir ver a Sarah de nuevo?

Martin se detuvo, la miró fijamente y alzó una ceja. Después, sonrió y le dio un abrazo de oso. Petunia odiaba que hiciera eso en público, pero con el tiempo se había acostumbrado y comprendió que la gente no los miraba ni les daba importancia a esa clase de demostraciones afectivas.

-No seas tonta. Me ha costado un mundo alejarme de ese sitio. Ni loco vuelvo hasta Navidad.

-Ya –Petunia suspiró. Ni siquiera bromeando había conseguido que Martin la dejara en paz –Es que no estoy segura...

-Llevas diez años sin estar segura, Tuney. Yo creo que las cosas son fáciles. O quieres visitar la tumba de tu hermana, o no quieres hacerlo. Cualquiera de las dos cosas será válida para mí, aunque me cueste entender ese resentimiento que aún sientes por Lily.

-No estoy resentida –Petunia apretó los dientes, sintiéndose bastante cansada de pronto –Ni siquiera sé cómo me siento, pero hace mucho que dejé de odiar a mi hermana.

-Para empezar, nunca debiste odiarla.

-Ya sabes por qué.

Mucho tiempo antes, Petunia tuvo el valor para hablarle del mundo mágico. Martin había estado totalmente alucinado, la había acusado de estar loca y, finalmente, había sentido curiosidad. No había sido un momento fácil para ninguno de los dos, especialmente para ella, que había temido que Martin la rechazara por las rarezas de su hermana. Pero él no sólo no la había rechazado. Con paciencia y más de un enfado de por medio, la había ayudado a aceptar a su hermana. Y, aunque nunca lo había reconocido en voz alta, a quererla y darse cuenta de que sólo había actuado como lo hizo por envidia y miedo. Petunia había necesitado de alguien que le abriera los ojos. Ignoraba si el tiempo había contribuido a su cambio, pero el anhelo de ir a ver a Lily era cada vez mayor. Aún rechazaba el mundo mágico –ni siquiera había hablado con Harry en esa década. Creía que, en algún momento, y a través de Dudley, Martin si lo había hecho- pero se había dado cuenta de que, bruja o no, Lily nunca había dejado de ser su hermana.

-No. En realidad no lo tengo del todo claro. –Martin suspiró. Habían tenido esa conversación cientos de veces y siempre llegaba a la conclusión de que Petunia y él nunca habrían actuado igual. Aunque, para ser franco, él no tenía forma de saber cómo se había sentido Tuney en ese tiempo –Tú decides. ¿Vamos o no?

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El Valle de Godric era un lugar tranquilo y hermoso. La vida transcurría lenta y serena y las gentes eran amables y acogedoras. Petunia se sintió muy nerviosa cuando puso un pie en aquel lugar por primera vez y, de forma casi inconsciente, buscó la mano de Martin. Necesitaba un punto de apoyo y él se lo concedió con una mirada comprensiva y una sonrisa franca.

Caminaron por las calles con calma, sin apresurarse, en silencio y sumidos en sus propios pensamientos. Martin sabía que ella estaba haciendo un gran esfuerzo por estar allí y lo apreciaba. Quizá Petunia no había sido la mejor de las personas en el pasado, pero había cambiado mucho y, aunque ni siquiera ella misma lo reconociera, anhelaba a su hermana. Martin lo había comprendido durante las escasas ocasiones en que hablaron sobre Lily. Los ojos de su pareja solían enturbiarse y su expresión se tornaba entre rabiosa y triste. Con el tiempo, la rabia había ido desapareciendo, aunque había cosas que quería lejos de ella. Como la magia y a su sobrino.

Culpaba a la magia de muchas cosas. No sólo de haber pasado toda su vida sintiéndose extrañamente inferior a Lily por no ser una bruja. Su familia se había ido disolviendo por su causa. Su hermana había muerto y ella se había visto obligada a aceptar a Harry en su casa aún contra su voluntad. Martin había intentado unir a tía y sobrino, pero nunca pudo hacerlo. Era evidente que Harry Potter no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer con su tía, y Petunia simplemente no lo necesitaba. Ese había sido un fracaso de Martin, y por eso se alegraba tanto de que Dudley y su primo sí fueran capaces de mantener una relación cordial.

El caso de Lily era diferente. Había sido la hermana de Petunia y, aunque sólo estuvieron realmente unidas durante poco tiempo, la mujer la había extrañado. Había anhelado tanto tener una hermana, una confidente, una amiga, que ahora no podía negarlo. Había echado de menos a Lily, aún con sus rarezas. Había pretendido convencerse de que no la quería ni la necesitaba y durante años lo había conseguido, pero ya no. Petunia se estaba haciendo mayor y muchas veces se descubría a sí misma recordando tardes de interminables risas con Lily junto a la chimenea, o imaginando como hubiera sido compartir con ella la adolescencia y la madurez de no haber sido por la magia.

Llegaron a la puerta del cementerio. Petunia se detuvo y apretó con más fuerza que antes la mano de Martin, mirándolo fijamente a los ojos.

-Esto es algo que tengo que hacer yo sola, cariño.

-Lo sé. Te estaré esperando.

Petunia lo despidió con un beso tímido y se adentró en el camposanto. No prestó mucha atención a las losas de mármol desperdigadas por el suelo, no hasta que llegó a aquella que tenía escrito el nombre de Lily. Petunia llenó sus pulmones de aire y se quedó inmóvil, observando el nombre de su hermana y el de su marido. Él no le importaba demasiado, ni siquiera lo había conocido, pero ella...

No supo en qué momento se le hizo ese nudo en la garganta. Quizá fue cuando recordó lo joven que había sido su hermana al morir, o el sacrificio que llevó a cabo salvando la vida de Harry, o, simplemente, cuando pensó en ella. Su cabello rojo, sus ojos verdes y su risa siempre franca. Su inteligencia, su belleza, su ánimo decidido y casi siempre alegre. Su fuerza vital y sus ganas de salvar el mundo de cualquier clase de amenaza. No sabía qué fue, pero Petunia se sorprendió al notar una ligera humedad rodando por su mejilla. Quizá, fue el deseo de lo que nunca tuvo y jamás podrá recuperar, pero Petunia se descubrió a sí misma derramando las lágrimas que no había llorado el día que descubrió que había perdido a su hermana.

Y se sintió bien, como si esas lágrimas fueran la medicina que necesitaba para dejarlo atrás y ser feliz de una vez por todas. Porque aceptar a Lily tal y como fue era la mejor forma de sentirse libre y, ese día, cuando Petunia Evans abandonó el cementerio y se abrazó a Martin, supo que ya no tendría motivos para mirar atrás nunca más.

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He aquí la última viñeta de "Petunia". Espero que os haya gustado la historia, o que al menos no os hayáis aburrido demasiado. Siempre me gustó la idea de que Petunia aceptara a Lily tal y como era y, aunque quizá la del fandom nunca llegó a hacerlo, esto no es del todo fandom, no nos engañemos. Como suelo hacer, le he dado a la historia un final feliz –incluso a Vernon. Creo que estoy malacostumbrada. La próxima vez, pondré un final triste :)

En fin, poco más que añadir. Estoy pensando en cogerme otra tabla (la de Ventura, de 30Vicios) y ya tengo escritas un par de historietas que giran en torno a la casa de Hufflepuff, pero la inspiración no termina de llegar y no sé qué haré al final. Ya veremos.

Nada más. Besotes y abrazotes.

Cris Snape.