Muy buenas a todos y a todas. Aquí estoy, con un fic nuevo. Una vez más, estoy escribiendo para 30Vicios, pero con un personaje diferente esta vez: Petunia Dursley. Y otra vez me pongo con viñetas independientes, aunque tengo pensado algo que se asemeja mucho a un argumento. Intentaré que los diferentes Vicios sean publicados siguiendo un orden cronológico, así que esto terminará siendo muy parecido a un fic largo (pero no lo es, que conste).

Quisiera comentar que, posiblemente me inspire en otra historia que tengo publicada en Se llama "La decisión de Tía Petunia", así que si sentís curiosidad... Bueno, no digo nada. Sólo que espero que os gusten las nuevas viñetas. Empezaremos con Petunia siendo muy pequeña. Posiblemente aparezcan spoilers de DH en un futuro, aunque ya lo iré advirtiendo cuando sea necesario tener cuidado.

Nada más. Saludos y hasta pronto

Cris Snape

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Viñetas para 30Vicios

Personaje: Petunia Dursley

Tema: 17. Chocolate.

Palabras: 1118.

Resumen: Alguien nuevo llega a la familia Evans.

Chocolate

Alfred y Rose Evans formaban una bonita pareja. Ambos eran jóvenes, agradables y trabajadores, y contaban con el aprecio de la mayor parte de sus vecinos. Vivían en un barrio tranquilo y agradable, tenían un gran perro blanco y un jardín muy bien cuidado. Alfred trabajaba en una de las fábricas cercanas al río, y Rose era un ama de casa entusiasta y ansiosa por aprender todo lo que necesitaba saber para poder cuidar de Alfred y de la familia que, muy pronto, ambos formarían. Se sentían dichosos y tenían muchos sueños de futuro, pero no fueron plenamente felices hasta que no tuvieron a su primera hija.

Tuney nació en primavera. Fue rubia, como su padre, y con los ojos azules como su madre. Fue una niña tranquila y curiosa, y pronto se ganó el afecto de las amistades de sus progenitores. A pesar de no poseer un encanto especial, y de no sonreír prácticamente nunca, era muy conocida en el barrio. No había muchos más bebés como ella, y creció agasajada y mimada por todos, especialmente por sus padres.

Cada mañana, Alfred jugaba con ella un rato antes de irse a trabajar. Después, su madre se encargaba de bañarla, vestirla, alimentarla y educarla. Tuney era feliz y sus padres se sentían repletos de dicha por eso, pero querían algo más. Siempre habían soñado con tener una familia numerosa y, cuando su primogénita cumplió dos años, decidieron que había llegado el momento de tener un hijo más.

Cuando Tuney supo que iba a tener un hermano menor, no entendió muy bien lo que sus padres querían decir. No obstante, pronto comprendió que, cuando el bebé naciera, tendría que compartir todo lo suyo él. Su padre solía decirle que podría jugar con su hermanito, que siempre podrían estar juntos y que eso sería mucho más divertido que estar siempre sola, rodeada de adultos. Tuney se sintió ansiosa porque el bebé llegara cuanto antes. Aunque sus padres siempre la colmaban con mimos y atenciones, la niña debía reconocer que echaba de menos alguien pequeño, como ella, con quién jugar. Su hermanito sería perfecto para eso, aunque Tuney tenía una cosa muy clara: nunca, jamás, le dejaría ponerle una mano encima a su nueva Barbie Sueños de Princesa. Era su juguete favorito. Por nada del mundo pensaba compartirlo.

Tuney vivió los nueves meses que duró el embarazo de su madre con absoluta fascinación. Le parecía totalmente imposible que hubiera un bebé ahí, dentro de la barriga de su madre, tal y como su padre no se cansaba de explicarle cada vez que preguntaba. ¿Qué hacía ahí su hermanito? Y, sobre todo. ¿Cómo se había metido dentro? Su padre se mostraba muy paciente cada vez que Tuney lo abordaba con sus incansables preguntas. Muchos de sus vecinos afirmaban que los niños no entraban en la fase de mostrarse curiosos por todo hasta que no eran un par de años más grandes, pero Tuney no había podido esperar. Alfred no sabía muy bien qué responder, aunque solía salir airoso casi siempre. Rose solía mirarle con aire divertido mientras buscaba cosas adecuadas que decir, y su esposo tenía la sensación de que le encantaba verlo en apuros.

Tuney sabía muy bien cómo hacer que cualquier tontería pareciera comprometida, y Alfred había tenido que desarrollar métodos para evadirse de contestar preguntas especialmente complicadas. Al principio, no fue fácil, pero el hombre descubrió que había una cosa en el mundo que conseguía que Tuney se olvidara de ser curiosa: el chocolate.

A Petunia Evans, Tuney para sus padres y cualquiera que la conociera, le encantaba el chocolate. Era lo único que conseguía que se quedara callada y se olvidara del mundo que la rodeaba. Mientras saboreaba el dulce néctar, acostumbraba a cerrar los ojos y liberar gemiditos placenteros que hacían sonreír a sus padres. No le importaba ensuciarse las manos ni perder la capacidad de hablar; ni siquiera le prestaba atención a su Barbie Sueños de Princesa. Por supuesto, se olvidaba de lo extraño que resultaba que un bebé pudiera estar en la barriga de otra persona. Cuando comía chocolate, sólo existían ella y el delicioso sabor que inundaba su boca. Poco importaba si lo tomaba en estado sólido o líquido, si estaba frío o caliente, si era amargo o dulce. Tuney no le hacía ascos a nada, y su padre no perdía la oportunidad de hacerla callar cuando se veía en un apuro. No jugaba limpio, pero, en ocasiones, la situación podía llegar a ser realmente desesperada.

El día de invierno que Lily Evans vino al mundo, había nevado. Tuney, que había querido ir al hospital con sus padres para asegurase de que el bebé llegaría sano y salvo a casa, se había visto obligada a quedarse en casa de una de las vecinas amigas de sus progenitores. Pasó toda la tarde enfurruñada; tanto, que ni siquiera el chocolate había conseguido ponerla de buen humor. Cuando supo que tenía una hermana, no pudo sentirse más dichosa. Aunque su padre le había asegurado muchas veces que podría jugar con el bebé, ya fuera niño o niña, Tuney sabía por experiencia que era mucho mejor relacionarse con niñas. Sin duda alguna, su hermana Lily y ella podrían jugar a muchas cosas juntas: a las muñecas, a corretear por el jardín y subirse encima del perro. Y, cuando fueran más mayores, se esconderían en la habitación de su madre y se probarían sus vestidos y zapatos, y utilizarían su maquillaje. Definitivamente, Tuney estaba muy contenta y, también, ansiosa por ver a Lily.

En cierta forma, tuvo miedo de sentirse decepcionada, pero no fue así. Aunque la niña era muy pequeña y no parecía ser capaz de jugar a demasiadas cosas, a Tuney le pareció que era muy... Bonita. Se le asemejaba a una muñeca de pelo rojo, como su padre, y ojos verdes como su padre. Perfecta. Le gustó tanto verla, que no se molestó cuando su padre le explicó que debería esperar a que Lily creciera un poco para que pudieran divertirse juntas. Lily tenía que aprender a hacer muchas cosas que ella ya sabía. Cuando supiera caminar, hablar e ir al baño ella sola, entonces sería el momento de compartir todas las cosas que dos hermanas debían compartir.

Hasta entonces, Tuney esperaría pacientemente. Por el momento, podría ayudar a Lily a hacer todas esas cosas e, incluso, comprobar si podía ser divertido jugar con un bebé pequeño. Si no era así, a Tuney no le importaba. Pronto tendría que ir al colegio; allí podría hacer amigos y, además, tendría que estudiar. Aunque en ocasiones se pudiera llegar a sentir nerviosa por lo despacio que Lily crecía, la niña contaba con un aliado sin igual: el chocolate.